Belicología (Relato interactivo)

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Oliverso
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Belicología (Relato interactivo)

Mensaje por Oliverso »

Queriendo probar cosas nuevas, decidí darle una oportunidad a este formato a ver qué tal. Bienvenidos a este corto viaje por el mundo de la guerra divina (Ese al que pertenece la historia de El Lancasteriano). Que no se te olvide contarme cómo terminó tu ruta, ¿lograrás convertirte en héroe?

El protocolo es simple. Al final de cada escena tienes que escoger entre opciones, y luego pasas a la escena que indica la opción. Hay un total de 7 finales. Desconozco si se pueden usar hipervinculos como si fuese un word, así que les tocará viajar a mano.

Belicología

Escena 1:

Estado Miranda. Estación, Palo Verde. Ubicación, la unidad de bloques de apartamentos 23 de Abril. Gran universidad Rafael Napoleón Baute, ancha mole con 30 pisos de altura, de materiales desnudos y tendencias masivas, y cuyos ángulos duros de concreto armado puedes vislumbrar desde las ventanas del segundo piso del tren atómico. ¿Quién diría que asistirías al mayor centro educativo de toda Suramérica? Lejos te queda el frescor verde del hogar.

—Mira, la zona industrial —Dice Isaac, tu hermano, inclinándose desde su asiento para apuntar al enjambre de chimeneas que vomitan humo nuclear al cielo gris. —Trabajaré allí lo que queda del año para pagar la colegiatura. ¿Qué pasa? No tienes qué preocuparte. Conseguiste una beca.

Sabes que le molesta, que intenta estar a tu altura, incluso superarte. Pero siempre lo tuviste más fácil, quizás porque tomar decisiones para ti resulta tan sencillo como señalar un camino y pasar página hacia ese camino. Isaac, en comparación, estaba crispado por las dudas, los nervios, y los trayectos desandados.

—Estudiaremos juntos. Tal y como quería mamá...

Y tal cómo él no quería, es tácito. Se quita las gafas y pule las lentes con un pañuelo blanco que saca del bolsillo de su chaqueta. Permanece meditativo, como si el acto de limpieza lo relajara. Una auxiliar pasa entre los asientos empujando un carrito de tres niveles, el superior cargado de bebidas, el del medio de chucherías, y el tercero con tabletas de pantallas táctiles, hechas para usar y devolver. Isaac pide una. La auxiliar dedica una linda y coqueta sonrisa. Tu hermano no tarda en darse cuenta que es dirigida a ti, se lleva un puño a la boca y tose. La auxiliar, como dándose cuenta de su impropia actitud, se retira con cara roja. Isaac pasea sus ojos sobre la tableta, y lee en voz alta los titulares principales y tendencias de toda la semana.
Se firma el tratado para cambiar el mundo.
El odio desaparece y la justicia se propaga.
Un pacto que nunca se ha visto antes.
Es el tratado de la alianza para finalizar con la guerra.
No hay agendas editoriales discordantes. Cada noticia de la creación de la Alianza de Naciones Terrestres (Escrito en fanfarria y mayúsculas) es acompañado por fotos y vídeos de hombres y mujeres sonrientes, pechos hinchados de orgullo, y ojos chispeantes de ardor terrícola, cargando carabinas, escopetas, o rifles. Hay desfiles, bailes, gozo, banderines, niños que forman círculos agarrados de las manos y corren cantando sobre los nuevos héroes.

—Japoneses y chinos. Alemanes y judíos. Mexicanos y yanquis. Perros y gatos. Todos bajo una misma bandera —Habla con guasa, pero sin sonreír. No recuerdas la última vez que lo viste contento. —¿Quién adivinaría que solo tenían que caer reyes de colores del cielo, para convertirnos en una gran familia feliz?

Un timbre armonioso marca la llegada a la parada. El tren abre sus puertas. Los pasajeros levantan, recogen los equipajes y enfilan a las salidas, donde quienes pidieron tabletas las devuelven. Isaac camina delante de ti. Pasan junto a un hombre de gruesa gabardina y sombrero bajo, posiblemente agente de Seguridad Nacional, fantasma de Estrada. Los ojos de la gárgola estatal pasan por tu faz… Tu pecho deja de martillear en cuanto sigue de largo hacia los otros vagones.

—Espabila. No quiero demorarme por tu culpa —Isaac te apremia.

Alcanzas las escaleras plegables que descienden hasta la plaza. La salida es flanqueada por dos auxiliares, una de ellas la que te sonrió hace rato, y de nuevo, te enseña sus hoyuelos. Isaac le pasa la tableta y baja. Tú por otro lado…

Continuar a la universidad (Escena 2)
Regresar y reconsiderar tus opciones de vida (Escena 3)

...
Escena 2:
En el centro de la plaza se exhibe un busto del General Pérez Jiménez, padre bicentenario del Nuevo Ideal Nacional, política que hoy en día dirige la nación. Te sorprende el ruido y el color de una feria, donde niños y niñas corren en batallas imaginarias conquistadas a través de cuchillos de plástico y armas escupe balines. ¡Cómo persiguen la inmortalidad esos pequeños grandes gigantes! Sospechas que justo eso piensan los sonrientes padres que observan a sus jovenzuelos jugar.

Isaac y tú avanzan entre las lonas y expositores. Se venden caramelos, galletas, también chicha, y tizana con mucho cambur. Ofrecen collares y amuletos, estatuillas de los héroes del ayer y del hoy. Cuadros de Napoleón, de Mao, de Pinochet, y otros tantos hombres fuertes. Estatuillas de Boves, del Che, de Patton. Isaac compra uno de esos muñecos cabezones de Hitler, supones que para su colección secreta. Un vistazo a las “monjas” que atienden los puestos llevando ese velo y manto blanco, honor a enfermeras de antaño, basta para que etiquetes la exhibición como obra del culto de la belicología.

Una de las monjas, negra, pequeña, y delgada, pero poseedora de unos intensos ojos azules que parecían conocer las verdades más íntimas, te extiende un folleto y sonríe en una muy evidente invitación. Nunca te acercaste a la belicología antes, pero quizás…

Aceptar el folleto por amabilidad y luego reciclarlo cuando andes lejos (Escena 4)
Te interesa quedarte y conocer más sobre la belicología (Escena 5)

...
Escena 3:
¿De verdad es tu destino una vida académica? Cierto es que tu madre siempre insistió a Isaac y a ti que tomaran un camino intelectual, quizás esperanzada de que una labor entre libros los alejara del ensueño bélico. Pero ahora, sin que te tiemble el pulso, optas en dejar eso de lado y volver a casa. Isaac, que ya andaba por la mitad de la escalera, nota tu desapego y se vuelve para encararte con reproche.

—¿Qué pasa ahora?

Aclaras que decidiste reconsiderar tus opciones.

—Bromeas, ¿verdad?

Reafirmas tu nueva intención. Él sacude la cabeza.

—Siempre necesitas llamar la atención.

Se marcha a la universidad sin ti.

Vuelves a tu asiento designado. Oyes el silbido del calor, es el tren bostezando en relajo y en espera de que lleguen los nuevos pasajeros. Sacas tu portátil del equipaje, y aprovechas de leer en PDF una novela de Jesús A. Olivo, tu autor favorito. Estabas metido en la historia, cuando escuchas una voz.

—¿Puedo sentarme?

Es la auxiliar. Pero en pocos minutos empezarías a conocerla como Melody. Parece que, al pasar, reconoció un par de líneas de la novela que revisas. Tal tema de conversación es el abre bocas de una cuantiosa platica. Intercambian risas, impresiones, historias. La química es casi instantánea. Hablas sobre tu pueblo de bosques verdes y corrales con rollizos cerdos. Ella te cuenta de la vida en las montañas nevadas de Mérida.

—Es impresionante eso.

No te es claro a qué se refiere, pero disfrutas de oírla hablar, su acento es cantarín, digno de un ave de altura.

—Eso. El recibir una beca. Debes ser muy inteligente. Yo no superé el liceo, era necesario que me metiera a trabajar. Y entre preparar queso y batir leche, decidí mudarme a la sucursal del cielo.

Mira por la ventana y sus ojos claros se pierden hacia Petare, donde el brutalismo no para de crecer.

—Nunca entendí por qué llaman a Caracas tal cosa. Allá en mi pueblo me sentía más cerca de las estrellas y del Todopoderoso.

¿Entonces por qué no regresa? Ella suspira cuando se lo preguntas, y forma puños sobre el doblado de su falda.

—Quisiera llegar con manos llenas. Cualquier logro, primero. Todo contar de evitar esa mirada… La cantinela del “te lo dije”. A todos nos asusta admitir renuncia, ¿no? A todos los decentes, digo.

El tren está casi lleno. Melody te deja para cumplir con su trabajo. Cada vez que pasa junto a tu lugar, reúnes otra pizca de valor para pedirle su número. El tren ya con todos los puestos ocupados, vuelve a emitir un timbre armonioso y cierra las puertas. El poder del átomo, cosechado en un poderoso reactor, empuja los vagones de reluciente acero sobre los rieles. Imanes desaparecen la fricción, otorgando velocidad y quietud imperturbable en todo el trayecto. Hasta que la paz se rompe a grito de…

¡PATRIA, SOCIALISMO, O MUERTE!

Tú, cómo el resto de pasajeros en el vagón, ladeas la cabeza con ojos espantados, solo para descubrir a un hombre quitarse el abrigo y revelar un uniforme verde, cargado con un cinto de explosivos.

Huir (Escena 6)
Atacar (Escena 7)


...
Escena 4:
Aceptas el folleto, y con la mano realizas un ademan de saludo condescendiente a la hermana de la belicología. Sigues con Isaac más allá de la plaza, y reciclas el papel en el contenedor correspondiente. Un blindaje de coraza amarilla con patrón de gruesas rayas negras, cuya movilidad dependía de unas patas de oruga, recoge con sus pinzas los contenedores para llevarse los desechos.

La calle está en cuesta, van para arriba. Desde las ventanas y cornisas de los apartamentos, aletean las banderas de Venezuela y de la Alianza de Naciones Terrestres. Llegan a los terrenos de la gran universidad, con sus campus separados de la calle por murallas de diez metros patrulladas por policías, el brazo de la ley siempre respira en tu oreja. Cuatro portones de metal sirven de entradas y salidas, cada uno destinado a un sector de la cátedra: Primaria, segundaria, universitario, y el último es exclusivo para los profesores y trabajadores de la Alma Mater. El tercero y el último sector de los susodichos, son los únicos libres de llevar uniforme, logro conseguido gracias a más de una década de lucha dialéctica contra la Junta Militar y los sectores conservadores de la sociedad.

El paso entre los portones es libre, y no hay casos documentados de insensatos irrumpiendo sin permiso y por guasa. La seguridad y rectitud civil en Venezuela es proporcional al temor y la confianza hacia su gobierno.

—¿Quién no aceptaría un par de libertades menos a cambio de que todo funcione? —Cuestiona Isaac. Sabes que siempre le gustó nadar a favor de la corriente. —Hay que ser realistas con estas cosas, hermano.

Siguen el camino de cemento. El titán espera para tragarlos con sus fauces de concreto armado. Ancho, babilónico, tenerlo encima acongoja. Asistir a tremenda fortaleza reviste de un peso único a la educación. Ahora entiendes por qué hay niños echándose a llorar en los campus nivelados de placas separadas más abajo.

Oyes gritos.

—¡Ponte, maldito maricón!

—¡En la cara no!

A un lado de la rampa que sube a la entrada, yace en la grama un muchacho rubio y escuálido, rodeado por un cuartero de jóvenes más altos y fornidos, todos de camisas pardas y pantalones azules. Llevan la insignia de las juventudes perejimeniztas. Con porras atizan al joven sin piedad, que lo único que puede hacer para defenderse es cubrirse con los brazos y chillar.

—¡Esto te enseñará a no vestir jeans ajustados!

—¡El mundo es libre y la moda también!

—¿Mundo lib-? ¡Tú no aprendes!

Quien parece el líder del cuarteto es el que agita su porra con mayor fiereza. El resto de estudiante observa, pero nadie interfiere. Para los guardias en la muralla es como si nada raro sucediera. La gargantilla y la chaqueta de colores que el escuálido trae, aumenta el número de golpes a recibir.

—Sigamos —Dice Isaac.

Intervenir (Escena 8 )
Entrar a la universidad (Escena 9 )

...
Escena 5:
—Bienvenido —Dice la pequeña hermana a la vez que prende una vela en el altar de la estatua de un soldado sin cara. Cualquiera puede verse reflejado en su anónima superficie de bronce. —Gracias por acercarte. Hoy en día es raro recibir atención por personas de tus pintas.

¿Tus pintas? Ella te contempla con esos ojos intrigantes.

—Universitario. El camino de los libros en vez del de las armas. Es triste.

¿Triste cómo? Ella baja ligeramente los parpados y junta las manos cerca de su pecho.

—Perder el pasaje a la inmortalidad de ese modo. Cuando es deber de todos el concluir la guerra que acabará con todas las guerras.

Conoces de historia antigua. Lo mismo decían de la primera, segunda, y tercera guerra mundial. Ella esboza una media sonrisa cuando se lo comentas, sostiene la parsimonia de un santo, casi puedes imaginarla posando en un cuadro de época.

—Intenciones desviadas y esfuerzos huecos. Convirtieron un medio para probar el valor, el honor, y la fuerza, en un tifón de barbarie donde los hombres se ahogaban en gas toxico, y quedaban atrapados durante días en alambres de espinas.

Escuchar a una hermana de la belicología siendo tan crítica, te enerva, como si presenciaras a un tigre disfrutando de una lechuga. Pero obvio, pronto llega el remate.

—Por algo esta es la única guerra que es divina. Nuestro movimiento ayudó a devolver el honor al campo, y resaltar la importancia de los individuos fuertes. Siglos atrás quedó la dictadura del hombre blandengue, ese incapaz de dirigir el arca humana en los mares tormentosos de nuestros tiempos.

Preguntas su nombre.

—Francesca.

Señalas su gusto por las metáforas. La media sonrisa de ella se convierte en una completa.

Seguir hablando con Francesca (Escena 10)
Despedirte y alcanzar a Isaac para ir a la universidad (Escena 11)

...
Escena 6:
Saltas de tu asiento antes que nadie. Corres lejos del terrorista, ¿pero hacia donde? En un segundo un grito. En otro… Un clic.

Explosión.

Un calor poderoso e invisible te empuja contra el suelo, seguido por una lluvia de vidrio. Durante un instante, o una eternidad (No estás seguro) tu visión queda en negro. Al volver en sí, te alivia el no sentir dolor, ni calor, ni frío. Con el empuje de tus palmas logras darte la vuelta y encarar la carcasa negra y humeante en la que el vagón quedó convertido. Falta acero y vidas, y del mismo modo faltan tu abdomen y tus piernas. Tus manos pierden su fuerza, tu cabeza se siente de hierro, y lo que queda de ti… Muere.

Final 1: Medio hombre.

...
Escena 7:
Saltas de tu asiento antes que nadie. Corres hacia el terrorista, ¿pero es lo más sensato? ¿Por qué no huiste? En un segundo un grito. En otro… Estás sobre él.

Forcejeo.

El hombre y tú ruedan por el suelo. El detonador cilíndrico se desliza y termina bajo los puestos. Más por suerte y desesperación que por habilidad, logras embestir la cabeza del guerrillero contra el borde de un asiento, aturdiéndolo. Tomas su cráneo entre tus palmas con intención de estamparlo de nuevo y noquearlo. Pero oyes un trueno, la fuerza del plomo arrebata las sienes ajenas de tus dedos, y la frente del tipo queda con un agujero entre ceja y ceja. Vuelves el rostro y descubres a Melody a dos pasos detrás de ti. Su semblante es de espanto, la piel le pasa de un rosado blanquecino a una palidez fantasmal, y entre sus manos temblorosas sostiene una pistola Beretta recién disparada.

—¿Estás bien? —Pregunta con voz trémula.

Asientes lentamente, todavía procesando la situación.

Los pasajeros por fin reaccionan, y en un ataque de pánico e instinto, saltan y escalan los puestos, escapando en manada a las puertas aunque estén selladas y el tren siga en movimiento. Uno, más sensato que el resto, activa el interruptor de la alarma cerca de una pared, que enciende un timbre que resuena por todo el tren, y manda una señal que alerta a las fuerzas de Seguridad Nacional.

Pero antes que cualquier ayuda venga, les llega el batir de rifles de asalto. Una bala atraviesa a una madre y al hijo que sostenía entre brazos. Un hombre abre la boca para gritar, pero acaba atragantándose con su propia sangre cuando otro proyectil se le incrusta en la garganta. El enjambre letal obliga a Melody y a ti a cubrirse entre los asientos, mientras la manada de civiles devuelve para correr en dirección contraria, aplastando a los muertos y a los que tropezaron. Una escuadra de guerrilleros viene abriendo ráfaga desde el fondo, quizás con intención de averiguar por qué la bomba no explotó. Melody intercala entre cubrirse y asomarse para responder los disparos, faena en la que resulta decente aunque esté muerta de miedo.

Con intención de apoyarla, rebuscas en el cuerpo del fiambre y agarras la pistola Trejo de su funda. El metal del arma es de un brillante rojo, lleva inscrita en el costado derecho un verso de Neruda, y en el izquierdo la marca de los ojos de Chávez.

Permanecer en posición y apoyar a Melody con poder de fuego (Escena 12)
Reventar una ventana de un disparo y escapar con Melody en brazos (Escena 13)

...
Escena 8:
El sentido de justicia te empuja a actuar. Corres hacia líder de las juventudes y lo empujas lejos del afeminado. Pronto eres rodeado por los cuatro gorilas, y antes de que te des cuenta terminas de cara en el pasto, tragando polvo con cada jadeo, ganando porrazos, insultos, y puntapiés. Por el rabillo del ojo pillas a Isaac siguiendo de largo.

Te perdiste la ceremonia de inauguración. Tomas asiento, con la ropa sucia y el cuerpo amoratado, frente el escritorio del despacho de la vicerrectora. Un cuadro grande de Bolívar te dedica una mirada indomable desde el fondo. La mujer de hierro aparece, con sus gafas de marco negro, y su apretujado peinado con cada pelo en su lugar. Te recuerda a Isaac, pero más baja, vieja, de mayor edad, y con unos cuantos kilos de más.

—Primer día, primera falta. ¿Cómo explicas esto, Matamoros?

Es una pregunta capciosa, no te da chance de defenderte, tampoco necesita tu versión de los hechos, la vicerrectora conoce con lujos de detalles lo que ocurrió.

—Gustavo no le pegó a ese chico por gusto. Quería corregirlo, ayudarlo. Nuestra sociedad tiene valores, y esos valores hay que respetarlos y defenderlos. No es correcto andar por ahí con ropa apretada como si esto fuese una casa del mal vivir.

Suspira y gira la silla hacia el cuadro, como para pedir consejo al retrato del libertador.

—Por tu historial sé que eres un buen muchacho, con potencial, listo para convertirte en un hombre recto. No desperdicies la oportunidad que te damos.

Regresa la mirada, su semblante ablandado.

—Gustavo me habló luego de traerte. Dijo que está avergonzado de su brusquedad, y entiende que solo actuaste por sentido de la justicia. La justicia es un factor muy importante entre las juventudes perejimeniztas. Te invito a hablar con él… Gustavo sería una estupenda influencia para ti.

Asentir y seguir su consejo de reunirte con Gustavo para limar asperezas (Escena 14)
Asentir pero solo para librarte (Escena 15)

...
Escena 9:
Ingresas a la universidad. Calentadores ocultos mantienen el amplio interior templado, y sospechas que desde las esquinas sombrías del techo a diez metros de altura, vigilan lentes de seguridad de largo alcance y alta sensibilidad.

—No te les quedes mirando o pensaran mal —Dice Isaac. Parece que también se dio cuenta.

Confirman sus identidades y admisiones en recepción, donde les indican el camino para llegar al auditorio. Descienden por una rampa de una garganta gris, que para sorpresas de muchos les deja en un teatro de ópera equipado con intensos foscos, y gruesos telones rojos que caen en los flancos de la tarima. Isaac y tú ocupan dos lugares libres. Los cómodos asientos se amoldan a sus vertebras y las saca un jadeo de satisfacción en perfecta sincronía.

La asistencia es total, el auditorio queda lleno. Los focos pasan a enfocar el púlpito de la tarima. Aparece un hombrecillo en traje, de sonrisa afable y grises patillas. El rector le da la bienvenida al sector universitario. Su discurso es breve pero certero, sin florituras ni masturbación lingüística. El rector sigue el estilo cabal del militar que, siglos atrás, apretó las tuercas a la política y a la sociedad, y convirtió a Venezuela en la potencia militar y atómica que es hoy. Alaba a la patria, a los héroes de la guerra, a los maestros, y a Dios.

La bienvenida termina. Los estudiantes aplauden. Algunos sueltan una que otra lagrimita. Se retiraban, contentos de empezar esa nueva etapa en sus vidas, cuando los celulares empezaron a sonar. Ahora que la bienvenida acabó, nadie vio problema en contestar. Primero cae un pesado silencio. Acto seguido se esparcen los murmullos y las preguntas. Palabras claves: Atentado, terror, secuestro, y tren 321. Isaac y tú intercambian miradas, lo notas pálido y no podía ser menos, el tren asaltado es justo el que los trajo.

Los monitores ponen en calma a los estudiantes. Se rumorea que la autoría del ataque es del PSUV. Una hora después el rumor se confirma a través de un comunicado de Seguridad Nacional. Aquellos estudiantes simpatizantes de la izquierda todavía dudaban y auguraban posible Fake New, pero en cuanto la brigada Diosdado Cabello comenzó a subir las ejecuciones de los civiles secuestrados en Internet, nadie pudo ignorar la realidad.

Te asustó la posibilidad de descubrir a la bonita auxiliar entre los secuestrados por los socialistas, así que ignoraste cualquier información extra sobre la crónica roja.

Ir a tu dormitorio y descansar. Lo necesitas (Escena 16)

...
Escena 10:
Toman asiento en una banca de piedra. La superficie esta tibia por el sol.

—¿Cómo te llamas? —Pregunta Francesca, sus manos descansan sobre su larga falda blanca.

Dices tus nombres y apellido.

—Matamoros… ¿Y tu padre?

Gabriel. Preguntas la razón de ese interés repentino, pero ella no responde en el apto, en vez se queda mirando la nada como buscando hilos de éter. Preocupado, la llamas. Francesca reacciona, te mira, y te sorprende al hablar de la ocupación de tu padre como revolucionario, además de factores sobre su muerte en la rebelión de Salamanca contra el Matriarcado, incluyendo el día y la forma, datos que incluso tú desconocías. Empiezas a mirarla como si fuese un espectro. Ella, dándose cuenta de tu recelo, posa su pequeña mano sobre tus dedos en la banca para hacerte saber que es de carne y hueso.

—Te avergüenzas de él.

¿Cómo no estarlo? Era buen soldado, y un gran padre, enseñó a Isaac y a ti cómo defenderse. Pero su causa era proscrita, además de concluir fracasada. Por algo les tocó escapar de España. 10 años de huída y ya ni te queda el acento. Tu jaspanglishinese es neutral, aséptico.

—Todo aquel que quema su vida en la guerra divina, se eleva al cielo. Los bandos, los métodos, hasta el resultado, eso no importa.

Todavía no tienes claro si su serenidad te relaja o te incomoda todavía más.

—Cada hombre, o mujer, o niño que fallece con un arma en las manos, gana su marca en El Mortuorio. No exagero con la inmortalidad. Es vital para la gran misión que recordemos los costos y lecciones de la guerra.

El Mortuorio, el libro negro de los muertos, una de las insignias del culto a la belicología. En el instituto tenías una novia gótica que te habló de su existencia. Se rumorea que los integrantes del culto se lo conocen de memoria, millones de nombres, millones de líneas. Preguntas a Francesca sobre la autenticidad del mito. Ella sonríe y asiente.

—Es simple. Solo hago amago de pequeños trucos mentales. Como abrir un archivero de oficina, o usar atajos para una serie de carpetas en un ordenador… Pero en tu cabeza. Podría enseñarte.

Te tensas. Ahora la invitación es aún más obvia. ¿Pero de verdad te interesaría dejar el cuerpo y el alma en un culto? Tendrías que abandonar la universidad. Decepcionarías a tu madre. Isaac, bueno, a Isaac le daría igual.

Unirte a la belicología (Escena 17)
Despedirte y alcanzar a Isaac para ir a la universidad (Escena 11)

...
Escena 11:
Con palabras atropelladas te despides de Francesca y huyes de su intensa presencia, no sin antes ver sus ojos llenos de decepción. El folleto cae a tus espaldas, pero ni te das cuenta.

La calle está en cuesta. Desde las ventanas y cornisas de los apartamentos, aletean las banderas de Venezuela y de la Alianza de Naciones Terrestres. Alcanzaste a Isaac bajo una de esas astas. Él te lanza una mirada de fastidio.

—Por un momento te supuse tan tonto para quedar camelado por esa loca.

Con todo el amor del mundo le dedicas tu dedo medio en primer plano.

Llegan a los terrenos de la gran universidad, con sus campus separados de la calle por murallas de diez metros patrulladas por policías, el brazo de la ley siempre respira en tu oreja. Cuatro portones de metal sirven de entradas y salidas, cada uno destinado a un sector de la cátedra: Primaria, segundaria, universitario, y el último es exclusivo para los profesores y trabajadores de la Alma Mater. El tercero y el último sector de los susodichos, son los únicos libres de llevar uniforme, logro conseguido gracias a más de una década de lucha dialéctica contra la Junta Militar y los sectores conservadores de la sociedad.

El paso entre los portones es libre, y no hay casos documentados de insensatos irrumpiendo sin permiso y por guasa. La seguridad y rectitud civil en Venezuela es proporcional al temor y la confianza hacia su gobierno.

—¿Quién no aceptaría un par de libertades menos a cambio de que todo funcione? —Cuestiona Isaac. Sabes que siempre le gustó nadar a favor de la corriente. —Hay que ser realistas con estas cosas, hermano.

Siguen el camino de cemento. El titán espera para tragarlos con sus fauces de concreto armado. Ancho, babilónico, tenerlo encima acongoja. Asistir a tremenda fortaleza reviste de un peso único a la educación. Ahora entiendes por qué hay niños echándose a llorar en los campus nivelados de placas separadas más abajo.

Oyes gritos.

—¡Ponte, maldito maricón!

—¡En la cara no!

A un lado de la rampa que sube a la entrada, yace en la grama un muchacho rubio y escuálido, rodeado por un cuartero de jóvenes más altos y fornidos, todos de camisas pardas y pantalones azules. Llevan la insignia de las juventudes perejimeniztas. Con porras atizan al joven sin piedad, que lo único que puede hacer para defenderse es cubrirse con los brazos y chillar.

—¡Esto te enseñará a no vestir jeans ajustados!

—¡El mundo es libre y la moda también!

—¿Mundo lib-? ¡Tú no aprendes!

Quien parece el líder del cuarteto es el que agita su porra con mayor fiereza. El resto de estudiante observa, pero nadie interfiere, para los guardias en la muralla es como si nada raro sucediera. Las juventudes tienen carta blanca para poner en cintura a cualquiera que vaya por ahí irrespetando el código tácito de vestir. La gargantilla y la chaqueta de colores que el escuálido trae, aumenta el número de golpes a recibir.

—Sigamos —Dice Isaac.

Intervenir (Escena 8 )
Entrar a la universidad (Escena 9 )

...
Escena 12:
El relleno de los asientos salta y crea una pequeña nevada en el interior del vagón. Mantienes tu posición, y respondes los disparos enemigos con fogonazos de tu arma. Tumbas a un guerrillero al atinarle un tiro en el esternón.

—¡Me quedé sin munición! —Te grita Melody desde el otro lado.

Tu Trejo también estaba a segundos de quedarse seca.

La balacera frena en el momento que los socialistas necesitan recargar. Puede que sea tu oportunidad de ser un héroe.

Tomar la mano de Melody y retroceder hacia los otros vagones (Escena 18)
Cargar contra los guerrilleros y tomar el rifle del fiambre (Escena 19)
Conseguir el detonador y amenazar a los terroristas (Escena 20)

...
Escena 13:
Te superan en número, combatirlos sería un suicidio, así que optas por crear una vía de escapes. Te levantas y apuntas la Trejo a la ventana.

—¡Espe-!

La advertencia de Melody llegar demasiado tarde. Aprietas el gatillo. Oyes un golpe, y al instante algo te apuñala el gatillo. Miras y descubres una mancha roja expandiéndose den tu camisa desde un agujero. Tus piernas pierden la fuerza y caes de espalda. Con los ojos fijos en el techo, tu memoria revive los momentos que pasaste en la estación esperando al tren. Isaac ocupa lugar en la banca del andén contigo. Tu hermano lee en su portátil un panfleto virtual que descargó del sitio web del servicio.

—Aquí dice que además de aire acondicionado, seguridad profesional, y atención de primera, los vagones están equipados con ventanas de vidrio antibalas de 30 centímetros de grosor, confeccionado en gravedad cero para mayor resistencia y transparencia. ¿Estás escuchando?

Obviamente, no estabas.

Final 2: Efecto rebote.

...
Escena 14:
Te comprometes en limar asperezas con Gustavo. La vicerrectora asiente.

—Me alegra que seas maduro.

Sales del despacho. De camino al auditorio para preguntar qué pasó, encuentras Gustavo y a sus tres compañeros de juventudes en el pasillo, cruzando sus fuertes brazos. El semblante severo del muchacho cabeza rapada cambia a uno más amable cuando te ven llegar.

—Compañero, mala mía lo del campus. Te confundí con uno de esos progresistas. Con esa gente hay que tener la mano dura.

Te pone una mano en el hombro.

—Sin rencores, ¿verdad?

Sonríe con dientes muy blancos.

—¿Qué tal si nos acompañas a tomar unas frías donde los Gavidia? Después de todo, las clases no empiezan sino hasta mañana.

Hasta ahora nunca pensaste en unirte a las juventudes del Nuevo Ideal, grupo cuyos integrantes tienen fama de ser rectos como flecha, pero también la infamia de intolerantes y afines a repartir dolor. No quita que, si tu aspiración es ser afín a la guerra divina y al régimen venezolano, acercarte a las juventudes sería una marca beneficiosa en tu historial.

Simpatizar con las juventudes (Escena 21)
Rechazar la oferta y buscar a Isaac (Escena 22)

...
Escena 15:
Aunque digas que intentaras limar asperezas con Gustavo, la vicerrectora frunce el ceño. Sabe que no lo dices de todo corazón.

—Una parte de madurar es aprender a tomar las decisiones correctas, Matamoros. Retírate.

Sales del despacho. De camino al auditorio para preguntar qué pasó, encuentras al muchacho rubio y flaco de antes. La mejilla hinchada y el parche que tapa un corte en su frente, no disminuyen su ánimo, te sonríe y levanta una mano en señal de saludo.

—Gracias por tratar de salvarme el culo allá abajo. Saliste amoratado, pero descuida, sobrevivirás. Me llamo Claus. ¿Cual es tu nombre?

Se lo dices.

—Un gusto.

Preguntas por qué se metió en problemas con las juventudes.

—¿No es obvio? Defendía el derecho al libre vestir. Llevar pantalones que no den grima está lejos de ser la panacea, pero oye, pasos de bebé hasta que toque lanzar patadas y derribar muros.

Guarda los pulgares en los bolsillos de su pantalón.

—Tienes cara de idealista y de inconforme, hombre. ¿Por qué no vienes conmigo a la librería de la esquina? Está llena de gente genial. De todas formas las clases comienzan mañana. ¿Qué carrera escogiste?

Filosofía bélica.

—Hay que tener las ideas fuertemente atornilladas antes de mandar a morir a los soldados, eh. Tengo una buena amiga ahí, quizás la conozcas.

Simpatizar con Claus (Escena 23)
Rechazar la oferta y buscar a Isaac (Escena 22)

...
Escena 16:
Es la hora de filosofía bélica.

El salón es amplio y escalonado. El profesor, a través de la voz, indica a la larga pantalla en la pared, cuales palabras, imágenes, o formas mostrar. Queriendo sondear los egos y personalidades, el profesor abre debate. Guerra divina, y el nacimiento de la Alianza de Naciones Terrestres. La simple mención basta para tensar posturas y poner en marcha los engranajes mentales. Casi al instante dos personajes, con su intensidad y dicción, sobresalen del resto. Cada uno perteneciente a polos opuestos del espectro político.

Sumire, liberal, progresista, y antibelicista. Mitad venezolana, mitad japonesa, aunque quizás lo más llamativo de su apariencia sea la silla de ruedas que usa para desplazarse. Es la primera vez que observas ese mecanismo en la vida real, creías que era una discapacidad erradicada por los avances tecnológicos.

Gustavo, estricto, conservador, y pro-guerra. Su camisa esta ceñida por los abultados músculos cultivados en el entrenamiento de las juventudes perejimeniztas. Sus valores son de un acero gris como el color de sus ojos.

Sumire y Gustavo, cara a cara en frente de la pantalla, separados por cinco metros de distancia, empiezan una batalla de razonamientos que se ha visto desde que se empezó a considerar seriamente la teoría del alto costo. ¿Cuánta muerte y destrucción necesita experimentar la humanidad para aprender del pasado y desaparecer sus mañas hostiles? ¿Cuál es la mejor manera de lograr que la sociedad acepte y esté dispuesta a pagar el precio? ¿Acaso el sufrimiento y la pelea no producen un humano más fuerte que aquel crecido entre algodones? Son preguntas sin respuestas absolutas que, junto al fracaso de las viejas ideologías y del estado de bienestar, parieron al mundo moderno. Para muchos la guerra divina es lo único a lo que hay que tener fe, incluso más que en Dios. Cuando gane la alianza o el principado de Elon, la humanidad, confían, quedará unificada y remando en un nuevo sentido.

—Pagamos con miles de vidas cada centímetro de mapa —Sumire habla para desacreditar.

—Aunque hombres y mujeres estén cayendo, vemos a los héroes elevarse —Gustavo para apreciar.

Los ánimos se caldean. El tono se alza.

—¡Es la guerra que terminará con todas las guerras! —Gustavo defiende la teoría del alto costo.

—¡¿Puede una guerra terminar con todas las guerras?! —Sumire la pone en duda.

El profesor hace valor su autoridad y detiene el experimento. Las replicas cesan antes de que vayan a más. En la clase dos bandos quedaron formados… ¿A cuál pertenecerás?

Acercarse a Sumire (Escena 24)
Acercarse a Gustavo (Escena 25)

...
Escena 17:
Un mar negro que grazna en tierra, eso es lo que es aquel ejercito de cuervos es. Con sus picos tiran de la carne y devoran los globos oculares de los fiambres que tapizan el ya durmiente campo de batalla. Las aves de mirada inteligente y plumaje brillante, se arrojan al vuelo cuando te acercas con tu uniforme del mismo color de sus alas, solo para volver aterrizar pocos segundos después, dejándote en un círculo móvil y sempiterno.

Tu gorra de partisano de la belicología te protege del inclemente sol, y unas tiras mantienen en tu espalda el rifle de cerrojo. En tu mano el PDA con radar integrado, te guía entre los cuerpos para encontrar las chapas de metalcorona, ese material virtualmente indestructible que lleva los nombres, misión, y el tipo de sangre de su propietario. Te inclinas, recoges entre huesos chamuscados una de esas cadenas con placas, la escaneas con tu PDA, y ya hay un nuevo nombre qué memorizar en El Mortuorio. Una madre, o una esposa, o un padre, o un hijo, finalmente podrá llorar a un ser querido.

Continúas el arduo viaje. Tropezaste con un cuerpo bastante fresco, en el sentido de que todavía conserva ojos y cara. Una chica muy bien parecida a pesar de su mirada muerta y vacía. El PDA no te señalaba ninguna placa, pero igual decidiste buscar. Con la delicadeza que te inculcaron, mueves el cuerpo, hasta que el código de barras en la nuca se muestra al sol. Suspiras, dejas la cabeza, y escaneas el código con el PDA. La cosechadora que lo produjo ahora sabe que uno de sus productos cayó. Para concluir la faena, gritas tres nombres:

¡Aurora, Amelia, Ángela!

Las trillizas se apresuran en llegar a tu posición, alborotando a las aves del malagüero. Tres blancas hermanitas de rizos de oros y facciones europeas, te alcanzan trayendo el resto de tu equipo y suministros. Francesca las encontró y les enseñó, y por la competente manera en que sacan las sierras y tenazas, y comienzan a desmembrar el cuerpo de la cosechada para posterior reciclado, queda claro que les instruyó excelentemente. Las partes terminan en una bolsa de basura, que luego tú te encargas de llevar. Ángela por error dañó un riñón, y frente su expresión lacrimosa, plantas una mano en su cabellera y la consuelas con palabras amables. Vale la pena devolver la carne y los órganos a la empresa creadora, siempre se muestran generosas con la retribución. Además, una misión honorable cómo la tuya se mantiene de las donaciones y obsequios para funcionar.

¡Oh, guerra divina! ¡Hágase tu voluntad!

Final 3: Creyente.

...
Escena 18:
Decides huir. Tomas la mano de Melody y la jalas para retroceder hacia los otros vagones. No logran dar diez pasos cuando un pinchazo insoportable se te clava en la pierna derecha, y te tumba de cara al suelo. Gruñes, sudas, tus lágrimas saltan. Melody grita tu nombre y trata de ponerte de pie, sin mucho éxito. Cuando observas tu pierna, descubres que la bala destruyó la rodilla, y unos guantos fragmentos de hueso te cuelgan de tirones de carne.

Los guerrilleros los rodean. Lo último que pruebas es la culata de una AK pegando contra tu sien.

Oscuridad.

El PSUV abre trasmisión en línea. La habitación es opaca y libre de muebles o decorado, hiede a miedo, asfixia, y el único bombillo que da luz parpadea cada minuto o dos. Estás arrodillado, tienes una mordaza en tu boca. El dolor en la pierna te impide pensar, o si quiera preocuparte por Melody, que está sometida junto a ti. Una guerrillera de pelo corto, boina, y cara pintada de rojo, es la que habla a la lente de la cámara.

—Somos la brigada Diosdado Cabello del partido socialista unido de Venezuela. Nuestras demandas son bien conocidas… Personificamos el clamor de un pueblo que rechaza categóricamente cualquier participación en la guerra. Hasta que el gobierno cómplice y opresor del Nuevo Ideal Nacional no anuncie una ruptura total con los poderes dominantes del mundo, ahora conocidos como la Alianza de Naciones Terrestres, no cesaremos en nuestra misión bolivariana, chavista, y revolucionaria. Como prueba de que actuamos con total seriedad, trasmitiremos el sacrificio de un rehén cada hora, hasta que nuestras exigencias sean escuchadas y atendidas.

Para empezar la demostración de musculo y crueldad, eres arrastrado hasta el centro del cuarto. Uno de los guerrilleros entrega un mazo de madera envuelto en alambre a la representante de la brigada. La bota de la mujer empuja tu espalda, pegando tu pecho contra el suelo. Ella levanta el mazo sobre su cabeza, y con toda la fuerza que le otorgan sus brazos, lo deja caer contra tu cráneo.

Final 4: Con el mazo dando.

...
Escena 19:
Decides arriesgarte. Ser un héroe. Sales de tu cobertura y, disparando, corres hacia donde se cubren los enemigos. Tropiezas con un cadáver, pero en vez de estamparse logras girar en el suelo, y tus manos chocan contra la AK que deseabas alcanzar. Tomas el arma, te levanta, y con tu corazón galopando, descargas el plomo sobre los socialistas. El cañón grita. Tú gritas. Atacas casi sin apuntar, y la suerte te lleva a derribar a uno, dos, tres, cuatros bastardos de color verde y rojo.

Un disparo retumba y te propina en el hombro. Dos más vienen y te atizan un brazo y el abdomen, derribandote. La AK cae junto a ti. Tu vista borrosa queda clavada en el techo. ¿Es así como morirás…?

Los ojos se te nublan…

Oscuridad.

Despiertas en un cuarto blanco bien iluminado. Tardas un minuto darte cuenta por los equipos y lo pulcro que está todo, que yaces en una cama de hospital. Las maquinas avisan de tu recuperación, y un hombre de sombrero y gabardina invade tu santuario. Lo reconoces, es el agente que advertiste en el tren. Camina hasta quedar a tu lado, y habla en formas tan amigables que parecen palabras dichas por una persona escondida a sus espaldas.

—Cruzaste el Rubicon y volviste para contarlo. Felicidades, muchacho.

Extiende su mano enguantada de cuero negro. Te cuesta, pero logras estrechársela. Su agarre es firme, o quizás sea tu estado debilitado el que amplifica su toque. Captando tu malestar, libera tus dedos agarrotados.

—Hubo muchos pasajeros valientes en ese tren. Pero fuiste el único que logró abrir los ojos, si sabes a lo que me refiero.

Tragas saliva. El agente suelta una risilla seca que a tus oídos parece siniestra.

—Esto es para ti, un recuerdo. Cuando tengas hijos, te servirá para que contarles la historia.

Deja en la mesa junto a tu cama una pistola cuya roja superficie reconoces. Es la Trejo.

—Tienes madera para proteger la nación. Pronto recibirás noticias nuestras… Que pases una buena tarde.

Con un timbre ambiguo entre el halago y la amenaza, el agente se retira, dando paso a su vez a una muchacha que tardaste en reconocer sin su uniforme de auxiliar. Melody te dedica una sonrisa dulce como la miel.

—Dije a las enfermeras que era familiar tuya para poder visitarte, espero no te moleste.

Su franqueza, su imagen, su todo es refrescante. Más viniendo de un encuentro con la muerte, y con el fantasmagórico agente de Estrada. Compartes una sonrisa con Melody, sintiendo que es el comienzo de una bella amistad… ¿Y quién sabe? Puede que algo más profundo.

Final 5: Seguridad nacional.

...
Escena 20:
Negociar. Es la única manera que se te ocurre para salir de ese embrollo. Te echas al suelo y estiras el brazo bajo los asientos, recuperando el detonador. Te levantas, encaras a los guerrilleros con el detonador delante, y adviertes en presionarlo si se acercan o siguen disparando. Confías que el sentido de preservación de los revolucionarios frene el derramamiento de sangre.

Un disparo retumba y te propina en el hombro. Dos más vienen, uno te da en un brazo y te lo separa del torso, otro te da en la boca reventando tu mandíbula. El detonador cae junto a ti. Tu vista borrosa queda clavada en el techo. ¿Es así como morirás…?

Un error de cálculo evidente. Personas tan locas para asaltar un tren atómico, están vacunadas contra las amenazas de muerte. Sonríes, o más bien formas una mueca involuntaria. Ves de reojo a Melody, y entiendes que el destino que le espera a manos de los guerrilleros será horroroso. Con las escasas fuerzas que te quedan, tu pulgar presiona el botón.

Final 6: Bomb Voyage.

...
Escena 21:
Sales de la universidad junto a las juventudes. Tomas la calle principal, pasas por el mercado, la ferretería, la panadería, los restaurantes, y alcanzas un bar. Entras, y descubres un espacio que huye de los metales y el cristal. La madera y las velas ofrecen un ambiente cómodo e incluso hogareño donde relajarse. El sonido de los altavoces es latoso, incluso barato, pero el instrumental de alguna salsa de hace siglos armoniza a la perfección.

Se acomodan en la barra. Al otro extremo una panda de huelguistas clama y discute a la vez que miran en el televisor del techo la trasmisión en vivo de un partido de béisbol. Leones contra Magallanes… Los Leones van ganando.

—¿Qué quieren beber, muchachos? —Pregunta la buena moza encargada del lugar. Tiene una sonrisa atrevida, que ataca. Parece que conoce a Gustavo y al resto de chicos, de ahí que te vea a ti, el factor discordante, con interés. —Un nuevo fichaje, imagino.

—Un compañero de clases, trato de hacer buenas migas. Y no sé, Andreina, ¿todavía guardas esos meados de zambo al que llaman cocuy?

—No seas tacaño. ¿Quieres buenas migas? Entonces compra algo de nivel. Me llegó una caja de ron Carúpano que te irá de perlas para formar lazos.

Gustavo se mira el pecho.

—Por lo que veo, sigo sin estar hecho de oro.

Andreina esgrime una media sonrisa.

—Les traeré la botella.

Los amigos de Gustavo le dan palmadas de consuelo en los hombros y la espalda. Aunque por las risas y chascarrillos que comparten, se ven bastante contesto de que Gustavo “se baje de la mula” para darles una huelga como Dios manda. Tú te les unes, primero con duda y cautela, pero pronto el ron inhibe tus reservas, y te encuentras bromeando y riendo con Gustavo y sus amigos. Te enteraste que Gustavo tiene una linda prometida. Que Rick canta en el coro de la escuela. Que Daniel desea ser veterinario. Y Michael, bueno, Michael parece que olvidó su propio nombre.

Comparten en el bar hasta que Andreina los saca para cerrar (Está prohibido vender licor más allá de las 10 PM), y bajan por la calle, yendo en hilera agarrados de los hombros, cantando himnos y marchas militares.

—¡Cuando muramos seremos inmortales! —Gritan en unísono.

Gustavo, a pesar de su profundo estado de ebriedad, conservaba la templanza para escribir con un rotulador/marcador en tu brazo, los ingredientes de su súper-anti-resaca del abuelo, antídoto que necesitarías la mañana siguiente para asistir a clases sin ser un desastre inoperante.

Ir a tu dormitorio y descansar. Lo necesitas (Escena 16)

...
Escena 22:
Los estudiantes salen del auditorio. Los semblantes de todos son pálidos y preocupados. Cuando encuentras a Isaac, te explica que ocurrió un atentado en el tren 321, justo en donde vinieron.

Los monitores ponen en calma a los estudiantes. Se rumorea que la autoría del ataque es del PSUV. Una hora después el rumor se confirma a través de un comunicado de Seguridad Nacional. Aquellos estudiantes simpatizantes de la izquierda todavía dudaban y auguraban posible Fake New, pero en cuanto la brigada Diosdado Cabello comenzó a subir las ejecuciones de los civiles secuestrados en Internet, nadie pudo ignorar la realidad.

Te asustó la posibilidad de descubrir a la bonita auxiliar entre los secuestrados por los socialistas, así que ignoraste cualquier información extra sobre la crónica roja.

Ir a tu dormitorio y descansar. Lo necesitas (Escena 16)

...
Escena 23:
Sales de la universidad junto a Claus. Cruzas la calle, y alcanzas una pequeña librería. Entras, y descubres un espacio que huye de los metales y el cristal. La madera y los estantes cargados de libros, ofrecen un ambiente cómodo e incluso hogareño donde perderse. Una de Chopin se oye desde un remendado tocadiscos.

Más allá de la recepción y los estantes iniciales, el recinto se interna al subsuelo, teniendo un tamaño más bien engañoso en comparación al comprimido cubículo que es la fachada. Es casi laberíntico, y entre el polvo y el olor a papel añejo, descubres a un puñado de jóvenes tumbados en alfombras, y compartiendo una pipa humeante. Claus agarra un libro al azar del estante y se acomoda entre el resto de liberales. Tú tienes tus dudas.

—Aquí no somos esclavos del capital, hermano. Toma cualquiera y lee con calma. El dueño sabe que si las palabras no se consumen, se pierden.

Agarras una copia de Cien años de soledad, y tomas lugar en un viejo sofá. Se siente extraño sostener un libro de verdad luego de tanto tiempo, y más aún el estar rodeado por murallas de los mismos. Con la digitalización, los viejos tomos son una especie en extinción.

—¿Quieres?

Claus te ofrece la pipa que sostiene, su mirada está enrojecida por los efectos de la calada. Te preocupa que los policías los sorprendan en cualquier momento.

—Descuida, hombre, ayudamos al dueño a pagar vacuna para que no nos molesten. Seguridad Nacional nos prefiere drogados y tranquilos, que lucidos y montando riña. Si no te apetece volar, bueno, es respetable.

Retrae la pipa.

—A Sumire tampoco le gusta. Parece que no vino, para ya la conocerás. Es dura al principio, pero luego como que la entiendes, y es un amor.

Debatiste con ellos sobre libros, música, películas, juegos, tendencias, política, religión, y por supuesto, guerra. Indiferentemente del estado de sus mentes, aquellos jóvenes adultos tenían sus cabezas bien amuebladas, y todos coincidían en que la guerra divina es un error.

—El alto costo es la ideología de los perros, hombre. ¿Cómo haces para que un chucho no se te mee en la cama? Pues le pegas. La guerra divina es eso… Le pegas a toda una especie para que deje de portarse mal. Claro que no usas un periódico, sino balas, y bombas, y gas, y mierdas. Somos más humanos con los perros que con los humanos, amigo. Eso está jodido.

Sumido en los debates, ni cuenta te das cuando llega la noche. Te despides de los inconformes, y acompañas a Claus de vuelta a la universidad.

Ir a tu dormitorio y descansar. Lo necesitas (Escena 16)

...
Escena 24:
Ayudas a llevar a los heridos hasta la enfermería. Allí son atendidos por tus compañeros y compañeras, que con una templanza que ni ellos mismos sabían que tenían, cosen cortes, sacan trozos de vidrio, y detienen hemorragias. Ya no hay anestesia, un sabotaje nocturno de las juventudes destruyó sus reservas. A los lastimados les tocó hacer tripas corazón, morder la almohada o una paleta, y soportar.

Un camarada te dice que Sumire mandó a llmarte. Asientes, y bajas con pasos rápidos las escaleras para llegar al vestíbulo de la universidad. Encuentras a Sumire mirando con ojos ojerosos sobre las barricadas, hacia más allá de las rejas, donde una hilera de juventudes armados con machetes, tubos, y piedras, esperan una señal para atacar.

—¿Será que es inevitable terminar esta historia con un derramamiento de sangre? —Pregunta sin mirarte. Su voz es ronca, nunca fue la misma desde que una turba la asaltó a mitad de la noche con todos sus poemas impresos y la obligaron a tragárselos. Estaba muy contenta de que se lo fueran a publicar, pero entonces ocurrió eso, y como que dejó de importarle.

Desde el bando contrario se alza una bandera blanca, pero ninguno de tus compañeros celebra.

—Parley —Dice Sumire, aclarando lo que todos piensan.

Reúnen a todos los que puedan luchar, y los equipan con cualquier cosa capaz de usarse como arma: Bates, cadenas, cuchillos de la cocina, etcétera. Obtienen un grosor de gente similar al de las juventudes. Ofreces empujar a Sumire, pero ella insiste en valerse por sí sola.

Alcanzan el campus. Se adelantan los respectivos lideres de cada bando, acompañas a tu amiga. Isaac sigue al jefe de las juventudes sin dedicarte el más mínimo interés, como si fuesen extraños. Sumire y Gustavo quedan cara a cara a mitad de la explanada, separados por cinco metros de distancia. El brazo metálico de Gustavo brilla con el sol, todavía no tienes claro que le ocurrió. Los representantes hablan lo bastante alto para que sus combatientes escuchen.

—¿Listos para firmar la paz y frenar esta barbarie? —Dice Sumire.

—¿Paz...? —Gustavo esboza una sonrisa sin humor y mira a los lados. —Seamos honestos, ¿si quiera alguien sabe qué es eso?

Final 7: Guerra.

...
Escena 25:
Sondeas la fachada de la universidad con binoculares. Anuncias a Gustavo todo lo que ves. Bajas los binoculares y al mirarlo, lo encuentras meditativo. Su brazo metálico reluce con el sol.

—Si es inevitable terminar esta historia con un derramamiento de sangre, que así sea. Acepto mi destino —Pregunta sin mirarte. Su voz es inflexible, endureció desde que una turba asaltase a su novia y a él a mitad de la noche, destrozándole el brazo, y le propinaran una paliza a ella que la llevó a abortar. —Alza la bandera blanca. Pediremos Parley.

Reúnes a todos los combatientes, que van armados con: Bates, cadenas, cuchillos, tubos, etcétera. Los estudiantes atrincherados no son menos gente, y como que el asedio que llevan dos semanas aguantando los ha enrudecido.

Aparece Sumire en su silla de ruedas. Se adelantan los respectivos lideres de cada bando, acompañas a tu amigo. Isaac sigue a la cabecilla de los inconformes sin dedicarte el más mínimo interés, como si fuesen extraños. Sumire y Gustavo quedan cara a cara a mitad de la explanada, separados por cinco metros de distancia. Hablan lo bastante alto para que sus combatientes escuchen.

—¿Listos para firmar la paz y frenar esta barbarie? —Dice Sumire.

—¿Paz...? —Gustavo esboza una sonrisa sin humor y mira a los lados. —Seamos honestos, ¿si quiera alguien sabe qué es eso?

Final 7: Guerra.
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Oliverso
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Re: Belicología (Relato interactivo)

Mensaje por Oliverso »

Si encuentran cualquier fallo en la continuidad que hubiese pasado por alto, porfa avisen para corregir.
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lucia
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Re: Belicología (Relato interactivo)

Mensaje por lucia »

Desconozco si se pueden usar hipervinculos como si fuese un word, así que les tocará viajar a mano.
Para los hipervínculos tenías que haber escrito cada trozo en un mensaje y luego ir enlazando a las alternativas :lista:
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Re: Belicología (Relato interactivo)

Mensaje por lucia »

Mi final ha sido guerra, pero hay saltos argumentales significativos entre unas escenas y otras.
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Re: Belicología (Relato interactivo)

Mensaje por Oliverso »

Te refieres a colocar cada alternativa como un mensaje/individual, ¿no? O eso fue lo que yo entendí.

¡Gracias por jugar! ¿Final guerra? Hmmm, me da curiosidad, ¿cual bando elegiste? Ese final tiene dos versiones dependiendo de si eres más "liberal" o "conservador". Mi conclusión favorita es la de "Belicología", por eso le da nombre al relato.

Entonces te hizo falta mayor conexión entre las opciones, lo pillo. Aquí entre nos, creo que me sentiría más cómodo sacando relatos individuales de cada ruta, de hecho podría exprimir mínimo tres (El tren del mambo, Como la Guerra quiera, y Debí pagar una universidad privada... No con esos títulos exactamente). Pero bueno, el punto de estos experimentos es salir de la zona de confort. Quizás no tenga el mojo, o puede que vaya mejor con otro enfoque, ¿tal vez escribiéndolo en primera persona...?

Indiferentemente de mis desvaríos, fue una prueba interesante. Puede que otro día me atreva con otro. Gracias por pasarte y darle un chance a mi escrito.
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Re: Belicología (Relato interactivo)

Mensaje por lucia »

Sí, cada escena en un mensaje.
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Re: Belicología (Relato interactivo)

Mensaje por Yayonuevededos »

Me pregunto por qué un esfuerzo de este calibre tiene tantas lecturas y tan pocos comentarios (mea culpa).
Recuerdo cuando salieron los libros "Construye tu aventura". Yo los leía como hice aquí: todo de corrido, antes de seleccionar las alternativas.
Supongo que, como dice Lucía, publicar en hilos separados le agregaría un interesante margen de intriga. No obstante el texto "camina" bien.

Saludos,
Marcelo
Antiguo proverbio árabe:
Si vas por el desierto y los tuaregs te invitan a jugar al ajedrez por algo que duela, acepta, pero cuida mucho tu rey.
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Re: Belicología (Relato interactivo)

Mensaje por lucia »

En hilos no, en mensajes.

Opción A, vuelves al inicio.

Opción B: nos vemos en la uni.
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