La carcel de mi deseo (Mi relato para el Concurso)
Publicado: 06 Abr 2006 11:47
Aqui va el mio.
Un saludo
La cárcel de mi pasión
El taxista se entretiene buscando el cambio entre decenas de pringosas monedas. A través del espejo, siento su mirada inquisitiva. Pienso que conoce mis intenciones y mis secretos. Las dudas me asaltan. No debería haber venido. La última vez le advertí que sería la última, pero también lo dije la anterior, y la otra… Una vez más no he podido resistirme a su voz: “Te espero mi amor…”
Disimulo calle arriba esperando que dos viejas terminen su cháchara. Los clientes del bar de enfrente me observan. También cuchichean mientras me miran burlonamente. Son alucinaciones, me digo intentando tranquilizarme. Estoy nervioso, cada día más, unos nervios que me agarrotan el estómago y se alojan traviesos en mi pecho produciéndome una sensación agridulce. Definitivamente, esta vez será la última. Lo juro. Subiré y se lo diré. Esta vez seré más fuerte que su sonrisa, más fuerte que su ronca voz, más fuerte que mi propio deseo. “Te espero mi amor…”
Las viejas desaparecen cada una por su lado. El portal está abierto. No quiero que me vean dentro. ¿Qué posibilidades hay de que absolutamente siempre que tienes prisa, el ascensor esté en el último piso? Y cómo tarda. Los cables rechinan, creo que llegaré antes por la escalera. Conteniendo el corazón en el pecho, la imagino mientras subo dando zancadas. Puedo verla nítidamente mientras se recrea cepillándose el pelo frente al espejo. Soberbiamente bella, inmensamente intensa. Las puntas de su negro cabello descansando sobre sus pechos pequeños, sobre esos garbancitos oscuros que se insinúan detrás de su encaje, negro también, que parece formar parte de su piel. Le hago ver que no me gusta su déshabillé, pero me enloquece. Si ella supiera... En el bolsillo, mis dedos aprietan sudorosos la llave. Cerca de la mano siento el calor del pene. Me gusta sentirlo entre mis dedos, suave y fibroso. Estoy muy excitado. Otra vez el potro desbocado de mi deseo. Tus labios, tus pechos, tus dedos finos, el espejo, nuestro secreto. ”Te espero mi amor...”
Entro despacio. No quiero hacer ruido, pero me atropello y algo cae. Sé que me ha oído, pero no se mueve. Desde el quicio de la puerta la veo a través del espejo, mi pene reacciona con fuerza, mi excitación crece, todas las malditas hormonas están concentradas ahí. Se gira en su taburete. Sus labios rojos, sus pezones altos y duros, su olor…cierro los ojos y aspiro. Cuando los abro está frente a mí. Continúa sentada, las piernas abiertas, sus dedos acariciando sus pechos, su sonrisa invitándome a acompañarla. Apoyo las manos sobre el respaldo de una silla para contemplarla. Está divina. Todavía dentro del pantalón, mis manos se deslizan sobre la piel de mi miembro. Está duro como una piedra. Deseo penetrarla con fuerza, pero otra fuerza superior me mantiene pegado a la silla incapaz de avanzar o de renunciar. “Estoy aquí mi amor…”
Amores prohibidos. Ninguno de los dos es libre. No debería quererla, pero no encuentro antídoto contra el poderoso veneno de su pasión. La quiero. La quiero y la desprecio. Su yugo es muy fuerte. Me puede, me destruye. Amores oscuros, como su encaje cayendo despacio acariciando cada curva de su cuerpo como si no quisiera dejar de contenerla. Su espalda brilla perlada de sudor, lo veo en el espejo. Pequeñas gotitas de rocío se forman en el vello ensortijado de su sexo. Es la humedad de su deseo que desata terriblemente el mío. La quiero ahora, pero no puedo moverme. Su mano asciende por entre sus muslos hasta alcanzar su sexo con provocadora lentitud. Comienzo también a acariciarme siguiendo el ritmo cadencioso de sus largos y finos dedos. “Estoy aquí mi amor”
Sólo medias y zapatos altos. Qué bien me conoces amor. No quiero que acabe nunca. Algún día lo sabrán y todo se acabará. El final del éxtasis, la última gota de amor. El final también del sufrimiento, el ineludible sabor de la amargura. No puedo quererte de otra forma. El nuestro no es un amor de satén, es oscuro como tus altos tacones, como tus medias, como tu sexo chorreando. El mío está ya afuera, enhiesto, orgulloso, soberbio. Lo acaricio con fuerza mientras mis pies se arrastran hacia ti. Quiero ofrecértelo, sentirlo en tus labios rojos y sentir también en mi cara los efluvios de tu excitación. Nuestras miradas se encuentran, se seducen, se guían hasta el contacto de nuestras lenguas. Mis manos llegan justo a tiempo de sentir el estremecimiento de tus caderas. Terremoto de amor. A través de tus dedos, tu espasmo se convierte en el mío. Tu orgasmo me arrastra y sorprende al mío rindiéndolo a las puertas de tu amor. Me pego a ti. Me aprietas, me sacudes, me agotas. Me haces desgraciado haciéndome tan feliz. “No puedo quedarme amor…”
Tumbada en el suelo pareces dormida. Rescoldos de amor, tu olor en las ventanas de mi olfato, tu miel en mis labios, mi amor desparramado por tu cuerpo inerte. La música. No la había escuchado hasta ahora. Esa canción que ya es nuestra me invita a abrazarte. Deseo que apoyes tu cabeza en mi pecho, compartir tu sueño, guardar tus secretos, vigilar tus miedos. Siento el impulso de rendirme. Pero no. No puedo quererte y te odio por ello. No puedo, no debo seguir aquí, cada campanada del maldito reloj me aleja de ti. Esta vez será la última, lo juro mientras bajo a trompicones las escaleras. Entonces desando el camino y asciendo de nuevo, sólo para susurrar a la puerta cerrada que te amo, que te odio, que me quites la vida, que quiero arrancarte de mí. “Adiós amor….”
Los hombres del bar sonríen arrojando a la mesa unos dados mugrientos. Mi suerte está echada. Asciendo por la calle buscando un poco de aire. Todos me miran, todos me condenan, todos te ven en mi corazón. Me detengo. Tu rostro aparece en el aparato de televisión del escaparate. Susurras palabras ininteligibles mientras cepillas tus negros cabellos. No puedo escucharte amor. Pego mi oído al vidrio pero no te escucho. Si fuera posible, si llegaran a mi oído esas palabras...Son solo tres, atrévete, yo me encargo del resto. Regreso. Alguien alcanza el portal antes que yo. No espera al ascensor, sube los escalones de dos en dos, le sigo nervioso. ¿Qué haces amor?
Se detiene en tu puerta, busca nervioso en su bolsillo. Le miro pero no repara en mi presencia. Antes de introducir la llave en la cerradura se abre la puerta. Un individuo abandona la casa, su rostro está desencajado. El interior de la casa despide un intenso olor a sexo. La ira me golpea alojando una furia incontenible en algún lugar de mi pecho. El individuo que sale sí me ve. Me ve y me mira sorprendido. Mientras el individuo que llega se apoya en el quicio de la puerta me veo en el reflejo del espejo mirando al que sale. Un estremecimiento recorre mi espina dorsal. Dios mío, soy yo mismo. ¿Dónde estás amor?
El individuo que llega la mira tembloroso mientras ella gira su taburete clavando en los ojos de aquel infeliz una mirada tan cargada de sugestión que casi le hace caer. Se apoya en el respaldo de una silla mientras ella avanza hacia él acariciando con las yemas de sus dedos infinitos los negros lunares de sus pezones. La música se esparce suave desde alguna esquina remota y próxima. Es nuestra música. Intento gritar pero ninguno de ellos me escucha. Me siento impotente. Un dolor lacerante me atraviesa cuando se abrazan. Soy yo. Siento su orgasmo en mi cuerpo mientras ella me abraza temblorosa. El potro negro y salvaje de la pasión se aleja acomodándose al galope de mis sentidos. La estrecho entre mis brazos, beso su frente perlada otra vez de sudor, el olor de sus rizados cabellos despierta viejos recuerdos en algún punto oscuro de mi cerebro. La miro. No la reconozco. Su rostro se ha transfigurado. Es el monstruo de los ojos verdes que me arrebata el corazón mientras abro la puerta y vuelvo a encontrarme al otro lado tratando de introducir la llave en la cerradura. Soy yo de nuevo. Siempre y nunca yo. ¿Por qué me condenas a no dejar de quererte amor?
Comentarios?
Un saludo
La cárcel de mi pasión
El taxista se entretiene buscando el cambio entre decenas de pringosas monedas. A través del espejo, siento su mirada inquisitiva. Pienso que conoce mis intenciones y mis secretos. Las dudas me asaltan. No debería haber venido. La última vez le advertí que sería la última, pero también lo dije la anterior, y la otra… Una vez más no he podido resistirme a su voz: “Te espero mi amor…”
Disimulo calle arriba esperando que dos viejas terminen su cháchara. Los clientes del bar de enfrente me observan. También cuchichean mientras me miran burlonamente. Son alucinaciones, me digo intentando tranquilizarme. Estoy nervioso, cada día más, unos nervios que me agarrotan el estómago y se alojan traviesos en mi pecho produciéndome una sensación agridulce. Definitivamente, esta vez será la última. Lo juro. Subiré y se lo diré. Esta vez seré más fuerte que su sonrisa, más fuerte que su ronca voz, más fuerte que mi propio deseo. “Te espero mi amor…”
Las viejas desaparecen cada una por su lado. El portal está abierto. No quiero que me vean dentro. ¿Qué posibilidades hay de que absolutamente siempre que tienes prisa, el ascensor esté en el último piso? Y cómo tarda. Los cables rechinan, creo que llegaré antes por la escalera. Conteniendo el corazón en el pecho, la imagino mientras subo dando zancadas. Puedo verla nítidamente mientras se recrea cepillándose el pelo frente al espejo. Soberbiamente bella, inmensamente intensa. Las puntas de su negro cabello descansando sobre sus pechos pequeños, sobre esos garbancitos oscuros que se insinúan detrás de su encaje, negro también, que parece formar parte de su piel. Le hago ver que no me gusta su déshabillé, pero me enloquece. Si ella supiera... En el bolsillo, mis dedos aprietan sudorosos la llave. Cerca de la mano siento el calor del pene. Me gusta sentirlo entre mis dedos, suave y fibroso. Estoy muy excitado. Otra vez el potro desbocado de mi deseo. Tus labios, tus pechos, tus dedos finos, el espejo, nuestro secreto. ”Te espero mi amor...”
Entro despacio. No quiero hacer ruido, pero me atropello y algo cae. Sé que me ha oído, pero no se mueve. Desde el quicio de la puerta la veo a través del espejo, mi pene reacciona con fuerza, mi excitación crece, todas las malditas hormonas están concentradas ahí. Se gira en su taburete. Sus labios rojos, sus pezones altos y duros, su olor…cierro los ojos y aspiro. Cuando los abro está frente a mí. Continúa sentada, las piernas abiertas, sus dedos acariciando sus pechos, su sonrisa invitándome a acompañarla. Apoyo las manos sobre el respaldo de una silla para contemplarla. Está divina. Todavía dentro del pantalón, mis manos se deslizan sobre la piel de mi miembro. Está duro como una piedra. Deseo penetrarla con fuerza, pero otra fuerza superior me mantiene pegado a la silla incapaz de avanzar o de renunciar. “Estoy aquí mi amor…”
Amores prohibidos. Ninguno de los dos es libre. No debería quererla, pero no encuentro antídoto contra el poderoso veneno de su pasión. La quiero. La quiero y la desprecio. Su yugo es muy fuerte. Me puede, me destruye. Amores oscuros, como su encaje cayendo despacio acariciando cada curva de su cuerpo como si no quisiera dejar de contenerla. Su espalda brilla perlada de sudor, lo veo en el espejo. Pequeñas gotitas de rocío se forman en el vello ensortijado de su sexo. Es la humedad de su deseo que desata terriblemente el mío. La quiero ahora, pero no puedo moverme. Su mano asciende por entre sus muslos hasta alcanzar su sexo con provocadora lentitud. Comienzo también a acariciarme siguiendo el ritmo cadencioso de sus largos y finos dedos. “Estoy aquí mi amor”
Sólo medias y zapatos altos. Qué bien me conoces amor. No quiero que acabe nunca. Algún día lo sabrán y todo se acabará. El final del éxtasis, la última gota de amor. El final también del sufrimiento, el ineludible sabor de la amargura. No puedo quererte de otra forma. El nuestro no es un amor de satén, es oscuro como tus altos tacones, como tus medias, como tu sexo chorreando. El mío está ya afuera, enhiesto, orgulloso, soberbio. Lo acaricio con fuerza mientras mis pies se arrastran hacia ti. Quiero ofrecértelo, sentirlo en tus labios rojos y sentir también en mi cara los efluvios de tu excitación. Nuestras miradas se encuentran, se seducen, se guían hasta el contacto de nuestras lenguas. Mis manos llegan justo a tiempo de sentir el estremecimiento de tus caderas. Terremoto de amor. A través de tus dedos, tu espasmo se convierte en el mío. Tu orgasmo me arrastra y sorprende al mío rindiéndolo a las puertas de tu amor. Me pego a ti. Me aprietas, me sacudes, me agotas. Me haces desgraciado haciéndome tan feliz. “No puedo quedarme amor…”
Tumbada en el suelo pareces dormida. Rescoldos de amor, tu olor en las ventanas de mi olfato, tu miel en mis labios, mi amor desparramado por tu cuerpo inerte. La música. No la había escuchado hasta ahora. Esa canción que ya es nuestra me invita a abrazarte. Deseo que apoyes tu cabeza en mi pecho, compartir tu sueño, guardar tus secretos, vigilar tus miedos. Siento el impulso de rendirme. Pero no. No puedo quererte y te odio por ello. No puedo, no debo seguir aquí, cada campanada del maldito reloj me aleja de ti. Esta vez será la última, lo juro mientras bajo a trompicones las escaleras. Entonces desando el camino y asciendo de nuevo, sólo para susurrar a la puerta cerrada que te amo, que te odio, que me quites la vida, que quiero arrancarte de mí. “Adiós amor….”
Los hombres del bar sonríen arrojando a la mesa unos dados mugrientos. Mi suerte está echada. Asciendo por la calle buscando un poco de aire. Todos me miran, todos me condenan, todos te ven en mi corazón. Me detengo. Tu rostro aparece en el aparato de televisión del escaparate. Susurras palabras ininteligibles mientras cepillas tus negros cabellos. No puedo escucharte amor. Pego mi oído al vidrio pero no te escucho. Si fuera posible, si llegaran a mi oído esas palabras...Son solo tres, atrévete, yo me encargo del resto. Regreso. Alguien alcanza el portal antes que yo. No espera al ascensor, sube los escalones de dos en dos, le sigo nervioso. ¿Qué haces amor?
Se detiene en tu puerta, busca nervioso en su bolsillo. Le miro pero no repara en mi presencia. Antes de introducir la llave en la cerradura se abre la puerta. Un individuo abandona la casa, su rostro está desencajado. El interior de la casa despide un intenso olor a sexo. La ira me golpea alojando una furia incontenible en algún lugar de mi pecho. El individuo que sale sí me ve. Me ve y me mira sorprendido. Mientras el individuo que llega se apoya en el quicio de la puerta me veo en el reflejo del espejo mirando al que sale. Un estremecimiento recorre mi espina dorsal. Dios mío, soy yo mismo. ¿Dónde estás amor?
El individuo que llega la mira tembloroso mientras ella gira su taburete clavando en los ojos de aquel infeliz una mirada tan cargada de sugestión que casi le hace caer. Se apoya en el respaldo de una silla mientras ella avanza hacia él acariciando con las yemas de sus dedos infinitos los negros lunares de sus pezones. La música se esparce suave desde alguna esquina remota y próxima. Es nuestra música. Intento gritar pero ninguno de ellos me escucha. Me siento impotente. Un dolor lacerante me atraviesa cuando se abrazan. Soy yo. Siento su orgasmo en mi cuerpo mientras ella me abraza temblorosa. El potro negro y salvaje de la pasión se aleja acomodándose al galope de mis sentidos. La estrecho entre mis brazos, beso su frente perlada otra vez de sudor, el olor de sus rizados cabellos despierta viejos recuerdos en algún punto oscuro de mi cerebro. La miro. No la reconozco. Su rostro se ha transfigurado. Es el monstruo de los ojos verdes que me arrebata el corazón mientras abro la puerta y vuelvo a encontrarme al otro lado tratando de introducir la llave en la cerradura. Soy yo de nuevo. Siempre y nunca yo. ¿Por qué me condenas a no dejar de quererte amor?
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