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y que no decaiga el empeño, Hermann. Si no, yo no me levanto de la camaHERMANN escribió: la búsqueda de una felicidad que siempre nos esquiva.
Entradas de un diario inexistente
20.- En la Calobra. Sierra de Tramontana. Hace un día espléndido y llegamos a media mañana en un barco de turistas. Luego, caminando, llegamos a la pequeña cala a través de una hendidura hecha en la roca. Allí el guijarro sustituye a la arena.
Dejo a la familia en la orilla y me dirijo hacia el interior del cañón. Las paredes son cada vez más verticales y estrechas. Ahora recuerdo haber visto este paisaje grandioso en las pinturas de Joaquín Mir. Me introduzco en una pequeña cueva para orinar. Compruebo que no he sido el primero en entrar y no sólo para orinar. Zumban las moscas. Me apetecería seguir caminando pero la calidad de las piedras no disminuye y voy en chanclas.
Al volver a la orilla diviso cómo un padre con sus dos hijos adolescentes trepan por un acantilado. Me dirijo a las escaleras de la roca para encontrarme con ellos arriba. Han trepado para lanzarse desde una altura más que respetable. Les pregunto si hay profundidad suficiente y me contestan que sería imposible tocar el fondo aunque se quisiera.
Los veo lanzarse y me produce un profundo vértigo, pero también un gran regocijo. Levanto la vista y veo a varios bañistas cómo desde la playa me observan arriba en la roca, dubitativo, inseguro. Desde siempre he sentido una tentación irresistible a lanzarme desde las rocas.
A por todas: decido lanzarme de cabeza. El vuelo hace que se corte la respiración. Entro bien en el mar picado pero una pierna se queda algo separada y recibo un golpe como si fuera el de un tablón. Cuando emerjo, pongo cara de que no ha pasado nada pero presumo que llevo el muslo morado.
Cuando salimos del pequeño puerto siento que ese paisaje quedará grabado en la memoria como algo extraordinario: una imagen de cuadro impresionista.
Dejo a la familia en la orilla y me dirijo hacia el interior del cañón. Las paredes son cada vez más verticales y estrechas. Ahora recuerdo haber visto este paisaje grandioso en las pinturas de Joaquín Mir. Me introduzco en una pequeña cueva para orinar. Compruebo que no he sido el primero en entrar y no sólo para orinar. Zumban las moscas. Me apetecería seguir caminando pero la calidad de las piedras no disminuye y voy en chanclas.
Al volver a la orilla diviso cómo un padre con sus dos hijos adolescentes trepan por un acantilado. Me dirijo a las escaleras de la roca para encontrarme con ellos arriba. Han trepado para lanzarse desde una altura más que respetable. Les pregunto si hay profundidad suficiente y me contestan que sería imposible tocar el fondo aunque se quisiera.
Los veo lanzarse y me produce un profundo vértigo, pero también un gran regocijo. Levanto la vista y veo a varios bañistas cómo desde la playa me observan arriba en la roca, dubitativo, inseguro. Desde siempre he sentido una tentación irresistible a lanzarme desde las rocas.
A por todas: decido lanzarme de cabeza. El vuelo hace que se corte la respiración. Entro bien en el mar picado pero una pierna se queda algo separada y recibo un golpe como si fuera el de un tablón. Cuando emerjo, pongo cara de que no ha pasado nada pero presumo que llevo el muslo morado.
Cuando salimos del pequeño puerto siento que ese paisaje quedará grabado en la memoria como algo extraordinario: una imagen de cuadro impresionista.
Y ¡qué empeño tienen algunos en hacer cosas raras con el cuerpo...! Véase contorsionismo, puenting, gimnasia artística... Nos hacemos unas lesiones tremendas, a veces, en nombre del deporte. 
¡Si no estamos diseñados para eso...! 
[/img]21.- En Barcelona. Cogemos un taxi en la Plaza de España. Huele a tabaco rancio, a viejo, a sudor, a culo mal limpiado. Abro la ventanilla. A la Plaza Sant Jaume, por favor. “Será a la Plaza de San Jaime”. Eso es, contesto sorprendido.
Es tal como me habían prevenido pero al revés. Comento lo bonita que está la ciudad. “Sí pero ese Gaudí era un hijoputa. Antes me gustaba pero desde que me enteré que no quería hablar en español...”.
Después de pasar 48 horas en la ciudad condal viendo sitios, comiendo en restaurantes, etc, sospecho que la “catalinidad” está refugiada en sus domicilios o en las noticias.
En un día no da tiempo a ver todo pero la ciudad es tan acogedora como el pueblo donde uno se cría. Creo que siento lo que puede sentir todo viajero que llega a Nueva York: enseguida reconoce la estampa. Cómo olvidar la perspectiva que contemplamos de Barcelona cuando los saltadores de trampolín hacían cabriolas en el aire. Cómo olvidar la magia del parque Well. El gigantesco castillo de arena de la Sagrada Familia... Recuerdo una frase de los diarios de Jünger en su viaje por Japón: “Los templos están rodeados de aparcamientos; tal cosa produce un desgaste en el ritmo de sucesión de las festividades durante el año. El óbolo que se entrega no es tanto una ofrenda cuanto un precio de entrada”.
Para ver el templo en su interior debemos pagar una entrada. El consorcio “?” que es quien gestiona la construcción –no la iglesia- cobra la mitad de lo que vale un menú –que ya está bien- por ver apenas andamios, eso sí, celestiales. Otra atracción que se aprovecha de la avalancha turística.
pdta. Siempre hay que hacer cosas con el cuerpo, aunque sean raras, Nosin. jeje. Un saludo.
Es tal como me habían prevenido pero al revés. Comento lo bonita que está la ciudad. “Sí pero ese Gaudí era un hijoputa. Antes me gustaba pero desde que me enteré que no quería hablar en español...”.
Después de pasar 48 horas en la ciudad condal viendo sitios, comiendo en restaurantes, etc, sospecho que la “catalinidad” está refugiada en sus domicilios o en las noticias.
En un día no da tiempo a ver todo pero la ciudad es tan acogedora como el pueblo donde uno se cría. Creo que siento lo que puede sentir todo viajero que llega a Nueva York: enseguida reconoce la estampa. Cómo olvidar la perspectiva que contemplamos de Barcelona cuando los saltadores de trampolín hacían cabriolas en el aire. Cómo olvidar la magia del parque Well. El gigantesco castillo de arena de la Sagrada Familia... Recuerdo una frase de los diarios de Jünger en su viaje por Japón: “Los templos están rodeados de aparcamientos; tal cosa produce un desgaste en el ritmo de sucesión de las festividades durante el año. El óbolo que se entrega no es tanto una ofrenda cuanto un precio de entrada”.
Para ver el templo en su interior debemos pagar una entrada. El consorcio “?” que es quien gestiona la construcción –no la iglesia- cobra la mitad de lo que vale un menú –que ya está bien- por ver apenas andamios, eso sí, celestiales. Otra atracción que se aprovecha de la avalancha turística.
pdta. Siempre hay que hacer cosas con el cuerpo, aunque sean raras, Nosin. jeje. Un saludo.
22.- a.-Conduciendo por la M-40, a la altura de Vallecas. Siempre que paso por esta zona recuerdo aquella excursión que hice con mi primo Mario cuando apenas éramos unos niños. Sería de las primeras veces que nos alejábamos del barrio. Todo era campo hasta el horizonte. Llevábamos unas escopetillas de balines, unas cantimploras, unos bocadillos. Nos sentíamos los amos del mundo. Recuerdo que descubrimos un contenedor grande de cemento, abandonado, y nos subimos allí para convertirlo en nuestro castillo inexpugnable. De vez en cuando veíamos ratas que corrían atravesando el camino. Disparábamos algunas veces pero lo más que conseguíamos era que alguna se fuera dando saltos y chillidos.
Cuando se fue haciendo de noche regresamos. Nos prometimos repetir la jornada de caza. Nos prometimos que también de adultos mantendríamos esa ilusión.
No sabíamos que de adultos, a lo más, te colocan una corbata, un trabajo, un coche, una obligación, una resignación.
b.- 25 de septiembre. Conferencia de Vargas Llosa. A este escritor no se le puede aplicar la frase de Nabokov, aquella que decía que hablaba como un niño. Éste es un hablador brillante. Subraya las frases que considera. Marca las comas, los puntos y los aparte. Dramatiza el relato haciendo que el auditorio quede con la respiración en suspenso. No se oye nada más que su voz. Clara, alta, pausada. Ni una tos, ni una pipa, ni un murmullo.
Ha hablado sobre cómo nacen y de dónde sus novelas. Habla de sus modelos: Flaubert, Sthendal, Faulkner... De sus viajes. De su experiencia en el colegio militar. De su llegada a París y a Barcelona.
Hay un momento álgido para mí y es cuando relata cómo quedó subyugado por la lectura de Los Sertones, de Euclides Da Cunha. En ese libro se relata la guerra de los Canudos que se produjo en Brasil a finales del XIX. Entre agricultores pobres, mestizos y tropas del ejército. Necesitaron cuatro expediciones para acabar con ellos. Cuando el autor indagó en las causas comprobó sorprendido y horrorizado que todo había sido más o menos un malentendido: Murieron 40.000 personas: El gobierno, republicano, creía que aquellos eran una conspiración para instaurar la monarquía; los pobres (conducidos por el Consejero, un mesías medio loco) creían que los republicanos eran los enemigos de Dios y por eso luchaban pronunciando su nombre.
De esa lectura surgió La Guerra del Fin del Mundo.
Gran aplauso. El corazón inflamado por haber escuchado a alguien prodigioso. Inflamación compartida.
Para las próximas semanas relectura de ese libro y búsqueda del de Da Cunha.
Cuando se fue haciendo de noche regresamos. Nos prometimos repetir la jornada de caza. Nos prometimos que también de adultos mantendríamos esa ilusión.
No sabíamos que de adultos, a lo más, te colocan una corbata, un trabajo, un coche, una obligación, una resignación.
b.- 25 de septiembre. Conferencia de Vargas Llosa. A este escritor no se le puede aplicar la frase de Nabokov, aquella que decía que hablaba como un niño. Éste es un hablador brillante. Subraya las frases que considera. Marca las comas, los puntos y los aparte. Dramatiza el relato haciendo que el auditorio quede con la respiración en suspenso. No se oye nada más que su voz. Clara, alta, pausada. Ni una tos, ni una pipa, ni un murmullo.
Ha hablado sobre cómo nacen y de dónde sus novelas. Habla de sus modelos: Flaubert, Sthendal, Faulkner... De sus viajes. De su experiencia en el colegio militar. De su llegada a París y a Barcelona.
Hay un momento álgido para mí y es cuando relata cómo quedó subyugado por la lectura de Los Sertones, de Euclides Da Cunha. En ese libro se relata la guerra de los Canudos que se produjo en Brasil a finales del XIX. Entre agricultores pobres, mestizos y tropas del ejército. Necesitaron cuatro expediciones para acabar con ellos. Cuando el autor indagó en las causas comprobó sorprendido y horrorizado que todo había sido más o menos un malentendido: Murieron 40.000 personas: El gobierno, republicano, creía que aquellos eran una conspiración para instaurar la monarquía; los pobres (conducidos por el Consejero, un mesías medio loco) creían que los republicanos eran los enemigos de Dios y por eso luchaban pronunciando su nombre.
De esa lectura surgió La Guerra del Fin del Mundo.
Gran aplauso. El corazón inflamado por haber escuchado a alguien prodigioso. Inflamación compartida.
Para las próximas semanas relectura de ese libro y búsqueda del de Da Cunha.
Qué envidia me das con lo de la conferencia de Vargas Llosa.
Nuestra editorial: www.osapolar.es
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Y ademas, te persiguen con una escopeta mientras tu intentas escapar corriendo. Como si fueras una rata.HERMANN escribió: No sabíamos que de adultos, a lo más, te colocan una corbata, un trabajo, un coche, una obligación, una resignación.
Muy ligero y facil de leer el diario.
Última edición por icrave el 11 Dic 2011 14:17, editado 1 vez en total.
1
26 a.- Escepticismo. Conversación sobre la llegada del hombre a la luna.
-El hombre no ha llegado jamás a la luna. Fue una promesa incumplida de JFK, vendida como verdad.
-Pero entonces, ¿se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo?
-¿A todo el mundo? A mí no me han engañado, porque... –hace un repaso por las señales “falsas” de la tv; esas que todo el mundo ha cuestionado alguna vez-.
Queda la duda. Uno se va haciendo escéptico según va cumpliendo años.
He ahí el triunfo de la propaganda: la ficción más inverosímil es pensar que el hombre no ha llegado jamás a pisar la luna.
¿En qué se puede creer? Ya, en nada.
No me creo:
El argumento para ir a cualquier guerra. El avión que se estrelló en el Pentágono. El dogma de la Virgen. Los beneficios del vino en invierno. El infierno. La resurrección de Jesús. El más allá. Los beneficios de la cerveza en verano. La salvación de los hombres. Las excusas de los expertos en macroeconomía. La Iglesia. El cielo. Cualquier dogma de fe.
Conseguido por fin el libro de Euclides Da Cunha, Los Sertones. Comienzo de la relectura de La Guerra del Fin del Mundo. Un trasunto de todas las guerras.
b.- Conferencia de Miguel Martínez-Lage, el traductor de la monumental Vida de Samuel Johnson. Dos mil y pico de páginas. 59 euros.
Aunque se trae los deberes hechos y trata de impresionar, divertir y agradar al público, no termina de conseguirlo. Aun así he logrado retener un par de anécdotas, de biografía: “Si tres ingleses llegaran a una isla desierta, dos formarían un club para dejar fuera al tercero”. Todo eso a pesar de que estoy algo distraído por la mujer que tengo a mi lado: el reposa-brazos es compartido así que poso mi brazo y ella el suyo. A pesar de que nos tocamos, ninguno cede. Aun cambiando de postura. Nos miramos de reojo. “No me da la gana quitarlo” pienso. Imagino que ella hará lo propio. Tanto hemos ocupado de terreno que casi se han superpuesto por la parte de los codos.
Fue Jonson un niño enfermizo con problemas de temperamento. Su padre era librero y pudo leer a los clásicos. Es el autor inglés más citado después de Shekaspeare –sic-. Considerado el más potente crítico literario. Ejemplo: “Su libro es bueno y original, pero la parte que es buena no es original y la parte que es original no es buena”.
Tengo preparada un pregunta para cuando termine su discurso: “¿Pensaron los editores en asegurar a sus futuros lectores? Lo digo por si alguna vez pudiera caérseles el libro a los pies de tan tocho como es”.
No da oportunidad a hacer ninguna pregunta.
A la salida, a la mujer que tenía al lado se le cae el abrigo. Me agacho y se lo entrego. Creo que la lucha quedó en tablas porque me sonríe.
Marcho feliz a casa.
-El hombre no ha llegado jamás a la luna. Fue una promesa incumplida de JFK, vendida como verdad.
-Pero entonces, ¿se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo?
-¿A todo el mundo? A mí no me han engañado, porque... –hace un repaso por las señales “falsas” de la tv; esas que todo el mundo ha cuestionado alguna vez-.
Queda la duda. Uno se va haciendo escéptico según va cumpliendo años.
He ahí el triunfo de la propaganda: la ficción más inverosímil es pensar que el hombre no ha llegado jamás a pisar la luna.
¿En qué se puede creer? Ya, en nada.
No me creo:
El argumento para ir a cualquier guerra. El avión que se estrelló en el Pentágono. El dogma de la Virgen. Los beneficios del vino en invierno. El infierno. La resurrección de Jesús. El más allá. Los beneficios de la cerveza en verano. La salvación de los hombres. Las excusas de los expertos en macroeconomía. La Iglesia. El cielo. Cualquier dogma de fe.
Conseguido por fin el libro de Euclides Da Cunha, Los Sertones. Comienzo de la relectura de La Guerra del Fin del Mundo. Un trasunto de todas las guerras.
b.- Conferencia de Miguel Martínez-Lage, el traductor de la monumental Vida de Samuel Johnson. Dos mil y pico de páginas. 59 euros.
Aunque se trae los deberes hechos y trata de impresionar, divertir y agradar al público, no termina de conseguirlo. Aun así he logrado retener un par de anécdotas, de biografía: “Si tres ingleses llegaran a una isla desierta, dos formarían un club para dejar fuera al tercero”. Todo eso a pesar de que estoy algo distraído por la mujer que tengo a mi lado: el reposa-brazos es compartido así que poso mi brazo y ella el suyo. A pesar de que nos tocamos, ninguno cede. Aun cambiando de postura. Nos miramos de reojo. “No me da la gana quitarlo” pienso. Imagino que ella hará lo propio. Tanto hemos ocupado de terreno que casi se han superpuesto por la parte de los codos.
Fue Jonson un niño enfermizo con problemas de temperamento. Su padre era librero y pudo leer a los clásicos. Es el autor inglés más citado después de Shekaspeare –sic-. Considerado el más potente crítico literario. Ejemplo: “Su libro es bueno y original, pero la parte que es buena no es original y la parte que es original no es buena”.
Tengo preparada un pregunta para cuando termine su discurso: “¿Pensaron los editores en asegurar a sus futuros lectores? Lo digo por si alguna vez pudiera caérseles el libro a los pies de tan tocho como es”.
No da oportunidad a hacer ninguna pregunta.
A la salida, a la mujer que tenía al lado se le cae el abrigo. Me agacho y se lo entrego. Creo que la lucha quedó en tablas porque me sonríe.
Marcho feliz a casa.
27.- El sexo y la muerte.
Es algo punzante y doloroso el mordisco del deseo sexual. Los seres humanos no podemos pasar sin respirar, comer o dormir pero podemos pasar sin fornicar. Sin embargo el mundo se mueve por esa energía oculta y poderosa. Cuando no se puede satisfacer ese deseo, se sufre de manera cruel y se ven personas vagando por ahí, buscando encuentros como vampiros desesperados buscando sangre. Millones de personas moviéndose como hormigas. Buscando sin descanso.
Camus, en su novela El Extranjero, hace decir a su personaje que en la cárcel, más cruel que la privación de la higiene, el tabaco o la libertad, es la privación del contacto con una mujer.
Los años; los muchos años ayudan a calmar todo eso, pero ¿Eso es bueno? ¿es deseable que se calme el deseo imperioso? ¿es verdad que ocurre eso?
Decía el personaje Balthazar en el Justine de Lawrence Durrel:
“Los espíritus desmembrados por el sexo no alcanzan la paz hasta que la vejez y la impotencia los persuaden de que el silencio y la tranquilidad no tienen nada de hostiles”.
Hace poco veía un programa de tv y le preguntaban a un joven estudiante que iba por la calle cómo veía él el asunto de la educación sexual en los colegios. Respondía con verdadera sencillez y lógica lo siguiente: “Me parece bien a medias. Nos explican todas las funciones y mecanismos. Los órganos, la anatomía, el método y los efectos pero no nos explican cómo gestionar las ganas que tenemos de follar; qué hacer con el deseo”.
Hemos recubierto todo este circo de la biología con mitos, cuentos, novelas y películas de amor. Decimos “el amor es lo más importante de la vida”. Pero ¿no es acaso un truco oscuro de la naturaleza para que consiga perpetuarse la especie?
En “Los Miserables” de Víctor Hugo se dice una frase que siempre recuerdo: “En el amor los humanos ponen la tontería; Dios, el talento”
O Schopenhauer: “El amor, por etéreas e ideales que sean sus apariencias, tiene su raíz en el instinto sexual”
Todo esto lo decía con mucha gracia el ampurdanés Josep Plá, en su fabuloso Cuaderno Gris:
“Lo que entristece a la juventud es la sensualidad. Esto es un asunto terrible.
A veces pienso en la cantidad impresionante de horas perdidas, en estos últimos años, pensando en la fornicación con señoritas vagas, generalmente inconcretas. Pero acaso, sobre este punto, hay una reflexión que hacer: quizás aún hubieran estado más perdidas si las hubiera pasado fornicando con señoritas concretas y tangibles.
La sensualidad, en la juventud, es un asunto inhumano, insoluble, de un aspecto indescriptiblemente grotesco”.
Yo no diría tanto y estaría más bien de acuerdo con Remy de Gourmont quien decía que de todas las aberraciones sexuales, la más singular sea la castidad.
Todos estaremos de acuerdo en que el sexo con amor es una delicia; la más dulce de las delicias pero que también en determinadas fases de la vida puede llegar a ser un tormento.
A veces me gustaría renegar de esta condición sexuada que se nos impone a los humanos por el hecho de serlo, y que es alto el precio que hemos de pagar por ello.
El sexo es el tributo que hemos de pagar para alcanzar la inmortalidad, se nos dice desde el lado científico, pero qué pobre nos parece.
Yo, como decía Woddy Allen, preferiría alcanzar la inmortalidad de una sola forma: no muriendo.
Pdta: gracias Jangel pero no creas que mi vida es nada excitante o interesante, si acaso sea verdad que me hago más pajas mentales (y de las otras).
Es algo punzante y doloroso el mordisco del deseo sexual. Los seres humanos no podemos pasar sin respirar, comer o dormir pero podemos pasar sin fornicar. Sin embargo el mundo se mueve por esa energía oculta y poderosa. Cuando no se puede satisfacer ese deseo, se sufre de manera cruel y se ven personas vagando por ahí, buscando encuentros como vampiros desesperados buscando sangre. Millones de personas moviéndose como hormigas. Buscando sin descanso.
Camus, en su novela El Extranjero, hace decir a su personaje que en la cárcel, más cruel que la privación de la higiene, el tabaco o la libertad, es la privación del contacto con una mujer.
Los años; los muchos años ayudan a calmar todo eso, pero ¿Eso es bueno? ¿es deseable que se calme el deseo imperioso? ¿es verdad que ocurre eso?
Decía el personaje Balthazar en el Justine de Lawrence Durrel:
“Los espíritus desmembrados por el sexo no alcanzan la paz hasta que la vejez y la impotencia los persuaden de que el silencio y la tranquilidad no tienen nada de hostiles”.
Hace poco veía un programa de tv y le preguntaban a un joven estudiante que iba por la calle cómo veía él el asunto de la educación sexual en los colegios. Respondía con verdadera sencillez y lógica lo siguiente: “Me parece bien a medias. Nos explican todas las funciones y mecanismos. Los órganos, la anatomía, el método y los efectos pero no nos explican cómo gestionar las ganas que tenemos de follar; qué hacer con el deseo”.
Hemos recubierto todo este circo de la biología con mitos, cuentos, novelas y películas de amor. Decimos “el amor es lo más importante de la vida”. Pero ¿no es acaso un truco oscuro de la naturaleza para que consiga perpetuarse la especie?
En “Los Miserables” de Víctor Hugo se dice una frase que siempre recuerdo: “En el amor los humanos ponen la tontería; Dios, el talento”
O Schopenhauer: “El amor, por etéreas e ideales que sean sus apariencias, tiene su raíz en el instinto sexual”
Todo esto lo decía con mucha gracia el ampurdanés Josep Plá, en su fabuloso Cuaderno Gris:
“Lo que entristece a la juventud es la sensualidad. Esto es un asunto terrible.
A veces pienso en la cantidad impresionante de horas perdidas, en estos últimos años, pensando en la fornicación con señoritas vagas, generalmente inconcretas. Pero acaso, sobre este punto, hay una reflexión que hacer: quizás aún hubieran estado más perdidas si las hubiera pasado fornicando con señoritas concretas y tangibles.
La sensualidad, en la juventud, es un asunto inhumano, insoluble, de un aspecto indescriptiblemente grotesco”.
Yo no diría tanto y estaría más bien de acuerdo con Remy de Gourmont quien decía que de todas las aberraciones sexuales, la más singular sea la castidad.
Todos estaremos de acuerdo en que el sexo con amor es una delicia; la más dulce de las delicias pero que también en determinadas fases de la vida puede llegar a ser un tormento.
A veces me gustaría renegar de esta condición sexuada que se nos impone a los humanos por el hecho de serlo, y que es alto el precio que hemos de pagar por ello.
El sexo es el tributo que hemos de pagar para alcanzar la inmortalidad, se nos dice desde el lado científico, pero qué pobre nos parece.
Yo, como decía Woddy Allen, preferiría alcanzar la inmortalidad de una sola forma: no muriendo.
Pdta: gracias Jangel pero no creas que mi vida es nada excitante o interesante, si acaso sea verdad que me hago más pajas mentales (y de las otras).
Sigue, sigue, y deja por aquí una de vez en cuando.
y después, tampoco es para tanto