Pies femeninos en la literatura...
Moderador: Ashling
Re: Pies femeninos en la literatura...
Puso agua a hervir y preparó té para dos. Después encendió la chimenea y se sentó en el reposapiés con flecos. Le subió la falda por encima de la rodilla, sacó las presillas metálicas de las ligas de los topes de goma, le quitó las medias. No le acarició las piernas, aunque lo deseaba; no enterró la cara en sus muslos. Le cogió los pies y siguió el puente de ambos con los pulgares.
El puente invisible - Julie Orringer (Traducción de Esther Roig)
Que nadie se emocione que seguimos hablando de pies de bailarina será verdad que el amor es ciego
El puente invisible - Julie Orringer (Traducción de Esther Roig)
Que nadie se emocione que seguimos hablando de pies de bailarina será verdad que el amor es ciego
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Re: Pies femeninos en la literatura...
Después del almuerzo se celebró un baile en el estudio. Respetando la tradición ortodoxa, los hombres bailaron en un lado de la sala y las mujeres en el otro, separados por un biombo plegable. De vez en cuando los hombres vislumbraban el vuelo de una falda o una cinta de pelo; de vez en cuando un zapato femenino de satén resbalaba por el suelo hasta la pared y los hombres imaginaban un pie descalzo de mujer. Las mujeres reían detrás del biombo mientras golpeaban rápida y rítmicamente el suelo con los pies descalzos...
El puente invisible - Julie Orringer (Traducción de Esther Roig)
El puente invisible - Julie Orringer (Traducción de Esther Roig)
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Re: Pies femeninos en la literatura...
-Conocí a una maestra de escuela -dijo Charles-. Era la chica más bonita que te puedas imaginar, con unos piececitos diminutos. Se compraba todos los vestidos en Nueva York. Era muy rubia, pero lo mejor eran sus pies. Solía cantar en el coro, y la iglesia se llenaba de fieles. De esto hace ya mucho tiempo.
Al este del Edén - John Steinbeck (Traducción de Vicente de Artadi)
Al este del Edén - John Steinbeck (Traducción de Vicente de Artadi)
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Re: Pies femeninos en la literatura...
... Y sus pobres piececitos... Estaban en un estado lamentable, cortados por las piedras y arañados por las espinas. Sus queridos piececitos no habían llevado zapatos durante mucho tiempo. Y su delicada piel era tan áspera como el cuero sin curtir.
Al este del Edén - John Steinbeck (Traducción de Vicente de Artadi)
Al este del Edén - John Steinbeck (Traducción de Vicente de Artadi)
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Re: Pies femeninos en la literatura...
Mis nudillos rozaban los tejanos de la niña. Iba descalza; en las uñas de sus pies quedaban restos de esmalte color cereza, y había un pedazo de esparadrapo sobre el dedo gordo. ¡Qué no habría dado yo por besar aquí y allá aquellos pies de huesos finos, dedos largos y agilidad de mono, Dios mío! ...
Lolita - Vladimir Nabokov (Traducción de Francesc Roca)
Lolita - Vladimir Nabokov (Traducción de Francesc Roca)
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- luisoroverde
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Re: Pies femeninos en la literatura...
Leí Lolita pero ese se me pasó...
Re: Pies femeninos en la literatura...
A continuación, con una seguridad en sí misma propia de marimacho, pasó uno de sus muslos de carne prietas por encima del brazo de la silla, como si se preparara para montar; pero en lugar de eso se quedó así colocada, las piernas muy abiertas, dejando a la vista la tela descolorida de su tersa pelvis. Enrique fue incapaz de investigar esa región durante mucho tiempo. Dejó caer los ojos de manera involuntaria hacia aquel piecezuelo que colgaba en el espacio intermedio...
Paea esos ojos masculinos e ignorantes de ventiún años de edad, aquel pie delicado, calzado de ese modo, era simplemente provocativo; no por su delicada dimensión sino por las incesantes pataditas que le dirigía...
Un matrimonio feliz de Rafael Yglesias
Paea esos ojos masculinos e ignorantes de ventiún años de edad, aquel pie delicado, calzado de ese modo, era simplemente provocativo; no por su delicada dimensión sino por las incesantes pataditas que le dirigía...
Un matrimonio feliz de Rafael Yglesias
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Re: Pies femeninos en la literatura...
Más Lolitaluisoroverde escribió:Leí Lolita pero ese se me pasó...
... En la noche aterciopelada, en el Motel Mirana (¡Mirana!), besé las plantas amarillentas de sus pies de largos dedos, me inmolé... Pero fue inútil. Ambos estábamos condenados por el destino. Y yo pronto habría de iniciar un nuevo ciclo de persecución.
Lolita - Vladimir Nabokov (Traducción de Francesc Roca)
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- luisoroverde
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Re: Pies femeninos en la literatura...
no es ella
pero su pie descalzo
se apoya tan lentamente
bajo la palmera
es su sueño
la buscan en el prado
sus rastros en la hierba indican
que se lleva la parte desconocida de su cuerpo
por el silencio ella puede
arrastrarse hasta el bosque
puede encontrar sus pasos solares
su antiguo cuerpo inclinado
para hechizar el suelo
mucho después ella no habla sabe
las palabras sacrifican el galope
que brilla sobre el abismo
Dolores Etchecopar
pero su pie descalzo
se apoya tan lentamente
bajo la palmera
es su sueño
la buscan en el prado
sus rastros en la hierba indican
que se lleva la parte desconocida de su cuerpo
por el silencio ella puede
arrastrarse hasta el bosque
puede encontrar sus pasos solares
su antiguo cuerpo inclinado
para hechizar el suelo
mucho después ella no habla sabe
las palabras sacrifican el galope
que brilla sobre el abismo
Dolores Etchecopar
- luisoroverde
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Re: Pies femeninos en la literatura...
La luz que de tus pies sube a tu cabellera,
la turgencia que envuelve tu forma delicada,
no es de nácar marino, nunca de plata fría:
eres de pan, de pan amado por el fuego.
La harina levantó su granero contigo
y creció incrementada por la edad venturosa,
cuando los cereales duplicaron tu pecho
mi amor era el carbón trabajando en la tierra.
Oh, pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca,
pan que devoro y nace con luz cada mañana,
bienamada, bandera de las panaderías,
una lección de sangre te dio el fuego,
de la harina aprendiste a ser sagrada,
y del pan el idioma y el aroma.
Neruda.
la turgencia que envuelve tu forma delicada,
no es de nácar marino, nunca de plata fría:
eres de pan, de pan amado por el fuego.
La harina levantó su granero contigo
y creció incrementada por la edad venturosa,
cuando los cereales duplicaron tu pecho
mi amor era el carbón trabajando en la tierra.
Oh, pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca,
pan que devoro y nace con luz cada mañana,
bienamada, bandera de las panaderías,
una lección de sangre te dio el fuego,
de la harina aprendiste a ser sagrada,
y del pan el idioma y el aroma.
Neruda.
- luisoroverde
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Re: Pies femeninos en la literatura...
Leyó en voz alta lo que había anotado en el cuaderno sobre Restif, luego de leer Le pied
de Franchette: «No creo que este provinciano, hijo de campesinos, autodidacta pese a
pasar por un seminario jansenista, que se enseñó a sí mismo lenguas y doctrinas, todas
mal, y que se ganó la vida como tipógrafo y fabricante de libros (en los dos sentidos de
la expresión, pues los escribía y manufacturaba, aunque hacía lo segundo con más arte
que lo primero) sospechara nunca la importancia trascendental que tendrían sus escritos
(importancia simbólica y moral, no estética), cuando, entre sus exploraciones incesantes
de los barrios obreros y artesanos de París, que lo fascinaban, o de la Francia aldeana y
rural a la que documentó como sociólogo, robándole el tiempo a sus enredos amorosos
—adúlteros, incestuosos o mercenarios, pero siempre ortodoxos, pues el homosexualismo
le producía un espanto carmelita— los escribía a la carrera, guiándose, horror de horrores,
por la inspiración, sin corregirlos, en una prosa que le salía frondosa y vulgar, acarreadora
de todos los detritus de la lengua francesa, confusa, repetitiva, laberíntica, convencional,
chata, horra de ideas, insensible y, en una palabra que la define mejor que ninguna otra:
subdesarrollada».
¿Por qué, pues, luego de fallo tan severo, perdía este amanecer rememorando una
imperfección estética, un chusco cacógrafo que, para colmo, llegó a ejercer el feo oficio
de soplón? El cuaderno era pródigo en datos sobre él. Había producido cerca de doscientos
libros, todos literariamente ilegibles. ¿Por qué, entonces, empeñarse en acercarlo a doña
Lucrecia, su antípoda, la perfección hecha mujer? Porque, se respondió, nadie, como este
silvestre intelectual, hubiera podido comprender su emoción del mediodía al percibir
fugazmente, en el anuncio de una revista, ese piececillo alado de muchacha asiática, que
esta noche le había traído el recuerdo, el deseo de los pies de reina de Lucrecia. No, nadie
como Restif, amateur, conocedor supremo de ese culto que la abominable raza de psicólogos
y psicoanalistas prefería llamar fetichismo, lo hubiera podido entender, acompañar, asesorar,
en este homenaje y acción de gracias a aquellos adorados pies. «Gracias, Lucrecia mía
—rezó con unción—, por las horas de placer que yo les debo, desde aquella vez que los
descubrí, en la playa de Pucusana, y, bajo el agua y las olas, los besé.» Transido, don Rigoberto
volvió a sentir los salobres, ágiles deditos moviéndose en la gruta de su boca, y las arcadas
por el agua marina que tragó.
Sí, ésa era la predilección de don Nicolás Edmé Restif de la Bretonne: el pie femenino. Y, por
extensión y simpatía, como diría un alquimista, lo que los abriga y rodea: la media, el zapato,
la sandalia, el botín. Con la espontaneidad y la inocencia de lo que era, un rústico transmigrado
a la ciudad, practicó y proclamó su predilección por esa delicada extremidad y sus envoltorios
sin el menor rubor, y, con el fanatismo de los convertidos, sustituyó en sus inconmensurables
escritos el mundo real por uno ficticio, tan monótono, previsible, caótico y estúpido como aquél,
salvo en que, en el amasado con su mala prosa y su monotemática singularidad, lo que allí
brillaba, destacaba y desataba las pasiones de los hombres no eran los graciosos rostros de
las damas, sus cabelleras en cascada, sus gráciles cinturas, ebúrneos cuellos o bustos arrogantes,
sino, siempre y exclusivamente, la belleza de sus pies. (Si existiera todavía, se le ocurrió,
llevaría al amigo Restif, con el consentimiento de Lucrecia, desde luego, a su casita del Olivar, y,
ocultándole el resto de su cuerpo, le mostraría sus pies, encerrados en unos preciosos botines
estilo abuelita, y permitido incluso que la descalzara. ¿Cómo habría reaccionado aquel ancestro?
¿Cayendo en éxtasis? ¿Temblando, aullando? ¿Precipitándose, sabueso feliz, lengua afuera,
narices dilatadas, a aspirar, a lamer el manjar?).
(Los cuadernos de Don Rigoberto) - Vargas Llosa..
de Franchette: «No creo que este provinciano, hijo de campesinos, autodidacta pese a
pasar por un seminario jansenista, que se enseñó a sí mismo lenguas y doctrinas, todas
mal, y que se ganó la vida como tipógrafo y fabricante de libros (en los dos sentidos de
la expresión, pues los escribía y manufacturaba, aunque hacía lo segundo con más arte
que lo primero) sospechara nunca la importancia trascendental que tendrían sus escritos
(importancia simbólica y moral, no estética), cuando, entre sus exploraciones incesantes
de los barrios obreros y artesanos de París, que lo fascinaban, o de la Francia aldeana y
rural a la que documentó como sociólogo, robándole el tiempo a sus enredos amorosos
—adúlteros, incestuosos o mercenarios, pero siempre ortodoxos, pues el homosexualismo
le producía un espanto carmelita— los escribía a la carrera, guiándose, horror de horrores,
por la inspiración, sin corregirlos, en una prosa que le salía frondosa y vulgar, acarreadora
de todos los detritus de la lengua francesa, confusa, repetitiva, laberíntica, convencional,
chata, horra de ideas, insensible y, en una palabra que la define mejor que ninguna otra:
subdesarrollada».
¿Por qué, pues, luego de fallo tan severo, perdía este amanecer rememorando una
imperfección estética, un chusco cacógrafo que, para colmo, llegó a ejercer el feo oficio
de soplón? El cuaderno era pródigo en datos sobre él. Había producido cerca de doscientos
libros, todos literariamente ilegibles. ¿Por qué, entonces, empeñarse en acercarlo a doña
Lucrecia, su antípoda, la perfección hecha mujer? Porque, se respondió, nadie, como este
silvestre intelectual, hubiera podido comprender su emoción del mediodía al percibir
fugazmente, en el anuncio de una revista, ese piececillo alado de muchacha asiática, que
esta noche le había traído el recuerdo, el deseo de los pies de reina de Lucrecia. No, nadie
como Restif, amateur, conocedor supremo de ese culto que la abominable raza de psicólogos
y psicoanalistas prefería llamar fetichismo, lo hubiera podido entender, acompañar, asesorar,
en este homenaje y acción de gracias a aquellos adorados pies. «Gracias, Lucrecia mía
—rezó con unción—, por las horas de placer que yo les debo, desde aquella vez que los
descubrí, en la playa de Pucusana, y, bajo el agua y las olas, los besé.» Transido, don Rigoberto
volvió a sentir los salobres, ágiles deditos moviéndose en la gruta de su boca, y las arcadas
por el agua marina que tragó.
Sí, ésa era la predilección de don Nicolás Edmé Restif de la Bretonne: el pie femenino. Y, por
extensión y simpatía, como diría un alquimista, lo que los abriga y rodea: la media, el zapato,
la sandalia, el botín. Con la espontaneidad y la inocencia de lo que era, un rústico transmigrado
a la ciudad, practicó y proclamó su predilección por esa delicada extremidad y sus envoltorios
sin el menor rubor, y, con el fanatismo de los convertidos, sustituyó en sus inconmensurables
escritos el mundo real por uno ficticio, tan monótono, previsible, caótico y estúpido como aquél,
salvo en que, en el amasado con su mala prosa y su monotemática singularidad, lo que allí
brillaba, destacaba y desataba las pasiones de los hombres no eran los graciosos rostros de
las damas, sus cabelleras en cascada, sus gráciles cinturas, ebúrneos cuellos o bustos arrogantes,
sino, siempre y exclusivamente, la belleza de sus pies. (Si existiera todavía, se le ocurrió,
llevaría al amigo Restif, con el consentimiento de Lucrecia, desde luego, a su casita del Olivar, y,
ocultándole el resto de su cuerpo, le mostraría sus pies, encerrados en unos preciosos botines
estilo abuelita, y permitido incluso que la descalzara. ¿Cómo habría reaccionado aquel ancestro?
¿Cayendo en éxtasis? ¿Temblando, aullando? ¿Precipitándose, sabueso feliz, lengua afuera,
narices dilatadas, a aspirar, a lamer el manjar?).
(Los cuadernos de Don Rigoberto) - Vargas Llosa..
Re: Pies femeninos en la literatura...
Podía haberle besado todos y cada uno de los dedos del pie en el agua. Después besarle el tobillo y las rodillas. ¿Cuántas veces me habría quedado mirándole el bañador mientras el sombrero le tapaba la cara? No se podría ni imaginar en lo que me fijaba.
Los dedos de los pies salían y entraban del agua.
Llámame por tu nombre, André Aciman
Los dedos de los pies salían y entraban del agua.
Llámame por tu nombre, André Aciman
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Re: Pies femeninos en la literatura...
Después la había mirado. La había mirado mucho, muy despacio, con mucha paciencia, durante mucho tiempo, desde las uñas de los pies, cortas y pintadas de un rojo vivo, hasta los bucles desordenados, irregulares, en los que se ondulaban las puntas de su melena castaña...
El corazón helado - Almudena Grandes
El corazón helado - Almudena Grandes
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Re: Pies femeninos en la literatura...
... El misterioso resorte retráctil que el placer activaba en los dedos de sus pies, las uñas cortas y pintadas de rojo como garfios repentinos e incapaces de controlarse...
El corazón helado - Almudena Grandes
El corazón helado - Almudena Grandes
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Re: Pies femeninos en la literatura...
L e propuse prepararle el desayuno, pero ella prefirió que saliésemos a tiomarlo a la calle, estaba antojada de un croissant croiustillant . Nos duchamos juntos, me dejó jabonarla y secarla y, sentado en la cama verle vestirse, peinarse y arreglarse. Yo mismo le calcé los mocasines, besándole antes, uno por uno, los dedos de los pies. Fuimos de la mano a un bistrot de l'avenue de la Bourdonnais...
Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa
Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa
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