El cine en un fragmento literario

A petición popular, habemus foro de cine y televisión.

Moderadores: Ashling, Judy Bolton

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Re: Por hablar de películas

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Paulina le dio en el hombro a Sebastián.
- ¡Mira qué luna, Sebas!
Él se incorporó.
- Ah, sí; debe ser luna llena.
- Lo es; se ve a simple vista. Parece, ¿no sabes esos planetas que sacan en las películas del futuro?, pues eso parece, ¿verdad?
- Si tú lo dices.
- Sí, hombre, ¿tú no te acuerdas aquella que vimos?
- "Cuando los mundos chocan"
- Ésa. Y que salía Nueva York toda inundada por las aguas, ¿te acuerdas?
- Sí; fantasías y camelos; que ya no saben lo que inventar esos del cine.
- Pues a mí esas películas me gustan y me agradan.

El Jarama - Rafael Sánchez Ferlosio
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Re: Por hablar de películas

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Ariel le habla de Sylvia. He estado tratando de no enamorarme de esa chica desde que la conocí. Quizá el alcohol o la mirada apasionada de Ariel cuando habla de ella estimulan a Ronco a confesar. ¿Tú sabes que yo sólo estuve un año en la universidad? Luego me coloqué de prácticas y lo mandé todo a tomar por culo para disgusto de mi madre. Allí conocí a una chica. La tía era bien especial, escribía poesía. Te haces idea, ¿no? Pero era guapa, no sabes cómo. Habíamos nacido el uno para no cruzarse jamás con el otro. En aquella época a mí me gustaban los Who, me había visto Quadrophenia ciento tres veces y llevaba unas patillas como las patas de esta mesa, pero me enamoré de ella como un cretino.

Saber perder - David Trueba
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A pesar de ello, era un perfeccionista y nunca se sentía satisfecho. Recuerdo que durante su primer año en Derecho me comentó que una chica le había dicho que le recordaba a Richard Barthelness, el actor de cine; él habría preferido que lo comparase con John Barrymore, así que el comentario le disgustó. Yo también era amante del cine y dije tontamente que se parecía más al Wallace Reid de The Dancin’Fool, pero él reaccionó con una indignación que me sorprendió, dado que Reid era un hombre atractivo. Más tarde comprendí que Percy buscaba un halo de aristocracia en sus modales y aspecto, característica de la que Reid carecía. En aquel momento todavía estaba buscando un ideal a partir del cual modelarse. Pero no lo encontró hasta el segundo año de Derecho.

El quinto en discordia - Robertson Davies
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Esas fueron semanas de tremenda fokin soledad en las que lo único que tenía eran sus juegos, sus libros y sus palabras. Ahora me tocó un ermitaño de hijo, su mamá se quejaba amargamente. Por la noche, sin poder dormir, veía cantidad de TV malísima y se obsesionó con dos películas en particular: Zardoz (la había visto con su tío antes de que lo encarcelaran por segunda vez) y Virus (la película japonesa del fin del mundo con la jevita rica de Romeo y Julieta). No podía ver Virus sin llorar al final, cuando el héroe japonés llega a la base del Polo Sur, caminando desde Washington, D. C. por toda la cordillera de los Andes para estar con la mujer de sus sueños. He estado trabajando en mi quinta novela, le decía a los panas cuando preguntaban por la causa de su ausencia. Es increíble.

La maravillosa vida breve de Óscar Wao - Junot Díaz
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Era difícil de explicar. No era solo que creyera que Ana era su último fokin chance de ser feliz -eso lo tenía claro-, era también que jamás en todos sus desgraciados dieciocho años de vida había experimentado algo como lo que sentía cuando estaba cerca de esa muchacha. He esperado una infinidad para enamorarme, le escribió a su hermana. No sabes cuántas veces pensé que esto nunca me iba a suceder. (Cuando en Robotech Macross, el anime que había ocupado el segundo lugar en su preferencia toda la vida, Rich Hunter al fin se enganchó con Lisa, se desmoronó delante de la TV y lloró. No me digas que mataron al presidente, dijo su tío desde la habitación de atrás, donde inhalaba lo-que-tú-ya-sabes).

La maravillosa vida breve de Óscar Wao - Junot Díaz
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Salí tanto ese primer mes que lo único que vi del O. fue una gran loma durmiente debajo de una sábana. Lo único que le atrasaba el sueño a ese nerd eran sus juegos de rol y su animación japonesa, sobre todo Akira, que supongo debió de ver al menos mil veces aquel año. No puedo decirles cuántas noches volví a casa y lo encontré parqueado frente a esa película. Le ladraba: ¿Tú tá mirando esa mierda otra vez? Y Óscar decía, casi disculpándose por su existencia: Se está acabando.
Siempre se está acabando, me quejaba. Para ser sincero, no me molestaba tanto. Hasta me gustaban las vainas como Akira, aunque no siempre me podía quedar despierto para verlas. Me tiraba en la cama mientras Kaneda gritaba Tetsuo y, acto seguido, me encontraba a Óscar de pie, tímidamente a mi lado, diciéndome, Yunior, la película es finís, y entonces me sentaba y le decía: Fuck!

La maravillosa vida breve de Óscar Wao - Junot Díaz
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Todo marzo anduvieron juntos. Traté de no prestarles aten¬ción, pero estábamos todos en el mismo dormitorio así que era difícil no hacerlo. Más adelante, Lola me diría que incluso comenzaron a ir juntos al cine. Vieron Ghost y esa otra mierda llamada Hardware. Iban a la cafetería Franklin después, en donde Óscar hacía el mayor esfuerzo para no comer por tres.

La maravillosa vida breve de Óscar Wao - Junot Díaz
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El cementerio se convirtió así en una especie de droga, en un folletín por entregas al que yo acudía cada vez que podía y tenía un minuto libre. Me compré unos prismáticos en una tienda de artículos de importación del barrio y en pocos días, igual que el James Stewart de La ventana indiscreta, me convertí en un perfecto mirón, en un adicto al espionaje.

No sé quién eres - Miguel Torres López de Uralde
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A veces íbamos al cine y veíamos películas que nadie más veía, completamente solos en la oscuridad de la sala. Eran siempre películas elegidas por Zoe, filmes extraños y oníricos como El año pasado en Marienbad o tristes historias de amor como París, Texas. Zoe se identificaba con esos personajes errabundos y lacónicos, se asemejaba a ellos. Fuera como fuese, paseando o yendo al cine, Zoe arrastraba siempre a su mundo interior sombrío y nostálgico, yo me sentía perdido en él, incapaz de llegar a comprenderla, pero sin fuerzas para abandonarlo.

No sé quién eres - Miguel Torres López de Uralde
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Re: Por hablar de películas

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La primera vez que estuvo allí, una noche de invierno en la que el viento batía los árboles oscuros de los miradores, le pareció un lugar opresivo, pero también caliente y abrigado, casi novelesco, con aquellas caras sombrías que la miraban fijamente y que le hicieron acordarse de los guerrilleros de boina calada, cejas peludas y piel cobriza y aceitosa que le ayudaban a Gary Cooper en Por quién doblan las campanas. Ahora la taberna le pareció nauseabunda y patética y se enojó con él por haberla elegido y luego consigo misma por hacerle caso.

El jinete polaco - Antonio Muñoz Molina
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Re: Por hablar de películas

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(...) se acuerda de que durante años le ocurrió algo parecido, veía un cesto o un baúl de mimbre y le daba pavor, imaginaba en seguida espadas curvas atravesándolo y manchas de sangre que brotaban de él, y de pronto una noche, viendo medio dormido la televisión, descubrió que esa imagen no era el recuerdo de un sueño, sino de una película a la que lo llevaron en la infancia, la misma que estaban poniendo ahora, El tigre de Esnapur, y en su apartamento de Bruselas se le despertó todo el miedo pero también toda la inocencia y la felicidad de entonces.

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En todo Nueva York sólo queda un hombre que no haya sido contagiado, no puede confiar en nadie, nada más que en una mujer tan fugitiva y sola como él mismo, pero no sabe dónde está, se ha citado con ella y no aparece, le ha dejado docenas de mensajes en su contestador automático y nada, habrá tenido que escapar sin tiempo de avisarle, habrá sucumbido a los invasores, a la invasión de los ladrones de cuerpos, así decía Félix que se llamaba la película.

El jinete polaco - Antonio Muñoz Molina
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Era un cincuentón muy macarra, con ese aspecto entre pirado y belicoso que se les queda a los contestatarios después de haberse fumado toda la marihuana que cultivan en su jardín. Tenía el cabello de un rubio ceniciento, muy largo y greñudo, reunido en una coleta; sus facciones, hiperbóreas y un poco bestiales, tenían una belleza amedrentadora que me recordó al actor Rutger Hauer, el predilecto de Laura, antaño replicante en Blade Runner y hogaño villano en bodrios pestíferos. Como Rutger Hauer, era fornido como un leñador, con unos brazos historiados de tatuajes que reptaban sobre su piel como faunas concebidas en algún delírium tremens.

La vida invisible - Juan Manuel de Prada
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Laura me obligó a envainar otra vez el sable y dejarlo en su jaula de tristeza irredenta, junto a los paraguas que reprimían bostezos, suspirando por la lluvia que los desentumeciera. Me había tomado de la mano (sus dedos entrelazados con los míos, como los de su madre difunta habían entrelazado los del coronel, que era entonces capitán) y me conducía hasta su cuarto, abigarrado de discos que esparcían sus fundas sobre el suelo y presidido por un póster de la película Lady Halcón, que acababa de estrenarse. Michelle Pfeiffer y Rutger Hauer eran una pareja de amantes perseguidos por una maldición que impedía la consumación de su idilio: durante el día, ella se metamorfoseaba en un halcón; durante la noche, un lobo suplantaba el cuerpo de él; y sólo en los instantes brevísimos en que rayaba el primer claror del alba o se apagaba el último rescoldo de sol podían vislumbrarse mutuamente en su vera efigie, como criaturas que renovaban la condena de Tántalo, incapaces de probar las manzanas del árbol que hubiese saciado su hambre. Aquellas horas que Laura me regalaba, antes de desaparecer para siempre, también poseían un regusto tantálico: a la parálisis o aturdimiento que golpea al doncel se añadía el dolor anticipado de la pérdida, reprimiendo la pujanza del deseo.

La vida invisible - Juan Manuel de Prada
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Re: Por hablar de películas

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Sustituyó el empacho de medicinas por otras terapias no estrictamente químicas: le leía poemas en voz alta, con su dicción áspera y expeditiva; le compró un tocadiscos en el que escuchaban a Bach, pero también las canciones de cantantes melenudos como el celador Chambers (y aquí Fanny, que se pirraba por el baile, se aferraba a su ángel redentor y lo obligaba a menearse al ritmo de la música); también le llevó un televisor de segunda mano al que de vez en cuando había que sacudirle un mamporro en la carcasa para que interrumpiese la emisión de interferencias: Fanny no tardó en enviciarse con la serie Los ángeles de Charlie (Jaclyn Smith era su predilecta; en cambio Farrah Fawcett-Majors la repateaba) y las películas de romanos que protagonizaba Steve Reeves, casi tan forzudo como su ángel redentor.

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