Bueno, pues creo que retomaré esa historia completa; hace mucho tiempo que la aparqué y me gustaba más con la posesión demoníaca. Sigo ahora con la historia del sargento
—Lo que sea, viejo —respondió el jovencillo sentándose y apoyando las botas sobre la mesa.
—¿Sabes para qué necesito una nueva tropa de asalto? —Lo miró con cara de pocos amigos.
—Sí, para no sé que rollo de salvar el planeta.
Nijhalem creyó que le iba a explotar la cabeza por la forma de hablar del jovencillo, y no le hacía falta hablar más con él para saber que aquel era un pobre loco que, por lo que a él respectaba, había acabado su carrera en el ejército mucho antes de haberla empezado.
—Está bien, creo que no necesitaré tus servicios —dijo Nijhalem apoyándose en los reposabrazos.
—Espere, comete un error, yo soy su hombre. Yo voy a salvar el mundo. Si no me lleva con usted la humanidad está perdida —rogó el muchacho en tono suplicante y desesperado.
Por las palabras del niñato, el sargento habría dicho que se trataba de un auténtico loco.
—Está bien, vas a salvar el mundo pero ahora te voy a llevar a una habitación de color blanco desde donde te será más fácil hacerlo —dijo Nijhalem en tono casi melodioso.
La mirada del joven cambió y echó mano de su cinturón, extrajo de él una pistola y Nijhalem, que se había dado cuenta, se tiró a uno de los lados y un fichero cubrió su fornido cuerpo. Para él habría sido muy fácil matarlo pero prefirió no hacer nada ya que, después de todo, estaba haciendo tal ruido que otros soldados ya se habían percatado de la presencia del joven en su despacho.
—Maldito loco, has estropeado mi fichero —gritó Nijhalem sin darle importancia al torpe intento de asesinato del que estaba siendo victima.
—No estoy loco —volvió a disparar sobre el fichero que le servía de trinchera al sargento.
Nijhalem se estaba empezando a sentir furioso y esto no solía ser bueno en absoluto, sin embargo, y ante el problema evidente del muchacho, optó por ser diplomático.
—Mira, chico, si sueltas esa arma ahora mismo haré todo lo que pueda para que no te sometan a un consejo de guerra.
—Soy un civil, los civiles no podemos ser sometidos a consejos de guerra.
—Según el nuevo reglamento es posible —aseveró Nijhalem.
—No, me estás diciendo eso para confundirme —volvió a disparar una vez más.
—Es cierto, no te estoy engañando.
—¡Cállate! —gritó el chico.
El sargento ya estaba harto de tener tanta diplomacia con aquel niño, así que cogió su arma y se asomó un
momento por el fichero y vio donde estaba. Fue tan profesional que el muchacho no lo notó, pero aún notó menos cómo le disparaba una bala que fue a impactar en uno de los pies del muchacho, lo que provocó que se lo arrancara de cuajo. Cuando eso sucedió el chico cayó al suelo y pulsó el gatillo de su arma, la cual, empezó a disparar en todas direcciones, mientras no dejaba de gritar por la dolorosa herida.
Al poco llegaron otros Soldados Espaciales y, cuando el arma se quedó sin balas, lo detuvieron y le leyeron los derechos espaciales, según los cuales podía ser sometido a un consejo de guerra.
—Soldados —dijo Nijhalem aproximándose a ellos—. Este niño ha atacado a un Soldado Espacial, según las nuevas reglas puede ser sometido a un consejo de guerra.
—¡Señor! —respondió uno de ellos con energía.
—Llévenlo a la planta de regeneración biocorporal y luego pónganlo a disposición de las autoridades militares correspondientes.
—¡Señor! —Repitió el soldado con ímpetu.
Mientras se llevaban a ese pobre desgraciado, apareció un hombre de unos diez años menos que él. Llevaba puesto su uniforme reglamentario y le gustó desde que lo vio. Además, parecía haber cuidado muy bien su traje, algo que le decía al sargento que era un hombre meticuloso.
El aguerrido sargento vio que el hombre miraba hacia los agujeros de bala de su despacho, y habría apostado su rifle a que se moría de ganas por preguntar qué había pasado allí, pero no lo hizo y en cambio se dirigió a él:
—¿Es usted Nijhalem?
—¿Ha venido por lo de la misión?
—Sí, me informaron de que buscaba una nueva tropa de asalto y quería presentar mi candidatura.
El hombre siguió de pie delante de Nijhalem y eso le indicaba a su examinador que estaba dispuesto a seguir órdenes, aunque para trabajar con él todavía debería superar algunas pruebas.
—Puede sentarse, soldado.
—Muchas gracias, señor.
—Como le habrán informado, hemos descubierto un planeta en el que se supone que hay un material desconocido para nosotros que puede ser la salvación del ser humano.
—Sí, estoy enterado de los detalles.
—No tan rápido, debo decirle que no sabemos nada acerca de…
—Sí, ya lo sé —le cortó el hombre.
Nijhalem se quedó mirándolo muy sorprendido y esperó a que su interlocutor volviera a hablar.
—No sabemos nada acerca de la fauna, ni de la vegetación ni tan siquiera su ubicación exacta.
—¿Y aún así quiere ir?
—Por supuesto, sé que con mi pequeña contribución la raza humana estaría salvada y no imagino un placer mayor que ese.
El bravo sargento se quedó observándolo y vio a un hombre con cicatrices en su rostro, de mediana altura, con pelo y ojos negros, y de mandíbula angulosa. Por su aspecto, Nijhalem habría dicho que ese hombre ya había servido en otros destinos, y se sintió contento por tener tanta suerte de haber encontrado a alguien así para su equipo.
—Está bien, soldado, veo que su disposición es muy buena.
—Es mi deber para con mi raza —respondió con solemnidad.
El sargento lo miró y se empezó a reír porque estaba muy satisfecho de haber encontrado un hombre así, además le gustaba incluso su voz; rasgada y profunda.
—Me encanta que hable de esa forma, soldado, si todos fueran como usted habríamos ganado las guerras pasadas.
—Se lo agradezco, señor, ¿quiere eso decir que me ha escogido?
—Aún no, ahora tendrá que superar una prueba conmigo en el campo de entrenamiento.
—¿Por qué? —preguntó el soldado, nervioso.
—Ah, no se preocupe, es simple rutina —lo tranquilizó Nijhalem.
—No, si lo digo porque nunca podría vencer a un sargento de su altura.
—No tenga cuidado por eso, no es ninguna competición; sólo quiero ver sus reacciones en batalla.