La pasión y El Quijote

[PaJaRRaCo_86]

Porque he visto a Romeo y Julieta morir entre sus punzantes algodones, entre sus cuchillos de espuma sanguinolenta, entre sus ígneos temblores, me tomo la libertad de afirmar que la pasión es el principio de la vida y de la muerte. Porque ésta, además de ser el carro que nos conduce de la nada a la vida y de la vida a la muerte, originó la prístina explosión, el Big Bang, el nacimiento del Universo. ¿Cómo podría nacer si no un Universo? Así como toda explosión es una revolución, toda revolución es una pasión desatada, o lo que es lo es lo mismo, un temblor, un temblor que horada las frías y estremecidas paredes de los tuétanos, transita la sangre hasta arañar la piel y desgarrar el aire para llegar a la luz, al Sol, a las mismas barbas de los dioses, allá donde el tiempo y el espacio no tienen fronteras, allá donde la pasión es más real y más poderosa que sus hijos los dioses.

Ya he dicho que ésta es la creadora de la vida y la muerte. Todos sabemos, además, que fue quien produjo la trágica muerte de Romeo y Julieta y originó todas las muertes que aparecen en el Romancero Gitano de Lorca. Pero donde vive en su forma más pura es en el Quijote de la primera parte. No cabe duda. Porque El Caballero de la Triste Figura es el más claro espejo del Hombre, el mapa de la aventura de la vida, y, como no podía ser de otro modo, quien dirige sus pasos es la pasión, el amor por una mujer inexistente; sí, inexistente pero tan real como el mismo Cervantes, pues todo cuanto nace de manos de la pasión adquiere una realidad incuestionable.

Don Quijote, tras enfermar de vida, tras ser intoxicado por el veneno de la pasión y las ansias de aventura, grita mil veces la palabra justicia, encuentra, quizás sin buscarlo, las leves alas de la libertad y el pan crujiente de la amistad, pero jamás busca la pasión. Ni podía ni necesitaba buscarla, porque él era la pasión en sí misma, por eso pudo decir ─ojalá todos pudiésemos─ «Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible». ¿Cómo podría nadie quitar el ánimo a la pasión, si la pasión es el origen de todo cuanto vive?

La pasión, la diosa primera, quien hizo que dos células sobrevivieran al unirse, nunca muere, simplemente se trasmuta, pasa de un cuerpo a otro, de los ríos a los mares, del centro de la Tierra a los campos calcinados por la lava indómita, pero jamás, repito, jamás muere, porque está por encima del principio y el fin, porque es el principio y el fin de todo cuanto posee energía. Y esto se ve reflejado en el Quijote de la segunda parte. Quijote ya no ve gigantes donde hay molinos, ni castillos donde hay ventas, ni caballeros donde hay villanos, se vuelve melancólico, triste, realista. Advierte que la supuesta Dulcinea que le muestra su escudero no es sino una zafia campesina. ¡Es la muerte primera! Sí, es su verdadera muerte, porque todo cuanto no siente pasión vive desencantado, y el desencanto es la muerte más dolorosa, pues estamos vivos para sentirla. Por eso es melancólico, porque no tiene sueños, ni pasión, porque es ─¡oh desgracia mayor─ realista. Tanto es así que su única visión no es causa de la pasión, sino del sueño que tiene en la Cueva de Montesinos. En esta parte, la segunda, podemos percibir un alma moribunda dando sus últimos estertores en un cuerpo que aparentemente sigue vivo. Pero, como la frontera que separa la pasión pura y el puro desencanto es algo inconcreta, pasará un tiempo hasta que Don Quijote, poco antes de morir, pierda totalmente la pasión. ¿La pierde totalmente? Por supuesto. Pero porque ya no necesita nada ni nadie para morir como un hombre, pues, como dice al regresar derrotado a su patria, aunque vencido de los brazos ajenos, llega vencedor de sí mismo. Esta frase que nos recorre las médulas como un cuchillo de hielo, nos habla, como dijo él, del mayor vencimiento que desearse puede. Don Quijote, que no sabía volar ni tenía poderes extraordinarios, gracias a la pasión logró lo que ningún héroe de capa y fuerza descomunal logrará jamás: conocerse a sí mismo, es decir, merecer su muerte, morir siendo un hombre y no un animal.

Pero la pasión no muere con él, pues ésta, como toda energía, ni se crea ni se destruye, sino se transforma. Así sus ganas de vivir, sus ansias de aventura van pasando, progresivamente, al quijotizado Sancho Panza, hasta hacer que el zafio villano se convierta en el mayor filósofo de la Historia de la Humanidad, tornándolo en el portador de la pasión humana, del cáliz de la vida. Y así, antes de la muerte de su señor, el fiel escudero se desgañita, se desgarra el alma al proclamar el más profundo, emotivo y estremecedor discurso de la mejor obra de la Literatura Universal:

-¡Ay! -respondió Sancho, llorando-: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más, que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.


El andante caballero, postrado en cama, pidiendo perdón por sus locuras y recobrando la cordura, muere como Don Quijote, para renacer como Alonso Quijano el Bueno, ese hidalgo del tres al cuarto que enloqueció por culpa de sus muchas lecturas caballerescas. Dijo Jacinto Benavente que el amor ─léase la pasión─ es como Don Quijote, cuando recobra el juicio es que está a punto de morir. Y esto quizás sea una profunda metáfora: el hombre necesita de mentiras para enfrentarse a la realidad, de amor para vivir y morir, de locura para no enloquecer en este mundo incomprensible, de pasión, en definitiva, para alcanzar el cenit más alto al que aspira un hombre: ser nada más y nada menos que un hombre.

[Katia]

¡Bravo, pajarraco! Es filosofía lo tuyo, y es emoción a la vez: hermanamiento entre razón y pasión, siguiendo el consejo de Unamuno, has puesto pasión en la razón y razón en la pasión.

Me ha encantado. Te cito:

pues todo cuanto nace de manos de la pasión adquiere una realidad incuestionable.

[PaJaRRaCo_86]

Gracias, paisana, me gusta que cites eso de Don Miguel, pues es una de las citas suyas que más me gustan. La que más es esa de Don Quijote me confesó secretos que Cervantes desconocía.

[lucia]

Muy bien escrito.

[karen mendoza prada]

:shock pajarraco querido te has lucido. Me encanta todo lo que hablas de don quijote, de la pasion y de un hombre en general. Es muy sentimental, mu spicologico y sobre todo muy apasionado, mis m{as sinceras felicitaciones

[PaJaRRaCo_86]

Me alegro de que os haya gustado.

[nimh]

Cada vez me engancha más tu estilo pajarraco. Sigue así.

[PaJaRRaCo_86]

Me alegra que te enganche mi estilo, nimh. Gracias por leer y comertar.

Un saludo.