Acoso sensual

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HERMANN
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Acoso sensual

Mensaje por HERMANN »

Quizá presintió Gonzalo que aquel día le iba a ocurrir algo extraordinario. Fue aquel día la primera vez que Don Ramón llevó el tocadiscos y lo instaló en la tarima de la clase.
Todos aquellos jovencitos tenían que seguir, con disciplina, los párrafos del Quijote que Fernando Fernán Gómez narraba con voz maestra y cavernosa.
Todos lo hacían menos Gonzalo. Él no podía. Las letras se le volvían turbias y ondulantes; la voz del actor, ausente.
Sólo hacía, de manera enfermiza y persistente, pensar en una cosa; en ella: en Laura.
(...)
Levantó la vista y miró a través del ventanal. Allá, al otro lado del patio, en el aula de las chicas estaba ella mirándolo a él. Sonriendo. Gonzalo no podía dejar de mirar sus rizos de cobre, sus ojos.

-¿Por dónde vamos, Gonzalo?
Deberían saber todos que un profesor siempre capta si la atención de los alumnos está allí o en otra parte. Don Ramón levantó la aguja del aparato. Se hizo un silencio orgánico, expectante. Repitió la pregunta, implacable.
-¿Por dónde vamos?

Gonzalo eligió, nervioso, un párrafo al azar –¡qué iba a saber!- y comenzó a leer. Enseguida mandó el profesor que se callara.
-¡Estamos en Babia!- Se acercó y le dio un pescozón con los nudillos. –Lo repito: ¡no quiero que nadie levante la vista del libro!

Humillado y sofocado por la vergüenza Gonzalo clavó aún más la vista llena de lágrimas en los renglones torcidos del libro. Trató de no volver a mirar pero a los cinco minutos; aprovechando que Don Ramón recorría las hileras del fondo, volvió a mirarla. La vio cuchichear con su compañera de pupitre y luego volver su cabeza para mirarlo a él. Con su sonrisa que lo iluminaba todo.
La voz del tocadiscos, carente de sentido, acariciaba sus oídos de nuevo, como prueba de normalidad, produciéndole un cosquilleo justo debajo de la nuca. Pensaba Gonzalo que no le importaría que lo crucificaran si podía estar un momento con ella. No sabía él, el desgraciado, que iba a estar pegado a ella en unos instantes.
Don Ramón caminó con pasos enérgicos hacia el aparato y lo apagó de un manotazo; luego dirigió sus pasos hacia él.
-¡Ya está bien! ¡Esto es insólito! –Gonzalo quiso licuarse en una esencia cristalina e inocente. -¡Se acabó!- Gritó el profesor retorciendo el picaporte de la puerta.
Las hojas finas del libro se humedecieron con el sudor de sus manos. Las piernas entraron en un calambre incontenible. Quiso gritar o llorar pero no podía mover ni una pestaña. Sólo intentar sacudirse el pánico de encima; entonar una oración que no sabía para que aquello concluyera lo más rápido posible.

-¡A ver, vosotros tres, sacadlo del aula y seguidme!- Rugió.

Pronto en la clase se armó un jolgorio de selva. Risas y gritos espantaron a Gonzalo quien tenía ya el corazón triturado como un paté de foie gras. Don Ramón avanzó por los pasillos y giró dos veces a derechas. Entró en la clase de ella, de Laura, y habló un momento con Doña Virtudes, la profesora. Lo arrastraron y lo que al principio fue resistencia, fue luego un dejarse llevar como esos jóvenes impalas que, cogidos por la garganta, se saben ya devorados por el león y se abandonan. Se vio en el reflejo de las ventanas de los pasillos y creyó ver un fantasma: su imagen sin sangre. Oh! Pobre..., ¿qué iban a hacer con ese pobre chico?
Don Ramón señaló la silla vacía que habían dejado junto a Laura y ordenó a los “estibadores” que lo sentaran allí y que volvieran a sus pupitres. Luego de darle unas indicaciones a Doña Virtudes, Don Ramón se marchó. La clase de las chicas era una inmensa pompa de jabón a punto de estallar en algarabía pero Doña Virtudes nunca lo hubiera permitido. Siguió con su clase.
Gonzalo encogió su cara congestionada todo lo que pudo y colocó sus manos bajo sus axilas para que no chorrearan por todas partes. Cerró los ojos porque sabía que todos estaban posados en él. Miró una vez de reojo a Laura. Estaba allí, junto a él, avergonzada también. Gonzalo tuvo la urgencia de hacerle saber a Laura que estaba allí a la fuerza, pero que la amaba más que a nada en el mundo. Vio encima de su mesa la postal de un pueblo. Creyó reconocer la plaza de Arenas de San Pedro, donde había estado hacía poco. Mirando la fotografía y en un susurro le preguntó: “¿es Arenas de San Pedro, verdad?”. “Sí” contestó ella. Eso fue todo lo que hablaron pero no le importó. Pudo ver de cerca sus ojos, sus pecas, oler su ropa, tocar con un codo su codo.

Cuando pasó un rato vinieron a buscarlo. Volvió a su clase y le cambiaron de pupitre; donde no pudiera verla. No apartó ni una sola vez los ojos de las baldosas. Cuando todo acabó, cuando llegó la hora de salir hacia casa, nadie habló con él, como si fuera un apestado.
Llegó Gonzalo a su casa, dio un beso a su madre, y entró en su habitación. No quería hablar de lo que le había pasado; se habría echado a llorar.
Sonó el teléfono, su madre lo llamó: “Gonzalo, es para ti” . Cuando oyó la voz de Laura al otro lado, tuvo que sentarse.

-Hola, soy Laura ¿Qué haces?– Gonzalo trató de recomponerse; de comprender.
-Estoy estudiando- mintió.
-¿Quieres que quedemos en la esquina del quiosco? Me gustaría hablar contigo.

Gonzalo, lleno de terror, no sabía si poner una excusa...
-¿Oye? ¿estás ahí?
-Sí.
-¿Quieres quedar o no?
-Vale- Se hubiera arrepentido toda la vida de no haber dicho esa palabra: “vale”.
-Muy bien, estaré a las siete en la esquina.
-Vale. Iré.
-No faltes. Hasta luego.
Gonzalo se repeinó y salió a la calle. A lo lejos contempló la esquina y acortó el paso. No quería esperarla allí. No dejaba de mirar hacia allí. No había nadie. Siguió avanzando despacio. Sólo cuando rebasó la esquina vio sorprendido, aturdido, a cinco o seis compañeros suyos.
Unos se retorcían de risa, otros gritaban y saltaban. “¡¡¡Lauraaa, Lauraaa!!!” “¡¡¡¡Yo soy tu Lauraaa, yo soy tu Lauraaa!!!” “¡¡¡Yo soy tu amor!!!” “¡¡¡Yo soy tu amor!!!”
Pronto comprendió Gonzalo que no había sido la voz de Laura la que había sonado al otro lado del teléfono. Pronto comprendió Gonzalo que había sido, impostada y afeminada, la mía; mi voz.
Fui corriendo tras él y juré hacerme su amigo, su mejor amigo, costase lo que costase.
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Fenix
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Mensaje por Fenix »

Muy bueno, excelente ¿es parte de una novela? Me ha gustado mucho.
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JANGEL
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Mensaje por JANGEL »

Ay, qué duro. Qué crueles son a veces los críos, como se suele decir. Luego todo se pasaría, pero esas cosas hacen más daño de lo que parece. :roll: Con esa edad, afortunadamente, casi todo el mundo me apreciaba y me respetaba, sólo por ser yo.
No obstante, cómo dolía cuando se burlaban de mí.
Cómo dolía cuando el chaval más raro del colegio corría tras de mí, persiguiéndome sin motivo ninguno, para pegarme no sé por qué razón (nunca llegó a hacerlo, siempre he sido buen diplomático). Y yo no huía sólo por temor. Huía más bien por incomprensión, porque no le entendía y eso sí me daba miedo.
Pero que jueguen con tu corazoncito... Eso es peor. :lol:
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takeo
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Re: ACOSO SENSUAL

Mensaje por takeo »

Pienso, como Fenix, si esto forma parte de algo más extenso, sobre todo por ese (...) que pones casi al principio.
A veces la amistad procede del daño, del dolor incomprensible cuando se hace comprensible. Está muy bien explicado
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