A mí me pasa tres cuartos de lo mismo,
, leer según qué cosas me exaspera.
Ayer pensaba, Jilguero, en esto de las libertades. Ahora sé de quien las busca rompiendo un trozo de plástico (en el que rezan sus dos apellidos). Esta modalidad es nueva, no la conocía,
. Yo practico otra, ¿sabes? Me meto en la cama y me duermo.
Anoche soñé con la playa. Campo del Sur se rompía, las piedras se separaban. Todo se volvió más pequeño: la Cruz Verde y San Vicente -allí nació un buen coplero-, el Arco Garaicoechea. Los pitos de caña flotando en el agua. Había sal en la roca y espuma de la marea.
Aunque, quizá debiera empezar por el principio...
En Puertas de Tierra no se cabía, así que bajamos por Cuesta de las Calesas hasta el muelle, Plaza Sevilla, Aduanas (la Casa de Contratación para el Mundo Nuevo)... En San Juan de Dios pregonaba un viejo chirigotero, y nos marchamos al barrio -por la calle de La pelota-, de la casita mudéjar, de San Martín, de Fray Félix...
Ora pro pópulo, decían.
Y, Arco la Rosa mediante, para la plaza de las catedrales. Empanada del gallego, rumana tan gaditana que solo cojea cuando ella quiere. Agua corriente en el vaso, porque no encontrarás una fuente.
Obispo Urquinaona, Candelaria, Palillero... ¡Vigila, Torre Tavira, no perdamos más gaviotas!
Yo es que era gaditano, ¿sabes? (no de mentirijilla, sino en serio), y me cantaba al oído Argentina
qué bonita es Cádiz por la tarde.... Tú querías Las Flores y yo prefería Rosario, Plaza Mina, Zorrilla... Mil ochocientos y poco, Salvochea, la sombra de la Alameda. Un pescador en sillita, con sombrilla, caña y anzuelo. Poetas llorando poemas, los peces muriendo en las piedras.
Y, aunque no llegué a pisar el templo (el de los ladrillos que suenan bonito), no muy lejos, el quejío, el de un catedrático cualquiera fabulando al compás en la Viña.
Sin pisar la Caleta, Valcárcel y árbol del mora, llegamos a San Sebastián caminando, ¿hay castillo más bonito?
De repente, Campo del Sur se rompía, las piedras se separaban. Todo se volvió más pequeño: la Cruz Verde y San Vicente -allí nació un buen coplero-, el Arco Garaicoechea. Los pitos de caña flotando en el agua. Había sal en la roca. Espuma ya sin marea.
Niños diciendo adiós a sus cometas, Cádiz se despedía. Los semáforos perdían el rojo, la sombra sus azoteas. La bajamar no visitaría las troneras de ningún castillo, ni saldría de nuevo el fenicio para saludar las mañanas o disfrutar del fresquito. Todo a nuestro alrededor se resquebrajaba, pero de una manera sencilla.
Y, luego, bueno, luego los pedacitos de Cádiz salieron al mar, cada uno por su lado y a merced de varios vientos. Por donde arreciaba el poniente logré ver una barquita y, dentro de ella, de la mano, como si fuesen uno solo, iban juntos dos hermanos. A la niña, más revoltosa, la llamaremos Sofía. Al niño, por enmendar a su abuela que no me parió gaditano, le llamaremos Emilio.
No sé si en otro sueño se juntarán de nuevo esas calles para que la recorran mis niños... porque anoche soñé que mi Cádiz son mil barcos, y, todos partieron anoche, anoche se echaron al mar.