Elda, la instructora de la Sección Femenina (historia y política españolas, drama, romance y erotismo lésbicos)

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PresoneraDelCel97
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Elda, la instructora de la Sección Femenina (historia y política españolas, drama, romance y erotismo lésbicos)

Mensaje por PresoneraDelCel97 »

Episodio I

España, año 1950. Yo, Cándida, una chica catalana, bien tímida y jovencita, de familia muy mucho republicana y catalanista, encuentro trabajo en un centro de formación de instructoras de la Sección Femenina del Movimiento Nacional. Ella, Elda, una mujer madura, hermosa, ruda, muy mucho franquista y de carácter fuerte y autoritario.


Soy Cándida, una chica catalana de 27 años. En cuanto a mi aspecto físico, soy más bien bajita y delgada y de tez blanca y tengo el cabello castaño con una melena corta hasta algo encima de los hombros tal y como está muy de moda entre las mujeres de esta época, los ojos marrones, los labios carnosos y llevo gafas. En cuanto a mi estilo, soy muy femenina y recatada, siempre con mis vestiditos y falditas hasta por debajo de las rodillas, vamos, como está bien visto actualmente.

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En cuanto a mi carácter, soy una chica muy tímida, muy tranquila y con mis rarezas, siempre me he sentido un tanto diferente al resto y eso me ha hecho ser el hazmerreír en varias ocasiones de mi vida, en mi época en la escuela siempre he sido la «rara tímida empollona». Cuando llegué a la adolescencia y sobre todo a la juventud esta sensación de sentirme extraña fue en aumento. Todas las chicas de mi entorno iban teniendo sus novios, casándose y formando una familia y yo como que me iba quedando soltera. He tenido varios pretendientes (modestia aparte, pero no soy precisamente poco atractiva, las cosas como son), pero nunca he estado interesada. Me sabía mal, porque todos se han portado muy bien conmigo, aunque si no surge un interés y un sentimiento más allá del aprecio, no surge y tampoco puedo forzarlo. Nunca sentí aquello que muchos llaman «mariposas en el estómago» y no lograba entenderlo, ya que soy una persona bastante sensible aunque me cueste demostrarlo. Realizarme a nivel intelectual y profesional entraba antes en mis planes que casarme, tener un marido y formar una familia.

Han sido tal vez las circunstancias que he vivido que han influido mucho en ello. Provengo de una familia que fue republicana y muy, mucho de izquierdas y catalanista, rozando el independentismo, y en la que se habla catalán y solo catalán. Vivimos en Barcelona. Mi padre fue al frente y logró sobrevivir, aunque cayó muy enfermo y tardó mucho tiempo en recuperarse. Terminada la guerra hace ya unos once años (todavía era una adolescente de entre 16 y 17 años) las pasamos muy canutas a nivel de represión por las ideas de mis padres (prefiero no dar detalles), además de mucha hambre. Con 17 años, tuve que empezar a buscarme la vida mientras estudiaba y así compaginar estudios con trabajo para traer el dinero a casa y pagarme los estudios, además de cuidar de mi padre, ya que estaba muy enfermo y mi madre tuvo que dejar de trabajar para él. No obstante, cuando él mejoró, mis padres decidieron dejar atrás el pasado si pretendíamos sobrevivir y los dos lograron encontrar buenos trabajos. Hemos salido adelante como hemos podido a pesar de todo. Las guerras no son cosa buena para nadie. Tengo idea de política, pero siempre me he mantenido muy alejada del panorama. La verdad es que me considero una persona totalmente apolítica y más con todo lo que hemos sufrido estos años. La vida me ha enseñado que lo importante es vivir el día a día, tragarse a palo muchas penas y sentimientos, trabajar, estudiar y no meterse en líos.

«Bueno, ya llegará el hombre correcto», pensaba. Aunque por otro lado, sentía que en relación a este tema había algo extraño en mí, como que algo no casaba, todavía no lograba discernir exactamente el qué, o al menos por miedo no quería verlo, pero fue aquel verano de 1950 que me descubrí mejor a mí misma.

Fue concretamente en el mes de agosto cuando cambié de empleo y me salió un trabajo mejor pagado con diferencia, de conserge en un centro muy famoso en el país de formación de instructoras de juventudes de la Sección Femenina del Movimiento Nacional, situado en Castilla y León, concretamente en la provincia de Valladolid, donde me tuve que trasladar.

La incertidumbre y el miedo de si llegaban a descubrir el pasado de mi familia fueron mis fieles compañeros de viaje. Me estaba lanzando de lleno a una piscina que no sabía si estaba llena o vacía. Mis padres me advirtieron que tuviera muchísimo cuidado con esta decisión que iba a tomar. De la Sección Femenina, siempre he escuchado conversaciones en el círculo social de mis padres (gente de izquierdas o al menos de mentalidad muy avanzada para la época en que estamos) y que se educa a las mujeres para ser sumisas amas de casa y estar a disposición del marido al cien por cien. Al mismo tiempo también he escuchado hablar que muchos de los valores que predican son de boquilla, que hay muchas instructoras y demás mujeres que ejercen altos cargos en ella que llegan a tener más mala leche que un guardia civil y que algunas son bastante «marimachos» y lesbianas de puertas para dentro y que cuando pueden aprovechan la ocasión para meterle mano a alguna pardilla despistada, sobre todo si son de las que imparten educación física.

Yo no sé hasta qué punto son o no ciertas todas estas afirmaciones, aunque solo estaba convencida de un hecho: allí me esperaba un ambiente de disciplina muy rígida, rozando lo militar. Y así exactamente fue.

Los primeros días fueron un poco complicados para mí, estaba bastante nerviosa y un tanto incómoda, ya no por el trabajo sino por el lugar y por el ambiente, pero poco a poco me fui acostumbrando. Mis principales tareas diarias consisten en abrir y cerrar las puertas de los dormitorios y del cuarto de baño a las estudiantes aspirantes a instructoras y a las instructoras, redactar y rectificar documentos con la máquina de escribir, entre otras responsabilidades inherentes a mi nuevo puesto de trabajo. Algo que me empieza a parecer un tanto extraño con el paso de los días es que todavía no me he comunicado cara a cara con la directora, tan solo a través de notas. Gracias a sus notas, el primer día supe en qué habitación me toca dormir y también gran parte del trabajo documental que tenía que hacer día a día por aquel entonces.

Mi sentido de la vista empezaba a ser invadido por muchas mujeres en tropel arriba y abajo vestidas con camisa azul o blanca con el yugo y las flechas bordados en rojo, faldas negras ceñidas con un cinturonazo, pantalones anchos negros en algunas ocasiones y boina roja. Un poco de todo. Cuando me ven, todas me saludan y me dan las gracias. Algunas más simpáticas y otras menos. Sí que es verdad que las instructoras en las que se tienen que reflejar sus alumnas para serlo ellas también, tienen muy mala uva y siempre van con mirada de hielo.

El trabajo genial. En las notas diarias de la directora, más de una vez me escribía «excelente trabajo, Cándida», algo un tanto extraño teniendo en cuenta la disciplina extremadamente severa y fría de aquel lugar. Al fin y al cabo estaba haciendo mi trabajo como toca, ¿no? Todas las notas iban firmadas con un nombre: «Elda».
Me sentía bien conmigo misma dentro de lo que cabe. Aunque... Esa sensación de sentir que hay algo extraño en mí sin saber (o negarme a ver) exactamente el qué, regresaba en mí paulatinamente con el paso de los días. Y con mucha fuerza. Le daba muchas vueltas en la cabeza, demasiadas. Hasta el punto de tener dificultades para conciliar el sueño... Había algo entre estas mujeres... Bueno, no en general, concretamente en una de ellas... Una de las instructoras... Que me hacía sentir extraña. Muy extraña. Cada vez que la veía sentía un escalofrío muy extraño a la par que intenso recorriendo mi cuerpo entero.

Era una mujer muy hermosa... Tal vez no canónicamente, pero al menos a mis ojos. Demasiado hermosa. Estaba percatándome de que lo que sentía cada vez que veía a esa mujer no tenía nada que ver con una simple admiración hacia la belleza femenina sino que era algo que iba más allá. Mucho más allá.

Es una mujer que, a juzgar por la edad, rondaría ya la cuarentena (o sea, más madura que yo), increíblemente alta (mide casi 1,90), bien gordita y proporcionada a la vez, de voluptuosas curvas (grandes pechos y trasero), de tez muy blanca, con una larga y bravía melena castaña clara y ondulada que quita el sentido, siempre recogida con una coleta y con un flequillo largo peinado de lado, labios carnoso con una profunda mirada de unos pequeños ojos cafés. Una hermosa mirada y un hermoso rostro, a la par que de perdonavidas y de estar aparentemente enfadada con el mundo. Lleva gafas, lo que todavía acentúa más su aire autoritario, viste sus uniformes paramilitares de camisa azul o blanca con el yugo y las flechas bordados en rojo y repletas de condecoraciones e insignias, falda negra ceñida a su voluptuosa cintura con un cinturón bien grande o a veces pantalón ancho negro y botas o chanclas negras de cuero, plataforma y taconazo.

Como ya he dicho, es una de las instructoras. La de educación física y FEN (Formación del Espíritu Nacional). Y precisamente la que tiene más mala leche y la más temida de todas. Puedo escuchar sus gritos estando ella en la otra punta del edificio. Además, un grande silbato siempre pende de su ancho cuello, con el que silba a unos decibelios por encima de lo moralmente permitido respecto al sentido del oído, ya sea en las horas de educación física, en cualquier parte del edificio cuando las alumnas arman mucha jarana mientras hablan o cuando alguna de ellas se desvia un poco del «camino correcto», unos fortísimos silbidos siempre acompañados de su gruesa voz a grito pelado. Además, tiene un tono de voz fuerte, puede estar tan solo hablando tranquilamente, sin más, ella en una punta de un recinto y yo en la otra y escucharla perfectamente. Puedo escuchar bien su voz mientras imparte sus clases de Formación del Espíritu Nacional, bien fuerte y severa, transmitiendo a sus alumnas un rabioso fervor patriotero.

Lo que esta mujer tiene de hermosa, lo tiene de dura de carácter. De mujer sumisa, absolutamente NADA ni tampoco el culmen de la feminidad y la delicadeza, para nada. Si con su mera presencia física ya impone, sumándole su carácter a la ecuación, es una mujer que pobre del que ose ponerle el dedito encima. Con más cojones que muchos hombres.

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Su belleza, su fuerte carácter, mi noble intención de encontrar un fondo sensible en una persona aparentemente tan de hierro... Más de una vez la he escuchado riendo bien fuerte y a carcajada limpia en medio de conversaciones con otras instructoras, pero desde lejos, una risa que podría parecer de mala bruja. Pero todavía nunca la he visto sonreír. Me pregunto cómo debe de ser su sonrisa. Una especie de magnetismo en esa mujer me estaba enganchando a ella inefablemente.

No sabía cómo descifrar lo que estaba sucediendo en mí... Hasta que llegó aquel día, de buena mañana. Estaba de espaldas revisando unos documentos y de repente escucho como unos lentos pasos en forma de taconeos se acercan lentamente a mí.

–Buenos días, Cándida –escucho de repente, en un tono amenazador y pícaro al mismo tiempo. Me sobresalto y de repente me volteo. Es esa mujer. Es la primera vez que me dirige la palabra. Esta mirada de sargento detrás de sus grandes gafas, su atuendo paramilitar con la camisa azul de manga corta, llena de condecoraciones de plata y abotonada con sus grandes pechos abultando bien debajo, el cinturonazo ciñiendo bien su falda negra larga hasta las rodillas, debajo de la cual intuyo unas grandes caderas y nalgas y unas botazas altas negras de cuero, plataforma y tacón, que estilizan bien sus largas y blanquísimas piernas y la hacen todavía más alta de lo que ya es. Joder, qué mujer. Como impone. Normal que todas le tengan miedo. Nunca he visto una mujer que imponga de esta manera. Siento los nervios a flor de piel.

–Uy... Bu... Buenos días. P... Perdona... Estaba muy absorta... En... En el trabajo... –balbuceo– Dime –le digo, recobrando la compostura y con suma atención y excesivo respeto.

Puedo ver como su rostro muda lentamente a una mirada y una sonrisa pícaras y canallas. Una sonrisa un tanto peculiar a la par que hermosa a mis ojos. Entonces, lo supe. No, definitivamente no era una simple admiración y a pesar de también tenerle cierto miedo eso que sentía al verla era algo más. Siento como ese escalofrío que recorre mi cuerpo entero cada vez que ella pasa cerca de mí, pero esta vez como nunca antes, hasta el punto de temblarme las extremidades como flanes y sentir una intensa contracción en el estómago. ¿Serán eso las famosas «mariposas en el estómago» de las que tanto he escuchado hablar?

De repente, su voz de sargento me devuelve de nuevo a la realidad.

–Ábreme la puerta del cuarto de baño.

–Sí, sí... Claro... Ahora mismo –le digo, con excesivo respeto.

Sin pensarlo, tomo las llaves del cuarto de baño, me levanto de la mesa mientras ella continúa mirándome con severidad y a la vez con una sonrisa pícara y las dos salimos de mi pequeño despacho, yo caminando delante y ella detrás de mí. Mientras nos dirigimos al cuarto de baño, me siento observada y bastante tensa. Sus pasos, sus taconeos, me hacen sentir más intimidada aún, como que estoy todavía más a su merced, aunque hay algo que me atrae en demasía en esto que me está haciendo sentir.

–Bonito vestido, te queda estupendo –me dice, en el mismo tono de voz que me ha saludado, inquisitivo y al mismo tiempo pícaro. Llevo un vestido rojo largo de flores y de manga corta bastante arrapado a mi esbelta cintura a pesar de ser bien recatado. En cuanto escucho su cumplido, es tanto el rubor que siento y lo que me sube la sangre a las mejillas que llego a sentir que las tengo igual o más rojas que el vestido y se me escapa una sonrisa nerviosa mordiéndome el labio inferior. Menos mal que estoy de espaldas a ella, qué vergüenza si no.

–M... Muchas gracias –le respondo tímidamente.

Entonces, llegamos al cuarto de baño. Le abro la puerta.

–Ya puedes pasar, le digo.

–Gracias –me responde– Por cierto, ven –me manda y ordena en tono de sargento– Quiero que hablemos un rato tú y yo –me toma la mano y entramos.

Siento que se me suben todos los colores. ¿De qué querrá hablar esta mujer? ¿Se habrá enterado del pasado de mi familia y me estará tendiendo una emboscada? O... ¿Simplemente querrá conocerme? A la par que esas «mariposas en el estómago», no puedo evitar sentir miedo.

–Bueno... ¿Qué te cuentas, Cándida...? –me dice en un tono de voz canallita, mientras escucho el sonido de la hebilla de su cinturonazo y puedo observar como se baja la falda, las braguitas que lleva de color negro y como también se las baja y como empieza a orinar estando yo delante, con toda naturalidad.

–¡Síii! ¡Qué gusto, joder! Me estaba meando.

No puedo evitar sentirme un tanto incómoda, desvío la mirada y me ruborizo. Ella lo nota.

–¿Nunca has visto una mujer mear o cagar, o qué? Que poca calle tienes, chica.

–No, no... No es eso... Solo que... No... No estoy acostumbrada a ello.

–Aquí te acostumbras rápido.

Tira de la cadena, se levanta, se sube lentamente las braguitas y la falda negras y se abrocha el cinturón.

Sus palabras me tranquilizan y me hacen entrar un poco en confianza. A pesar de ello, mis mejillas no logran desprenderse del rubor, ya que al estar más relajada y centrada y el hecho de verla en el acto de orinar, sobretodo ver su rostro, como entrecierra sensualmente los ojos, su blanquísima piel ruborizada y como se muerde sus carnosos labios y como seguidamente se sube las braguitas y la falda, sus grandes y bonitas caderas y nalgas y sus largas piernas con las botas altas de cuero y plataforma y como justo después se mira al espejo y se suelta su larga y preciosa melena castaña con ese flequillo largo de lado y se vuelve a recoger el pelo, empiezan a pasarme por la mente unos pensamientos y unas sensaciones que nunca antes había tenido. Soy todavía más consciente de su belleza. Pienso que es hermosa, muy hermosa, demasiado hermosa. También que dentro de su falta de delicadeza y de su actitud entre poco y nada femenina, es a la par una mujer muy atrevida y sensual. Siento como mi escalofrío se mueve hacia mi entrepierna, provocando en ella una caliente y húmeda inflamación, una intensa reacción dentro de mí que nunca había sentido antes con lo mojigata que siempre he sido. O sea, siempre he sido consciente de lo que es la sensualidad y las reacciones que provoca en las personas, pero nunca había tenido una reacción así... Al menos con esa intensidad. Y es una sensación dulce, muy dulce. Me está gustando, mucho, mucho, mucho. ¿Será eso sentir deseo por alguien? ¿Será eso lo que sienten las mujeres por los hombres? ¿Por qué lo estaré yo sintiendo por una mujer?

Una vez termina, me toma delicadamente de mi esbelta cintura, posando su grande brazo en ella. Me sorprendo mucho y siento como ese escalofrío recorre de nuevo mi cuerpo entero y como se me contrae el estómago, junto con otro temblor en mis extremidades. No esperaba que una mujer aparentemente tan fría tuviera esas muestras con nadie.

–Ven, Cándida –me dice.

Salimos del cuarto de baño y caminamos por el pasillo, ella tomándome delicadamente de la cintura. Con lo alta y voluptuosa que es me siento muy menuda y más bien poca cosa su lado. Tengo esa extraña sensación de sentirme un tanto intimidada pero a la vez protegida.

–Aquí, ven –me dice, señalando una puerta. A pesar de mostrarse gestualmente más cercana y tal vez cariñosa, mantiene el mismo tono de sargento.

Abre la puerta, me la aguanta para que yo pase delante y acto seguido ella pasa, cierra la puerta y vuelve a tomarme de la cintura. Entramos a su despacho. Bastante grande, con dos estanterías empotradas a la pared de cada lateral de la sala y llenas de libros y enciclopedias y en el centro con una mesa, una silla delante y un sillón negro de cuero detrás, rodeado de tres banderas grandes: una rojigualda con el águila de San Juan, otra de Falange, con el yugo y las flechas, y otra carlista, con las aspas de Borgoña y el fondo blanco. Detrás de la mesa y el sillón, un marco con la foto de Franco y otro con la de José Antonio y en medio unos ramos de flores colgados con una tira de seda azul con unas letras bordadas en rojo en las que pone «Gloria y honor a los Caídos por España 1936-1939». Acto seguido, decanta la silla de delante de la mesa y me hace un gesto.

–Siéntate, ponte cómoda.

Estoy que no quepo en mi asombro en su manera de tratarme, tan delicadamente por ser como es ella. ¿Y si me está tendiendo una emboscada? En fin, no quiero pensar mal. O... Un momento. ¿Será ella Elda?

Acto seguido, ella se sienta en el sillón. Todavía me siento más menuda a su lado. Ella bien grande, sentada en el majestuoso sillón de cuero, yo bien menuda, sentada en la silla de madera. Me siento a su merced.

–Cándida, yo soy Elda. Elda, nombre de raíz germana que significa «la que batalla incansablemente». Nombre de mujer de estirpe guerrera, lo que yo soy por una España grande y libre. Si por mí fuera, sería la Caudilla de España por la Gracia de Dios. Yo soy la directora de este centro, quien hace y deshace y quien manda aquí con mano de hierro y pobre de quien me desafíe, sea mujer u hombre –dice en un tono de voz autoritario y acto seguido propina un fuerte puñetazo en la mesa con una de sus manazas– Un gusto conocerte.

–El gusto es mío –respondo.

–¿Cuántos años tienes?

–Veintisiete. Tengo veintisiete años.

–Eres bien joven. Incluso pareces más jovencita... En cambio yo tengo 39 años. Soy ya mayor. Por cierto... –de repente me mira inquisitoriamente, algo que me empieza a asustar.

–Sí, dime –respondo, intentando disimular cierto sobresalto.

–¿Eres catalana, sí?

–S... Sí, soy catalana –respondo, con algo de dificultad por temor a su reacción.

–Ya me lo suponía de sobras. Es que tienes un acento tan y tan catalufo...

No sé qué responder. Tampoco me da tiempo, porque ella corta rápidamente en seco el incómodo silencio.

–Ah, y otra cosa –dice, con cierta brusquedad– Tu familia... ¿Es o era roja, verdad? –me pregunta, con severidad.

–Hmmm... –balbuceo, con un marcado temblor de voz. Se me suben todos los colores y mis latidos se aceleran de repente. Me siento de repente muy asustada y afligida. Mi cuerpo tiembla, mis ojos se empañan con intensidad y empiezan a derramar lágrimas.

Ella lo nota, pero en lugar de persistir en presionarme, se levanta del sillón y se acerca a mí. Se agacha delante de mí y me toma la mano con delicadeza. Aunque sin perder la seriedad, su tono de voz se enternece.

–Vale, mira. Investigamos muy bien una vez contratamos a la gente. Y no podemos hacerlo antes porque en ocasiones nos urge contratar. Te voy a ser sincera. Lo sé todo sobre tu familia. Pero... Con tu excelente trabajo, tu saber estar y tu bondad me has dado la garantía de hacer un pacto de favor contigo.

Me quedo sin palabras. Siento como lentamente, sus palabras me apaciguan. Mientras me habla, acaricia mis delicadas manos con dedos de pianista con sus manazas.

–La verdad es que no me equivoco cuando pienso que tu nombre va conforme con tu personalidad. ¡Ay Cándida...! –sube ligeramente la voz– Tan noble, tan dócil, tan ingenua y tan angelical que te veo... Ya está, venga, no temas. Conmigo vas a estar segura –me dice, mientras me acaricia las mejillas para secarme las lágrimas.

A la par que paulatinamente me tranquiliza, sus palabras, sus caricias, sentir ese contacto de sus manazas con mis delicadas manos y mejillas, provocan en mí palpitaciones y que mi estómago se contraiga por momentos. Estoy también que no quepo en mi asombro viendo como conmigo muestra su lado más humano y sensible.

–Gracias, gracias. Muchísimas gracias, de verdad. No sabes cuánto te agradezco.

–Me has demostrado que puedo darte más trabajos además de conserge. También vas a ser mi secretaria y vas a trabajar conmigo en mi despacho. Empiezas hoy. ¿Trato hecho? –me dice, tomándome la mano.

–¡Trato hecho! –le respondo con entusiasmo, mientras hacemos un leve apretón de manos.

Se levanta y vuelve a dirigirse lentamente hacia el sillón.

–Uffff... Ya tengo hambre y necesito un café. Cándida –se dirige a mí– baja a la cafetería de aquí delante y traeme un café con leche y azúcar y un bocadillo de estos bien grandes con tomate y aceite, jamón ibérico y queso. Ah, y también ve al estanco y traeme dos paquetes de tabaco. Por favor –me dice con su tono de sargento, mientras toma un monedero, del que saca unas pesetas– También cómprate tú algo si quieres. Ah, y también ve al quiosco y tráeme el periódico, por favor –me termina de dar las órdenes pertinentes mientras me da el dinero y me lo guardo minuciosamente en mi monedero.

–Vale, ahora mismo. Lo que desees –le respondo.

Salgo a cumplir todo lo que me manda y ordena sin dudarlo ni un segundo. Dentro de mí estoy que no quepo de entusiasmo.

Sé lo que siento hacia esta mujer. Además de sentir una fuerte atracción por su belleza externa y su aspecto, también la siento hacia su actitud, tan autoritaria, dominante, mandona y de carácter fuerte. Es inexplicable lo encantada que estoy de ponerme a sus órdenes. Además de su lado sensible que no muestra con todo el mundo. ¿Qué sentimientos le habrán llevado a mostrarlo conmigo? Mis dudas se han disipado, aunque a la vez no dejo de tengo mucha inquietud dentro de mí de por qué me siento así por una mujer.

Trabajando con ella, pasan los días de fábula. Además de hacer toda la tarea documental que ella me manda y ordena, cada día le traigo los cafés, el desayuno y demás para comer (es muy amante de la comida, ya me lo dicen muy bien sus abundantes curvas), el periódico y el tabaco. Está realmente contenta conmigo. Yo bien fina, discreta y educada, ella como Pedro por su casa. Muchas veces se sienta en el sillón tumbándose de lado (en las que más de una vez he podido entrever su ropa interior) y también poniendo los pies con sus calzados de plataforma y taconazo sobre la mesa mientras lee el periódico, fuma sus cigarros y bebe sus copas de vino Rioja o directamente chupando de la botella, no se corta un pelo, entre gritos vehementes alabando a Franco y expresando sus pensamientos políticos o bien cagándose en todo y en lo de más allá, dependiendo de las noticias que lee. Una actitud y unos modos que no muestran precisamente la distinción, finura y feminidad que tanto predican de boquilla y que, inexplicablemente, tanto me atraen. También a veces, de la nada, se pone a entonar a voces el Cara al Sol, entre otros himnos.

En los tiempos libres hablamos entre nosotras. Siento como cada vez se muestra más cercana conmigo. Debido a mi timidez, siempre es ella quien empieza a hablarme y a preguntarme cosas. Además, las noches de insomnio e inquietud se van convirtiendo en momentos en los que en la intimidad de mi dormitorio, esta sensación de calor y humedad en mi entrepierna hasta empapar bien mi ropa interior y hasta las sábanas pensando en Elda y fantaseando y hasta soñando con ella empiezan a hacerse un vicio. Ya iré explicando.


Continuará.

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Elda, la instructora de la Sección Femenina (historia y política españolas, romance y erotismo lésbicos)

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Episodio II

Castillo de la Mota, 25 de agosto de 1950.

Son las siete en punto de la mañana. Hace cosa de una hora y media que ha amanecido en tierras vallisoletanas. Como cada día, después de abrir puertas y ventanas, vamos todas al patio interior y puedo ver como todas las mujeres, instructoras y futuras instructoras rezan las plegarias de la mañana y acto seguido izan las tres banderas: la rojigualda con el águila de San Juan, la de Falange y la carlista. Acto seguido, como entonan el Cara al Sol con el brazo bien alto haciendo el saludo fascista. Las aspirantes a instructoras detrás, las instructoras delante. Elda, como directora, en el centro. Es increíble lo que destaca e impone. A pesar de tener todas muy mala leche, ella es la más temida, sumándole también su increíble alta estatura y su corpulencia al lado de todas las demás. Ver a Elda con su cara de mala leche, su uniforme paramilitar, con el brazo derecho en alto y la manaza bien abierta con sus largos y gorditos dedos bien juntos entonando el Cara al Sol a pleno pulmón y con ese rabioso fervor patriotero me atrae en sobremanera. Me da algo de reparo pensarlo, y más proveniendo de donde provengo, pero debo de reconocer que, a mis ojos, toda la parafernalia fascista tiene un gran atractivo, que absolutamente nada tiene que ver con la de izquierdas.

Ella, bien imponente. Su inquisitiva mirada de pequeños ojos cafés, sus carnosos labios y su rostro de sargento autoritaria con mala leche, su larga y preciosa cabellera castaña clara bien recogida dejando a la vista su largo flequillo peinado de lado, su blanquísima piel, su cuerpo de abundantes curvas, bien proporcionadas por su alta estatura. Su atractivo uniforme paramilitar. La camisa azul con el yugo y las flechas bordados en rojo y repleta de condecoraciones militares y de órdenes religiosas de origen medieval, debajo de la cual puedo intuir sus colosales ubres y en varias ocasiones sus carnosos pezones bien entumecidos. Su falda negra, bien ceñida con el cinturonazo a su gorda barriga y a su cintura, debajo de la cual intuyo unos buenos michelines y unas colosales nalgas y caderas. Suele llevar una porra extensible y una pequeña pistola pendiendo del cinturón, siempre previniéndose ante cualquier amenaza de ataque por parte de los maquis. A partir de algo por encima de las rodillas deja al descubierto unas largas, abundantes y blanquísimas piernas, estilizadas con sus atrevidas botas o chanclas negras de cuero, plataforma y taconazo, esos atrevidos calzados que acentúan todavía más su sensualidad y al mismo tiempo su aire autoritario y dominante. Estoy descubriendo que me gustan mucho estos calzados de cuero, plataforma y tacón ancho, en demasía, pero no precisamente por placer estético y para llevarlos yo, en absoluto, sino de una manera muy diferente.

A mis ojos, Elda es toda una mujer empoderada de pies a cabeza, muy hecha y derecha. Ni punto de comparación con muchas mujeres de izquierdas o liberales tan abanderadas del feminismo. Es contradictorio que Elda, que forma parte de un entorno en el que tanto se llenan la boca de sumisión y delicadeza de la mujer, sea todo lo opuesto y todavía más teniendo un alto cargo. De la misma manera que varias feministas marxistas y anarquistas que he conocido en mi entorno se llenen tanto la boca de liberación de la mujer del yugo patriarcal pero después acaben siendo sus maridos quienes tiran más del carro. En parte pienso que esto se debe a que en las ideologías, prediquen los valores que prediquen a nivel racional, siempre pesa más la visceralidad que otra cosa. Y el fascismo es una ideología muy agresiva y de carácter fuertemente autoritario y militarista, entre poco y nada que ver con el comunismo y todavía menos con el liberalismo o el anarquismo. Aunque se intenten imponer unos valores, por ejemplo, en el caso de las mujeres, ser obedientes, sumisas y delicadas, si estos van acompañados de una ideología como es el fascismo, lógicamente ellas mismas también pueden llegar a ser igual o más agresivas y temidas que sus camaradas hombres y dejar de lado lo que tanto predican de boquilla.
Sí que es cierto que las republicanas fueron mujeres muy empoderadas y que en la República se ganaron muchos derechos en pos a la mujer, sí. Aunque no sé, irracionalmente no puedo evitar que me atraiga mucho más y me parezca mucho más poderosa una fascista de tomo y lomo y con muy mala leche como Elda, tan o más temida que un hombre de su misma ralea, que mil milicianas rojas en tropel en el frente de batalla. Me estoy percatando de que el mundo es mucho más complejo de lo que siempre creí.

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Me pesan un poco los ojos. Tengo sueño. Últimamente estoy durmiendo más bien poco por las noches. Cuando estoy en la intimidad de mi habitación esa sensación de calor y humedad dentro de mí pensando en Elda es demasiado irresistible. Es una sensación dulce, muy dulce, demasiado dulce, adictiva. La imagen de Elda se ha apoderado de mi mente, hasta el punto de traspasar mi subconsciente y soñar con ella. Es increíble cuánto la deseo. Además, pasan por mi mente recuerdos de las veces que le he entrevisto las braguitas mientras se encuentra repanchingada en el sillón leyendo el periódico Arriba o libros de historia de España medieval y moderna y alabando a Franco, a José Antonio y a la Falange o a personajes heroícos de la historia de España, sus grandes referentes de patriotismo, como en sus sesiones de FEN (Formación del Espíritu Nacional). También que bajo el pretexto de pasar mucho tiempo las dos, hemos ido juntas al cuarto de baño (la verdad es que no se corta ni un pelo, desvergonzada lo es un rato y bueno, de finura y decoro nada) y además de acompañarla algunos sábados sujetándose de mis hombros porque no se aguanta derecha cuando camina y aguantándole la cabeza mientras vomita a causa de sus desvaríos con el alcohol (algo de ella que, en cierta manera, me tiene bastante preocupada), pasa también por mí mente el recuerdo del resto de veces, como la primera, cuando empezamos a hablar. Lo mismo que la primera vez, le veo las braguitas, siempre de color negro, bajándoselas por sus voluptuosas, largas y blanquísimas piernas hasta las botas o las chanclas (algo que, no sé por qué, me excita demasiado) y después subiéndoselas. Además, me da muchísima vergüenza reconocerme a mí misma algo que puede parecer asqueroso, pero no sabía que me atraía y provocaba tanto calor en mí ver y escuchar a una persona orinar y también lo otro... Hasta ahora. Bueno, no me gusta realmente, pero con Elda es todo muy diferente. El deseo y la morbosidad pueden más que todo.

También me imagino y hasta sueño con que ella y yo tenemos una relación de pareja y nos besamos los labios y acariciamos y besamos nuestros cuerpos con sumo frenesí. Primero ella a mí, tratándome con delicadeza, como una princesa, haciéndome suya. Después yo a ella, fundiéndome ante sus encantos, presa de su voluptuosidad. Que hacemos el amor, entre otras situaciones románticas y eróticas. Y también con un toque más fuerte, por ejemplo, que mientras hacemos el amor estoy agachada ante ella, besando y lamiendo sus botas de cuero, plataforma y tacón o sus pies con las chanclas de cuero y plataforma como si no hubiera un mañana.

Sobre todo, en mi fantasía romántica y erótica ella, por su fuerte y dominante carácter y su grande, robusta y fuerte constitución física, juega un rol como si fuera la parte más «masculina» de la relación. Yo, en cambio, por mi docilidad y mi candidez (como ya bien dice mi nombre) y mi menuda y delicada constitución física, la parte más «femenina». No sé si me explico. Es como que me atraen las mismas cualidades que a las demás mujeres en los hombres pero a mí en otra mujer.

Con la belleza, sensualidad y al mismo tiempo la rudeza de Elda y estos recuerdos e imaginaciones pasando por mi mente, muevo muy sensualmente mi cuerpo y siento como lentamente se humedece mi entrepierna y se endurecen mis pechos y pezones. Instintivamente, mis delicadas manos empiezan a acariciar mis pechos, a pellizcar y amasar suavemente mis pezones y también a acariciar mi estómago y mi vientre hasta llegar a mi rosa del amor, que empiezo a tocarla por los laterales, nunca directamente, haciendo más intensa esa dulce sensación, así como mojando todavía más mi ropa interior, mi fino camisón y las sábanas, tanto del néctar del amor y el deseo como de sudor. Continuo dando amor a mi cuerpo durante un lapso de tiempo relativamente largo, suspirando con más intensidad a cada segundo, con mis dedos de una mano recorriendo mi clítoris y hundiendo el dedo corazón y el anular de la otra mano en mi vagina. Me imagino los largos y gorditos dedos de Elda bien dentro de mí, poseyéndome... Mientras tanto, mi cabeza entre sus grandes pechos... Me muerdo el labio inferior... Me tumbo boca abajo... Muerdo la almohada, dejándola empapada de mi abundante saliva, fruto de la excitación... Mmmmm... Hasta que esta sensación se transforma en una dulce e irresistible explosión que me provoca un suspiro todavía más ardiente e intenso. ¿Será esto tener un orgasmo?

Un fortísimo pitido hecho con un silbato seguido de un discurso a voz en grito me despabilan de mis cavilaciones. Elda dirigiéndose a sus alumnas mientras con su mano sostiene una bolsa de basura medio llena del suelo.

–¡¡La próxima vez que me encuentre ESTO –saca de la bolsa envoltorios de caramelos y de botellas de agua y de refresco– Y ESTO, una puta compresa llena de sangre –saca la compresa en cuestión y la enseña con suma desfachatez– os juro por Dios y por el Caudillo que agarro de los pelos y de la oreja a la marrana en cuestión, se lo hago recoger con la boca y se lo hago tragar!! ¡¿QUEDA CLARO?!

–Sí, directora. A sus órdenes –responden todas al unísono. Puedo intuir el pavor en el tono de voz de muchas de ellas.

–¡BIEN FIRMES OS VOY A PONER YO! ¡CON MANO DE HIERRO! ¡A VER SI ESPABILÁIS DE UNA PUÑETERA VEZ! –acto seguido, se pone el silbato en la boca y suelta otro pitido a modo de pistoletazo de salida de un nuevo día, capaz de ensordecer a cualquiera y con el que bastantes se sobresaltan, yo incluida.

–Tú conmigo, Cándida. Tú siempre conmigo –me dice en voz baja y confiadamente mientras me toma delicadamente del brazo, dirigiéndonos otra vez al edificio y estando ambas delante de todas las alumnas y demás instructoras, como cada día desde que soy su secretaria y trabajamos juntas codo con codo.

Mientras Elda me toma del brazo y está ya completamente de espaldas a las demás mujeres, me percato de como más de una alumna me lanza una mala mirada seguida de una mueca de desdén. Desde que soy secretaria de Elda y las estudiantes nos ven juntas con mucha frecuencia, con el paso de los días he empezado a notar malas miradas y algunas risitas y cuchicheos malintencionados por parte de algunas de las alumnas, un grupo en concreto, cuando me ven sola. Son precisamente las que Elda tiene más en el ojo de la tormenta y coleccionan más reprendidas en forma de gritos por parte de ella. Me han escupido y puesto la zancadilla más de una vez. Hago como que no le doy importancia, pero realmente no paso un buen rato y me empieza a afectar. Siento que revivo bastantes momentos traumáticos de mi infancia y adolescencia en los que mis compañeras de clase se metían conmigo, me acosaban y no sabía defenderme. Y a mis 27 años sigo sin tener la fortaleza de carácter para hacerlo. Aprovechan que soy más jovencita que ellas y entre eso, mi tímida vocecilla y mi carácter (o ausencia de él, mejor dicho) también me ven vulnerable. Obviamente cuando me cruzo con ellas en presencia de Elda, nos miran mal de reojo y con sumo disimulo esquivando con habilidad precisa la inquisitiva mirada de Elda o directamente ni se atreven, porque saben que les puede caer la del pulpo. Reaccionen de la manera que reaccionen está más que clara una cosa y es que la temen en sobremanera. Lo puedo intuir en su lenguaje facial y corporal cada vez que caminan cerca de ella.

Entonces todas entramos al edificio y las alumnas se dirigen al comedor a desayunar, junto con las demás instructoras. Elda y yo nos dirigimos a su despacho, ella tomándome de la cintura con delicadeza. Estas muestras suyas de afecto y confianza para conmigo se han vuelto más que habituales en nuestro día a día. Entre mucho trabajo documental, administrativo y de limpieza, poco a poco va surgiendo un bonito vínculo entre nosotras. Elda conmigo es diferente que con las demás. Poco a poco, conmigo se muestra más confiada, humana y sensible, sin dejar de lado su tono de sargento que tanto me atrae. Pienso que ella habla así por mera costumbre, independientemente del trato que tenga con el interlocutor. No dejo de preguntarme por qué es así conmigo y solo conmigo. Está sumamente contenta con mi trabajo y también por el respeto que muestro hacia ella.

–Es que de verdad... ¡Algunas llegan a ser tan descaradas! Es que de verdad, te lo digo con toda confianza, Cándida... Parecen tan modositas cuando estoy yo presente y con el miedo que me tienen... ¡Pero realmente tienen una buena patada en la boca las muy víboras y arpías! ¡Son cierto grupito a las que tengo ya bien caladas, ya! ¡Desde el primer día! ¡Son el puto demonio en calzoncillos, de verdad te lo digo! Sí, sí, cara a cara me tienen mucho miedo, pero por las espaldas y sin mi presencia... ¡Muy poca vergüenza es lo que tienen! –se queja, con un tono vehemente y enfadado– Si tienes algún problema con ellas no dudes en decírmelo –me dice, tomándome suavemente de la mano.

Mientras me dice esto no puedo evitar pensar en las mujeres que me miran mal y se ríen de mí.

–Sí, de acuerdo. Gracias por avisarme de ello. Alucino con la poca vergüenza de la gente, de verdad... –le respondo indignada, mordiéndome la lengua de decir más cosas. Realmente no me atrevo a contarle nada.

–A la próxima tontería, te juro por Dios y por el Caudillo que las voy a expulsar. Ya me ha tocado lidiar mucho con gentuza de mierda durante toda mi juventud... Liándome a hostias con rojos y pijos liberales de toda índole... Tanto con mujeres, sobre todo milicianas, como con hombres... Y yo sola... Demasiado... No será la primera ni la última vez... Porque no he tenido una vida fácil, ¿sabes? ¡Nada fácil! –deja escapar un amargo suspiro.

–Entiendo... –le respondo, sin saber bien qué decir.

–En fin... –me dice, soltando otro amargo suspiro mientras toma el monedero y saca las pesetas– Ten –me dice.

Ya sé muy bien lo que debo de hacer. Bajo a la cafetería y le compro el desayuno: su bocadillo bien grande de siempre de pan con tomate, aceite y sal, jamón serrano y queso manchego y su café con leche y azúcar. También voy al estanco con la rojigualda del águila de San Juan bien izada en la fachada a comprarle su paquete diario de tabaco y después al quiosco a traerle unos caramelos de eucalipto y el periódico Arriba, siempre con el yugo y las flechas en la portada, el que siempre lee como buena adicta al régimen y falangista del tres al cuarto.

Regreso al castillo con la bolsa de la compra para mi hermosa Elda, dirigiéndome a su despacho. Tengo que pasar sí o sí por el claustro. De repente, me cruzo con tres del grupo de mujeres que me acosan, justamente las que son más las cabecillas. Están allí escondidas escaqueándose de seguir el horario, esta vez de desayunar, como de costumbre. Y comiendo caramelos, chucherías y tomando refrescos. ¡Ajá! ¡Ahora ya sé quiénes son las que lo dejan todo hecho un asco! Pero igualmente empiezo a entrar en pánico cuando sus crueles miradas se centran en mí. Me duele el estómago de los nervios. Ellas huelen mi miedo. Me dirigen miradas intimidatorias acompañadas de sonrisas burlescas y de desprecio.

–¡Hola! ¡Jajajajajaja! ¿Dónde te crees que vas??

–Por cierto, ¿cómo te llamabas? ¿Candidiasis vaginal?

–¡Jajajajajaja...! –se ríen las tres al unísono, fuerte y a carcajadas.

Una de ellas me pone la zancadilla y caigo al suelo. Empiezo a llorar.

–Por favor, parad... No os he hecho nada... ¿Qué queréis de mi...? Parad... Os lo ruego... –respondo, temblando y entre lágrimas y sollozos, intentando levantarme del suelo.

Acto seguido, una de ellas toma un palo de tronco bastante largo y grueso y empieza a darme golpes en la cabeza como si fuera un perro. Estoy paralizada y no dejo de llorar.

–Te gusta ser la putita de la mala bruja de Zorrelda, ¿no, Candidiasis? ¡Jajajajajaja! –me pregunta en un tono chulesco la que me golpea con el palo, riéndose con maldad.

–Ser secretaria de la puta loca y borracha de Zorrelda implica hacerle favorcillos de más, ¿no? –grita una de las otras dos, con un tono chulesco –¿Cuánto te paga de más? ¿Eh? ¡Responde, coño!

–¡Sí! Desde que los rojos le mataron a sus padres y a su hermana gemela está ida de la cabeza y que no puede con sus vicios con el alcohol y el tabaco y su amargura y mala leche... En el fondo no levanta cabeza... Va muy necesitada de amor la pobre... Jajajajaja –grita la otra, riéndose con maldad.

–¡Jajajajajajaja! ¡Qué hijaputa eres, amiga! –se ríen las otras dos al unísono.

Sigo paralizada y continuo llorando desconsoladamente y temblando. Acto seguido la que me golpea con el tronco me lo mete en la boca. Se vuelven a reír a carcajadas al unísono.

–¡Esto también te gusta, eh, cerda degenerada! ¡Tú le das a todo! –me dice otra de ellas, cruelmente, agachada hacia mí y gritándome al oído.

Siento como empieza a sangrarme la boca. Empiezo a reaccionar y opongo resistencia, pero la otra de las tres también se agacha hacia mí y sostiene fuertemente mi cabeza mientras me dice, también gritándome al oído:

–Bueno, y aunque no te guste, ¡la tontería te la vamos a quitar entre nosotras, no te hará falta ningún hombre!

–¡Quien no llora no mama, eh! ¡Jajajaja! ¡Ahora responde, coño! ¡Que no tenemos todo el día! ¡Eres muda, o qué! ¿Se te ha comido la lengua el gato? –me dice la que me mete el palo en la boca.

–O... ¿Tienes la lengua muy cansada por tus trabajitos de más para Zorrelda?

–¡JAJAJAJAJAJA! –se ríen todas al unísono.

Finalmente, logro deshacerme del palo mientras me sangra la boca. Me han hecho unas cuantas llagas. Sigo paralizada, indefensa y llorando dolorosamente.

Acto seguido, la que me ha metido el palo en la boca me pega una patada en la cabeza y hace amago de pegarme otra, pero de repente escucho a Elda voz en grito y más iracunda que nunca, al compás de sus rápidos taconeos.

–¡EH! ¿QUÉ PASA AQUÍ? ¿QUÉ OS CREÉIS QUE HACÉIS? ¡Que sepáis que lo he escuchado todo! ¡Os voy a reventar, hijas de puta! ¡Os vais a acordar de mí todo lo que os queda de vuestras putas vidas!
Elda se acerca corriendo a ellas, se saca la porra extensible del cinturón y empieza a hincharles la cara y el cuerpo entero a puñetazos y a hostias con la porra.

–¡Aaaaaaaahhh! No, no es lo que crees...

–Perdón, señora Elda...

–¡MUCHO MIEDO Y MUY POCA VERGÜENZA ES LO QUE TENÉIS! ¡Tratar así a quien no os ha hecho nada y que además es una excelente trabajadora y que os da mil vueltas como mujer y como persona! ¡Os debería de dar VERGÜENZA! ¡Tratarla así a ella y encima hablar así DE MÍ! ¡DE MÍ, PERO SOBRE TODO DE MI FAMILIA, METIENDO EL PUTO DEDITO EN LA LLAGA! ¡Con todo lo que hago por vosotras! –les grita, con la cara bien roja y llorando de la ira, mientras las golpea fuertemente y las patea con sus botazas de plataforma y taconazo– ¡Sois unas hijas de la gran puta!

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Llegan el resto de alumnas e instructoras en tropel, alertadas. Es la primera vez que veo a Elda en este estado.

–Te lo rogamos, no nos hagas esto...
Acto seguido, cuando están las tres retorciéndose del dolor y con las caras bien heridas e hinchadas de la somanta de hostias que se han llevado, Elda empieza a desnudarlas agresivamente.

–¡FUERA LA ROPA! ¡Sois unas puercas sin ningún honor ni principios! ¡No sois dignas de llevar este uniforme! Es que... ¡Ya os tenía caladas desde el primer día que entrasteis aquí...! ¡Y no me equivocaba, eh...! ¡Joder si no...! ¡JODER! ¡HOSTIA PUTA! –grita Elda, coléricamente y entre lágrimas de ira, mientras les quita la ropa sin ningún miramiento. Puedo sentir el dolor emocional en sus gritos. Es más que obvio que le han tocado un tema muy sensible para ella y del que todavía no me había hablado en nuestras conversaciones en nuestros tiempos libres y que por lo tanto yo tampoco sabía. Hasta en este violento instante.
Mientras tanto, ellas siguen retorciéndose del dolor. Puedo ver como tienen el cuerpo bien rojo y lleno de moretones.

–¡Así merecéis estar! ¡Como Dios os trajo al mundo! ¡Ratas de cloaca es lo que sois, no mujeres! ¡Estáis EXPULSADAS! ¡FUERA!

Con su descomunal fuerza, agarra a las tres de los pelos y de las orejas y se las lleva a rastras por el claustro y el cortísimo pasillo hasta la puerta del castillo. El resto de instructoras contemplan impasibles el escenario. Con la misma cara de mala leche pero al mismo tiempo aplaudiendo con la mirada. Imagino que también las tenían más que caladas. El resto de las alumnas contemplan el escenario perplejas y con el miedo en el cuerpo y sus miradas se centran en mí, que estoy con un pañuelo en la boca limpiándome la sangre y al borde de un ataque de ansiedad, con el rostro lleno de lágrimas, temblando y mareada. Caigo rendida sentada en el suelo, arrambada a la pared, tapándome la cara con las dos manos y llorando con más desesperación. Me siento tan y tan culpable...

–¡A la puta calle os váis! ¡Sin ropa y sin nada! ¡En bragas! ¡No os merecéis ni esto! ¡Os buscáis la vida! ¡Lo que os pase no es asunto mío sino vuestro! ¡Por mí, como si abusan de vosotras! ¡Os lo habéis buscado a pulso con vuestras putas actitudes y con lo malas perras que sois! ¡HASTA NUNCA!
Las empuja hacia la calle y cierra dando un fortísimo portazo. Acto seguido, regresa de nuevo al claustro, se dirige rápidamente a mí, se agacha frente a mí y me abraza.

–Ya está, ya está... –me dice en un tono dolorido mientras me acaricia el cabello y me besa la frente. Continuo llorando en sus brazos. Me ayuda a levantarme lentamente, me toma delicadamente de la cintura y me lleva con ella.

–¡Y todas vosotras VIGILAD! ¡Porque a la primera tontería será esto que acabáis de ver lo que os va a pasar! ¡A ver quién será la siguiente! –grita, dirigiéndose a las alumnas– ¡Y VOSOTRAS! –grita, dirigiéndose a las demás instructoras– ¡Controladlas más! Y a la que se desvíe ni esta, ¡la zurráis sin piedad! –se dirige a todas de nuevo– ¿HA QUEDADO CLARO?

–Sí, señora Elda –responden al unísono.

Nos dirigimos las dos a su despacho, ella, como siempre, tomándome de la cintura. Yo con la bolsa intacta con mi compra diaria para ella. Me siento muy y muy protegida a su lado. Es que es tan diferente conmigo... Conmigo tiene un trato más humano y delicado. Eso sí, no dejan de caer lágrimas de mis ojos. Me siento fatal por ella y culpable.


Continuará.

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lucia
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Re: Elda, la instructora de la Sección Femenina (historia y política españolas, drama, romance y erotismo lésbicos)

Mensaje por lucia »

¿Por qué no pruebas a escribir otra cosa? Es que es siempre la misma historia con distintos nombres de las protagonistas y ya. Ni siquiera cambia el físico o el carácter de las mismas.
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Roberson201
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Re: Elda, la instructora de la Sección Femenina (historia y política españolas, drama, romance y erotismo lésbicos)

Mensaje por Roberson201 »

Cándida representa la complejidad de la identidad y la lucha interna en una época de gran tensión política y social. Su historia es un reflejo de la resistencia personal y la búsqueda de autenticidad en un mundo que a menudo exige conformidad. A través de su viaje, vemos la importancia de la autoaceptación y el coraje para seguir su propio camino, a pesar de las expectativas y las normas de la sociedad. Su relato es un poderoso recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, hay espacio para el crecimiento personal y la autodescubrimiento.
PresoneraDelCel97
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Re: Elda, la instructora de la Sección Femenina (historia y política españolas, drama, romance y erotismo lésbicos)

Mensaje por PresoneraDelCel97 »

lucia escribió: 30 Mar 2024 17:17 ¿Por qué no pruebas a escribir otra cosa? Es que es siempre la misma historia con distintos nombres de las protagonistas y ya. Ni siquiera cambia el físico o el carácter de las mismas.
@lucia

Sí, es verdad también. Me inspiro en mi concretísimo prototipo de mujer físicamente hablando. Me doy cuenta que en todas las historias lésbicas que he escrito con mi álter ego, la mujer en cuestión siempre es una persona con algún trauma y que lo sobrelleva de manera melancólica y depresiva (Carlota/Judit) o bien de manera agresiva y mostrando un carácter duro (Guiomar y Elda).

No siempre he relacionado mis historias lésbicas con historia y política, es algo que hago recientemente. Entonces relacionaba los traumas únicamente con bullying y/o maltrato familiar, no con pérdidas de seres queridos por razones políticas (terrorismo, por ejemplo). Las mujeres en cuestión son personajes que trascienden los límites de lo políticamente correcto, independientemente de si es algo realmente positivo fuera de los sesgos de mucha gente canceladora y a mala hostia (como es el caso de Carlota/Judit con el sionismo) o de si es algo realmente negativo aunque usando el erotismo para fetichizar estéticamente con algo socialmente repudiable hoy en día (como es el caso de Guiomar y de Elda con el franquismo, el falangismo y el fascismo).

Pretendo mostrar a lo que puede llevar de manera extrema esta dictadura actual de la corrección política y de la cancelación basada en vilipendiar y hasta deshumanizar a todo aquel con diferentes puntos de vista aunque tenga sus legítimas razones (Carlota/Judit) o bien lo que puede haber detrás de una persona aparentemente muy dura, agresiva y con una ideología hoy en día repudiable (Guiomar y Elda). Con ellas mismas mostrando su lado más sensible y la causa de porque son como son y con las circunstancias de los traumas que arrastran, así como partiendo de sus experiencias individuales, pretendo mostrar que ni los «malos» son realmente tan malos o incluso ni malos son ni tampoco los «buenos» son tan buenos o incluso ni buenos son. Muestro que el mundo es mucho más complejo que lo que nos pretenden vender los adalides de lo políticamente correcto. Con ello, mis historias pueden resultar provocadoras a mucha gente.

Las historias y los personajes tienen mucho en común y entiendo que se me pueda proponer que cambie un poco el repertorio. XD

Depende de la época, aunque también tengo en mente escribir más cosas. :D
Última edición por PresoneraDelCel97 el 04 Abr 2024 09:43, editado 2 veces en total.
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Re: Elda, la instructora de la Sección Femenina (historia y política españolas, drama, romance y erotismo lésbicos)

Mensaje por PresoneraDelCel97 »

@Roberson201
Roberson201 escribió: 01 Abr 2024 11:33 Cándida representa la complejidad de la identidad y la lucha interna en una época de gran tensión política y social. Su historia es un reflejo de la resistencia personal y la búsqueda de autenticidad en un mundo que a menudo exige conformidad. A través de su viaje, vemos la importancia de la autoaceptación y el coraje para seguir su propio camino, a pesar de las expectativas y las normas de la sociedad. Su relato es un poderoso recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, hay espacio para el crecimiento personal y la autodescubrimiento.
Así es. Pretendo mostrar lo difícil que sería ser una persona como yo en un contexto como el del siglo pasado y, a pesar de todo, seguir adelante. Siempre con discreción, pero nunca anulándome a mí misma ni lo que realmente siento.

Esta historia es un clamor de resistencia. Tanto Cándida (mi alter ego) como también Elda. En el caso de Cándida porque pretendo mostrar lo difícil que sería ser una persona como yo en un contexto como el del siglo pasado y, a pesar de todo, no prestar atención a lo que la sociedad espera de mí y yendo con mis valores y mis sentimientos por delante. Siempre con discreción, pero nunca anulándome a mí misma ni lo que realmente siento. En el caso de Elda por ser una mujer que transgrede los valores de lo que en teoría debería de ser una mujer en aquella época (femenina, sumisa, delicada...), siendo ella más bien todo lo contrario, como en teoría ella debería de ser adalid de estos valores. Con ello, también pretendo mostrar la doble moral y la hipocresía y el cinismo de entonces con «las buenas costumbres» y la diferencia entre lo que se muestra de puertas para fuera y lo que pasa de puertas para dentro.

Puede ser una historia realmente provocadora (ofensiva), tanto para izquierdistas progres por todo lo que he especificado en el comentario anterior como para franquistas, falangistas, fascistas y demás.
Última edición por PresoneraDelCel97 el 04 Abr 2024 09:43, editado 3 veces en total.
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Re: Elda, la instructora de la Sección Femenina (historia y política españolas, drama, romance y erotismo lésbicos)

Mensaje por PresoneraDelCel97 »

Episodio III


Advertencia: violencia explícita.

Elda y yo caminamos hacia el despacho después del altercado violento del que me ha defendido del acoso de las tres alumnas que me han humillado y también a sí misma de las barbaridades que han dicho de ella y de su vida.

Una vez dentro, todavía sosteniéndome de mi esbelta cintura con su gran brazo y su manaza derecha, me mira a los ojos y se percata de que continúo llorando. Acto seguido me abraza sin pensarlo. Me encuentro llorando desconsoladamente abrazada a ella.

–Lo siento... Lo siento muchísimo... De verdad... Te pido perdón... Me siento tan y tan culpable... –me disculpo entre amargas lágrimas. Siento sangre en mi boca y la mitad de la cabeza hinchada de la patada que me ha pegado una de las tres alumnas que me acosaban.

–Ya está... Ya está... –me dice, en un tono de voz apenado mientras con sus manazas me acaricia la espalda y el suave cabello de mi corta melena y mis delicadas mejillas mojadas, secándome las lágrimas.

En un momento dado, se agacha para llegar a mi rostro, me besa la frente y me acaricia la cabeza y el rostro, mirándome fijamente y con tristeza e impotencia en sus ojos.

–Madre mía, lo que te han hecho... Es que... ¡Joder! Menudas desgraciadas e hijas de puta... –puedo ver como de sus pequeños ojos cafés caen lágrimas de ira e impotencia, que rápidamente se seca– De veras, no sé por qué me pides disculpas. Te las tendría que pedir yo a ti en todo caso, ya que como directora de este centro he sido la primera responsable de que estas arpías siguieran aquí parasitando y zorreando, que es para lo único que sirven las muy perras y malas. ¡El espíritu nacional se desentiende totalmente de escoria como esta!

–Te entiendo, pero es que me siento tan y tan culpable... Llevaban acosándome días... No te lo llegué a decir por miedo... Yo misma he permitido que la situación llegue a este punto... Lo siento muchísimo, de veras... –le digo entre amargas lágrimas, mirándola fijamente a su profunda mirada.

–De veras, no sufras, Candela. Otra vez, ya sabes. Ya sabía yo que en algún momento u otro no me quedaría otra alternativa que actuar así contra ellas, sea por el motivo que sea. ¡Son más malas que la peste!

Acto seguido, se agacha para llegar a mi rostro, me decanta delicadamente el cabello en los oídos y me besa lentamente la frente y las mejillas. Nos abrazamos de nuevo.

Es la primera vez que somos una fundiéndonos en un abrazo. Con su abrazo, sus besos y mis caricias, poco a poco amaina mi llanto y mis latidos. Me siento muy vulnerable y al mismo tiempo muy protegida a su lado. Solo con sentir el peso de su cuerpo, ella tan alta, gordita y corpulenta conmigo, tan bajita, delgada y menuda a su lado, siento con intensidad una palpitación en mi corazón pese a los martilleados latidos de ansiedad, seguida de una contracción en mi estómago, además de como se eriza mi piel, especialmente mis pechos y pezones.

Si por mí fuera, se podría parar el tiempo en este bello instante entre las dos.

Pasados unos minutos que, si por mí fuera, podrían ser eternos, nos volvemos a mirar a los ojos.

–Ven, Cándida. Voy a curarte las heridas –me dice Elda mientras me toma de la cintura y nos encaminamos hacia la sala de enfermería.

Entonces llegamos. Me señala la camilla. Me siento. Ella sigue de pie, delante de mí.

–Abre la boca, Cándida –me ordena.

Abro la boca.

–¡Joder, vaya herida...! ¡Menudas hijas de puta! –dice, apenada.

Se dirige hacia el botiquín y toma un bote con una medicina. Se acerca a mí de nuevo.

–Abre...

Abro de nuevo.

Destapa el bote y del tapón sale un diminuto pincel bañado de un espeso líquido negro y me lo unta en la herida delicadamente. Suspiro de dolor.

–Calma, ya está. Lo que pica cura.

Una vez me ha puesto el líquido en la herida, se dirige de nuevo al botiquín y toma una pomada, que cubre con una pequeña toalla.

Se vuelve hacia mí y con sus largos y gorditos dedos me unta bien de pomada el bulto acompañado de una herida que me han hecho en la frente.

Tratada la herida, se dirige a un pequeño congelador, toma la bolsa de hielos, la cubre con una pequeña toalla y me la sostiene delicadamente encima del bulto y la herida.

–Ten, para ti. Verás como se te alivia –me dice. Me sostengo yo la bolsa.

Acto seguido, me mira a los ojos, me besa la frente y me abraza. Al estar ella de pie y yo sentada en la camilla, estando nuestras caras a la misma altura, siento sus grandes y turgentes pechos por debajo de la camisa azul de manga corta con el yugo y las flechas bordados en rojo y con las condecoraciones de plata, bien pegados a los míos. También sus pezones entumeciéndose al mismo tiempo que los míos, sintiendo ambas el bello roce. Siento de nuevo otra palpitación en mi corazón acompañada de otra contracción en mi estómago.

–Ay, mi Cándida... Tan hermosa, tan buena y tan angelical que eres... ¡Tan CÁNDIDA, tal y como dice tu nombre...! Tan única, tan diferente al resto, tan... ¿Qué haría yo sin ti, mi cielo...? –me dice, alzando ligeramente su tono de voz.
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Acto seguido, me llena la mejilla de besos. Me siento flotando en el séptimo cielo. Me doy todavía más cuenta de lo enamorada que estoy de Elda y de lo mucho que me dolería separarme de ella. De que he llegado a un punto que mi vida no es vida sin ella. Sin su cariño, sin su voz de sargento enterneciéndose mientras me dedica dulces palabras, sin sus delicadas caricias, sin sus abrazos, sin sus bellos y carnosos labios sellando mi frente y mis mejillas (por el momento), sin su corazón, tan duro en apariencia y ablandándose en mi presencia... Se me empañan los ojos, que empiezan a derramar lágrimas, esta vez de la emoción. La quiero, la adoro, la amo. Tengo sentimientos fuertes hacia ella. Nunca antes había tenido este sentimiento hacia nadie. Tan bello, tan sublime, tan intenso.

Después regresamos a su despacho, desayuna su bocadillo y su café y nos ponemos ambas a trabajar como cualquier otro día, a destajo. Doy todo de mí y más. Trabajo por encima de mis posibilidades. Amo tenerla más que contenta.

Las horas transcurren entre mucho trabajo. Las campanas repican doce veces. Son las doce de la mañana. Hora de educación física. Ella se va al claustro con sus alumnas, yo me quedo en el despacho trabajando.

Escucho los gritos de Elda al compás de sus sonoros pitidos con el silbato desde el despacho y del sonido de los balones de fútbol y baloncesto botando en el suelo sin cesar. Me admira y me atrae en sobremanera escuchar desde el despacho sus severos gritos de sargento al compás de los fuertes pitidos que hace con su silbato en Educación Física. ¡Y ay en sus clases de Formación del Espíritu Nacional...! Ese rabioso y apasionado fervor patriotero... Sonrío, suspiro, se me sonrojan las mejillas, se me empañan los ojos con ganas de llorar de la emoción, se me contrae el estómago... Al mismo tiempo, se me eriza la piel y los vellos, empiezo a sentir calor dentro de mí... En tan poco tiempo se me han despertado demasiados sentimientos y sensaciones hacia esta mujer, con muchísima intensidad. Jamás pensé que me sentiría así por alguien, todavía menos por una mujer.

De repente, el sonido de cristales rotos y de sonoros disparos y gritos de espanto de las estudiantes al unísono me devuelven a la realidad. Al instante, entro en un fuerte estado de ansiedad, lo que provoca que mi respiración se agite y mi corazón martillee y se acelere. En cuestión de segundos dos sonoras detonaciones rompen los cristales de una de las ventanas del despacho. Me sobresalto del susto de muerte que me doy, hasta el punto de caer de la silla. Grito y empiezo a temblar. Irrumpen en el despacho dos hombres armados vestidos con una boina roja, una chaqueta marrón y unos pantalones anchos verdes. Entonces lo supe. Maquis. Eran maquis. En algún momento u otro esto tenía que suceder. Elda ya me lo repetía cada dos por tres. Estoy paralizada.

–¡Vaya, vaya, vaya! ¡Qué tenemos aquí! –grita uno de ellos en todo de burla en cuanto me ve.

Ambos caminan lentamente dirigiéndose a mí, acercándose a la mesa y mirándome con lascivia y crueldad. A medida que se acercan, mi sentido del olfato siente con más intensidad el hedor de estos hombres, causado por la falta de higiene. Estoy paralizada. Tengo miedo, mucho miedo.

–¡Vaya suerte la de Caudilla Zorrelda «la alcohólica» como bien nos han indicado vuestras desertoras! ¡Es un secreto a voces lo bollera que es! ¡Yo también quisiera una así! ¡Estás para hacerte un favorcillo, eh! –me dice uno de los dos, en un tono lascivo, mientras pone su asquerosa mano sucia y llena de callos debajo de mi barbilla, haciendo fuerza con los dedos pulgar e índice en mis mejillas, deformando violentamente la expresión de mis labios, como si fuera un pez. Empiezo a llorar.

–¡Claro que sí, camarada! La única cosa buena que tiene la fascista de mierda, alcohólica y bollera Zorrelda es su gusto hacia las mujeres –se vuelve hacia mí y me grita al oído– ¡Ufff...! ¡Estás muy buena...! –me dice, dedicándome una mirada y un tono de voz lascivos– ¡Podríamos compartirte! ¡Ja, ja, ja, ja, ja! –se ríe con crueldad. Puedo sentir el hedor de su asqueroso aliento.

–¡Nuestra alcohólica Zorrelda ha sido traicionada por tres de las suyas! ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ahora está bien jodida y su destino va a ser sangrando y descomponiéndose en una cuneta como la hija de puta, asesina y mala perra que es! –me dice en un tono de voz encolerizado y apretando los dientes, sin dejar de mirarme con lascivia y todavía lastimándome mis pobres delicadas mejillas.

–¡Y tú estás también bien jodida...! ¿Sabes que entre la gente de por aquí el pueblo ya se rumorea sobre tus trabajitos de más para Zorrelda? ¿Cuánto te paga de más, eh, putita? –me dice el otro, con la misma mirada y en el mismo tono de voz y riéndose con maldad– ¡RESPONDE, COÑO! –alza todavía más el tono de voz en mi oído, lo que provoca que me sobresalte de nuevo y mi bloqueo y mi llanto se intensifiquen todavía más.

–No me hagáis nada... No nos hagáis nada... Por favor... Os lo ruego... –les suplico llorando a lágrima viva.

Acto seguido, el que me hacía daño en las mejillas me agarra violentamente del pelo de mi corta melena y me fuerza a levantarme de la silla mientras que el que me gritaba a la oreja me tapa la boca atándome fuertemente un pañuelo, me ata también las muñecas, me pone la zancadilla y caigo al suelo. Los dos empiezan a reírse a carcajadas y a escupirme. Estoy bloqueada y realmente asustada y solo hago que llorar y respirar con dificultad.

–¡El destino de tu querida va a ser tirada en una cuneta perdida en algún lugar perdido del país, sangrando y comiéndosela los carroñeros como la puta cerda que es! ¡Y el tuyo también va a ser el mismo! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

De repente, empiezo a reaccionar. Entonces, pese a ser una chica débil (todo lo contrario que Elda) una fuerza desconocida se apodera inexplicablemente de mí. Ese sentimiento de que si la atacan a ella también me atacan a mí. De que su felicidad, su tristeza y su enfado son también míos. No puedo consentir que hablen así de Elda. De MI AMADA. Me hierve la sangre de la impotencia y de la rabia. Empiezo a reaccionar. Me levanto con dificultad. Intento desasirme de la cuerda con la que me han atado fuertemente de las muñecas, algo que medio consigo.

–¡AARRGGMMPFF! –chillo con la boca amordazada con el pañuelo– ¡Sois unos hijos de puta desgraciados! ¡No voy a consentir... ¡No voy a consentir A NADIE que hable así de Elda! –grito, dirigiéndome rápidamente a ellos y, no sé cómo, terminando de desasirme de la cuerda.

Entonces, una vez delante de ellos empiezo a darles bofetadas, puñetazos y patadas.

–¡Sois unos hijos de la grandísima puta! ¡En cuanto Elda os encuentre os va a rebentar y s matar y os va a dejar tirados como los putos guarros que sois! ¡Putos desgraciados! –grito mientras les agredo, entre lágrimas de ira e impotencia.

–¡EH! ¡Las manos quietas, taponcete! –me grita uno de ellos. Acto seguido, me suelta una fuerte bofetada en la mejilla seguida de un violento empujón y vuelvo a caer al suelo, tumbada y de espaldas.

Una vez al suelo, el otro me ata de nuevo las manos, pero esta vez más fuerte y a las patas de la mesa del escritorio de Elda.

–Los putos fascistas como tu amada Zorrelda y los ayudantes de fascistas como tú, además de acabar pudriéndoos en cunetas, en vida os merecéis esto y más... ¡MUCHO MÁS! –me grita al oído agachándose para llegar a él estando yo tumbada de espaldas y apretando los dientes coléricamente mientras me ata las muñecas.

Mientras tanto, el otro desgraciado, vuelve más mi cuerpo hacia la mesa y me ata fuertemente de los tobillos a la otra pata. Estoy gritando, llorando y al borde de un ataque de ansiedad. Siento como me sube violentamente el vestido, dejándome en ropa interior. Estoy aterrada.

–Uy... ¿Qué tenemos aquí?! ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Todo esto se lo come Elda! ¡Vaya suerte tiene la hija de puta!

–¡Ja, ja, ja, ja, ja! Por mucho que intentes atacarnos, ¡qué débil y manejable eres!

Siento sus asquerosas manos y la asquerosa lengua de uno de ellos tocando mi cuerpo y medio quitándome la ropa interior, entre risas crueles y lascivas.

Entonces, escucho como los dos se ponen de pie y acto seguido el violento sonido de las hebillas de sus cinturones y puedo entrever como se bajan los pantalones, entre risas crueles y unas asquerosas respiraciones que, pese a mi falta de experiencia, puedo reconocer muy bien. En cuestión de segundos, puedo escuchar un asqueroso sonido seguido de esta respiración. Estoy aterrada. No puedo mirar. Cierro los ojos. Quisiera taparme los oídos, pero es imposible atada como estoy. No sé cómo, logro desasirme por segunda vez del pañuelo mordaza y grito más fuerte y con más intensidad.

–¡AAAAAAAAAHHHHHH! ¡Que alguien me ayude, por favor!

De repente, uno de los dos se tira encima de mí con el fin de inmovilizarme y también tapándome la boca con sus asquerosas manos. Siento algo rígido, húmedo y asqueroso en mi espalda, mejor no dar detalles. Además de querer inmovilizarme, siento como intenta algo más conmigo. Ahora sí que estoy acabada. Sigo intentando gritar y oponer resistencia.

En cuestión de unos segundos, escucho como violentamente los rápidos y sonoros taconeos de Elda se acercan al despacho. Por fin llega. En cuanto ve el panorama, deja ir un fuerte grito y se abalanza sin pensarlo ni un instante contra los maquis que me están agrediendo.

–¿QUÉ OS PENSÁIS QUE HACÉIS, HIJOS DE LA GRANDÍSIMA PUTA??!!! –grita, roja de la ira y entre lágrimas de impotencia, mientras levanta al que me estaba tapando la boca y acto seguido les agarra fuertemente de la ropa a ambos– ¡OS VOY A REVENTAR Y A MATAR COMO ACABO DE HACER CON VUESTROS TRES AMIGOS...! ¡TENGO TOTAL IMPUNIDAD PARA HACERLO CON ESCORIA DE VUESTRA PUTA RALEA, Y TODAVÍA MÁS EN DEFENSA PROPIA! ¡VOSOTROS SÍ QUE VAIS A ACABAR COMO VUESTROS PUTOS AMIGOS...! ¡COBARDES Y POCO HOMBRES ES LO QUE SOIS...! ¡SOY MUJER Y TENGO MÁS COJONES QUE TODOS VOSOTROS! –grita furiosa y llorando de ira e impotencia, mientras les pega una fuerte paliza a ambos al mismo tiempo y a base de jarabe de fuertes patadas, puñetazos y golpes de porra– ¡COMO TODOS LOS DE VUESTRA RALEA, NO TENÉIS NINGÚN HONOR NI HOMBRÍA NI VERGÜENZA NI TENÉIS NADA...! ¡NI LOS HABÉIS CONOCIDO EN VUESTRAS PUTAS VIDAS...! ¡NO SOIS HOMBRES, SOIS UNOS PERROS, UNAS RATAS DE CLOACA, UNOS PERTURBADOS Y UNOS DEPRAVADOS...! –grita, apretando los dientes coléricamente.
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De repente, les pega una fuerte patada a los dos en la entrepierna, provocando que peguen un fuerte grito y que caigan al suelo. Y además directamente, ya que tenían los pantalones y demás bajados, lo que debe de doler el doble o el triple. Durante la fuerte reacción de Elda, no han articulado palabra. Las fuertes y rápidas golpizas de Elda nunca dejan margen de reacción. Sin pensarlo un segundo más, Elda se dirige a mí, se agacha y tan solo con la descomunal fuerza de sus manazas, sin necesidad de ningún utensilio, me desprende las muñecas y los tobillos al instante. Me abraza con fuerza sin pensarlo ni un segundo.

–Ya estoy aquí, Cándida, cariño mío, ya estoy aquí. Aquí me tienes –me dice, llorando de impotencia y con el desgarrador dolor de a quien le han dañado y ultrajado a lo que más ama. Las dos lloramos abrazadas muy fuertemente. Me besa la frente y las mejillas. Siento su corazón a mil por hora.

Transcurridos unos lentos segundos, se dirige de nuevo a los maquis, que continúan en el suelo retorciéndose del dolor.

–Y vosotros... ¡PREPARÁOS! –les grita furiosa, apretando los dientes de rabia.

Acto seguido, puedo ver asombrada como con su descomunal fuerza les agarra a los dos de la entrepierna y empieza a caminar rápidamente.

Sale del despacho arrastrándoles. Me levanto del suelo con dificultad, me pongo el vestido lentamente y la sigo sin pensarlo ni un segundo. Puedo ver como les pasea por el pasillo y como baja las escaleras agarrándoles de la entrepierna todavía con más fuerza, estando ella de espaldas a ellos, llevándoles a rastras como si de sacos llenos de basura se trataran, sin miramiento alguno. El coro de los gritos de dolor de ambos se escucha por todo el castillo. También bajo yo detrás y puedo ver como los pasea por el pasillo del piso de abajo y por el claustro ante la atónita mirada de las alumnas. Después veo como abre violentamente la puerta y sale del castillo. Salgo yo también detrás de ella y la sigo sin pensarlo pero discretamente. Puedo ver como camina unos metros sin dejar de agarrarles de la entrepierna, hasta llegar al borde de un precipicio cercano al castillo.

Desde delante del castillo puedo ver como les pega patadas y como seguidamente se saca la pistola del cinturonazo que ciñe su falda negra y como les dispara a cada uno a bocajarro. Una vez muertos, les pega una última fuerte patada a cada uno como a los balones en sus sesiones de Educación Física y les tira por el precipicio. Puedo escuchar desde lejos como grita «¡DOS PUTOS DESGRACIADOS MENOS!». Seguidamente, se gira y se dirige de nuevo al castillo, victoriosa.

Entro corriendo al castillo sin pensarlo ni un segundo. Vuelvo al despacho, me siento en el suelo y empiezo a llorar dolorosa y desconsoladamente. Tengo un disgusto enorme. Me siento sucia, ultrajada, vulnerable, culpable.

En cuestión de minutos, escucho de nuevo los fuertes y rápidos taconeos de Elda. Entra de nuevo en el despacho y sin pensarlo ni un segundo, se tira al suelo hacia mí y me abraza de nuevo. Nos abrazamos con gran fuerza, llorando las dos.

–Ya está, Candela, amor, ya está... ¡Joder...! ¡Perdóname...! ¡No debería dejarte sola con el peligro que hay...! –me dice entre lágrimas, mientras me acaricia el cabello y me besa la frente y la cabeza. Es la primera vez que me llama «amor».

–No es tu culpa, Elda, de verdad. No te disculpes. Haces todo lo que puedes y más. Me siento yo culpable por ser tan débil y no saber cómo defenderme –digo yo también entre lágrimas.

–¡No tienes la culpa absolutamente DE NADA, mi cielo...! –me responde.

Mientras me abraza, me acaricia el cabello, los brazos y la espalda. Continuamos las dos abrazadas llorando durante unos largos minutos. Hasta que poco a poco nuestros llantos se amainan.

Continuará.
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PresoneraDelCel97
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Re: Elda, la instructora de la Sección Femenina (historia y política españolas, drama, romance y erotismo lésbicos)

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Episodio IV


Elda y yo permanecemos abrazadas unos cinco largos minutos. Nuestros llantos se amainan, aunque continuo llorando y temblando. Me siento sucia, humillada y usada como carnaza. Estoy mareada y no me encuentro bien. Ella aparta la cabeza de mi abrazo. Me mira dolorida a los ojos. Se fija en las muñecas, las rodillas y los tobillos, que los tengo heridos y sangrando.

–Dios mío... Pobrecilla... –dice, dejando escapar un amargo suspiro– Ven.

Se levanta rápidamente del suelo. Seguidamente, me ayuda a levantarme tomándome la mano, se la doy y me levanto lentamente yo también.

Estamos las dos de pie, una frente a la otra. Ella continúa mirándome apenada y con los ojos rojos de haber llorado mientras me acaricia las mejillas.

–Me siento mal... Elda... Muy mal... Me siento sucia, usada como un objeto... De verdad... No... No... No han llegado a... A... Pero... A punto... Han estado... A punto... –le digo, temblando cada vez más fuerte, con la respiración agitada y hablando con dificultad, casi ahogándome– Si no hubiera sido por ti... Elda... ¡Muchas gracias...! ¡Por todo...! ¡Y por tanto...! Y... Pido disculpas... Por ser tan débil...

Me abraza sin pensarlo y continuo llorando entre sus brazos, tiritando como una hoja impulsada por la fuerza del viento. Ella tan grande, corpulenta y espartana, yo tan pequeña, delicada y de porcelana a su lado. Mientras acomodo mi cabeza a la altura de su estómago y cerca de sus grandes pechos debido a nuestra diferencia de altura (y todavía más con sus botas de plataforma y tacón), mi llanto empapa su camisa azul, que desprende una remezcla de olor a tabaco y de las tantas bebidas alcohólicas que utiliza como subterfugio al dolor que alberga su alma detrás de esta voz de sargento y de esta mirada y de este corazón tan de hierro.
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–Son unos hijos de puta... –baja un poco la voz– ¡Los he matado, amor...! ¡Los he matado! No te harán más daño... No me harán más daño... No nos harán más daño.

–¿No te va a pasar nada, no? ¿No tendrá consecuencias, verdad?

–Ninguna, Cándida. Si se trata de rojos y, sobre todo en defensa propia, ninguna. De verdad te lo digo. No tendrá consecuencias porque tenemos un Jefe de Estado como Dios Manda. E igualmente si las tuviera... ¡Me importa un bledo! Estoy más que curtida ya, Cándida. Yo, por España y, sobre todo, por los que más quiero... ¡ES QUE MATO! ¿Sabes!? ¡A HIERRO MATO Y A HIERRO MUERO SI HACE FALTA! –deja escapar un amargo suspiro y sus ojos se empañan de nuevo– ¡Y si te ofenden a ti, me ofenden a mí! –me dice entre lágrimas, alzando su voz de sargento e imponiendo sus manazas acariciando mis mejillas y mi cuello– ¡PORQUE YO TE QUIERO, CÁNDIDA, JODER!

Me da besos en la frente y en las mejillas sellando bien sus carnosos labios y me abraza de nuevo. Muy fuerte, muy fuerte. Es increíble tanta sensibilidad saliendo de una mujer de corazón tan duro como Elda. –Yo también te quiero, Elda. Mucho, muchísimo.

Nos abrazamos más y más. Me besa la cabeza y me hace muchos mimos. Con el paso de los días he ido percatándome de que Elda es una mujer que tiene muchos sentimientos guardados en lo más profundo de su alma.

Después del sucio y traumático episodio siento la necesidad de lavar mi cuerpo entero de arriba a abajo. Me siento impura sin haberlo buscado ni deseado.

–Elda... Me siento... Bfff... Necesito... ¿Podría ducharme? ¿Por favor?

–Claro que sí que puedes ducharte, cielo. Yo también pensaba en ducharme ahora... Podemos ducharnos juntas aquí mismo. Si no te importa, claro.

Me ruborizo. Estoy que no quepo en mis ganas. Llevo fantaseando y soñando con ello desde el día que hablamos por primera vez.

–S...Sí. Ni... Ningún problema.

–¿Estás segura?

–Sí, sí. De veras.

–Vale. Te pregunto más que nada porque una chica tan decente y tan discreta como tú entiendo que necesita mucho de su intimidad, algo que nadie debe de profanar de ninguna de las maneras, como te han hecho ese par de cerdos e hijos de la grandísima puta.

–Tranquila, de verdad. Somos mujeres al fin y al cabo.

–Como tú quieras, Cándida. Vamos a recoger nuestras cosas.

Me alarga el brazo, con el que me toma de la espalda y de mi esbelta cintura, como de costumbre cuando caminamos juntas. No es que quiera hacerme ilusiones, pero, ¿por qué ha pasado a ser así conmigo? Tan atenta, cariñosa, sensible, protectora. Tan diferente.

Salimos del despacho y nos dirigimos a nuestras respectivas habitaciones para buscar los champús, geles, acondicionadores, toallas y ropa limpia que nos pondremos después. Yo, un discreto vestido largo granate y plateado de manga corta bien ceñido a mi esbelta figura y con falda de vuelo. Ella, como de costumbre, otra camisa azul de manga corta con el yugo y las flechas bordados en rojo y llena de condecoraciones, otra falda negra y también unas de sus chanclas negras de cuero y plataforma alta. Nos dirigimos las dos al cuarto de baño, donde se encuentran las duchas y las lavadoras y secadoras.

Una vez allí, me desvisto. Me desprendo rápidamente el vestido rojo de flores que llevo y lo pongo en la lavadora, lanzándolo con desdén. Me siento sucia, necesito lavarme de arriba a abajo. Me quedo en ropa interior: un sujetador y unas braguitas de color rosa pastel, que no me los quito porque espero a que Elda se desvista y entre ella también en la ducha y soy demasiado discreta como para desnudarme rápidamente. Siento un poco de frío y se me eriza la piel, sobre todo las areolas y los pezones por debajo de mi sujetador. En ese preciso instante, nuestras miradas se cruzan. Puedo ver la mirada fija de Elda recorriendo mi cuerpo, además de sus mejillas coloradas. Puedo ver sus pupilas ligeramente dilatadas en sus pequeños ojos cafés.

–Tienes un cuerpo precioso, Cándida –me dice, muy ruborizada y con la respiración entrecortada, a pesar de su tono de voz, siempre tan de sargento.

–Muchas gracias –le respondo, con una tímida vocecilla. También se me ruborizan mucho las mejillas.

Sé que no me lo dice en el sentido de admiración y «envidia» femenina de «ay, quisiera tener tu cuerpo». No. En absoluto. Siento el deseo. En su mirada, en su voz, en su respiración, en el rubor que desprende la blanca piel de sus mejillas, en su rostro.

Acto seguido, se quita ella la ropa. Se desabrocha la hebilla del cinturonazo y la falda negra baja hasta sus pies con las botas altas de plataforma y tacón. Sus largas, gorditas y bien proporcionadas piernas, sus colosales caderas y nalgas con algo de celulitis, su blanquísima piel sin ningún rastro de vello, en contraste con el negro del cuero de sus botas y de sus braguitas de licra en forma de culotte.

Acto seguido, se sienta en el banco. Me fijo en la tirantez de la blanca piel de sus voluptuosas nalgas, caderas y muslos aplastando sin piedad la madera del banco. Acto seguido, sube la pierna derecha, se quita una bota y una media y se pone una de sus chanclas negras de cuero y plataforma. Después hace lo mismo con la izquierda. No sé por qué, pero es algo que me produce mucha excitación, en demasía. Elda tiene unos pies bien grandes y bonitos, igual que verla con las botas, también me excita muchísimo verla con estas chanclas. Sobre todo sus pies húmedos y sudorosos después de haber llevado las botas todo el día. Y más un día tan duro como hoy, de tanto movimiento arriba y abajo y de mucha guerra sufrida y al mismo tiempo vencida heroicamente contra adultas con mentalidad de niñatas y maquis repugnantes y depravados. Esto hace que mi cuerpo reaccione más intensamente, hasta el punto de sentir un temblor en mis extremidades.

Se levanta del banco y se desabrocha botón a botón la camisa azul con el yugo y las flechas y demás condecoraciones. Por primera vez desde que nos conocemos, puedo entrever sus colosales ubres por debajo de su fino sujetador negro de licra en forma de top, seguido de sus estremecidas areolas y de sus grandes y entumecidos pezones. También su gordita barriga, muy bien proporcionada con el colosal tamaño de sus pechos. Acto seguido, se suelta el cabello, dejando ver más allá de su largo flequillo peinado de lado. Una larga, bravía y ondulada cabellera de color castaño claro, adornando bien sus pechos. Mmmmmm...

Me pongo colorada y siento como paulatinamente mi pulso se acelera, como se contrae mi estómago, como mis pechos y mis pezones se erizan con más intensidad por debajo de mi sujetador y como mi rosa del amor se empieza a humedecer e inflamar. Poco a poco la sensación de frío se va amortiguando a causa del dulce calor que emana de mi intimidad. Mi excitación es tal que siento temblor en mis extremidades, hasta el punto de tener que sentarme en el banco porque las mariposas en el estómago y la excitación que siento son tales que se me hace difícil mantenerme en pie y si continuo esforzándome en ello puede ser que me baje la tensión. Además de sentimientos, son sensaciones demasiado intensas lo que provoca Elda en mí.

–Tú también tienes un cuerpo muy bonito, Elda, de verdad –le digo, con las mejillas coloradas y con timidez, tratando de disimular mi entrecortada respiración de deseo.

–Gracias, cariño –me responde, también con las mejillas rojas como tomates.

Acto seguido, Elda abre con llave la puerta de su ducha.

–Al igual que tengo mi propio lavabo como ya bien sabes, también tengo mi propia ducha. Como directora, tengo y merezco mis privilegios. Porque he luchado y me lo he currado mucho para estar donde estoy, ¿sabes?

La ducha se encuentra cubierta por una blanca cortina, que ella misma decanta. Se trata de una ducha grande y en la que caben más de una y más de dos personas, que consta de una amplia plataforma y de un gran cabezal fijo. Enciende el grifo y comprueba que el agua salga caliente, hasta que desprende un ligero vapor.

–Bueno... Ya podremos entrar, Cándida.

–Vale –respondo mientras me levanto del banco.

Antes de entrar en la ducha, ambas nos dirigimos hacia delante de la lavadora. Nos quitamos ambas la ropa interior. Yo, que me encuentro algo delante, primero. Me desprendo rápidamente del sujetador y las braguitas y también lanzo ambas prendas en la lavadora. Intuyo la mirada de Elda, fija en mi cuerpo, y sus mejillas más coloradas que nunca. Acto seguido, ella misma se desnuda y veo como se baja sus braguitas negras hasta sus pies con las chanclas de plataforma, como todas las veces que la acompaño al cuarto de baño, algo que me excita inexplicablemente. Acto seguido, se quita las gafas, se sube el top, se lo quita y después los tira en la lavadora. Ver como agacha su espalda mientras levanta una pierna y después la otra para quitarse las braguitas y la tirantez de sus grandes y preciosas tetas saliendo lentamente del top sujetador... Mmmmmm...También se me hace demasiado excitante. Por fin puedo ver por primera vez esos grandes pechos. Preciosos, colosales, blanquísimos, de areolas y pezones bien carnosos y rosados... Los ondulados mechones castaños claros de su larga melena, como bellas cascadas, adornando sus pechos... Además, sus carnosos labios, tan rosados como la tierna piel de sus bellas areolas y sus pezones... Mmmmm... Siento el rubor de mis mejillas, mis latidos, las mariposas en mi estómago y el calor y la humedad en mi rosa del amor con más intensidad.

Nos quedamos completamente desnudas. Elda tiene un cuerpo increíblemente precioso, con sus voluptuosas curvas muy bien proporcionadas, su gordita barriga y voluptuosa y abundante cintura con sus grandes pechos, caderas, nalgas y muslos, sobre todo teniendo en cuenta su alta estatura. Su blanca piel, sin tan siquiera ningún rastro de vello en ninguna parte del cuerpo. Ser gordita no es sinónimo de no tener un precioso cuerpo. En absoluto, para nada.

–Ven, Cándida. Vamos a estar muy a gusto con el agua bien calentita y una vez duchada te vas a sentir mejor.

Me guiña el ojo mientras me sonríe y acto seguido me besa la frente. No puedo tener las mejillas más coloradas. Tiene la sonrisa más preciosa que he visto en mi vida. Una sonrisa peculiar, siempre con esos aires pícaros de canalla que, como también su voz de sargento, es tan inherente en su persona y que al mismo tiempo puede ser una sonrisa pura y tierna hacia quien se lo merece. Y yo no me puedo sentir más merecedora de ello. Cada día que pasa estoy más y más enamorada de ella.

Acto seguido, nos metemos en la ducha, bajo el abundante chorro de agua caliente y vaporosa. Nos enjabonamos el cuerpo y el cabello al mismo tiempo y nos lavamos bien. Instintivamente, rocío la esponja con bastante gel y me raspo la piel con fuerza a causa de lo sucia que me siento. Mi piel se pone cada vez más roja y rozo tanto las heridas que me han dejado en las muñecas y en los tobillos que empiezo a sangrar. Elda se percata de ello.

–¡Cándida, ya está! ¡Que te vas arrancar la piel, joder! –me dice, atónita y preocupada– ¡Ten cuidado! –me quita de la mano la esponja, llena de gel todavía.

Entonces, un gran sentimiento de culpa y de pena se apodera de mí y estallo en un descontrolado llanto. Elda me abraza sin pensarlo. Me llena la cabeza y la cara de tiernos besos.
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Ambas somos una en un abrazo debajo del gran chorro de agua, como debajo de una lluvia, mientras nuestros desnudos cuerpos se desprenden del jabón. Es inenarrable lo que siento mientras nuestros desnudos cuerpos se abrazan. Se me contrae el estómago y se me eriza la piel como nunca, a pesar del calor del agua. Poco a poco, Elda amaina mi llanto.

Transcurridos unos minutos y habiendonos aclarado bien con el agua, Elda apaga el grifo.

–Venga, ya está... Cariño... –me dice entre tiernos besos.

En ese instante dado, me suena el estómago. Es ya casi la hora de comer y tengo hambre. Acto seguido, separamos un poco nuestras cabezas del abrazo.

–Mira, ahora nos secaremos, nos vestiremos e iremos a comer y a descansar después un rato– me dice animada, entre tiernas caricias– ¿Sí, cariño?

–Sí –le respondo, mientras mi llanto se termina de calmar. Me ruge de nuevo el estómago.

–¡Uy, si que tienes hambre! ¡Ja, ja, ja, ja! –me dice, sonriente.

–Sí, bastante... –le respondo, también sonriente después de tanto llanto.

Salimos entonces de la ducha, tomamos nuestras toallas y nos secamos. En un momento dado, Elda me cubre a mí también con su inmensa toalla, me abraza y me besa la frente y la mejilla.

Una vez secas, Elda pone la lavadora y ambas nos vestimos. Del mismo modo que me excita verla desvestirse, también me excita verla vestirse. En sobremanera. Sus preciosos pies dentro de las chanclas negras de cuero y plataforma alta, la sensual ropa interior negra que siempre lleva, la falda negra, la camisa azul que le da este aire paramilitar que tanto me atrae. Las gafas y su bella melena recogida con su flequillo largo peinado de lado, lo que acentúa todavía más sus aires de sargento y de severidad. Es como que conforme se va vistiendo, prenda a prenda, se torna más y más poderosa.

Al mismo tiempo, yo me pongo mi ropa interior y mi vestido negro y granate. Tengo dificultades para abrochármelo, ya que tiene los botones en la espalda.

–Yo te ayudo, cariño –me dice.

Me abrocha el vestido botón a botón con suma delicadeza, recorriendo de abajo a arriba mi espalda. Ella sentada en el banco, yo derecha ante ella. Mientras va subiendo por mi espalda, se levanta del banco.

–Ya está... –me dice, ya abrochado el vestido– A ver, voltéate –me ordena.

Me volteo hacia ella.

–Eres preciosa, Cándida, de verdad. Muy preciosa. No me creo que nunca hayas tenido novio, de verdad –me dice.

–Muchas gracias... Tú también lo eres. Mucho, mucho –le respondo, muy ruborizada y con la mirada fija a sus pequeños ojos cafés.

–Gracias, cariño... –me responde y me besa la mejilla.

Nos miramos fijamente a los ojos, frente a frente. Ella increíblemente alta y todavía más con las chanclas de plataforma, yo tan menuda a su lado. Me toma de las manos. Como adoro sentir el contacto entre sus manazas y mis delicadas manos...

–Cándida, yo... Yo... –me dice con nerviosismo mirándome fijamente a los ojos, con gran amor. Seguimos las dos con las mejillas bien rojas.
Acto seguido, me suelta las manos y me abraza de la cintura y la espalda. Yo hago lo mismo. Las dos frente a frente, abrazadas por la cintura, cada vez más cerca. Es más que obvio que siente cosas por mí. Seguidamente impone sus manazas en mis mejillas de porcelana, acariciándolas.

–Yo... Yo... Te amo, Cándida.

Agacha rápidamente su cabeza acercándola a la mía. Me besa los labios. Las dos nos besamos. Nuestros carnosos labios, bien juntos. Es indescriptible lo que siento. Me encuentro flotando en el séptimo cielo. Mis pechos y pezones, como diamantes, bien pegados a ella.

Las dos continuamos abrazadas, pegando nuestros cuerpos con más y más fuerza y fundiéndonos en un beso cada vez más intenso. Sintiendo el ímpetu de nuestros latidos.

¡Cuánto llevaba deseando y soñando con esto! Y por fin lo estoy viviendo. La realidad supera con creces la imaginación y lo onírico.

Nos besamos, mientras me acaricia las mejillas, el cabello, el cuello, la cintura, la espalda, las caderas y las nalgas con gran frenesí. Mis manos también recorren tímidamente su abundantes cintura y sus caderas y poco a poco y a medida que nuestro beso se torna más intenso, con más soltura hasta recorrer sus grandes nalgas. Nuestros cuerpos se pegan más y más. Un beso demasiado dulce, demasiado intenso para ser nuestro primer beso. Pero sobre todo para ser mi primer beso en toda mi vida.

¿Quién iba a decir que mi primer beso sería a mis 27 primaveras y con una mujer? ¿Quién iba a decir que me sentiría tan atraída hacia una una mujer? ¿Quién iba a decir que me enamoraría de una mujer? ¿Y todavía más de una fascista de tomo y lomo como Elda? Y lo más sorprendente de todo, ¿quién iba a decir que ella también se enamoraría de mí?
Mientras nos besamos, escuchamos unos extraños ruidos procedentes de fuera, pero no les damos importancia. Solo somos ella, yo y nuestros sentimientos. Nadie más.

Habiéndonos besado, nos miramos a los ojos. Le brillan los ojos y tiene las pupilas dilatadas como nunca antes.

–Yo te amo, Cándida... Siento demasiadas cosas por ti... Desde el primer día que hablamos me fijé más en ti... Y empecé a sentir cosas –me dice, ruborizada y con la respiración entrecortada.

–Yo también por ti, Elda... Yo también te amo... Jamás pensé que llegaría a sentir esto... Y todavía menos por una mujer. Eres hermosa, Elda. Eres lo más bello que he visto en toda mi vida.

–Siempre lo supe, Cándida, amor. Siempre lo supe... –me dice mientras me abraza– ¿De dónde has salido tú, Cándida? Eres un ángel de la guarda, como bien dice tu nombre. ¿Qué haría yo sin ti, mi Cándida? Tú me haces feliz, me haces mejor persona. Porque yo he tenido una vida muy dura y me han hecho mucho daño, ¿sabes? Y he tenido que hacerme de hierro. Pero contigo es todo tan diferente... A tu lado siento mucha paz, me siento distinta, más humana. Y eso... Eso no tiene ningún precio, Cándida –me dice, emocionada– Te amo, te amo demasiado.

Transcurridos unos minutos, me toma de la cintura y salimos del cuarto de baño para dirigirnos de nuevo al despacho.

Pasamos por nuestras habitaciones para dejar nuestras cosas y regresamos al despacho. Nos abrazamos y nos besamos de nuevo. Acto seguido, se dirige a la ventana con los cristales rotos por los asquerosos maquis.

–Voy a reparar esta ventana pero ya... –dice, en tono decidido.

Es una ventana grande, que comunica a un pequeño balcón, desde el cual se puede contemplar el sórdido y macabro escenario de una fosa común bastante profunda a pocos metros, llena de cuerpos en fase de descomposición.

–¡Mira, ahí descansan en los infiernos los hijos de su puta madre! ¡Ahí es donde merecen estar, como todos los de su ralea!

Toma un pequeño martillo, se pone unos guantes protectores y empieza a romper y a quitar lo que ha quedado del cristal. Yo también tomo otro, me pongo otros de los tantos pares de guantes de trabajo y entre las dos golpeamos con los pequeños martillos. Yo en un lado y ella en el otro. Para llegar arriba del todo, me valgo de una silla, algo que ella en cambio no necesita en absoluto, tan alta como es.

–Voy a por otro cristal. Ahora vengo, amor. Muchas gracias –me dice, una vez terminamos de quitarlo todo. Me besa la sien.

Me vuelvo a quedar sola en su despacho. De repente escucho de nuevo un ruido muy extraño y me sobresalto. Escucho risitas crueles.

–¿Hola? ¿Quién anda ahí? –pregunto, con temblorosa voz.

De repente, las vuelvo a ver. Las tres arpías que me han atacado y que han enviado a los maquis a terminar con todas las que estamos aquí, empezando por mí y por Elda. Esta vez vestidas con ropa militar de camuflaje. ¡Malas perras!

–¡Hombre! ¡Qué tenemos aquí! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Lo hemos visto y escuchado TO-DO! ¡TODITO TODO!

–Hemos conseguido trepar y os hemos estado espiando desde la pequeña ventana del cuarto de baño de Zorrelda y nos hemos colado por esta ventana! ¡Nos lo habéis puesto a huevo! ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Menuda fiesta tenéis montada! ¡Ni en la peor peli porno! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Eso es lo que tiene ser una rarita mojigata que nunca ha probado ni piensa probar un buen rabo!

–Sí, y la película se titularía «Las aventuras de las tortilleras Zorrelda y Candidiasis» ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡Haremos correr la voz por todo el pueblo para que se sepa de lo vuestro!

–¡Por favor, BASTA YA! ¡NO OS HABEMOS HECHO NADA! ¡DEJADNOS EN PAZ DE UNA VEZ! –les grito entre lágrimas de impotencia y abalanzándome encima de ellas para pegarles, presa de una rabia ya incontrolable a pesar de ser una chica muy tranquila y débil de carácter.

–¡EH¡ ¡QUITA! ¿QUÉ TE CREES QUE HACES, NIÑATA?! ¿Que no ves que ni puedes contra nosotras? –me grita una de ellas y me empuja fuertemente al suelo.

Me reincorporo y me abalanzo de nuevo sobre ellas, golpeándolas, tirándoles del cabello y pateándolas a las tres sin ningún control, presa de la ira.

–¡SOIS UNAS COBARDES! ¡CONMIGO OS ATREVÉIS, PERO CON ELDA NO TENÉIS TANTOS COJONES PORQUE SABÉIS LO QUE OS VA A PASAR! ¡DESGRACIADAS Y MALAS PERSONAS QUE SOIS! –les digo, gritando coléricamente y entre lágrimas– ¡CASI ME VIOLAN ESOS HIJOS DE PUTA A LOS QUE HABÉIS GUIADO! ¡CASI NOS MATAN A ELDA Y A MÍ!
Acto seguido, las escupo.

–¡PUES AJO Y AGUA! ¡A NOSOTRAS NOS HA LLENADO EL CUERPO DE MORETONES, NOS HA DESNUDADO Y NOS HA DICHO QUE SE LA SUDA QUE NOS VIOLEN! –me grita una de ellas y me suelta una fuerte bofetada en la mejilla y caigo al suelo. Lloro más fuerte.

–¡Se te han subido mucho los humitos a ti, eh, putita de Zorrelda! No eres NADIE para decirnos lo que tenemos que hacer o dejar de hacer! ¡Zorrelda es una mala perra!

–¡Vamos a hacer lo nos dé la real gana! Vamos a destrozarle todo el despacho y todas sus pertenencias a tu amada Zorrelda y a destrozaros A ELLA, A TI Y EL PUTERÍO QUE LLEVÁIS! ¡VAMOS A VENGARNOS COMO LA PUTA CERDA QUE ES!

–¡NO TENÉIS COJONES, HIJAS DE PUTA! ¡DESGRACIADAS! ¡OS MERECÉIS LA PALIZA QUE OS HA PEGADO Y MUCHO MÁS! ¡ELDA OS VA A REVENTAR Y VAIS A ACABAR COMO VUESTROS PUTOS AMIGOS MAQUIS!

–¡Pero si no eres NADA! Solo eres una mocosa que solo sabe dar golpecitos y pataditas y que se cree superior solo por ser putita de una dictadora como Zorrelda! ¡Si tienes menos fuerza que un pedito vaginal, Candidiasis...! –de repente, cae un objeto contundente en su espalda– ¡AAAAAAAHHHHHH! –pega un fuerte grito de dolor y cae al suelo.

El objeto contundente en cuestión es una de las chanclas negras de Elda. Una vez cae la muy mala perra, veo a una enfurecida Elda desabrochándose y quitándose el cinturonazo y dirigiéndose rápidamente a ellas. Se pone de nuevo la chancla y empieza a azotarlas sin piedad con el cinturón.

–¡HIJAS DE LA GRANDÍSIMA PUTA, OS VOY A MATAR! –grita– ¡YA TENÍA EN MENTE LOCALIZAROS, PERO ME LO HABÉIS PUESTO A HUEVO! ¡AQUÍ LA POLICÍA NO ES TONTA!

–¡AAAAAAHHH! –gritan las otras dos, a coro.

–No, Elda, por favor, te lo suplicamos, perdón!

–¡NI PERDÓN NI HOSTIAS! ¡NI PERDÓN NI HOSTIAS! ¡NO HABÉIS TENIDO BASTANTE, EH! ¡SOIS MALAS, SOIS MÁS MALAS QUE EL DIABLO! –grita Elda, entre azotes y lágrimas de ira.

–Hablemos, Elda, por favor, Elda...

–¡NO HABLAMOS NADA! ¡NO HABLAMOS NADA! ¡YA HE HABLADO POR TELÉFONO CON EL ALCALDE Y YA HE REDACTADO Y ENVIADO VUESTROS EXPEDIENTES DE TODO LO QUE HABÉIS HECHO! ¡AHORA SÍ QUE TENGO TOTAL IMPUNIDAD PARA HACER LO QUE ME DÉ LA GANA CON VOSOTRAS!
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Elda les da su merecido azotándolas fuertemente y sin piedad con su cinturonazo negro en la espalda y en el culo, al compás del violento sonido de su hebilla. Puedo ver sus caras retorciéndose y llenas de lágrimas de dolor y ríos de sangre traspasando debajo de sus uniformes de camuflaje. A los azotes les siguen jarabes de puñetazos y patadas y ellas gritando y llorando a coro, retorciéndose en el suelo y entre gritos de dolor, dejándolas casi inconscientes, sin ningún margen de reacción.

–¡Muy bien! ¡Ahora A LA PUTA FOSA de allí abajo os vais!

–¡NO, NO, NO, NO, NO, NO, POR FAVOR, POR FAVOR...! –gritan las tres, con egoísta desesperación.

De repente, Elda las agarra de los pelos a las tres como si fueran perros y apretando bien los dientes, con la respiración agitada y colérica y con su descomunal fuerza las pasea por su despacho hasta llegar a la ventana sin el cristal, la misma por la que han entrado.

Ya delante de la ventana, se saca la pistola con gran desfachatez y las dispara a las tres en la cabeza, a bocajarro. De repente, los tres disparos silencian para siempre su coro de agozantes súplicas y lamentos a voz en grito. Entonces, los pequeños ríos de sangre manchando su ropa pasan a ser regueros, descendiendo de sus cabezas como cataratas.

–¡AHORA QUE YA ESTÁIS MUERTAS VAIS A SALIR POR DONDE HABÉIS ENTRADO, PUTAS DESGRACIADAS E HIJAS DE PUTA!

Toma una pequeña llave con la que abre una trampilla que hay en el centro del enrejado del balcón. Acto seguido, las patea una a una como balones hasta que también caen en la cuneta, tal y como ha hecho desde el borde del precipicio con los maquis. Cierra la trampilla. Es asombrosa la fuerza y la puntería que llega a tener Elda. Es toda una amazona, toda una mujer espartana.

–¡ALA! ¡TRES PUTAS RATAS MENOS! ¡YA PODEMOS CANTAR VICTORIA! –grita Elda.

Escucho su agitadísima respiración y cae agachada al suelo, exhausta. De repente, rompe a llorar. Voy hacia ella y la abrazo sin pensarlo. Se derrumba ante mis brazos. Es la primera vez que veo a Elda mostrarse emocionalmente tan vulnerable.

–¡Joder...! ¡Perdóname, Cándida, por favor, amor...! ¡Realmente me sabe tan y tan mal que veas tanta agresividad saliendo de mí...! ¡La vida y la dureza de las circunstancias me han hecho así, Cándida...! ¡No puedo tolerar que nos hagan daño...! ¡Y todavía menos que te hagan daño A TI...! ¡Joder...! ¡Les tengo que dar su merecido...! ¡Estoy aquí para protegerte, Cándida, amor mío...! –se lamenta, entre lágrimas y sollozos de pena y cansancio.

–No, sufras, Elda, amor, de veras, por favor. Lo entiendo de sobras y es así como debes actuar ante toda esta escoria. Y te doy las gracias por todo y por tanto que haces por mí –le digo, mientras le acaricio el cabello.

Acto seguido, apartamos las cabezas del abrazo y nos miramos fijamente a los ojos. Estos pequeños y brillantes ojos cafés. La mirada más preciosa que nunca he visto.

–Te amo, Cándida.

–Yo también te amo, Elda. Yo también.

Nos besamos de nuevo.


Continuará.
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