Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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Tadeus Nim
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por Tadeus Nim »

Aigüanmor aigüanmor aigüanmor :60:

Ups, lo siento Lucia. :mrgreen:
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David P. González
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por David P. González »

Tadeus Nim escribió:Aigüanmor aigüanmor aigüanmor :60:

Ups, lo siento Lucia. :mrgreen:
¿Todavía no has perdido el interés Tadeus? Pues mañana, con el capítulo 8, se va a poner muy interesante la cosa, ya lo verás :402:
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David P. González
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por David P. González »

7

Cuando Rodrigo agarró el brazo de Sonia y tiró de ella, Cristóbal supo al instante que quería hablarle sin que él oyera lo que decían. No le hacía falta, sabía perfectamente cuál iba a ser el tema de conversación. Exactamente el mismo que si fuera él quien hablara con ella y Rodrigo estuviera sentado en aquel rincón; por eso no guardaría rencor a su compañero. Agradecía la actitud de Sonia al querer protegerles a su esposa y a él, pero conocía el protocolo y era consciente de que Rodrigo tenía razón: no se podía intervenir en las predicciones de Jano. A pesar de que llevaba mucho tiempo cumpliendo a rajatabla esa norma, con la que estaba completamente de acuerdo, esta ocasión era distinta. Sólo él estaba en disposición de impedir que ocurriese sin darse opción a una segunda oportunidad.

Conducía nervioso pero con un destino muy claro. Llegó a la glorieta que daba la bienvenida a Parla por la entrada norte y titubeó un momento mirando hacia el frente, a lo lejos, consciente de que allí, entre las paredes de uno de los edificios del pueblo se encontraba su mujer, a salvo de él y de los hechos que procuraría que no ocurriesen. Mientras hacía la glorieta y cogía la tercera salida para rodear el pueblo por la M-408, utilizó el manos libres para hacer una llamada. Sin apartar la vista de la carretera marcó el número de su esposa.

El cociente intelectual de Cristóbal era superior a 180 y había cursado estudios de ingeniería en la Universidad de Oxford, lo que le había procurado una exitosa carrera profesional a la vez que productiva. Mientras estudiaba allí, trabajó de reponedor en un supermercado, donde conoció a la que, con el tiempo, se convertiría en su mujer. Esther nunca había tenido la necesidad de trabajar, cosa que, durante sus primeros años en España, agradeció enormemente, ya que el idioma no lo tenía dominado aún. Con el tiempo lo fue hablando cada vez mejor hasta que sólo le quedó un sutil acento que a Cristóbal le hacía mucha gracia. Con la burbuja inmobiliaria inflándose sin límite a la vista, unos amigos de la pareja probaron suerte en el negocio de la venta de pisos y quisieron contar con ella, que aceptó encantada de sentirse útil y valorada. El negocio fue fantástico los primeros años, pero la burbuja encontró su límite y estalló llevándose consigo la gallina de los huevos de oro. Las ventas de viviendas descendieron vertiginosamente y muchas inmobiliarias se habían visto forzadas a cerrar o a reconvertirse en otros negocios. No fue el caso de los amigos de Cristóbal y Esther, y a ella no le preocupaba ganar menos dinero. Afortunadamente no lo necesitaba, así que no le importó continuar acudiendo allí todas las mañanas, a pesar de que había meses que no vendía nada. Aquella mañana no era distinta de las anteriores en cuestión de trabajo; varias llamadas de clientes interesándose por los precios de algunas viviendas pero ninguna cita para enseñarlas. Cuando sintió la vibración de su teléfono particular lo cogió y miró el número en la pantalla. Era el de su marido. Al principio se extrañó, Cristóbal siempre estaba demasiado ocupado en su trabajo para hacer llamadas privadas. Descolgó y se colocó el auricular en la oreja esperando oír la voz de su esposo.

—¿Cristóbal? —preguntó al no oír a nadie al otro lado de la línea.
—Hola princesa —dijo al fin Cristóbal con la voz apagada.
—¿Pasa algo? —preguntó Esther preocupada por el tono de voz de su marido y la pausa antes de contestar.
—No pasa nada mi amor, sólo quería oír… —en ese momento Cristóbal se dio cuenta de que estaba siendo demasiado dramático y debía disimular con un tono de voz más jovial y una conversación más rutinaria— …saber… eh, si te gustaría ir… a… Madagascar, no me salía el nombre.
—¿Te encuentras bien? —insistió su esposa contrariada por la pregunta completamente fuera de contexto.
—¡Oh, sí!, es sólo que Rodrigo ha estado allí en su semana de vacaciones y me ha estado contando el viaje —contestó con un tono más natural.
—¿Rodrigo?, ¿en Madagascar?, pero si a ese le quitas la conexión a internet y le salen sarpullidos por todo el cuerpo.
—Sí, él sólo, eh… bueno, es que ganó el viaje en uno de esos sorteos de… la radio. Yo tampoco me lo imaginaba allí, pero la verdad es que me ha dado envidia, y tal y como lo describe creo que a ti te encantaría.
—¿Estás en el laboratorio? —preguntó Esther extrañada.

Cristóbal era uno de los pocos miembros del equipo que tenía pareja y había tenido que mentirle diciendo que trabajaba en el laboratorio de investigación y desarrollo del instituto, concretamente, desarrollando tecnología que facilitase la manipulación genética de los vegetales a nivel atómico, algo que se asemejaba a su trabajo real y que le permitía tener conversaciones con su esposa sobre sus jornadas sin tener que mentirle o inventarse nada, simplemente le contaba la verdad y no difería mucho de la verdad que hubiera sido si en realidad se dedicase a lo que Esther pensaba.

—¿Dónde voy a estar? —contestó Cristóbal confundido por la pregunta de su mujer.

Él daba por hecho que no se le había escapado ningún detalle hasta que Esther le preguntó:

—¿No estás conduciendo?

Entonces Cristóbal se dio cuenta de que debía estar oyendo el motor del coche y buscó una excusa que le sacara de aquel atolladero, cualquiera le servía, no pretendía convencerla, sino que aquella conversación no terminase con una discusión. De todos modos, más tarde ella sabría que en realidad sí que estaba en el coche, aunque ya importaría poco.

—¡Oh, no! —dijo tratando de parecer natural al tiempo que inventaba—, es un ventilador, bueno, uno industrial, es como un edificio de dos plantas, mejor no ponerse delante cuando lo encienden. Es un prototipo, lo estamos probando ahora.
—¿Un ventilador? —preguntó ella extrañada.

Nunca había oído a su marido hablar de ventiladores en lo que a trabajo se refería y, desde luego, uno del tamaño de un edificio de dos plantas era para mencionarlo al menos.

—¡Vaya!, lo siento princesa, tengo que comprobar los datos que nos está dando esto en el ordenador o los operarios que lo sostienen se van a enfadar mucho conmigo. Estos tipos no tienen mucha paciencia, será mejor no hacerlos esperar —aseguró terminando la conversación, aunque sabía que Esther no se daría por satisfecha con la excusa del ventilador.
—Vale, luego hablamos.
—Sí… te quiero —dijo con melancolía.

Esther quiso responder pero la línea ya se había cortado. Le extrañaron muchas cosas de esa llamada, pero lo que no comprendía era qué motivo podía tener su marido para mentirla diciendo que estaba en el laboratorio cuando era obvio que iba conduciendo. ¡¿Un ventilador?!, ¡¿del tamaño de un edificio?! No, él sabía que no podría engañarla con algo tan improvisado y ella le conocía a él lo suficiente como para saber que era consciente de que no le había creído. Entonces, ¿por qué lo intentaría?, se preguntaba. Y ese último “te quiero” que sonó más bien a un adiós no hizo sino empeorar sus sospechas de que algo raro pasaba y tenía el presentimiento de que no era nada bueno.

—Raquel, ¿te importa si salgo un rato?, tengo unas cosas que hacer —preguntó Esther mientras se giraba hacia su compañera, que era, junto a su marido, la dueña del negocio.
—Tranquila —contestó observando su estado de nervios y su respiración ligeramente acelerada—, tómate el tiempo que necesites. ¿Va todo bien?
—¡Oh!, sí, gracias, no tardaré —dijo sin mirar a su compañera antes de salir corriendo de allí.
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David P. González
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por David P. González »

8

—Así que ahora ocupa usted el puesto de Leguade ¿no es cierto? —preguntó Montes.
—¿Ocupar yo su puesto? —contestó Aldana sorprendido por la conclusión a la que había llegado el doctor— En absoluto. Leguade, al margen de su cargo político, dirigía una organización, financiada por el Estado, de la que no puedo hablarle, y eso no se consigue opositando ¿sabe?, es necesario tener una cartera muy gruesa y, créame, el compartimiento de amigos —hizo un gesto con ambas manos para entrecomillar la palabra amigos—, debe ocupar más de la mitad del espacio disponible en su interior.
—Me sorprende que tengamos organizaciones secretas en este país, pero…
—¿Secretas? —interrumpió Aldana—. ¿Cree que no puedo hablarle de ella porque es secreta? No, doctor. No puedo hablarle de ella porque no existe.
—De acuerdo, no existe —aceptó el doctor con resignación; sabía que no iba a sacarle a Aldana ninguna información al respecto, así que prefirió no insistir—, pero ¿quién ocupa su puesto ahora y por qué es usted quien está aquí y no él? —preguntó Montes con notable interés.
—Aún no han nombrado a nadie. Dirigir una organización gubernamental que no existe requiere opositar de manera distinta, como ya le he dicho —explicó Aldana con ironía—. De momento, algunas de sus funciones se han repartido. Como ya le anuncié al inicio de esta reunión, yo me encargo de sacar la basura, por eso estoy aquí, este instituto es uno de sus asuntos más turbios —concluyó.
—Verá —empezó a decir el doctor con un tono seco, acercándose a la mesa—, entiendo que este instituto le parezca un asunto turbio…
—¡Oh!, no, a mí no, que también, pero es al Estado al que se lo parece, ellos me han mandado —se apresuró a aclarar Aldana interrumpiendo a Montes.
—De acuerdo —continuó el doctor—, al Estado le parece un asunto turbio, razón de más para sentir la obligación de aclarar todo esto inmediatamente.
—¿Aclarar todo esto?, por favor ahórreselo, no le servirá de nada, al contrario, podría ser contraproducente para usted.
—Insisto —se empeñó Montes sabiendo que Aldana no tenía ni la menor idea de lo que iba a contarle, aunque él creyese que sí.
—Por favor, déjelo, sólo he venido a cerrar su instituto, no necesito saber lo que hacen aquí ni cómo lo hacen. Si me cuenta cómo se apropiaban usted, Leguade y quién sabe cuántos más, de un dinero que no era suyo, me veré obligado a informar de ello y tendré que enviarle a la cárcel. Créame, no es necesario —explicó Aldana con tono condescendiente.
—Le ruego que me escuche —suplicó el doctor—, le repito que el dinero que el Estado ha invertido en este instituto ha sido gastado íntegramente en sus proyectos.
—¿De verdad quiere hacerme creer que esos matojos de ahí fuera valen 125 millones de euros? —dijo Aldana incrédulo señalando hacia la ventana.
—No… exactamente —contestó el doctor titubeando.

Había conseguido confundir a Aldana que ahora deseaba que el doctor siguiera hablando.

—¿Qué quiere decir con “no exactamente”? —preguntó ladeando la cabeza e incorporándose en su silla para apoyarse sobre la mesa, como si tuviera prisa por que las palabras llegasen cuanto antes a sus oídos.
—De acuerdo, se lo contaré —empezó a decir Montes con cierto sentimiento de alivio—. Leguade trabajaba para el gobierno y todas nuestras actividades estaban autorizadas y supervisadas por él, por lo tanto nunca tuve la sensación de estar haciendo nada indebido o ilegal, a pesar de su insistencia de mantenerlo en absoluto secreto. Ahora bien, si el señor Leguade no va a volver a ocupar su puesto, y por lo tanto, se desvincula de este instituto y sus actividades, de las cuales, por lo que veo, no ha informado a nadie, yo necesito que usted, o quien sea, se haga responsable o que, al menos, tenga conocimiento de nuestro trabajo. No puedo permitir que, tanto el instituto como las personas que trabajan en él, lo hagan al margen de la ley, así que, le pido disculpas de antemano, pero he de asegurarme de que no le cuento esto a quién no debo. Conociendo a Leguade no me extrañaría que me estuviese poniendo a prueba. Por favor, le ruego que me conteste, aunque parezca una obviedad, ¿pertenece usted al gobierno o no?

A Aldana le resultó redundante, aun así, intrigado por el rumbo que había tomado la conversación, contestó sin reparo.

—No se preocupe, le entiendo perfectamente y admiro su sagacidad, además, creo que me lo contará usted antes si le contesto que si le obligo a hacerlo. ¿Sabe?, muchos dirían que no, esos dinosaurios, no quieren darse cuenta de que hoy en día la política se hace de otra manera —reflexionó—, pero sí, hablando usted conmigo lo hace con el gobierno. Si tiene algo que decir sobre las actividades que Leguade autorizaba a llevar a cabo en este sitio, considéreme su sustituto a todos los efectos.
—¿Quién podría confirmarme su identidad? —preguntó Montes descolgando el auricular del teléfono.
—¡Vamos!, ¿está usted hablando en serio? —dijo Aldana sin terminar de creérselo.

El doctor sujetaba el auricular a la altura de su oreja izquierda al tiempo que estiraba el dedo índice de la mano derecha y lo mantenía en el aire cerca de los números esperando a que Aldana hablase para pulsar los adecuados.

—Está bien —cedió éste con resignación—, supongo que ésta es una batalla que me puedo permitir perder. Anteayer mismo estuve organizando esta visita en el ministerio de industria. El número de teléfono es público.

El doctor usó su Smartphone para conectarse a internet y a continuación marcó el número y preguntó por Tomás Aldana. Le pasaron a una extensión donde una voz femenina le dijo lo que él ya sabía, que no se encontraba en el edificio, tras lo cual pidió que le pasaran con alguien que conociese a Aldana o que le hubiera visto en persona. La voz que le hablaba al otro lado de la línea se ofreció a ayudarle y el doctor pidió una descripción física que recibió de inmediato, no sin cierto reparo. La descripción se ajustaba al hombre que Montes tenía enfrente y colgó el teléfono satisfecho.

—¿Y bien? —preguntó Aldana impaciente por escuchar lo que el doctor había insistido en contarle.
—Lo siento, era necesario —contestó Montes cabizbajo.
—De acuerdo, no se lo tendré en cuenta, sólo espero que lo que sea que vaya a contarme merezca la pena, y le advierto que no soy fácil de impresionar.

Montes se levantó y comprobó que la puerta estuviese cerrada bajo la atenta mirada de Aldana, cuya curiosidad crecía con cada gesto del doctor, a cuál más extraño. Luego caminó hasta la ventana y miró fuera, como si fuera posible que hubiera alguien al otro lado con la oreja pegada al cristal intentando captar algo de lo que allí se decía. Finalmente se sentó de nuevo, se arrimó a la mesa y comenzó a hablar en un tono muy suave, obligando a Aldana a acercarse a la mesa también.

—¿Qué sabe usted sobre leer el pensamiento? —preguntó.

Aldana le miró con estupor, no sabía si trataba de bromear o estaba hablando en serio, lo que sí sabía era que su curiosidad acababa de tocar techo y no estaba dispuesto a averiguarlo, así que contestó sin más.

—Lo mismo que usted, supongo. Lo que he visto en las películas.
—¿Y si le digo que es posible?
—¿Leer el pensamiento? —se extrañó Aldana—. Me costaría creerlo, la verdad.
—Pues así es —dijo el doctor antes de continuar—. Deje que le haga otra pregunta, ¿ha oído usted hablar de Janícula?
—¿Janícula dice?, me temo que no —confesó frunciendo el ceño.
—Lo que me figuraba —empezó a decir el doctor—. Verá, el año pasado, la revista especializada “Journal of neuroscience”, revista que doy por hecho que usted no lee, publicó un estudio que demuestra que es posible traducir las ondas cerebrales en palabras. Hablando en otros términos y para que usted lo entienda, que es posible leer el pensamiento. El hito lo consiguió un equipo liderado por el bioingeniero Bradley Greger, colocando electrodos en los centros del habla del cerebro de un paciente epiléptico. Conectaron los electrodos a un ordenador preparado para reconocer las señales cerebrales y presentaron al paciente varias palabras. A continuación pidieron al paciente que tratara de repetir las palabras en voz alta y comprobaron que, entre el 76% y el 90% de los casos, el ordenador mostraba las mismas señales cerebrales para cada palabra que las que había mostrado cuando sólo se le enseñaron las imágenes. Esto quiere decir que pensar en una palabra produce las mismas señales cerebrales que decirla, sólo hay que leer esas señales cerebrales e interpretarlas —Montes hizo una pausa que dio pie a que Aldana, muy atento y aparentemente fascinado por el relato, hiciese algunas preguntas.
—Es muy interesante, pero, ¿dónde quiere ir a parar? ¿Qué tiene que ver este instituto con el señor Greger o con leer el pensamiento?
—Por supuesto —dijo el doctor tratando de rebajar la excitación de su oyente—, verá, nosotros disponemos de esa tecnología desde el principio, aunque considerablemente más avanzada, la gente en el pueblo no va con la cabeza sembrada de electrodos —dijo con hilaridad—, nuestras antenas son capaces de detectar las señales cerebrales por el aire, vía wifi.

Desde luego, las expectativas de Aldana habían sido satisfechas, se había quedado atónito, no sabía qué preguntar para continuar la conversación salvo lo evidente.

—¿Ha dicho que disponen de esa tecnología desde el principio? Explíqueme eso.
—Quiero decir, desde que Leguade nos visitó por primera vez —contestó el doctor asegurándose de contar todos los detalles.

A continuación le contó cómo recordaba con pavor y satisfacción al mismo tiempo el día en que Leguade irrumpió en su despacho.

Entró seguido de una procesión de armarios trajeados, idénticos a los que acompañaban a Aldana, y sin mediar palabra dejó caer un dossier encima de la mesa exigiendo un presupuesto. El contenido era denso y considerablemente complejo, así que necesitó unos días para estudiarlo en profundidad y darle una respuesta. Al principio creyó estar leyendo ciencia ficción y llegó a pensar que se trataba de algún tipo de broma, pero conforme leía se daba cuenta de que lo que se proponía en aquellas páginas no era imposible desde el punto de vista de la ciencia. Cuando Leguade regresó, antes de que Montes dijera una palabra, sacó una serie de formularios y los puso sobre la mesa. Eran los formularios oficiales que el doctor rellenaba cada cinco años para solicitar la financiación del Estado. Alguien los había rellenado dejando en blanco los espacios que correspondían a la cantidad solicitada y a la firma de Montes. Leguade exigió su presupuesto y el doctor se lo escribió en un postit, no sin antes advertirle de que gran parte del contenido de aquel dossier, aunque factible desde el punto de vista de la ciencia, requeriría reinventar conceptos matemáticos, entre otras cosas, si alguien quisiera llevarlo a cabo. Estaba de acuerdo con que se podía hacer, pero quizás en cien años, o más bien, con las matemáticas y la física del próximo siglo. Leguade, lejos de dejarse intimidar por los conocimientos del doctor, sacó una pluma y anotó el número que Montes había escrito en el postit, en el espacio en blanco de los formularios, luego los giró y se los acercó al doctor para que los firmara mientras le explicaba que el proyecto debía ser secreto. Él mismo pasaría una vez al año para discutir sobre el progreso de los distintos experimentos y se encargaría de los trámites de la financiación, fuera cuál fuese el coste. Por supuesto, el estudio de los transgénicos continuaría para proporcionar una tapadera en la que apoyar dicha financiación. Antes de firmar, Montes se vio sumido en un conflicto de intereses. Por una parte estaba el científico al que se le abría una magnífica puerta que sólo tenía que cruzar para conseguir logros comparables al descubrimiento de las leyes de la gravitación universal y del movimiento por parte de Isaac Newton, al dominio de Maxwell de la fuerza electromagnética o a la teoría de dimensiones más altas introducida por Riemann en su famosa conferencia en la facultad de la universidad de Gotinga, en Alemania, que dio a luz una nueva geometría, dejando atrás la geometría clásica de Euclides, inamovible durante 2.000 años. Por el otro lado estaban sus ideales, que le dictaban que la ciencia y el conocimiento eran patrimonio de la humanidad y sus avances no debían ocultarse. Trató de desequilibrar la balanza hacia alguno de los dos lados y le vino a la cabeza cierta fórmula, publicada en 1905 en el número 18 de la revista alemana “Annalen der Physik” por un desconocido analista de la oficina de patentes de Berna, Suiza, llamado Albert Einstein. La fórmula no era otra que E=mc2, la cuál sentaba las bases para obtener una gran cantidad de energía a partir de una mínima cantidad de materia, lo que le recordó sendas bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki y el desastre nuclear de Chernobyl. Luego pensó en las posibilidades de algunos de los experimentos que había leído en aquel dossier y pensó que tal vez la humanidad no debería saberlo todo. Se disponía a firmar cuando una nueva duda le detuvo: la mayoría de esos experimentos no se podían llevar a cabo con las matemáticas y la física de este siglo, pero en realidad ninguno de ellos se podría realizar porque, para algunos, la energía necesaria era increíblemente grande y proporcional a la dificultad de conseguirla. Para el resto, la cantidad de energía necesaria era simplemente mayor a la disponible en todo el planeta. ¿Para qué le estaba dando Leguade el dinero? Un nuevo dossier, más fino que el anterior, aterrizó delante de los ojos del doctor. Lo cogió intrigado y lo examinó con esmero durante varios minutos. Cuando terminó, tenía los ojos abiertos como platos y su estado de excitación era difícil de disimular. Cogió la pluma de Leguade y garabateó el formulario.

—Mantuvimos el estudio de los transgénicos como tapadera y se amplió el presupuesto, bueno, eso ya lo sabe, para iniciar el experimento “Janícula”, que comprende diversos proyectos. El primero y más avanzado es “Jano”, y se trata de una compleja y sofisticada red de antenas que recogen las señales cerebrales y las envían a un ordenador, éste las interpreta y las traduce en palabras.
—¿Una red de antenas? ¿Dónde? —preguntó Aldana mirando a su alrededor.
—Distribuidas por todo el pueblo —contestó Montes dirigiendo la mano hacia la ventana haciendo un gesto de barrido de izquierda a derecha.
—Un momento, ¿me está diciendo que experimentan con la gente? ¿Con qué fin, qué utilidad tiene? —preguntó Aldana que empezaba a pasar de la fascinación a la decepción.
—Cuando Jano interpreta…
—Perdone, ¿Jano? —interrumpió Aldana con el ceño fruncido
—Discúlpeme, estamos tan poco acostumbrados a tratar con gente de fuera. Jano es el ordenador, un superordenador en realidad —aclaró antes de continuar—. Como decía, cuando Jano interpreta que alguien va a cometer un delito, obviamente, porque lo ha pensado, nos facilita un pronóstico por escrito con los datos de dicho acto. Nosotros lo almacenamos y cuando el delito se va a cometer avisamos anónimamente a las fuerzas de seguridad —contestó el doctor llevando a Aldana hacia la fascinación de nuevo.
—Pero si no hay delito, las fuerzas de seguridad no podrían hacer nada.
—Hemos pensado en todo y se ha desarrollado un protocolo para actuar bajo sus parámetros —empezó a decir Montes—. Sabemos cuánto tarda la policía en presentarse cuando damos un aviso, así que procuramos que se coja a los delincuentes con las manos en la masa.
—Un momento, ¿pretende decirme que pudiendo evitarlo, dejan que los delitos ocurran? ¿Dejan que muera gente? —dijo Aldana tan sorprendido como exaltado.
—No es tan simple, ¡oh, no! —explicó el doctor—. Para empezar, usted lo ha dicho, si no hay delito no se puede detener a nadie.
—¿Y cuál es el problema? Porque yo veo una ventaja: no muere gente —afirmó con rotundidad.
—Yo pensaba como usted, igual que muchos otros implicados en el proyecto, y al principio lo hacíamos así, evitábamos que ocurriesen por nuestros propios medios, hasta que un día, un hombre atropelló a su mujer y a su hija cuando éstas cruzaban la calle por un paso de peatones. La mujer había recogido a la niña del colegio y pararon en un mercado a comprar unas cosas que necesitaban, por lo que tardaron aproximadamente una hora más de lo habitual. Cuando salieron del mercado, la casualidad quiso que su marido estuviera detenido con su vehículo cediendo el paso a unos peatones que cruzaban. Los testigos contaron cómo esperó unos segundos allí parado a que su mujer y su hija llegasen a cruzar para acelerar y, bueno, ya se lo imagina ¿no? Tan sólo unas horas antes habíamos evitado que ese mismo hombre estrangulase a su mujer en su propia casa, lo que se hubiera convertido en el enésimo delito por violencia de género, una desgracia sin duda, pero la niña seguiría viva —terminó el doctor con la mirada perdida en un pasado que no podía cambiar.
—De acuerdo —empezó a decir Aldana más comprensivo cuando fue interrumpido por el doctor que, al parecer, no había terminado.
—También está el hecho de que habría que hacer público el sistema por el cuál se conocen los hechos antes de que sucedan. Si no fuera así, las fuerzas de seguridad del Estado no se prestarían a impedir un delito que aún no ha tenido lugar. La consecuencia más inmediata sería que los delincuentes aprenderían a burlarlo, qué sé yo, aprendiendo a no pensar en lo que se proponen o con alguna droga. El caso es que si lo lograsen, el sistema dejaría de ser efectivo y por lo tanto, útil.
—¡Vale!, lo entiendo y creo que estoy de acuerdo, pero no termino de ver el beneficio —dijo Aldana un tanto contrariado.
—El beneficio es el hecho de que no hay delito impune —explicó el doctor—. Cualquiera que piense en cometer alguno sabrá que el final siempre es el mismo, siempre, sin excepción, y eso, con el tiempo, hará que nadie quiera cometerlos.
—Reconozco que me ha impresionado, la verdad, no lo esperaba —afirmó Aldana con cierta satisfacción.
—¿Entenderá que le pida replantearse la clausura del experimento?

Montes daba por informado al Estado de sus actividades, que por otra parte, había autorizado por medio de Leguade. No era culpa suya que éste no informase de ello a nadie. Se reclinó en su sillón buscando una postura cómoda y lejana a los buenos modales para esperar la respuesta de Aldana, que no tardó en llegar.

—No hace falta que me lo pida, he de reconocer que este asunto ha dado un giro de 180 grados. No cancelaré su financiación, de momento. Necesitaré conocer más a fondo el experimento… ¿cómo ha dicho que se llama? —preguntó Aldana tratando de hacer memoria.
—Janícula —se apresuró a decir el doctor, ahora con otra cara después de oír esas palabras.
—Janícula —repitió Aldana—. Necesitaré conocer más a fondo el experimento Janícula para evaluar sus posibles aplicaciones y, por tanto, su utilidad, si no tiene usted inconveniente.
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por lucia »

Este último capítulo recuerda a El informe de la minoría :roll:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por Tadeus Nim »

David P. González escribió:
Tadeus Nim escribió:Aigüanmor aigüanmor aigüanmor :60:

Ups, lo siento Lucia. :mrgreen:
¿Todavía no has perdido el interés Tadeus? Pues mañana, con el capítulo 8, se va a poner muy interesante la cosa, ya lo verás :402:
Yum yum. Empezamos a empezar a entrar en la chicha.

Para aclararme un poco. Todo esto forma parte de un episodio de una serie. Escenas. ¿Correcto?
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por David P. González »

Tadeus Nim escribió:Para aclararme un poco. Todo esto forma parte de un episodio de una serie. Escenas. ¿Correcto?
No sé lo que quieres decir con "escenas" Tadeus. No sé si sigues alguna serie de TV (supongo que sí), pues esto sería lo mismo. Este episodio sería el piloto :mrgreen:
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por Tadeus Nim »

Que cada publicación seria una "escena" o "secuencia" de la serie. Eso queria decir, pero ya lo tengo claro. Es el piloto de la serie.

Pregunta:

¿Es una serie de TV pasada a texto? (¿Transcrita? ¿Novelada? ¿Como se dice?) (No conozco ninguna serie de TV que sea esta, asi que asumo que la serie de TV estaria por hacer. No se si me he explicado...)

¿O es una adopción de formato?

Perdona que no sea capaz de decirlo mejor. Estoy de lunes. Pero de lunes total.
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David P. González
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por David P. González »

lucia escribió:Este último capítulo recuerda a El informe de la minoría :roll:
¿Y esos ojitos lucía? :roll:
No me estarás acusando de plagiar a Philip ¿verdad? :roll: :cunao:
Es cierto, recuerda a esa novela, y digo que es cierto porque no eres la primera que me lo dice, porque yo no me había dado cuenta :noooo:
Afortunadamente se queda en un recuerdo lucía, porque hay mucha diferencia entre ambas.
En "El informe de la minoría" (yo no he leído el libro, he visto la película), hay tres individuos con habilidades precognitivas que ven el futuro. En base a eso se crea una división precrimen para evitar que éstos ocurran, y se encierra a la gente por actos que no han llegado a realizar :shock:
En Janícula no hay adivinos y no se ve el futuro, se ve lo que la gente piensa y, por lo tanto, lo que va a hacer, delitos incluidos. El método por el que se lee el pensamiento, no solo es científicamente factible, es que el experimento del señor Greger es real y se publicó en dicha revista. Yo especulo con sus posibilidades. Además no se interviene en los delitos, como ha explicado el doctor Montes, se encierra a los delincuentes por actos que sí han cometido :mrgreen:
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David P. González
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por David P. González »

Tadeus Nim escribió:Que cada publicación seria una "escena" o "secuencia" de la serie. Eso queria decir, pero ya lo tengo claro. Es el piloto de la serie.

Pregunta:

¿Es una serie de TV pasada a texto? (¿Transcrita? ¿Novelada? ¿Como se dice?) (No conozco ninguna serie de TV que sea esta, asi que asumo que la serie de TV estaria por hacer. No se si me he explicado...)

¿O es una adopción de formato?

Perdona que no sea capaz de decirlo mejor. Estoy de lunes. Pero de lunes total.
No Tadeus, la serie no existe en TV. La estoy escribiendo directamente en este lenguaje (literario).
Supongo que se podría decir que es un formato o un producto nuevo en literatura (ahora vendrán los que han leído de todo y me dirán que ya existe :cunao: ).
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David P. González
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por David P. González »

9

Varias voces al otro lado de la puerta llamaron la atención de ambos contertulios. En seguida las voces se convirtieron en gritos y luego en un alboroto. Aldana estaba tranquilo. Sabía que los hombres que había allí fuera no dejarían que ninguna amenaza para él entrase a cumplir con su objetivo, cualquiera que fuese. Montes, por el contrario, se mostró extrañado y con cierta preocupación al reconocer en seguida algunas de las voces. Se levantó y caminó hacia la puerta para abrirla y descubrir lo que ocurría al otro lado. Sonia forcejeaba con los dos guardaespaldas de Aldana tratando de entrar en el despacho mientras Rodrigo permanecía quieto, diez pasos atrás, observando el espectáculo incrédulo.

—¿Puedo saber qué es lo que ocurre aquí? —preguntó el doctor en un tono duro sabiendo que no era rival para aquellos dos hombres altos e interminablemente anchos— ¡Suéltenla inmediatamente! —exigió.

Aldana, que se había levantado después del doctor y le había seguido hasta la puerta para satisfacer su curiosidad, asintió con la cabeza dirigiéndose a sus hombres, que soltaron a Sonia de inmediato.

—¿Es verdad que tiene usted controlados los movimientos de los vehículos de todo el personal? —preguntó ésta colocándose la maltrecha camisa tras el forcejeo.
—¿Cómo dices? —se extrañó Montes.
—Los malditos localizadores, no se haga el tonto —dijo ella, todavía excitada por el esfuerzo, mientras se abría camino hacia el interior del despacho.
—¿Pero qué es lo que pasa, a qué viene todo esto? —preguntó el doctor frunciendo el ceño sin entender nada—. Por si no os habéis dado cuenta estoy reunido —dijo señalando a Aldana.
—Pues la reunión ha terminado —espetó Sonia desafiante.

El doctor se disponía a terminar con la desfachatez de su empleada cuando Rodrigo se acercó a él y le entregó el parte con el pronóstico de Jano en el que se detallaba el delito que Cristóbal iba a cometer.

—No es posible —exclamó Montes en voz alta después de haberlo leído—. Pasa Rodrigo.

Rodrigo entró en el despacho y se detuvo al lado de su compañera expectante. El doctor cerró la puerta dejando al otro lado a los dos guardaespaldas e inició las presentaciones.

—Él es Rodrigo —empezó a decir señalando a unos y a otros—, es uno de los operarios del proyecto Jano. Ella es Sonia, se encarga de la seguridad, dentro y fuera del edificio. Él es Tomás Aldana, es del gobierno, está aquí para evaluar la viabilidad del experimento Janícula. Si os solicita algún tipo de información, se la facilitáis. ¿Cuándo ha salido esto? —preguntó acercándose a Rodrigo y enseñándole el parte que le había entregado unos segundos antes.
—Hará cuestión de una hora —contestó éste.
—¿Una hora dices? ¿Y dónde está Cristóbal ahora?
—Se ha ido, necesitamos que localice su coche, ¿puede hacerlo? —intervino Sonia exaltada.

Montes clavó la mirada en Rodrigo. Era consciente de sus habilidades y sabía que si alguien había descubierto los localizadores, ése era él.

—Yo la he dicho que no deberíamos buscarle, el protocolo… —pretendía explicarse Rodrigo interpretando mal la mirada del doctor, cuando Sonia le interrumpió.
—¡Al infierno el protocolo, esto no va a pasar, con su ayuda o sin ella! —gritó con énfasis dirigiéndose al doctor y señalando el parte que éste sostenía.
—Por favor, tranquilízate —empezó a decir Montes poniendo la mano en el hombro de Sonia con condescendencia—, no vamos a dejar que ocurra.

Rodrigo abrió los ojos como platos, no entendía nada y se dispuso a hablar cuando el doctor, que esperaba su reacción, le miró y se adelantó, resolviendo su duda.

—El protocolo no se puede aplicar a este caso.

Rodrigo no daba crédito a las palabras que acababa de escuchar y discurrió sobre ellas durante unos segundos sin encontrar la conclusión a la que había llegado el doctor.

—¿Cómo dice? —preguntó finalmente.
—Sí, explique eso, por favor —añadió Aldana sumándose a la conversación con sumo interés.
—Por supuesto —dijo el doctor con tranquilidad para asegurarse de que entendían lo que pretendía explicarles, sobre todo Aldana, que no estaba acostumbrado a aquellos términos y menos aún a los problemas que generaban sus proyectos—. El protocolo fue diseñado para los casos en los que la predicción de Jano es una consecuencia.
—Perdone —se apresuró a decir Aldana antes de que el doctor avanzase aún más en su explicación y se convirtiese en un galimatías para él—, ¿una consecuencia de qué?
—De nuestros pensamientos, por supuesto —continuó Montes ante la expectación que habían provocado sus palabras—. Imagine que delante suyo hay cinco puertas y sólo detrás de una de ellas hay un maletín con miles de euros que usted encuentra tremendamente atractivo —dijo dirigiéndose a Aldana para utilizarle en la recreación—. Usted posee un mapa que le proporciona información sobre la existencia de las cinco puertas, pero no le dice detrás de cuál de ellas se esconde el maletín. Así pues, sabiendo que dispone de cinco días para hacerse con él, establece un modus operandi determinando que el primer día abrirá la puerta número uno, el segundo día abrirá la puerta número dos, el tercer día abrirá la número tres y así sucesivamente. Jano sabe que el maletín se esconde tras la puerta número cuatro porque alguien lo puso allí, y ese alguien pensaba —hizo un gesto llevándose los dedos índice y corazón de cada mano hacia la cabeza y luego agitó todos los dedos de ambas manos hacia arriba indicando que Jano vería esos pensamientos—. Con todos esos datos, puede predecir que usted encontrará el maletín el cuarto día y decírnoslo a nosotros el día uno, o el dos, o incluso el tres y nosotros podríamos estar allí esperando con una botella de cava bien frío para celebrarlo. En un caso como éste, la predicción es consecuencia de sus pensamientos y los de quién escondió allí el maletín. Ahora imagine que usted no tiene ningún mapa y por lo tanto, esas cinco puertas no le despiertan el más mínimo interés. Jano sabe que detrás de la número cuatro se esconde un maletín con miles de euros y decide hacer una predicción, que usted la abrirá y lo encontrará, y además le proporciona dicha predicción. Usted, que no es estúpido en absoluto, se acerca a la puerta número cuatro, antes carente de interés, la abre y encuentra el maletín. En este caso, la predicción no es una consecuencia, sino la causa. Si no hubiera habido predicción usted no habría abierto la puerta y no habría encontrado el maletín.

Montes terminó su explicación y, a pesar de que los tres comprendieron la lógica de sus palabras y sabían que lo que decía era cierto, Rodrigo se resistía a transigir con aquella conclusión.

—Pero eso es imposible, eso quiere decir que… —empezó a decir Rodrigo
—Que Cristóbal conocía la predicción —le interrumpió el doctor— y, aunque no es seguro al cien por cien, la probabilidad de que dicha predicción sea la causa de lo que predice es demasiado elevada para ignorarla.
—Entonces tenemos un problema aún mayor que éste —dijo Rodrigo poniendo el dedo encima del parte que el doctor había dejado sobre la mesa.
—Mucho me temo que así es —contestó Montes con la mirada perdida y visiblemente preocupado.
—¿Un problema aún mayor? ¿De qué demonios está hablando? —preguntó Sonia contrariada.
—¿Sabe?, estaba a punto de hacerle la misma pregunta —dijo Aldana dirigiéndose al doctor al tiempo que señalaba a Sonia.
—Estoy hablando de que cuando una predicción es la causa de lo que predice, aunque pueda parecer una paradójica casualidad, no lo es en absoluto. En realidad está hecho a propósito —explicó Montes alternando la mirada entre Aldana y Sonia.
—¡Eso es imposible! —espetó ella acaloradamente—, nadie manipula las predicciones de Jano, es un proceso completamente estanco.
—Lo es —dijo el doctor mirándola a los ojos.

Sonia permaneció quieta y pensativa unos segundos bajo la inquietante mirada del doctor hasta que, al fin, llegó a la misma conclusión que él: el propio Jano había hecho esa predicción para provocar los hechos. Aldana tardó un poco más, pero también se percató. Tenían un grave problema, no obstante, tendría que esperar, ya que la prioridad era evitar esos hechos.

—De acuerdo, encontremos a su amigo, luego discutiremos con más detalle sobre ese problema —dijo Aldana dirigiéndose a Montes.
—Cierto, tiene usted razón —contestó el doctor cogiendo su Smartphone de la mesa—. Veamos… —pensaba en voz alta mientras lo manipulaba—, ¡aquí está!, se encuentra detenido en estas coordenadas: Latitud 40º 12’ 57.43’’ N, Longitud 3º 44’ 54.78’’ O.
—¡Venga vamos! —se apresuró a decir Sonia mientras se dirigía hacia la puerta esperando que los demás la siguieran—, ya me explicará luego eso de los localizadores —terminó de decir sin mirar a nadie.

El doctor tenía muchas cosas que explicar cuando todo aquello acabase.

—¿Y qué vamos a decirle? —preguntó Rodrigo en voz alta—. Él quiere evitarlo, como nosotros, pero si nos presentamos allí pensará que queremos cumplir con el protocolo y huirá.

Sonia se detuvo y se giró para escuchar, Rodrigo tenía razón.

—Cierto, no había pensado en ello —afirmó Montes pensativo.
—Yo hablaré con él —se ofreció Sonia con rapidez para salir de allí lo antes posible.
—Nada de eso —intervino el doctor señalándola con el dedo—, tu trabajo es mentir si es necesario para conseguir tus objetivos.
—Iré yo —dijo Rodrigo llamando la atención de Montes—, somos amigos, me escuchará.
—Por eso mismo no puedes ser tú —se negó el doctor poniéndole una mano en el hombro—, los amigos se mienten si consideran que así se protegen. Lo mejor es que sea yo quien hable con él —concluyó.
—De acuerdo entonces, vámonos ya —dijo Sonia con tono apresurado poniéndose de nuevo en marcha.
—Supongo que nos acompañará —dijo Montes dirigiéndose a Aldana que asintió con la cabeza como si la afirmación fuera obvia.
—Vendrá con nosotros dos en el coche… —empezó a decir Sonia refiriéndose al doctor y a sí misma.
—¿Nosotros dos?, ¿no hay sitio para mí? —interrumpió atónito Rodrigo.
—Tú volverás a Jano —intervino el doctor anticipándose a Sonia—, con nosotros no puedes hacer nada. Te mantendremos al corriente, no te preocupes.
—Lo siento Rodrigo, es mejor así —dijo ésta apoyando la decisión de Montes, luego se giró hacia Aldana y continuó—. Le decía que vendrá con nosotros. Si va a venir alguien más —señaló hacia la puerta para referirse a sus guardaespaldas—, deberán ir a mucha distancia; no nos conviene llamar la atención de Cristóbal y espantarle antes de poder siquiera hablar con él.
—Me parece bien —afirmó Aldana.

Aldana, Montes y Sonia se pusieron en camino hacia las coordenadas en las que se encontraba detenido el coche de Cristóbal. Rodrigo regresó a Jano, donde le esperaban un par de partes recientes, con sendos pronósticos, expedidos en su ausencia. Estaba tan afectado por todo lo sucedido que al introducirlos en la base de datos no se dio cuenta de que uno de ellos estaba ocurriendo en ese mismo instante, poniendo automáticamente en funcionamiento el sistema de avisos a la policía local.
Última edición por David P. González el 29 Ene 2013 12:02, editado 1 vez en total.
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Tadeus Nim
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por Tadeus Nim »

David P. González escribió:
Tadeus Nim escribió:Que cada publicación seria una "escena" o "secuencia" de la serie. Eso queria decir, pero ya lo tengo claro. Es el piloto de la serie.

Pregunta:

¿Es una serie de TV pasada a texto? (¿Transcrita? ¿Novelada? ¿Como se dice?) (No conozco ninguna serie de TV que sea esta, asi que asumo que la serie de TV estaria por hacer. No se si me he explicado...)

¿O es una adopción de formato?

Perdona que no sea capaz de decirlo mejor. Estoy de lunes. Pero de lunes total.
No Tadeus, la serie no existe en TV. La estoy escribiendo directamente en este lenguaje (literario).
Supongo que se podría decir que es un formato o un producto nuevo en literatura (ahora vendrán los que han leído de todo y me dirán que ya existe :cunao: ).
Lo audiovisual tiene unos recursos que con la palabra escrita son dificiles de suplir. Pero para eso esta el artista. :wink:

De momento a mi me gusta mucho. Cuando termine lo leere todo junto de nuevo. :60:

Dalo por hecho. Lo del formato. Somos muchos y casi todo probado. Por el modo de "distribucion" podria englobarse en el neo-folletin, que dicen que se va a poner de moda (yo creo que si se pone es por motivos comerciales) :cunao:
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lucia
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por lucia »

¿Y Sonia es de seguridad con la poca sangre fría que demuestra? :roll: :roll: A Aldana tampoco lo dejas muy bien en este capítulo, que parece lento de reflejos mentales.
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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David P. González
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por David P. González »

Tadeus Nim escribió:Dalo por hecho. Lo del formato. Somos muchos y casi todo probado. Por el modo de "distribucion" podria englobarse en el neo-folletin, que dicen que se va a poner de moda (yo creo que si se pone es por motivos comerciales)
Supongo que es eso, un neo-folletín :mrgreen:
lucia escribió:¿Y Sonia es de seguridad con la poca sangre fría que demuestra? :roll: :roll: A Aldana tampoco lo dejas muy bien en este capítulo, que parece lento de reflejos mentales.
Ten en cuenta, lucía, que a Sonia (y a todos, menos a Aldana), este caso le afecta en lo personal.
Lo de Aldana yo lo veo lógico. Él no sabe si conoce todos los factores de la ecuación, por lo tanto no puede llegar a una conclusión tan rápido como los demás. Se le ve como pez fuera del agua, que es como está entre científicos, siendo un hombre de letras.
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David P. González
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Re: Janícula - episodio 1 (Suspense/CienciaFicción)

Mensaje por David P. González »

10

Cuando el coche de Esther se aproximó a su casa, el portón del garaje empezó a elevarse. Rodrigo les había instalado, a ella y a Cristóbal, un controlador de radiofrecuencia que se activaba automáticamente a una distancia de unos 20 metros. Dentro no había ningún vehículo, lo que decepcionó a Esther, que estaba segura de que iba a encontrar allí a su marido. Confundida y dudando de si estaba en lo cierto cuando creyó oír que Cristóbal conducía mientras hablaba con ella, guardó el coche, cerró el portón y entró en la casa para hacer una llamada de teléfono. Quería comprobar si su marido se encontraba en su puesto de trabajo.

En la planta de arriba, Juan y Roberto se esmeraban en abrir cajones buscando joyas y dinero. De repente, Roberto se detuvo y agarró el brazo del segundo para que dejase de hacer ruido.

—Hay alguien en la casa —dijo con su voz lánguida.
—¿Bromeas? —contestó Juan ignorando la advertencia de su compañero y retomando su labor.
—No tronco —continuó Roberto agarrando de nuevo el brazo de Juan—, se ha oído la puerta del garaje y el motor de un coche, te doy mi palabra.

Su insistencia hizo que Juan le prestase atención, aunque éste creyera que sólo fuese para comprobar que no decía más que tonterías y que en la casa no había nadie más que ellos, y que el ruido que había oído era el de ellos mismos revolviendo cajones. Ambos se acercaron a la puerta de la habitación, donde permanecieron inmóviles, sin hacer el más mínimo ruido, mirándose el uno al otro y escuchando. Nada, sólo silencio. Juan clavó la mirada en su amigo haciéndole entender que le estaba haciendo perder un tiempo precioso y se giró para continuar con su búsqueda cuando el agua descargada por una cisterna que provenía del piso inferior provocó el pánico de Roberto.

—¡Te lo he dicho tronco, que había alguien en la casa! —balbuceó nervioso moviéndose de un lado a otro—, nos han pillado, nos han pillado…
—¡Joder! —espetó Juan llevándose las manos a la cabeza y tratando de pensar qué hacer—. ¡Estate quieto, coño, que me estás poniendo nervioso! —le gritó a su compañero que no paraba de moverse y tartamudear.
—¡Vaya marrón colega, nos van a enchironar!
—Todavía no saben que estamos aquí ¿vale? —dijo Juan en voz baja y con calma para tranquilizar a su amigo.
—¿Y qué hacemos? —preguntó Roberto esperando que su compañero resolviese la situación.
—Vale, dame la pistola —dijo Juan extendiendo la mano hacia su amigo y mirando al pasillo.
—¿La pistola?, ¡no jodas tronco, yo me piro…! —lloriqueó mientras hacía ademán de salir de la habitación con la clara intención de abandonar la casa.

Juan le cogió del brazo y le metió de nuevo en el dormitorio de un tirón para que no alertase de su presencia a quien quisiera que estuviese allí abajo.

—¿Qué coño crees que estás haciendo? ¿Es que quieres que nos trinquen? —dijo dirigiéndose a su amigo en voz baja, aunque notablemente enojado.
—No tronco —contestó éste entre sollozos—, pero, ¿la pistola?, no somos asesinos, asesinos no, la pistola no tronco…— deliraba presa del pánico.
—No vamos a matar a nadie ¡joder!, pero ¿y si ahí abajo hay dos tipos de dos metros de altura?, ¿qué podríamos hacer en una situación como ésa sino amenazarles con un arma? —explicó haciendo recapacitar a su compañero.
—Tienes razón tronco, se me ha ido la olla, perdona —se disculpó, más tranquilo, y le entregó la pistola.

Juan empuñó el arma sin amartillar y los dos salieron al pasillo despacio, mirando a todas partes. Juan iba delante arrimado a la pared y despacio, para hacer el menor ruido posible. Roberto iba detrás, muy asustado y sin dejar de mirar hacia atrás. Al llegar a la escalera que comunicaba las tres plantas que tenía la casa, Juan miró arriba y abajo y empezó a bajar los escalones seguido de su amigo, que parecía una prolongación suya. Una vez abajo, Juan pudo ver lo que parecía un lavabo y un espejo a través de la rendija de una puerta entreabierta enfrente de ellos. Se acercó despacio y la abrió con un movimiento lo suficientemente rápido como para sorprender a quien se encontrase en su interior y bloquear así su reacción, pero lo suficientemente sigiloso como para que, si no hubiese nadie dentro, no llamase la atención de quien lo había usado hacía tan sólo unos segundos. Estaba vacío. La cisterna dejó de llenarse y el silencio evidenció una voz que procedía del salón. Los dos hombres caminaron con precaución hasta la puerta y miraron con cautela. Vacío, pero la puerta que daba al jardín estaba abierta. La voz venía de allí fuera. Era femenina, lo que tranquilizó a ambos, «quizás la dueña de la casa», pensó Juan. Habían vigilado durante semanas y se suponía que estaría vacía, pero que los dueños de la casa aparecieran echando a perder meses de rutina intachable era algo con lo que siempre tenían que contar. Avanzaron despacio hacia la puerta del jardín, pero esta vez, Juan empuñaba el arma a la altura de los ojos y apuntaba al frente con ella, no se fiaba de lo que pudiera encontrarse.

—¡Cuidado tronco! —trató de gritar Roberto todo lo fuerte que pudo sin dejar de susurrar, para llamar la atención de su amigo.

Juan estaba tan concentrado en la puerta que no se había dado cuenta de que al ir arrimado a la mesa, usándola como punto de referencia al mantener el contacto para no tener que apartar la mirada del frente, había arrastrado un paño a lo largo de toda ella, llevándose consigo un centro de mesa, una bombonera de cristal de murano y un juego de tres velas cuadradas aromáticas con un olor a lavanda bastante intenso. Por supuesto, nada cayó al suelo. Ambos, de forma automática, se entregaron a la tarea de devolver a la mesa su aspecto original, sin percatarse de que la voz que venía del jardín había dejado de oírse. Cuando terminaron de colocarlo todo y se dieron la vuelta para retomar su camino, una figura los miraba desde el marco de la puerta. El contraluz no permitía distinguir su rostro de cualquier otro, pero su vestido no dejaba lugar a la duda, era una mujer.

—¡Quieta! —gritó Juan convencido, pero al hacer ademán de apuntar con la pistola se sintió estúpido al verla encima de la mesa, al lado de la bombonera.

Esther echó a correr por el único lugar por el que podía alejarse de ellos, por el jardín. Juan recogió la pistola de encima de la mesa y la persiguió mientras Roberto permanecía en el salón, inmóvil, sin saber qué hacer. Esther flanqueó la casa hasta la puerta principal, la abrió, entró y cerró la puerta rápidamente tras de sí dejando fuera a Juan.

—¡Joder, me cago en la puta! —gritaba éste exasperado, apuntando y tratando de disparar a la cerradura una y otra vez sin conseguirlo—. ¡Pero qué mierda es esta, si no dispara! —vociferó irritado antes de coger carrerilla y darle una patada a la puerta con tanta fuerza que rebotó escaleras abajo—. ¡Putas películas! —masculló.

Se levantó, se tocó la pierna con la que había pateado la puerta y acto seguido echó a correr para volver sobre sus pasos y entrar en la casa por donde había salido, por la puerta del jardín.
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