Blanco impoluto - Natasia Blanco (Chick-lit) (Gris 2)

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natasiablanco
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Blanco impoluto - Natasia Blanco (Chick-lit) (Gris 2)

Mensaje por natasiablanco »

Hola, chicas y chicos. Ya está la segunda parte en amazon. Si no leísteis el primero ¡ahora es la oportunidad de leer los dos! Qué mejor fecha que el verano para refrescarse en Finlandia...

http://www.amazon.es/Del-Gris-Blanco-Vo ... 259&sr=1-1

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160 páginas
No DRM

Serie: Del gris al blanco, 2

1. Gris casi negro
2. Blanco impoluto

Sinopsis:
Tras su desgarradora, nunca mejor dicho, primera experiencia con el sadoficinismo, Natasia huye a Finlandia para curar sus heridas, nunca mejor dicho, y alejarse del señor Gris.

En aquel lugar inhóspito se encontrará con Gunnar, un joven enamorado de todo un monumento que abrirá su mente y alguna otra más parte de su cuerpo.

Pero Natasia no puede olvidar a Gris, a pesar de los renos y la nieve. Y Gris tampoco olvida que hay lazos prohibidos que los unen. Lo que Natasia nunca podrá esperar es que su destino cambie de manera radical y que aparezca el amor verdadero cuando solo veía lujuria, peligros mortales y amenazas en derredor.

Tres hombres que luchan por el amor de Natasia, sexo muy caliente, intercambios de parejas y relaciones que van más allá de lo prohibido en el final de la Trilogía de dos volúmenes que ha conquistado el corazón y la entrepierna de millones de personas en el mundo y en el extranjero.

¿Serás capaz de adentrarte en el mundo de Natasia y salir indemne? Del Gris al Blanco: la trilogía de dos tomos que marcará un antes y un pasado mañana en la historia de la literatura.
‘Gris no me gusta. Es un capullo hdp, pero Nata... quiero una Nata en mi vidaaaa’ Arwen Grey (autora de novela romántica, muy buena y con muy buen gusto para las novelas)

‘Jamás en mi vida había visto una trilogía como esta, compuesta solo de dos volúmenes. Debería titularse ’La gran transgresión’ porque no todo el mundo se atreverá con ella. Es solo para mentes muy abiertas. Quedan advertidos. Bajo su riesgo. Allá ustedes’ Bloguera Pepa, de La tormenta en un cazo.

‘Si tuviera que calificar de algún modo este libro… diría una palabrota, así que mejor me callo’ Editor anónimo

‘Estamos muy orgullosos de nuestra hija. Lo decimos sin tapujos. Le deseamos todo lo mejor con esta obra, en especial que gane mucho dinero’ Padres de Natasia

‘Es lo más prohibido que he leído este año. Solo para mayores de 25 años, con la vida ya hecha. Y además hago un cameo’ Reno de la tundra

‘Odié a Gris, odié a Nata, odié a Gunnar, pero ¡los amooooooooooo!’ Analys Lysa, lectora iberoamericana

‘Olvidad todo lo que habéis leído hasta ahora. Esto es diferente, polémico, transgresor, prohibido, caliente. No os dejará fríos’ Joulupukki, Papá Noel finlandés

‘Hay tanto sentimiento, tanta pasión, tanto olor a pecado que solo mirando la portada sufres’ Amiga imparcial de la autora


Primeros capítulos (puede haber spoilers del final de la anterior)


Me voy a Finlandia y eso


El despertador sonó; salí de un sueño plácido en donde me veía arrastrada por un maremoto hacia un volcán en erupción, mientras caía un meteorito sobre la falla de San Andrés, y salté de la cama. Era súper temprano, pero tenía que subirme al avión de Finnair a las ocho de la mañana.
Así que, con mucha rabia, me duché, me cepillé los dientes, me vestí, me hice una pajilla, y todas esas cosas rutinarias que hacemos las personas por las mañanas, y que, según los manuales del buen escribir, no se deben contar en los libros, ya que denotan pobreza de estilo y de imaginación, además de ser descripciones de todo punto inútiles, sobrantes, sobreentendidas y aburridas, propias de principiantes de esos que llenan con su morralla literaria blogs y plataformas de venta de ebooks como Amazon (¡anda, igual que yo!).
Como se pueden imaginar, también me preparé un café, sin azúcar para no engordar, comí cinco croissanes con mermelada y mantequilla y una barra de chocolate, y un bocadillo de chorizo, y fui a correr un rato por los alrededores, aprovechando que tenía el estómago vacío, aunque, la verdad, que yo recuerde, nunca he corrido mucho en mi vida para estar en forma.
No me despedí de mis padres: estaban durmiendo y ni se habían enterado de que habían sonado la alarma de mi teléfono y un par de despertadores; además, si ya es grave que cuente cómo me levanté, me duché, cepillé los dientes, desayuné e hice jogging sin venir a cuento, no quiero ni pensar qué pasaría si relatara otra escena tópica que no aporta nada. Quizás que alguien dejara de leer esta morbosa y apasionante historia. Aunque, pensándolo bien, se trata de una novela casi rosa…
Antes de salir de casa, con ayuda de un espejo retrovisor, me apliqué un poco de pomada en el culo. Las laceraciones causadas durante la penosa refriega de mi último encuentro con el señor Gris (mi adorado Marco, y no de fotos), seguían escociendo lo suyo y lo que era peor, lo mío. Además, parecían un plano del metro de Londres, pero con todas las líneas rojas y sin paradas. Me animé. Tal vez en Finlandia podría curar mis heridas de cuerpo y alma. María Angustias, mi mejor amiga, que vivía allí desde hacía unas semanas, decía que era un país muy evolucionado, aunque raro: al parecer, no eran muy buenos en fútbol, ¡y preferían la sauna! Pero tenían algo increíblemente maravilloso: no conocían el sadoficinismo, una práctica sexual aberrante que era la debilidad de mi amor, aficionado a clavar quitagrapas a pobres chicas inocentes en los lugares más insospechados. Lancé un grito al extender la pomada en el lugar donde el muslo aún no es muslo. La línea Jubilee se puso aún más roja.
Dios mío, cuánto había cambiado en unos pocos meses. Había pasado de ser una virgen normal y corriente de treinta y dos años, de las que hay tantas, y jugar bajo las sábanas con ositos de peluche, a hacer cosas guarras con clips, post its, sillas de oficina; de estar esperando en las listas del desempleo a que me llamaran para trabajar como actriz, modelo o mujer de futbolista, a tener empleo fijo de funcionaria en la administración de una comunidad autónoma de cuyo nombre no quiero ni debo acordarme. Estos dos cambios de doscientos veinte grados cada uno, sumaban uno enorme de cuatrocientos cuarenta, que era como girar sobre mi misma y quedar mirando a Cuenca y luego volver a girar y mirar hacia Toledo.
Pese a mi elevado estado de ánimo ante el cambio de aires que esperaba limpiara de impurezas mi corazón y de rojeces la parte anatómica antes mencionada, el viaje al norte empezó con los peores augurios.
En el control del aeropuerto de Cuenca, terminado hacía un par de semanas por un contratista de obras, primo de la madre de mi Gris, la señora Consuelo Negro, y que, misteriosamente, solo servía un vuelo de Finnair con destino a Helsinki, saltó el arco de detección de tesoros. Era absurdo, si al menos hubiera sido el Corte Inglés habría tenido una justificación, pero allí, que no había nada que robar, resultaba una situación casi surrealista.
Al momento, la guardia civil del control se puso súper antipática. Se lanzó contra mí y empezó a toquetearme por todas partes. Al principio, pensé que quería meterme mano, que era lo más lógico dadas las circunstancias, ya que una no está mal del todo, aunque vestida pierdo un poco, lo admito. Sin embargo, me había tomado por lo que no era, por una delincuente. Resulta que en el fondo del bolsillo del pantalón me había dejado olvidado un quitagrapas, así, como el que no quiere la cosa.
Cuando lo vi se me cayó el alma en los zapatos.
—Señorita: esto tiene que facturarlo, puede ser un arma letal en manos de un terrorista —dijo la guardia civil.
—¡Pero yo no soy terrorista! Ni siquiera conozco a ninguno. Solo es un juguete erótico sin importancia —se me escapó decir, ruborizada y mordiéndome el labio superior.
Tenía que mostrar naturalidad. Actuar como si fuera inocente y no tuviera nada que ocultar ni de qué avergonzarme. Mis duras experiencias de los últimos días me habían curtido y convertido en una mujer adulta sin miedo a nada, casi como un ama de casa con cuatro hijos y un marido en paro que gasta el dinero en furcias.
—¿Un juguete erótico? —dijo la mujer, con cara de asco. Acababa de sacar un pañuelo de papel con el que sostenía el quitagrapas—. En todo caso puede ser un juguete erótico letal en manos de un terrorista. Observe estas afiladas aristas. Con esto dejaría fuera de combate al piloto; podría tomar los mandos del avión y llevarlo contra algún monumento importante de Cuenca, como las Casas Colgantes. Imagine el menoscabo que para nuestra ciudad podría suponer un incidente así.
—¿Es que no me cree? Le juro que solo es un artículo para sexo, nada más. Es un regalo de mi jefe…
Estaba tan nerviosa pensando que podría perder el avión que mi mente se había vuelto gelatina de fresa.
Había mencionado al señor Gris.
Él había estado en mi lengua.
No me había dejado muy buen sabor de boca.
Mi jefe.
Gris.
Y encima aquella mujer quería requisarme el quitagrapas.
Tras un forcejeo en el que intervinieron un par de guardias más, me lo arrancaron de las manos. Fue como una metáfora de esas que significan cosas: me libraban de mis recuerdos para que pudiera empezar de nuevo en Finlandia y regresar curada. Pero antes de que pudiera darles las gracias, la guardia civil me hizo una llave de yudo; caí de culo contra el suelo. ¡Auuuuu, qué dolor!
—¿Ahora me creen? —sollocé, lastimada.
No veía las estrellas: veía hasta las galaxias, los quásares y el anillo de Mercurio. Un elefante invisible, con la cara de Gris pero no con su trompa, me había dado una patada en la retaguardia. Por suerte, en el control y en todo el aeropuerto solo estaba yo. Podía rumiar mis penas y mis vergüenzas en absoluto y discreto secreto, mientras, renqueante, dejaba atrás el quitagrapas y lo que representaba.
Dentro de mi cabeza vivían, como en un piso compartido por decenas de subsaharianos negros, varios yos a cual más irritante. En el libro anterior a este ya les hablé de la chica asustada que llevo dentro, de la tonta que llevo dentro, de la agitadora de pompones que llevo dentro… Pues eso no era nada. Mientras esperaba en la puerta de embarque, sola, la desconfiada que llevo dentro y la chica que tiene miedo a los aviones que llevo dentro hicieron su aparición en ese antro de promiscuidad y hacinamiento que era mi subconsciente colectivo. Me dio por pensar en una cosa muy fea y que me daba mucho miedo: la muerte. Si se caía el avión en tierra sería horrible, pero casi igual de malo si caía en el mar. ¿Es que no había más opciones?
Traté de serenarme. María Angustias había ido a Finlandia, que estaba lejísimos, y no le había pasado nada. La ruta parecía segura y estaba bien señalizada, sin turbulencias ni esas cosas que hay en el cielo del Tercer Mundo. Finlandia era el país con mayor grado de igualdad entre hombres y mujeres. El avión ni siquiera era de Ryanair. Así que no había de qué preocuparse. Por si acaso, mientras el aeroplano despegaba, escribí mis últimas voluntades y se las mandé por sms a mis padres. Menos mal que tenía la tarifa Cachalote Gigante.
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