Libros que nos llevan a otros libros

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Tatiasha
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Una chica de trece años es un caleidoscopio de personalidades distintas, si no, en muchos sentidos, un mero producto de su propia imaginación. A esa edad, qué eres y quién eres depende en gran medida de qué libro estás leyendo en un momento dado. Eres la pequeña heroína rubia y flacucha de El jardín secreto y te adaptas lentamente a la rigurosa disciplina de la vida rural inglesa después de los mimos que te ha prodigado tu devota aya hindú. Eres una de las hermanas Brontë —ni Anne ni Charlotte, sino más bien Emily— dando rienda suelta a tu genialidad desbordante en el páramo solitario. Eres Elizabeth Barrett Browning en su lecho de enferma, con unos ojos enormes y luminosos en un rostro demacrado, víctima indefensa de un padre estrecho de miras y vengativo, pero armada de una voluntad férrea capaz de triunfar al final sobre su mezquina tiranía. Eres Jane Eyre, terriblemente flaca y paliducha pero con un espíritu inquebrantable, capaz de soportar la crueldad de los odiosos Reed y al final, tras su caída, de perdonarlos. Durante un par de días es posible que seas una de las serias monitoras de sexto curso de algún relato escolar de Angela Brazil, alta y de ojos oscuros, objeto de la adoración de las niñas pequeñas y, pese a adolecer de pequeños y humanos defectos, orgullo y alegría de la directora. A veces hasta eres Clara Bow, la "It girl", y conmueves a miles de personas con tu cálida belleza y tu voz ronca; o la misteriosa y cautivadora sueca Greta Garbo.
Nobles y rebeldes, Jessica Mitford
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Tatiasha
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

No tenía a nadie con quien compartir mis ideas socialistas. Es verdad que, de vez en cuando, Nancy parecía inclinarse en esa dirección. Escribió un libro titulado Trifulca a la vista, una novela satírica sobre Gorgo y la Unión Británica de Fascistas. En el libro, Gorgo era una corpulenta joven de dieciocho años llamada Eugenia, miembro de los Camisas Tricolores, y se pasaba el día cabalgando por la campiña y arengando a los aldeanos sobre los méritos del Capitán. Nancy se granjeó por mi parte renovadas acusaciones de "pusilánime" por retrasar una temporada la publicación del libro debido a las amenazas de Diana y Gorgo, quienes prometían no volver a dirigirle la palabra si aparecía Trifulca a la vista.
El libro de sir Oswald Mosley, The Greater Britain, se llevó un buen rapapolvo en la sección de reseñas, donde lo despachaban brevemente, y sin duda merecidamente, como "un montón de palabrería engañosa y absolutas bobadas, tan falso como insensato".
En cambio, La amenaza del fascismo, de John Strachey fue objeto de una aprobación exuberante y entusiasta: "De principio a fin, está plagado de afirmaciones de importancia extraordinaria... una obra maravillosa... tienen que suplicar que les den un ejemplar, pedirlo prestado o robarlo o, si no lo logran, comprarlo...".
Mi ejemplar de Out of Bounds quedó atesorado en un sitio de honor en mi biblioteca comunista; acto seguido, volví a adoptar mi actitud meditabunda y malhumorada.
Volvió a establecerse una rutina en nuestra vida. Esmond había empezado a escribir Boadilla, un libro sobre la guerra en España. Trabajaba todas las mañanas, maldiciendo la máquina de escribir portátil y su insondable funcionamiento. A mediodía disfrutábamos de una copiosa comida a la vasca: entremeses, la sopa de repollo de rigor, carne nadando en salsa grasa y picante, y vino tinto sin límites. Por las tardes, a veces nos acercábamos a la playa de Biarritz, o a San Juan de Luz, con un periodista con quien habíamos trabado amistad. A última hora de la tarde tocaba nuestro rifirrafe con las emisiones de radio; luego venía una cena también copiosa, que tomábamos muy tarde en compañía de los refugiados procedentes de Bilbao o Guernica que abarrotaban el hotel. En su mayor parte eran mujeres mayores ataviadas con vestidos largos y negros, como si estuvieran de luto. Los niños, paliduchos y flacos, se sentaban con ellas para dar cuenta de la cena, pero a menudo se los llevaban entre plato y plato, algo piripis debido al vino tinto.
Nobles y rebeldes, Jessica Mitford
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Tatiasha
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Mis impresiones sobre los yanquis eran fruto de un picoteo en fuentes diversas, que iban desde lecturas de la infancia como Mujercitas y Lo que hizo Katy, hasta Hemingway y el cine. Sabía que comían cosas tan peculiares y con nombres tan poco apetecibles como cayote, hormigo, perritos calientes y pudin de maíz. Por otro lado, las galletas eran deliciosas, por lo visto. Las imaginaba como pastelitos con forma de cocinero con delantal y gorro de azúcar glaseado. Como había visto El bosque petrificado, suponía que los americanos solían hacer el amor bajo la mesa, con balas de gánster silbando en el aire.
—A ver, ¿qué demonios piensa usted del señor Chamberlain? A mí me parece absolutamente horroroso... ¿Por dónde vivía en Inglaterra? Siempre me ha fascinado la vida en el campo inglés. ¿Qué demonios se dedican a hacer el día entero? ¿Cuánto le pagan al servicio en Inglaterra? Y dígame, ¿a qué sabe el pastel de carne y riñones? Ay, sencillamente adoro a Jane Austen, y Cranford, y me encantaría viajar a Inglaterra algún día...
Me costó lo mío seguirle el ritmo y contestar a todas sus preguntas al tiempo que trataba de explicarle que las cosas habían cambiado un poco en Inglaterra desde la época de Jane Austen y Cranford.
Nobles y rebeldes, Jessica Mitford
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Michael observa, alarmado, cómo Polly se encamina hacia él. Ha estado evaluando sus pechos mientras bailaba con Miles y teme que se haya dado cuenta. En realidad, no ha sido así, pero, cuando se le acerca y empieza a hablar con él, la joven interrumpe de lleno la evaluación. Ambos pertenecen al mismo departamento, el de Literatura Inglesa, y conversan sobre libros durante un rato. En estos momentos, la novela favorita de Michael es El revés de la trama, y la de Polly, Retorno a Brideshead.
(...)
Estaba bromeando, pero solo a medias. Se vistieron y bajaron a cenar enseguida, callados y tristes, sonriéndose débilmente desde los lados opuestos de la mesa. Michael pensó en la perspectiva de un matrimonio sin sexo. Después de tan larga espera, ¿amaba lo suficiente a Miriam como para cargar con una cruz tan pesada? Estiró el brazo por debajo de la mesa y le
tomó la mano con fuerza, embargado de una melancolía digna de Greene. «La lealtad que todos sentimos hacia la tristeza, la sensación de que ese es el lugar al que pertenecemos en realidad», como decía uno de sus pasajes favoritos de
El revés de la trama. Cuando regresaron a la habitación, Michael le propuso que lo intentaran una vez más.
— La verdad es que estoy muy dolorida —dijo Miriam, dubitativa.
— ¿No tienes ninguna pomada o algo así?
Resultó que tenía un poco de vaselina; la usaba para que no se le cortaran los labios, pero, aplicada a sus labios inferiores, produjo unos resultados casi mágicos. Más tarde, mientras yacía en la cama con las manos detrás de la cabeza y sonriendo beatíficamente con la mirada clavada en el techo, Michael dijo:
— A partir de ahora, siempre que tenga que hacer un regalo de bodas, optaré por la vaselina.

Almas y cuerpos, de David Lodge (traducción de Mariano Peyrou)

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

En cuanto a ellos, Dennis tenía que sacarse el título, Angela tenía que sacarse el título, él tenía que hacer el servicio militar y ella tenía que conseguir el certificado de aptitud pedagógica, y ambos tenían que encontrar trabajo y ahorrar algo de dinero. Algunas de estas laboriosas tareas terminaron solapándose, pero en total les llevaron por lo menos cinco años, y al final tardaron bastante más en poder casarse. En 1974, durante una cena bien regada de vino, Dennis describiría su cortejo como «la sesión de preliminares más larga de la historia de la sexualidad humana». Se refería a la infinita lentitud con la que Angela le fue dando permiso para tocarla a lo largo de los años, una lentitud comparable al curso de las épocas y los siglos. En noviembre de 1952, cuando se estrenó La ratonera en el West End, Dennis obtuvo permiso para colocarle una mano en el pecho, siempre y cuando fuera por encima de la blusa. En 1953, el año de la coronación de Isabel II, mientras Hillary y Tenzing escalaban el Everest, Dennis trataba de convencer a Angela para que le permitiera acariciarle la pierna cuando ella se sentaba en su regazo, hasta la parte superior de las medias. En 1954, el racionamiento de comida en el Reino Unido llegó a su fin, Roger Bannister corrió una milla en menos de cuatro minutos y Dennis metió la mano por debajo de la blusa de Angela y tocó la copa de un sujetador por primera vez en su vida. Después se produjo un retroceso. Un día, Angela salió llorando del confesionario del párroco de la iglesia de Nuestra Señora y San Judas y, durante un tiempo, no hubo caricias de piernas ni de pechos bajo ninguna circunstancia. Por esa época, el Comet quedó fuera de servicio y se confirmó que existía una relación entre el consumo del tabaco y el cáncer de pulmón.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Michael se había quedado muy impresionado con El americano impasible, pero su lectura también lo había perturbado un poco. Le parecía un libro confuso, tanto desde el punto de vista moral como desde el teológico. Al tratar el contraste entre la Iglesia y el mundo secular, no hacía gala de la crudeza que uno podía encontrar en las anteriores novelas de Greene. El interés de Michael iba más allá de lo meramente académico: para él, la credibilidad de la fe católica estaba respaldada, de una forma un tanto oblicua, por la existencia de aquellos escritores conversos tan distinguidos, como Graham Greene y Evelyn Waugh, de modo que detectar cualquier asomo de duda en ellos le resultaba muy inquietante. Pero Polly no quería hablar de Graham Greene, sino de sus aventuras amorosas.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Un día, Robin la invitó a ver a Donald Wolfit en Edipo rey, pues eso le resultaría muy útil para el trabajo que tenía que redactar sobre la tragedia. Violet le pareció una acompañante de lo más agradable, deferente pero no aduladora, y rebosante de ideas y anécdotas curiosas debido a sus orígenes católicos. (Sus padres habían emigrado desde el oeste de Irlanda a Inglaterra cuando solo tenía tres años, pero ella había pasado casi toda la guerra en un internado de monjas en Irlanda, y volvía con frecuencia al oeste, durante las vacaciones.)
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Es posible que Michael fuera el hombre más frustrado del mundo en aquellos momentos, pues su imaginación erótica, siempre sensible a cualquier estímulo, hallaba cada vez más fuentes de alimento en el mundo exterior, especialmente en el ámbito de la ficción. Siguió el juicio de El amante de Lady Chatterley con gran interés, y fue uno de los primeros en comprar un ejemplar de la edición de Penguin en cuanto se publicó. Se desplazó a la localidad vecina para ello, de forma que ningún miembro de la Escuela Católica de Magisterio, donde estaba empleado como profesor de Literatura Inglesa, lo viera realizando la compra. Leyó el libro contemplando con incredulidad las audaces palabras prohibidas que aparecían impresas en sus páginas y maravillándose ante los actos que allí se describían. Nunca se había interesado demasiado por la producción de Lawrence, y una parte de su mente aún se burlaba de la inflada retórica y del ominoso neopaganismo que destilaba la obra, pero también sentía una profunda y celosa atracción por la idea de la «sensibilidad fálica». Nada más terminar la novela se la pasó a Miriam, pero ella la abandonó cuando aún iba por la mitad; le pareció poco convincente y torpe, y, por lo tanto, opinaba que las escenas de sexo eran groseras e innecesariamente explícitas. Michael no podía defender la novela desde el punto de vista literario o crítico, pero se sintió muy decepcionado, pues saber que Miriam la estaba leyendo le resultaba de lo más excitante y había albergado la esperanza de que el pasaje en el que Connie Chatterley le besa el pene a Mellors, que era la cosa más asombrosa que había leído en toda su vida, inspirara a Miriam de alguna manera; sin embargo, ella no llegó a esa escena. Tras la publicación de El amante de Lady Chatterley, Michael se dio cuenta de que la cantidad y la variedad de las escenas de sexo que aparecían en la literatura contemporánea aumentaban de forma drástica. Tal vez fuera porque la novela de Lawrence había incitado a la gente a echar un polvo más a menudo, y a hacerlo de formas distintas, o porque simplemente había incitado a los novelistas a admitir lo que sucedía desde siempre. Michael no estaba en posición de emitir un juicio sobre ello, pero sentía que se estaba perdiendo muchas cosas.
(...)
En ocasiones, Austin Brierley sentía el impulso de frotarse los ojos, incrédulo. Leía las revistas profesionales sobre teología con la misma sensación contradictoria de escándalo y liberación con que Michael leía El amante de Lady Chatterley y las novelas sexualmente explícitas que se empezaron a publicar siguiendo su estela. Por supuesto, los teólogos y exégetas eran, por lo general, más discretos que los novelistas. Aireaban sus reflexiones, con sofisticada cautela, en revistas cultas de circulación muy reducida, o bien intercambiaban ideas en privado con eruditos que pensaban de forma parecida. (...)
(...)
Sin embargo, la hermana Mary Joseph comprobó que muy rara vez acudían a ella en busca de esa clase de ayuda. Desde luego, le pedían que les echara una mano para preparar los exámenes, y también buscaban su consejo a la hora de solicitar plaza en la universidad. Pero las chicas les ocultaban discretamente a las monjas todo lo relacionado con su desarrollo sexual, aunque incluso desde su limitado punto de vista resultara evidente que la sociedad se estaba volviendo más permisiva y que, por lo tanto, empezaban a surgir graves problemáticas para las adolescentes. De vez en cuando se producía algún escándalo sexual, de mayor o menor calibre, en la escuela: una chica se veía obligada a marcharse a toda prisa porque se había quedado embarazada, o bien pillaban a una de catorce años con un ejemplar de El amante de Lady Chatterley en la cartera; imágenes fugaces, como vistas a través de las rendijas de una valla, de las espantosas tentaciones que acechaban en el mundo exterior. (...)
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Estas novedades no fueron bien recibidas por todos, desde luego. A Evelyn Waugh, por ejemplo, no le gustaron nada, y se dedicó a expresar su indignación en unas furiosas cartas que fueron publicadas en el Tablet. A Malcolm Muggeridge tampoco le hicieron mucha gracia, y escribió un polémico artículo que apareció en el New Statesman en 1965, titulado «¡Atrás, soldados cristianos!». Pero eso no era asunto suyo, pensó Michael mientras leía el artículo en la biblioteca de la universidad. Lo que la gente necesitaba de la Iglesia católica, según Muggeridge, era su «poderoso pesimismo con respecto a la vida humana, que se había preservado milagrosamente a lo largo del lento y falso amanecer de la ciencia». Al leer esto, Michael reconoció una versión del catolicismo que él mismo había apoyado en otro tiempo. Ya no la apoyaba. Tampoco, por lo visto, la apoyaba Graham Greene, cuya última novela, Un caso acabado, reflejaba el utopismo revolucionario de El fenómeno humano, un libro de Teilhard de Chardin publicado en 1959; obtuvo un gran éxito internacional tras haber sido censurado durante mucho tiempo por el Vaticano, que lo consideraba herético.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

— Un espectáculo extraordinario, ¿verdad? —dijo una voz a su espalda. Se trataba de George, un profesor de mediana edad que estaba en el mismo seminario que ella. Era un hombre atildado, irónico y divertido que tenía la costumbre de bajar la cabeza y mirar por encima de sus gafas cuando expresaba su opinión sobre Anna Karenina, el texto sobre el que iban a trabajar aquella semana. También en esta ocasión miró por encima de sus gafas y expresó su opinión sobre el ruidoso gentío—: Debaten sobre el adulterio durante el día y lo cometen durante la noche.
— ¿Cómo lo sabes? —preguntó Tessa, soltando una carcajada.
— Bueno, según fuentes fidedignas, las máquinas de Durex que hay en los baños de los hombres se han quedado vacías —dijo—. Y solo estamos a martes.
(...)
La noche siguiente no bailó, sino que se quedó bebiendo con George en el bar. Roy pasó por delante de ellos entre el gentío, guiando a una chica con el pelo teñido de rubio y apoyándole la mano en el trasero, e ignoró a Tessa concienzudamente. George y ella estuvieron hablando sobre Anna Karenina, compararon la técnica literaria de Tolstói con la de George Eliot y aceptaron que tenían distintos puntos de vista sobre la heroína de Mansfield Park. Esa noche hacía calor, y los bailarines salían de la discoteca con los rostros brillantes de sudor. George le propuso dar un paseo alrededor del lago artificial. Entonces, cuando se encontraban en la zona más lejana y oscura, la abrazó y comenzó a darle besos en el cuello.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

— Es como en El corazón de las tinieblas —dijo—. Tú eres Kurtz y yo soy Marlow. ¿Te das cuenta?
Dennis negó con la cabeza sin comprender.
— ¿Cómo está Angela? —preguntó—. ¿Cómo está Nicole?
— Bien, bien —dijo Michael vagamente, olvidando por un momento, mientras asumía su propio destino, que Dennis las había abandonado.

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

Parece que David Lodge ha leído un poquito y nos anima a que leamos más :batman:

Gracias por traer los pasajes y citas, @Gretogarbo
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Las otras veces que Margaret había estado allí, había llevado una gran caja de libros, recomendados por profesores o institutrices, y le habían parecido demasiado cortos los días de verano para leer todo antes de volver a la ciudad. Ahora solo tenía clásicos ingleses bien encuadernados pero poco leídos, que había entresacado de la biblioteca de su padre para llenar la pequeña librería del salón. Las Estaciones de Thomson, el Cowper de Hayley y el Cicerón de Middleton eran los más ligeros, los más modernos y los más entretenidos. La librería no ofrecía muchos recursos.
Norte y sur, Elizabeth Gaskell
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

Yo me zambullí en el capítulo fantástico sobre la tierra del plomo de El sistema periódico, de Primo Levi. Cuando volví a levantar la mirada, todos se habían ido. [...]

Blanco de plomo, de Susan Daitch. Traducción de Miguel Ros González
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Al final, el orador se decidió a pronunciar su última frase, la más contundente, y lo hizo con un elán poético tal que provocó la ira de los impacientes y el desprecio total de los entendidos. Terminó su discurso con una cita de La tragedia del hombre, obra maestra de Imre Madách.
Anna la dulce, de Dezsö Kosztolányi (traducción de Judit Xantus

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