El suicida (Microrrelato)
Publicado: 17 Feb 2016 13:43
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EL SUICIDA
Una mañana Josef K. decidió pegarse un tiro. El arma (una Mauser C96) provenía de la herencia de su padre. El lugar elegido fue el amplio salón del casón dieciochesco donde habitaba solo, situado a las afueras de Praga.
Tomó un desayuno frugal: dos tostadas con mermelada de ruibarbo y un café con leche, corto. Anduvo durante largo rato por el jardín trasero, como acostumbraba siempre al rayar el alba, pues gustaba de admirar el rocío matutino. Durante el paseo volvió a reflexionar, pues el hombre clásico es un manojo de rutina, ideas y tradición, sobre cuestiones triviales: la calma templada de septiembre, la dificultosa pronunciación de la palabra eichhörnchen en el idioma alemán, el tupido mostacho del emperador. Escribió una escueta nota para un destinatario incierto: aquel que primero se topase con el fiambre. En ella se podían leer los versos de An die Parzen, de Hölderlin, y su deseo de ser incinerado. Las cenizas, a ser posible, habían de ser esparcidas en el Moldava.
Alrededor de las diez cruzó el viejo portón de madera que precedía al salón. El pulso era firme, y el gesto de colocarse la Mauser en la sien fue casi automático, un reflejo. Sin embargo, y pese a que creía haber resuelto todo antes del último acto, en el momento de apretar el gatillo recordó que había olvidado un pequeño detalle: un motivo para matarse.
EL SUICIDA
Una mañana Josef K. decidió pegarse un tiro. El arma (una Mauser C96) provenía de la herencia de su padre. El lugar elegido fue el amplio salón del casón dieciochesco donde habitaba solo, situado a las afueras de Praga.
Tomó un desayuno frugal: dos tostadas con mermelada de ruibarbo y un café con leche, corto. Anduvo durante largo rato por el jardín trasero, como acostumbraba siempre al rayar el alba, pues gustaba de admirar el rocío matutino. Durante el paseo volvió a reflexionar, pues el hombre clásico es un manojo de rutina, ideas y tradición, sobre cuestiones triviales: la calma templada de septiembre, la dificultosa pronunciación de la palabra eichhörnchen en el idioma alemán, el tupido mostacho del emperador. Escribió una escueta nota para un destinatario incierto: aquel que primero se topase con el fiambre. En ella se podían leer los versos de An die Parzen, de Hölderlin, y su deseo de ser incinerado. Las cenizas, a ser posible, habían de ser esparcidas en el Moldava.
Alrededor de las diez cruzó el viejo portón de madera que precedía al salón. El pulso era firme, y el gesto de colocarse la Mauser en la sien fue casi automático, un reflejo. Sin embargo, y pese a que creía haber resuelto todo antes del último acto, en el momento de apretar el gatillo recordó que había olvidado un pequeño detalle: un motivo para matarse.