Capítulo III – El Verdadero Arte de la Guerra
Los moskiovitas interceptaron a los frangos a la hora del crepúsculo, justo antes de que estos superaran el tramo del Kirularios que discurría cercado por el Acantilado Blanco. El camarote del mago estaba en las entrañas del buque insignia, y en su centro se erguía un altar tallado para la ocasión, sobre el cual había un cáliz, una daga y un abanico de plumas. Frente al altar se erguía Lirias y tras él, fuera del círculo sigilizado que delimitaba el suelo sagrado, Petros y Alexios observaban el ritual.
-Ahora debo invocar al viento del noroeste -anunció Lirias. Dicho esto hizo un gesto a Petros para que se acercara y le ofreció la daga.
-Ofrendad vuestra sangre en el cáliz.
Petros frunció el ceño.
-¿Por qué mi sangre? ¿No sirve la tuya o la de Alexios?
-Ha de ser sangre azul, y ni yo ni vuestro medio-hermano somos vástagos de Kanavos. Solo el maná que contiene la sangre de quién ha nacido en púrpura puede propiciar a este elemental.
A regañadientes Petros tomó la daga, se hizo un corte en la cara externa del antebrazo y dejó fluir la sangre hasta llenar el cáliz. Hecho esto devolvió la daga a Lirias y se alejó para vendarse la herida.
-Reza porque tu magia funcione, hechicero. Te he dado muchos privilegios a cambio de tus promesas, pero si fracasas a pesar de haberte entregado mi sangre te empalaré y mojaré mi pan en la tuya mientras contemplo como mueres.
-Si tanto teméis el fracaso os sugiero que os concentréis en cumplir vuestra parte en mi plan -replicó Lirias fríamente. Acto seguido dió la espalda al Arconte, tomó el abanico y empezó a trazar sigilos en el aire mientras murmuraba un arcano cántico.
Los ojos de Petros relampaguearon, pero tomó su arco y salió a cubierta sin decir nada seguido por Alexios. El Arconte vestía sobre la ropa una armadura rumelia hecha de plumas de cuero blanco, casi tan resistente como una cota de malla y mucho más ligera, y al cinto llevaba un carcaj repleto de flechas rematadas con pluma de cisne. Pero Alexios no vestía armadura alguna, solo una túnica de pechera cruzada y una espada curva sin guarda.
Entonces Petros fijó su atención en el buque insignia de los frangos, un navío de velas negras capitaneado por un joven rubio y de ojos azules. A diferencia de sus acorazados vasallos, el joven vestía un elegante abrigo de cuero negro y hombreras de oro, y al cinto portaba una espada estrecha, que de no ser por su guarnición de lazo sería indistinguible de las espadas rumelias. En su frente, al igual que en la de todos los frangos, tenía tatuado un pentáculo invertido: la Marca de Elelefs.
El Arconte alzó la mano en señal de parlamento y el Señor de los Frangos respondió al gesto. Acto seguido ambos navíos avanzaron hasta quedar frente a frente, en el centro del tramo de agua que aún mediaba entre ambas flotas.
El joven rubio se llevó una mano al pecho afectadamente:
-Estáis en presencia de Nivilunk, Señor de Frangia por la Gracia del Avatar Oscuro -anunció-. Es un honor conocerte, Petros de la Casa de Kanavos. Tengo solo dos peticiones, acéptalas y no morirá ni un solo moskiovita. Una: vivirás en Vavel como huésped del Su Oscura Majestad. Dos: tu hermano Alexios gobernará Moskiova como mi vasallo y tanto él como sus súbditos tomarán la Marca convirtiéndose así en frangos honoríficos.
-Comprendo -replicó Petros fríamente-. Así que pretendes que te regale mi reino a cambio del «honor» de pasar el resto de mi vida como rehén del demonio al que sirves. Ten esto por cierto: ningún hijo de Moskiova se someterá a ningún yugo bárbaro ni tomará la Marca.
Nivilunk rió con malignidad.
-En tal caso todo hijo de Moskiova será aniquilado. Cegado por la ilusión del libre albedrío crees que lideras una rebelión para tu propia gloria, pero lo único que has hecho es encerrar a todos los herejes de Ykumini en un corral al que, jactanciosamente, llamas ciudad, ahorrando así a mis caballeros la ardua labor de cazarlos uno a uno por el bosque. Mi victoria está predestinada y lo sabes, lo admitas o no sabes que no puedes ganar…
-Está escrito: el ángel engendró al nafil, el nafil engendró al eliud, el eliud engendró al mortal -intervino Alexios, mirando con odio al asesino de Effrosyni-. El hijo, o el hijo del hijo de un ángel posee, mientras sea imberbe, la imagen del ángel, por lo que puede tornarse inmortal al ser poseído por ese mismo ángel, que de este modo puede manifestarse en el plano material tanto tiempo como desee. Kanavos era un nafil y mi medio-hermano es un eliud, un posible segundo cuerpo para Elelefs. Apuesto a que tienes orden de llevarlo a Vavel vivo e ileso, y que esa orden es incluso más importante que la orden de someter o exterminar a los últimos rumelios -añadió.
El caudillo frango miró al príncipe con interés.
-Pareces inteligente. Pero la primera orden no ha de impedirme cumplir la segunda, porque la Marca conecta mi mente y la de mis súbditos con la mente del Avatar Oscuro para formar una mente-colmena, haciéndonos cruzados muy superiores a la primitiva generación de Gross. Los frangos hemos evolucionado hasta llegar a dominar Ykumini, los rumelios moskiovitas sóis solo una sombra deforme de los rumelios vyzantinos.
Alexios parpadeó, sorprendido por la agudeza del bárbaro.
-Lo que sí cambiará si batallamos son vuestras almas -añadió-, a excepción de la de Petros que dormirá petrificada hasta que a Su Oscura Majestad le plazca absorberla para vestir su cuerpo. La tuya y las del resto de moskiovitas renacerán como ganado para tornarse hílicas, tras lo cual renacerán en Frangia como siervos para tomar la Marca. Vano es rebelarse cuando hasta las almas de los muertos están sometidas a Su Oscura Majestad.
Alexios enmudeció, horrorizado.
-Necesito tiempo para pensar en tu oferta -dijo Petros diplomáticamente.
-Una hora -replicó Nivilunk fríamente.
No había más que decir. Los navíos se retiraron tras sus respectivas vanguardias.
Tras largos minutos de tensa espera empezó a soplar el viento del noroeste y una sonrisa siniestra se dibujo en el rostro de Petros, que entró en el camarote del mago seguido de un cabizbajo Alexios.
-Todo ha ido tal como planeaste, hechicero. Ahora, si no recuerdo mal, conjurarás un glamour para reflejar mi apariencia en la de Alexios y viceversa, y a continuación Alexios navegará hasta el enemigo en el barco que has preparado llenando sus barriles de fuego rumelio…
El fuego rumelio era un destilado alquímico que una vez prendido producía llamas inextinguibles, inmunes al agua. Lirias había pasado estas dos semanas fabricándolo, y a petición suya Petros había asignado a Alexios como su ayudante.
-N-no lo haré -dijo Alexios de pronto-. ¿P-para qué voy a morir como un kamikaze si Effrosyni ya no existe ni aquí ni en el más allá, si lo único que nos aguarda tras la muerte es la animalización de la consciencia y renacer como subhumanos, como esclavos de escla-?
Petros agarró a Alexios de la pechera y lo estranguló, silenciándolo.
-¿Acaso quieres descubrir como es ser flagelado hasta la muerte, hermanito? -siseó, lleno de ira-. Tu papel en el plan del hechicero es la única razón por la que, hasta ahora, te perdonado el castigo que merece tu deslealtad. Además, ¿como sabes que lo que ha dicho el frango es cierto? ¿Y si no es más que una invención suya, un truco de propaganda para minar nuestra moral? ¿Y si Effrosyni está llorando en el más allá al verte confiar en la palabra de su asesino?
Alexios, que temblaba de miedo, no respondió. Petros miró a Lirias:
-¿No tienes nada que decir sobre esto, místico?
-Claro que lo tengo, milord -repuso el mago diplomáticamente-. Es solo que no quería importunaros con mi sabiduría. La reencarnación -añadió, dirigiéndose a Alexios en tono didáctico-, es solo una fabulación pagana, inspirada por el Diablo para privarnos de la esperanza del Salvador, para hacernos creer que nuestras almas están atadas al plano material y solo nos resta someternos al destino. Por estas y otras razones ha sido rechazada por la Logia desde tiempos de los Adeptos de Ihthys…
-Suficiente -cortó Petros-. ¿Has oído, hermanito? No tienes nada que temer, salvo mi ira si decides desobedecerme. Así que deja de lloriquear y compórtate como un hombre.
Consolado por las palabras del místico, Alexios recuperó la compostura. Lirias puso entonces la mano derecha sobre el cáliz lleno de la sangre de Petros.
-Es posible que, mientras formulo mi encantamiento, experimentéis cierto malestar -advirtió el mago-. En especial vos, milord, pues tendré que aplicar una gran cantidad de magia para reflejar en vuestro hermano menor una apariencia tan augusta como la vuestra. Si sucede esto no os inquietéis, una vez complete el encantamiento no sentiréis nada.
Petros sonrió, engatusado por la adulación como buen narcisista.
-Si es pasajero no tiene importancia, entiendo que no sea fácil reflejar mi noble porte en este patético llorón. Como dicen las mujeres: para presumir hay que sufrir.
El hechicero empezó entonces a murmurar un conjuro muy extraño, una mezcla ominosa e incomprensible de adameo, rumelio y frángico. Petros empezó a sentirse cada vez más mareado y débil, como si se estuviera desangrando, pero impulsado por su orgullo lo soportó estoicamente hasta que, al borde del desmayo, su vista se nubló y se vió forzado a apoyarse en Alexios. Pero Alexios se hizo a un lado y le dejó caer. En ese momento el mago detuvo sus conjuros… pero Petros no despertó.
-¿E-está muerto? -inquirió Alexios, evocando una vez en la que le confesó a Effrosyni que a veces rezaba pidiendo la muerte de su hermano.
-Solo está inconsciente. Una lástima, pues el maná vampirizado en el momento de la muerte es aquel con mayor concentración, pero si hubiera muerto Elelefs lo habría notado y ordenaría a los frangos atacar inmediatamente -explicó Lirias-. De todos modos creo que lo que tengo bastará, siendo como es el poderoso maná de un eliud -añadió para sí mientras contemplaba la sangre del cáliz, que ahora emitía un brillo sobrenatural debido a todo el maná concentrado.
-¿P-por qué…?
-Porque ahora que he suprimido su consciencia puedo salir de mi cuerpo, poseer el suyo y obligarle así a cumplir el papel que quería imponerte. Porque sé que si te armo con su corona refundarás Moskiova como un reino de hombres libres y almas piadosas, una Verdadera Nueva Vyzantion… Porque Effrosyni está viva, oculta en una cueva y sumida en un sueño arcano, esperando a que la despiertes con beso de amor verdadero.
El rostro de Alexios se iluminó con una sonrisa.
-¿Eres un ángel, verdad Lirias? Un ángel enviado por Dios para salvar a Effrosyni y para liberar la Nueva Vyzantion de la tiranía de mi malvado hermano.
-Soy un ángel que debe acabar con el Reinado de Elelefs para así ganarse las alas y poder volar hasta Dios. Lo primero es vencer a los frangos sin perder a un solo hombre, pues las palabras de Nivilunk son ciertas. Elelefs ha echado un poderoso maleficio sobre la Creación, uno que afecta a las almas de los muertos y hace realidad el horror pagano de la reencarnación. Mi verdadero nombre es Sariil, por cierto.
Tumbándose en el suelo del camarote, Sariil se sumió en un trance y proyectó su consciencia al cuerpo de Petros.
Alexios y el poseído Petros salieron del camarote, y este último embarcó en un navío estilizado, diseñado para la velocidad y repleto de barriles de fuego rumelio. Apenas soltó la vela el viento de popa la hinchó, transportando el navío hacia los frangos mientras se apagaban los últimos rayos del crepúsculo y, cuando estaba a punto de chocar contra la vanguardia de la flota franga, el poseído Petros destapó el barril que tenía junto a él y tocó la sustancia que contenía con la antorcha que acababa de prender. En el momento en que las llamas lo envolvían Petros, libre de la posesión, recuperó la consciencia, pero antes de que pudiera reaccionar el barco entero estalló como una bomba, prendiendo los navíos de los frangos, y el viento avivó el fuego y lo extendió rápidamente, y los caballeros frangos que se arrojaban al río para huir de las llamas perecían ahogados a causa de sus pesadas armaduras.
De vuelta a su cuerpo Sariil tomó el caliz y contempló como el fulgor rojizo de la sangre vampirizada se entretejía con el resplandor que se enteveía por la ventana, fruto de las arcanas llamas que iluminaban el Acantilado. Con una sonrisa diabólica en los labios Sariil apuró el cáliz, y la sangre del eliud le pareció más exquisita que el mejor de los vinos. Apenas terminó de beber sintió el maná, oscuro pero poderoso, bullendo en su interior, y enfocando su voluntad lo dominó y canalizó, usándolo para crear un viento psíquico capaz de disipar la niebla de la demencia de Uriil. De pronto una visión, un irresistible ensueño, transportó la consciencia de Sariil a través del Tiempo y el Espacio, hasta una ciudad dorada de pirámides-palacio y jardines colgantes…
Capítulo IV – Presas y Cazadores
Uriil yacía en el suelo de una oscura cámara a los pies de Elelefs. El muchacho solo aparentaba trece años a pesar de tener más de cien, pues los antediluvianos de la Edad de Tauro vivían siete veces más que los hombres posteriores. Vestía túnica corta y sandalias de acuerdo a la costumbre de los jóvenes antiguos, más un gorro negro que indicaba su condición de hechicero.
El chico abrió sus ojos, que eran grandes como los de un felino, pareciendo despertar de un profundo sueño, y un instante después Elelefs lo agarró del cabello plateado e indómito, obligándole a incorporarse y a contemplar el esqueleto carbonizado de un bebé, el cual yacía entre ascuas en el interior de una enorme estatua hueca. La estatua, que rezumaba maná oscuro, estaba hecha de bronce y coronada por una cabeza hornada con MOLOH grabado en la frente.
-Observa, gato salvaje de ojos plateados -siseó Elelefs con voz suave y malvada-. Ese niño de pecho, abandonado por sus padres, es el sacrificio que ha expiado tu pecado. Su vida inocente, arrancada por las llamas, su agonía excruciante, produce un maná exquisito, que esta estatua demoníaca puede canalizar para revertir cualquier muerte no-natural. Tal como el suicidio, que no es sino un acto de rebelión contra el Destino, el cual se entreteje de acuerdo a mi voluntad. La voluntad de un Dios Soberano.
El rostro de Uriil se ensombreció. Notando su expresión, Elelefs le miró a los ojos y leyó sus pensamientos.
-Me decepcionas, permitiendo que tus emociones nublen tu inteligencia -sentenció-. Recuerda que tú viniste a mí, abandonando al Pueblo de Avel, porque deseabas el Don de la Magia que solo el Arconte de la Ciudad de Kain puede conceder. ¿Como osas sentirte moralmente superior solo por usarte como debe usarse a un muchacho hermoso? ¿No entiendes que es parte de tu Iniciación en el Sendero Oculto? La Oscuridad no es un banquete del cual comes lo que te place. Tú eres el festín.
Elelefs arrojó a Uriil al suelo, y acto seguido le pisoteó la mano derecha, aquella con la que había robado una daga a un guarda para cortarse el cuello. El chico grito de dolor, pero acto seguido se puso en pie y miró a su cruel maestro con un odio infinito.
-Sigue mirándome así y te arrancaré los ojos -advirtió Elelefs-. Muchos muchachos lloran la primera vez, pero luego se acostumbran y al final les acaba gustando, permitiéndome así corromper sus almas a través de sus cuerpos. Pero tu alma es anormal, demasiado fría y pura para sentir lujuria aunque tu cuerpo haya llegado a la pubertad, tal como si hubieras nacido eunuco del vientre de tu madre. ¿Qué voy a hacer contigo? -añadió para sí.
El Diablo esbozó una sonrisa inhumanamente retorcida y perversa.
-Ya sé. Buscarás a los doce muchachos más bellos del Pueblo de Avel y los embrujarás para llevarlos ante mí, y luego contemplarás como les arranco la inocencia. Ser mi cómplice oscurecerá tu corazón mucho más rápido que ser mi víctima, de modo que seas rehecho a mi imagen y semejanza como un demonio, un Hijo de las Tinieblas digno de ser mi aprendiz. Claro que, si no te ves capaz, puedes seguir sirviéndome como copero de día y catamita de noche. Pues todo Hijo de Adamas me pertenece y ha de servirme, sea como cazador o como presa.
Uriil se arrodilló ante el Àngel Caído, sus ojos convertidos en dos cristales de hielo gris.
-Si ni siquiera soy libre para morir, seré cazador. No soporto ser presa -dijo fríamente.
Elelefs murmuró entonces unas Palabras de Poder y Uriil sintió un dolor insoportable que se extendía desde su coronilla, como si todos los huesos del cráneo se le fueran a desencajar, y con la vista nublada cayó al suelo gimiendo. Unos instantes después el dolor remitió, pero Uriil sintió que algo extraño y oscuro había penetrado en su mente. Notó también que un oscuro manto cubría ahora sus hombros para simbolizar su nuevo estatus.
-Esto es el Maleficio del Miedo Insondable -explicó Elelefs-. Así, aunque te deje libre para volver hasta Avel sentirás que mis ojos te vigilan en todo momento, y un terror insoportable te paralizará y atormentará si intentas traicionar nuestro pacto. Eres mío, gato de ojos plateados. No lo olvides…
Dicho esto el Diablo salió de la cámara riendo con malignidad, y apenas se quedó solo Uriil dejó de reprimir sus emociones y lloró amargamente. Nacer con el cabello plateado, la marca de los nafil y los eliud, lo había convertido en un paria en Avel, despreciado incondicionalmente incluso por sus propios padres. Por eso, cuando un mercader ambulante le ofreció acompañárle a Kain, diciéndole que allí los niños de pelo plateado eran acogidos por el Arconte e iniciados en la magia, un arte fascinante que dotaba a la mente del poder de alterar la Creación a voluntad, Uriil no lo dudó.
«Ese maldito mercader se cuidó mucho de mencionar el precio de la «hospitalidad» del Arconte. Ahora veo que nunca ha habido un lugar para mí en este mundo, pero si me hubiera quedado en Avel al menos sería libre para segar mi propia vida».
El muchacho recordó entonces una antigua profecía avelita que hablaba como el Fruto de la Iluminación es capaz de cumplir cualquier deseo, y de como se oculta en un Templo Invisible entre las estrellas, y de como se abrirá un Portal en algún lugar de la Tierra de Avel «cuando una Nueva Estrella anuncié el Amanecer de una Nueva Era». Pero en la profecía también se dice que el Fruto está protegido por una Espada de Fuego, la cual consume a cualquiera que ose comer teniendo Oscuridad en su corazón.
«Aunque logre hallar el Templo y comer del Fruto, probablemente solo conseguiré perecer quemado» -pensó Uriil-. «Ser inmune a la lujuria no significa que sea inocente, si lo fuera no sería capaz de hacerles a otros niños de mi parentela lo mismo que a mi me hiciera ese mercader taimado, engañarlos para secuestrarlos y que sufran por mí las consecuencias de mis decisiones, no sería capaz de ofrendarlos para que el demonio al que, ingenuamente, escogí como maestro, abuse de ellos en lugar de abusar de mí…».
Uriil esbozó una sonrisa amarga.
«Sea. Prefiero morir quemado a vivir como un cazador o una presa. Pero, si ocurre un milagro y el Fruto se apiada de mí, mi deseo será invocar un Diluvio para perecer por agua y así ser purificado y liberado junto a Paradisos. Quizá así los verdaderamente inocentes puedan vivir libres en un Nuevo Mundo…».
Sariil parpadeó, despertando del trance. Había deseado los recuerdos del antediluviano, al punto de estar dispuesto a practicar artes oscuras tales como el vampirismo y la posesión. Pero, como advierten las Escrituras, el conocimiento implica dolor. Había descubierto la clave para llegar hasta Vavel, pero a cambio lo atormentaba el recuerdo de una vida incluso más amarga y oscura que la suya, amén de una mente rota, escindida en dos consciencias.
-¿Q-quién soy? -dijo Sariil para sí con la voz teñida de angustia.
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