acabado
Si hay alguna característica que se apropia por entero de esta novela es la sintaxis tan llamativa que el autor emplea. No había contemplado con anterioridad en un libro un uso del lenguaje tan peculiar y llamativo. Pertrechado con locuciones adverbiales por doquier y una reiteración permanente de conjunciones subordinativas, Aichner consigue sorprender cuando menos. La ausencia prácticamente total del uso de elipsis contribuye de igual modo a acentuar las sensaciones de la protagonista así como su percepción del entorno. De hecho, a pesar de lo que pudiera parecer en un principio, este orden sintáctico se mantiene a lo largo de toda la novela, convirtiéndose de este modo no en una argucia vacua sino en seña de identidad. Con todo, cabe reconocer el riesgo que ha asumido Aichner dado que este estilo puede disgustar a un buen número de lectores.
Sea como fuere, la historia nos recibe con un prólogo de alta tensión, un puñetazo inhumano que duele tanto por lo inesperado como por lo descontextualizado. A partir de ahí, Blum se destapa como un personaje complejo, juicioso y más sensible de lo que a priori pudiera parecer. No obstante, como las personas nunca cambian, las primeras páginas pueden dar fe del desarrollo de unos hechos que no por dubitativos dejan de esconder la firmeza de quien los ejecuta. Así, se desarrolla una espiral que conduce a una sorpresa final que quizá no llegue a desconcertar tanto como cabría esperar. De todos modos, este viaje literario habrá merecido la pena.
Tres estrellitas y media para un inicio de serie pasmoso y dispar. Quien no halle impedimento en su desacostumbrada estructura sintáctica disfrutará sin concesiones de una historia que, si bien es lineal y de origen ya conocido, apuntala con solvencia lo que otros escritores no han sabido manejar. Blum es esa flor espinosa y prohibida que su autor nos regala en un envoltorio de dialéctica incierta y contundencia voraz. Podrá o no gustar pero Aichner no deja indiferente.