En los pinos (Relato)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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Oliverso
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En los pinos (Relato)

Mensaje por Oliverso »

Esto lo escribí hace año y lo comparto. Coman a placer.

...
En los pinos.
Los dientes, trampas para osos. La madera oscura, el pelaje. El susurro de los ríos bravos, su respiración. Los temblores, cada paso. El rugido, los truenos. Sus ojos, focos de bestialidad. Una montaña de manos arranca-arboles. Sus pies dejan huellas anchas que curvan la tierra. Guardián de los bosques y cólera mitológica. Terror y enemigo de Murr Harrison. Su Goliat, su ballena blanca, su razón para no volarse la tapa de los sesos con el beso de la escopeta.

La quimera de sus obsesiones tomó diversas formas. La primera faceta fue tormentosa, espiritual, constituyó el material de sus recuerdos y sus pesadillas, hija de la pérdida, la culpa, y la disposición de seguir con su misión a cualquier costo. La segunda representación de su meta estuvo varada en la realidad, se vio en su cuerpo fuerte pero agotado, manos callosas, barba negra y profunda, desaliñada, un nido para cuervos; el aliento potenciado de una fetidez nacida de mil tragos de cerveza; y unos ojos hundidos que huyen a los pinos. La otra cara material de su misión se mostró en la pared, una telaraña de notas, fotos, y dibujos clavados sobre un amplio mapa del parque. Un examen detallado de sus recorridos, y de los caminos que le quedaban por recorrer, cada vez menos. Sin saberlo, le quedaba solo uno.

A Murr le complacía contemplar el mural. Lo hacía sentado al borde de la cama matrimonial, con una botella o una pistola en la mano (A veces olvidaba qué cosa sostenía), y el pulgar acariciando su anillo manchado. Podía perderse así durante horas, buscando respuestas o corazonadas que lo lleven hasta la bestia. Sus ojos solían quedar sobre el círculo rojo cerca del centro inferior del mapa, marcado con el aviso de NUNCA OLVIDAR. El sitio perfecto para un fin de semana de acampado, pensó su yo del pasado, mientras le enseñaba a su hijo pequeño el paisaje subiendo la colina, que después bajaba hasta un arroyo claro, donde se quitaron los zapatos y calcetines para mojarse los pies. Fue la última vez que Murr se sintió limpio.

Las luces delanteras de un coche quebraron las sombras en la habitación, seguido por el ronroneo de un motor en la entrada de la casa y risas risueñas encima. Murr miró por la ventana y no le sorprendió que hubiese oscurecido. El tiempo se le escapaba entre los dedos cuando bajaba al pueblo. Los pinos al contrario sí se sentían reales, allí cada segundo tuvo peso propio.

Dos pares de pasos subieron la escalera, cruzaron por el pasillo y aparecieron por el umbral. Cuerpos entrelazados, tanteando bajo las prendas del otro, compartiendo deseo. Tardaron unos segundos en reparar en la silueta oscura sobre la cama, y cuando lo hicieron se sobresaltaron. Murr reconoció en una de ellas el mismo perfume barato de su esposa.

—Debra —Más que una palabra, un ronquido.

La chica estiró la mano y subió el interruptor de pared. Murr sintió un incendio en los ojos, gruñó, y resguardó su mirada en el antebrazo. Cuando el ardor disminuyó, bajó el brazo, y parpadeó hasta que todo dejó de lucir como sombras borrosas en un fondo rojo. Usando más esfuerzo del que le gustaría, se puso de pie.

El muchacho que estaba junto a la joven mujer reunió todo el valor y solidez que le otorgaba su guerrera de cuero grueso, y se colocó delante de Debra en gesto protector. Frente eso Murr reprimió una risa, opto por ignorar al veinteañero, y enfocó con la mirada a su hija, demasiado maquillada para su uniforme de camarera. Entonces entendió que ella, a su manera, también estaba de caza.

Debra puso las manos en los hombros de su cita y le pidió que la esperase en la sala. Él le preguntó si estaba segura, y ella dijo que no se preocupara. El muchacho asintió, y antes de salir soltó un —Con permiso, señor Harrison — y en su mirada casi vacilante Murr reconoció a cierto chico con acné que hace muchos inviernos llegó a su puerta con un traje blanco rentado y un ramo de flores, para llevar a su hija al cine.

Debra entrecerró la puerta cuando su cita salió, y Murr la felicitó mentalmente por no cerrar del todo. A punta de reprimendas y paranoia, le enseñó que siempre hay que guarda una vía de escape. Obtuvo a una hija que no sería sorprendida con facilidad, también obtuvo su odio. Estuvo conforme con ese costo.

—Creí que no volverías hasta el lunes —Dijo ella, cruzándose de brazos.

—Bajé a por suministros.

—No vi tu camioneta.

—La dejé con Robin en el taller —Hubo una pausa, un silencio pesado que Murr solo consiguió quebrar al ocurrírsele una queja—. ¿Qué te dije de traer chicos…? Búscate un motel. Pero aquí no.

Debra rodó los ojos.

—¿Importa? Tú nunca estás.

—Eso no es excusa para desobedecer. Es la casa de tu hermano. La cama de tu madre.

—La misma madre que me abandono. Que te dejó.

—Sigue siendo su hogar.

—No —Debrá descruzó los brazos y apuntó a Murr con un dedo—. Ya pasaron dos años. Ahora su hogar queda en Florida, como amante de ese tipo, el puertorriqueño. Al menos estoy segura que él no pierde el tiempo persiguiendo monstruos de fantasía, y la empotra cuando se lo pi-

Murr la calló. La mandó al suelo con un revés de la mano. Ahora fue su turno de señalarla.

—Más respeto. No sabes lo que vivió tu madre. Fue muy complicado para ella.

Debra no contestó de inmediato, aguardó tumbada sobre sus piernas, con la cabeza gacha, indignada. Barrió la sangre que bajaba de la comisura de sus labios con los dedos. Cuando Murr le ofreció la misma mano que usó para pegarle, ahora para levantarla, ella la apartó sin atreverse a tener contacto visual.

—¡¿Sabes por qué me quedé contigo?! —Gritó y subió la mirada lentamente—. Para acompañarte. ¡No quería que te perdieras y murieras solo!

En esos ojos anhelantes y desesperados Murr reconoció a su antigua hija, a esa que lo amó tanto que fue la única capaz de soportar sus pesadillas nocturnas y sus ataques de histeria. Quiso abrazarla, pero mantuvo el cuerpo quieto, porque si cedía, corría el riesgo de arrepentirse y abandonar su misión.

—No moriré hasta que el asesino de tu hermano este muerto —Reafirmó, más para sí mismo que para ella.

—¿Cuál asesino? —Debra repitió una pregunta que ya creía agotada, pero que su padre se negaba a dejar desaparecer. —Estás obsesionado, estás enfermo. Tienes que visitar a un psiquiatra. Tal vez si te curan puedas comenzar de nuevo, vivir conmigo, hasta conocer una nueva mujer… Le gustas a Robin, ¿sabías?

—No estoy loco —Murr sintió que repetía un mantra.

—Un oso, papá. Un maldito oso —Escupió esas palabras como si ya no confiara en ellas, y plantando una mano contra la pared, se puso de pie. Se esforzó sin éxito a que dejara de temblarle la voz—. Aquel día no solo murió Shawn. También mataron a nuestra familia. Una masacre. Ninguno sobrevivió.

Salió de la habitación y cerró detrás de sí con un portazo. Las luces en la entrada se volvieran a encender, y el coche se alejó hacia alguna parte. La penumbra se apresuró a recuperar sus dominios, convirtiendo al hombre del cuarto en otra sombra irreconocible.

—No estoy loco —Repitió Murr, permaneciendo de pie—. Y no fue un maldito oso.

Estos años se encontró con dos clases de personas: los que no saben lo que vio; y los que no lo entendieron. Los policías y guardabosques que le ofrecían frases de consuelo acompañadas de explicaciones presuntamente lógicas, no sabían nada, no estaban acampando aquella noche con él, y tampoco sufrieron lo que es que tus huesos tiemblen tanto que amenacen con quebrarse. Su hija era de los que no entendían, ella jamás supo lo que es confrontar algo que medio mundo aseguró fue una ilusión producto de un trauma. Tampoco supo lo que su esposa experimentó la noche que él bajó por el bosque, deslizándose entre el barro y las piedras, corriendo y jadeando, con los ojos lacrimosos.

Murr le aseguró que Shawn estaría bien, que una acampada padre e hijo le ayudaría, haría al muchacho más fuerte, mantendría al chico lejos de los videojuegos y las redes sociales por un rato. Le enseñaría a ser más hombre, como su propio padre hizo con él. Pero cuando se presentó golpeando la puerta a la madrugada, y su esposa abrió, toda esa palabrería quedó vuelta ruido blanco. Ella lo vio bañado de sangre, con las manos rojas, abiertas como deseando sostener algo que ya no existe. Él vio en su mujer el espanto, y como la calidez de esos ojos que alguna vez le dijeron “Te amo” se perdía para no volver jamás.

Murr no pudo reprochar las decisiones que su esposa tomó después, porque supo que le había arrebatado algo invaluable. Tal vez si él hubiese muerto también, su mujer se habría mantenido unida con Debra para sobrellevar la tragedia. Pero él volvió, y tras el día que enterraron un ataúd con ladrillos, actuando como si fuese un niño, su esposa no dejó de preguntarse al momento de compartir el lecho, espalda contra espalda, si pudo ser Murr el perdido en los pinos, y no Shawn. Murr se cuestionaba lo mismo mientras gastaba todo sus ahorros en las expediciones montañeras. Finalmente su esposa no pudo soportarlo más y los abandonó.

—Pronto estaré contigo, Shawn —Prometió a la oscuridad. De nuevo su consciencia sobrevoló el pueblo y escaló la montaña, recibido por hojas arremolinadas fruto de una brisa con el compás de un alarido.

La bocina del remolque sacó a Murr del hechizo. Era no más de las dos de la madrugada, otra vez, aunque la sangre sobre él ya no se veía. Bajó a encontrarse con Robin. Resultó sencillo ubicar la cabellera roja de la mecánica en la noche, fuego domado en una coleta, cara blanda, nariz gruesa, con pecas. La mujer mantuvo las manos en los bolsillos de su overol, y cuando Murr la abordó, aceptó el apretón de manos que luego ella insistió en convertir en un abrazo, antes de separarse.

—Querías que te la trajera temprano. Hay un regalo para ti atrás.

Murr le agradeció, caminó hasta el segundo vehículo y movió la lona. Ahí estaban sus armas, el equipo de acampado, y el espacio para la comida que compró y dejó esperando en la cocina. También hubo algo nuevo, cinco cilindros rojos atados con cinta americana. Dinamita. Sintió la mano de Robín en su hombro. La mujer le dedicó una sonrisa cansada.

—Necesitaras toda la ayuda posible. Destroza al bastardo.

Murr dudó que Robin creyese su historia. Pero fue la única que jamás lo miró con lastima o como si estuviera loco. Escuchaba su pesar con atención a los detalles, sin mostrar dudas de la anécdota o burlarse del gigante, reposando su mano sobre la suya, y luego pasaba a ofrecerle una lata fría de cerveza. Quizás Robin no pudo imaginar lo que vio, pero Murr creyó que ella comprendía la disposición que puede guardar un hombre cuando tiene una meta, y la necesidad por llevarla hasta sus últimas consecuencias. Obsesión, acusarán algunos.

Robin le preguntó si tenía tiempo para otra cerveza o para algo más. Murr la rechazó, agregando para sus adentros que estaba retrasando la cita con su destino, y recordando que siguió siendo un hombre casado. La mecánica desenganchó la camioneta, se metió a su remolque, y le lanzó una mirada llena de significado, antes de marcharse en dirección contraria al taller.

Murr pasó los siguientes veinte minutos ordenando los suministros en la parte de atrás de la camioneta. Con la pistola en su funda, el rifle sobre el hombro, y la dinamita guardada celosamente bajo la chaqueta, el cazador subió al vehículo y lo puso en marcha.

Condujo a las afueras, pasó junto el letrero de bienvenida al pueblo, y siguió más allá del remolque estacionado a la orilla de la carretera. Pasó a los caminos de tierra, surcando por terrenos cada vez más rústicos hasta cruzar la línea donde la civilización muta en naturaleza. Respiró el aire fresco entrando por la ventanilla abierta y notó sus latidos como queriendo reanimarse. Detuvo el coche cuando la maleza le impidió seguir a cuatro ruedas, y salió.

Un rugido levantó una bandada de aves al norte, se alejaron dentro de un cielo en penumbras y desprovisto de nubes. Murr apagó el coche, encendió su linterna de bolsillo, tomó la mochila de acampada y todo lo que podía ceñirse en ella. Revisó el rifle, y también se aseguró que la sensación de la dinamita bajo su chaqueta siguiera con él. Hizo chispear su encendedor de bolsillo, solo una prueba, y se echó a correr tras los temblores. Se orientó con el instinto mezclado con el miedo, el odio, y los gritos de Shawn pidiendo auxilio a su papá.

Corrió detrás de las huellas casi humanas, pero monstruosamente inmensas. La maleza aplastada. Los troncos inclinados. Los pedruscos vueltos guijarros. Los arroyos maltrechos. A tres decenas de metros visualizó la montaña móvil de huraño pelaje, meciéndose entre los pinos, con la mitad superior del cuerpo cortada por la primera capa de ramas que se quebraban.

Murr gritó, plantó los pies en un tronco caído para tomar altura, y llevó el rifle al frente. Con ambos brazos guió la mirilla. Jaló el gatillo. El proyectil opacó al trueno de los bosques, solo por un momento fugaz. Dio en el blanco.

La bestia se detuvo y comenzó un largo proceso para darse la vuelta. Murr no cesó los disparos ni las recargas, sin reparar en las chispas o el sonido del choque del metal. Hasta que ya no le quedó tiempo de buscar balas en sus bolsillos, y el bramido de un río contaminado por cadáveres lo envolvió, seguido por un brillo que lo cegó, brotando desde las ramas.
Cinco metros al frente estuvo la panza ovalado, flanqueada por manos gruesas como bocas de excavadoras. Muy arriba quedó la cabeza atenta, de ojos redondos como luces de un auto, iluminándolo desde un rostro simiesco de mandíbulas como trampas para osos. Murr, paralizado, pudo jurar ver de nuevo un cilindro blanco saliendo de esas fauces y terminando en una mano muy pequeña.

La furia le devolvió el control de su cuerpo, subió el rifle, y luego sintió que volaba. Las ramas intermedias de los pinos rasgaron sus ropas y su cara. Despegado por una fuerza inmensa, su espalda chocó contra la madera. Acto seguido el suelo se precipitó veloz, y quedó tendido de cara.

No vencido, no de nuevo. Maldijo. La linterna parpadeó un par de veces bajo de sí antes de morir por completo. Trató de ponerse de pie, pero sus piernas no respondieron. Buscó el rifle con la mirada, pero este yacía perdido lejos de su alcance.
El mundo volvió a temblar. El gigante avanzó a por él con sus cortas y anchas piernas, dando pasos tan ortopédicos como profundos y poderosos. De los agujeros de bala la sangre oscura impregnaba el pelaje. Murr no la pudo ver debido a la escasa luz, pero la olfateó con una sonrisa de logro, y le supo a aceite… Uno muy familiar. Su sonrisa se trasformó en una mueca de estupefacción, que luego dio paso a una incomprensión que oculto una trama horrible.

Apretó sus manos temblorosas y hundió las uñas en la tierra fría. La claridad vino de la mano con la furia, y acompañada por lagrimas de confusión y de traición. Usó las pocas fuerzas que le quedaban para llevar una mano hacia la funda en su cinturón, y gritó el nombre.

—¡Robin!

Como víctima de un hechizo, el gigante se paralizó a escasa distancia de él.

—¡¿Por qué?! —Murr siguió gritando—. ¡Maldita sea! ¡Dime la razón!

El sonido de cerrojos desbloqueándose lo callaron. La panza mugrienta y rayada se desplazó, revelando una maraña de tuberías, ventiladores, tanques, un motor, y entre las vísceras de la maquinaria quedó un trono, y ocupando el trono quedó Robin, sus manos enguantadas alrededor de palancas. La mujer se sacó el cinturón de seguridad, bajó los escalones, sin apurarse, y desde el borde dio un salto a la tierra. Con las manos en las rodillas, se inclinó sobre el enmudecido Murr y le sirvió una confesión.

—Porque te amo. Siempre lo hice, Murr. Desde mucho antes que te casaras con esa zorra y decidieras tener hijos con ella —Sonrió llena de lastima—. Como si yo fuese invisible.

El espanto le devolvió la voz al cazador, y emitió un grito.

—¡Mataste a mi hijo!

Ella contestó la desesperanza del hombre con una pregunta capciosa.

—¿Conoces mejor tragedia para destruir un matrimonio?

Murr desenfundó la pistola y la deslizó a la cara de Robín. Ella fue más rápida, le pateó la mano con la bota, mandando el arma a los arbustos. Con la misma bota pisó la mano de Murr y la fracturó.

—¡Mataste a mi hijo! —Repitió, con el alma tan llena de tormento y llanto que ni reparó en los daños de su cuerpo.

—Pude darte uno nuevo, si me hubieras ofrecido la oportunidad. Otros dos años te esperé, y nada. Todavía podemos hacerlo —La presión de su pisada se redujo—. Empezar de cero. Olvidar todo esto. ¿Puedes caminar…? Incluso si no, da igual. Sanaré tus heridas. ¿Ves lo preciado que eres para mí? ¿Lo que hice para tenerte?

Volvió la cabeza hacia el monumento de su obsesión. Una quimera construida sobre un anhelo podrido, maquina despechada, ingeniería perversa, el cadáver de un simio deformado, y un toque de genialidad perjudicado por un corazón estrecho.

Murr trató de jalarle los pies y tumbarla, pero una nueva patada dejó su cabeza zumbando. El cazador se derrumbó.

—Mataste a mi hijo… —Masculló con dientes flojos y enrojecidos.

Robín guardó un momento de silencio antes de suspirar.

—Si te sirve de consuelo, nunca quise lastimar a Shawn. Si hubieras traído a toda la familia aquel día, habría atacado directo al problema… Pero no sucedió. Y lo hecho, hecho está.

Robin se devolvió a su monstruo. Con las manos en el borde de la entrada ovalada, se impulsó dentro. Subió los escalones, tomó asiento, acercó el visor y manipuló las palancas. Las manos chirrearon y bajaron hasta a Murr. Lo tomaron con un agarré que le fracturó las costillas.

El hombre gruñó. El dolor le hizo recuperar la lucidez en el trayecto hasta las fauces, y con ese último grado de cordura, llevó su mano sana hasta el bolsillo trasero del pantalón. Sacó el encendedor y lo guió cerca del corazón, donde descansó la mecha. La encendió al mismo tiempo que los picos mordieron su pecho en busca del corazón.
La sangre cálida, la carne humeante, se deslizó por la telaraña de tuberías y engranajes, hasta bañar el rostro y cuello de Robin, que cerró los ojos e inhaló hondo, queriendo asimilar todo lo posible la esencia de su amado, satisfecha con la idea de que a partir de ahora siempre estaría con ella, completándola a ella y a su coloso. Cuando el sonido de la mecha quemándose llegó a sus oídos, solo sonrió.

Los pinos se sacudieron con la explosión, y descansaron.
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Yayonuevededos
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Re: En los pinos (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

Hola, Oliverso.
Hay cosas sacadas de la manga que arruinan el relato. Por momentos confunde.
Una pregunta en general: ¿Qué tienen de malo los nombres comunes? Me molesta esa tendencia a buscar nombres rebuscados para los personajes. ¿Acaso José Luis o Antonio no humanizan más que Mur?
Si Robin (no te digo a quién me recuerda) está enamorada, ¿por qué no insinuarlo a lo largo del relato? Te recuerdo el arma de Chejov.
" Murr reconoció en una de ellas el mismo perfume barato de su esposa." Lo que sugiere el adjetivo es ambiguo, como si la mujer también fuera barata. La siguiente frase crea confusión, Debra no es la mujer sino la hija.
¿Qué función cumple Debra, si luego desaparece?
Por último, la aparición de un ingenio mecánico es un deus ex máchina de manual. Creas expectativas sobre el primo del yeti, y aparece el sobrino de Robocop. No cuaja con la historia que has desarrollado.
Si Robin busca un asesinato-suicidio, la forma de alcanzarlo está muy traída de los pelos.
Como sugerencia, te dejo un comentario de Asimov: "El vidrio de colores tiene más de dos mil años de antigüedad, el vidrio transparente y sin deformaciones, unos dos siglos". Busca el vidrio transparente.
No me canso de repetirlo: son opiniones personales, no tienes por qué atenderlas.

Saludos cordiales,
Marcelo
Antiguo proverbio árabe:
Si vas por el desierto y los tuaregs te invitan a jugar al ajedrez por algo que duela, acepta, pero cuida mucho tu rey.
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Re: En los pinos (Relato)

Mensaje por Snorry »

Pues a mí me ha gustado. Tiene sabor pulp o peli de serie b, pero la forma de escribir es tan genuina qué le agrega salvajismo a lo ya salvaje. El oso máquina es delirante, pero es el punto que me ha terminado de ganar.
Saludos
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Oliverso
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Re: En los pinos (Relato)

Mensaje por Oliverso »

Yayonuevededos escribió: 14 Ene 2024 11:29 ¿Qué tienen de malo los nombres comunes? Me molesta esa tendencia a buscar nombres rebuscados para los personajes. ¿Acaso José Luis o Antonio no humanizan más que Mur?
En esa época estaba enganchado a un programa de televisión llamado Impactical Jokers. Murr es uno de los bromistas que salen ahí, aunque no tenga nada que ver en apariencia ni actitud. Y cómo el relato está inspirado fuertemente en la leyenda del Bigfoot, pues requería de nombres gringos. Claro que podría ser un inmigrante, pero esos suelen ubicarse más al este/sur de la tierra yanqui.
Yayonuevededos escribió: 14 Ene 2024 11:29 Si Robin (no te digo a quién me recuerda) está enamorada, ¿por qué no insinuarlo a lo largo del relato? Te recuerdo el arma de Chejov.
C-Creí que lo había hecho. Pero supongo que debí recalcarlo más.
Yayonuevededos escribió: 14 Ene 2024 11:29 " Murr reconoció en una de ellas el mismo perfume barato de su esposa."
Aquí me agarraste con la guardia baja con eso del adjetivo ambiguo. En realidad no hay doble lectura, se trata de un perfume barato. En el hecho de que la hija lo use sí que quise meter algo más de subtexto, en el sentido de a pesar de sus palabras hirientes a su mamá, todavía lo quiere o la imita.
Yayonuevededos escribió: 14 Ene 2024 11:29 ¿Qué función cumple Debra, si luego desaparece?
Sirve para ayudar a exponer la situación de Murr y enfatizar lo que perdió. Lo que entiendo dices es que se pudo borrar y explicar todo eso a través de un párrafo de introspección. Pero pensé que haciendo aparecer al personaje directamente le daría más dinamismo y, en vez de contarlo todo del porrón, usar los diálogos para que el lector vaya atando lo que sucede.

Existía una versión con Robin cumpliendo ese papel, pero los dialogos que me salieron con ella tiraban demasiado "Pa' su lado" al punto que se hacía muy obvio que tramaba algo chungo.
Yayonuevededos escribió: 14 Ene 2024 11:29 Creas expectativas sobre el primo del yeti, y aparece el sobrino de Robocop.
:lol:

Pues sí, quizás me pasé de rosca al jugar con la expectativas y la ambiguedad (¿Y si esta loco? ¿Y si fue oso? ¿Y si Pie Grande? ¡Pues no! ¡Pum! ¡Un robot! Haber estudiado). Curiosamente al releerlo que fuese un robot no me mosqueo, sino que me fijé en cosas cómo el destrozo que hace esa cosa con el simple hecho de moverse, ¿no debería ser señal para el resto de que Murr no está loco y que hay algo raro en el bosque?

Con el vidrio trasparente supondré que quieres decirme que no me complique la vida, ¿no? Y sus opiniones personales son muy apreciadas. Es verdad que no puedo atenderlas todas porque a veces me jalan en direcciones opuestas y me romperían en pedazos como a Tupac Amaru.
Snorry escribió: 14 Ene 2024 11:48 Tiene sabor pulp o peli de serie b
Como fan de esa clase de productos, es una comparación que me hace muy feliz. Gracias.

Soltando un dato que nunca pediste: Este relato lo rescaté debido a una idea que estuve esbozando recientemente, sobre una chica detective muy fresa/pija/con plata, que por traumas del pasado investiga caso sobrenaturales con la mentalidad de destruir todas las fantasías. En el sentido que da por hecho que hay humanos construyendo la escena del "monstruo" o el "fantasma", con explicaciones basadas "en realidad" pero también "alocadas". Resumiendo, Scooby Doo pero a mi manera :comp punch: Ya veré cuando me pongo a trabajar en serio con ella.

Me dí cuenta que coincidía bastante con En los pinos.
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lucia
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Re: En los pinos (Relato)

Mensaje por lucia »

Me ha gustado como llevas el ritmo, no así tanto la redacción, que las preposiciones a veces quedan un poco de aquella manera.

Y para @Yayonuevededos, Debra está ahí para decirte que Robin está enamorada de Murr :lista: Que parece que no lo leíste. :cunao:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Yayonuevededos
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Re: En los pinos (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

Lo cierto es que el relato ha dado su jugo.
Como mencioné, las mías son opiniones, no preceptos. Me parece estupendo que aclares tu punto de vista.
Lo de Asimov vino a cuenta de que no te "enrosques" demasiado en frases que pueden sonar algo rebuscadas.

"Y para @Yayonuevededos, Debra está ahí para decirte que Robin está enamorada de Murr :lista: Que parece que no lo leíste. :cunao:" Tienes razón, Lucía, me se escapó la tortuga :dragon:

Saludos cordiales,
Marcelo
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