Re: Nijhalem, el intrépido (Novela de Ciencia Ficción/Fantasía)
Publicado: 27 Mar 2021 14:33
Jejeje el libro tiene diferentes niveles de escritura por haber pasado por varias correcciones, así que no es raro que algunas cosas queden mejor que otras. Sigo con la historia que cada vez le queda menos.
CAPÍTULO 17
El ingenio aterrizó en el muelle de carga de una gran nave, donde predominaban los colores blancos y negros.
La unidad de asalto salió de la nave por la escotilla y vieron un grupo de soldados yendo hacia ellos, y pensaron que no tendrían que esperar mucho para saber qué hacían allí, y las intenciones de esos extraños.
Cuando salieron, los soldados ya habían llegado hasta su nave. A simple vista parecían humanos, pero Nijhalem no podría haberlo dicho porque llevaban una armadura extravagante de colores verdes y amarillos para rematar en un casco rojo. El sargento pensó que a él le daría vergüenza salir así aunque fuera para pasear al perro, y observó a uno acercándose y ya les decía a media distancia.
—De modo que habéis estado en el planeta prohibido.
—¿El planeta prohibido? —Preguntó Nijhalem— Lo siento, no sé de que estás hablando.
El soldado se quitó el casco, bajando una visera que dejó a la vista un humano de piel azul.
Nijhalem se acordó brevemente de los gigantes de 'Movible', y no le cupo ninguna duda de que esos seres estaban relacionados de alguna forma con el planeta.
El sargento sentía una mezcla de sentimientos ante esos humanos. El que predominaba era rabia porque eran los responsables de los dos peores días que había vivido Nijhalem.
—Es un planeta que hemos creado para experimentar en él todo lo que se nos ocurra.
—Así que vosotros sois los que habéis intentado matarnos —gruñó el sargento más como una bestia que como un hombre.
—Así es, pero debéis comprender que os habéis colado en un planeta ajeno que no era de vuestra propiedad —apostilló el humano azul poniendo un dedo en la armadura de Nijhalem.
—¿Acaso no tenéis empatía como para imaginaros que nosotros no sabíamos que el planeta tuviera dueño? —Se adelantó Delbringer furiosa.
—Pues ahora ya lo sabéis, ¿no? Para vuestra curiosidad os diré que es un planeta sintético donde vamos cuando queremos crear cualquier cosa o animal —aclaró el humano azul.
Siendo así, el sargento pensó que se habían convertido en intrusos y en su cabeza se impuso una disculpa, aunque era consciente de que ellos no habían hecho nada malo.
El portavoz de aquellos seres se acercó a Lekham y su diferencia de estatura se hizo patente a medida que se fue acercando a él, aunque no parecía preocupado en ningún sentido por dicha diferencia. Esto hizo que el sargento pensara que era muy probable que esos humanos azules también tuvieran facultades.
—Por cierto, tengo que felicitarte, Lekham, —tocó uno de los enormes brazos del extraterrestre— nunca nos habíamos encontrado con un ser tan dotado. Si no hubiera sido por él habríais muerto sin remedio – el tono del humano azul cambió a uno casi de pena.
—Te lo agradezco, extraño —se adelantó a decir Lekham.
—¿Cómo lo harás ahora para presentarte en la Tierra? – El humano azul parecía preocupado.
—Creo que sé a qué te refieres —respondió Lekham sin inmutarse—. No pasará nada porque puedo regenerar mi disfraz de humano en un día.
—Increíble —se notaba que el humano azul estaba impresionado.
El sargento estaba muy furioso porque por culpa de aquellos seres sus vidas habían estado en peligro, aunque solía ver las cosas como eran y no había cambiado su idea de que debían disculparse, ya que, desde que entraron sin permiso en el planeta se habían convertido en intrusos. Por supuesto en su opinión esto no justificaba el que quisieran matarlos, pero aquello le sirvió para entender al menos que tenían derecho a estar enfadados.
—Lamentamos haber entrado sin permiso en vuestro planeta.
—No, si eso me da igual, lo que no termino de entender es cómo habéis conseguido salir de la órbita del planeta prohibido; está diseñada para que nada ni nadie pueda escapar de allí.
—Yo fui quien hizo posible la huída —se adelantó Lekham muy orgulloso.
El humano azul se acercó de nuevo al enorme extraterrestre de piel marrón y estuvo examinándolo, pero no lograba entender de dónde emanaba su poder. Obviamente tenía poder escondido pero su estilo de raza parecía más bien la de unos bárbaros sin desarrollar que la de unos telépatas superpoderosos. Además, llegó a la conclusión de que sus capacidades serían muy grandes si gracias a él los humanos pudieron romper las gravedades de ambas lunas, ya que éstas eran fortísimas.
—Ahora lo comprendo, aplicaste algún tipo de magia ¿verdad?
—Lo único que hice fue aislar la nave con una sustancia que yo produje.
—¡Lo único dice! —Exclamó el humano azul mirando a sus soldados.
Lekham estaba tan acostumbrado a sus poderes que a menudo olvidaba que era capaz de hacer muchas cosas increíbles, aunque esos seres azules eran conscientes de que ni con todos los poderes de cualquier universo habrían logrado sobrevivir allí mucho tiempo.
—Por si no lo sabes, ningún organismo caído en el planeta prohibido ha logrado sobrevivir más de una semana, y los que han sobrevivido más tiempo no pudieron salir y los dos satélites se tragaron sus naves de hojalata – dijo el humano azul con orgullo.
—¿Y os alegráis de eso? —Se enfadó Nijhalem.
—Por supuesto que sí, sobre todo si el que queda atrapado es un ladrón que roba nuestro material más valioso —los miró de una manera bastante dura.
—¿Estás diciendo que este pedazo de roca rosácea es el material más valioso que tenéis?
—Sí, es un material que producimos, supongo que como vosotros vuestras monedas.
—Sí, aunque creo que nuestras monedas valdrán bastante más que esto —intervino Delbringer refiriéndose a la roca con desprecio.
—Eres una ignorante —declaró el humano azul de manera contundente.
El grupo se tensó ante esa nueva situación, aunque lo peor era que no sabían cómo reaccionar porque aquello era un abordaje en términos náuticos, y la finalidad de éstos era controlar un navío y hacerse dueño de todo lo que hubiera dentro de él.
—Oye, vigila tus palabras —dijo Nijhalem apuntándole con su arma.
El ser miró ese instrumento arcaico, levantó una mano y con su poder mental se la quitó con un sólo pensamiento y luego se dirigió al sargento.
—Perdonadme si os he ofendido —dijo con un respeto que parecía auténtico.
La forma educada de hablar de aquel organismo dejó todavía más descolocado al grupo, y aún menos pudieron dilucidar si estaban allí para bien o para mal. No obstante, Nijhalem había dialogado por todas las galaxias conocidas con todo tipo de criaturas y no se dejaría amedrentar por aquellos seres.
—¿Se puede saber por qué habéis capturado nuestra nave? —Preguntó Nijhalem en un tono más alto del que hubieran preferido los seres azules.
—En primer lugar, queremos felicitaros por haber sobrevivido a las inclemencias de nuestro planeta prohibido, y a vuestra exitosa huída. Huelga decir que nadie había conseguido antes esas dos grandes hazañas —respondió admirado.
—No has contestado a mi pregunta.
—Bueno, queremos que nos devolváis lo que habéis robado —el ser azul se puso más serio.
—No podemos hacer eso, la Tierra se está muriendo y debemos llevar este trozo de mineral para que lo estudien y así usarlo como combustible, ya que la gasolina concentrada que usamos nos está matando poco a poco —explicó Delbringer en tono suplicante.
El extraterrestre parecía muy aburrido con aquellos extranjeros y, aunque los había escuchado, le producía un terrible hastío tener ante su presencia a humanos genuinos contaminando su avanzada nave. Además, en el colegio siempre tuvo dificultad para entender la asignatura de historia humana, ya que los terrícolas habían hecho cosas absurdas que ese ser azul no era capaz de comprender.
—Ese no es nuestro problema.
—Trata de entender —medió Nijhalem—, nuestro planeta podría desaparecer.
—Yo lo entiendo todo —dijo el ser azul—, pero respóndeme a algo, ¿acaso vosotros dejaríais que nos lleváramos vuestras monedas si las necesitáramos para convertirlas en combustible?
—No lo sé, tal vez sí —respondió el sargento titubeante.
—¡No nos tomes por estúpidos! Estamos al tanto de los actos necios cometidos por los humanos, estoy seguro de que os quedaríais vuestras monedas y dejaríais que mi pueblo se extinguiera —gritó el ser azul a Nijhalem, aunque éste no pareció
ni que se inmutara.
—¡No tenéis corazón! —Gritó Delbringer rabiosa.
—Si te refieres a la vulgar víscera que tenéis en vuestro pecho, efectivamente, no tenemos corazón. Toda la energía que podamos necesitar la tomamos del fino polvo resultante de la prensión de nuestro material. Si lo que quieres decir es que no tenemos piedad, ¡míranos! —Señaló a los pocos soldados allí congregados— esto es lo que queda de nuestra raza, y todo
por unos invasores que destruyeron nuestro hogar por gusto.
El sargento sabía que tenía la batalla perdida, porque aquellos humanos azules estaban muy enfadados contra todos los seres. A pesar de todo, se notaba que no era un pueblo hostil, como se podría haber pensado después de lo que les hicieron pasar en el planeta prohibido. Sin embargo, aunque era verdad que no eran hostiles tampoco querían ser demasiado generosos con nadie.
—Está bien, te devolveremos el pequeño fragmento de roca —dijo Nijhalem, vencido.
La tropa de asalto se asombró de que el sargento estuviera diciendo eso. Siempre se había enorgullecido de ser el soldado más condecorado de todo el ejército y ahora una simple charla lo había desarmado.
—No podemos hacer eso, si no llevamos esa piedra y logramos hacer combustible con ella la Tierra está perdida —le gritó Delbringer intentando que entrara en razón.
—Cállese, teniente, no voy a seguir luchando porque estos seres tienen razón, hemos entrado en un planeta ajeno y hemos robado algo que no nos pertenece.
El ser azul los estaba viendo discutir y pensó que la raza humana era aún más estúpida de lo que había oído, porque no se les había ocurrido en ningún momento la más simple de las soluciones.
—Colonizad otro planeta —dijo el ser azul tranquilo.
—¿Cómo dices? —Preguntó Nijhalem.
—Los humanos sois buenos explotando recursos y destruyendo el planeta en el que vivís, de modo que la única manera de sobrevivir es explotando otro planeta hasta su misma muerte – respondió con una sonrisa pícara.
Al sargento no se le había ocurrido en ningún momento dicha posibilidad, tal vez fuera porque se avino desde el principio al plan de los científicos. Sin embargo, reconoció que era una excelente opción, porque había muchos planetas deshabitados conocidos donde podrían empezar una nueva vida. Aunque lo más seguro era que los humanos transportaran su estupidez a ese nuevo planeta y, en un plazo no muy lejano, lo llevaran a la extinción como habían hecho con su planeta natal.
—A pesar del tono que has empleado tengo que reconocer que es una gran idea —dijo Nijhalem por fin.
—Nuestro material, por favor —respondió al sargento con mezquindad.
El sargento cambió el gesto a otro más serio pero estaban en su derecho de pedirles que les devolviera lo que era suyo, así que lo extrajo del recipiente donde lo guardó y se lo entregó al humano azul quien se puso muy contento.
—Bien, ahora como recompensa por haber sobrevivido en nuestro planeta sintético podéis quedaros aquí dos días para descansar.
—Vaya, por fin un gesto de hospitalidad —dijo Nijhalem con una sonrisa.
—Hasta hace unos minutos sólo erais unos ladrones que por supuesto no tenían derecho a nada.
—Bueno, ya te hemos devuelto la piedrecita rosa, no nos sigas hablando así —se desesperó Jukhel.
—Está bien —le dijo el sargento a su hombre—, no tenemos derecho a intentar corregir su forma de hablar.
El humano azul ya estaba más tranquilo porque había recuperado un trozo de ese material que tanto les costaba cultivar en su planeta sintético. En el proceso se veían involucrados tanto los satélites como los movimientos bruscos que hacía el planeta prohibido, así como todo lo que ocurría en su superficie; nada era aleatorio.
Por el hecho de haber demostrado su buena fe, dejó de hablarles de esa forma, aunque se dieron cuenta pronto de que no eran mucho más hospitalarios cuando les dijeron que si en dos días no se habían ido los matarían y esparcirían sus restos por el extractor. Después de eso les dieron un reloj programado para que sonara en cuarenta y siete horas y treinta minutos, y el ser azul les dijo de manera autoritaria:
—Cuando la alarma de este reloj suene tendréis que iros.
—No sois muy amables —respondió Nijhalem.
—Es toda la hospitalidad que podemos ofrecerles a unos extraños, y podéis daros por contentos, porque sabemos que los humanos no destruyeron nuestro mundo, que si no ya estaríais muertos.
—Está bien, de cualquier manera mis hombres y yo os damos las gracias por la mejor hospitalidad que recibiremos por esta zona.
—Eso está mejor —se rió el humano azul.
Era increíble cómo se las había arreglado el sargento para seguir a bien con los seres azules, a pesar de ser unas criaturas
muy hoscas. Delbringer pensó que si hubiera tenido que negociar ella misma muy probablemente habrían entrado en guerra sólo por el hecho de no haber devuelto el trozo de mineral. Después de un rato muy largo pensó que prefería la diplomacia demostrada por su sargento y se dio cuenta de por qué habían querido otorgarle una graduación mayor en tantas ocasiones, aunque seguía sin entender por qué no las había aceptado, sobre todo teniendo en cuenta que estaba cerca de cumplir cincuenta años, y a esa edad el físico y la mente ya no eran los mismos, o eso creía, porque Nijhalem estaba mucho más preparado de lo que lo estaría ella en años.
—¿Qué hacemos, sargento? —Preguntó la mujer cuando el humano azul se fue de allí.
—Vamos a quedarnos aquí a descansar, no parece que vayan a hacernos daño, además, hace dos días que no dormimos en una cama en condiciones.
—Y qué dos días —dijo Lekham de repente.
El sargento miró al extraterrestre y le dio un golpe flojo en el hombro y Lekham dibujó una sonrisa con sus finos labios de alien. Estaba claro que ya había pasado todo y ahora podían reírse, pero ninguno se hubiera reído en la superficie del planeta mientras hacían frente a todos los peligros.
Unos guías los esperaron unos momentos en la entrada del hangar, y los llevaron a unas habitaciones que fue lo más civilizado que vieron en varios días y se alegraron mucho de que fuera así. Luego acomodaron las pocas cosas que habían cogido de su propia nave, y se quedaron dormidos sobre un cómodo colchón y unas almohadas muy mullidas.
CAPÍTULO 17
El ingenio aterrizó en el muelle de carga de una gran nave, donde predominaban los colores blancos y negros.
La unidad de asalto salió de la nave por la escotilla y vieron un grupo de soldados yendo hacia ellos, y pensaron que no tendrían que esperar mucho para saber qué hacían allí, y las intenciones de esos extraños.
Cuando salieron, los soldados ya habían llegado hasta su nave. A simple vista parecían humanos, pero Nijhalem no podría haberlo dicho porque llevaban una armadura extravagante de colores verdes y amarillos para rematar en un casco rojo. El sargento pensó que a él le daría vergüenza salir así aunque fuera para pasear al perro, y observó a uno acercándose y ya les decía a media distancia.
—De modo que habéis estado en el planeta prohibido.
—¿El planeta prohibido? —Preguntó Nijhalem— Lo siento, no sé de que estás hablando.
El soldado se quitó el casco, bajando una visera que dejó a la vista un humano de piel azul.
Nijhalem se acordó brevemente de los gigantes de 'Movible', y no le cupo ninguna duda de que esos seres estaban relacionados de alguna forma con el planeta.
El sargento sentía una mezcla de sentimientos ante esos humanos. El que predominaba era rabia porque eran los responsables de los dos peores días que había vivido Nijhalem.
—Es un planeta que hemos creado para experimentar en él todo lo que se nos ocurra.
—Así que vosotros sois los que habéis intentado matarnos —gruñó el sargento más como una bestia que como un hombre.
—Así es, pero debéis comprender que os habéis colado en un planeta ajeno que no era de vuestra propiedad —apostilló el humano azul poniendo un dedo en la armadura de Nijhalem.
—¿Acaso no tenéis empatía como para imaginaros que nosotros no sabíamos que el planeta tuviera dueño? —Se adelantó Delbringer furiosa.
—Pues ahora ya lo sabéis, ¿no? Para vuestra curiosidad os diré que es un planeta sintético donde vamos cuando queremos crear cualquier cosa o animal —aclaró el humano azul.
Siendo así, el sargento pensó que se habían convertido en intrusos y en su cabeza se impuso una disculpa, aunque era consciente de que ellos no habían hecho nada malo.
El portavoz de aquellos seres se acercó a Lekham y su diferencia de estatura se hizo patente a medida que se fue acercando a él, aunque no parecía preocupado en ningún sentido por dicha diferencia. Esto hizo que el sargento pensara que era muy probable que esos humanos azules también tuvieran facultades.
—Por cierto, tengo que felicitarte, Lekham, —tocó uno de los enormes brazos del extraterrestre— nunca nos habíamos encontrado con un ser tan dotado. Si no hubiera sido por él habríais muerto sin remedio – el tono del humano azul cambió a uno casi de pena.
—Te lo agradezco, extraño —se adelantó a decir Lekham.
—¿Cómo lo harás ahora para presentarte en la Tierra? – El humano azul parecía preocupado.
—Creo que sé a qué te refieres —respondió Lekham sin inmutarse—. No pasará nada porque puedo regenerar mi disfraz de humano en un día.
—Increíble —se notaba que el humano azul estaba impresionado.
El sargento estaba muy furioso porque por culpa de aquellos seres sus vidas habían estado en peligro, aunque solía ver las cosas como eran y no había cambiado su idea de que debían disculparse, ya que, desde que entraron sin permiso en el planeta se habían convertido en intrusos. Por supuesto en su opinión esto no justificaba el que quisieran matarlos, pero aquello le sirvió para entender al menos que tenían derecho a estar enfadados.
—Lamentamos haber entrado sin permiso en vuestro planeta.
—No, si eso me da igual, lo que no termino de entender es cómo habéis conseguido salir de la órbita del planeta prohibido; está diseñada para que nada ni nadie pueda escapar de allí.
—Yo fui quien hizo posible la huída —se adelantó Lekham muy orgulloso.
El humano azul se acercó de nuevo al enorme extraterrestre de piel marrón y estuvo examinándolo, pero no lograba entender de dónde emanaba su poder. Obviamente tenía poder escondido pero su estilo de raza parecía más bien la de unos bárbaros sin desarrollar que la de unos telépatas superpoderosos. Además, llegó a la conclusión de que sus capacidades serían muy grandes si gracias a él los humanos pudieron romper las gravedades de ambas lunas, ya que éstas eran fortísimas.
—Ahora lo comprendo, aplicaste algún tipo de magia ¿verdad?
—Lo único que hice fue aislar la nave con una sustancia que yo produje.
—¡Lo único dice! —Exclamó el humano azul mirando a sus soldados.
Lekham estaba tan acostumbrado a sus poderes que a menudo olvidaba que era capaz de hacer muchas cosas increíbles, aunque esos seres azules eran conscientes de que ni con todos los poderes de cualquier universo habrían logrado sobrevivir allí mucho tiempo.
—Por si no lo sabes, ningún organismo caído en el planeta prohibido ha logrado sobrevivir más de una semana, y los que han sobrevivido más tiempo no pudieron salir y los dos satélites se tragaron sus naves de hojalata – dijo el humano azul con orgullo.
—¿Y os alegráis de eso? —Se enfadó Nijhalem.
—Por supuesto que sí, sobre todo si el que queda atrapado es un ladrón que roba nuestro material más valioso —los miró de una manera bastante dura.
—¿Estás diciendo que este pedazo de roca rosácea es el material más valioso que tenéis?
—Sí, es un material que producimos, supongo que como vosotros vuestras monedas.
—Sí, aunque creo que nuestras monedas valdrán bastante más que esto —intervino Delbringer refiriéndose a la roca con desprecio.
—Eres una ignorante —declaró el humano azul de manera contundente.
El grupo se tensó ante esa nueva situación, aunque lo peor era que no sabían cómo reaccionar porque aquello era un abordaje en términos náuticos, y la finalidad de éstos era controlar un navío y hacerse dueño de todo lo que hubiera dentro de él.
—Oye, vigila tus palabras —dijo Nijhalem apuntándole con su arma.
El ser miró ese instrumento arcaico, levantó una mano y con su poder mental se la quitó con un sólo pensamiento y luego se dirigió al sargento.
—Perdonadme si os he ofendido —dijo con un respeto que parecía auténtico.
La forma educada de hablar de aquel organismo dejó todavía más descolocado al grupo, y aún menos pudieron dilucidar si estaban allí para bien o para mal. No obstante, Nijhalem había dialogado por todas las galaxias conocidas con todo tipo de criaturas y no se dejaría amedrentar por aquellos seres.
—¿Se puede saber por qué habéis capturado nuestra nave? —Preguntó Nijhalem en un tono más alto del que hubieran preferido los seres azules.
—En primer lugar, queremos felicitaros por haber sobrevivido a las inclemencias de nuestro planeta prohibido, y a vuestra exitosa huída. Huelga decir que nadie había conseguido antes esas dos grandes hazañas —respondió admirado.
—No has contestado a mi pregunta.
—Bueno, queremos que nos devolváis lo que habéis robado —el ser azul se puso más serio.
—No podemos hacer eso, la Tierra se está muriendo y debemos llevar este trozo de mineral para que lo estudien y así usarlo como combustible, ya que la gasolina concentrada que usamos nos está matando poco a poco —explicó Delbringer en tono suplicante.
El extraterrestre parecía muy aburrido con aquellos extranjeros y, aunque los había escuchado, le producía un terrible hastío tener ante su presencia a humanos genuinos contaminando su avanzada nave. Además, en el colegio siempre tuvo dificultad para entender la asignatura de historia humana, ya que los terrícolas habían hecho cosas absurdas que ese ser azul no era capaz de comprender.
—Ese no es nuestro problema.
—Trata de entender —medió Nijhalem—, nuestro planeta podría desaparecer.
—Yo lo entiendo todo —dijo el ser azul—, pero respóndeme a algo, ¿acaso vosotros dejaríais que nos lleváramos vuestras monedas si las necesitáramos para convertirlas en combustible?
—No lo sé, tal vez sí —respondió el sargento titubeante.
—¡No nos tomes por estúpidos! Estamos al tanto de los actos necios cometidos por los humanos, estoy seguro de que os quedaríais vuestras monedas y dejaríais que mi pueblo se extinguiera —gritó el ser azul a Nijhalem, aunque éste no pareció
ni que se inmutara.
—¡No tenéis corazón! —Gritó Delbringer rabiosa.
—Si te refieres a la vulgar víscera que tenéis en vuestro pecho, efectivamente, no tenemos corazón. Toda la energía que podamos necesitar la tomamos del fino polvo resultante de la prensión de nuestro material. Si lo que quieres decir es que no tenemos piedad, ¡míranos! —Señaló a los pocos soldados allí congregados— esto es lo que queda de nuestra raza, y todo
por unos invasores que destruyeron nuestro hogar por gusto.
El sargento sabía que tenía la batalla perdida, porque aquellos humanos azules estaban muy enfadados contra todos los seres. A pesar de todo, se notaba que no era un pueblo hostil, como se podría haber pensado después de lo que les hicieron pasar en el planeta prohibido. Sin embargo, aunque era verdad que no eran hostiles tampoco querían ser demasiado generosos con nadie.
—Está bien, te devolveremos el pequeño fragmento de roca —dijo Nijhalem, vencido.
La tropa de asalto se asombró de que el sargento estuviera diciendo eso. Siempre se había enorgullecido de ser el soldado más condecorado de todo el ejército y ahora una simple charla lo había desarmado.
—No podemos hacer eso, si no llevamos esa piedra y logramos hacer combustible con ella la Tierra está perdida —le gritó Delbringer intentando que entrara en razón.
—Cállese, teniente, no voy a seguir luchando porque estos seres tienen razón, hemos entrado en un planeta ajeno y hemos robado algo que no nos pertenece.
El ser azul los estaba viendo discutir y pensó que la raza humana era aún más estúpida de lo que había oído, porque no se les había ocurrido en ningún momento la más simple de las soluciones.
—Colonizad otro planeta —dijo el ser azul tranquilo.
—¿Cómo dices? —Preguntó Nijhalem.
—Los humanos sois buenos explotando recursos y destruyendo el planeta en el que vivís, de modo que la única manera de sobrevivir es explotando otro planeta hasta su misma muerte – respondió con una sonrisa pícara.
Al sargento no se le había ocurrido en ningún momento dicha posibilidad, tal vez fuera porque se avino desde el principio al plan de los científicos. Sin embargo, reconoció que era una excelente opción, porque había muchos planetas deshabitados conocidos donde podrían empezar una nueva vida. Aunque lo más seguro era que los humanos transportaran su estupidez a ese nuevo planeta y, en un plazo no muy lejano, lo llevaran a la extinción como habían hecho con su planeta natal.
—A pesar del tono que has empleado tengo que reconocer que es una gran idea —dijo Nijhalem por fin.
—Nuestro material, por favor —respondió al sargento con mezquindad.
El sargento cambió el gesto a otro más serio pero estaban en su derecho de pedirles que les devolviera lo que era suyo, así que lo extrajo del recipiente donde lo guardó y se lo entregó al humano azul quien se puso muy contento.
—Bien, ahora como recompensa por haber sobrevivido en nuestro planeta sintético podéis quedaros aquí dos días para descansar.
—Vaya, por fin un gesto de hospitalidad —dijo Nijhalem con una sonrisa.
—Hasta hace unos minutos sólo erais unos ladrones que por supuesto no tenían derecho a nada.
—Bueno, ya te hemos devuelto la piedrecita rosa, no nos sigas hablando así —se desesperó Jukhel.
—Está bien —le dijo el sargento a su hombre—, no tenemos derecho a intentar corregir su forma de hablar.
El humano azul ya estaba más tranquilo porque había recuperado un trozo de ese material que tanto les costaba cultivar en su planeta sintético. En el proceso se veían involucrados tanto los satélites como los movimientos bruscos que hacía el planeta prohibido, así como todo lo que ocurría en su superficie; nada era aleatorio.
Por el hecho de haber demostrado su buena fe, dejó de hablarles de esa forma, aunque se dieron cuenta pronto de que no eran mucho más hospitalarios cuando les dijeron que si en dos días no se habían ido los matarían y esparcirían sus restos por el extractor. Después de eso les dieron un reloj programado para que sonara en cuarenta y siete horas y treinta minutos, y el ser azul les dijo de manera autoritaria:
—Cuando la alarma de este reloj suene tendréis que iros.
—No sois muy amables —respondió Nijhalem.
—Es toda la hospitalidad que podemos ofrecerles a unos extraños, y podéis daros por contentos, porque sabemos que los humanos no destruyeron nuestro mundo, que si no ya estaríais muertos.
—Está bien, de cualquier manera mis hombres y yo os damos las gracias por la mejor hospitalidad que recibiremos por esta zona.
—Eso está mejor —se rió el humano azul.
Era increíble cómo se las había arreglado el sargento para seguir a bien con los seres azules, a pesar de ser unas criaturas
muy hoscas. Delbringer pensó que si hubiera tenido que negociar ella misma muy probablemente habrían entrado en guerra sólo por el hecho de no haber devuelto el trozo de mineral. Después de un rato muy largo pensó que prefería la diplomacia demostrada por su sargento y se dio cuenta de por qué habían querido otorgarle una graduación mayor en tantas ocasiones, aunque seguía sin entender por qué no las había aceptado, sobre todo teniendo en cuenta que estaba cerca de cumplir cincuenta años, y a esa edad el físico y la mente ya no eran los mismos, o eso creía, porque Nijhalem estaba mucho más preparado de lo que lo estaría ella en años.
—¿Qué hacemos, sargento? —Preguntó la mujer cuando el humano azul se fue de allí.
—Vamos a quedarnos aquí a descansar, no parece que vayan a hacernos daño, además, hace dos días que no dormimos en una cama en condiciones.
—Y qué dos días —dijo Lekham de repente.
El sargento miró al extraterrestre y le dio un golpe flojo en el hombro y Lekham dibujó una sonrisa con sus finos labios de alien. Estaba claro que ya había pasado todo y ahora podían reírse, pero ninguno se hubiera reído en la superficie del planeta mientras hacían frente a todos los peligros.
Unos guías los esperaron unos momentos en la entrada del hangar, y los llevaron a unas habitaciones que fue lo más civilizado que vieron en varios días y se alegraron mucho de que fuera así. Luego acomodaron las pocas cosas que habían cogido de su propia nave, y se quedaron dormidos sobre un cómodo colchón y unas almohadas muy mullidas.