Del velero de cartón en busca de la barquita de papel (Rel.)
Publicado: 08 Feb 2016 20:20
Nace este relato a partir de este otro Niño poeta en barquita, de la salerosa Estrella de Mar.
Estrella espero que te guste este intento de abordaje a tu barquita de papel.
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DEL VELERO DE CARTÓN EN BUSCA DE LA BARQUITA DE PAPEL
Salió con la ilusión prendida del alma al campo de las luciérnagas, dicen que la vieron bailando rodeada de lucecitas poco antes de medianoche, que cientos de estrellitas pintaban para ella relatos de mar y de viento, de remolinos y tormentas; pero luego nadie recuerda cómo desapareció de aquel campo una vez se le prendió el alma.
Con la sonrisa marcando el camino, Catalina se hizo con su faro particular, un pequeño bichito que le habría de alumbrar en la larga travesía tras los requiebros de su niño poeta. Se arrancó el cabello más largo, aquel que con sus tirabuzones le soplaba canciones de noche tintada en luna a su oído más tierno. Con tan apasionado sedal ató el faro-luciérnaga para que la guiara en el periplo nocturno que vendría, mientras su cuerpo dormitaba y sus piernas caracoleaban en pos del olor de la sal de colores, vertida al aire desde la cubierta de papel de una pequeña barquita en fondeadero de porcelana.
El mozo más trasnochado de la lonja jura y rejura que vio a la tal señora muy atareada juntando todas las cajas de cartón que pudo encontrar bien cerquita del muelle. Entre el sopor del vapor de aguardiente creyó escuchar un plan de lo más disparatado, pero que no podía ser mentira si venía de una mujer con unos ojos tan perturbadoramente serenos y llenos de lo que él dio en llamar chispitas de amor. Qué bonitos tiene usted los ojillos, le soltó destrabando la lengua. Son los que tengo, me los concedió un diminuto timonel que vino a gobernar en mi platillo las noches de mi mayor ventura; ahora debo buscarlo, pues ha partido a puertos extraños y se ha llevado en su barquita mi corazón como vela. Déjame ahora, que debo botar un velero todo hecho de cartón, pues espero que sea resistente y veloz, para poder llevar mi cuerpo libremente por las mareas del destino, que porfiarán por enterrar mis anhelos en el fondo de un océano de lágrimas y turbación.
Noche mágica aquella, pues con laboriosa paciencia Catalina dio forma a un velero que no debía medir más de una pierna, pues se dijo que si descansaba solo podía ser sentada, pues tumbada perdería el rumbo, más cercana al tumultuoso oleaje del grato recuerdo perdido que al hermano viento que transportaba los ecos de los versos encandilados de su niño poeta. Calafateó el navío con la pegajosa penuria que se le había agarrado al dobladillo de su vestido de plata, logrando así que todo quedara firme mientras su espíritu se veía desprendido de un peso muerto que ningún bien le hacía. Me hacen falta dos velas, dos motorcitos que me hagan cabalgar sobre el azul marino y el blanco espumoso al trote del compás de mi esperanza. Y cerró los ojos y dejó que los recuerdos hermosos tejieran la trama, zurcieran retales y emprendieran la tarea de unirlos a los mástiles del velero.
Con una sonrisa traviesa al abrir los ojos, y mientras la luciérnaga aplaudía conmovida, descubrió como el extraordinario velamen, de color celeste pintado, se elevaba en el cielo hasta hacerle cosquillas a las esquivas nubes. Catalina no perdió tiempo, dio paso a la botadura con un beso, de esos que suenan a amor sincero, a cariño encantado, y se echó a la mar afianzado el timón entre sus mejillas rosadas y sus pestañas erizadas de determinación.
La última visión del muchacho estibador fue la de un pequeño velero de cartón, con las velas hinchadas y la mujer de los ojos de amorosos lunares de pie sobre la cubierta, acunando con cariño una pequeña lucecita mientras lanzaba al viento versos de tan hermosa factura que nuestro mozo lloró de un tirón todo el alcohol que había atesorado todos los días, con sus noches, de su desatada existencia.
Estrella espero que te guste este intento de abordaje a tu barquita de papel.
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DEL VELERO DE CARTÓN EN BUSCA DE LA BARQUITA DE PAPEL
Salió con la ilusión prendida del alma al campo de las luciérnagas, dicen que la vieron bailando rodeada de lucecitas poco antes de medianoche, que cientos de estrellitas pintaban para ella relatos de mar y de viento, de remolinos y tormentas; pero luego nadie recuerda cómo desapareció de aquel campo una vez se le prendió el alma.
Con la sonrisa marcando el camino, Catalina se hizo con su faro particular, un pequeño bichito que le habría de alumbrar en la larga travesía tras los requiebros de su niño poeta. Se arrancó el cabello más largo, aquel que con sus tirabuzones le soplaba canciones de noche tintada en luna a su oído más tierno. Con tan apasionado sedal ató el faro-luciérnaga para que la guiara en el periplo nocturno que vendría, mientras su cuerpo dormitaba y sus piernas caracoleaban en pos del olor de la sal de colores, vertida al aire desde la cubierta de papel de una pequeña barquita en fondeadero de porcelana.
El mozo más trasnochado de la lonja jura y rejura que vio a la tal señora muy atareada juntando todas las cajas de cartón que pudo encontrar bien cerquita del muelle. Entre el sopor del vapor de aguardiente creyó escuchar un plan de lo más disparatado, pero que no podía ser mentira si venía de una mujer con unos ojos tan perturbadoramente serenos y llenos de lo que él dio en llamar chispitas de amor. Qué bonitos tiene usted los ojillos, le soltó destrabando la lengua. Son los que tengo, me los concedió un diminuto timonel que vino a gobernar en mi platillo las noches de mi mayor ventura; ahora debo buscarlo, pues ha partido a puertos extraños y se ha llevado en su barquita mi corazón como vela. Déjame ahora, que debo botar un velero todo hecho de cartón, pues espero que sea resistente y veloz, para poder llevar mi cuerpo libremente por las mareas del destino, que porfiarán por enterrar mis anhelos en el fondo de un océano de lágrimas y turbación.
Noche mágica aquella, pues con laboriosa paciencia Catalina dio forma a un velero que no debía medir más de una pierna, pues se dijo que si descansaba solo podía ser sentada, pues tumbada perdería el rumbo, más cercana al tumultuoso oleaje del grato recuerdo perdido que al hermano viento que transportaba los ecos de los versos encandilados de su niño poeta. Calafateó el navío con la pegajosa penuria que se le había agarrado al dobladillo de su vestido de plata, logrando así que todo quedara firme mientras su espíritu se veía desprendido de un peso muerto que ningún bien le hacía. Me hacen falta dos velas, dos motorcitos que me hagan cabalgar sobre el azul marino y el blanco espumoso al trote del compás de mi esperanza. Y cerró los ojos y dejó que los recuerdos hermosos tejieran la trama, zurcieran retales y emprendieran la tarea de unirlos a los mástiles del velero.
Con una sonrisa traviesa al abrir los ojos, y mientras la luciérnaga aplaudía conmovida, descubrió como el extraordinario velamen, de color celeste pintado, se elevaba en el cielo hasta hacerle cosquillas a las esquivas nubes. Catalina no perdió tiempo, dio paso a la botadura con un beso, de esos que suenan a amor sincero, a cariño encantado, y se echó a la mar afianzado el timón entre sus mejillas rosadas y sus pestañas erizadas de determinación.
La última visión del muchacho estibador fue la de un pequeño velero de cartón, con las velas hinchadas y la mujer de los ojos de amorosos lunares de pie sobre la cubierta, acunando con cariño una pequeña lucecita mientras lanzaba al viento versos de tan hermosa factura que nuestro mozo lloró de un tirón todo el alcohol que había atesorado todos los días, con sus noches, de su desatada existencia.