“Para hablar de la locura habría que tener el talento de un poeta” (FOUCAULT)
La
Historia de la locura en la Época Clásica puede ser considerado el primer gran libro de Foucault. Me está gustando mucho, cada vez más, pues la locura es un tema que siempre me ha fascinado…
verosmosis escribió:Me gusta que vaya en sentido cronológico, comentando las etapas por las fue pasando Foucault y los libros que fue escribiendo y reescribiendo en cada momento.
Sí, es cierto. De esa manera uno puede elegir qué quiere leer de él, y a qué etapa pertenece. Y lo de que sus ideas vayan oscilando y redefiniéndose me parece algo positivo, pues demuestra tener un continuo y vivo análisis de su pensamiento, lejos del anquilosamiento y las ideas fijas e inmutables. Algunas de sus influencias fueron las lecturas de Nietzsche, Bataille y Blanchot, que lo hicieron alejarse paulatinamente de las corrientes que imperaban por entonces, esto es, el marxismo, el psicoanálisis y la fenomenología existencial.
En un primer momento, la obra se titulaba
Locura y sinrazón, y el título era originariamente el subtítulo. El primer capítulo lo dedica a la figura renancentista de la nave de los locos, donde los locos, los indigentes, los vagos, los sodomitas, los blasfemos, las prostitutas, los libertinos, etc.. recorren los más importantes ríos de Europa.
En el Renacimiento, la nave de los locos era tanto un tema pictórico y literario como el lugar en el que se llevaba a cabo una práctica social. Efectivamente, los locos eran excluidos de los centros urbanos y embarcados para navegar sin rumbo.
En pintura de la época destaca El Bosco, y en la literatura, donde las imágenes de la locura expresan principalmente debilidades de la razón humana, se vuelve sátira como con Erasmo de Rotterdam.
1656: Fecha emblemática en la historia de la locura. Se crea el Hospital General de París. Una instancia de orden monárquico y burgués, no médica ni judicial (¡imaginaros el peligro!).
Un edicto del rey establecía una autoridad administrativa y vitalicia, con competencia en toda la ciudad, que, junto con la policía e independientemente de la justicia, podía disponer el encierro, en el Hospital General, de todos aquellos que perturbaran o pudiesen perturbar el orden.
Esta práctica del encierro pronto se extiende por Inglaterra y Alemania. “El trabajo y la ociosidad han trazado en el mundo clásico una línea divisoria que substituyó a la gran exclusión de la lepra”, dice Foucault. En una sociedad animada por la ética del trabajo y las ganancias, la pobreza y sus causas se convierten en un vicio moral.
Muy interesante, por otro lado, el análisis que hace de la obra de Descartes, en concreto de sus
Meditaciones metafísicas. Trata de mostrar que “la locura posee un estatuto propio en el camino de la duda cartesiana”. Pero, ella, la locura, entre los motivos de la duda que conducen a la hipótesis del genio maligno, no ocupa el mismo lugar. Es decir,
la locura es simplemente excluida. Para Descartes quien piensa razonablemente no puede estar loco.
La segunda parte de la
Historia de la locura está dedicada al modo en que se ha hablado de la locura a lo largo del siglo XVIII. “El loco es aquel cuyo lenguaje, cuyos comportamientos y cuyos gestos no son como los de los demás”. Para la Época Clásica,
LA PASIÓN, entendida como movimiento irracional de la razón, es finalmente la causa más constante y obstinada de la locura.
En el contexto de algunas nociones sobre la locura, Foucault, se interesa por dos: la histeria y la hipocondría. Ambas figuran bajo el concepto de enfermedad de los nervios, entendida como esa irritabilidad general del cuerpo que afecta a la vida del espíritu. Hay un deslizamiento de la locura, a través de ellas, hacia la región del inconsciente y la culpa.
La última parte de la obra, la tercera, trata de las condiciones que hicieron históricamente posible la psiquiatría y la psicología, es decir, de la manera en que el hombre se convirtió en una especie psicologizable. Ahora se modifica nuevamente la sensibilidad social respecto a la pobreza. La práctica de encerrar a los indigentes es percibida como un desaprovechamiento de mano de obra necesaria y que, además, consume poco. Comienzan entonces a deshacerse los nexos que vinculaban la locura, la sinrazón y la miseria.
En este nuevo contexto, -segunda mitad del siglo XVIII-, la relación entre locura y encierro se reformula y profundiza, y conduce a la experiencia de la locura como enfermedad mental. Aparecen espacios de internación reservados a los locos, y será ahora la justicia, la encargada de decidir quiénes deben ser recluidos, en base, por supuesto, a los valores de la sociedad burguesa. La relación de la locura con la sinrazón cederá su lugar a la relación de la locura con la libertad.
A quienes tienen la facultades mentales alteradas y, por lo tanto, no pueden hacer un buen uso de su libertad, la sociedad tiene derecho a limitársela, alienando su voluntad en la del médico.
El encierro construye la figura del alienado. Nombra a dos reformadores de la psiquiatría, Samuel Tuke y Philippe Pinel, que a pesar de las instituciones que crean, -las casas de retiro y el asilo, respectivamente-, las tácticas adoptadas (retos, amenazas, humillaciones, castigos, privación de alimentos) constituían una estrategia de infantilización y culpabilización del loco. También Freud “desplazó todas las estructuras que Pinel y Tuke habían acomodado en la internación”:
el médico como figura alienante sigue siendo la clave del psicoanálisis.
Desde el punto de vista filosófico, Foucault se inscribe en la tradición crítica de Kant. “El hombre, el sujeto de las ciencias humanas, fue inventado –según la expresión de Foucault- hacia finales del siglo XVIII, no a inicios del XVII, es decir, en la época de Kant, no en la de Descartes”.
Uno de los puntos neurálgicos de la filosofía foucaultiana será la idea de una “analítica de la finitud”. La finitud del hombre (sus formas negativas, como la enfermedad y la muerte, pero también positiva, como lo que conoce y hace) es concebida a partir de la propia finitud, sin recurrir a Dios ni a ninguna otra forma de absoluto. La pregunta “¿qué es el hombre?, en el campo de la filosofía, termina en una respuesta que la recusa y la desarma: el superhombre. El superhombre anuncia, como dirá más tarde Foucault, el “estallido del rostro del hombre en la risa y el retorno de las máscaras”. La lectura de Kant abre y cierra, por tanto, el pensamiento de Foucault.
Comienzo el segundo capítulo,
