El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

[jilguero]

Llegó con las avefrías y rodeada de niebla...

[Estrella de mar]

Qué sugerente, pajarillo.

[Estrella de mar]

¡Te has vuelto a poner a Pin!

[jilguero]

¡Te has vuelto a poner a Pin!

Ergo...

[Estrella de mar]

¿Ergo existes?

Estoy un poco espesita, al parecer. Voy a darle un par de vueltas a ver si se me enciende la

[jilguero]

¿Ergo existes?

Estoy un poco espesita, al parecer. Voy a darle un par de vueltas a ver si se me enciende la

Niña Mona, qué buen fichaje hemos hecho para la operación Casiopea. Creo que nuestra Cata es perfecta para ocuparse del diario de abordo.
Astutamente, ha venido sin las botas katiuskas, solo a ver si la jefa de expedición era de fíar.
Espero haberla convencido de que el equinodermo con ínfulas de grandeza y el jilguero cotorra somos dos compañeras de viaje la mar de entretenidas.

[jilguero]

¡Buenos días, Santa Catalina!
Así es la vida, una de cal y otra de arena: anoche me acosté tan contenta, pensando que habías hecho mi deseo realidad y, al despertarme, me entero de que él, Leonard Cohen, ya no nos cantará nunca más.
Y venía en el bus canturreando sus canciones y pensando en toda la gente que ha hecho que ame tanto la vida y que ya no están, y he caído en la cuenta de que a partir de ahora nos toca vivir las nuestras todavía con más intensidad. Manos a la obra, pues.

https://www.youtube.com/watch?v=YuCpTi0EtbU

Te pongo este video porque me conmueve. Ya no era joven pero si cierras los ojos y lo escuchas, la fuerza de sus palabras era todavía mayor que cuando era joven, como si él estuviera justo haciendo eso, viviendo la vida con la intensidad que se merece, con la intensidad del que por fin sabe.

[jilguero]

Como habrás visto, Santa Catalina, hoy están hablando de él en todas partes y he leído que el pasado mes de julio, días antes de la muerte de Marianne, su musa de algunas canciones, le escribió una carta de despedida: "...pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía... Solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga.".

Y he sentido envidia, no porque Marianne fuese antaño su amante (eso no es tan difícil de conseguir), sino por ese "Adiós, vieja amiga" justo antes de levantar ambos el vuelo. Sí, envidia por ese otro sentimiento mucho más profundo y perdurable que es la amistad

[jilguero]

¡Buenos días, Santa Catalina!
Resulta que se me ha ocurrido poner a Leonard Cohen mientras limpio y no veas como tengo los ojos ya.
¿Sabes? A mi santa catalina no le gustaba. La pobre menudo martirio tenía conmigo. Imagínate, Sevilla, pleno verano, de cuarenta grados para arriba, la casa en penumbra y todos refugiados dentro. Entonces no había aires acondicionados o, si los había, nosotros no teníamos dinero para ello.

Jilguero se metía debajo de una cama porque era el lugar más fresco de la casa y ponía a Leonard Cohen. Y mi santa catalina que se veía obligada a seguir trajinando a pesar del calor (tocaba tener todo limpio y a nosotros bien alimentados), cuando pasaba por el pasillo, me decía: "¡Hija mía, ¿cómo te puede gustar ese hombre tan triste?". Pero con esa resignación generosa que tienen las madres, pasaba de largo y me dejaba que siguiera escuchándolo.

Algún día te contaré la que se montó en mi casa el día en que se casaba mi hermana mayor, en agosto, con mi otra hermana abanicando a la novia para que no sudara. Y con un olor a nardos (el ramito de la novia) magnífico pero también mareante. Madre mía, qué tiempos estoy recuperando hoy de la mano de Leonard Cohen...

Espero que no siga pensando lo mismo, porque desde ayer él ya está también de ese otro lado de la realidad. Bueno, ella es la mar de sociable y dicharachera, y seguro que sabrá salir del paso contándole que ella tenía una hija que escuchaba sus canciones y bla, bla, bla. Aunque no le dirá que lo hacía debajo de la cama por considerarlo un detalle "deshonrible"

[Estrella de mar]

Si cierras los ojos, creo que podrás sentir mi abrazo.

[jilguero]

¡Buenos días, Santa Catalina!
Espero que tanto comentario adverso no te haya empañado la historia de Sierva María.
A mi me sigue gustando mucho y contenta estoy de habertela dedicado.
Para que veas el avatar revelador mejor te lo cuelgo aquí. ¿Reconoces a la niña de los ojos garzos? ¿Reconoces al trovador?

Sierva María.jpg

Esta tarde te cuento una cosa muy curiosa que me pasó ayer. Ahora no puedo que estoy trabajando. [/color]

[Tolomew Dewhust]

¡¡Flipando me hallo!!

[Estrella de mar]

¡Qué gracioso el avatar! El relato es mu bello, pajarillo.

con el trovador.

[lucia]

El dibujo es precioso, jilguerillo.

[jilguero]

No apto para los poetas amantes de la originalidad. Por favor, Caleto no leas esta pamplina que tiene criaturas de las que tú encuentras ya manidas.

Después de leer un texto de Mª Luisa Bombal (una autora muy desigual pero que tiene su pellizquito poético, que diría Caleto), cuando todavía tenía en la cabeza sus palabras (un fondo marino iluminado por esponjas y lleno de actinias, corales y hasta de sirenitas llorosas bajo las caracolas), mi cabeza, que tiende a mezclarlo todo, lo unió con otra historia que me contaron hace unos días. Esto es una pamplina pamplina y sin pulir. Te la cuelgo, Santa Catalina, porque hay confianza .

El susurro de las olas

Ayer tarde cerré los ojos y vi a una niña de pelo muy largo que, desde una roca, escuchaba el susurro de las olas. Se quedaría allí para siempre, pensaba ella.

Luego la vi entrar en el agua en compañía de su padre que pretendía enseñarla a nadar. Pero en un descuido las olas se la arrancaron de las manos.

Cuando la niña abrió los ojos, solo vio oscuridad. Muerta ya de miedo, no pudo evitar el seguirse hundiendo.

De súbito el mar se iluminó y, a la luz dorada de las esponjas, vio corales blancos, actinias verdes y rojas, peces de terciopelo sombrío y caballitos de mar con crines de algas.

Giró entonces sobre sí misma como una bailarina y el pelo se le arremolinó hacia arriba.

Ya no tenía miedo, pero echaba de menos el rugir del mar. Se agachó a recoger una caracola y debajo halló una sirenita llorosa.

Cuando la niña le preguntó qué le pasaba, la sirena le respondió que allí ni siquiera dentro de las caracolas se escuchaban las olas.

La niña se puso la concha en la oreja y, desolada, comprobó que la sirenita tenía razón; y justo antes de que ella se echase a llorar, una mano la agarró por la melena.

Han pasado muchos años. La niña ha crecido y ya no se acuerda de lo que vio el día en que estuvo a punto de convertirse en sirena.

Pero la naturaleza es terca, y todavía hoy le gustaría vivir cerca del mar porque añora el susurro de las olas.