Bueno, una pequeña referencia no creo que sea tan importante sobre todo cuando le viene bien a la escena, en mi opinión al menos. De todas formas acabo de convertir este libro en un relato de treinta páginas porque lo he vuelto a releer y ya no me gusta cómo lo dejé; creo que como relato corto funcionará mucho mejor. De todas formas lo seguiré subiendo
De pronto se le pasó por la cabeza la única solución viable, ya que si por algo se caracterizaba era por ser ingeniosa en batalla; eso la salvaría en aquella ocasión.
El sargento miró hacia su enemiga pero no vio nada y se tensó de nuevo, luego volvió a mirar por el cristal pero no estaba allí, y como decían las leyendas parecía haberse esfumado como un fantasma.
De pronto, vio que la mujer salía de su escondite y se quedaba de pie en el camino. Al ver esto, Nijhalem le gritó:
—¿Qué le pasa, Delbringer, acaso se da por vencida?
—Me temo que sí, acabo de darme cuenta de que mi arma no funciona —respondió la teniente con desilusión en la voz.
Por las palabras de la mujer parecía estar diciendo la verdad, pero como no la conocía su primera reacción fue desconfiar. Además, también le pareció raro que su rifle se hubiera estropeado porque a él nunca le había pasado algo similar. Claro que no dejaba de entender que todo lo que creaba el ser humano podía ser falible, aunque había leído mucha historia humana y sabía que cuando algo fallaba lo más probable era que fuera por un error humano.
—¿No me estará tomando el pelo, verdad?
—Le digo que mi arma no funciona, acabe de una vez el juego, a lo mejor llego a mi casa para la hora del té —dijo esta vez más desilusionada que antes.
El hombre dudaba mucho que le estuviera mintiendo y por eso optó por lo que le pareció más lógico: acabar con aquel juego. Con un rápido movimiento salió de su escondite y disparó las dos últimas pelotas rojas que se dirigieron a toda velocidad hacia su objetivo. Como la mujer no podía saber a qué velocidad iban los proyectiles, cubrió su cuerpo con una delgada piedra escondida en su espalda, unos segundos antes de que el sargento disparara. Era un riesgo calculado que la piedra sólo le cubriera el torso, y de hecho una de las balas impactó en una de sus piernas.
Cuando Nijhalem vio aquello supo que se había precipitado y que ahora estaba indefenso, aunque para él no tener munición nunca había significado estar muerto.
—Lo siento, sargento, ha desperdiciado sus tres disparos —dijo la mujer en tono triunfal.
—Ya veo que eres muy astuta —se rió él.
—Yo no he hecho nada, para mí no supone ningún problema engañar a los hombres.
Nijhalem estaba muy contento porque cada vez le convencía más la idea de llevarla con él, ya que su actuación lo había engañado por completo, aunque eso no valdría con un enemigo que la atacaría con ferocidad, pero al menos aquella experiencia le demostró dos cosas: que era una niña muy astuta y que no era otra idiota más con un arma.
Después de reflexionar unos momentos, volvió a centrarse en el problema y esto era algo que lo caracterizaba, porque mientras otros soldados ya habrían perdido la compostura, su cerebro estaba ideando todavía la manera de ganar ese juego a pesar de haberse quedado sin munición.
—No cantes victoria, el juego todavía no ha acabado —volvió a esconderse tras la misma piedra de antes.
Aunque había combatido mucho no le había pasado muy a menudo quedarse sin balas, pero en su opinión las armas sólo servían para que los soldados no pensaran, o lo hicieran menos.
Era consciente de que la única solución posible era quitarle el arma a su oponente, pero eso no sería fácil porque estaba en clara desventaja.
En ese momento se acordó de que en su traje se había hecho compartimentos donde guardaba múltiples distracciones, y recordó que en uno de esos bolsillos llevaba un pequeño juego de humo. Cogió la bomba de humo entre sus manos y le dijo a la teniente:
—Muy pronto terminará el juego —se rió él.
—¡Qué curioso, eso mismo estaba pensando yo! —Respondió ella con superioridad.
El examinador salió un instante de su escondite, dispersó la bomba de humo y se tapó la boca para no respirar una sustancia que podía irritar las mucosas de una persona normal. Unos momentos después Delbringer no podía ver nada y Nijhalem, quien había tomado aire suficiente, se aproximó hacia ella, le quitó el rifle, la golpeó con su mano en el casco y cayó al suelo unos metros más atrás.
Al bravo sargento se le acabó el aire y al poco empezó a toser muy fuerte, pero estaba muy acostumbrado a luchar en todo tipo de condiciones y por eso esperó a que el humo se disipara. Retrocedió unos pasos, previendo cualquier reacción por parte de la mujer, aunque al ver sus botas en el suelo supuso que apenas se encontraba en condiciones para hacer nada.
El sargento siguió tosiendo un buen rato más, pero asió el rifle con todas sus fuerzas pues era consciente que de esa forma, de haber estado en un combate real, acababa de salvar su vida.
Cuando el humo se disipó, vio que Delbringer seguía en el suelo. Después de respirar aire limpio se acercó a la teniente y le disparó tres veces en la armadura, lo que produjo tres manchas de color amarillo en el traje de la teniente.
—Vaya, no —se dolió ella por los recientes pelotazos.
—El juego ha acabado.
—Lo sé, enhorabuena por la victoria. Tengo que reconocer que tiene usted recursos.
La mujer se fue levantando del suelo muy poco a poco, mientras sintió las típicas punzadas eléctricas provocadas por las sustancias que conformaban la pintura de las bolas. No eran lo bastante potentes como para hacer que una persona se desmayara y sin embargo, sí servían para que los perdedores no olvidaran que acababan de fracasar en su intento.
Cuando todo volvió a su lugar quiso irse de allí, pero el sargento sabía reconocer lo bueno cuando lo veía, y no era tan orgulloso como para no saber lo que tenía que hacer.
—Un momento, Delbringer, ¿a dónde va?
—Puesto que he fracasado en la misión, no tengo nada que hacer en la intendencia.
—Vaya a descansar y ya la llamaré cuando empiece el entrenamiento.
—¿De que está hablando?
—Quiero que venga conmigo, ha demostrado usted inventiva a la hora de defenderse de mis disparos, me ha engañado, y además me ha hecho desperdiciar mis tres disparos.
—¿Me está hablando en serio? —Se sorprendió ella.
—Por supuesto que sí.
La teniente quiso abrazarlo pero él se apartó bruscamente. Por regla general no le gustaba el contacto con otras personas, sin embargo, sí le tendió una mano. Ella supo apreciarlo y correspondió el gesto apretando su mano lo más fuerte que pudo. El sargento le mostró una sonrisa muy débil y le dijo:
—Enhorabuena.
—Muchas gracias, —respondió muy contenta— pero quiero hacerle una pregunta.
—Hágala.
—¿De dónde ha sacado esa bomba de humo? Que yo sepa no es reglamentaria del traje.
—Bueno, a estas alturas debería saber que para un soldado las medidas establecidas siempre pueden ser insuficientes —le enseñó varios bolsillos que parecía haber hecho él mismo, aunque estaban tan mal cosidos que por poco se echó a reír.
—Entiendo, es de admirar su versatilidad —dijo con admiración.
—Gracias, —respondió él de manera seca— ahora váyase a descansar hasta que haya seleccionado al cuarto y último miembro.
—De acuerdo, que descanse.
—Lo mismo le deseo —le respondió él mientras iba a la consola a apagar el sistema.
Después de todo lo ocurrido con Delbringer, se dio cuenta de que a veces era demasiado inflexible, pero no podía hacer nada; llevaba años siendo así y ya no sabía ser de otra manera. Cuando todo estuvo apagado
se fue a su casa y allí descansó, ya que había sido un día muy largo.
A pesar de todo estaba satisfecho porque de momento eran dos en el equipo y además tenían muchas posibilidades, aunque les faltaba que les inculcara su opinión sobre la guerra y sus técnicas secretas.
Delbringer fue hasta su casa pasando las viviendas de los soldados más distinguidos, los barracones y el campo de batalla que había dejado atrás. Todo ello estaba emplazado en una ciudad aérea, propiedad del ejército, que se encontraba muy lejos de la contaminación de la superficie del planeta.
Cuando entró en su casa ordenó que se encendiera la luz por medio de la voz, y enseguida fue a abrazar a su compañera más antigua. No se la podía llamar una compañera en toda regla, ya que era una muñeca de trapo a la que le faltaba un ojo, pero la había tenido desde que sus padres adoptivos se la regalaron.
A veces le parecía una tontería pero cada vez que conseguía cualquier éxito era la primera a quien se lo contaba, aunque no habría permitido que la vieran así para que no dijeran que estaba loca.
La infancia de esta mujer no había sido fácil y por eso hacía todo lo posible por no pensar en el pasado, pero esa muñeca le evocaba sentimientos muy agradables a pesar de parecer más un muñeco de pesadilla que otra cosa.
Muchas veces pensaba en sus padres adoptivos y debía reconocer que hicieron una magnífica labor criándola, a pesar de no ser su verdadera hija. No obstante, siempre supo del rechazo que sufrían otras niñas en su misma situación, pero por suerte ella siempre fue querida y se sintió feliz al lado de aquellos que le proporcionaron un futuro. Por desgracia ya hacía varios años que habían muerto, pero ella siempre guardó el mejor recuerdo para con aquellas personas que, además, le proporcionaron un hogar sólido.
Ahora debía centrarse en la misión. Se sentía muy nerviosa por estar en la tropa de uno de los soldados más veteranos y curtidos en batalla.
El sentimiento de exaltación no la dejó dormir por un rato, pero luego el cansancio pudo con ella y se durmió.