El cine en un fragmento literario

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Mensaje por Gretogarbo »

- En una palabra, que me aburro de cojones, y por eso yo y mi mujer cogemos la furgoneta y nos venimos a Madrid dos veces al año, una a los toros en San Isidro y otra a los teatros en otoño, porque a mí lo que me gustan son los toros y a mi mujer el teatro, aunque si echan una buena película no le hacemos ascos; Lo que el viento se llevó, por ejemplo, la hemos visto cuatro veces, Clagable estaba inmenso y ella, ¿cómo se llamaba la artista, que estaba buenísima? -aquí cambió de tono-. Por cierto, ¿tú sabes de un sitio donde se pueda echar un polvo rapidito, aprovechando que mi mujer se ha quedado en el hotel con dolor de cabeza?
El pisito, de Rafael Azcona

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Mensaje por Gretogarbo »

En la plaza arbolada rondaba una pareja de grises con las manos en la espalda. Dos calles más allá reverdecían las viejas moreras frente al cine Iberia. Rosita arrancó algunas hojas de las ramas bajas y las guardó en el capacho. "Tenemos dos cajas de gusanos de seda", dijo, y se entretuvo mirando el cartel de El embrujo de Shangai. El ventanuco de la cabina de proyección estaba abierto y desde la calle se oía el zumbido del proyector y las voces de plata susurrando en la penumbra.
Ronda del Guinardó, de Juan Marsé

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Mensaje por Gretogarbo »

El inspector examinó detenidamente la cama de matrimonio con el edredón color pastel y los pequeños cojines de adorno, las dos mesitas de noche y el armario de luna; en una de las mesitas ardía tontamente la lámpara de color rosa satinada. Rendición total e incondicional de Alemania. Luego veré quién ha marcado los goles, pensó, es lo único que vale la pena leer... En los dormitorios de la memoria, en el viejo laberinto de sus primeras inspecciones y registros en los hogares del barrio, siempre había una mujer joven vestida de luto mirándole con ojos de odio. Había también aquí, en la mesita de noche, una fotografía de Charles Boyer y Heddy Lamar* en un portarretratos plateado, el despertador, revistas y una rosa mustia en un esbelto búcaro de cristal violeta. Sobre la alfombra dormitaba un gato negro y, extendidos al borde de la cama, un pijama y un camisón esperaban a los cónyuges como espantapájaros abatidos. El inspector sintió el testículo aplomarse en su pellejo suavemente.
Ronda del Guinardó, de Juan Marsé


* Así aparece escrito en la novela, aunque el nombre correcto es Hedy Lamarr.
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Mensaje por magali »

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En nuestro tiempo, en cambio, algunos de los edificios más fascinantes de la arquitectura contemporánea son precisamente bibliotecas, espacios abiertos a la experimentación y al juego con la luz. Pensemos en la admirada Staatsbibliothek de Berlín, diseñada por Hans Scharoun y Edgar Wisniewski. Allí filmó Wim Wenders una escena de El cielo sobre Berlín. La cámara se desliza por la enorme sala de lectura abierta, asciende por las escaleras y se asoma al impresionante espacio vertical desde las pasarelas superpuestas que flotan como los palcos de un auditorio. La gente hormiguea bajo la luz cenital, entre los bloques paralelos de estanterías, cargando pilas de libros pegados al vientre. O permanece sentada con variados gestos de concentración (la mano bajo el mentón, el puño sosteniendo la mejilla, un bolígrafo que gira entre los dedos como una hélice…).

Sin que nadie llegue a percibirlo, entra en la biblioteca un grupo de ángeles ataviados con esa memorable estética de los años ochenta: amplios abrigos oscuros, jerséis de cuello alto y, en el caso de Bruno Ganz, el pelo recogido en una pequeña coleta. Como los humanos no pueden verlos, los ángeles se acercan con libertad, se sientan a su lado o les colocan una mano en el hombro. Intrigados, se asoman a los libros que están leyendo. Acarician el lápiz de un estudiante, sopesando el misterio de todas las palabras que salen de ese pequeño objeto. Junto a unos niños, imitan sin comprenderlo el gesto de rozar las líneas con el dedo índice. Observan a su alrededor, con curiosidad y asombro, rostros ensimismados y miradas sumergidas en las palabras. Quieren entender qué sienten los vivos en esos momentos y por qué los libros atrapan su atención con tal intensidad.

Los ángeles poseen el don de escuchar los pensamientos de las personas. Aunque nadie habla, captan a su paso un murmullo constante de palabras susurradas. Son las sílabas silenciosas de la lectura. Leer construye una comunicación íntima, una soledad sonora que a los ángeles les resulta sorprendente y milagrosa, casi sobrenatural. Dentro de las cabezas de la gente, las frases leídas resuenan como un canto a capela, como una plegaria.

Der Himmel über Berlin (1987) - Wim Wenders


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El infinito en un junco, de Irene Vallejo
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Re: El cine en un fragmento literario

Mensaje por Ashling »

"La mesa bullía de galanterías dichas a media voz. Yo observaba a Edith que miraba a Charles con una especie de adoración infantil y cándida que me recordaba a Elizabeth Taylor en National Velvet cuando le regalan el caballo. No sabía si era una lección que había aprendido de la novia de su ex novio cuatro años antes o si sencillamente estaba adoptando la expresión más indicada para protegerse de las críticas; o si bien en ese momento le adoraba."

Esnobs, de Julian Fellowes

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Re: El cine en un fragmento literario

Mensaje por magali »

Post en el blog: Diabolique! (continuación)
Gracias, mamá, ¡la respuesta llegó en segundos! No puedo creer lo atenta que eres, esto es una prueba de que hay madres leyendo ahora mismo y si necesito ayuda —por ejemplo, refrescar la memoria en este caso— no dudarán por un segundo.

Diabolique.

Puse en stream la película minutos después de publicar la pregunta.

¡Qué momento tan maravilloso es este! Uno quiere algo pero no sabe exactamente qué es, lo pone allá afuera en el ciberespacio, lo descifra. Y lo obtiene.

Si tan solo la vida real fuera como este blog.

Mamás, no sé si recomendarles esta película. La mamá que me escribió por mail dijo que la razón por la que recordaba el título es porque la película la asustó más que todo lo que ha visto. Ella nunca la volvería a ver y me sugiere con énfasis que no haga que otras mamás vivan con el recuerdo de la película, como le sucede a ella.

Si ustedes son del tipo de personas que consideran que las novelas de Patricia Highsmith (¡solo escribir el nombre me hace extrañar a Emily!) son repulsivas, esto puede que no sea para nosotras. Pero yo estaba cautivada porque la trama es tan enredada y Simone Signoret actúa de manera apabullante el papel de maestra de preparatoria hermosa y amante siniestra.

La película empieza en la escuela, donde muchos chicos franceses con pantalones cortos corren y gritan. El director es un maniático del control. Todo mundo le tiene miedo y él se mete con todos solo porque puede.

Simone Signoret trae puestos unos lentes oscuros para esconder los moretones que le hizo el director, su amante violento. Él también abusa de su esposa, psicológicamente, porque el dinero de ella mantiene la escuela. Padece un mal en el corazón, el tipo la hace tan infeliz que ella cree que morirá de tristeza y humillación.

Las películas como esta me hacen darme cuenta de cómo, a pesar de los errores que he cometido y las cosas malas que he hecho, he sido afortunada en mis elecciones en cuanto a hombres se refiere. Porque, como tantas mamás han descubierto, es tan fácil involucrarse con una persona que crees que es un buen tipo. Tienes un hijo con él. Y un día resulta que él…

Ambas, la esposa y la amante, odian al director tanto que deciden matarlo. Le dan whisky adulterado. Luego ponen su cuerpo en un cesto y lo avientan a la alberca de la escuela.

El plan es hacerlo parecer un accidente. Nunca iba a funcionar, pero resulta que no importa. Cuando drenan la piscina, no hay cuerpo.

Ya no se las cuento, mamás. En caso de que decidan verla… No es que esté sugiriendo que la vean.
Un pequeño favor - Darcey Bell
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Mensaje por Gretogarbo »

Yo lo mío empezó como 101 dálmatas, y todo lo que sucedió después pude haberlo deducido de la primera noche, cuando lo conocí, porque todas las cosas están siempre en sus principios. Una noche que bajé a pasear a mi perro Pingo; al ver que trataba de aparearse con una perra, corrí a separarlo, pero en ese momento apareció su dueño, Emilio, a quien yo conocía de vista, porque tenía un quiosco de periódicos cerca de la plaza de toros, y me dijo que los dejara, que a él le gustaban los perros, que tenía una casa muy grande y que estaba buscando una camada. A mí me dio cosa, pero no dije nada y los dejé. Es muy raro estar ahí, en silencio, con un desconocido, mientras tu perro monta a la perra del otro. Cuando terminaron de hacerlo Emilio me dijo que fuera a visitarle al día siguiente, y aunque no me apetecía porque amaneció lloviendo, como no tenía nada mejor que hacer, fui a verlo al quiosco y estuve un rato allí, bajo la lluvia, poniéndome perdida y charlando con él a través del ventanuco.(...)
Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo

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Re: El cine en un fragmento literario

Mensaje por Gretogarbo »

«¿Se habrá perdido? —le digo a Juana viendo ya que era noche cerrada—, le puede haber pasado algo», y ella hizo una mueca que supongo que intentaba ser de risa y se pone: «bueno, hombre, bueno», que es lo más largo que dijo; y en vez de tranquilizarme me dio más sentido de la responsabilidad, porque me dejaba solo con mi preocupación y me la aumentaba, pero no me atrevía a salir a buscarte porque por dónde te iba a buscar si no conozco esto, y además esta habitación te paraliza, oye, no sé lo que tiene, sobre todo desde que me senté en la silla, ya clavado, y mira que pensaba «me podía largar», pero imposible, te quedarías horas en la misma postura, es como un maleficio, como lo de El ángel exterminador de Buñuel, que no se podía la gente mover de aquel cuarto, por más que quería, habrás visto la película ¿no?, pues lo mismo. Conque figúrate en esa situación que se prolonga un tiempo insoportable lo que puede suponer oír un ruido que por fin no es el de los grillos en la noche, un rumor de pasos de persona subiendo la escalera y el «ahí está» de Juana, madre mía, qué liberación.
Retahílas, de Carmen Martín Gaite

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Mensaje por Gretogarbo »

... todo el veneno de esos folletines de los que tanto he renegado en la vida se me desbordaba de sus diques y la marea vengativa venía a incrementarse con imágenes de películas y lecturas posteriores, una procesión de heroínas pálidas con los ojos llorosos y el corazón en ascuas escribiendo cartas que no han de recibir jamás contestación, esperando al amante que no viene, echándole en cara su perfidia, muchachas de los cancioneros galaico portugueses a las que el mar aísla en una roca —"en atendendo o meu amigo, en atendendo o meu amigo"—, esposas engañadas del teatro clásico, Ana Karenina después de su caída, los rostros de Joan Fontaine y de Ingrid Bergman en secuencias sentimentales borrosas, la monja sor Mariana Alcoforado, todas se me agolpaban en el recuerdo prestándome su idioma exaltado y divino, tentándome con él.
Retahílas, de Carmen Martín Gaite

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Re: El cine en un fragmento literario

Mensaje por Gretogarbo »

Seguido por las miradas preocupadas de mis padres, me encerraba en la cabina del teléfono. Marcaba el número. Y casi siempre era ella quien respondía: con tal prontitud, que me hacía sospechar que tenía siempre el auricular al alcance de la mano.
— ¿Desde dónde hablas? —me aventuré a preguntarle.
Se echó a reír.
— Pues… desde mi casa, supongo.
— Gracias por la información. Sólo quería saber cómo consigues siempre responder al punto: quiero decir, con tanta rapidez. ¿Es que tienes el teléfono en el escritorio, como un hombre de negocios? ¿O te pasas de la mañana a la noche rondando cerca del aparato, paseándote como el tigre en la jaula del
Nocturno de Machaty?
El jardín de los Finzi-Contini, de Giorgio Bassani (traducción de Carlos Manzano)
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Re: El cine en un fragmento literario

Mensaje por Gretogarbo »

Ahora, en cambio, por teléfono, nuestras conversaciones volvían de continuo sobre ellos y, en especial, sobre Bruno Lattes y Adriana Trentini, entre los cuales, según Micòl, había «algo», seguro. Pero ¡cómo! —no cesaba de decirme—. ¿Era posible que no me hubiese dado cuenta de sus relaciones? ¡Era tan evidente! Él no le quitaba los ojos de encima un momento y también ella, pese a maltratarlo como a un esclavo, al tiempo que coqueteaba un poco con todos, conmigo, con ese oso de Malnate e incluso con Alberto, también ella en el fondo le correspondía. ¡Ay, «ese» Bruno! Con su sensibilidad (un tanto morbosa, todo hay que decirlo: ¡bastaba para darse cuenta observar cómo veneraba a dos simpáticos tontines del calibre del pequeño Sani y ese otro, el pequeño Collevatti!), le esperaban meses nada fáciles, la verdad, dada la situación. Adriana le correspondía, sin duda (más aún, una noche, en la Hütte , ella los había visto medio echados en el diván besándose como locos), pero de eso a que fuera la clase de mujer capaz de mantener algo tan comprometido, pese a las leyes raciales y a las familias respectivas, había un buen trecho. No iba a tener un invierno fácil, Bruno; no, la verdad. Y no era que Adriana fuese mala chica, ¡ni mucho menos! Tan alta como Bruno, rubia, con esa espléndida piel a lo Carole Lombard que tenía, en otros momentos habría sido acaso la chica que le convenía, a Bruno, a quien, por lo visto, gustaban las de tipo «muy ario». Que, por otra parte, era un poco ligerita y vacía, e inconscientemente cruel, pues sí, también eso era innegable. (...)
El jardín de los Finzi-Contini, de Giorgio Bassani (traducción de Carlos Manzano)

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Re: El cine en un fragmento literario

Mensaje por Gretogarbo »

(...) El hijo del librero rebuscó entre los rollos hasta encontrar el que tenía el número que le habían pedido. Rollos que venían guardados en cajas redondas como ruedas de plata. Lo colocó con cuidado en el proyector, mientras Cosme colgaba la sábana de una pared y cerraba la puerta. Lo hacían todo con cautela y silencio, como se cometen los atracos y se guardan los secretos. A mi madre, que nunca había visto una película, comenzó a gustarle el trajín del cine. Mi tío cogió la cortina vieja que antes cubría el proyector y se la puso a su hermana sobre las piernas para intentar protegerla del frío del almacén.
— Ahí va Visconti. Con todas sus consecuencias, «pequeña madame» —dijo Ulises dándole al botón—. Pero por esto merecería la pena ir a la cárcel.
Luego, se sentó junto a mi madre. Al otro lado estaba Cosme. Los tres sentados juntos en las sillas ruinosas, mirando al frente, como preparándose para un viaje. En la sábana de la pared comenzaron a parecer las letras del título,
La vida tiembla*, una música triunfante, un sonido de campanas. Y esa fue la última vez que la película se vería en la pantalla, porque a partir de entonces estaba proyectada en los ojos de mi madre.
(...)
El somier de mi madre olía a pescado podrido, a sal y algas, tras meter debajo de la cama las cosas que habían encontrado en el puerto. A excepción de la película, el almanaque y Tilda, no sabían a ciencia cierta si el resto de piezas serían las correctas. Si completarían un puzzle. Había alguna relación entre los artilugios marinos y La vida tiembla, esa conexión con el mundo de los pescadores. Pero el resto eran fragmentos inconexos. Mi madre también había metido el cuento de hadas de la librería, por si servía de algo, e incluso la muñeca canaria de cara de carne, que sólo la sacaba por las noches para dormir abrazada a ella.
El Gran Juego, de Leticia Sánchez Ruiz


* Creo que aquí hay un gran gazapo. La película de Visconti se titula La terra trema (La tierra tiembla, en España, y no La vida tiembla).
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Re: El cine en un fragmento literario

Mensaje por Gretogarbo »

Agnès, mientras lo esperaba, veía una película antigua en un programa de televisión. «¿Qué tal?», dijo. «Muy bien». Y se sentó a su lado, en el sofá. Como la película había empezado hacía casi una hora, ella le resumió el principio en un tono de perezosa diversión que él juzgó afectado. Cary Grant era un médico dinámico que se enamoraba de una joven embarazada, la salvaba del suicidio, le devolvía el amor a la vida y se casaba con ella. Sin embargo, celosos de su éxito, los otros médicos de la ciudad donde ejercía fraguaban una intriga contra él, hurgando en su pasado, en el que, al parecer, había ciertos episodios dudosos que podían provocar su expulsión del Colegio. Era difícil saber si las sospechas sobre él eran fundadas o no, con lo que resultaba vagamente sospechoso su idilio dulzón con la primera actriz: uno se preguntaba si la quería de verdad o si se casaba con ella para llevar a cabo una maquinación cualquiera. De todas formas, no parecía que las dos tramas tuvieran mucha relación.*
El bigote, de Emmanuel Carrère (traducción de Esther Benítez)

Murmullos en la ciudad (Joseph L. Mankiewicz, 1951)


Enlace

* El párrafo continúa pero no lo he puesto porque destripa la película.
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Re: El cine en un fragmento literario

Mensaje por Gretogarbo »

Está loca, dijo en voz baja, completamente loca. Con una locura perversa, además, dañina. Pero la culpa no era de ella, debía ayudarla. Incluso si intentaba sacarle los ojos, no en una foto, sino de verdad, tendría a la vez que protegerse a sí mismo y que protegerla a ella. Eso era lo más horroroso, no tanto el que ella quisiera suprimir el pasado, su bigote o Java, sino que todas esas maniobras se dirigieran contra él, estuvieran calculadas, aspiraran a ponerlo contra ella para que no pudiera, no quisiera acudir en su ayuda. Para que terminase abandonándola, desalentado. La metáfora del profesor de natación que golpea por su bien al aspirante a suicida volvió a revolotear en su mente, pero lo calmó menos que en el café, por la tarde. Se preguntó si estaría dormida de veras: no la había visto tomar los somníferos. De puntillas, se encaminó a la puerta del dormitorio, que abrió cuidando de que no rechinase, luchando por apartar una imagen atroz, más atroz aún que la de la viejecita vestida de muñeca: una Agnès despierta, sentada en la cama con su traje de chaqueta, que había previsto cada uno de sus gestos, lo esperaba con una sonrisa de demoníaco triunfo, con labios babeantes, como la cría poseída de la película El exorcista. Pero parecía dormir tranquilamente. Se acercó al cuerpo hecho un ovillo, bajo las mantas, el cuerpo de la mujer amada, temiendo sorprender el relámpago de un ojo abierto, al acecho.
El bigote, de Emmanuel Carrère (traducción de Esther Benítez)

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Re: El cine en un fragmento literario

Mensaje por Gretogarbo »

— Tú no conoces a Serge y Véronique, ¿verdad?
Ella meneó la cabeza.
— Entonces, ¿con quién pasamos la noche del jueves?
— Pues… los dos solos —balbuceó ella—. Fuimos al cine.
— ¿Y qué vimos?

Péril en la demeure.
— ¿Dónde?
— En Montparnasse, no recuerdo en qué cine.

(...)
La pista del cine no llevaba muy lejos. Estaba seguro de no haber visto Péril en la demeure, sólo expresado la intención de verla uno de aquellos días, fiándose de una crítica. Presintió que a partir de ese momento todo se aceleraría, que cualquier pregunta que hiciese, o incluso sin preguntas, toda observación referida a un pasado común amenazaría con provocar un nuevo desprendimiento. Iba a perder a sus amigos, su profesión, el empleo de sus horas..., y la vacilación le torturaba: ¿valía más proseguir la investigación, descubrir la amplitud del desastre, o hacer el avestruz, callarse, no decir nada más que acarreara una nueva desposesión?
El bigote, de Emmanuel Carrère (traducción de Esther Benítez)

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