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Triste, ¿Te gusta el estilo de Berhard? Un poco mortificante tal vez ¿no? De lo que no cabe duda es de que tiene un estilo diferente, es un autor diferente.
Yo no sé todavía si me gusta. Supongo que sí, si no no buscaría sus textos -¿novelas o no?. Lo que tengo claro es que la lectura de Berhanrd no me resulta placentera, es dura, fría, inquietante, obsesiva, crítica .... Me hace pensar, sí, quizá por eso igual me gusta.
"Maestros Antiguos" es muy representativa del estilo de Berhard, un monólogo interior duro, seco e intenso, crítico, con una prosa reiterativa. Al igual que en "Tala" el narrador de "Maestros Antiguos" es también un testigo estático que "observa al observador", un portavoz del protagonista. Interesante.
En cuanto al fondo, lo leí hace tiempo, pero esto tengo apuntado .... Roger es un anciano que durante toda su vida ha sido un apasionado del arte, musicólogo, crítico del Times, su vida ha girado siempre alrededor de la música, la pintura, la filosofía, observando y admirando a los grandes maestros. Pero cierto suceso (la verdad es que ahora ni siquiera lo recuerdo), "rompe" su vida cotidiana y cuando trata de buscar refugio en los "antiguos maestros" queda mortalmente decepcionado del valor del arte y cae en un total estado de amargura, que da lugar a una diatriba contra la humanidad, la cultura en todos su ámbitos, el estado, la iglesia católica, Viena, Austria .... y asume, frente al "arte", una posición beligerante, de observación crítica, un perfeccionismo a través del cual poder encontrar el fallo en cada obra ... salvo en el cuadro que cada día desde hace 30 años, observa desde el banco de la Sala Bordone del Kunsthistorischen Museum, "El hombre de la barba blanca" de Tintoretto.
En fin, la obsesión como centro y la crítica como arma.
Me gusta mucho. Uno de sus libros es de mis favoritos sin ser algo extraordinario (El malogrado), pero importante para mí por uno de los personajes. Sí también es enorme, igual que El sobrino de Wittgenstein. En general, creo que Bernhard era un genio y casi todo lo que leo de él me gusta. Después de leer a Saramago ya ningún autor me molesta con esas formas "raras" de escribir. Me alegra que Thomas dejara tanta obra, me queda mucho de él para leer, y su poesía es tan bella como algunas de sus novelas y relatos.
triste escribió:Me gusta mucho. Uno de sus libros es de mis favoritos sin ser algo extraordinario (El malogrado), pero importante para mí por uno de los personajes.
El malogrado me impactó mucho, Glenn Gloud, el genio involuntariamente destructor y paralizante; Wertheimer, el malogrado, la víctima aniquilada por su propia conciencia de inferioridad respecto del genio, y el narrador, como tercero en discordia que sobrevive al genio aniquilador y es testigo del drama que se cuece en la conciencia del malogrado, algo al estilo Mozart / Salieri.
Es lo primero que leo de Thomas Bernhard. Lo estoy disfrutando como cuando encuentras algo nuevo, algo diferente, algo muy bueno.
Con este autor me sucede lo siguiente... leo algo que me gusta mucho y de inmediato quiero copiarlo. Entonces pienso: De aquí dos páginas me va suceder
lo mismo. Leeré en otra página algo que me va gustar mucho y esto se va repetir constantemente, porque me está gustando mucho todo lo que estoy leyendo y esto se va repetir cada dos o tres páginas más o menos). Al final decido dejarlo, ya que tendría que copiar el libro entero y decido seguir leyendo y disfrutando sin pausas de cada una de las páginas del libro (ya se que no soy Thomas Bernhard, pero me gustaría).
Última edición por yus el 05 Nov 2014 19:27, editado 1 vez en total.
La escuela es la escuela del Estado, en la que se convierte a los jóvenes seres en seres del Estado y, por consiguiente, buenos solo para peones del Estado. Si iba a la escuela, iba al Estado y, como el Estado aniquila a los seres, iba al establecimiento de aniquilación de seres.
El Estado, como a todos los demás, me obligó a entrar en él y me hizo dócil a él, ese Estado, e hizo de mí un hombre del Estado, un hombre reglamentado y registrado y domado y diplomado y pervertido y deprimido, como todos lo demás.
Cuando vemos en las grandes ciudades amontonados millones de hombres del Estado nos dan náuseas, porque también cuando vemos el Estado nos da náuseas. Todos los días, cuando nos despertamos, nos da náuseas este Estado nuestro y, cuando vamos a la calle, nos da náuseas los hombres del Estado que pueblan este Estado. La Humanidad es un gigantesco Estado que, si somos sinceros, nos da náuseas cada vez cuando despertamos.
Así como el llamado hombre libre es una utopía, el llamado artista libre a sido siempre una utopía, una locura. Los artistas, los llamados grandes artistas, pienso, son además los más faltos de escrúpulos de los hombres, mucho más faltos de escrúpulos aún que los políticos. Los artistas son los más hipócritas, todavía mucho más hipócritas que los políticos, así pues, los artistas del arte son todavía mucho más hipócritas que los artistas del Estado. Ese arte, al fin y al cabo, se dirige siempre al todopoderoso y al poderoso y se aparta del mundo. En realidad, ¿por qué pintan los pintores, cuando existe la Naturaleza?. Hasta la obra de arte más extraordinaria no es más que un esfuerzo lastimoso, totalmente carente de sentido y de finalidad, de imitar a la Naturaleza. ¿Qué es el rostro pintado por Rembrandt de su madre frente al rostro real de mi propia madre?. ¿Qué son los prados del Danubio, por los que pudo andar mientras los puedo ver, en comparación con los pintados?. No hay nada más repulsivo para mí, que los señores pintados. Pintura de los señores y nada más. Conservar, dice la gente, documentar, pero al final y al cabo, como sabemos, sólo se conserva y se documenta lo mentiroso, lo falso, sólo se conserva y se documenta la falsedad y la mentira, la posteridad sólo tiene falsedad y mentira colgadas de las paredes, sólo hay falsedad y mentira en los libros que nos han dejado los llamados grandes escritores, sólo falsedad y mentira en los cuadros que cuelgan de esas paredes.
Los pintores, todos esos Maestros Antiguos, que la mayor parte del tiempo me asquean más que nada y que siempre me han horrorizado,sólo han servido siempre a un señor, nunca a sí mismos y, por consiguiente, a la Humanidad misma. Al fin y al cabo pintaron siempre un mundo fingido que se sacaban de dentro, a cambio de lo cual esperaban obtener dinero y gloria; todos pintaron siempre desde esa perspectiva, por deseo de oro y por deseo de gloria, no porque quisieran ser pintores sino sólo porque querían tener gloria o dinero o gloria y dinero juntos.
En Europa, sólo pintaron siempre entre las manos y para la cabeza de un dios católico, de un dios católico y de sus dioses católicos. Cada pincelada, por genial que sea, de esos llamados Maestros Antiguos es una mentira, dijo. Pintores decoradores del mundo llamó ayer a los que en el fondo odia realmente y por los que, al mismo tiempo, siempre ha estado fascinado y, de hecho, durante toda su vida lastimosa. Mentirosos ayudantes de decoración religiosa de los señores católicos europeos, no otra cosa son esos Maestros Antiguos, eso lo puede ver en cada toque que esos artistas han dado con desenfado en sus lienzos, mi querido Atzbacher, dijo. Naturalmente dirá usted que es el más alto arte pictórico, dijo ayer, pero no olvide mencionar o por lo menos pensar, o al menos pensar para sus adentros, que es también el arte pictórico infame, lo infame de ese arte es al mismo tiempo lo religioso, eso es lo que hay en él de repulsivo.
Lo de repetir una y mil veces la misma frase lo puedo dejar pasar... pero esa sensación de no avanzar, de estancamiento, me hace perder el interés constantemente.
Mi interés crece cuando el autor me habla de la vida de Reger y decae con sus pensamientos obsesivos... (es curioso lo que me sucede con este autor).
Mis padres eran un matrimonio espantoso, dijo, se aborrecían en secreto, pero no podían separarse. La propiedad y el dinero los mantenían unidos, ésa es la verdad.
Mis padres tenían oídos, pero no oían nada, tenían ojos, pero no veían nada, sin duda tenían un corazón, pero no sentían nada. En medio de esa frialdad me crié yo, dijo. Toda mi infancia no fue otra cosa que una época de desesperación. Mis padres no me querían y yo tampoco los quería. No me perdonaban el haberme hecho, en toda su vida no me perdonaron el haberme hecho. Si existe el infierno, y naturalmente que existe el infierno, dijo, entonces mi infancia fue el infierno. Probablemente la infancia es siempre un infierno, la infancia es el infierno, dijo, da igual qué infancia sea, es el infierno. La gente dice que ha tenido una hermosa infancia, pero sin embargo fue el infierno.
Uno tiene que tener la fuerza de convertir el mundo en caricatura, dijo, la enorme fuerza de espíritu, dijo, que hace falta para ello, esa única fuerza de supervivencia, dijo. Sólo lo que encontramos finalmente ridículo lo dominamos también, sólo cuando encontramos ridículo el mundo y la vida en él progresamos, no hay otro método, ninguno mejor, dijo. En un estado de admiración no aguantamos mucho tiempo, y nos hundimos si no rompemos con ese estado a tiempo, dijo. Al fin y al cabo, durante toda mi vida he estado lejos de ser un admirador, la admiración me es ajena, como lo admirable no existe, la admiración me ha resultado siempre ajena y nada me repele tanto como observar a gentes que admiran, que padecen alguna clase de admiración. Va uno a la iglesia y la gente admira, va a un museo y la gente admira. Va a un concierto y la gente admira, resulta repelente. La verdadera inteligencia no conoce la admiración, toma nota, respeta, estima, eso es todo, dijo.
Podría decir que este ha sido mi primer contacto con la obra de este escritor, porque leí una obra de teatro hace tiempo, pero no recuerdo de ella casi nada. Y vaya, no te encuentras cada día con un estilo así de original, no se decidir aun si me ha gustado o no, lo que sí que ha hecho es atraparme bastante hasta el final con esa reiteración de mala leche y odio a muchas cosas. Realmente hay que ser un gran escritor para escribir algo así y enganchar al lector, y yo me he enganchado, puedo entender la fascinación que provoca Bernhard.
@Yppe esa es, creo, la sensación que habitualmente dejan los libros de Bernhard, al menos es mi caso los cuatro o cinco libros suyos que he leído, todos breves. Ese narrador tan particular, las reiteraciones, el tiempo retenido, el fraseo largo y complejo, esa narración casi obsesiva, la profundidad de los temas que aborda, siempre la crítica. No cabe duda de que es un grandísimo escritor, pero uno sabe que sus libros no son precisamente divertidos y ahí siempre mi duda de si me gusta o no, de si encuentro un equilibrio entre la forma, el fondo y la historia (quizá El malogrado es, en mi recuerdo, el que más lo consigue). Hace mucho que no leo nada suyo, es verdad. Y hace años que compré (cuando aún compraba para leer) Relatos autobiográficos, de Anagrama (de la colección Otra vuelta de tuerca) que recopila El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño. Sigo esperando el momento en el que el estado (y espacio) mental me pida leerlos, todavía no ha llegado, supongo que se manifestará solo, me lo imagino como un amplio espacio paz, soledad y lucidez (no sé si llegará). También es verdad que me he vuelto algo perezoso ante el esfuerzo.
Sí, creo que Sebald me gusta mucho más, he leído un par de libros suyos y me quedé con ganas de seguir con su obra. La sensaciòn que me dejó fue totalmente diferente, cierta fascinación también, pero se me hizo muy agradable de leer, en cambio con Bernhard hay que hacer más esfuerzo. Pero me ha interesado, y no descarto seguir leyéndolo, me interesan bastante sus libros autobiográficos, a ver si un día me pongo con ellos.
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