Re: Nijhalem, el intrépido (Novela de Ciencia Ficción/Fantasía)
Publicado: 30 Oct 2020 00:44
CAPÍTULO 11
De repente, en el cielo surgieron unos rayos, y esto dio paso a dos tiburones voladores de veinte metros de longitud, que habían olido la sangre coagulada en la distancia.
—Tened cuidado —les advirtió Nijhalem al ver venir a las bestias.
Cuando vieron que los dos animales se aproximaban, se tensaron y cogieron sus rifles con movimientos muy rápidos. Ahora era el momento de demostrar el temple adquirido en los entrenamientos; sin duda aquella horrible visión de esas dos bestias habría horrorizado a cualquier persona, pero ellos estaban entrenados para no sentir miedo o al menos reducirlo tanto que no les impidiera actuar.
Lekham intentó controlar a una de las criaturas pero ésta se volvió transparente, lo que por un momento le recordó demasiado a su propia habilidad. Aunque también notó que el animal nunca podría haberse vuelto invisible como él.
—Esperad, no disparéis —ordenó el sargento al darse cuenta del hecho de que por mucho que le dispararan no le darían.
Por suerte para él, Nijhalem fue entrenado para pensar con la cabeza, no se parecía en nada a otros soldados que ya habrían desperdiciado munición disparándole a un animal al que no le darían. Por supuesto había entrenado a sus hombres siguiendo ese mismo precepto.
El grupo observó cómo unos colores surgían del tiburón transparente y se dieron cuenta de que esos colores se producían según la luz que llegara a ellos, pero sabían que aunque dispararan todo su arsenal no le darían, por eso aguardaron la orden.
Por suerte la habilidad del tiburón no duró mucho; parecía tratarse de un recurso que podía evitar que otros depredadores mayores u otro tiburón los atacara, pero sólo por unos minutos. Finalmente, la bestia volvió a ser visible del todo y Nijhalem gritó:
—Ahora, disparad.
La tropa dirigió sus rifles hacia ambos animales y éstos serpentearon un poco en el aire intentando esquivar las balas y notaron que no se transparentaban de nuevo, eso quería decir sin duda que tenían que esperar unos minutos antes de volver a usar su habilidad.
La intensa ráfaga de balas siguió sobre las bestias y una de ellas recibió tantos impactos que cayó sin vida al suelo. Mientras que el otro siguió volando e intentaba acercarse a la tropa pero los fusiles de los soldados tenían una potencia considerable y la criatura claramente tuvo miedo. Por ese motivo la bestia aumentó su velocidad y se quedó por allí planeando.
La unidad de Nijhalem intentaba ahora dispararle a algo tan rápido que sus ojos humanos ya no podían ver. Mientras que el sargento adivinó lo que estaba haciendo el animal y reaccionó deprisa.
—Hay que irse de aquí —ordenó el fiero hombre—, el tiburón se está preparando para usar de nuevo su habilidad.
—Es cierto, es raro que no huya, sobre todo al ver lo que hemos hecho con su compañero —dijo Delbringer.
—Rápido, huid hacia las montañas y mientras tanto yo lo contendré.
—Pero sargento…
—Deprisa, Delbringer, yo me quedaré aquí economizando munición.
Los compañeros se miraron y casi se alegraron de irse de allí porque de hecho ese animal era el más aterrador que habían visto, pero fue en ese momento, al mirar a su sargento agachado en el suelo con sus músculos tensados, cuando surgió en ellos un respeto hacia él como poco habían tenido hacia otra persona.
—Nos quedaremos aquí, Nijhalem —se obstinó Jukhel.
—Les he dado una orden, soldados.
—Somos un equipo —aseguró Lekham mientras le dedicaba una leve sonrisa.
Nijhalem se sintió muy orgulloso de sus hombres y se alegró de haberlos encontrado, aquello era muy raro porque ya no existían soldados así de fieles a una causa. Todo lo contrario que en su juventud que los soldados morían encantados por una causa, aunque él no era partidario de morir por un motivo que no entendiera, como había visto en algunos de sus compañeros.
—Preparaos, dentro de poco nos va a atacar.
Sus hombres se prepararon y fueron testigos de que el tiburón recuperaba su velocidad normal poco a poco, lo que sin duda quería decir que volvería a atacarlos en breve. El sargento pensó por qué la bestia no los atacó mientras volaba a esa velocidad, no le cabía la menor duda de que los hubiera destruido con sus mandíbulas. Sin embargo, ante la evidencia, supuso que el animal no podía moverse libremente a esa velocidad, sólo oscilar de esa manera tan extraña.
—Este es el plan, antes de que nos ataque Lekham hará invisible al grupo; eso confundirá al animal, luego yo correré en dirección opuesta a vosotros y, cuando su habilidad de transparentarse se acabe, os reuniréis conmigo y le dispararemos todos a la vez ¿entendido?
—De acuerdo —convino Lekham preparándose para su difícil tarea.
—¿Podrás hacer invisibles a los que te rodean?
—Sí, aunque es un poco más difícil que cuando me hago invisible solo, pero no es algo imposible para mi raza —le respondió al sargento.
En ese momento, Nijhalem recordó las enigmáticas palabras de ese extraterrestre en su despacho y por primera vez vio a qué se refería cuando el ser le dijo que lo iban a necesitar en su tropa. Esa fue la primera vez que el sargento se alegró sinceramente de haberlo llevado porque así su labor se reducía bastante, porque supuso que le costaría llamar la atención de ese animal. Pero ahora que estaría él solo le sería mucho más fácil.
Después de un buen rato, el tiburón frenó su rápido vuelo y miró amenazadoramente a Nijhalem, una mirada tan fría que por un momento heló la sangre de los compañeros del sargento, pero éste no parecía más asustado que hasta hacía unos momentos y siguió allí de pie devolviéndole una mirada de odio a ese animal.
Delbringer, desde su escondite, advirtió la expresión de Nijhalem y tuvo que reconocer que su mirada había cambiado a una más dura, y en esos momentos llegó a pensar que aquel hombre no le tenía miedo a nada.
—Ahora, Lekham, haz invisible a la unidad —gritó el sargento.
—A la orden, señor —puso las manos sobre el grupo y los compañeros del aguerrido sargento desaparecieron.
Al ver esto, el tiburón se quedó tan desconcertado que por un momento no supo que hacer y se dividió entre volar en círculos por allí, y rugir de furia por haber perdido parte de su presa.
Sin darle tiempo a nada más, Nijhalem empezó a dispararle con su rifle para llamar su atención. El animal no parecía inmutarse por los constantes impactos de las balas del sargento, pero después de un rato se sintió algo molesto y se acercó hacia él, y se alegró porque había logrado su objetivo. Pudo ver con total claridad cómo el tiburón empezaba a usar su habilidad de transparentarse y dejó de disparar, y se preparó para el embate del gran animal. Estando allí, viendo las fauces de ese enorme ser, se sintió vivo y una sensación de alegría le recorrió el cuerpo. En una ocasión Delbringer le dijo que si no pensaba retirarse y en esos momentos pensó con mucha fuerza que no cambiaría lo que estaba sintiendo ahora por su retiro.
El aguerrido soldado esperó a que las mandíbulas casi le hubieran alcanzado y en ese momento se tiró al suelo con un movimiento tan brusco que el animal erró su dentellada por bastante. Superado el susto la tropa se dio cuenta de lo que acababa de hacer el sargento y no cabía duda de que era un gran soldado, no sólo estaba conteniendo al tiburón sino que supo cuando debía tirarse al suelo, y eso hizo que su admiración por él creciera aún más.
El tiburón pasó rozando el suelo y cuando volvió a elevarse lanzó un ruido de desagrado al aire. Nijhalem reconoció en el rugido lo que parecía una especie de tren mercancías y un avión en pleno aterrizaje, sonidos que le costó trabajo diferenciar porque sonaban mezclados.
El sargento se levantó del suelo y pudo ver como el animal ya no podía mantener su habilidad por más tiempo y gritó:
—Ahora, Lekham.
El extraterrestre dejó de usar su habilidad, se pusieron en fila y empezaron a disparar sus armas hacia el animal. El tiburón no pudo esquivar el fuego porque necesitaba unos segundos antes de poder moverse con total libertad después del esfuerzo que suponía hacerse transparente, y recibió más de dos mil disparos en su cuerpo que terminaron por obligarle a caer al suelo.
El sargento calculaba que por su gran tamaño no lo habían matado y por eso se acercó al quejumbroso animal y le disparó con su arma, y los demás lo imitaron; después de todo tampoco estaba en su ánimo hacer sufrir a un ser vivo. Mientras lo hacían Nijhalem pensó que esa era la constante de los soldados: defender sus vidas a cualquier precio.
Finalmente, el tiburón dejó de moverse y la tropa suspiró de alivio porque no llevaban allí ni una hora y sus vidas ya habían estado en peligro en varias ocasiones.
—Muy buen trabajo —dijo Nijhalem contento.
—Sí —Lekham se acercó al hombre y le tendió una mano—. Sargento, he de reconocer que tiene usted valor.
—Gracias, tampoco yo esperaba que pudieras usar de ese modo tu habilidad.
—Ya te dije que mi raza tenía ciertas habilidades —Lekham lanzó una risita.
—Ya me doy cuenta —respondió el sargento con cierta desconfianza—. Habrá que extremar las precauciones, es muy probable que haya más tiburones como estos dos —señaló a los escualos voladores muertos.
—Si es cierto casi no podremos movernos con libertad —declaró Delbringer.
—Es otro entrenamiento más —se apresuró a decir Nijhalem—. Ahora descubriréis lo que significa de verdad ser un soldado.
—No entiendo a lo que se refiere, sargento.
—Me refiero a ser vulnerable con estos trajes, a tener las limitaciones humanas y, lo más importante, que contáis con el arma más poderosa de todas: el intelecto.
—Me pregunto cuántas veces te has sentido así —dijo Jukhel mirándolo.
—Siempre que me encomiendan una misión, muchacho. Como ya os dije los enemigos a los que nos enfrentamos suelen ser más fuertes que nosotros, pero nosotros contamos con el intelecto superior, algo que pocas razas extraterrestres poseen.
Nijhalem observó de cerca al escualo y le pareció que era muy salvaje, porque tenía varias hileras de dientes y en la piel tenía escamas que se transparentaban según le diera el sol, aunque su habilidad no se parecía a la de Lekham, porque de hecho nunca se hacía invisible mientras que su hombre sí.
Después de eso se calmaron y Nijhalem cogió su reloj, el cual marcaba la hora terrestre, y se dio cuenta, por la escasa luz, de que el planeta guardaba cierta semejanza con la Tierra, porque los horarios parecían coincidir, pero pensó que era imposible ya que 'Movible' y la Tierra estaban tan distantes que apenas tenían nada en común. De cualquiera de las maneras ya había anochecido y la temperatura bajó tanto que ni siquiera los sistemas de calefacción de los trajes eran capaces de mantener sus cuerpos calientes.
—Tenemos que buscar enseguida un refugio o moriremos congelados —dijo el sargento con urgencia.
Todos buscaron con ahínco un sitio donde poder descansar y guarecerse del frío.
—¿Qué tal, habéis encontrado algo? —Preguntó Nijhalem a medida que se fueron acercando.
—Aquí no hay ninguna gruta ni cueva, además, todo lo que nos rodea es tan duro que, a parte de no poderse extraer, nos es imposible construirnos un refugio —informó Delbringer.
El sargento era consciente de que no aguantarían a la intemperie mucho más tiempo, porque la temperatura estaba bajando demasiado como para que sus frágiles cuerpos pudieran soportarla.
—Bueno, yo puedo encontrar un refugio —dijo Lekham mirándolos.
—¿Ah sí, cómo? —Preguntó el sargento asombrado.
—Bueno, mi raza tiene poderes ocultos y uno de ellos son los rayos X.
—¿Estarás de broma, no?
—Yo nunca bromearía con algo tan grave, Nijhalem —respondió muy serio.
Se quedaron observando a Lekham y vieron que sus ojos se pusieron de color rojo, y luego miró ensimismado la montaña que tenía delante de él con mucha paciencia. El extraterrestre estaba examinando la profundidad de la roca y notó que esa capa de cristal rosa era muy superficial, aunque supuso que romper la dura pared subyacente no sería nada fácil.
—Ya he encontrado un refugio —los informó Lekham sin dejar de mirar a la pared.
Se quedaron tan sorprendidos que ninguno pudo articular palabra después de la revelación del alien.
El único problema era que la gruta se encontraba muy escondida tras esa capa de cristal rosa y tendría que recurrir a toda su fuerza para romper la gruesa pared que había debajo, y habría preferido no tener que desvelar sus secretos, pero al fin y al cabo había ido para ayudar a los humanos.
Lekham se aproximó al muro, se quitó la parte de arriba de su traje para poder golpear con más fuerza, y luego se posicionó muy derecho con su torso y brazos desnudos expuestos al aire gélido. Sus terminaciones nerviosas estaban sintiendo una gran quemazón por el frío, pero su raza controlaba muy bien su cerebro; era una de las ventajas de sus congéneres.
—¿Qué estás haciendo, Lekham? —Preguntó el sargento sin entender nada.
El ser de otro planeta subió los brazos muy alto y sus extremidades se empezaron a alargar hasta una distancia imposible. Cuando lo vieron se sorprendieron muchísimo porque cualquier ser humano se habría roto los brazos con semejante esfuerzo. Después cerró los ojos y se concentró, olvidando todo lo que lo rodeaba y de sus manos empezó a salir energía que recubrió sus brazos. Luego abrió los ojos, bajó sus extremidades superiores con un movimiento muy brusco y cuando tocó la pared ésta explotó en mil pedazos.
Al ver aquello se asustaron mucho porque, aunque no era la primera vez que Lekham mostraba algo de su capacidad, sí fue la primera vez que el ser demostraba su fabulosa fuerza física.
Luego el extraterrestre entró, y cuando los demás se hubieron recuperado de la sorpresa, entraron también.
De repente, en el cielo surgieron unos rayos, y esto dio paso a dos tiburones voladores de veinte metros de longitud, que habían olido la sangre coagulada en la distancia.
—Tened cuidado —les advirtió Nijhalem al ver venir a las bestias.
Cuando vieron que los dos animales se aproximaban, se tensaron y cogieron sus rifles con movimientos muy rápidos. Ahora era el momento de demostrar el temple adquirido en los entrenamientos; sin duda aquella horrible visión de esas dos bestias habría horrorizado a cualquier persona, pero ellos estaban entrenados para no sentir miedo o al menos reducirlo tanto que no les impidiera actuar.
Lekham intentó controlar a una de las criaturas pero ésta se volvió transparente, lo que por un momento le recordó demasiado a su propia habilidad. Aunque también notó que el animal nunca podría haberse vuelto invisible como él.
—Esperad, no disparéis —ordenó el sargento al darse cuenta del hecho de que por mucho que le dispararan no le darían.
Por suerte para él, Nijhalem fue entrenado para pensar con la cabeza, no se parecía en nada a otros soldados que ya habrían desperdiciado munición disparándole a un animal al que no le darían. Por supuesto había entrenado a sus hombres siguiendo ese mismo precepto.
El grupo observó cómo unos colores surgían del tiburón transparente y se dieron cuenta de que esos colores se producían según la luz que llegara a ellos, pero sabían que aunque dispararan todo su arsenal no le darían, por eso aguardaron la orden.
Por suerte la habilidad del tiburón no duró mucho; parecía tratarse de un recurso que podía evitar que otros depredadores mayores u otro tiburón los atacara, pero sólo por unos minutos. Finalmente, la bestia volvió a ser visible del todo y Nijhalem gritó:
—Ahora, disparad.
La tropa dirigió sus rifles hacia ambos animales y éstos serpentearon un poco en el aire intentando esquivar las balas y notaron que no se transparentaban de nuevo, eso quería decir sin duda que tenían que esperar unos minutos antes de volver a usar su habilidad.
La intensa ráfaga de balas siguió sobre las bestias y una de ellas recibió tantos impactos que cayó sin vida al suelo. Mientras que el otro siguió volando e intentaba acercarse a la tropa pero los fusiles de los soldados tenían una potencia considerable y la criatura claramente tuvo miedo. Por ese motivo la bestia aumentó su velocidad y se quedó por allí planeando.
La unidad de Nijhalem intentaba ahora dispararle a algo tan rápido que sus ojos humanos ya no podían ver. Mientras que el sargento adivinó lo que estaba haciendo el animal y reaccionó deprisa.
—Hay que irse de aquí —ordenó el fiero hombre—, el tiburón se está preparando para usar de nuevo su habilidad.
—Es cierto, es raro que no huya, sobre todo al ver lo que hemos hecho con su compañero —dijo Delbringer.
—Rápido, huid hacia las montañas y mientras tanto yo lo contendré.
—Pero sargento…
—Deprisa, Delbringer, yo me quedaré aquí economizando munición.
Los compañeros se miraron y casi se alegraron de irse de allí porque de hecho ese animal era el más aterrador que habían visto, pero fue en ese momento, al mirar a su sargento agachado en el suelo con sus músculos tensados, cuando surgió en ellos un respeto hacia él como poco habían tenido hacia otra persona.
—Nos quedaremos aquí, Nijhalem —se obstinó Jukhel.
—Les he dado una orden, soldados.
—Somos un equipo —aseguró Lekham mientras le dedicaba una leve sonrisa.
Nijhalem se sintió muy orgulloso de sus hombres y se alegró de haberlos encontrado, aquello era muy raro porque ya no existían soldados así de fieles a una causa. Todo lo contrario que en su juventud que los soldados morían encantados por una causa, aunque él no era partidario de morir por un motivo que no entendiera, como había visto en algunos de sus compañeros.
—Preparaos, dentro de poco nos va a atacar.
Sus hombres se prepararon y fueron testigos de que el tiburón recuperaba su velocidad normal poco a poco, lo que sin duda quería decir que volvería a atacarlos en breve. El sargento pensó por qué la bestia no los atacó mientras volaba a esa velocidad, no le cabía la menor duda de que los hubiera destruido con sus mandíbulas. Sin embargo, ante la evidencia, supuso que el animal no podía moverse libremente a esa velocidad, sólo oscilar de esa manera tan extraña.
—Este es el plan, antes de que nos ataque Lekham hará invisible al grupo; eso confundirá al animal, luego yo correré en dirección opuesta a vosotros y, cuando su habilidad de transparentarse se acabe, os reuniréis conmigo y le dispararemos todos a la vez ¿entendido?
—De acuerdo —convino Lekham preparándose para su difícil tarea.
—¿Podrás hacer invisibles a los que te rodean?
—Sí, aunque es un poco más difícil que cuando me hago invisible solo, pero no es algo imposible para mi raza —le respondió al sargento.
En ese momento, Nijhalem recordó las enigmáticas palabras de ese extraterrestre en su despacho y por primera vez vio a qué se refería cuando el ser le dijo que lo iban a necesitar en su tropa. Esa fue la primera vez que el sargento se alegró sinceramente de haberlo llevado porque así su labor se reducía bastante, porque supuso que le costaría llamar la atención de ese animal. Pero ahora que estaría él solo le sería mucho más fácil.
Después de un buen rato, el tiburón frenó su rápido vuelo y miró amenazadoramente a Nijhalem, una mirada tan fría que por un momento heló la sangre de los compañeros del sargento, pero éste no parecía más asustado que hasta hacía unos momentos y siguió allí de pie devolviéndole una mirada de odio a ese animal.
Delbringer, desde su escondite, advirtió la expresión de Nijhalem y tuvo que reconocer que su mirada había cambiado a una más dura, y en esos momentos llegó a pensar que aquel hombre no le tenía miedo a nada.
—Ahora, Lekham, haz invisible a la unidad —gritó el sargento.
—A la orden, señor —puso las manos sobre el grupo y los compañeros del aguerrido sargento desaparecieron.
Al ver esto, el tiburón se quedó tan desconcertado que por un momento no supo que hacer y se dividió entre volar en círculos por allí, y rugir de furia por haber perdido parte de su presa.
Sin darle tiempo a nada más, Nijhalem empezó a dispararle con su rifle para llamar su atención. El animal no parecía inmutarse por los constantes impactos de las balas del sargento, pero después de un rato se sintió algo molesto y se acercó hacia él, y se alegró porque había logrado su objetivo. Pudo ver con total claridad cómo el tiburón empezaba a usar su habilidad de transparentarse y dejó de disparar, y se preparó para el embate del gran animal. Estando allí, viendo las fauces de ese enorme ser, se sintió vivo y una sensación de alegría le recorrió el cuerpo. En una ocasión Delbringer le dijo que si no pensaba retirarse y en esos momentos pensó con mucha fuerza que no cambiaría lo que estaba sintiendo ahora por su retiro.
El aguerrido soldado esperó a que las mandíbulas casi le hubieran alcanzado y en ese momento se tiró al suelo con un movimiento tan brusco que el animal erró su dentellada por bastante. Superado el susto la tropa se dio cuenta de lo que acababa de hacer el sargento y no cabía duda de que era un gran soldado, no sólo estaba conteniendo al tiburón sino que supo cuando debía tirarse al suelo, y eso hizo que su admiración por él creciera aún más.
El tiburón pasó rozando el suelo y cuando volvió a elevarse lanzó un ruido de desagrado al aire. Nijhalem reconoció en el rugido lo que parecía una especie de tren mercancías y un avión en pleno aterrizaje, sonidos que le costó trabajo diferenciar porque sonaban mezclados.
El sargento se levantó del suelo y pudo ver como el animal ya no podía mantener su habilidad por más tiempo y gritó:
—Ahora, Lekham.
El extraterrestre dejó de usar su habilidad, se pusieron en fila y empezaron a disparar sus armas hacia el animal. El tiburón no pudo esquivar el fuego porque necesitaba unos segundos antes de poder moverse con total libertad después del esfuerzo que suponía hacerse transparente, y recibió más de dos mil disparos en su cuerpo que terminaron por obligarle a caer al suelo.
El sargento calculaba que por su gran tamaño no lo habían matado y por eso se acercó al quejumbroso animal y le disparó con su arma, y los demás lo imitaron; después de todo tampoco estaba en su ánimo hacer sufrir a un ser vivo. Mientras lo hacían Nijhalem pensó que esa era la constante de los soldados: defender sus vidas a cualquier precio.
Finalmente, el tiburón dejó de moverse y la tropa suspiró de alivio porque no llevaban allí ni una hora y sus vidas ya habían estado en peligro en varias ocasiones.
—Muy buen trabajo —dijo Nijhalem contento.
—Sí —Lekham se acercó al hombre y le tendió una mano—. Sargento, he de reconocer que tiene usted valor.
—Gracias, tampoco yo esperaba que pudieras usar de ese modo tu habilidad.
—Ya te dije que mi raza tenía ciertas habilidades —Lekham lanzó una risita.
—Ya me doy cuenta —respondió el sargento con cierta desconfianza—. Habrá que extremar las precauciones, es muy probable que haya más tiburones como estos dos —señaló a los escualos voladores muertos.
—Si es cierto casi no podremos movernos con libertad —declaró Delbringer.
—Es otro entrenamiento más —se apresuró a decir Nijhalem—. Ahora descubriréis lo que significa de verdad ser un soldado.
—No entiendo a lo que se refiere, sargento.
—Me refiero a ser vulnerable con estos trajes, a tener las limitaciones humanas y, lo más importante, que contáis con el arma más poderosa de todas: el intelecto.
—Me pregunto cuántas veces te has sentido así —dijo Jukhel mirándolo.
—Siempre que me encomiendan una misión, muchacho. Como ya os dije los enemigos a los que nos enfrentamos suelen ser más fuertes que nosotros, pero nosotros contamos con el intelecto superior, algo que pocas razas extraterrestres poseen.
Nijhalem observó de cerca al escualo y le pareció que era muy salvaje, porque tenía varias hileras de dientes y en la piel tenía escamas que se transparentaban según le diera el sol, aunque su habilidad no se parecía a la de Lekham, porque de hecho nunca se hacía invisible mientras que su hombre sí.
Después de eso se calmaron y Nijhalem cogió su reloj, el cual marcaba la hora terrestre, y se dio cuenta, por la escasa luz, de que el planeta guardaba cierta semejanza con la Tierra, porque los horarios parecían coincidir, pero pensó que era imposible ya que 'Movible' y la Tierra estaban tan distantes que apenas tenían nada en común. De cualquiera de las maneras ya había anochecido y la temperatura bajó tanto que ni siquiera los sistemas de calefacción de los trajes eran capaces de mantener sus cuerpos calientes.
—Tenemos que buscar enseguida un refugio o moriremos congelados —dijo el sargento con urgencia.
Todos buscaron con ahínco un sitio donde poder descansar y guarecerse del frío.
—¿Qué tal, habéis encontrado algo? —Preguntó Nijhalem a medida que se fueron acercando.
—Aquí no hay ninguna gruta ni cueva, además, todo lo que nos rodea es tan duro que, a parte de no poderse extraer, nos es imposible construirnos un refugio —informó Delbringer.
El sargento era consciente de que no aguantarían a la intemperie mucho más tiempo, porque la temperatura estaba bajando demasiado como para que sus frágiles cuerpos pudieran soportarla.
—Bueno, yo puedo encontrar un refugio —dijo Lekham mirándolos.
—¿Ah sí, cómo? —Preguntó el sargento asombrado.
—Bueno, mi raza tiene poderes ocultos y uno de ellos son los rayos X.
—¿Estarás de broma, no?
—Yo nunca bromearía con algo tan grave, Nijhalem —respondió muy serio.
Se quedaron observando a Lekham y vieron que sus ojos se pusieron de color rojo, y luego miró ensimismado la montaña que tenía delante de él con mucha paciencia. El extraterrestre estaba examinando la profundidad de la roca y notó que esa capa de cristal rosa era muy superficial, aunque supuso que romper la dura pared subyacente no sería nada fácil.
—Ya he encontrado un refugio —los informó Lekham sin dejar de mirar a la pared.
Se quedaron tan sorprendidos que ninguno pudo articular palabra después de la revelación del alien.
El único problema era que la gruta se encontraba muy escondida tras esa capa de cristal rosa y tendría que recurrir a toda su fuerza para romper la gruesa pared que había debajo, y habría preferido no tener que desvelar sus secretos, pero al fin y al cabo había ido para ayudar a los humanos.
Lekham se aproximó al muro, se quitó la parte de arriba de su traje para poder golpear con más fuerza, y luego se posicionó muy derecho con su torso y brazos desnudos expuestos al aire gélido. Sus terminaciones nerviosas estaban sintiendo una gran quemazón por el frío, pero su raza controlaba muy bien su cerebro; era una de las ventajas de sus congéneres.
—¿Qué estás haciendo, Lekham? —Preguntó el sargento sin entender nada.
El ser de otro planeta subió los brazos muy alto y sus extremidades se empezaron a alargar hasta una distancia imposible. Cuando lo vieron se sorprendieron muchísimo porque cualquier ser humano se habría roto los brazos con semejante esfuerzo. Después cerró los ojos y se concentró, olvidando todo lo que lo rodeaba y de sus manos empezó a salir energía que recubrió sus brazos. Luego abrió los ojos, bajó sus extremidades superiores con un movimiento muy brusco y cuando tocó la pared ésta explotó en mil pedazos.
Al ver aquello se asustaron mucho porque, aunque no era la primera vez que Lekham mostraba algo de su capacidad, sí fue la primera vez que el ser demostraba su fabulosa fuerza física.
Luego el extraterrestre entró, y cuando los demás se hubieron recuperado de la sorpresa, entraron también.