El primer párrafo de...

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Menenia
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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Menenia »

"Pasada media hora, supo que jamás volvería a ver a su hija. Ella abrió la puerta, se volvió a mirarlo y después entró en la habitación del anciano. Pero estaba seguro de que Josephine, su hijita de doce años, jamás volvería a salir. Nunca más volvería a dedicarle esa sonrisa deslumbrante cuando la llevara a la cama. Nunca más volvería a apagar su lamparita de vivos colores en cuanto ella se hubiera dormido. Y sus gritos espantosos en plena noche jamás volverían a despertarlo"

Terapia (Sebastian Fitzek)
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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo, diga algunas palabras sobre mi infancia, explicando por qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible catástrofe de nuestra marina.
Trafalgar, de Benito Pérez Galdós

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

El jardín de Venecia cuya historia voy a contar era en otro tiempo un lodazal. Inconsciente de su dulce destino, permaneció inerte durante miles de años en el regazo de las aguas del Adriático. El viento del sur soplaba entonces al igual que ahora a través del desierto libio, y se apresuraba a saciar su sed en el Mediterráneo. A través de este mar y por el Adriático transportaba la humedad evaporada por el sol y el viento al norte de la cordillera de los Alpes que circunda el Véneto. Allí, condensándose en una atmósfera más fría, el vapor se convertía en lluvia; esa lluvia que otrora arrasaba el jardín y que ahora lo fertiliza. Esta lluvia, en un mundo en el que nada permanece inmóvil, tan pronto como había hecho su gentil labor en las faldas de las montañas y en la llanura se apresuraba a volver al mar de donde vino. En su razonable, aunque temeraria, prisa hiende canales en el durmiente barro, lanzando el lodo desplazado a cada lado para que se seque y endurezca. Sobre material tan blando se formaron hace tiempo las islas donde ahora se asientan Venecia y la Giudecca.
Un jardín en Venecia, de Frederic Eden (traducción de David Cruz Acevedo)

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

Reconozco que el cuadro que encontré en el galpón de Las Hermanas, detrás de la mansión de paredes azulinas, y que me robé con la más completa impudicia, yo que nunca he robado ni un sacapuntas, me provoca un placer más bien lejano, difuso. Un placer de segundo grado. Nada comparable, dejémonos de bromas, al que me produce un cuarteto de Bela Bartok, o La joven de la perla, de Vermeer, o el tercero de los Razumovskys. Diría que es un placer mezclado, ya que la vaga belleza de la pintura, la vibración del campanario frente a las laderas verdosas y rocosas, el toque de pincel de la cruz negra en el viento borrascoso, se une a la sensación de la compañía de Fonfo, de su fantasma amable, de su respiración pausada, en esas horas muertas, solitarias, en que abro los cajones y coloco mis cuadernos encima de la mesa.(...)
El descubrimiento de la pintura, de Jorge Edwards

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

21 de junio de 1922
Comparecencia del conde Aleksandr Ilich Rostov ante el Comité de Emergencia del Comisariado Político de Asuntos Internos.
Presiden: Camaradas V.A. Ignátov, M.S. Zakovski, A.N. Kósarev.
Por la acusación: A.Y. Vyshinski.

Fiscal Vyshinski: Diga su nombre.
Rostov: Conde Aleksandr Ilich Rostov, condecorado con la Orden de San Andrés, miembro del Jockey Club, Jefe de Cacería.
Vyshinski: Puede quedarse sus títulos; no nos interesan para nada. Limítese a confirmarnos si es usted Aleksandr Rostov, nacido en San Petersburgo el veinticuatro de octubre de mil ochocientos ochenta y nueve.
Rostov: Sí, soy yo.
Vyshinski: Antes de comenzar, permítame observar que no recuerdo haber visto jamás una chaqueta adornada con tantos botones.
Rostov: Gracias.
Vyshinski: No era ningún cumplido.
Rostov: En ese caso, exijo una satisfacción en el campo del honor.
(Risas.)

Un caballero en Moscú, de Amor Towles (traducción de Gemma Rovira Ortega)

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

El grupo de jinetes cubría la última galopada hasta el altozano. Abrían la marcha dos postillones, uno inglés y otro español. Detrás de ellos venían, gallardamente montados, dos caballeros, uno en un caballo morcillo y otro en un overo. Dos caballos atrevidos y alegres, alertas las narices, la crin espesa y larga, el pecho ancho, la cola muy delgada y bien poblada. Eran caballos ligeros y de buena boca, propios para un fin de viaje.(...)
Por ver mi estrella María, de Néstor Luján

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

Eran las nueve y media de la Nochebuena. Mientras atravesaba el largo vestíbulo de Monk’s Piece tras salir del comedor, donde acababa de disfrutar de la primera de las alegres cenas de las fiestas, y dirigirme al salón y al fuego entorno al cual mi familia se había reunido, hice una pausa y, como tenía por costumbre en el transcurso de la noche, me dirigí a la puerta, la abrí y salí.
La mujer de negro, de Susan Hill (traducción de Margarita Cavándoli)

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

El primer párrafo abarca casi la mitad del relato...

Su nombre civil era Crescentia Anna Aloisia Finkenhuber, tenía treinta y nueve años, era hija ilegítima y procedía de un pueblo montañés del Zillertal. En la columna «Rasgos distintivos» de su documentación constaba un trazo oblicuo para indicar que ninguno; pero si los funcionarios estuvieran obligados a incluir la descripción caracterológica, una simple y rápida mirada les hubiera bastado para anotar en aquel punto: «parecida a un jamelgo montés reventado, huesudo y flaco». Pues algo manifiestamente equino había en la expresión del labio inferior muy caído, en el óvalo a la vez alargado y duro del atezado rostro, en la mirada apagada y sin pestañas y, sobre todo, en los cabellos mugrientos, espesos y enmadejados con unto que le caían sobre la frente. También en sus andares se revelaba la tozudez y la pertinacia de mulo propias del penco de andadura que, invierno y verano, arrastra, gruñón, el mismo peso de leña, montañas arriba y valles abajo, por pedregosos caminos de herradura y con el mismo trote a trompicones. Liberada de las riendas del trabajo, Crescenz solía quedarse sentada, absorta, la mirada fija, con las huesudas manos juntas y los antebrazos en diagonal, como los animales en el establo, ensimismada. Todo en ella era hosco, áspero y pesado. Pensaba a duras penas y comprendía con lentitud: cada pensamiento nuevo se filtraba aletargado en su mente como una gota a través de un tamiz tupido; pero cuando al fin había asimilado algo nuevo, lo retenía con porfía y avidez. Nunca leía, ni periódicos ni el devocionario; escribir le costaba horrores y las torpes letras de su libreta de cocina recordaban curiosamente su propia figura patosa, angulosa en todas las direcciones y que carecía a ojos vistas de todas las formas evidentes de la feminidad. Tan dura como sus huesos, frente, caderas y manos era su voz, que, a pesar de los recios sonidos guturales tiroleses, siempre chirriaba como oxidada: en realidad no era de extrañar, pues Crescenz no decía una palabra vana a nadie. Y nadie la había visto nunca reír; también en eso se parecía a los animales, pues —cosa quizá más cruel que la pérdida del habla— a las criaturas irracionales de Dios no les ha sido dado el don de la risa, esa bendita expresión de los sentimientos que brota espontáneamente.
Leporella, de Stefan Zweig (traducción de Joan Fontcuberta)

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

— ¿Vas a salir ahora? Ya es de noche, te puede ocurrir una desgracia —había oído la voz del padre, reducida su fuerza por llegar del fondo de la casa donde coincidía el ronroneo de la radio encendida y el tictac del reloj de pared.
Capital de la gloria, de Juan Eduardo Zúñiga

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

Fue en el Teatro de la Trinidad, se representaba "Barba Azul". Había comenzado el segundo acto y el coro de los cortesanos salía reculando en semicírculo, las espaldas vencidas, cuando en un palco sobre el entresuelo, a la izquierda, el ruido de un roer miserable, una silla que se arrastra, hicieron que se alzasen, aquí y allá, algunas miradas distraídas. Una señora alta, de pie, desabrochaba lentamente los cierres de plata de una larga capa de seda negra forrada de pieles oscuras; tenía aún la capucha cayendo sobre la cabeza y sus ojos negros y grandes, que las ojeras, de un brillo negro —maquillado o natural— hacían parecer más profundos, destacaban aún más en un rostro aguileño y ovalado, levemente ablandado por el polvo de arroz. Una mujer enjuta y seca, con un cordón de oro de reloj que caía sobre el corpiño de seda, pesado, la desembarazó de la capa, y ella, con un movimiento delicado y leve, se volvió y quedó inmóvil, de perfil, mirando al palco.
La tragedia de la calle de las Flores, de José Maria Eça de Queirós (traducción de Juan José Álvarez Galán)

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

En una mañana de febrero en la que un frente frío avanza desde el Pacífico, aunque todavía no ha llegado del todo, los vientos son variables y racheados, las nubes parecen aplastarnos y un chaparrón de lluvia fina oscurece de cuando en cuando las losetas de la terraza, este lugar no se ajusta a ninguno de esos clichés sobre California con los que anuncian las Ciudades del Sol para el Crepúsculo de sus Días. Ni cielos monótonos, ni mañanas frías y nubladas, ni tardes plácidas que se funden con anocheceres frescos. Éste es el tiempo de los mares del Norte. El cielo hierve de nubes, el sol relumbra de vez en cuando como el ojo que abre un paciente drogado y el breve rayo de inteligencia que proyecta ilumina los montes y convierte una urbanización lejana en una vista de Toledo.
El pájaro espectador, de Wallace Stegner (traducción de Fernando González Fernández-Corugedo)

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Menenia »

El general maldito (Javier Arias Artacho)

Marco elevó la mirada e intentó comprender el vuelo de los gavilanes, aunque la muerte no se llegue a sospechar y mucho menos comprender. Las aves atravesaban el cielo rabiosas y se precipitaban como dardos alrededor de la herrumbre de la ciudad, pero él no sintió ninguna conmisceración después de tanto tiempo de guerra. Más bien fue alivio y un profundo deseo de preparar su ansiado regreso a Roma, junto al general Tito.
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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

Por más que el jinete trataba de sofrenarlo agarrándose con todas sus fuerzas a la única rienda de cordel y susurrando palabritas calmantes y mansas, el peludo rocín seguía empeñándose en bajar la cuesta a un trote cochinero que descuadernaba los intestinos, cuando no a trancos desigualísimos de loco galope. Y era pendiente de veras aquel repecho del camino real de Santiago a Orense en términos que los viandantes, al pasarlo, sacudían la cabeza murmurando que tenía bastante más declive del no sé cuántos por ciento marcado por la ley, y que sin duda al llevar la carretera en semejante dirección, ya sabrían los ingenieros lo que se pescaban, y alguna quinta de personaje político, alguna influencia electoral de grueso calibre debía andar cerca.
Los pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por Gretogarbo »

— Te lo voy a decir una vez y ya es demasiado: enjuágate las manos en mar antes de poner el cebo en el anzuelo. El pez nota el olor, rehúye el bocado que viene de tierra. Haz exactamente lo que veas hacer, sin esperar a que nadie te lo diga. En el mar no es como en el colegio, no hay profesores que valgan. Está el mar y estás tú. Y el mar no enseña nada, el mar hace, y a su manera.
Los peces no cierran los ojos, de Erri De Luca (traducción de Carlos Gumpert)

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Re: El primer párrafo de una novela

Mensaje por magali »

Daniel Mendelsohn escribió:A última hora de una tarde de enero, hace unos años, cuando estaba a punto de iniciarse el semestre universitario de primavera durante el cual yo iba a dirigir un seminario sobre la Odisea, mi padre, investigador científico retirado, que a la sazón tenía ochenta y un años, me preguntó, por motivos que entonces creí comprender, si podía él asistir al curso; y le dije que sí. Y, en consecuencia, una vez a la semana, durante las dieciséis semanas siguientes, recorrió el trayecto entre la casa de las afueras de Long Island donde yo me crie, una modesta vivienda de dos niveles en la que él seguía viviendo con mi madre, hasta el campus ribereño del pequeño instituto universitario en que doy mis clases, que se llama Bard. Todos los viernes por la mañana, a las diez y diez, mi padre se sentaba junto a los alumnos matriculados en el curso, chicos de diecisiete o dieciocho años que no tenían ni la cuarta parte de su edad, y participaba en el análisis de este antiguo poema, una epopeya que trata de largos viajes y largos matrimonios, y también de lo que significa estar lejos de casa.
Una Odisea - Daniel Mendelsohn
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