“You´ll never get out of this blues alive”... eso es lo que te dice todo buen blues que se precie. Y si no lo dice, es que es una mierda de blues. Es un mundo muy particular, lleno de obsesiones (rítmicas, temáticas, emocionales, etc) de las que no se puede huir. Casi un trágico ritual, que se repite una y otra vez, como se repite lo más íntimo que hay en nosotros, nuestra particular “enfermedad”, aquello que nos acompaña desde siempre como seres humanos, nuestro cáncer. Del blues, como de la vida misma, nunca se sale vivo...Aai el Blues, padre del rock, la verdad es que no puedo escuchar blues más de una hora seguida, no se porqué (pero bueno, es tiempo suficiente, ¿no?)
En cuanto a la relación paterno-filial entre rock y blues... yo a veces veo al rock and roll como a un hijo rebelde, idealista, vital, luchando por no convertirse en su padre; un viejo borracho, desencantado de la vida y de sí mismo, conformista, autodestructor (el blues).
Y es que puede que el rock surgiera de una íntima convicción: la de que, añadiendo velocidad y ritmo al blues, este acabaría perdiendo su tristeza. Después ha acabado siendo más cosas, por supuesto, pero en sus inicios quizás fue la historia de un denodado combate contra la pena. Lo que a mis ojos nunca dejará de ser hermoso...
Pero toda revolución acaba siendo parcial, aunque comience con intenciones absolutas... y hay una cosa de la que el rock jamás ha conseguido zafarse del todo: esa vieja obscuridad del padre que aún lleva encastillada en los genes y que, tarde o temprano, acaba asomando hasta en el más jubiloso de los rockers (en forma de lascivia o de autodestrucción).
Eso siempre estará ahí...
Permitidme que lleve a cabo, en este caso, una (aparente) digresión musical... porque el blues que yo voy a poner es (además de la mejor canción de los Led Zeppelin), uno de los mejores blues que nunca se hayan compuesto. En realidad, lo que Page y compañía hicieron fue fusionar un puñadito de clásicos del género y cargar al viejo “blues del precito” de una energía feroz, de una fantasía alucinada y de un furor casi místico que no podrían haberse imaginado, ni por asomo, los bluesmen más “malditos” del Delta.
Dicen que Page tomó la música de un par de composiciones de los años 20 o 30. Poco importa. En primer lugar, porque lo mismo se puede decir de todas las grandes canciones de blues; este, como he dicho antes, es un antiquísimo ritual, tan viejo como el mundo, que nació con el primer quejido humano y con el primer ritmo tribal y que perdurará hasta que nuestra infecta raza humana desaparezca para siempre de la faz de la tierra. Por otro lado, ese viejo ritual bluesero esconde una verdad y la verdad, como es bien sabido, no es de nadie, sino de todos... sólo la mentira es de uno; y cada uno vivimos en la nuestra. En ese sentido, resulta de una coherencia aplastante (casi mágica) comprobar que el blues es uno de los géneros en los que los nombres, la “originalidad”, las autorías, etc. menos importan.
Atención a la firma del chamán (Bonham). Sin repetición obsesiva y enérgica de los mismos ensalmos, no se crea el necesario “groove”. Bonham es, sin duda, uno de los baterías más tribales que hayan existido. Sin ser un virtuoso (al menos para mí no lo es), fue un genio. Cosa que me he dado cuenta de que sucede muchísimas veces, en todas las artes y en todos los tiempos. No en vano, el arte no es sólo una técnica, es ante todo un misterio, y es en esa parte misteriosa del oficio donde Bonham se movía como pez en el agua...
Lo dicho: uno de los mejores blues que se hayan compuesto, “When the Levee Breaks” (1971). Dura siete minutos, pero, como toda gran canción de blues, podría durar una fatal (e inescapable) eternidad.
A disfrutarlo.
Enlace