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Noche iluminada (Fantasía/Warhammer Fantasy)

Publicado: 26 Dic 2009 20:24
por Mister_Sogad
NOCHE ILUMINADA

Proteger a aquella mujer no era lo que había esperado. Antes de aceptar el trabajo parecía todo demasiado bueno, pero le habían pasado tantas cosas malas en su vida que quizá Myrmidia había decidido recompensar su sufrimiento. Y al principio todo iba bien, el amo era un tipo de peso en la corte, un mercader metido en política que parecía nadar en monedas de oro. Apenas pudo decir palabra cuando supo la cantidad de monedas que le darían como sueldo, nunca había visto su bolsa tan llena. Con un adelanto de la primera paga se había comprado ropa nueva, limpia, sí, nadie la había usado antes; y se había hecho con un buen acero torrosano, una excelente espada que hacía buena compañía a su daga larga y su pistola de chispa.

Y así llegó el día en que conoció a su protegida, doña Juliana Gadón y Licia. Una muchacha de tez pálida, algo bajita pero muy bella, y de un temperamento terrible. No le dio tiempo ni a presentarse cuando aquella… aquella pequeña bruja comenzó a echar pestes por la boca, parecía un demonio, estaba enfadada por algo, una bagatela, pero parecía que le habían deshonrado en lo más hondo. Golpeó a su dama de compañía hasta tres veces antes de que Felipe intercediera para ayudar a aquella pobre mujer. Gran error por su parte, ya que aquella malcriada empezó a lanzarle puyas como un vulgar estibador. Le costó mucho tranquilizarla, y aún más convencerla de que lo mantuviera en el puesto… aunque ya en aquél momento se odió a sí mismo por ello.

Ahora estaba allí sentado, en el pescante de una carroza bien engalanada, junto al conductor, soportando un aguacero, mientras la señorita Juliana dormía en el interior. Era noche cerrada, debían llegar al amanecer a Zaraguz, donde el amo les esperaba. De vez en cuando echaba una mirada hacia atrás, ojalá pudiera estar ahí dentro, caliente y seco. Pero eso era imposible, a la señorita no le gustaba su compañía.

- Maldito temporal, los caballos llegarán muy cansados con todo este barro. - gritó el mayoral tironeando de las riendas.

- Podrán descansar mejor que yo cuando lleguemos. – respondió Felipe chasqueando la lengua.

El de las riendas soltó una carcajada mientras echaba un rápido vistazo a su espalda comprendiendo. Los faroles situados en las esquinas de la carroza se bamboleaban de un lado a otro, iluminando pobremente el camino. Más adelante uno de los guardias a caballo que daban escolta empezó a hacer señales con los brazos en alto.

- ¿Qué querrá…? – comenzó a decir Felipe.

CRACK!!. La carroza dio un brusco giro a la derecha mientras ambos hombres eran lanzados del pescante hacia delante.

Su caída fue aparatosa, algo le golpeó la cabeza, o quizá era él el que había chocado con alguna cosa, para luego quedar medio enterrado en el barro del camino. No pudo evitar que una buena cantidad de cieno se le metiera en la boca. Trató de levantarse escupiendo pero resbalaba de manera cómica. Unos brazos fuertes le ayudaron finalmente. Era el conductor, cubierto de arriba abajo por la sustancia amarronada.

En cuanto pudo ponerse de pie, frotó con fuerza su cara, quitándose el mejunge de los ojos y los labios. Seguía lloviendo copiosamente y ahora lo agradecía, el agua acabaría limpiando su ropa.

- ¿Por la Luz de Myrmidia? ¿qué ha pasado?.

- Hemos chocado con algo. – dijo el mayoral acercándose a los caballos.

Uno de los animales pataleaba tratando de incorporarse, el otro apenas se movía. Oyó los chapoteos de los guardias a caballo acercándose, y a su derecha los gritos histéricos de doña Juliana. Cerró por un momento los ojos, la noche empeoraba por momentos.

- ¿Estáis bien? – le gritó alguien a su espalda.

Era Martin, un muchacho de la guardia, su caballo le lanzó una lluvia de cieno a Felipe.

- Sí, estoy…estamos bien.

- Traté de avisarles, lo vi a lo lejos – le dijo el chico mientras desmontaba.- vi un bulto raro desde allí delante, seguro que se han chocado con él.

- ¿Un bulto?, yo no ví nada… aunque con esta tormenta…

- Sí, sí, ¿lo ve?, allí.

A unos seis pasos algo oscuro había detenido la rueda trasera de la parte izquierda del carro, a su alrededor podían verse fragmentos de madera de la destrozada rueda delantera. Felipe se tocó la cabeza, le dolía.

- Está sangrando.

- Maldición, ¿por qué no nos ha avisado antes?.

Ambos se acercaron al objeto.

- Eso es lo raro… yo no lo ví al pasar y Esteban tampoco.

Estaban a sólo dos pasos y aquella cosa semienterrada en el camino comenzó a moverse. Ambos hombres se quedaron paralizados. Una forma oscura se irguió lentamente. En el cielo un rayo lo iluminó todo por un instante. Aquello parecía un monstruo, una enorme mole de color azulado, sin embargo su rostro fue lo que le heló la sangre a Felipe. Una mirada asesina escoltaba una nariz achatada, inhumana, en la boca se perfilaba una hilera de dientes aserrados.

La oscuridad volvió a envolver al grupo. Tenía erizado todo el vello del cuerpo y se esforzaba en reaccionar, tratar de sacar la espada al menos. Aquella…cosa, se acercaba lentamente a donde estaba. Un trueno retumbó en lo alto, y estuvo a punto de lanzar un grito. Nunca antes se había encontrado tan paralizado por el miedo, y se había enfrentado con monstruos otras veces, pero ahora había algo distinto, lo notaba. Era irracional, algo que escapaba a su control, y eso lo estaba empezando a enfurecer. Comenzó a desenvainar.

Otro rayo iluminó el camino. Volvió a quedarse sin respiración, los ojos demoníacos de aquella abominación lo miraban fijamente. Tragó saliva, tratando de templar los nervios. La espada casi estaba libre de su funda. A su izquierda comenzó a oir un grito. Volvió la semioscuridad, al instante Martin se lanzó al ataque, sólo veía la silueta, pero no podía ser más que el joven guardia. No sabía si sentirse avergonzado por que aquél petrimetre hubiera reaccionado antes que él o sentir miedo por el pobre desgraciado, dudaba mucho que pudiera hacer frente sólo a…

- De…¡¡demonio!!, ¡¡te mataré!!, te… - aulló el muchacho.

Felipe creía estar viendo una ilusión, el ser se convirtió en un borrón y chocó con el guardia. Se oyeron sonidos de huesos partidos, tela desgarrada y gritos que helaban la sangre. El cielo volvió a iluminarse. La escena que apareció ante sus ojos fue espeluznante. No podía reconocer al pobre Martin, porque aquella maraña de pelo, hueso, vísceras y sangre no podía ser el muchacho, no, por el amor de la Diosa no podía ser aquello. La bestia estaba agazapada sobre los restos, agarrándolos con fuerza y acercándoselos a la boca una y otra vez.

- Que Myrmidia se apiade de nosotros… - susurró cuando volvió la penumbra.

Oía ruidos de succión, y gemidos animales. A su memoria llegó la visión de una jauría de perros salvajes devorando un cerdo, o una cabra o… Los cielos parecieron estallar sacándolo de su estupor. Apretó con fuerza la empuñadura y decidió lo que debía hacer. Si había de morir allí, en aquél momento, que así fuera, pero no sería como un animal indefenso. Se lanzó con toda la velocidad que pudo, esperaba sorprender a su enemigo, pero a medio camino resbaló en el odioso barrizal.

Mientras caía soltó una imprecación, que murió en su labios cuando algo chocó violentamente con su hombro. Voló por los aires aterrado agitando los brazos para tratar de aferrarse a algo. Finalmente un objeto duro y curvo lo frenó. Notó como varias costillas se le partían momentos antes de quedar inmóvil sobre el barro.

Parpadeó frenéticamente. Sólo veía puntitos de luz. Se sentía mareado, un dolor lacerante partía desde su hombro izquierdo y bajaba por el costado. Resistió el impulso de gritar pero no pudo evitar vomitar. A lo lejos, débilmente, escuchó ruido de lucha, posiblemente el resto de guardias trataba de defenderse. Comprobó que no podía mover el brazo izquierdo, y que con cada movimiento el costado quemaba como mil demonios. Aún así se incorporó a medias, usó la manga para limpiarse la boca. El sabor desagradable tenía un matiz herrumbroso, esperaba que aquél golpe no le hubiera causado ninguna herida interna, había visto morir a varios amigos así, sin que tuvieran un solo rasguño en su piel. No quiso palparse la herida del hombro. Con gran esfuerzo dio un paso al frente, pero tuvo que sujetarse al tronco del árbol contra el que se había golpeado. Cuando la bóveda celeste volvió a iluminarse no pudo evitar buscar el carro con la mirada.

La luz sólo duró un suspiro, pero toda la escena apareció ante sus ojos como una de esas obras de teatro que había visto en Magritta, cuando los actores se quedaban quietos, en suspenso, para que los que veían la obra no perdieran detalle del trágico desenlace. El monstruo azulado sostenía sobre su cabeza un cuerpo, clavado en lo que parecían varias espadas curvas. Su fuerza debía ser tremenda porque sólo usaba un brazo, la mano que tenía libre estaba aplastando la cabeza de otro desgraciado. Felipe se dio cuenta de que aquellas “espadas curvadas” no eran tales, sino garras, uñas de enorme longitud. La puerta del carro estaba abierta y doña Juliana estaba asomada mirando fijamente a la bestia, no parecía tener miedo.

Comenzó a caminar tambaleándose, ya no tenía al espada y la verdad era que deseaba alejarse de todo aquello lo antes posible, pero aún no había nacido el que hubiera hecho huir a Felipe Robles, así que forcejeó para sacar la daga. No era fácil, porque se suponía que el arma estaba colocada de manera que pudiera sacarla rápidamente con la zurda, pero su brazo izquierdo no reaccionaba. Si aquél maldito aguacero no hubiera existido entonces sería la pistola la que estaría en su mano. Atacar desde lejos sería lo más sensato, pero…

Comenzó a ver con mayor claridad, pronto amanecería. Estaba empapado y tenía frío, le castañeteaban los dientes, pero dudaba que el sol pudiera evitar eso. Ya estaba cerca pero parecía que todo había quedado en silencio, se quedó quieto esperando el siguiente rayo. Ahora tenía la daga en la diestra.

La escena se iluminó de nuevo, alrededor del monstruo sólo pudo distinguir bultos sanguinolentos. Doña Juliana no se había escondido en el carro, ni siquiera se había quedado quieta, se estaba acercando a aquella cosa y… había algo raro en ella, su rostro estaba distinto. Aparecía deformado, la frente sobresalía y el puente de la nariz estaba recto. Su tez era más pálida que nunca, mientras que sus labios eran de un rojo intenso. Felipe sintió un escalofrío que le recorrió toda la espalda.

- Strigano has entorpecido mi paso.

Debía ser la voz de Juliana. Pero había desaparecido el tono juvenil y agrio de la muchacha, ahora tenía un timbre melodioso, hermoso, antiguo.

- ¡Una chupasangre lahmiana!. - rugió una voz bestial.

- Me sorprendes, pensaba que los de tu clase eran unos idiotas. Jamás en toda mi existencia pensé toparme con uno de los tuyos tan listo.

- No te burles mujer, puedo destrozarte entre mis manos.

- La verdad es que lo dudo, debes ser bastante joven si no eres capaz de comparar el poder de ambos. Yo soy muy antigua, mucho más de lo que tu llegarás a ser.

Ambos se miraron un instante. Felipe se quedó sin repiración, procesando lo que había creído entender. Aquellos dos seres eran vampiros. Siempre había creído que eran un mito, un cuento ideado para asustar a los niños sin embargo, había oído muchas historias a lo largo de su vida, las palabras “strigano” y “lahmiana” salieron a flote entre sus recuerdos, oscuros relatos oídos en tabernas rondando la medianoche.

El strigoi emitió un gruñido de disgusto volviendo la cabeza al horizonte que empezaba a clarear. Juliana soltó una carcajada.

- El sol pronto estará aquí, podemos acabar esto en un abrir de ojos, si quieres – dijo la melodiosa voz de la mujer.

- No, me gusta jugar con mi presa, volveremos a encontrarnos en otra ocasión, y entonces te reduciré a polvo perra.

El vampiro se marchó velozmente en dirección al bosque. Usaba tanto los pies como las manos para avanzar. Era muy rápido, Felipe sólo distinguió un borrón azulado perdiéndose entre la arboleda. Justo en aquél momento sintió una caricia helada en la mejilla.

- Se nos ha hecho tarde, mi padre estará muy preocupado.

Juliana, ahora con el rostro de nuevo convertido en el de aquella muchachita irascible, lo acariciaba lentamente mientras hacía un gracioso mohín con la boca. Sus labios ya no eran de color sangre, pero cuando sonrió dos afilados colmillos adornaban su dentadura. Ni siquiera había notado como se había acercado a él, si aquella bestia era rápida… ella debía ser mucho más. La miró a los ojos con un escalofrío, seguían siendo como recordaba, dos discos color ámbar, pero ahora veía algo más, tenían una luz distinta un brillo. No pudo evitar quedar prendado de ellos.

- ¿Sabes?, no me agrada la caricia de los rayos del sol, pero puedo soportarlo. Aunque siempre me viene bien tener algo de ayuda, tener el estómago lleno. ¿Me ayudarás?. - Su voz era como una dulce miel.

Felipe asintió lentamente, de pronto se sentía tranquilo, los pensamientos de terror que pugnaban por permanecer en su cabeza se fueron diluyendo poco a poco. Los colmillos afilados le parecieron de pronto dos hermosas perlas nacaradas. Cerró los ojos y dejó que los primeros rayos del sol le calentaran, un frío gélido empezaba a crecerle en el cuello.

Re: Noche Iluminada

Publicado: 26 Dic 2009 22:46
por lucia
Vaya vampiresa :twisted:

Re: Noche iluminada

Publicado: 29 Dic 2009 17:22
por Mister_Sogad
Gracias por comentar Lucía. Estuve a punto de escenificar el enfrentamiento entre vampiros, pero al final no quería alargar un relato que debía ser corto, así que me decidí por plasmar a una vampiro no sólo superior sino sensual, más o menos.

Re: Noche iluminada

Publicado: 31 Dic 2009 12:33
por SHardin
Saludos. A mi me ha seducido más como vampiresa que como damisela :mrgreen: , como tiene que ser.

Me ha gustado también mucho este que supongo el segundo relato estaliano.

Re: Noche iluminada

Publicado: 07 Ene 2010 11:10
por Juanval2
me gustó Mister_Sogad , además coincido con SHardin, :mrgreen:

Saludos

Re: Noche iluminada

Publicado: 12 Ene 2010 12:51
por Mister_Sogad
Gracias Juanval2 y SHardin.
Hombre es que la idea es que la vampira se hace pasar por una "niñata" petulante y demás,jeje.