Libros que nos llevan a otros libros

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

magali escribió: 30 Jul 2019 22:10Ivanhoe lo leí siendo muy joven y ya no me acuerdo de nada. Tendré que volver y revisarla.
Pues si aceptas mi compañía, avisa.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

Gretogarbo escribió: 31 Jul 2019 08:52
magali escribió: 30 Jul 2019 22:10Ivanhoe lo leí siendo muy joven y ya no me acuerdo de nada. Tendré que volver y revisarla.
Pues si aceptas mi compañía, avisa.
Me encantaría. Pero tendrías que poner tú la fecha ya que eres más sistemático y ordenado que yo. Yo me amoldo a cuando a ti te venga bien.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

[...]Naturalmente, no pretendía que yo recordase nada, igual que yo no pretendía que él recordase Los hermanos Karamázov, Tristram Shandy, La feria de las vanidades o Madame Bovary solo porque en una ocasión yo me dejase llevar por la emoción y le hablase de ellas.[...]
Milkman - Anna Burns

Los hermanos Karamázov - Fiodor M. Dostoievski
Tristam Shandy - Laurence Sterne
La feria de las vanidades - William M. Thackeray
Madame Bovary - Gustave Flaubert
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

¿Tenía importancia en ese caso, se preguntó, caminando hacia Bond Street, tenía importancia que ella inevitablemente cesara de existir? Porque todo aquello seguiría sin ella; ¿lo tomaba a mal, o más bien le resultaba consolador creer que con la muerte se acababa todo? Aunque también estaba convencida de sobrevivir, de algún modo, en las calles de Londres, en el flujo y reflujo de las cosas, aquí, allí, y también en Peter, viviendo cada uno en el otro, ella formando parte, estaba segura, de los árboles del hogar familiar; de la casa de allí, fea, sin duda alguna laberíntica; formando parte de personas que nunca había conocido; convertida en algo semejante a una niebla sobre las personas que conocía bien, que la alzaban sobre sus ramas como ella había visto a los árboles alzar la niebla, pero mucho más extendida, su vida, ella misma... ¿Con qué soñaba, parada delante de Hatchards? ¿Qué trataba de recuperar? Qué imagen de un alba blanca en el campo, mientras leía en el libro abierto del escaparate:
No debes temer ya el ardor del sol
ni del áspero invierno los furores (*).

La señora Dalloway , de Virginia Woolf (traduccción de José Luis López Muñoz)

* Acto IV, escena 2ª, de Cimbelino, de William Shakespeare (traducción de José María Valverde)

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

¿Acaso no podía ser un nuevo Keats?, se preguntaba ella; y se preocupó de iniciarlo en Antonio y Cleopatra y en todo Shakespeare, además de prestarle libros y de escribirle notas a vuelapluma; finalmente encendió en él un fuego de los que sólo arden una vez en la vida y no dan calor, pero que, en aquel caso iluminaba a la señorita Pole con una llamita roja y oro, infinitamente etérea e inmaterial; Antonio y Cleopatra y Waterloo Road. A Septimus la profesora le parecía muy hermosa y la creía de una sabiduría infalible; soñaba con ella y le escribía poemas que la señorita Pole, haciendo caso omiso del tema, le devolvía corregidos con tinta roja; una noche de verano la vio en una plaza, luciendo un vestido verde. «Ha florecido», podría haber dicho el jardinero si hubiera abierto la puerta; si, por decirlo de otro modo, hubiera entrado por aquel entonces una noche cualquiera en su cuarto, lo habría encontrado escribiendo y rompiendo lo que escribía; lo habría encontrado en el momento en que terminaba una obra maestra a las tres de la madrugada para salir después precipitadamente y recorrer las calles a grandes zancadas, visitar iglesias, ayunar un día y beber otro, devorar a Shakespeare, a Darwin, La historia de la civilización y a Bernard Shaw.
(...)
Allí Septimus abrió Shakespeare una vez más. La borrachera con las palabras, ese placer juvenil —Antonio y Cleopatra— había perdido por completo su atractivo. Cómo odiaba Shakespeare a la humanidad: ¡vestirse, engendrar, la sordidez de la boca y el vientre! Todo aquello le fue revelado a Septimus, el mensaje escondido en la belleza de las palabras. El mensaje secreto que se transmite, disfrazado, de una generación a otra, es de repugnancia, odio, desesperación. Lo mismo en el caso de Dante. Esquilo (en traducción) igual. A su lado, sentada ante la mesa, Rezia hacía sombreros. Hora tras hora, Rezia hacía sombreros para las amigas de la señora Filmer. Estaba pálida, misteriosa, como un lirio, ahogada, bajo el agua, pensaba él.
(...)
El doctor Holmes acudió de nuevo. Grande, de piel sonrosada, bien parecido, pendiente del brillo de sus botas y de la imagen que le devolvía el espejo, lo barrió todo con un gesto —jaquecas, insomnio, miedos, sueños—: no eran más que síntomas nerviosos, dijo. Cuando el doctor Holmes descubría que había perdido peso, aunque no fuera más que un cuarto de kilo, le pedía a su esposa una segunda ración de gachas de avena a la hora del desayuno. (Rezia tendría que aprender a preparar gachas de avena.) Pero, prosiguió el médico, la salud es en gran parte cuestión de voluntad. Hay que interesarse por cosas ajenas a uno mismo; buscarse una distracción. Abrió Shakespeare (Antonio y Cleopatra) y lo apartó. Alguna distracción, dijo el doctor Holmes, porque ¿no debía él su excelente salud (aunque trabajaba tanto como el que más en Londres) al hecho de que siempre era capaz de olvidarse de sus pacientes para concentrarse en los muebles antiguos? Y, si se le permitía decirlo, ¡qué bonita era la peineta que llevaba la señora Warren Smith!
La señora Dalloway , de Virginia Woolf (traduccción de José Luis López Muñoz)

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Última edición por Gretogarbo el 30 Oct 2019 12:38, editado 1 vez en total.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

«¡Magnífico!», murmuraba Rezia, dando un codazo a Septimus para que se fijara. Pero para él la belleza estaba tras un cristal. Tampoco el sentido del gusto (a Rezia le chiflaban los helados, los bombones, las cosas dulces) le proporcionaba placer. Dejó la taza sobre la mesita de mármol. Miró a la gente en el exterior; parecían felices, reunidos en el centro de la calle, gritando, riendo, peleándose por naderías. Pero él no saboreaba, no sentía. En el salón de té, entre las mesas y los camareros parlanchines, le dominó de nuevo el terrible miedo: no sentía. Razonaba, leía —Dante, por ejemplo— sin dificultad («Septimus, deja ese libro», decía Rezia, cerrando con suavidad el Inferno), era capaz de repasar la cuenta del café cuando se la presentaban; su cerebro funcionaba perfectamente; sin duda era el mundo quien tenía la culpa de que él no sintiera.
La señora Dalloway , de Virginia Woolf (traduccción de José Luis López Muñoz)

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Cada imagen narraba una historia, muchas veces enigmática para mi escasamente desarrollada capacidad de entendimiento, pero no por ello menos interesante. Tanto como los cuentos que algunas noches de invierno nos contaba Bessie, cuando le tocaba estar de buen humor. En ese caso trasladaba la tabla de planchar junto a la chimenea del cuarto de jugar, nos dejaba sentarnos a su alrededor, y mientras iba planchando los adornos de encaje de la señora Reed y encañonando los volantes de sus gorros de dormir, alimentaba nuestra ávida atención con escenas de amor y aventuras sacadas de viejos cuentos de hadas y romances antiguos, o —como vine a descubrir más tarde— de ciertas páginas de Pamela o Henry Conde de Moreland.
Jane Eyre, de Charlotte Brontë (traducción de Carmen Martín Gaite)

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

No tenía ganas de comer el pastel, y tanto el plumaje del ave como el tono de las flores se me antojaban extrañamente marchitos. Aparté el plato y dejé el pastel intacto. Bessie me preguntó que si quería un libro, y la palabra "libro" actuó sobre mí como un estímulo fugaz. Le rogué que me trajera de la biblioteca Los viajes de Gulliver. Es un libro que lo tenía gastado de tanto leerlo con deleite. Me parecía una historia veraz y había descubierto dentro de ellas una veta de interés más profunda que la contenida en los cuentos de hadas. Porque con respecto a los duendes, tras haberlos buscado inútilmente entre las hojas y campánulas de dedalera, bajo las setas y la yedra que cubría tantos viejos escondites del muro exterior, había llegado finalmente a la amarga conclusión de que habían emigrado en masa de Inglaterra hacia algún país salvaje y menos populoso, de bosques más espesos e intrincados. En cambio Lilliput y Brobdignac, como para mí formaban parte del mundo real, estaba segura de llegar a toparme con ellos algún día tras un largo viaje, de poder contemplar con mis propios ojos aquellas casas, campos y árboles diminutos, gente enana, minúsculos rebaños de ovejas, vacas y pájaros del primer reino, y los maizales tan altos como bosques, los enormes mastines, los gatos monstruosos y los hombres y mujeres descomunales cual torres que poblaban el segundo. Y a pesar de todo, cuando tuve en la mano el añorado libro y empecé a pasar aquellas páginas en busca del encanto que sus maravillosos grabados jamás habían dejado de regalarme, todo se volvió lóbrego y espectral. Los gigantes eran trasgos escuálidos, los pigmeos inquietantes y pérfidos diablillos y Gulliver un patético vagabundo perdido por regiones peligrosas y desoladas. Cerré el libro, sin atreverme a leerlo de nuevo, y lo dejé sobre la mesa junto al pastel intacto
Jane Eyre, de Charlotte Brontë (traducción de Carmen Martín Gaite)


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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Leí aquellas palabras una vez y otra; me daba cuenta de que encerraban un mensaje oculto cuya importancia era incapaz de descifrar. Me estaba preguntando qué querría decir "institución" y tratando de relacionar la primera frase con el versículo de san Mateo, cuando el ruido seco de una tos junto a mis espaldas me hizo volver la cabeza. Vi a una chica sentada en un banco de piedra y con la cabeza inclinada hacia un libro en cuya lectura parecía totalmente embebida. Desde donde estaba alcancé a leer el título: Rasselas, que me llamó la atención por raro y en eso mismo residía su atractivo. Al volver una de las páginas, la chica aquella levantó la cabeza y yo me dirigí a ella sin rodeos.
— ¿Es bonito ese libro? —le pregunté, mientras abrigaba la intención de pedírselo prestado algún día.
— A mí me gusta —contestó, tras una breve pausa durante la cual me miró atentamente.
— ¿De qué trata? —seguí preguntando.
(...)
— Puedes echarle un vistazo —replicó ella, tendiéndome el libro.
Así lo hice, y un rápido examen me bastó para convencerme de que el texto era menos arrebatador que el título.
Rasselas resultaba insípido para un gusto como el mío, hecho a historias más baratas y frívolas. No me pareció que tratase de hadas ni de gnomos y tampoco daba la impresión de que el resplandor de amenidad iluminase aquellas páginas de letra apretada. Se lo devolví y ella lo cogió tranquilamente, sin decir nada. Estaba a punto de volver a entregarse a la lectura, pero yo me atrevía a seguir interrunpiéndola.
Jane Eyre, de Charlotte Brontë (traducción de Carmen Martín Gaite)


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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Así, en el mes de enero, cuando se heló el río, fueron patinando sobre él hasta la Isla del Vado, donde escondieron un tesoro (una peonza, un caniquín de piedra y un cuproníquel), de forma que ahora, cada vez que Gervasio franqueaba el puente colgante y divisaba el islote de la aventura, experimentaba una emoción inefable. Peter, aunque precavido, participa gustoso de aquellas contingencias, que luego ennoblecía prestando a sus amigos algún libro relacionado con ellas (en aquel caso, La isla del tesoro, de Stevenson), con lo que la ingenua proeza cobraba ribetes de epopeya, cantada ya por destacados intelectuales.
Madera de héroe, de Miguel Delibes

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

A los tres meses de conocer a Peter, Tato Delgado era ya su mejor amigo, armar barcos su pasatiempo favorito, Motín a bordo su libro de cabecera, y su vocación decidida, el mar. Unos meses mayores que el resto de los amigos, Tato Delgado y Eduardo Custodio fueron los primeros en cursar instancias a la Comandancia de Marina de El Ferrol, solicitando su ingreso en la Armada, como marineros voluntarios.
Madera de héroe, de Miguel Delibes

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

A medida que Agustín iba narrando lo sucedido crecía en ella la admiración y el amor por su novio. Su comportamiento le pareció heroico y así se lo dio a conocer con dulces apretones de mano. Lo que no comprendía muy bien, entre otras cosas porque Agustín no acabó de pintarlo muy claro, era el por qué de la desaparición de Remedios. Algo se olía sin embargo porque en seguida, con tal de ensalzar el amor filial de Agustín, dejó escapar alguna frase despectiva por la que había sido capaz de concebir sin honra y de abandonar luego el fruto de sus amores ilegales: que el universo de Angelita estaba poblado de lugares comunes y su conocimiento de la literatura no iba más allá, ni empezaba más acá de María, la hija de un jornalero, que un cliente dejó en prenda de una leontina; mal negocio que nunca pudo olvidar don Marcelino.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

De Sevilla lo que más le gustó fue el parque de María Luisa, a pesar de que las construcciones para la Exposición Iberoamericana impedían el paso por muchos lugares. Los jardines del Alcázar les gustaron menos. Decidieron no ver más iglesias (todas son iguales), pero sí fueron a San Juan de Aznalfarache. Fue una excursión encantadora que le recordó a Agustín La hermana San Sulpicio, de Palacio Valdés. El domingo fueron a los toros, que en la Maestranza había novillada. Salieron al iniciarse la lidia del tercer animal porque Angelita no pudo resistir tanta sangre. No faltó chunga entre quienes molestaron para irse a la calle.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Don Pío se alzó de hombros y empezó a hablar mal de Blasco Ibáñez. Agustín pensó que lo que le molestaba al autor de Zalacaín era el éxito del valenciano comparado con el suyo. Por otra parte, a él tampoco le gustaba la bullanguería de los levantinos, que se empeñaban en hablar dialectos rudos que no entendía.
— El catalán es un insulto —como decía don Práxedes Galeana, cliente suyo de la calle de Zorrilla—. Pero, tal vez, no dejara de tener razón Lucas.
— Por mucho que quiera olvidarse de ello, aquello cuenta.
— Desgraciadamente —murmulló don Pío yéndose.

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

— En aquella redacción escribió Blasco sus mejores novelas. ¿No sabes cómo? Entraba uno de la imprenta y le decía: "Ché, don Vicent, que faltan diez cuartillas para el folletón." Él se apartaba de sus compañeros, y allí mismo, en la esquina de una mesa, sin retocar una palabra, escribía lo que hacía falta. Y era La barraca, Cañas y barro, Arroz y tartana. Era una fuerza de la naturaleza. Sus novelas no pueden darte una idea de cómo era, parecía un dios, con unas barbas suaves, negras, brillantes, como las de un jefe árabe. Poero no comían bastante y Azatti, de cuando en cuando, organizaba un mitin en un pueblo cercano: "Ché, vendrá sin haber cenado, y luego ya será tarde." "No te preocupes, chiquet, don Vicent es don Vicent", le decían invariablemente. Toda la redacción acompañaba entonces a Blasco y comían por una semana.
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