El primer párrafo de...

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Moderador: Ashling

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madison
La dama misteriosa
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Mensaje por madison »

Soy un hombre bastante mayor. La naturaleza de mis ocupaciones, durante los últimos treinta años, me ha puesto en contacto, más de frecuente, con lo que podría parecer una clase de hombres interesantes y un tanto singular, sobre los que hasta ahora, que yo sepa, no se ha escrito nunca nada; me refiero a los amanuenses o escribientes. He conocido a muchos, tanto prfesioal como personalmente, y si quisiera, podrá relatar diversas historias que podríaaaanprovocar la sonrisa en los caballeros bondadosos, y el llanto en las almas sentimentales.......

BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE
HERMAN MELVILLE
takeo
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Mensaje por takeo »

Me coloqué en el centro, afirmé los pies en el suelo, alcé la mirada hacia donde podían alcanzar mis ojos y me puse una mano en la frente, para que no me deslumbrara la luz. ¡Vaya una hermosura!, y se me escapó una sonrisa. Aquel olor era el mío, el que yo había buscado. Abundaba el verde, pero también el ocre, el azul, el amarillo, el paja o pergamino y el rojo, a veces confundiéndose, pero también juntos, reunidos en familias. Poco a poco, recreándome en lo que veía, llené mis pulmones de aire y comencé a subir. Al llegar arriba, sin ningua prisa, entorné los párpados para mezclar los colores y conseguí un efecto de fotografía de vanguardia: se me juntó el rojo con el paja y el verde y todo se desenfocó. Después seguí hasta alcanzar lo más alto y ne me dio miedo, porque nunca tuve vértigo de las alturas. Apoyé la espalda en un saliente y miré en torno mío: más de veinte mil volúmenes me contemplaban, los había de toda clase...

Los amantes encuadernados de Jaime de Armiñán
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Ivanovich
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Mensaje por Ivanovich »

Bueno, esto se anima, me ha llamado la atención el párrafo de "La escopeta de Caza" y Cein me ha hecho recordar el maravilloso "Tiempo de Silencio".....

En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables de una época en que no escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean-Baptiste Grenouille y si su nombre, a diferencia del de otros mounstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouché, Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguna a que Grenouille fuera de la saga de los hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huella en la historia: al efímero mundo de los olores.

El Perfume (Patrick Süskind), 1985
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madison
La dama misteriosa
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Mensaje por madison »

Tomamos el café de la mañana en el jardin. Apenas hablamos. Beate se levantó y colocó las tazas en la bandeja. Será mejor subir los sillones a la terraza, dijo. ¿Por qué ?, pregunté yo. Seguro que va a llover, contestó. ¿Llover?, dije, no hay ni una nube en el cielo. Hace bochorno, ¿ no te parece? No, contesté. Tal vez me equivoque, repuso ella. Subió a la terraza y entró en el salón. Yo seguí sentado un cuarto de hora más, luego me subí un sillóm a la terraza. Permanecí unos instantes contemplando el bosque al otro lado de la valla, pero no había nada que ver.

LOS PERROS DE TESALONICA
KJELL ASKILDSEN
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Fley
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Mensaje por Fley »

Voy a hacer una burrada:


"Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió. No somos hermanos tuyos, me replicaréis, y nos importa un bledo. Y es muy cierto que se trata de una tenebrosa historia, aunque también edificante, un auténtico cuento moral, os lo aseguro. Existe el riesgo de que resulte un tanto largo, porque, bien pensado, sucedieron muchas cosas, pero a lo mejor no tenéis mucha prisa; con un poco de suerte, no andáis mal de tiempo. Y además no es algo ajeno a vosotros; ya veréis como no es algo ajeno a vosotros. No creáis que estoy intentando convenceros de nada; bien pensado, allá vosotros con vuestras opiniones. Si he resuelto escribir, después de tantos años, es para poner las cosas en su sitio, y no para vosotros. Nos pasamos tiempo y tiempo en este mundo arrastrándonos como orugas, a la espera de la mariposa espléndida y diáfana que llevamos dentro. Y, luego, el tiempo pasa, la ninfosis no llega, seguimos siendo larvas: comprobación desalentadora; ¿cómo manejarla? Por supuesto que siempre queda la opción del suicidio. Pero, a decir verdad, el suicido no me tienta gran cosa. Es evidente que he pensado mucho en él; y si no me quedase más remedio que recurrir a ello, así es como lo haría: me colocaría una granada pegada al corazón y me iría en una rápida explosión de gozo. Una granada pequeña y redonda a la que quitaría el pasador primorosamente antes de soltar la cuchara, sonriéndole al ruidito metálico del resorte, el último que iba a oír aparte del latido del corazón en los oídos. Y, luego, la dicha por fin, y las paredes de mi despacho adornadas con piltrafas. Que las quiten las mujeres de la limpieza, para eso les pagan, lo siento por ellas. Pero, como he dicho ya, el suicidio no me tienta. No sé a qué se debe, por lo demás; un antiguo resabio de ética filosófica quizá, que me mueve a decir que, bien pensado, no estamos en la tierra para andar jugando. ¿Para qué entonces? No tengo ni idea; para durar, seguramente, para matar el tiempo antes de que nos mate. Y, en tal caso, como forma de emplear los ratos perdidos, escribir es una ocupación tan buena como otra cualquiera. Y no es que tenga yo muchos ratos que perder, soy hombre ocupado; tengo eso que llaman una familia, un trabajo, responsabilidades; así que todo eso lleva tiempo y no deja mucho para contar recuerdos. Tanto más que lo que se dice tener recuerdos, los tengo, e incluso en cantidad considerable. Soy una auténtica fábrica de recuerdos. Creo que me he pasado la vida manufacturándome recuerdos, aunque ahora más bien me pagan por manufacturar encajes. En realidad, también podría no haber escrito. Bien pensado, no es una obligación. Desde que se acabó la guerra, he sido un hombre discreto; gracias a Dios, nunca he necesitado, como mis ex colegas, escribir mis memorias para justificarme, porque no tengo nada que justificar; ni tampoco tengo intenciones lucrativas, porque me gano la vida bastante bien con lo que hago. Una vez, estaba en Alemania en viaje de negocios, charlando con el director de una casa importante de ropa interior a quien quería venderle encajes. Venía recomendado por amigos de antes; así que, sin preguntarnos nada, los dos sabíamos a qué atenernos. Después de la conversación, que, por lo demás, transcurrió de forma muy positiva, se levantó para sacar un libro de sus estanterías y me lo regaló. Se trataba de las memorias póstumas de Hans Frank, el gobernador general de Polonia; se llamaba Ante el cadalso. "Me escribió su viuda -me explicó mi interlocutor-. Ha publicado a costa suya el manuscrito que su marido redactó después del juicio y vende el libro para atender a las necesidades de sus hijos. ¿Se da cuenta? ¿Tener que llegar a eso? La viuda del gobernador general. Le encargué veinte ejemplares, para regalarlos. También les indiqué a todos mis jefes de departamento que comprasen uno. La viuda mandó una carta de agradecimiento enternecedora. ¿Usted lo conoció?" Le aseguré que no, pero que leería el libro con el mayor interés. En realidad sí que coincidí una vez, muy brevemente con él; a lo mejor os lo cuento más adelante, si tengo ánimo o paciencia. Pero ahora, no vendría a cuento hablar de esto. Por lo demás, el libro era malísimo, lioso, quejica, envuelto en una curiosa hipocresía religiosa. Es posible que estas notas mías sean también liosas y malas, pero haré cuanto pueda por ser siempre claro: puedo aseguraros que, por lo menos, no habrá en ellas ni pizca de contrición. No estoy arrepentido de nada; hice el trabajo que tenía que hacer, y ya está; en cuanto a mis asuntos familiares, que a lo mejor cuento también, sólo me importan a mí y, en lo referido a lo demás, hacia el final, es muy posible que me haya excedido, pero es que estaba ya un tanto fuera de mis casillas, flaqueaba y, encima, a mi alrededor el mundo entero se venía abajo; admitid que no fui el único que perdió la cabeza. Además yo no escribo para mantener a mi viuda y a mis hijos; soy totalmente capaz de atender a sus necesidades. No; si me he decidido por fin a escribir no cabe duda de que es para pasar el rato y también, es posible, para aclarar uno o dos puntos confusos, para vosotros, quizá, y para mí mismo. Creo además que me vendrá bien. Cierto es que soy de humor tirando a cetrino. Debe de ser por el estreñimiento. Problema lamentable y doloroso, y reciente, por lo demás; antes me ocurría más bien lo contrario. Durante mucho tiempo, tuve que pasarme la vida en el retrete, tres y cuatro veces al día; ahora, ir una vez por semana me parecería maravilloso. No me queda más remedio que andarme con irrigaciones, sistema de lo más desagradable, pero eficaz. Disculpadme si os hablo de detalles tan escabrosos: uno tiene derecho a quejarse de vez en cuando. Y, además, si os resulta molesto casi mejor que no paséis de aquí. No soy Hans Frank y no me ando con remilgos. Quiero ser muy concreto, dentro de lo que esté en mi mano. Pese a mis fallos, que han sido muchos, no he dejado de ser de esos que opinan que las únicas cosas indispensables para la existencia humana son respirar, comer, beber, defecar y buscar la verdad. El resto es facultativo."

Sí , amigos, todo esto es el primer párrafo. Imaginaos el resto de la novela. Pero maravillosa, eso sí.

Las benévolas, Jonathan Littell
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takeo
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Mensaje por takeo »

Ivanovich escribió:me ha llamado la atención el párrafo de "La escopeta de Caza"
Iva, es una novela de apenas 100 páginas y siempre que puedo lo regalo.

Mi nombre es Martín Romaña y esta es la historia de mi crisis positiva. Y la historia también de mi cuaderno azul. Y la historia además de cómo un día necesité de un cuaderno rojo para continuar la historia del cuaderno azul. Todo, en un sillón Voltaire.

La vida exagerada de Martín Romaña de Alfredo Bryce Echenique
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Andromeda
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Mensaje por Andromeda »

Estoy muerto.
Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo. Hace mucho que exhalé mi último suspiro y que mi corazón se detuvo pero, exceptuando al miserable de mi asesino, nadie sabe lo que me ha ocurrido. En cuanto a él, ese repugnante villano, escuchó mi respiración y comprobó mi pulso para estar bien seguro de que me había matado, luego me dio una patada en el costado, me llevó hasta el pozo, me alzó por encima del brocal y me dejó caer. Mi cráneo, que antes había roto con una piedra, se destrozó al caer al pozo, mi cara, mi frente y mis mejillas se fragmentaron hasta el punto de desaparecer; se me rompieron los huesos, mi boca se llenó de sangre.

Me llamo Rojo (Orhan Pamuk), 1998.

Tras este libro no he podido dejar de seguir los pasos de Pamuk.
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Ceinwyn
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Mensaje por Ceinwyn »

Otro de mis favoritos:

Érase una vez una tierra llamada Britania en la que sucedieron estos hechos. El obispo Sansum, a quien Dios habrá de bendecir por encima de todos los santos vivos y muertos, opina que estas memorias tendrían que ser arrojadas al pozo sin fondo junto con las demás inmundicias de la humanidad caída, porque son la historia de los últimos días antes de que la gran oscuridad se abatiera sobre la luz de Nuestro Señor Jesucristo. Son las crónicas del país que llamamos Lloegyr, que significa Tierras Perdidas, otrora nuestro suelo y conocido ahora como Inglaterra por nuestros enemigos. Son los relatos de Arturo, el Señor de la Guerra, el Rey Que No Fue, el Enemigo de Dios y, que Cristo vivo y el obispo Sansum me perdonen, el mejor hombre que jamás he conocido.

El rey del Invierno. Primera parte de Crónicas del Señor de la Guerra, de Bernard Cornwell.
Silba la calandria y nos sorprende en vela, amuchados, con ganas de seguir.
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Ivanovich
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Mensaje por Ivanovich »

A la hora de más calor de una puesta de sol primaveral, en los Estanques del Patriarca aparecieron dos ciudadanos. El primero, de unos cuarenta años, vestido con un traje gris de verano, era pequeño, moreno, bien alimentado y calvo. Tenía en la mano un sombrero pasable en forma de bollo, y decoraba su cara, afeitada con cuidado, un par de gafas enormes, de montura de concha negra. El otro, un joven ancho de hombros, medio pelirrojo y desgreñado, con una gorra de cuadros echada hacia atrás, vestía camisa vaquera, un pantalón blanco arrugado como una pasa y alpargatas negras.
El primero era nada menos que Mijaíl Alexándrovich Berlioz, redactor de una voluminosa revista literaria y presidente de la dirección de una de las más importantes asocaciones moscovitas de literatos, que llevaba el nombre compuesto de Massolit; y el joven que le acompañaba era el poeta Iván Nikoláyevich Ponirev, que escribía bajo el seudónimo de “Desamparado”.


El maestro y Margarita (Mijail Bulgakov), 1967*
* Publicada treinta años después de su muerte
G.A.
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Mensaje por G.A. »

Tenía dos o quizá cuatro centímetros menos
que un metro ochenta de estatura, una contextura
poderosa, y avanzaba hacia uno en línea recta, con
un leve encorvamiento de los hombros, la cabeza
adelantada y una mirada fija, de abajo hacia arriba,
que hacía pensar en la embestida de un toro. Su voz
era profunda, fuerte, y sus modales exhibían una
especie de empecinada autoafirmación que nada
tenía de agresiva. Parecía una necesidad, y en apariencia
se dirigía tanto contra él mismo como contra
cualquier otro. Era inmaculadamente pulcro, llevaba
ropas impecablemente blancas, de los zapatos al
sombrero, y gozaba de gran popularidad en varios
puertos de Oriente donde se ganaba la vida como
empleado de puerto de proveedores marítimos.

Lord Jim. Joseph Conrad. 1900.
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Andromeda
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Mensaje por Andromeda »

El coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más de una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de la tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras de polvo de café revueltas con óxico de lata.
Mientras esperaba a que hirviera la infusión, sentado junto a la hornilla de barro cocido en una actitud de confiada e inocente expectativa, el coronel experimentó la sensación de que nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas. Era octubre. Una mañana difícil de sortear, aun para un hombre como él que había sobrevivido a tantas mañanas como esa.



El coronel no tiene quien le escriba (Gabriel García Márquez), 1961.
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Ariadneee
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Mensaje por Ariadneee »

Todo ocurrió en 1932, cuando la penitenciaría del estado aún estaba en Cold Mountain. La silla eléctrica también estaba allí, por supuesto. Los internos hacían chistes sobre la silla; la gente siempre hace bromas acerca de las cosas que le asustan pero no puede controlar. La llamaban la Freidora o la Gran Licuadora. Bromeaban sobre la cuenta de la luz o la posibilidad de que el alcaide Moores preparase allí la comida del día de Acción de Gracias, ya que su esposa, Melinda, estaba demasiado enferma para cocinar. Pero aquellos que estaban destinados a sentarse en la silla no encontraban ninguna gracia en la situación. Durante mi estancia en Cold Mountain supervisé setenta y ocho ejecuciones (es una cifra que nunca olvidaré; ni siquiera en mi lecho de muerte), y creo que la mayoría de los condenados sólo se percataban de lo que iba a ocurrirles cuando les amarraban los tobillos a las firmes patas de roble de la Freidora.
Entonces tomaban conciencia (uno veía la comprensión ascender a sus ojos en medio de una fría desolación) de que sus piernas ya nunca
los llevarían a ningún lado. La sangre seguia corriendo por ellas, los músculos conservaban su fortaleza, pero de todos modos estaban acabadas; nunca darían otro paseo por el campo o bailarían con una chica en una fiesta popular. Los clientes de la Freidora sentían subir la
muerte desde los tobillos. Cuando terminaban de pronunciar sus delirantes y casi siempre inconexas últimas palabras, les cubrían la cabeza con un saco negro de seda. Se suponía que la bolsa era una indulgencia para con ellos, pero yo siempre pensé que estaba destinada a ahorrarnos sufrimiento a nosotros, a evitarnos la contemplación de la horrorosa oleada de angustia que aparecía en sus ojos cuando se percataban de que iban a morir con las rodillas flexionadas.


"El pasillo de la muerte" --> Stephen King
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Andromeda
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Mensaje por Andromeda »

Oye, Gabo, ahora que leo el inicio de Lord Jim pienso que no tiene mucho que ver con el excelente Corazón de las tinieblas, ¿cierto?
Eso sí, nada más de leer ese párrafo se antoja continuar con su historia. Supongo que es otra obra maestra. :!:


Al dar el último retoque a su peinado, Crisanta contempló con orgullo las guedejas de pelo trigueño, casi rubio, que le bajaban por los hombros como un remolino de luz. Le gustaba el contraste del cabello claro con su piel apiñonada y no entendía por qué las madres de sus amigas se afanaban tanto en protegerlas del sol.
¿Qué tenía de malo el color moreno, si era tan lindo? Complacida con su hermosura, se frotó la dentadura con una tortilla quemada, hábito aprendido de las indias del vecindario, que llegaban a la vejez con los dientes albos de su mocedad. Por nada del mundo quería parecerse a esas damas de la corte, refulgentes de joyas y brocados, que iban al teatro en opulentos carruajes, el rosicler de la aurora pintado en el rostro, pero al celebrar las chanzas de los graciosos se tapaban la sonrisa con el abanico, para no enseñar la mazorca podrida.

:cunao:


Ángeles del abismo, de Enrique Serna. México, 2004.
Este es uno de mis libros favoritos, enmarcado en el fascinante México Colonial.

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G.A.
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Mensaje por G.A. »

Andromeda escribió:Oye, Gabo, ahora que leo el inicio de Lord Jim pienso que no tiene mucho que ver con el excelente Corazón de las tinieblas, ¿cierto?
Eso sí, nada más de leer ese párrafo se antoja continuar con su historia. Supongo que es otra obra maestra. :!:
Para mí es un novelón, no te digo más: pásate por el hilo :lol:
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Andromeda
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Mensaje por Andromeda »

Gabo escribió:
Para mí es un novelón, no te digo más: pásate por el hilo :lol:
Ok, made in Gabo, no lo dudo ni un instante. Voy a comprar el libro. :lol:

Besos.
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