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Este no es mi sitio... (Fantasía/Warhammer Fantasy)

Publicado: 12 Mar 2010 10:42
por Mister_Sogad
ESTE NO ES MI SITIO...

Hacia un calor asfixiante, odiaba el desierto, llevaba tanto tiempo tragando arena que le sorprendía tener hambre. Ni siquiera sabía que hacía aquí, en un lugar perdido de las arenas de Arabia. Las Cruzadas estaban a punto de acabar, el Sultán Jaffar se había batido en retirada tras ser derrotado una y otra vez en las tierras estalianas, y ahora corría como un conejo tratando de salvar el pellejo, los caballeros cruzados habían ido allí, a Arabia, a destruir su imperio por completo. Eso lo sabía hasta el más idiota, habían sido años de guerras, valerosas guerras, o eso decían los caballeros bretonianos y las Órdenes de Caballería imperiales que se habían empeñado a tal empresa. Pero para él ninguna guerra era valerosa. No importaba, no estaba allí para destruir al pérfido Sultán, él sólo cumplía órdenes. Cumplía órdenes cuando partió junto con buena parte de la flota de Nordland para enfrentarse a los piratas de Sartosa, que estaban “importunando” la retaguardia de los cruzados. Cumplía órdenes cuando un capitán de mirada enfebrecida eligió el barco donde servía para que lo llevara a las costas de Arabia, varias embarcaciones se les unieron, unas de su provincia y otras provenientes de Reikland. Cumplía órdenes cuando le hicieron desembarcar junto con cientos de soldados, para ver al poco tiempo como los navíos se alejaban a toda prisa. Cumplía órdenes cuando se estableció un perímetro mientras varios regimientos se encargaban de levantar un improvisado campamento. Cumplía órdenes cuando dos días después fueron atacados y se les obligó a perseguir a los que huían.... a su regreso ni había Capitán ni había campamento... no había órdenes.

Sin órdenes los sargentos peleaban entre ellos por tratar de hacer “lo correcto”. Nadie sabía a qué habían venido, sólo el Capitán que poco podía ya contarles...

Hacía un calor asfixiante... habían decidido dividir las fuerzas, la mitad del ejército quedaría en la costa a la espera de las embarcaciones, y la otra mitad partiría para buscar alguna población cercana. Por supuesto a los soldados no se les dio a elegir, los regimientos mejor pertrechados ganaron literalmente el poder permanecer cerca del mar. Él era nordlandés, su provincia tenía poca cantidad de tropas, y apenas podía permitirse equiparlas.... a los regimientos de su provincia les “tocó” partir. Que ironía, eran los mejores marinos, llevaban siglos navegando, enfrentándose contra los piratas norses... y ahora “navegaban” en arena hasta las orejas.

Por fin estaba decidido a quitarse la camisa, ya no le importaban las quemaduras. Soltó la alabarda y empezó a desabrocharse la prenda. Bajó la mirada, por él dejaría hasta el arma en aquél lugar... Pero sus planes parecían truncarse, de repente se oyeron gritos en la lejanía. Levantó la vista, se colocó la mano como visera y miró a lo lejos. Borrosas siluetas negras se acercaban rápidamente. Oyó cerca órdenes ásperas, y a regañadientes cogió el asta de la alabarda.

Al poco se vió con claridad lo que se les venía encima. Veloces corceles montados por jinetes embozados en tela oscura, éstos esgrimían espadas curvas y lanzas, y gritaban cosas incomprensibles. Se unió a la formación defensiva que realizaba en ese momento su regimiento, poco antes de que los jinetes se chocaran con éste.

Como un sólo hombre todos empuñaron las astas con firmeza presentando a los atacantes las afiladas puntas de sus armas. Consiguieron contener la acometida, la mayoría de los caballos estaban ensartados y comenzaron a encabritarse. A una órden dieron un paso atrás, desembarazaron sus armas y las levantaron sobre sus cabezas. Los filos de las alabardas relucían, con un centelleo bajaron velozmente, Miembros amputados y sangre saltaron por doquier. Vió como en sueños como cercenaba la pata del caballo que se le venía encima. Pero algo cambió, a su alrededor se dio cuenta de que la organización de la fila se desmoronaba, con el rabillo del ojo veía saltar a los jinetes sobre sus compañeros realizando cortes rápidos aquí y allá, ahora era sangre imperial la que estaba siendo furiosamente derramada. Se concentró en lo que tenía delante, el caballo había caído al suelo y manoteaba con la única pata delantera, su jinete trataba de sacar desesperadamente el pie de debajo del animal cuando le miró a los ojos. No dudó, levantó la alabarda y la descargó sobre el cuerpo del jinete. Lo abrió ferozmente por la mitad, podía ver buena parte de sus órganos internos, sentía ganas de vomitar, pero un escozor en el brazo lo hizo desistir, la pelea no había hecho más que comenzar.

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Quedaban ya muy pocos incursores del desierto con vida, habían luchado con fiereza pero él era imperial y no podía sino volver a sentirse orgulloso de la maquinaria que su nación había formado con sus ejércitos, aún allí, a miles de leguas de su tierra no tenían nada que temer... pero no sonreía, miró en derredor, muchos compañeros habían caído, y el resto estaban heridos. Su manchada manga derecha no dejaba de chorrear con el espeso líquido que le daba vida. Apretó los dientes, al menos habían conseguido agua, los jinetes traían abultados odres que pronto aliviarían la sed que todos habían soportado.

Al caer la noche el calor dio paso a un frío intenso, se hicieron hogueras con las astas de las armas de los muertos, no aguantarían toda la noche, pero no importaba, la principal razón era asar los buenos pedazos de caballo que les habían “servido”, era una carne dura y de sabor incierto, pero le sabía a gloria. Cuando se fue a dormir estaba satisfecho, quizá no sobreviviera a esta helada noche, pero no le importaba nada.

Gritos??...sí, parecían gritos, pero eran en sus sueños??...no, era..., abrió los ojos, el sol lo cegó por unos instantes pero ya se había dado cuenta de que algo malo pasaba, podía percibir el miedo en los que estaban a su alrededor, nerviosas órdenes de sargentos lo hicieron finalmente ponerse en pie; había aprendido que si un sargento estaba nerviosos la cosa iba realmente mal. Cuando consiguió ver cerró de nuevo rápidamente los ojos, un escalofrío le recorría la espalda. No podía ser...abrió de nuevo los ojos...sí, si que era, un ejército se cernía sobre el improvisado campamento, un ejército siniestro, filas y más filas de esqueletos blanqueados por el sol los miraban sin ojos.

Tenía una sensación extraña cuando se unió a las alineadas filas de soldados que habían decidido defenderse, hacía calor pero todos estaban helados. Sobre los gritos y rezos de los que le rodeaban no se percibía nada, silencio, un silencio increíble que provenía de aquella tropa de huesos que había delante, su alineación era también perfecta, entre el color blanco destacaban armas doradas y astas completamente negras, escudos descoloridos de un tono amarillento se “sostenían” en el aire, o eso parecía.

Sin una orden los guerreros esqueleto comenzaron a avanzar, la línea imperial se mantuvo sin fisuras, pero no sería por mucho tiempo. Sobre sus cabezas comenzó a formarse una nube oscura, miles de flechas cayeron sobre ellos. Se cubrió como pudo, ahora se daba cuenta de lo importante que sería un escudo, pero ninguna le alcanzó, pasaron de largo. Fueron la tercera y cuarta fila las que se llevaron la peor parte, las expresiones de dolor llenaron el aire. Luego una segunda y una tercera “nube oscura” hicieron mella en el ánimo de todos, a pesar de que la primera línea, donde se encontraba, no había sufrido ni un rasguño, comenzó a deshacerse... estaban perdidos.

Cuando la línea no-muerta llegó hasta sus narices, sólo unos pocos hicieron el gesto de elevar las alabardas para descargar el golpe que todos habían estudiado tan bien. Era inútil, varios esqueletos cayeron destrozados pero el resto los rodearon, las alabardas no servían de nada sin espacio, y menos sin apoyo de toda la unidad. Se sentía aterrado daba secos golpes con su alabarda allí donde podía, pero no aguantaría más. Cogió el arma y la partió en dos, la parte del filo le serviría como un hacha; así consiguió mayor velocidad de movimiento, y eso era suficiente, los esqueletos eran lentos, y se entorpecían unos a otros, perdía la cuenta de los huesos que caían destrozados tras sus golpes, pero se estaba cansando, el sudor le empapaba por completo, recibió al menos dos tajo s profundos en su cuerpo, el dolor y la frustración le hicieron gritar; una mirada a izquierda y derecha le dio la certeza de que estaba solo, sus compañeros habían caído, pero él seguiría luchando...

Hacía un calor asfixiante, su boca estaba llena de arena... pero ya no le importaba, ¿¿cómo le iba a importar eso a un muerto??.
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Oscuridad...no sentía nada, acaso era esto la muerte?, a su derecha oyó una risa siniestra, cascada, extraña.

-No, esto no es la muerte, aunque estas muerto.

Se sorprendió de que le hablaran, ¿quién...?

-Abre los ojos y lo verás.

Estaba seguro de no haber abierto la boca ¿cómo sabía la “voz” lo que pensaba?, sin embargo se vió obligado a obedecer lo que le decían. Despacio abrió los ojos, estaba todo borroso, esperó hasta que se le aclaró la vista y entonces se encontró mirando una pared muy antigua, la unión de los sillares estaba resquebrajándose, pero éstos eran enormes. Una suave luz iluminaba todo, miró en derredor, se encontraba en una especie de cripta, varias antorchas situadas estratégicamente le rebelaron la situación en la que estaba.

A su derecha un ser huesudo con ropajes ajados, que antaño fueron coloridos, lo miraba con ojos luminosos, aquella miraba lo hería...desvió sus ojos a otro lugar, para encontrarse con varias figuras más, estas si eran fáciles de reconocer, esqueletos. Dos esqueletos vestidos con metales preciosos sostenían enormes armas a dos manos, y más allá una criatura enorme permanecía expectante...pero ¿qué era?.

-Nunca antes habías visto un ushabti ¿verdad?-le espetó la criatura de su derecha.

De nuevo la risa cascada. Su estupor debía ser evidente pues la risa se aceleró, para pararse en seco.

-Mírame.

Trató de resistirse pero era inútil, su cuerpo ya no era su cuerpo.

-Eres listo, es cierto, ahora tu cuerpo me pertenece.

Cuando sus miradas volvieron a cruzarse, el dolor de cabeza estuvo a punto de hacerle perder la consciencia.

-Te preguntarás qué haces aquí....y qué eres ahora. Te lo contaré, pero antes debes saber que eres muy afortunado, ahora formas parte del gran ejército de Tutmanekh, a quien sirvo. Escucha ahora mis palabras.

El ser le contó que se encontraba en los dominios de uno de los hijos del gran Dios Rey Settra, señor de todas las tierras de Nehekhara, le relató a grandes rasgos la historia de su pueblo, aunque a él todo eso le parecía extraño, nunca había estudiado la historia de las culturas que habían poblado el Mundo y ahora sabía por qué, era todo demasiado complejo, apenas se enteraba de nada, reconoció en un momento dado el nombre de Nagash y notó el odio con el que había sido propununciado, sin embargo, no conseguía centrarse en la historia que le narraba, hasta que llegó un momento en el que prestó atención a la última parte de lo que aquella criatura contaba, pues de alguna forma sabía que le concernía.

-...así es como el todopoderoso Gran Rey Settra le confió al Príncipe Tutmanekh la empresa de crear una armada real, una flota que ampliara la movilidad de sus ejércitos también por mar. Tras muchos intentos hemos conseguido reunir un puñado de naves, más el ejército carece de formación marina, por eso dejamos a los dioses que decidieran, y he aquí que multitud de barcos aparecen en las costas de Nehekhara.

Sí, como el barco en el que él mismo vino...

-Así es, llevamos observándoos desde que desembarcasteis en la playa, los ataques que habéis sufrido, y la división de vuestras fuerzas. Nunca entenderé a vuestros generales, ¿por qué dividir el ejército? es hora de que seas tú el que me cuente todo lo que quiero saber...

Se vio obligado a relatar todo lo que él sabía, pero no sólo sobre lo que lo había llevado allí sino infinidad de preguntas de distinta índole...y todo ello sin necesidad de hablar, sus pensamientos y recuerdos eran manipulados con impaciencia. No sabía cuanto tiempo había pasado desde que se inició el interrogatorio, pero seguro que habrían sido varios días, se le hizo eterno...

-Bien, tu información nos será muy útil, mucho más que la de aquellos que “encontramos” en la playa. Si, aquél campamento fue destruido, más no había nadie que supiera navegar, sin embargo nos dieron un nombre... y unos colores: Nordland, azul y amarillo.

Instintivamente miró sus ropas, esos colores conformaban la librea de su provincia, Nordland. Al bajar la mirada quiso gritar, hasta el momento no había tenido plena conciencia de qué había pasado con su cuerpo, ahora la cruda realidad le golpeo con saña. Descoloridos jirones de su uniforme apenas tapaban el puñado de huesos en los que se había convertido. La risa, ya familiar, lo sacó de su estupor.

-Tienes infinidad de años para acostumbrarte.

Y así fue que pasaron decenas de años. Él y sus antiguos compañeros nordlandeses, enseñaron todo lo que sabían sobre el mar a sus nuevos compañeros esqueletos. No es que fueran demasiado hábiles en el manejo de las naves, pero una vez que han sido enseñados correctamente realizaban el trabajo con un automatismo que helaría la sangre... sí él aún tuviera sangre. Se había vuelto un tanto irónico respecto a su nueva situación, la había acabado aceptando, y con el paso de los años ya no hacía falta que el hierofante guiara sus movimientos, se sentía útil y eso era mucho, tal y como lo había tratado la vida...sí, la no-vida era extrañamente gratificante.

El día en que la flota real realizaría su primera misión fue un día muy importante. El Príncipe en persona iba a partir con su nueva armada hacía el mar, nunca antes lo había visto, era raro que lo despertaran de su “sueño”, y eso no hizo más que hacerle pensar que su trabajo había sido muy importante. La figura regia lo atrajo de un modo hipnótico en cuanto el carro real estacionó cerca del barco en el que iba, parecía brillar con luz propia, y estaba seguro de que todos los esqueletos del ejército se encontraban en su situación, ahora entendía la fidelidad que le profesaban sus siervos desde hacía incontables años.

En aquél instante comenzó el discurso del gran Tutmanekh, un calor reconfortante le llenó plenamente, algo que nunca había experimentado desde que no era un ser vivo, si aquél ser se lo ordenaba sería capaz de morir por él en cualquier momento, quizá este sentimiento fuera un hechizo, algo inscrito en él para la eternidad, pero en el interior de su mente sabía que era imposible negar la admiración que sentía, era algo tangible, lógico, algo que un soldado sólo podía sentir frente al comandante que se convierte en héroe para sus tropas.

Acabado el discurso aún resonaban las sabias palabras de su señor por todo su ser, estaba como entumecido, pero pronto habría acción, había que demostrar a su señor su valía. Algo lo hizo salir del trance, el hierofante lo llamaba; miró hacia la pasarela, ahí estaba, debía reunirse con él, así que bajo a tierra.

-Tu señor te necesita, acompáñame.

Con el hechicero iba un grupo de esqueletos que él conocía bien. Junto con los eternos guardianes del hierofante se encontraban algunos de sus compañeros nordlandeses, para identificarlos se había tomado la costumbre de atar dos tiras de la tela de sus antiguos uniformes, así había sido más fácil enseñar a los demás esqueletos a navegar, debían hacer lo que dijeran los “marcados” de azul y amarillo.

-Antes de ver al Príncipe debes saber que comandarás la nave de la que has bajado, tus compañeros harán lo mismo, ya los marinos esqueleto saben que deben obedeceros como hicieron durante su aprendizaje, de esta manera no habrá problemas en el mar, ahora bien las decisiones sólo las tomará nuestro señor.

¿¿Orgullo?? ¿era eso lo que sentía? sí, en su tierra ser capitán de barco era llegar a lo más alto, cuantas veces había soñado con aquello... Ante el Príncipe se sintió extasiado, les dio instrucciones y les dijo que Nehekhara iba a conocer un nuevo esplendor. No fracasarían, no debían fracasar. Al poco las anclas se izaron y la armada partió.

El mar. Le hubiera gustado llorar, gritar, saltar de felicidad, su querido mar... Miró a “sus” guerreros, sus marinos. Como siempre se mostraban como objetos sin sentimientos, cáscaras vacías que se movían con extraños mecanismos. Llevaban navegando tres días, con sus noches, la hueste esquelética no necesitaba descanso, sólo necesitaban la guía de la Luz de Tutmanekh para mantener un rumbo incesante.

Al alba del cuarto día se divisaron varias naves con abundante profusión de pendones. Imperiales, se dijo. Al menos no eran de Nordland, aún no sabía como se comportaría ante su antigua tierra. El número de naves no-muertas superaba a la de los humanos, pero por alguna razón éstos eran más veloces y contaban con piezas de artillería ligeras. La lentitud era una gran desventaja, lo sabía bien, pero no podía hacer nada.

Los barcos del Imperio atacaban en grupo una vez que habían conseguido alejar a las naves no-muertas lo suficiente unas de otras. Él, sin embargo, había ordenado claramente no alejarse de al menos una de las naves de su armada, la real, de ninguna manera debía quedar sola frente al enemigo. Quizá fuera esta circunstancia la que hizo que varios barcos enemigos decidieran abordar el suyo, para aislar al del Príncipe, que era de mayor calado, y por tanto el más lento. Tal como fuera, su nave se encontró rodeada rápidamente, con un pensamiento hizo que sus tropas se alinearán frente al inminente abordaje.

Aquí y allá humanos nerviosos saltaban a cubierta, un guerrero acorazado con una afilada espada se plantó frente a él salido de la nada. Era un buen espadachín, tanto que le era muy difícil repeler sus acometidas, y más como el cascarón de huesos que ahora era, sin embargo había algo que el humano parecía ignorar, un esqueleto no sentía dolor, y por tanto no temía ser herido. De esa manera, cuando el humano lanzó una estocada a la altura de la cintura él dio un paso adelante, la espada se perdió en el vacío que se formaba entre dos de sus costillas, mientras descargaba un golpe con su hacha dorada al hombro de su contrincante. La sangre saltó, en los ojos del imperial podía leerse el miedo a la muerte unos instantes antes de que cayera su brazo cercenado, sufría una crisis nerviosa. Mejor darle descanso eterno, y le descargó un segundo golpe que dejó clavada su hacha en el pecho del infeliz.

A su alrededor los que luchaban corrían diferente suerte, la balanza parecía equilibrada, un momento antes el empuje imperial parecía darles una fuerza inusitada, sin embargo el cansancio les había pasado factura y ahora se veían incapaces de tomar el control de la cubierta. Una serie de detonaciones fijó su atención a la proa de la nave humana. Arcabuceros, eso no pintaba bien. Descarga tras descarga los guerreros esqueleto eran barridos de cubierta, debía hacer algo, cogió una lanza que estaba en las frías manos de un imperial y se abalanzó hacia los arcabuceros; los esqueletos cercanos no necesitaron que se les ordenara nada, como autómatas buscaron un arma parecida a la suya y le siguieron.

Los arcabuceros estaban recargando frenéticamente en ese momento, un pequeño grupo de alabarderos se interpuso en el camino de la hueste esquelética, pero sabía que era importante no trabarse en combate antes de que la carga de los tiradores estuviera en su sitio, así que fintó, los alabarderos se quedaron en suspenso unos instantes, como un solo ser todos los esqueletos realizaron el mismo movimiento y les dejaron atrás. Valiéndose del empuje de su maniobra ensartó al primer arcabucero que encontró en su paso, pero no frenó ahí, justo el que estaba detrás también quedó ensartado. A su lado el resto de los esuqeletos hicieron lo mismo, un grito desgarrador partió de los labios de un humano pelirrojo al que un esqueleto trataba de hacerle traspasar un trozo de madera de astillas afiladas.

-Ayudadme!!.

Los alabarderos salieron de su estatismo y atacaron a los huesudos por la espalda. Una enorme alabarda pasó casi rozando su cúbito, entonces se le ocurrió una idea. Interpuso los cuerpos ensartados entre su nuevo agresor y él. Al menos dos docenas de manos esqueléticas hicieron lo mismo. Con horror los atacantes vieron como los golpes de alabarda destripaban y mutilaban a sus propios compañeros.

El combate parecía ganado, pero algo raro pasaba, cerca de donde estaba el aire cambió, algo flotaba en él, una energía... sus cuencas vacías buscaron la fuente... allí! Un sacerdote!!. Un humano calvo, con las insignias sigmaritas lo miraba con odio, su martillo de guerra parecía refulgir con una luz cegadora.

-Tú! No deberías pisar la tierra de Sigmar, TU SITIO NO ES ESTE!!

El golpe de martillo lo hizo volar por los aires, o eso pensaba, un estallido de múltiples colores lo desconcertó un momento, cuando pudo volver a mirar se encontraba flotando sobre las aguas, pero cómo? Trató de alzar los brazos... pero no estaban, sólo era un cráneo a la deriva. Una fuerza misteriosa trataba de sacarlo de su existencia, era demasiado fuerte, trató de luchar pero...lo engulló la oscuridad, todo se apagó...

Su existencia había acabado.

Re: Este no es mi sitio... (Fantasía/Warhammer Fantasy)

Publicado: 25 Mar 2010 12:06
por lucia
Un no-muerto que al final todavía se resiste a morir del todo :lol:

Me ha parecido muy original que cuentes la historia desde el punto de vista de alguien al que convierten en soldado esqueleto :D