El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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La noche que conocí a Vibeke




Vibeke cabeza.jpg



El azar quiso que el 4 de agosto de 1975 me hallara en Paris y, gracias a ello, presenciara una escena que me iba a marcar de por vida. Fue un momento de éxtasis estético al que por nada del mundo renunciaría, pero que me creó tales expectativas sensuales que después no he encontrado a nadie capaz de colmarlas.

Fui una joven —antes, una adolescente; y todavía antes, una niña— muy rebelde. Y aquel verano, en cuanto se terminaron las clases e hice todos los exámenes, decidí marcharme de casa de mis padres. Me llevé lo puesto, la guitarra española colgada en bandolera y lo que buenamente me cupo en mi mochila azul.

Por esa época, París formaba parte de los sueños de muchos jóvenes universitarios y fue la ciudad que elegí como destino. Hubo jornadas en las que caminé durante todo el día por el arcén de la carretera; otras, en las que, cansada de la caminata de la víspera, aguardé sentada en la cuneta —la mano derecha en alto, con el puño cerrado y el dedo pulgar extendido— a que algún conductor compasivo detuviera su vehículo.

Me llevó casi un mes alcanzar mi meta y llegué mugrienta, muerta de hambre y con telarañas en los bolsillos. Lo primero que hice fue cumplir mi deseo de recorrer los interminables malecones fluviales de la ciudad. Pero mi estado era tan lamentable que, mientras recorría las orillas del Sena, tuve la sensación de estar haciendo realidad no tanto un sueño como una pesadilla.

Me hubiera gustado emular a Anaïs Nin, quedándome a vivir en alguna de las viejas gabarras que vi atracadas no muy lejos de la mítica Isla de San Luis. Pero el destino debía estar ya encaminando mis pasos hacia la noche de autos y acabé alquilando una minúscula «chambre de bonne» en una de las antiguas casas burguesas de Le Marais.

En un principio, mi francés dejaba mucho que desear, ya que apenas si era capaz de chapurrear un puñado de palabras sueltas o de frases convencionales aprendidas en el colegio. Por suerte, antes de abandonar la casa de mis padres, a última hora eché en la mochila un pequeño diccionario bilingüe que me acabó prestando un gran servicio.

Lo llevaba conmigo a todas partes; y un día, buscando una palabra que empezaba por eme, me tropecé de forma fortuita con el vocablo «marais». Supe así que el nombre del barrio en el que me alojaba hacía alusión a su pasado, nada halagüeño, de terreno pantanoso anegado, cada cierto tiempo, por las aguas del Sena.

Estar viviendo sobre una antigua ciénaga se me antojó un mal presagio. Mi reacción no fue, sin embargo, la de achantarme, sino todo lo contrario: me esforcé para ser aceptada, como uno más de ellos, por la caterva de artistas diletantes e intelectuales de medio pelo que, en esos años, vivían en las buhardillas del Pletzl.

De noche nos juntábamos en los cafés del barrio. Nuestra consigna era atrincherarse en aquella suerte de comuna metafórica y salir adelante de la mejor forma posible. En mi caso, los francos para mal comer y pagar el alquilé de la habitación me los ganaba rasgueando las cuerdas de la guitarra: unas veces, a orillas del Sena; otras, a bordo de un «bateau mouche».

En cuanto las farolas se encendían, guardaba la guitarra en su funda y regresaba a casa haciendo siempre un mismo recorrido. La calle Aubriot no formaba parte de este, pero la noche de marras, absorta en mis preocupaciones —cada día dudaba más de que no hubiera sido un error huir tan pronto del nido—, me desvié de mi ruta. El desánimo hizo, además, que llevara la cabeza gacha y no fuera consciente de mi error hasta que el machacón clic del obturador de una máquina de fotos me incitó a levantar la vista del suelo.

Y entonces la vi a ella, elegante, tentadora: la mirada baja, esquiva, ensimismada en su propio mundo; el cabello corto y relamido hacia atrás; la mano izquierda metida en el bolsillo del pantalón; la derecha, sosteniendo un cigarrillo con glamur. Llevaba un traje oscuro a juego con su faceta sombría, peligrosa, de criatura de la noche; en cambio, la camisa y la corbata eran blancas y sugerían cierta candidez. En conjunto, irradiaba una impactante belleza andrógina que de inmediato me atarantó.

Mientras disfrutaba de esos minutos de éxtasis contemplativo, el clic de la cámara estuvo sonando de forma frenética. Era como si el fotógrafo tampoco deseara perderse ni un solo instante de aquel estado de gracia en el que parecía hallarse inmersa la joven. Embelesada con tanta belleza, no me di cuenta de que la sesión fotográfica había terminado hasta que se apagaron los focos y su figura se quedó momentáneamente en la penumbra.

Ya no estaba posando, pero su belleza continuaba siendo igual de irreductible. Detenida como un pasmarote en medio de la calle, seguí mirándola. Me sorprendió el rictus de tristeza que vi dibujarse en su rostro, pues no me lo esperaba en alguien que, pese a ser tan joven, ya había triunfado en París. El contraste entre su suerte y la mía era tan grande que, cuando me miré a mí misma, sentí horror de que una joven tan glamurosa pudiera verme con aquella pinta infame.

Me alejé a toda prisa, la cabeza de nuevo gacha, y me acodé en la barra del primer café que encontré abierto. No era propio de mí aturdirme con alcohol. Pero en aquel momento necesitaba hacerlo, y lo hice. Una pena, sin duda, pues ese aturdimiento etílico me ha impedido siempre estar segura de si fue ella, o no, la que se sentó a mi lado y, tras beberse en silencio un par de güisquis, me hizo algunas confidencias.

Había cambiado el esmoquin del posado por unos ceñidos jeans y una camiseta blanca con estampado de mariposas. Éramos dos desconocidas y estábamos, además, bajo los efectos del alcohol. Hablamos, pues, sin tapujos ni inhibiciones, sobre todo ella —su inglés era más fluido que el mío—. Me dijo que era danesa y que estaba en París por motivos de trabajo. Tenía veintidós años —solo dos más que yo— y, sin embargo, me confesó que estaba ya muy cansada de posar y de sufrir flirteos no deseados.

Mientras la escuchaba, no podía dejar de mirarla. Era tan bella que su sola presencia me abrumaba. Es más, la desproporción entre su rotundo éxito y mi no menos rotundo fracaso me hacía sentirme tan insignificante que, como mecanismo de defensa —mi autoestima andaba por los suelos—, me dio por pensar que, detrás de aquella fachada de diosa andrógina, se escondía una criatura tan frágil y tan vulnerable como las mariposas que, en ese momento de sopor etílico, yo veía revoloteando sobre su pecho.

Fue un encuentro fortuito en el que solo hubo ingenuas confidencias y mucha complicidad: dos veinteañeras que, acodadas en la barra de un café a altas horas de la noche, comparten sus escasas experiencias y sus numerosas inseguridades. Supongo que a la mañana siguiente ella ya me habría olvidado; yo, en cambio, ni siquiera ahora, tantos años después, lo he hecho. Fue una suerte de enamoramiento platónico, ni siquiera correspondido, pero que me iba a dejar una huella imborrable.

Unas semanas más tarde, al pasar junto al kiosco de prensa que había en la esquina de mi calle, me llevé la grata sorpresa de ver inmortalizada aquella conjunción extática, de belleza y elegancia, en el número de septiembre de Vogue. En la portada aparecía ella justo en la pose en la que yo la había visto por primera vez en el corazón de Le Marais.

Aunque el precio de la revista no estuviese al alcance de mi bolsillo, no pude vencer la tentación de adquirir un ejemplar a crédito. Retorné, pues, a mi habitación abrazada a aquella «Calle de París» que, al margen de una momentánea estrechez económica mayor —la deuda tenía que pagarla—, me iba a regalar muchos instantes de felicidad rememorando lo vivido esa noche.

Ya en casa, hojeando las páginas interiores, me di cuenta de que en la calle Aubriot me había codeado con la «crème de la crème»: mi compañera de barra y confidencias había sido la modelo danesa Vibeke Knudsen; el diseñador del esmoquin que le daba aquel imponderable aire andrógino, el modisto Yves Saint Laurent; y el fotógrafo que la miraba a través del objetivo —su carrera se volvería rutilante a partir de esa portada—, Helmut Newton.

Todavía hoy, después de casi medio siglo, cada vez que miro el recorte de esa portada de Vogue —lo tengo colgado en la pared de mi dormitorio—, me pregunto si aquella travesura del azar fue un golpe de suerte o de infortunio. Porque contemplar tanta belleza y tan de cerca fue sin duda algo sublime, pero la soledad que ese encuentro me ha acarreado después no lo ha sido menos.



Vibeke.jpg





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Última edición por jilguero el 18 Jun 2022 21:57, editado 4 veces en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

Cómo te puede la estética, jilguerillo :lol:
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

lucia escribió: 26 Sep 2021 20:25 Cómo te puede la estética, jilguerillo :lol:
El día que deje de percibir la belleza (bajo sus múltiples formas*) y pierda la curiosidad, seré mujer muerta :wink: .

Dándote la razón, acabo de bajar a algo tan prosaico, como depositar la basura en el contenedor, y me he tenido que quedar un ratito contemplando el horizonte :D.

Atardecer.jpg


* en el caso d la belleza humana, la ajena, pues el ir habitualmente con una pinta infame lo comparto con la protagonista de la pamplina :lol:.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 26 Sep 2021 21:04El día que deje de percibir la belleza (bajo sus múltiples formas*) y pierda la curiosidad, seré mujer muerta
Lo suscribo al cien por cien, jilguero, cambiando el género y añadiendo "lo que yo considero bello", que pocas veces coincide con lo que opinan los demás. Y para muestra un botón: ¿hay mayor belleza musical que el minimalismo de Michael Nyman?

Por cierto, una magnífica pamplina, por no perder la costumbre, que te has sacado de la manga infame (jilguero dixit).
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 27 Sep 2021 10:40 Lo suscribo al cien por cien, jilguero, cambiando el género y añadiendo "lo que yo considero bello", que pocas veces coincide con lo que opinan los demás. Y para muestra un botón: ¿hay mayor belleza musical que el minimalismo de Michael Nyman?
Jajaja, pues no te creas tan único porque entre los bujianos hay más amantes de esta música. Otra cosa es que no estés de acuerdo con las similitudes que la de las mangas infames ve a veces. En el minuto 2'25, cuando entran los instrumentos de cuerda, se me antoja una marcha procesional hasta el punto de que, si cierro los ojos, veo una manto de terciopelo azul siena meciéndose con sus sones.
Gretogarbo escribió: 27 Sep 2021 10:40 te has sacado de la manga infame (jilguero dixit).
Ahora estoy sin mangas, pero cuando llegue su momento os mandaré alguna foto de mangas para que vosotros mismos juzguéis y comprendáis por qué la protagonista de la pamplina huyó para que no la viera esa Vibeke elegante y glamurosa.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 27 Sep 2021 16:37... pues no te creas tan único porque entre los bujianos hay más amantes de esta música.
Mi comentario de la música de Nyman, el músico al que he escuchado más veces en directo y al que le saqué una dedicatoria manuscrita en la entrada de una de sus actuaciones, no iba por la condición de raro sino por la de contemplativo y escuchante de lo bello.
jilguero escribió: 27 Sep 2021 16:37JEn el minuto 2'25, cuando entran los instrumentos de cuerda, se me antoja una marcha procesional hasta el punto de que, si cierro los ojos, veo una manto de terciopelo azul siena meciéndose con sus sones.
Un antojo como otro cualquiera, que no comparto.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 28 Sep 2021 09:54 Mi comentario [...] no iba por la condición de raro sino por la de contemplativo y escuchante de lo bello.
Conformada. No te entendí bien. Mis disculpas.
*****

El sábado, Cata, iba paseando cuando vi en el suelo lo que me pareció una ciruelita. Cuando levanté la vista extrañada en busca del ciruelo (me extrañaba no haberlo visto antes por estar en el recorrido de un mercado de abastos que he frecuentado teimpo atrás) y descubrí que se trataba del seudofruto del gingo (Ginkgo biloba). Digo que es seudofrruto porque, aunque parezca una drupa, es una semilla con una cubierta externa carnosa y una capa interior dura. Es, además, un árbol que se considera fósil viviente (sus parientes más cercanos son fósiles de verdad) con unas hojas inconfundibles, en las que todas las divisiones son dicotómicas (en dos).

Imagen


Al gingo lo conozco desde hace muchos años (los primeros ejemplares creo recordar que los vi de universitaria en los jardines del Alcázar de Sevilla) y, sin embargo, nunca le había visto esa suerte de frutos. Sabía que es dioico, es decir, que las flores masculinas y las femeninas están en árboles (pies) separados. Pero el sábado comprobé que la parte carnosa de esos "frutos" tienen mal olor, como si fuesen de queso o de mantequilla enranciada, y por lo visto eso hace que se tiendan a plantar más los pies masculinos que los femeninos en los parques para evitar ese mal olor. Lo cual,, a su vez, explicaría que no los haya visto antes porque debían ser pis masculinos.

Imagen


Total, que me traje para casa algunas semillas que ya estaban limpias, o casi limpias, de la envuelta mantecosa y maloliente y ya están en mi colección de semillas. Son bonitas y de tacto muy suave. Aquí te muestro mi cosecha sabatina :D.

Semillas de gingo.jpg
Semilla.jpg


Imagino que el nombre de gingo te sonará porque tiene fama por sus propiedades terapéuticas y a veces ha habido anuncios hasta en la tele. Aunque, como suele ocurrir con esto de la medicina natural, hay quien pone en duda que tenga todas las propiedades beneficiosas que tradicionalmente le han achacado.

Y azulín, azulado, la clase de botánica se ha acabado :60:.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por luchana »

Me ha recordado al jínjol o azufeifa, Ziziphus jujuba que aqui se conoce
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 28 Sep 2021 18:19Conformada. No te entendí bien. Mis disculpas.
No hay nada que disculpar, jilguero. Quizá tuviese que explicarme mejor.

Los ginkgos son árboles de culto, por eso que has dicho que son fósiles vivientes. Si no recuerdo mal, son los árboles de hoja caduca más primitivos que tenemos en el planeta.

Por cierto, en mi pueblo plantaron uno hace apenas dos o tres años, cuando arreglaron una placita. Lo asentaron en un alcorque, adyacente a la marquesina de la nueva parada de autobuses que van hacia la capital de provincia. Tengo buena relación con el alcalde y un día, charlando con él precisamente en la placita, le comenté que ese árbol estaba demasiado próximo a la marquesina y a un edificio y que con el tiempo, un tiempo que yo ya no veré, podría suponer un inconveniente. Puso cara de resignación, bien por incredulidad, bien por no tener ya remedio la decisión de plantarlo allí. Pero el joven ginkgo ya no será un problema. Una mañana de este pasado verano apareció medio tronzado por la mitad.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

luchana escribió: 28 Sep 2021 23:35 Me ha recordado al jínjol o azufeifa, Ziziphus jujuba que aqui se conoce
Sí, la pinta exterior no es muy diferente de la azufaifa que es como aquí llamamos al fruto del azufaifo. Siempre he pensado que tiene un nombre chistoso, tanto en su nombre latino como en el vernáculo
Gretogarbo escribió: 29 Sep 2021 09:19 Una mañana de este pasado verano apareció medio tronzado por la mitad.
¿Quires decir que le habían aserrado parcialmente el tronco?

*****

Cata, mañana, como dice la canción, puede ser un gran día :wink:.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 29 Sep 2021 17:23¿Quires decir que le habían aserrado parcialmente el tronco?
No, más bien que un conductor no calculó bien la trayectoria de su automóvil. O que algún gilipollas se divirtió coceándolo.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »




Mis disculpas, Cata, por el retraso de 24h. Confié en mi memoria y he metido la pata :?.

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¡Feliz cumpleaños, Cata :60:!




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Hoy... ¡comienzo, pues, de una nueva vuelta al sol :wink:!


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

Mis felicitaciones a la inspiradora de este hilo.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Tolomew Dewhust »

La felicité por teléfono pero aprovecho para dejarlo igualmente escrito aquí: ¡feliz cumple, Cata!

La luna esa grande que se avecina me pilla libre, pero en la tarjeta de memoria del móvil anterior tengo la foto de una enorme luna vainilla justo bajo aquel puente. Qué curioso. A ver si la rescato y la subo aquí.

Leí también que se le preguntaba a Catulo en otro hilo si sabía cuántos agentes están de servicio una noche cualquiera, en relación a posibles disoluciones de botellones, como los que en Cádiz están teniendo lugar en La Caleta. Me dice Catulo que varía en función de las circunstancias, pero oscila entre 4 y 6... Del todo insuficiente para tal cosa, y aún así se está interviniendo - solo de PN, PL tiene bastantes más efectivos.

Un saludo, un abrazo y un beso a todos.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

Feliz cumpleaños, Cata.
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