El libro ha ido ganando en intensidad, hasta llegar a un final vertiginoso, en el que
ni Valmont ni Merteuil me han causado pena. Los dos lo tienen merecido por egoístas, vanidosos, infantiles e inmaduros (el colmo es Merteuil celándose de una cría de quince años). Me extrañó que Merteuil, haciendo gala de ser tan astuta, no haya podido prever que Valmont podía vengarse a través de las cartas, pero supongo que es lo que tiene la vanidad; al final, Merteuil pierde la apuesta más importante. Lástima que Valmont muriera y no sufriera el mismo descrédito social que Merteuil. La verdad es que ninguno de los personajes que aparece en el libro parece tener la madurez y sensatez suficiente para afrontar las cosas, salvo quizá la señora Rosemonde. |
De hecho, este fin de semana estuve intentando encontrar la película de Frears, y la de Crueles intenciones, pero está complicado.