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Claro, me pareció lógico que Nijhalem no quisiera arriesgar la vida de sus hombres en un empeño idiota y de manera absurda. Continúo con la historia.
CAPÍTULO 7
Nijhalem se despertó antes de las siete de la mañana y fue a tomarse su café solo de un solo trago, como era su costumbre. Tenía un sabor amargo y su olor era repulsivo, pero necesitaba algo que le despejara por completo la cabeza.
Mientras bebía pensó que era curioso que aquella noche no se hubiera desvelado como otras, en especial porque al día siguiente daría los primeros pasos para salvar al ser humano. Cuando era más joven dicha excitación le habría impedido dormir más de un par de horas en toda la noche, pero en este momento de su vida ya no se impresionaba tanto por nada, y enseguida quiso apartar de su pensamiento que se hacía mayor.
Después de ponerse su traje espacial se dirigió hacia el campo de entrenamiento y comprobó que no había nadie entrenando. Esto lo deprimió un poco aunque no se les podía pedir el mismo grado de dedicación que tenía él mismo, porque la guerra era lo único que conocía, y por eso no le dio mayor importancia al hecho de estar allí solo.
El aguerrido sargento puso uno de los programas más duros y entrenó durante bastante tiempo. Muchas veces estaba tan enfrascado con esas ilusiones que se olvidaba de que eran reales, ya que, aunque los objetos tenían un halo verde, aquel simulador era más que un simple videojuego virtual, donde los objetos irreales pasaban a ser reales en ese espacio. Algo que contribuía a su confusión era el hecho de que todo lo que lo rodeaba era igual al objeto en su planeta de origen.
Así pasó una hora y media, repitiendo una y otra vez una misión que le era de particular dificultad. Se trataba de una misión individual creada para aprender a tomar decisiones.
En ella debía matar a un grupo de inocentes para salvar a otro grupo de inocentes cien veces mayor, pero, por desgracia, no podía matarlos ni aunque significara el bien mayor.
Ahora cada vez que cogía un rifle se acordaba de su pasado. Uno en el que los humanos lo miraban aterrados con gesto suplicante implorando que no los matara, sin embargo, excitado por su propia estupidez, sentía el hervor de su sangre hasta que disparaba sobre sus víctimas mientras no dejaba de reírse.
Por suerte, cuando se dio cuenta de que se había convertido en un monstruo, paró a tiempo y se arrepintió de lo que había hecho; eso le devolvió parte de su decencia y el respeto por sí mismo. Desde entonces no pudo volver a levantar el arma sobre ninguna persona, a no ser que estuviera amenazando su vida.
En ese momento se acordó del loco que fue a la intendencia y no le quedó más remedio que dispararle en el pie, y eso le hizo recordar el espesor de la sangre humana cayendo sobre el suelo. Él estaba acostumbrado a matar extraterrestres que apenas derramaban sangre, ya que ésta era mucho más espesa que la humana, lo que evitaba que pensara en los tiempos en los que era simple y llanamente un asesino.
De pronto apareció por allí Delbringer y vio que la máquina ya estaba encendida, y enseguida pensó en el sargento. Supuso que estaba intentando relajarse para aliviar la tensión de ser el responsable de entrenar a los salvadores de la Tierra, pero enseguida cayó en la cuenta de que no era la clase de hombre que se dejaba impresionar así de fácil.
—Vaya, ¿ya estás aquí? —Dijo la mujer acercándose al campo de entrenamiento.
—No podía dormir por el ansia de llegar al planeta —respondió él tomando aire.
—Es cierto, podríamos irnos ahora mismo.
—Todavía no, quiero enseñaros unos cuantos trucos, quizás os sirvan o quizás no, pero si no os los digo sentiría que os estoy fallando y no quiero vivir con eso.
Nijhalem salió del campo de entrenamiento, se secó la cara empapada en sudor con una toalla, y se sentó junto a Delbringer.
—Vaya, son las ocho y media, no creí que te vería aquí antes de la hora —dijo con una sonrisa.
—Tampoco yo esperaba encontrármelo aquí, sargento —le devolvió la broma.
Delbringer pensó que parecía buena persona, al menos ella no lo veía tan intratable como se lo habían descrito, algo que la sorprendió porque los rumores sobre su comportamiento no eran halagadores. Pero no le extrañó que esto fuera así porque desde el momento en que la había elegido se habían convertido en compañeros, y para los soldados los compañeros eran sagrados, porque su vida podría llegar a depender de ellos.
Por su parte, él era de la opinión de que para formar un grupo compenetrado la base primordial era la confianza.
Aunque en algo sí tenían razón los rumores, <<pensó Delbringer>>, y eso era que el sargento, misiones aparte, se caracterizaba por estar siempre solo y no ser nada sociable.
El resto del grupo fue llegando poco a poco y los vieron allí sentados charlando.
—Si interrumpimos algo podemos venir luego —dijo Jukhel, ocurrente.
—Muy gracioso, soldado —respondió Nijhalem muy serio.
El sargento y la teniente se levantaron de un salto y se acercaron a sus compañeros.
—Creo que ya os conocéis ¿no?
—Sí, nos hemos presentado con anterioridad —se adelantó a decir Delbringer.
—Aunque hay que reconocer que la presentación fue algo accidentada —declaró Lekham riéndose.
—¡Cállate, extraterrestre, te dije que no quería que le contaras eso al sargento!
—Lo sé, pero quiero poner de relieve lo estúpida que me parece la raza humana.
Nijhalem sabía lo que significaban aquellas palabras, sin duda ella también había intentado matarlo con nulos resultados, pero después de su fracaso no le pareció algo que la teniente debiera ocultar.
—No se avergüence, Delbringer, yo también intenté matar a Lekham pero se deshizo de mí con insultante facilidad.
El extraterrestre lo miró y alzó un poco la cabeza como queriendo decir que así era la vida y que mala suerte. Sin embargo, la mirada de Lekham también le volvía a recriminar al sargento que no se empeñara en esfuerzos inútiles.
—No me habías contado nada, extraterrestre —se enfadó Delbringer.
—No lo creí importante, y yo no pierdo el tiempo con nada que no sea importante.
—Maldito —gruñó la mujer.
—Bueno, basta ya, a partir de ahora somos compañeros y debemos guardarnos las espaldas —el tono de voz del sargento era fuerte y claro.
Todos miraban con atención a su superior pero él no sentía ningún tipo de presión, porque había mandado a tantas personas durante tanto tiempo que a fuerza de hablar se había convertido en un experto orador.
—Bueno, como sabréis, nosotros cuatros somos los elegidos para salvar el planeta Tierra —dijo con orgullo.
—Díganos, sargento, ¿de verdad el planeta al que debemos ir está compuesto de un material desconocido? —Preguntó Jukhel asombrado.
—Ya veo que las noticias vuelan por aquí. Pues sí, los técnicos descubrieron una sonda regresando a la Tierra que contenía información muy básica de dicho planeta.
—¿Qué tipo de material es? —Preguntó Delbringer.
—No lo sabemos, aunque de ser tan bueno como se espera podría librarnos de la maldita gasolina concentrada.
—Ojala sea así, porque ese combustible contamina mucho más que cualquier sustancia conocida —dijo de repente Lekham con mucho misterio.
Nijhalem observó que el extraterrestre no llevaba la armadura de soldado reglamentaria y se acordó de su enfrentamiento de ayer, y ahora ya no le pareció tan descabellado que no la llevara puesta.
Después de aquello, el sargento pensó que el primer paso era evaluar las habilidades de cada cual.
—Delbringer, paso adelante. Lekham, paso adelante.
Los soldados se aproximaron a él y les dijo:
—Su objetivo es matarse en un entorno helado donde cae nieve sin cesar.
—No creo que sea justo —respondió Lekham.
Delbringer miró a ese extraterrestre y le dio muy mala espina, parecía tan tranquilo que apenas sudaba y ella en cambio sentía que le iba a dar un infarto al corazón por el nerviosismo de que Nijhalem la viera combatir.
—¡Cállate! —Le gritó ella a su contrincante—. El sargento lo ha ordenado y vamos a luchar.
—Como quieras, humana —respondió tranquilo.
Nijhalem fue a configurar el ordenador para que les mostrara un paisaje helado y una nieve que caía sin parar.
Ese sistema era increíble porque simulaba incluso el clima. Delbringer sintió un gran escalofrío en la espalda, mientras que su enemigo seguía en su puesto sin apenas inmutarse por las bajas temperaturas.
Después de un rato el entorno terminó de cargarse. En él había muchos huecos donde esconderse, se suponía que esto representaba esa parte del planeta de donde había sido copiado el entorno.
Sin embargo, Lekham sabía que Nijhalem lo quería ver combatir para que desvelara los secretos que no le contó ayer, pero no tenía ninguna intención de hacerlo.
El sargento pensó que tal vez con ella reaccionaría. En la mayoría de las pruebas no se usaba el factor tiempo, pero en ésta se había fijado el término de la prueba en media hora; si en ese tiempo nadie se alzaba con la victoria ganaría el que tuviera más bolas en su rifle.
Con eso sabido, Lekham tuvo que tomar la decisión de coger el rifle, y Nijhalem pensó que el extraterrestre se había dado cuenta de sus intenciones, porque no desvelaría más facultades. Pero el plan del sargento tenía un fallo y es que con las habilidades que le mostró ayer Lekham, le bastaba para derrotar a un humano promedio.
Transparentarse era una buena habilidad pero además el ser la usaba en una milésima de segundo, con lo cual era muy difícil acertarle con el arma.
La prueba empezó y Delbringer reaccionó como el sargento habría esperado de ella: se escondió y estuvo reptando por entre la nieve mientras no dejaban de caer copos. La nieve la molestaba mucho y tenía que estar limpiándose su casco con mucha frecuencia.
Por otra parte, Lekham ni siquiera se había agachado, no llevaba traje y a simple vista veía tan bien con nieve que sin ella. A sus compañeros les pareció una temeridad enfrentarse a una guerrera curtida en batalla en esas condiciones, pero para él no era más difícil que derrotar a Nijhalem, sólo que ahora tenía el factor de las bolas, que las que le tocó en su caso fueron las amarillas.
Delbringer siguió buscando a su enemigo pero éste ya había empleado su habilidad de transparentarse y la mujer no consiguió ver nada. Ahora entendía por qué el sargento dijo que era un terreno muy dificultoso, porque además estaba luchando contra lo que no podía ver.
Siguiendo lo que había aprendido todos aquellos años que había tenido que combatir para mejorar la convivencia humana, se concentró para no verse sorprendida, pero en realidad no podía hacer nada contra alguien invisible. No obstante, la vista no era el único sentido que Delbringer tenía muy acentuado y olió a su enemigo y, justo en el momento en que éste iba a dispararle, supo que tenía que agacharse, rodó por el suelo y disparó en dirección a la fuente de los disparos y consiguió que una de las pelotas rojas de su arma impactara sobre un cuerpo que poco a poco se fue cubriendo de nieve.
Nijhalem pareció entender lo que había ocurrido, por algún motivo la nieve había hecho una extraña reacción con la piel de aquel ser, la cual perdió su habilidad de transparentarse, y por eso Delbringer pudo dispararle y acertar. Ni siquiera se planteó si él hubiera podido hacerlo porque, además, había olido a la perfección a su enemigo, algo en lo que él no era un experto.
Lekham se miró el pecho, justo en el punto donde la pelota impactó, y corrió a esconderse.
—No puedo creerlo, ¿cómo has hecho para volverte invisible? —Se sorprendió la mujer.
—No es invisibilidad pero se parece un poco —respondió el ser con rabia por haberse dejado estampar una de esas pelotas en el cuerpo.
Delbringer miró al sargento pero en su cara no había ni un atisbo de sorpresa y le extrañó tanto ese hecho, como la gran sorpresa demostrada por el resto de los integrantes de la unidad.
Lekham estaba sorprendido por el bolazo, pero mucho más por el hecho de no saber que la nieve lo hacía vulnerable, y no se lo explicaba, porque no era más que agua que caía del cielo en otro estado. Sin embargo, y a pesar de lo que él pensara, Nijhalem sabía que era muy bueno que supiera sus limitaciones y sus puntos más débiles, porque si eso hubieran sido balas reales ahora mismo podría estar muerto, sobre todo al no llevar armadura.
La chica pensó que el juego continuaba, por eso se levantó y fue hasta la última posición de su contrincante en el suelo, pero allí ya no había nadie. De pronto, de un montículo de nieve salió Lekham y disparó de una vez sus tres bolas. Delbringer sólo pudo esquivar una, mientras que las otras dos impactaron sobre su cuerpo produciendo dos manchas amarillas; una en una pierna y la otra en el pecho, cerca del cuello.
La mujer apuntó su arma contra el ser, que aún no se había cubierto, disparó sus dos bolas y fueron a dar en la frente y en un brazo de Lekham.
En ese momento el juego acabó, y Nijhalem se sintió muy contento, porque en apenas un rato había visto que, aunque el extraterrestre no pudiera hacerse transparente, sí podía ocultarse con elementos naturales.
Esa era una habilidad nada desdeñable. Además había recibido un baño de humildad porque su actitud no era la mejor, aunque él no era de los más arrogantes de su raza.
Por parte de Delbringer ésta había demostrado tener auténtico talento para rastrear, otra habilidad que no se podía despreciar, porque era un arte que cada vez se había ido perdiendo más con las nuevas armas más potentes. Sin embargo, aquella niña lo dominaba a la perfección y por eso pudo salvarse de que Lekham le disparara tres bolas de una vez, lo que habría significado su muerte.
Nijhalem sacó en claro de aquella pelea que eran dos soldados con mucho potencial, en especial Delbringer porque ella era humana, mientras que su oponente tenía cierta ventaja táctica por su condición de extraterrestre.
—Muy bien, ha sido una buena lucha, ahora id a descansar —dijo Nijhalem contento.
Delbringer le dio una mano a su contrincante y éste la cogió con cierto desaire, aunque se le pasó porque en realidad era consciente de que aquello era un juego.
Eso sí, pensó que quizás no era tan bueno ir usando su habilidad con tanta confianza y esa experiencia le sirvió para ver defectos en su técnica de ocultación.
—Ahora te toca a ti, Jukhel.
—¿Con quien voy a combatir yo?
—Conmigo, por supuesto.
—No puede ser, ya me venciste —declaró él con miedo.
—Si te concentras en lo que hiciste mal estoy seguro de que esta vez el resultado será muy distinto.
—¿Quieres decir que te ganaré?
—Bueno, quizás no tan distinto —se rió el sargento.
Nijhalem fue a la consola y reinició el mismo programa de antes y se posicionó frente a él, y los dos se miraron un largo rato hasta que todo estuvo cargado.