Camui el artesano, y la arboreana (Fantasía)

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Oliverso
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Camui el artesano, y la arboreana (Fantasía)

Mensaje por Oliverso »

Cumples tu décimo invierno de edad, o tú onceaba primavera, o tu doceavo día del nombre. Ya sea antes o después, una marca se manifiesta en tu cuerpo, te indica tu camino en la vida, tu talento a cultivar, tu destino. Así ha sido desde que se tiene memoria, se aplica para todos, sobre conquistadores y campesinos, víctimas y victimarios, héroes y villanos. Dependiendo que tan fuerte sea tu marca, la providencia determinará qué tan lejos puedes llegar, si a los cielos, si a la ruina, si tu arte gobernará el mundo o desaparecerá aplastado por el oleaje de otros con mayor voluntad. El talento es importante, y el esfuerzo indispensable.

La historia sigue a los marcados por el destino.

Camui el artesano, y la arboreana.

El sol se eleva desde la franja montañés, y con su primer saludo a la villa entre las verdes faldas, aviva el inicio de la demostración anual de prodigios. Los habitantes despiertan, se preparan para recibir las varias decenas de turistas -y más importante- alentar al puñado de buscadores de talentos que, llegando, evaluaran las obras de las jóvenes promesas.

Los padres ayudan a sus hijos a tender las lonas y preparar los puestos donde enseñaran su trabajo. Los obreros contratados por el líder de la villa cuelgan cuerdas con banderines de punta, y también guindales florales tejidos por niñas puestas a trabajar por sus abuelas. La gente ambienta, busca el espectáculo, que sus jóvenes sean atractivos para los buscadores. Si es una pizca, un solo empujón que ayude a elegir a uno de los suyos, dejaría a todos satisfechos y orgullosos, porque tener alguien de la villa como protegido de una de las aldeas de prodigios, aumentaría la fama del asentamiento y los llevaría a estar más seguros frente las amenazas del mundo. Para los padres significa todavía más, porque nada les haría caminar con la frente más en alto que ver a sus hijos siendo reconocidos por aquellos que trabajan para los maestros de los gremios.

Un chico panadero planta una mesa de madera, encima muestra dos hileras de panes recién horneados con la capacidad de recuperar el aliento y disminuir la fatiga. Uno de los primeros turistas, recién llegado de un pueblo vecino, toma uno de los panes, da un mordisco, y abre los ojos en sorpresa cuando los pies le dejan de doler y su frente pierde calor. Los mercaderes en cambio buscan mucho más que una prueba gratis, quieren conocer a través del trabajo de los hijos a familias con las que merezca realizar un contrato, de ahí que un comerciante vestido con una túnica que acentuaba su panza con forma de campana, atacara en halagos a los padres del panadero para descubrir si otros en su familia tenían talentos como él.

Rinden las jóvenes promesas en la fiesta...

Un aprendiz de zapatero enseña su nuevo calzado de cuero en un marco de madera hecho para la ocasión. Planta un pie en el costado derecho, luego el otro, y con las manos extendidas sube por la pared, ganándose un jadeo de sorpresa por quienes lo observaban. El chico envalentonado siguió ascendiendo. Coloca un pie en la parte superior del marco, luego el otro, y al quedar de cabeza ganó un aplauso que duró hasta que cayó de bruces. Su madre corre para asistirlo y recogerlo del suelo.

Una muchacha que sin ser una precocidad, zanjaba el tramo que le faltaba en belleza con una demostración de sus capacidades de baile, su cuerpo se desplazaba con lentitud en cada salto, como si pesara lo mismo con una pluma. Las cintas ligadas a su ligeras prendas danzaban con sus movimientos, y en un costado de su abdomen descubierto mostraba orgullosa la marca de La Bailarina, conformada por curvas entrelazadas en armonía. Un signo del prodigioso, ese que todos despiertan entre los 9 a 16 años de edad, marcando así el camino a tomar en sus vidas.

El sol llegó a su cumbre, y la feria estaba cada vez más viva, los turistas se movían entre los puestos formados en la calle principal de la villa, disfrutando de la comida y el espectáculo, felicitando a los prodigiosos que de forma paulatina perdieron el miedo de mostrar sus talentos a extraños y se lucieron con mayor soltura. Varios mercaeres ya tenían fichado a las familias de los prodigiosos más prometedores, porque nunca se sabe quién será la persona que cree el siguiente gran furor en las grandes aldeas, y aunque el joven en cuestión sea llevado por un buscador, todavía quedarían los padres o los hermanos más pequeños... Por eso los amigos del comercio siempre procuraban hacer negocios con las cabezas de familia, y estas a su vez, si tenían mucha confianza en sus propio retoños, procuraban no comprometerse demasiado en caso saliera un contrato mejor por parte de un tercero.

La aparición del primer buscador causó conmoción. Primero aparecieron las nubes, grandes, gibosas, blancas como la nieve, únicas en aquel cielo azul, y del manto impoluto surgió el un carruaje de madera blanca y ruedas de plata, con el símbolo de una nube de mármol y contorno de lapislázuli en cada costado. Los turistas identificaron que venía de la aldea de Neburia. El carruaje sobrevuela muy cerca los techos de madera pintada y aterriza en medio de la multitud, haciendo un hueco con su presencia entre los transeúntes. Los aldeanos no reconocieron a quien pertenecía, pero por el asombro general de los viajeros, sacaron pecho suponiendo que recibían la llegada de personas importantes. Pero más que el intereses de encontrar el favor de un buscador, lo que los asombró en demasía fue la belleza de la buscadora en sí: Su rostro con la palidez de la nieve enmarcado por un cabello corto y negro; Ojos celestes; Su túnica, larga, blanca y prístina, con una banda que la rodea por la cintura y por el hombro, prenda que señala su estatus como buscadora, y una insignia de plata con el símbolo de Neburia clavado a la tela. La mujer se desliza fuera de la puerta y se deja caer, pero sus pies jamás tocaron el camino de tierra... Sus zapatillas, envueltas por alguna clase de bruma, la mantuvieron unos centímetros por encima del suelo. Otras dos mujeres salieron, no tan preciosas, pero indudablemente dignas y bellas, vestían la misma túnica impoluta pero sin la banda, y el símbolo de Neburia en vez de sobresalir en un circulo de plata, se encontraba bordado directamente en la ropa. Las zapatillas de esas dos damas no les permitían suspenderse en el aire, pero una cargaba una lanza y la otra una espada en la cintura, instrumentos que las denominaron como guardias de la buscadora.

La buscadora avanza escoltada por su séquito, sin dedicarle la menor sonrisa a nadie. Varios puestos intentaron llamar su atención, en especial los varones de la villa. Un prodigioso guerrero sobrepasó sus propias fuerzas pidiendo a sus hermanos que agregaran más ruedas de hierro a su barra, pero el pesó fue demasiado y se derrumbó de espalda al suelo. La mujer solo lo miró de reojo, y sin cambiar su mirada gélida siguió su camino. Su falta de interés extendió malestar en la actitud de los jóvenes prodigiosos, hizo sentir inseguro a los hombres. Fueron los visitantes quienes echaron algo de luz al asunto, y contaron que en Neburía solo se aceptan mujeres.

Es raro que una villa pequeña y apartada como esa reciba la visita de una buscadora de Neburia, una de las diez grandes aldeas, pero hasta cierto punto entendible ya que hay una competencia por encontrar a los mejores prodigios para que cada aldea asegure su supremacía, y a veces para encontrar talento toca indagar en los lugares más inesperados. Solo una chica resultó del agrado la buscadora, con su abanico apuntó a la bailarina y la eligió. Le dio unos minutos para que se despidiera de su familia. Sus padres orgullosos, sus hermanas pequeñas llenas de lagrimas, dicen adiós con un abrazo a la chica que luego sube en el carruaje y se marcha volando a un lugar lejano lleno de promesas para el futuro.

Otros buscadores aparecen en las siguientes horas, venidos de aldea menos reconocidas, pero de todas formas las risas y las lagrimas no faltaron cuando eligieron a sus nuevos aprendices. Daba igual que las hazañas de los productos sean erráticas o pequeñas, allí se apostaba al futuro, a curtir los talentos de aquellos muchachos y construir beneficios a largo plazo, evitando que las aldeas enemigas se los queden. Solo otro buscador de una de las grandes aldeas llegó a la villa, un hombre delgado y larguirucho con una túnica de colores blanco y negro, de su banda dorada colgó una insignia de onix con torres gemelas de oro que representan la aldea de Fortalementa. Caminó con la espalda encorvada hacia adelante y las manos entrelazadas detrás de la espalda, su nariz de buitre se movía de derecha a izquierda, eso mezclado a sus ojos de latente desprecio dio la impresión de que estuviera olfateando bosta. Los cuatros guardias que lo seguían no mostraban más amabilidad que él, sus ropas eran del mismo color, pero en vez de una túnica, estaba conformada por pantalones, un camisón, y una pieza de armadura ya sea una hombrera o un yermo, seguramente venido de la mano de algún herrero poderoso. El buscador con sus labios siempre rectos, solo necesitó hacer un ademan de desagrado hacia todo lo que le ofrecían para expresar su rechazo, y así fue con descontento hasta alcanzar el puesto del final de la villa, un sitio al que le costó identificar como otra exposición.

Solo era un chico, sentado de rodillas en la grama, manejando un cuchillo en sus dedos llenos de vendas viejas que esconden cortes. El muchacho talla una figura en un trozo de madera. No era un chico muy alto, y sus greñas castañas ocultaban su expresión. Las ropas eran solo poco más que harapos, y dejaban a descubierto su hombro izquierdo, en donde se reveló la marca de una flecha golpeando una linea recta y curvandola bajo su trayectoria: La marca del escultor. El muchacho estaba solo, sin padres ni familia, algunos nativos de la villa lo reconocieron como aquel niño que vive en la cabaña vieja del un bosquecillo cercano, donde se pierde junto a su abuelo, un viejo sombrío y cascarrabias que todos llevan un par de meses sin ver.

—Que cosa más rustica... —El buscador se inclina, arrebata la figura, y se endereza. El chico aguarda con la cabeza baja. —¿Cuanto tardaste en hacerlo? ¿Quince minutos?

No busca felicitarlo, busca humillarlo, mueve entre sus dedos aquel trozo de madera e identifica un cuerpo de liebre con protuberancias en la cabeza que reconoce como astas. La producción y el estilo era claramente de novato, pero no amorfo, se podía identificar, pero aun así el buscador no dudó en menospreciarlo.

—Este es el nivel de los pueblerinos. No sé ni por qué nos molestamos. Todo el talento que necesitamos está en Fortalementa.

Deja que la estatuilla de liebre real se resbale entre sus dedos y caiga en la tierra como basura. Da media vuelta y enfila a la entrada de la villa, obviamente decepcionado. Sus guardias la acompaña, y una mirada ámbar también lo sigue, ojos grandes y tranquilo detrás de una cortina de greñas color café. Camui recupera la figura y continua la talla, puliendo, sacando lo que sobra como le enseñó su abuelo, y rememora las veces que se topó con ese animalejo durante sus cacerías, ese demasiado rápido para dejarse atrapar.

—Es una linda figurilla esa que tienes.

La sombra grande de alguien cubre su manualidad y hace que detenga su cuchillo. No era el hombre de antes, sino la voz de una mujer. Camui subió la mirada esperando ojos desdeñosos y desconfiados, ojos que piensen que les puede robar o hacer el mal o que no vale nada, ojos como los de todos aquellos en esa villa. Pero lo que encuentra es cordialidad, una mirada curiosa bajo un sombrero ancho color verde oliva que termina en punta. La mujer llevó una ancha túnica que escondió casi todo su cuerpo, solo su brazo desnudo sobresalió para sostener un bastón de madera nudosa y color de la ceniza, con dos rostros mirando a lados opuesto en la cumbre, los ojos de la mujer de madera eran rubíes, los del hombre esmeraldas... Ninguno se mostraba contento y como para compensar eso la mujer que los empuñaba sonreía con calidez por los dos.

—Liebre real. Sus cuernos son más bien como las ramas de un árbol joven, pero cuesta tallar ramas tan pequeñas, ¿no es así? —La mujer se pone de cuclillas y extiende una mano para tocar la figurilla. Camui deja de tallar y no despega la mirada del movimiento. Los dedos de la fémina se detienen a centímetros del trozo de madera. —¿Puedo?

Pide permiso y eso sorprende a Camui. El chico entrecierra los ojos y tarda unos segundos en asentir, sin dejar de preguntarse qué es lo que quiere aquella señora consigo. O señorita. Es adulta y de ojos sabios casi como su abuelo, puede que incluso más, pero su cara es totalmente lisa y juvenil. Toca la burda imitación de un animal con cuidado, y a diferencia del hombre de antes no se la arrebata.

—¿Cómo te llamas? ¿Que edad tienes?

Camui no responde.

—¿Te mordió la lengua un gato?

El chico se sonroja y sacude la cabeza hacia los lados.

—Entonces háblame, muchacho. Los seres vivos hacen eso, hablan hasta por los codos.

Camui dudó que solo los vivos puedan hablar, pero no negó eso, se sintió impulsado a conversar, y las palabras le salieron roncas por los meses que llevaban sin hablar con alguien que estuviera vivo.

—Camui. Diez... Inviernos —Le costó articular.

—Diez primaveras. Eres demasiado joven para estar contando en inviernos.

Como Camui mantiene los ojos bajos, no puede notar como la fémina busca su expresión con la mirada, al no obtenerla se concentra en la figurilla.

—Te quedó muy bien para no tener un maestro.

Camui farfullo, quiso decir que sí tuvo un maestro. Su abuelo llevaba la marca del escultor justo como él, no tuvo tiempo de enseñarle mucho cuando su marca despertó hace un año, pero aprecia las pocas lecciones que recibió. Como las palabras le salieron torcidas las mujer no entendió, pero él desistió de hacerse entender y continuó con la cabeza gacha, confundido, preguntándose qué hacer.

—Señorita, no debería hablar con él —Otra voz se unió. Camui miró de reojo por debajo de sus greñas y reconoció al viejo de la aldea, calvo, de barba canosa, ojos pequeños y ropa holgada para lidiar con el calor. —Vive alejado de la villa, es casi un salvaje. Es peligroso lo que la soledad puede hacerle a una persona, incluso a un niño.

—¿Y su familia? —La mujer se endereza y encara al líder.

—Su abuelo es un ermitaño que llegó hace unos cinco años aquí. Nunca intentó ser parte de la villa, estuvo satisfecho con quedarse en el bosquecillo cercano —Señaló con la mirada a un cumulo de arboles al este de la villa, pequeño pero de gran espesura por los arboles muy apretados y viejos. —No tenemos un escultor propio, así que tratamos de que formara parte de la comunidad. Pero siempre se negó y se mostró distante. Algunas veces sospechamos que se trataba de un prófugo o un exiliado, pero son solo chismes.

—Si son solo chismes entonces estaré bien.

El líder no trató de convencer a la mujer que se mantuviera lejos, era una visitante, sí, pero carecía de cualquier banda o emblema que la indicase como una buscadora, así que el viejo se fue a prestar su atención a otras personas.

—Si tienes esa marca, significa que puede hacer más que esculpir figurillas. Mucho más —La mujer volvió a evaluarlo, y Camui reanudó la talla. Buscó hacer la figura lo más parecida a la liebre real, añadió todo lo que sabe de la criatura, lo que la envuelve y representa, cada sentimiento. La mujer se entretuvo durante un minuto viendo el proceso hasta que se aventuró a cuestionar. —¿Viniste solo para quedarte aquí en la tierra viendo a la gente pasar?

La pregunta quiso causar la más mínima reacción en Camui, y la obtuvo, el niño detuvo el cuchillo y levantó la vista. Los ojos ámbar del muchacho hicieron contacto directo con la mirada caoba de la mujer.

—¿Usted es cómo aquel hombre? —Preguntó Camui y llevó la mirada al fondo del gentío, donde el líder de la aldea agradecía al hombre de la túnica roja y negra por su visita, a pesar de que no escogió a nadie para llevarse. Tal vez intentaba con pleitesía hacerlo cambiar de opinión.

—¿El buscador de Fortalementa? —La mujer siguió su vista y reconoció al hombre. —Él caza talento. Yo cazo errores— Volvió su atención a Camui. El chico no entendió a que se refería. La mujer movió el bastón al frente y reposo sus manos cruzadas sobre las cabezas en la punta. —Aunque a veces los errores también poseen talento. Eso es problemático. —A diferencia de su mano derecha, la izquierda estaba oscurecida y arrugada. Camui pensó que era un guante viejo, y tardó unos segundos en reparar que se trataban de piel, de quemaduras, y tragó saliva, imaginando sin éxito lo que pudo pasar para terminar con toda su mano así. La herida pareció seguir más allá de la muñeca, aunque la mujer no mostró dolor. Cuando reparó que estaba siendo demasiado evidente mirando la quemadura, se estremeció y desvió la vista con prisas por la vergüenza de ser pillado husmeando.

—Perdón.

—¿Perdón? ¿De qué hablas? No tengo nada que perdonarte.

Camui regresó la vista. Pensó que la mujer solo estaba siendo amable al ignorar su grosería.

—Yo... No quiero que me lleven. No quiero irme sin arreglarlo todo primero —Dijo en referencia a como otros chicos y chicas van a irse o se han marchado a las aldeas. La mujer arquea una ceja por la respuesta, ya que generalmente que un buscador te escoja es visto como algo bueno, una oportunidad de ser algo más que prodigioso de villa o de plantación. Pero Camui tenía asuntos pendientes.

—¿Si no quieres que te lleven entonces por qué estás acá? Las ferias anuales de demostración sirven para eso, para venderte.

Camui sintió el interés de ella sobre él, la primera adulta en demostrarlo en mucho tiempo, así que decidió confiar un poco y revelar sus razones para estar allí el día que sabía vendría mucha gente nueva al pueblo.

—Vine para pedir ayuda... —Reanuda el contacto visual con la mujer, y esta lo mantiene, dándole esperanzas a Camui de que acepte su llamada de auxilio. —Algo cambió a mi abuelo... —Las palabras le salieron con mal sabor, tan amargas que lagrimas amenazaron con brotar de sus ojos, pero rápidamente las barrio con el dorso de la mano con la que sostenía del viejo cuchillo artesano. —No tengo monedas. Le pagaré con esto.

Extiende a la tosca liebre real, pero la mujer no lo recibe y la preocupación lo envuelve.

—Solo lo aceptaré si me muestras lo que eres —La mujer se muestra decidida en saber cual es su talento como prodigioso.

—Se arruinará. No podré pagarle.

—La creación y la destrucción es la base de todas las cosas. Un poco de daño al arte no me asusta, además la demostración será mi paga.

Camui bajó la cabeza un momento y dudó. Al volverla a subir se mostró decisivo.

—Prométame que me ayudará sin importar lo que ocurra. Deme su palabra, su nombre.

—Que niño más astuto. Está bien. Yo, Ivy la aniquiladora, jura por todos los arboles de esta tierra que te ayudare.

Ivy la aniquiladora. Un titulo que lo deja pensando y el juramento en sí le resultó raro, pero recuerda que su abuelo le dijo que los prodigiosos de las aldeas suelen usar nombres algo tontos para distinguirse, y la mujer que tiene delante, Ivy, parece como alguien venida de una de esas aldeas, misteriosa y erudita.

Ivy le apremió para que empezara la demostración, y Camui asintió, dejó la figura de madera en el suelo, alzó el cuchillo y en un movimiento lo enterró en la liebre real hasta casi tocar la tierra debajo. Se oyó un crujido y una fisura marcada brotó verticalmente por toda la figura, la madera se ennegreció como podrida y se convirtió en polvo. Diminutas estelas de luz verde subieron por el cuchillo hasta envolver la mano de Camui y se extendieron a su cuerpo, rodeándolo por decenas de puntos centelleantes que según su abuelo, solo el escultor que destruye la obra puede ver. Para Camui la liebre real fue una criatura furtiva y escurridiza, pero orgullosa y valiente, porque aun a pesar de escapar frente cualquier señal del peligro, no dudaba en alzarse sobre las grandes rocas del rió o las altas colinas como un rey observando su reino, como un espíritu invisible que estaba seguro de no poder perder jamás, confiado en su habilidad y en sus reflejos. Todo eso se contagio al muchacho, quien respiró hondo y se levantó del suelo, sintiéndose ágil, lleno de energía, con la confianza de un animal imposible de cazar. Con el mentón en alto barrió el camino de la villa, y los aldeanos que confrontaron su mirada no pudieron evitar desviarlas, sintiéndose intimidados por la voluntad del niño.

Pero Camui no se enfocó en ninguno de esos hombres y mujeres, sino que clavó los ojos al fondo, donde los cuatro guardias con armaduras incompletas esperaban, junto el buscador de la banda de oro y las torres. Recordó lo que le dijo, como despreció su figura y dañó su orgullo... Un orgullo pequeño al que nunca prestó atención, pero bajo el efecto de la estatuilla de la liebre real se convirtió en algo preciado y susceptible a los insultos. Embriagado por la sensación de ligereza, Camui se lanzó adelante, tan rápido que Ivy no tuvo chance se atrapar su mano al deducir por la expresión en su rostro sus intenciones.

El muchacho se movió ágil como una liebre. Zigzagueo entre las personas, e hizo caer a una chica por su repentina aparición. La muchacha le gritó, pero él siguió adelante. Cada nuevo paso lo llevaba más cerca de la imagen del buscador, que en ese momento andaba de espalda, sin reparar en lo que se le venía encima. Camui salto hasta una altura imposible para sus flacas piernas, pero lo logró, subió más de tres metros, aterrizó en un tejado e inmediatamente sus pies reanudaron los pasos. Saltó a otra casa, y a otra y otra más. Por un instante se sintió como el viento, y abrazando ese sentimiento volvió a saltar con ambas piernas por delante. Impulsado hacia el relajado buscador y sus relajados guardias, que no esperaban en aquella villa ningún ataque. Cuando las suelas de Camui chocaron contra un lado del rostro del hombre, ya era demasiado tarde y juntos cayeron al suelo.

Se alzó un alboroto entre los viajeros y pueblerinos, enseguida una multitud se formó alrededor de los hombres de Fortalementa. El líder de la villa también apareció y se abrió paso en la multitud para presenciar con espanto lo ocurrido. El buscador yacía en el suelo, con la boca abierta y los ojos en blanco, un hilo de sangre corría desde su labio y le faltaba un diente frontal en su cuidada dentadura. Camui yacía sobre su pecho, incapaz de mover sus piernas por el dolor que azotaba sus músculos, sumado al ardor en sus pulmones. Un muchacho flacucho y pequeño como él podrá pesar menos de cincuenta kilos, pero debido al impulso y la velocidad dada por la figurilla fue capaz de dejar inconsciente a un busca talentos. Toda la euforia de su pequeño orgullo ya estaba apagada.

Los guardias de Fortalementa desvainaron sus espadas y lo apuntaron. Camui se encontraba demasiado cansado para darse cuenta, mantuvo los ojos cerrados y se obligó a enfocarse en respirar, sentía que si descuidaba el inhalar y el exhalar con cuidado, se ahogaría, se moriría, su cuerpo colapsaría. Los guardias pidieron respuesta al líder de la villa, pero este tartamudeo como buscando una excusa, antes de decir que Camui no forma parte de la comunidad.

—Es un asalvajado que vive en un bosquecillo de por aquí. Le ruego que no juzgue sus acciones como si fueran las nuestras, él no es nadie para nosotros.

Sería el buscador quien decidiría tras despertar si pagar la furia con el resto de la villa. De momento los guardias cumplen con darle una paliza al muchacho. Uno de ellos dio un paso adelanto, tomó a Camui de la espesa mata de pelo para obligarlo a apartarse del aguileño y preparó el lado plano de su espada para golpearlo.

—Aleja esa sucia espada —Una voz severa interrumpe la paliza. La multitud se abrió en dos frente la presencia dominante de la aniquiladora, que no dudó en acercarse y encarar a esos cuatro hombres armados, fulminó en especial a aquel que sostenía a Camui del pelo. —¿O te apetece terminar hecho carbón?

Los guardias se estremecieron. No hizo falta presentaciones para reconocerla. Vieron su sombrero, su mano, las dos caras del bastón, esos ojos enjoyados que brillan, el femenino con la intensidad de un incendio y el masculino con la intensidad de un huracán. Los guardias ahogaron un jadeo, el entrenamiento y la experiencia en batalla les ayudó a mantener la osadía y la compostura unos momentos, pero Ivy solo tuvo que golpear la tierra con la parte baja del bastón una vez para consumir la valentía de esos hombres y hacerlos retroceder. Su figura les recordó historias de fuego y muerte. Historias de Arbórea.
...
—Que imprudente, muy imprudente— Las palabras contenían regaño, y preocupación. —En parte fue culpa mía. No debí forzarte a usar tu talento. Quedé impresionada. Pero cuanta, cuanta imprudencia.

Ivy carga al chico en la espalda, con un brazo sostuvo una pierna del chico mientras este se aferró a su cintura y cuello, y con la otra fue apartando la maleza con su nudoso bastón. Camui llevaba rato sin sentir las piernas, y le siguió costando respirar. Ivy le prometió que tarde o temprano se recuperaría.

Atraviesan el bosquecillo en dirección a la casa, Camui le indica el camino a seguir, trata de no hablar demasiado porque está avergonzado de ser cargado. Su abuelo siempre le dijo que si llegase a verse en una situación de peligro en compañía de una buena mujer, tendría que ser él como hombre quien la ayude a llevar las cargas. No al revés como pasa ahora.

—Reuniste mucho en la figurilla. Tanta velocidad, tanta confianza. Hasta cierto punto es normal que te dejaras llevar, pero...

Le costó entender si Ivy estaba contenta o indignada. Le defendió, así que anda de su lado, pero reprochó que el enfoque de su hazaña fuese golpear a un buscador cuyo único pecado fue tener una actitud del asco.

—El abuelo me enseñó cómo se hacía, el tallar.

Enfocar e ir cortando, ignorar la distracciones, solo dejar lo que vale. Practicó mucho esas lecciones, aunque todavía le faltaba bastante que aprender, pero su abuelo no pudo seguir enseñándole por culpa del cambio.

—Entonces era un escultor como tú.

Camui dudó entre asentir o negar.

—No soy tan bueno. Me hice daño.

—Claro que te hiciste daño. Tu cuerpo no está entrenado, no puedes forzarlo a realizar esas acrobacias de liebre sin pagar un alto precio. Es una carga tremenda para cualquiera, en especial para un niño.

—Soy un hombre.

—En ese caso, hombre, pídele gracias al Dios Artesano de que no terminaste muerto de un infarto, y gracias a la Diosa Asesina que no mataste al buscador. Si hubiera ocurrido, un par de palabras fuertes no habrían bastado para calmar a cuatro fortalementos con el orgullo herido y el superior muerto.

Camui se sonrojó, pero con cada pasó de Ivy pareció más distraído por otros asuntos como para preocuparse de una muerte que nunca ocurrió. Andaba cada vez más cerca de la cabaña, del sitio que alguna vez consideró un hogar pero ahora fue como visitar el nido de una araña. Ivy al notar como la expresión del chico se oscurecía, decidió pasar a hablar de su problema.

—Bien, cuéntame qué le pasó a tu abuelo.

Camui la miró los ojos y frunció el entrecejo. Resultó incomodo para él, pero se obligó a hablar porque necesitaba sacárselo del pecho. Contó como una noche, durante el invierno pasado, su abuelo Rod escuchó ruidos fuera de la cabaña. La nieve caía y el viento era fuerte, pero aun por encima de la naturaleza feroz, oían los extraños rasguños, algo arañando la madera, arrancando trozos de pared. A Camui se le ocurrió que se trataba de un lobo o algún otro animal salvaje, así que tomo un arco y su carcaj para salir, pero su abuelo lo detuvo, como sospechando que la presencia en el exterior se trataba de algo más allá de un lobo, algo demasiado peligroso para enviar a ese niño que tomó como su nieto. Así que se equipó con su arco y sus flechas, quitó los tablones que mantenían cerrada la puerta, le dio instrucciones exactas de no salir hasta que volviese, y salió a revisar.

—Durante un rato no escuché nada y me impacienté. Era extraño que mi abuelo tardará tanto si solo era para espantar a un animal. ¿O tal vez se trató de un oso? No lo sabía. Me impacienté y me acerqué a la puerta para asomarme. Cuando...
La puerta abrió y ahí estaba su abuelo de pie, con el viento gélido azotándole la espalda, encorvado hacia la derecha, llevando una sonrisa irreconocible.

—Sirveme la cena, mocoso —Exigió con palabras muy masticadas, como si les costara decirlas, y se balanceó hacia adentro sin cerrar la puerta, con sus brazos inertes a los lados. Camui pegó un brinco y se preguntó, ¿ese ese su abuelo? ¿Ese que le regañó tantas veces para que mantuviera la espalda erguida? ¿Ese que a pesar de la edad nunca se habría dejado dominar por las pesas de la vejez? Tenía la cara de Rod, pero algo en su mirada parecía fuera de lugar, vacío, y eso llenó a Camui de un helado terror. No se atrevió a preguntar nada, cerró la puerta y procedió a servir el estofado de carne y papas que andaba preparando para calentarse el estomago aquella noche invernal. Rod se desparramó en una de la sillas frente la mesa y pidió. —Alimentame. Alimenta a tu viejo.

Desde ese día su abuelo no volvió a salir de casa, gastó los meses siguientes echado en su lecho, solo moviéndose para pedir comida, revolcado en una creciente podredumbre desde que Camui dejó de acercarse a cambiar sus las sabanas y se limitó a calmar su apetito cazando y cocinando para él. Llegó a un punto donde Camui ya no pudo dormir en la cabaña, temeroso de lo que yacía en la alcoba de su abuelo, y rugía pidiendo más y más carne, exigiendo licor al punto de obligar a Camui a escabullirse a la villa en la noche y robar las alacenas de las casas. El muchacho en la última semana tomó la decisión de no volver más donde Rod, y pasó las noches durmiendo en las ramas altas de los arboles, con el cuchillo muy cerca de su pecho como contra-medida para cualquier alimaña que quisiera sorprenderlo, que quisiera cambiarlo como hicieron con su abuelo.

—El abuelo no bebía licor, ni me mandaba a robar. Era estricto y justo, era bueno. Tampoco se quedaba el día entero en la cama, comiendo, sin bañarse ni moverse. Lo que está ahora en casa es diferente, algo malo —Enlistando las diferencias en voz alta, cada vez le resultaba más evidente la metamorfosis. —Señorita...

—Dime Ivy.

—Señorita Ivy... ¿Puede ayudar a mi abuelo?

—Ya te lo dije, cazo errores. Vine siguiendo el rastro de unos cuantos. Y si mi instinto está en lo correcto, el cambió que sufrió tu abuelo está ligado a mis asuntos.

Ivy esperó que no lo estuviera, porque lo contrario significaría que el abuelo de Camui tuvo la peor fortuna de su vida.

Con el bastón aparta unos matorrales, el bosquecillo abre su espesura para albergar un camino de tierra formado por los pasos de muchos años, que sube por una colina hasta una cabaña de madera de fachada rustica, con solo oscuridad asomándose desde las ventanas acompañadas por una falsa sensación de deshabito.

—¿Es tu casa?— Pregunta Ivy. Camui asiente y se apega aun más al cuerpo de la forastera.

La mujer llega hasta la puerta y la abre de par en par con un golpe de su bastón. De adentro lo primero que llegó fue una peste a letrina y a comida en descomposición. Ivy atravesó el oscuro umbral sin inmutarse y se encontró con una sala desordenada y polvorienta. Camui reconoció su carcaj y arco tirados junto la estufa. Pero no lo recuperó, señaló en silencio la habitación de su abuelo y la prodigiosa fue por aquel camino.

—Mantente alerta, Camui. El peligro ronda.

El chico asintió, sentía la amenaza como una navaja acariciando su piel. Miró las sombras de las esquinas con desconfianza, pero su mayor atención fue a la puerta de Rod, la cuna del hedor y las malas vibraciones. Ivy empujó la puerta con suavidad usando el bastón. Camui se cubrió la boca con la mano. Las cortinas estaba a medio correr. La cama cubierta de pieles manchadas se tuercen hacia abajo por el peso de la figura hinchada que la ocupaba, los brazos eran hueso bajo su piel, y su cabeza estaba torcida hacia atrás con ojos en blanco... Del nido se resbaló restos de comida, orina y heces combinadas. Por un momento Camui creyó que eso estaba muerto, pero el cuello de Rod crujió y su cabeza se enderezó en la cama.

—¡Mocoso! ¿Cómo pudiste abandonar a tu viejo? —Las palabras le salieron con más soltura, era la voz de su abuelo, y eso estremeció a Camui. Las siguientes palabras que soltó Rod le golpearon con más fuerza por la familiaridad en su tono. —Ardo en ganas de matarte por malagradecido, de arrancarte esa cabeza tonta que llevas. Pero no lo haré, no soy un desconsiderado como tú. ¡Busca comida! ¡Tengo hambre! ¡Y busca vino! ¡Y una jovencita de la villa!

Camui no pudo hablar, solo se quedó ahí mirando desde los hombros de Ivy, con los ojos y la boca abierta, queriendo creer que está en una pesadilla y deseando despertar. Ivy no confortó su temor, o quizás no se dio cuenta, porque dio varios pasos adelante hasta quedar junto la cama, dando solo el espacio suficiente para evitar mancharse con la porquería que chorreaba del lecho.

—Solo un señor del disfraz con una marca tan podrida como la tuya sería capaz de hacer esto —Dijo y golpeó con la parte baja del bastón el suelo. La cabeza del hombre de madera, con sus ojos de rubíes en dirección al viejo, abrió su boca y de su garganta nudosa floreció un aliento de fuego que voló y chamusco las pieles y barriga del anciano. Rod se estremeció y de sus boca brotó un chillido agudo, la elegía de una abominación herida.

—¡Abuelo! —Camui por reflejo trató de bajarse de la espalda de Ivy para ayudarlo, pero sus piernas seguían sin responder, e Ivy sostuvo una de ellas con fuerza para indicarle que se quedase quieto.

—Cálmate, Camui. Él no es tu familia. Es un impostor.

Las palabras congelaron al muchacho, quien ahora observó a lo que yace en la cama buscando los rastros de falsedad. La idea de que esa criatura sembrada en su propia peste no sea su abuelo le confortó. ¿Quien querría que un ser querido acabase así? Lo que sucedió después le dejó sin aliento y sin mucha capacidad de hacer preguntas.

Las pieles se quemaron y quedó descubierta la panza hinchada del viejo, estiradas hasta el limite, temblorosa como si algo la agitara desde el interior. Se rasgó desde el ombligo. Unos dedos pequeños de uñas ennegrecidas por la mugre se abrieron paso, y esas manos pequeñas empujaron la carne hasta que la persona pudo salir.

—¡Aniquiladora! ¿C-Cómo...? —La voz chilla desagradable. —¿Cómo me encontraste? —El cuerpo al que pertenecía combinaba con el asco, pequeño como un niño, más pequeño que Camui, de bazos y piernas flácidas, prominente barriga, rostro retorcida como si le hubiesen dado un puñetazo del que nunca se recuperó, coronado por una calva manchada rodeada por greñas blancas de caspa. Estaba desnudo, y en el centro de su pecho lampiño palpita una marca que en principio era la de una mascara, ahora trazada por surcos anchos y escarlatas que amorataron la piel y la convirtieron en algo más cercano a una araña, una marca vestida de maldad

—El fuego afloja hasta las lenguas más infames y testarudas —Dijo Ivy. —Eres el último miembro de tu pandilla, Humber. El penúltimo me dijo donde planeabas esconderte. En las sombras de una villa sin importancia como la cucaracha que eres.

La aniquiladora inclinó su bastón hacia el hombrecillo, y este levantó las manos pálido del susto.

—¡Espera! Si me matas, también matarás a este anciano.

Tales palabras hicieron salir a Camui de su estupor, el chico miró el cuerpo abierto del anciano, ahora con la cabeza doblada hacia un angulo de la almohada. ¿Eso era su abuelo? Quiso creer que se trató de una falsificación.

—¿Me crees estúpida? Ese hombre ya está muerto —La actitud directa de Ivy lo zarandeó. ¿Entonces sí es su abuelo? ¿Su abuelo murió? Los ojos del muchachos se pusieron cristalinos.

—¡No! ¡Su corazón todavía late! Mira —En un intento de preservar su vida el hombrecillo hundió la mano bajo la piel hacia el pecho, y sacó con la mano envuelta en un guante de sangre, un corazón bombeando, lo sostuvo con cuidado de no desgarrar los vasos sanguíneos. —Mejoré mi arte. Ahora puedo ocupar un cuerpo sin matarlo. Así es más cómodo, así duran más.

Más que darle esperanza, la visión de un corazón latiendo mareó a Camui del asco, y más aun reparar que es de su abuelo le hizo apretar los dientes y sostener con firmeza la empuñadura de su cuchillo. Las lagrimas brotaran de sus ojos, pero su boca se mantenía cerrada por sus dientes. Ivy con su mano evitó que se saliera de su espalda y siguió fulminando con la mirada al señor del disfraz.

—Podemos llegar a un trato. Deja que escape y lo devolveré tal y como era —El hombrecillo volvió a hundir el reluciente órgano color rojo purpura en el cuerpo y lo dejó en el primer espacio que encontró. Sacó la mano y se volvió a la mujer. —Para mí es sencillo. Sí, muy sencillo. Del mismo modo que para ti es sencillo quitarte esa túnica que llevas. Mis métodos serán repulsivos para los más blandos, pero sigo siendo un humilde sastre.

—¿Ninguno de los de tu clase puede aceptar la muerte con dignidad?

La respuesta de Humbert a eso fue mirar hacia los lados con sus ojos viciosos, indiferente de cualquier atrocidad que cometió. Ivy suspiro volvió su vista hacia Camui para disculparse de lo que estaba a punto de hacer, y fue en ese momento que el hombrecillo se levantó de la barriga abierta con un puñal marfil en la mano. Saltó hacia el cuello de la mujer para enterrarle la costilla. Camui fue el primero en verlo y reaccionó, reunió sus escasas fuerzas y con una mano en el hombro de Ivy, se impulsó hacia adelante y extendió el cuchillo de artesano. El filo atravesó la piel del estomago y se hundió hasta la empuñadura. La costilla se agitó frente el rostro de Ivy pero lo único que logró fue rasgar la base del ancho sombrero. Humber golpeó el suelo con el cuchillo aun clavado. Camui queda sobre los hombros de Ivy con la mano extendida... Su boca tiembla pero no musita palabra, y más allá del moribundo en el piso no pudo despegar la vista de su abuelo.

Rod cierra lentamente los ojos. Le hubiera gustado despedirse del muchacho, pero por fin llegó su anhelado descanso.

...

Permaneció de pie en el camino de tierra, a solo diez pasos de la cabaña donde yacían los cuerpos de su abuelo y el conocido. Camui no se dio cuenta de lo mucho que temblaba, o lo frío que estaba su cuerpo, hasta que Ivy envolvió sin mirarlo una de sus manos entre sus dedos quemados y le trasmitió su pulso firme y tacto cálido. Camui la miró con ojos húmedos y enrojecidos.

—Estoy solo de nuevo —Sorbió por la nariz a mitad de la frase.

¿Volvería a los bosques? ¿Al vagabundeo y mendigar en las calles de villas y callejones de aldeas y reinos? ¿Regresaría el hambre y el sentir que su estomago choca contra su espalda? No, su abuelo le enseñó a cazar, ya no pasaría hambre si era astuto y veloz.

Lo que si regresaría son las noches de temor y soledad, heladas, acurrucado en escondrijos para que ningún ladrón o esclavista lo pille. Solo que ahora no tendría a su hermana mayor. Y aunque ya no era un pequeño que llora hasta quedarse dormido como la vez que ella se marchó sin interés de regresar por él, todavía le dolía como un puñal en el corazón el quedarse solo. Rod lo encontró derrumbado en el bosquecillo y en vez de dejarlo a su suerte le tomó entre sus brazos, lo cuidó, lo sano, y antes de darse cuenta Camui se convirtió en el nieto que siempre quiso tener.

—¿Qué le pasó a tu familia, abuelo?

Solo una vez le preguntó hace dos años, mientras pescaban en un lago a faldas de una montaña. Los cebos se mecían sobre la superficie que reflejaba la cumbre nevada, y la caña de su abuelo se estremeció fruto del temblor en sus manos.

—Fui débil, Camui. Fui débil y un hombre cruel me lo arrebató todo.

La mirada de su abuelo permanecía en el lago, un rostro arrugado de aspecto sereno, pero sus ojos eran nebulosos como perdidos en una espesa tormenta que ya pasó pero que todavía le hizo estremecer con el recuerdo de sus rayos y truenos. Ahora Camui tuvo a su propio hombre cruel, solo que este no duró demasiado, pero en ese corto tramo le arrebató su hogar y su familia. No tuvo lo necesario para proteger su felicidad.

Ivy aprieta su mano y hace que levante la vista. Ella le sonríe desde debajo de su sombrero, observándolo con ojos indescifrables.

—No estás solo, Camui. Estás conmigo.

La mano de la mujer, aun quemada, le ofreció un lugar de donde sostenerse en ese instante turbulento. El chico asintió con ojos llorosos e Ivy volvió su rostro hacia la cabaña. Con el rostro de madera apuntando, la aniquiladora golpeó el suelo y la boca del hombre se abrió para escupir una bocanada de fuego tan ancha y calurosa que Camui tuvo que desviar la cara y cerrar los ojos. El fuego se apoderó de la madera, la consumió, hizo crujir toda la estructura que de un momento a otro se transformó en una pila de llamas y levantó a los cielos una torre de humo. Eliminó los restos de aquella tragedia, borró del mundo un error.

Con su antiguo hogar aun crispando bajo las llamas, con el cuerpo de su abuelo y el señor del disfraz convirtiéndose en ceniza, Camui entonó la mirada y se aventuró a preguntar con la nariz moqueando.

—Señorita Ivy, ¿puede enseñarme a ser fuerte como usted?

Ivy no contestó, esperó hasta que el fuego se apagara por completo y solo quedasen cenizas para retirarse junto a Camui. No hacia la villa, sino hacia nuevos horizontes.

Fin.
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Cuentolosiento
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Re: Camui el artesano, y la arboreana (Fantasía)

Mensaje por Cuentolosiento »

Está bien estructurado aunque a veces se pierde el hilo; los diálogos en su sitio si se busca cierta ruptura descripción-diálogo-descripción; pequeños errores de concordancia, pero eso no desmerece el relato. Lo que si veo, en mi humilde crítica —positiva—, es que falta pulirlo un poco ortográficamente. Yo suelo decir "alicatarlo", aunque rara vez me lo aplico en lo mío, ya ves; pero como me gusta decir, «a veces se aprende más de quienes están aprendiendo, que de quien te enseña» y de tu relato también algo he aprendido.

Saludos.
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Re: Camui el artesano, y la arboreana (Fantasía)

Mensaje por Snorry »

Excelente narración, aunque el medio digital no es muy adecuado para algo tan largo. Lo he leído en varias etapas.
Imaginativo y fresco. Entiendo que parte de algo mayor.

Saludos
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Megan
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Re: Camui el artesano, y la arboreana (Fantasía)

Mensaje por Megan »

Muy interesante, estuviste inspirado y te salió un cuento bastante original. En lo que respecta a la narración es buena, pero creo que podrías haber resumido algo, se me hizo un poco largo. De todas formas, lo importante es que se nota tu capacidad de contar un cuento de forma prolija, sin repetir palabras, con un buen lenguaje adaptado al entorno del lugar donde ocurre. Me gustó mucho, para el próximo no te repitas tanto, los sentimientos de Camui están muy claros desde el comienzo, no hay porqué recordárselo al lector todo el tiempo.

Gracias por compartirlo, :D .

Otra cosa, hay concurso de relatos en marzo, estate atento al hilo porque creo que deberías participar.
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Re: Camui el artesano, y la arboreana (Fantasía)

Mensaje por Yayonuevededos »

Vamos a ver.
Hay un montón de errores: problemas gramaticales y ortográficos a rajabonete. Todos solucionables, pero, de momento, siguen ahí. También has caído en algunos lugares comunes, anacronismos, y frases mal construidas. Quizá, intuyo, por apresuramiento.

Ya te dije lo que puedes corregir.
Sin embargo, has logrado lo que muchos ansían y no consiguen: la suspensión de la incredulidad.
Me asomé dos o tres veces al texto, y me acobardó la extensión. Pero, terminé leyéndolo de un tirón. Me hice amigo de Camui, me preocupé por su destino. ¿Por qué? Porque me has empujado a ello, me has llevado de principio a fin, saltándome esos fallos que ya mencioné, interesado más en qué iba a ocurrir después que en cómo lo narrabas.
Has tu trabajo: pule, revisa, tacha, reordena.

Me quito el sombrero y vuelvo a mi cubil.
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Oliverso
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Re: Camui el artesano, y la arboreana (Fantasía)

Mensaje por Oliverso »

Hay algún emoticón que trasmita lo frustrante que es escribir una respuesta para cada uno, contestando sus apoyos, críticas, y enseñanzas, y que el celular decida cambiar de página, perdiendo todo de lo escrito? :paranoico: No? Pues okay.

Bueno, resumiendo lo que ponía, gracias a todos por pasarse a comentar :D Me preocupaba que un texto tan largo no recibiera feedback, pero me alegra equivocarme. Admito que esto formaba parte de un libro que no terminé, siendo Camui el primero de tres protagonistas que se conocerían en Arborea. Lo encontré, quite la partes que hacían alusión al futuro, y pa' la mesa crudo como el sushi. A pesar de mi flaqueza, estoy contento de saber que les gustó la historia del joven artesano.

Respecto a lo del concurso de Megan, la verdad es que tengo un borrador listo, aunque como últimamente me rueda por la cabeza otra historia, no sé qué vaya a lanzar.
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lucia
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Re: Camui el artesano, y la arboreana (Fantasía)

Mensaje por lucia »

Oliverso, una pregunta, ¿cuál es tu idioma materno? Porque el texto no está mal, pero confundes el uso de los pasados y eso me ha hecho recordar algo que dijo recientemente mi profesor de francés, que ellos solo tienen el imperfecto y el compuesto.

Por cierto, el texto está pidiendo que ese mundo de Arbórea no sea tres personajes, sino una historia mayor :lista:
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Oliverso
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Re: Camui el artesano, y la arboreana (Fantasía)

Mensaje por Oliverso »

N-No, nada extranjero. Español, criollo, pero español al fin y al cabo. Los malabares entre el presente y el pasado son fallos míos sin más. No se si crecer leyendo traducciones chuscas de novelas coreanas y chinas me pasó factura, pero el caso es un desperfecto que busco arreglar.

Y tienes razón en eso último :cunao: Arborea necesita un nuevo vistazo, uno más profundo. Puede que en un futuro me ponga con una novela con toda las letras, aunque de momento estoy centrado en acabar otra historia de otro mundo.

Ah, y gracias por pasarte. Pa' la próxima les dejo un relato más compacto.
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lucia
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Re: Camui el artesano, y la arboreana (Fantasía)

Mensaje por lucia »

Justo hoy me lo ha recordado el profe de francés: el passé compossé de ellos viene a utilizarse igual que el perfecto y el simple nuestros. Y de rebote me he enterado de que en gallego es igual que en francés :cunao:
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