Con El mal de Portnoy me lo pasé en grande, de principio a fin. Como comenta M. Corleone, su narrativa es genial.
Os contaré que cuando lo estaba leyendo, mi pareja se rompió el brazo jugando a fútbol. Entre una cosa y otra pasamos unas ocho horas en urgencias, y entre una cosa y otra yo iba leyendo. Pero para hacerlo muchas veces debía parar y tranquilizarme para no ponerme a reír allí mismo (imaginaos que mal rollo soltar una carcajada ahí medio). La culminación llegó al contar Portnoy
cuando se masturbó con la carne (eran bistecs o algo así), luego la dejó en la nevera y que esa noche se la comieron. |