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Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 24 Nov 2016 10:10
por prófugo
jilguero escribió:
lucia escribió:Ostras, Tolo, salvo las letrillas del final, el resto no parece tuyo. ¡Qué desastre de escrito, a pesar de lo divertido! :lol: :lol:
Jefa, el foro va ya a una velocidad de vértigo. :D
De ese tema ya nos encargamos Estrellita y yo...

De la que nos salvamos :-)

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Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 24 Nov 2016 10:51
por jilguero
prófugo escribió:
jilguero escribió:
lucia escribió:Ostras, Tolo, salvo las letrillas del final, el resto no parece tuyo. ¡Qué desastre de escrito, a pesar de lo divertido! :lol: :lol:
Jefa, el foro va ya a una velocidad de vértigo. :D
De ese tema ya nos encargamos Estrellita y yo...

De la que nos salvamos :-)

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Anda, Santa Catalina, mira quien ha venido hoy de visita, el jefe de la expedición a la cima del Pynchoncito :mrgreen:

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 24 Nov 2016 11:32
por Tolomew Dewhust
Pues resulta, pollita, que donde habitualmente paro no proceden al fregado de la azotea...

Mira cómo son las cosas que volví a los dos días a la peluquería de señoras para preguntar la diferencia, en términos pecuniarios, de cortarme el cabello con lavado posterior (o final feliz, podemos también llamarle, ¿por qué no?) y el cortármelo sin lavado... resultando que de uno a otro solo media un euro.

Total, que ahora voy cada dos días a que me lave la cabeza por un euro la donna. ¿Ha hessho o no ha hessho? :boese040:

:cunao:

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 24 Nov 2016 12:48
por Estrella de mar
el pelos escribió:Estrella zen, a ver si lo superas... que hasta Lu dice que es un bodrio, :133:.
Es imposible. :lol: Milagritos a Lourdes, azotea fregada. :cunao:
pollita pudorosa escribió:Por cierto, Caballita, a pesar de que le he colocado el antifaz el canario se ha dado cuenta de que no eres una pollita de agua sino un calamón. :meparto:
¿No soy una pollita de agua? :shock: ¡Muero de risa! :meparto: :meparto:
La de cosas que aprendo contigo, jilguerito. :lol: Calamón... ¿Será una casualidad necesaria que la raíz de su nombre sea "Cal"? :meditando: :boese040:

No te vas a librar, voy rauda a colocarme una pollita de agua de verdad. :cunao:
sinpecadoconcebido escribió:De ese tema ya nos encargamos Estrellita y yo...

De la que nos salvamos :-)
:lol: :lol:
No lo sabes bien. Me temía que Luci nos persiguiera por todo el foro churro en mano. :cunao:

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 24 Nov 2016 20:59
por jilguero
Santa Catalina, con tanto comentar relatos se me había olvidado colgarte una fotito del atardecer de hoy en la playita de las Mujeres que era, si cabe, todavía más bonito. :roll:

Bueno, como veo que la equinoderma se nos ha vestido de pollita de agua auténtica, hoy la foto va para ambas. :60:

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 25 Nov 2016 19:07
por lucia
Pues si la operación Casiopea es irse a un cenote, me apunto, pero conste que si me sacáis de las aletas, las gafas y el tubo, no sé bucear :lol:

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 25 Nov 2016 19:16
por jilguero
lucia escribió:Pues si la operación Casiopea es irse a un cenote, me apunto, pero conste que si me sacáis de las aletas, las gafas y el tubo, no sé bucear :lol:
Todavía no está claro casi nada, salvo que tendremos flequillo y necesitaremos una experta peluquera.
Pero Estrellita habla en su firma de unas alas con cenotes y eso me hace pensar que, de una u otra forma, acabaremos zambulléndonos en uno de ellos en compañía de los calamones y las pollitas de agua. :D

Santa Catalina, ya sabes, podemos contar con la jefa que, según parece, no es experta buceando pero sí cortando flequillos. :mrgreen:

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 25 Nov 2016 20:34
por lucia
Mientras no me pidáis que vuelva a dejarme flequillo yo, corto lo que me pidáis :lengua:

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 25 Nov 2016 22:40
por jilguero
lucia escribió:Mientras no me pidáis que vuelva a dejarme flequillo yo, corto lo que me pidáis :lengua:
Vale, haremos una excepción y te permitiremos participar sin flequillo. Pero ya te aviso que es fundamental para que los calamones no te den la lata. Cuando acuerdes andarás como Konrad Lorenz solo que, en vez de rodeada de patos, estarás rodeada de calamones :mrgreen:
http://adam.cas.sk/clanky/16470/uzasny- ... logiu.html

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 25 Nov 2016 22:47
por jilguero
Estas frasecitas de Gragorio Marañón se las vamos a colgar a Caleto, que anda en fase meditativa y le puede sacar provecho. :dentadura:

Vivir no es sólo existir,
sino existir y crear,
saber gozar y sufrir,
y no dormir sin soñar.
Descansar, es empezar a morir
:roll:
¡Qué jartible es Jilguero!, dilo, dilo, que tienes mucha razón. :wink:

PD: esa coma detrás de "Despertar" yo no la veo correcta pero no me he atrevido a corregir a Don Gregorio

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 26 Nov 2016 15:18
por jilguero
Ya falta menos para dar inicio a la Operación Casiopea. Espero, Santa Catalina (Cata en adelante), que lo tengas ya todo dispuesto. Mete en la maleta las botas katiuskas, por favor, que allí seguro que te harán falta. :wink:

Ando ultimando el reparto de funciones durante el viaje. Ya te adelanto que habrás de encargarte del cuidado del embrión de varón que nos llevaremos rumbo a Casiopea. Bueno, uno o dos, ya se verá, según la capacidad de la cámara nodriza. Según mis informes, eres la única con experiencia en esa tarea y más vale ir sobre seguro. No nos conviene la presencia masculina durante el viaje para no tener confrontaciones ni distracciones banales, pero conviene llevarse algún embrioncillo por si acaso decidiéramos establecer una colonia allí. :dentadura:

La jefa (Lu en adelante) se ocupará de los cortes de flequillo (en ausencia de gravedad el pelo crece una barbaridad y es esencial tener los ojos despejados) y de los quiromasajes cefálicos. Dada su acreditada capacidad telepática, la Niña Mona (Mona en adelante) se encargará de la comunicación con el exterior. :164nyu:

Por mi parte, como jefa de la expedición, me corresponderá encargarme de la redacción del diario de a bordo oficial, a parte de ser responsable de que todo transcurra de acuerdo con las ordenes recibidas :salute: : sobres lacrados que deberé ir abriendo en fechas concretas (¡hasta yo iré a ciegas! :shock: ).

Avisada quedas. :lol:

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 26 Nov 2016 20:22
por Estrella de mar
¡Qué ilu, pajarillo! :128: :lol:
No nos conviene la presencia masculina durante el viaje para no tener confrontaciones ni distracciones banales
:meparto:
conviene llevarse algún embrioncillo por si acaso decidiéramos establecer una colonia allí.
:shock:
Dada su acreditada capacidad telepática, la Niña Mona (Mona en adelante) se encargará de la comunicación con el exterior.
:salute:

¡Esto promete, Catalinita! :alegria:

Capitana pollita sensata, me encuentro en disposición de confirmar que Cata y yo estamos preparaditas para todito todo. :361: (Me he comunicado con ella a través de una botella con barquita). :lol:

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 27 Nov 2016 12:32
por jilguero
Para pasar el tiempo mientras nos llega la orden de ponernos en marcha, y dado que la mañana está lluviosa y yo sin muchas ganas de esforzarme en orillar la realidad, he empezado a poner en azul la anécdota de mi abuela con el cangrejo de río. Una historia mínima, Santa Catalina, que te podría contar en un pispás. Pero tienes la habilidad de tirarme de la lengua y me he ido tanto por las ramas que me he cansado antes incluso de llegar a esa noche. :mrgreen:

En el siguiente mensaje te cuelgo lo que llevo. Ya sabes, casi tal cual me sale, cargadito de esas subordinadas y explicativas que tanto enfadan a los demás. :icon_mutis:

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 27 Nov 2016 13:20
por jilguero
El cangrejo de río

La anécdota que hoy pretendo contarte, Santa Catalina, es en sí misma bastante insignificante. Pero revela cierta faceta oculta del carácter de mi abuela. Casi me atrevería a decirte que pone en evidencia que, si bien ella fue ama de casa ―lo estipulado siendo mujer en la primera mitad del siglo XX―, podría haber sido una excelente bióloga. Mas a fin de que entiendas bien la situación, antes de hablarte de la noche en la que mi abuela trasnochó por culpa de un cangrejo de río, es mejor que haga un preámbulo y te muestre el contexto en el que eso tuvo lugar.

Cuando murió mi abuelo ―ese que era médico a la antigua usanza, pintor de trazo libre y malogrado cazador de perdices con reclamo―, sus dos hijas acordaron que mi abuela no debía vivir sola. Pasaría la mitad del año con mi tía y la otra mitad con nosotros. La casa del pueblo permanecería cerrada salvo en el verano, en el que los miembros de ambas familias acudiríamos a pasar unos días juntos. Y mi abuela, a la que le abrumaba la soledad de esa casa en la que siempre había vivido acompañada, secundó el plan con una sumisión encomiable.

Y digo lo de la sumisión porque, hasta que se quedó viuda, ella había representado para nosotros, los nietos, el lado más contestatario y menos amable de la pareja. Los años me han hecho comprender la razón. Algo tan simple como que era el abuelo quien, por ejemplo, nos invitaba a compartir con él un té aderezado con unas gotitas de anís, pero era sobre ella sobre quien recaía el trabajo extra de sacar más piezas de la vajilla y el de luego recogerlas. Porque, como después veremos, mi abuela era muy ordenada y tenía la manía de tenerlo todo siempre guardado y empaquetado ―me refiero a mi abuela materna, la del pelo tirante y el moño en la nuca, porque la otra, la paterna, era una especie de niña grande, desordenada pero bien humorada, que usaba, como Edelmira Thompson de Mendiluce, un bisoñé al que jocosamente denominaba “sombrerito práctico” ―. Y por eso, porque debía sacar más tazas cuando mi abuelo gritaba «¡Laura, los niños meriendan hoy conmigo!», se la oía farfullar de no muy buen talante cosas incomprensibles mientras se encaminaba hacia el “Cuarto Largo”. Farfullo al que de inmediato acompañaban los acordes del piano mal afinado en que, debido a nuestras carreras, se convertía el suelo de aquella casa.

Me vas a perdonar, Santa Catalina, que haga un nuevo inciso dentro del inciso, pero es para que entiendas por qué el farfullar quejoso de la abuela siempre iba acompañado de un repiqueteo desafinado de baldosas sueltas. Una melodía malsonante, si se quiere, pero que para nosotros, los nietos, era la sintonía anunciadora de que estábamos a punto de entrar en el sanctasanctórum de la casa: en el Cuarto Largo. Una habitación alargada, de techo bajo y con las ventanas a ras de suelo, que había en la entreplanta de la casa de los abuelos y que siempre estaba cerrada con llave. Por eso, porque era un lugar prohibido, al llegar a ese rellano de la escalera, siempre nos deteníamos ante su puerta. Un puerta pequeña, de un color beige amarillento muy discreto, pero que tenía un ojo de cerradura ante el que era imposible no rendirse. Aproximábamos la nariz al agujero y, con una avidez incuestionable, olisqueábamos su aire afrutado y dulzón.

Era por eso, Santa Catalina, porque era el único momento en que podíamos entrar en aquel sanctasanctórum, que los nietos corríamos detrás del mal humor de la abuela y, sin pretenderlo, con nuestra carrera creábamos un acompañamiento de baldosines sueltos que no hacía otra cosa que acrecentar su enfado. No corríamos, sin embargo, con ninguna mala intención. No. Solo corríamos tras ella porque no queríamos perdernos aquella orgía para el sentido del olfato. Y es que, además de piezas de vajilla, en el Cuarto Largo la abuela guardaba los alimentos de fuera
de temporada, y sus olores, apenas catados a través del ojo de la cerradura, nos atraían como la miel a las moscas. En medio de una sempiterna penumbra, en los anaqueles dormitaban hortalizas y frutas en conserva bien etiquetadas y, en fila india junto a la pared, saquitos de legumbres. Colgando de las viguetas del techo, había melones de piel de sapo y olorosas cocas de piel casi blanca. Y para completar aquel orfeón de aromas, manojos de poleo y alhucema, y tarritos con canela en rama, clavo, ajonjolí, matalahúva y un largo etcétera de condimentos culinarios. Olores que nuestra inconsciencia mezclaba con el malhumor de la abuela hasta convertirlos en un todo placentero y añorado.

Pero, volviendo al hilo principal de la historia, debido a que esa era la imagen que los nietos teníamos de la abuela ―la de una mujer siempre gruñona y con un moño bien apretado―, acogimos la noticia de su llegada en solitario ―desposeída del evocador aroma del Cuarto Largo― sin el más mínimo entusiasmo. Hubo además que hacer reorganización del espacio en casa para hacerle hueco a ella. Y como le ocurre al ganado trashumante, mi hermana mayor inició la primera de sus reiteradas migraciones otoñales ―en adelante la trashumancia se repetiría cada octubre hasta la muerte de la abuela― hacia una cama mueble localizada en otro cuarto. La abuela ocupó su cama y se convirtió en la tercera inquilina del cuarto de las niñas.

Fue así como, de un día para otro, una vez apagábamos la luz, a nuestras risas y murmullos de antes de dormir, se unió el bisbiseo de la abuela del otro lado de la bata ―para crearse un poco de intimidad, colgaba su bata en una lámpara de pie con el brazo en ángulo recto y la colocaba a modo de biombo entre su cama y las nuestras― recitando sus oraciones de la noche. Susurro que siempre terminaba con el «Santa Ana, Santa Ana, buena muerte y poquita cama» que años después, cuando la enfermedad la postró en cama y la espera se alargaba más de lo que ella hubiese deseado, se trocó en un «¡Santa Ana me la has jugado!» dicho en un tono airado que nos recordó a la abuela contestataria que creíamos había muerto cuando murió el abuelo.

Sí, Santa Catalina, nos sorprendió la reaparición a última hora de la mujer de carácter porque la señora que se vino a vivir a casa nada tenía que ver con esa otra malhumorada y de pelo tirante que nosotros habíamos conocido en la casa del pueblo. La que se instalaba cada otoño en casa era una anciana de rostro bondadoso, talante conciliador y cuyo pelo trazaba unas agradables ondulaciones antes de quedar recogido en un moño mucho más mullido que el que todos recordábamos. Sus hijas habían tomado por fin las riendas de su peinado y, pese al luto ―desde que se quedó viuda la abuela vistió de riguroso negro hasta su muerte; solo pasados muchos años se permitió la alegría de algún menudo estampado blanco en los trajes de verano―, decidieron darle a su peinado un poco de alegría y distinción. Todavía hoy recuerdo con qué orgullo, en verano, las dos hermanas miraban a su madre y, con una amplia sonrisa, se decían la una a la otra eso de: «Por primera vez en la vida, mamá va bien peinada».

En el nuevo reparto otoñal del espacio en casa, a la abuela le tocó en suerte colocar sus cosas en la taca del salón comedor. Un ropero de madera negra situado cerca de la puerta de entrada y que, hasta entonces, había guardado las prendas que habitualmente nos poníamos a la hora de salir a la calle. Que le adjudicaran la taca a la abuela fue una suerte para todos nosotros. Ella era una mujer ordenada hasta extremos insospechados y de costumbres muy fijas. Y su prurito por el orden, unido a su elevada edad, provocaba que, cuando pretendía sacar o guardar algo de la parte baja del armario, se viese obligada a abrir sus puertas de par en par y a colocar una silla delante. Una vez la abuela se sentaba enfrente de sus cosas empezaba para nosotros el espectáculo.

Conviene aclarar que, mientras la abuela estaba en casa, de la barra de la taca colgaba su ropa de invierno, de un negro a juego con el de la madera. Un poco más abajo, en las dos baldas inferiores del armario, la abuela montaba una especie de refino que nos dejaba boquiabiertos. Apilaba allí multitud de cajitas y de misteriosos paquetes envueltos en trozos de tela. Cada envoltorio estaba convenientemente asegurado con una goma elástica. Unas gomas que ella quitaba y colocaba con una cadencia que resultaba casi melodiosa. Curiosamente, ya fuese porque olvidaba dónde tenía cada cosa o bien porque deseaba asegurarse de que seguían estando dentro, la abuela no desenvolvía solo el objeto que buscaba sino también algunos otros. Un rito que ella repetía con tal minuciosidad que, con el tiempo, cualquiera de los nietos habríamos sabido reproducir sin miedo a equivocarnos.

De niña, escuchar el ruido de la llave en la cerradura de la taca me hacía acudir al salón para no perderme el espectáculo. Incapaz aún de ponerme en la piel de la abuela, me entretenía verla andar entre sus cosas. Incluso mantenía la secreta esperanza de que algún día, por arte de magia, la abuela fuese capaz de sacar de alguno de los envoltorios un objeto inesperado. Ahora, en cambio, cuando recuerdo esa etapa de la vida de la abuela, me digo que quizás para ella trajinar entre sus cosas en público representaba una cierta violación de su intimidad, y me admiro del buen talante con el que supo adaptarse a las circunstancias. Y me he llegado a preguntar si el improvisado “refino” que montaba dentro de la taca ―único espacio cerrado con llave de nuestra casa del que ella era guardiana― no era un sucedáneo de su antiguo Cuarto Largo. Es decir, me pregunto si ese abrir y cerrar paquetes sin necesidad no era un subterfugio para recrearse en el sentimiento de que continuaba siendo la dueña y señora de al menos ese territorio.

Pero el comportamiento ritual de la abuela no solo ocurría cuando abría su armario. No, Santa Catalina, ella convertía en rito cada uno de los actos que hacía a lo largo del día. Tan es así que, mientras la abuela estaba en casa, casi que no nos hacía falta usar reloj. Simplemente con ver qué estaba haciendo ella podíamos saber la hora. Después de la cena, por ejemplo, los nietos nos sentábamos alrededor de la mesa camilla para terminar de hacer los deberes y de estudiarnos la lección del día siguiente. También ella se sentaba con nosotros y se ponía a leer alguna de las novelitas rosas que tanto le gustaban. Pasado un rato, la abuela se ponía en pie y comenzaba el registro del piso en busca de Eufemia: un galápago que, por aquella época, también vivía en casa y con el que la abuela no quería compartir dormitorio. Una vez localizaba a Eufemia, nos daba las buenas noches y, sin necesidad de mirar el reloj, sabíamos que estaban a punto de dar las diez.

La noche de marras, sin embargo, la abuela trasnochó por culpa de un cangrejo de río. Nuestra casa no era la de los Durrell, pero se le parecía mucho. Además del galápago, una jaula de pájaros y un acuario, no era raro que en casa hubiese algún otro animal invitado. Yo era a menudo la culpable de esa generosa hospitalidad. Mi padre solía ser el cómplice necesario. El fin de semana anterior había estado con él en un riachuelo de la sierra. Mientras mi padre pescaba truchas, yo me había entretenido en levantar los pedruscos del arroyo en busca de cualquier criatura viva. Ese día encontré mi primer cangrejo de río y, por supuesto, me lo llevé para casa. Mi padre se ofreció a alojar el cangrejo en su acuario y eso disminuyó la oposición de mi madre a tener más «trastos» en casa. Pero pronto comprobamos que el nuevo fichaje atacaba a las lampreas y a las gambusias y hube de buscarle un nuevo alojamiento. Haciendo gala de una paciencia infinita, mi madre me dejó colocar en el aparador, justo al lado del acuario, el tarro de cristal de mi cangrejo .

Yo era lógicamente la encargada de velar por el bienestar del cangrejo y, cuando la noche de autos fui a darle una vuelta tras la cena, observé que estaba haciendo unos movimientos muy extraños. A fin de compaginar los estudios con la vigilancia del cangrejo, coloqué el recipiente en medio de la mesa camilla. Ni que decir tiene que esa noche los estudios se prolongaron más de los habitual, puesto que todos andábamos distraídos con las convulsiones del cangrejo. Después de un buen rato, comprendimos que las sacudidas tenían como objetivo librarse de la cabeza, que para entonces formaba con el resto del cuerpo un ángulo excesivo. Debajo parecía tener otra cabeza, detalle que nos tranquilizó tanto como avivó nuestra curiosidad. Hasta la abuela levantó la vista de su libro varias veces, si bien lo hizo de forma furtiva. De hecho, cuando le pregunté si estaba viendo lo que le estaba pasando al cangrejo, me respondió con una de sus habituales frase hechas: «Yo ya no tengo edad de aprender sino de olvidar».

Pero esa noche dieron las diez de la noche y la abuela siguió sentada en la mesa camilla con nosotros. Aun más, a partir de cierto momento, se dejó de disimulos: cerró el libro, se aproximó más a la mesa y fijó la mirada en la lucha que el cangrejo estaba manteniendo para librarse del viejo caparazón. Después de tantas horas sentada ―la abuela pasaba la mayor parte del día sentada en un sillón―, el cansancio comenzó a pesarle y, en un momento dado, la pobre ya no pudo más y exclamó: «¡A ver si acaba de una vez el dichoso bicho para que yo me pueda acostar!». A todos nos hizo mucha gracia la salida de la abuela y nos reímos. Es más, yo estaba muerta de curiosidad y me pareció lo más normal del mundo que tampoco ella se quisiera perder el espectáculo. Ahora, en cambio, comprendo lo mucho que suponía para ella alterar sus costumbres y me digo que, bajo la apariencia de una mujer convencional, la abuela era una mujer con una curiosidad fuera de lo común. De ahí mi convencimiento de que, si hubiese nacido en otra época, en vez de ama de casa, la abuela habría podido ser una excelente bióloga.

Como habrás visto, Santa Catalina, me he ido una barbaridad por las ramas. Pero es algo que no puedo evitar cuando narro recuerdos de la infancia. El tiempo no era entonces tan trepidante como lo es ahora. No, el tiempo tenía entonces una cadencia mucho más lenta y placentera. Por eso me gusta recordar a los abuelos en esas noches de verano en las que, una vez concluidos los afanes del día, mientras charlaban, se mecían en las butacas con mucha calma. Sí, me gusta recordarlos en esas largas y demoradas noches de la infancia en las que, entre el olor a jazmines y a madreselvas, el tiempo parecía detenerse.

La abuela.jpg

Re: Carta abierta a Santa Catalina (Bordeando la realidad)

Publicado: 27 Nov 2016 19:42
por Tolomew Dewhust
Lo del "cangrejo" que sale en el título es un cebo, Cata, no sigas leyendo que yo lo he hecho y no sale ninguno.