Quinta Serie. Episodio Segundo
Constituyen los primeros capítulos de esta novela un casi epílogo del anterior episodio. Una explicación de las consecuencias del alucinante acto con que se remató... Y de esas páginas resulta algo melancólico y poético, elegíaco, sencillo y humilde, de una tristeza que tiene un no sé qué de bello...La España trágica de este episodio, turbulenta y sin rumbo, es la que sucede a la Revolución de 1868 y al destierro de Isabel II. La muerte en duelo del infante don Enrique de Borbón a manos del duque de Montpensier y el misterioso asesinato del general Prim son los sucesos en torno a los cuales se urde la acción novelesca de este episodio que se desarrolla en los escenarios madrileños tan gratos al novelista.
Hay que decir que las Serie III y IV se hermanan en esta última serie y las nuevas generaciones van asumiendo el protagonismo que las anteriores disfrutaron.. Los niños de la IV Serie se nos han hecho hombres o mujeres y los antiguos jóvenes son ya los padres y madres responsables. Las familias cruzan sus destinos, quizás se haga incluso que las dinastías mezclen su sangre, personajes secundarios o protagonistas en algún lejano episodio asoman la jeta para darnos a conocer qué ha hecho con ellos el tiempo y cómo les ha tratado el perro mundo.
Así, el niño que en “Aita Tettauen” encontrábamos asomado al balcón contemplando admirado y fantasioso el paso de los batallones africanos, es ahora un joven espiritualizado, cargado de lecturas francesas, hijo de la Revolución del 68 (del 68 español, se entiende), de esa Gloriosa que poco a poco se va desordenando dentro de un puchero hirviendo que vanamente intenta templar el cocinero Prim. Pero las cataratas del Niágara necesitaría el bueno de Prim para enfriar el caldo, que el fuego lo atizan las insurrecciones carlistas, las federales, el levantamiento en Cuba, la crisis económicas, el pendonear cada uno por su lado y el quebradero mareante de encontrar a alguien admisible a quien ponerle la corona del manicomio: que si a Antonio I, que si a Baldomero I, que si a Leopoldo I el Oleole, que a Carlos el que toque, que al Alfonsito.... Cualquiera de esas cabezas reinará en un manicomio. Porque la España del Siglo XIX, como la del XX, da la sensación de una grillera de locos desatados. ¿No es en España donde se organiza una peregrinación para ir a Roma a cargarse el Vaticano I y darle un estacazo al Papa en la cabeza? ¿No es en esa misma España donde se habla de rescatar al Papa de los garibaldinos y ofrecerle una sede pontificia?
Aquí los que no se empeñan en resolver problemas del siglo XIX con ideas del siglo XVII lo quieren hacer con ideas del Siglo XXIII. Y aquí, sobre este suelo, también los pretendientes a rey se dan el gusto de batirse a pistola. Galdós dedica capítulos estupendos a narrar los prolegómenos, el duelo y las postrimerías del que enfrentó al Duque de Montepensier con el Infante Don Enrique. Ilustre estupidez que acabó con un hombre con los sesos desparramados... Meses después de Francia llegan trenes más repletos de españoles que de costumbre: los que regresan gracias a las amnistías y los que vienen huyendo de la guerra en Europa... En uno de esos vagones viaja Paul y Angulo con la boca rebosante de abajos; abajo la Monarquía, abajo la Unidad Católica, abajo el ejército, abajo el centralismo, abajo el Código Civil y abajo el Código Penal... Y quizás ya en silencio medita en los tiros que acabarán con Prim. A fin de cuentas ya dejó escrito que a ese tipo había que matarlo en la calle, como a un perro.