Estamos ante una novela negra que no despega hasta haber superado su primer cuarto, caracterizada en esos primeros capítulos por un enfoque intimista que la faculta a sentar las bases de la historia pero lastra así mismo su desarrollo. La trama proyecta un mayor dinamismo tras una reunión grupal que actúa como punto de inflexión y muestra la relevancia de la presencia de los personajes secundarios, por testimonial que pueda ser.
El mayor elemento distintivo de “Cuídate de mí” recae en su propio planteamiento, dividido en tres tramas que pugnan, de algún modo, por una digna resolución. La principal se articula en torno a un tema tan controvertido como es la percepción de justicia y la necesidad de venganza que se desprende del imparcial ejercicio de la misma. En un universo tan dominado por la emociones como es el de las víctimas y sus allegados, permanecer ajeno al proceso catártico en que se convierte una vendetta sólo está al alcance de las mentes más ascéticas. Su mayor defecto consiste así en la previsibilidad de la incógnita identidad, desvelada someramente en un capítulo en el que se hace referencia al
lugar de trabajo del verdugo |
. El capítulo final, en cambio, sustenta un giro argumental que no sólo sorprende sino invita a reflexionar sobre la idoneidad de la infamia que acompaña al mecanismo jurídico.
La trama concerniente a Berta y las implicaciones que conlleva ahondan en esa dualidad juez-verdugo que anida en cada uno de nosotros ante hechos como los aquí relatados. Frisa apela constantemente a la empatía del lector suscitando interrogantes que dan fe de la complejidad en cuanto a dirimir ciertas cuestiones. La confrontación personal que supone dicha dualidad se atisba por momentos en Berta, proclive a abstraerse del raciocinio más fundamentado abandonándose a los instintos más primigenios.
En lo que respecta a Lara, el ocultismo que envuelve a su pasado profesional actúa como acicate de un misterio que se prevé de mayor magnitud que la finalmente manifestada. Como contexto a la personalidad desabrida y austera de esta protagonista, no obstante, cumple su cometido a la perfección.
La concurrencia de la resolución de las tres historias ejemplifica la maestría de la autora manejando el tempo hasta el desenlace. Las relativas a las protagonistas poseen un peso específico menor que se conjugan a cuentagotas con la central, propiciando una convergencia idónea en las últimas páginas, en las que las sorpresas de toda índole se suceden negro sobre blanco.
4,25 estrellitas para una contundente novela negra que hace las veces de tapiz sobre el que volcar infinidad de patrones dispuestos para acuciar al subconsciente más crítico del lector. No claudicar ante el despliegue de ideas de Frisa pertenece a la más ardua de cuantas tareas tiene a bien encomendarnos. Esconde varias lecturas y moralejas que aportan riqueza a un subgénero que actualmente únicamente respira a manos de los grandes. La autora llama con puño de hierro a las puertas de este club. María Frisa la perfección.