Un libro tan extenso y repleto de particularidades bien merece un desglose que analice punto por punto sus entresijos. Por ello, en lo que respecta a su estructura, cabe mencionar que la historia se divide en cinco partes, cuyos títulos sintetizan a la perfección lo que está por venir en la suma de cada uno de sus capítulos. A modo premonitorio pueden resultar incluso reveladores en exceso en ciertos casos, habituado como está el lector a las sorpresas más disparatadas a partir de los hechos relatados en
.
La narración en primera persona resiste en su posición frente al tedio al que es proclive gracias a una disparidad de sucesos y personajes que habilitan una lectura que mantiene un ritmo sostenido durante gran parte de su necesaria longitud. El cambio de prisma ineludible a partir de un determinado punto también contribuye al solaz más cambiante, facultando así una retención de audiencia nada desdeñable.
En cuanto a los personajes, son dos los que se reparten el protagonismo de una obra coral que posee gran peso en el conjunto final. Abi y Trinidad. Trinidad y Abi. Dos caras de una misma moneda que, iridiscente por definición, ofrece tremenda panoplia de cualidades imposibles de soslayar. Al comienzo de la novela ambos sucumben (con sus salvedades) a una personalidad impetuosa, intransigente, explosiva, suicida. En mayor medida dichos adjetivos recaen sobre Abi, si bien Trinidad no va a la zaga en lo que respecta a un despliegue de actitudes y aptitudes que semejan fundirla con su homólogo masculino. La ineluctable evolución de ambos queda patente cercano el desenlace, desprovistos para entonces de la garra y arrojo iniciales debido a unas circunstancias que hacen aflorar una personalidad más sosegada, más emocional, imbuida de los padecimientos que sufre de uno u otro modo el elenco al completo.
Elenco al que pertenecen precisamente unos secundarios cuyas características cubren un amplio espectro. Desde la inocencia de Ana María hasta el oportunismo de Jeremías padre, pasando por la explosividad de Praena, la lealtad de África, la imprevisibilidad de Luna, el desparpajo de Romano o la testarudez de Pablo, entre otros. Debido a acontecimientos propios de la historia acabarán conformando una suerte de familia conjurada contra el mundo. El tratamiento ejercido por Santiago sobre ellos les confiere una cercanía arrebatadora ante la que el lector no puede presentar oposición.
Y como no hay dos sin tres ni héroe sin villano llegamos a las figuras de
, infames y nefarios contendientes que salvo en momentos puntuales propiciados por este último apenas dan muestra alguna de humanidad ni conmiseración. Tanto es así que
, enrocada en su posición privilegiada hasta el último momento, no muestra signos de rendición alguna aun a pesar de hallarse en una situación delicada cuando menos. Cegada por su aparente inmunidad se cree con patente de corso para alcanzar las más insospechadas cotas de iniquidad.
La trama, por su parte, más intrincada en origen, disemina varias sorpresas bien avanzado el relato hasta eclosionar en una
que finaliza con uno de los pasajes más cruentos e inesperados de cuantos se recuerdan dentro de la novela negra, más si cabe por la premura con que tiene lugar. Una vez superadas las consecuencias que de ello se desprenden, la historia se adentra en una
un tanto abotargada, enfocada en situar de nuevo a los personajes sobre el tablero tras una tragedia de tamaña magnitud. Las
, por el contrario, son empleadas para una redención acuciante para buena parte de los implicados. Es en ellas donde la acción se adentra en terreno ya transitado, lejos ya de la originalidad del principio. La praxis judicial copa prácticamente en su totalidad cuanto acontece en los compases finales, precisa para dirimir las responsabilidades intrínsecas a un proceso de esta envergadura.
En cualquier caso, es la vertiente negra la que obsequia a su público objetivo con algunas de las escenas más desternillantes así como con cierta justicia literaria. La crítica social, dirigida con precisión por el autor, arremete contra banca, política, multinacionales y todo aquel que encuentra sustento en el engaño ajeno. Santiago no retrocede ante miserables de todo pelaje, impelido por un descontento para el que sólo aguarda el recurso del pataleo, un pliego de descargos a modo de libelo que no hace rehenes. Paralelamente, temas tan controvertidos como el alcoholismo o enfermedades como la ELA ocupan las cavilaciones de un autor cuyo objetivo final trasciende el puro entretenimiento.
Cuatro estrellitas y media para una novela negra sobresaliente que instaura con buen tino novedades dentro del género. No contento con ello Santiago aprovecha cada resquicio que su imaginación le permite para asestar con contundencia verdades como puños, tratando de erradicar males enquistados a perpetuidad. Nunca está de más incidir con ahínco sobre ellos, aunque sea negro sobre blanco. Mismo perro…