CN9 - El destructor de mundos - Rubisco (3º)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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kassiopea
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CN9 - El destructor de mundos - Rubisco (3º)

Mensaje por kassiopea »

El destructor de mundos

La habitación era una sombra apenas interrumpida por unos pocos rayos del atardecer que se colaban por las rendijas de la persiana. Aquellos rastros lumínicos permitían adivinar las formas de algunos de los muebles que ocupaban la estancia: un escritorio de diseño victoriano, una estantería metálica, una pizarra con ruedas y un armario cerrado con un candado.

Oppenheimer solía aprovechar aquella penumbra para esconderse recostado en el sofá, lejos de los tenues rayos de sol. Solo se podía adivinar su presencia por el olor del humo que desprendía su pipa. La chupaba con los ojos cerrados mientras el resto de su cuerpo permanecía inerte, hasta casi parecer que no respiraba.

La primera vez que se tumbó en aquel sofá lo hizo para calmar un dolor de cabeza que sentía como cristales incrustados en su cráneo. A partir de entonces tomó la costumbre de finalizar su jornada fumando en la oscuridad.

A medida que las kilométricas ecuaciones del Proyecto Manhattan iban resolviéndose con éxito y los cálculos demostraban que el desarrollo era viable, los dolores de cabeza fueron dando paso a los dilemas morales. Entre volutas de tabaco quemado se preguntaba si la bomba debía detonarse sobre una zona industrial despoblada o probarse con la población civil.

Como científico había abrazado, envuelto en mil dudas, la oportunidad de estudiar los efectos de la radiación sobre una amplia muestra de individuos sin que los comités de Ética de las universidades tuvieran la oportunidad de cumplir con su cometido.

Como ser humano le intimidaba el ejercicio de intentar imaginar el sufrimiento de las víctimas bajo aquella explosión de forma desconocida.

Y, en el medio de ambas perspectivas, estaba él.

El día en que los cálculos estimaron con razonable fiabilidad que toda persona en un radio de entre trescientos y quinientos metros del centro de la explosión moriría de forma instantánea, sus preocupaciones se centraron en los heridos: ¿Tendrían secuelas? ¿Cuánto durarían? ¿Cuántos de ellos sobrevivirían? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Qué distancia del epicentro se podría considerar segura? Y, de cuando en cuando, una pregunta diferente se asomaba entre las volutas de su pipa: ¿Qué legitimidad tenemos para siquiera plantearnos estas cuestiones?

Tras semanas de reflexiones que acababan en un callejón sin salida encontró la respuesta al último interrogante: la legitimidad se hallaba en el método científico ¿De qué serviría desarrollar las teorías, poner en marcha experimentos y desarrollar el dispositivo atómico si no se podía verificar la utilidad del esfuerzo invertido?

—No soy yo, sino la ciencia, quien ha tomado la decisión última —musitó.

Luego de meditar unos minutos sobre su última conclusión, y al darse cuenta de que no había iniciado ninguna diatriba contra sí mismo, dio una última calada, exhaló una nube de humo lechoso con lentitud, apagó su pipa y se preparó para regresar a su residencia.
***
Oppenheimer entró en el barracón donde se ubicaba su oficina. Taconeó con decisión para deshacerse de la arena acumulada en las suelas de sus zapatos y se dirigió a su oficina.

Nada más entrar colgó a tientas el sombrero de ala ancha en el perchero y subió la persiana, lo que le obligó a entornar los ojos hasta acostumbrarse a la fuerte iluminación de aquella mañana de junio. Sobre la mesa encontró el correo. Esta vez solo eran dos documentos, en sobres abiertos, de acuerdo con el protocolo. Siempre pedía al encargado de correos, un muchacho rubio con uniforme de militar y que se cuadraba ante todo el mundo, que se los entregara por estricto orden de lectura. No tenía motivos para pensar que esta vez fuera a ser diferente, así que se sentó en la silla, los tomó y fue a ojear el primero de ellos, pero escuchó un crujido bajo sus caderas. Se sintió ingrávido por un instante antes de que una punzada en el coxis se convirtiera en un dolor metálico que le recorrería la columna antes de intensificarse bajo sus riñones.

Intentó gritar, pero su garganta solo profirió un breve aliento mudo. Prácticamente hacían más ruido sus lágrimas intentando brotar de sus ojos.

Cuando logró recomponerse comprobó que las patas de la silla se habían abierto, provocando que la estructura colapsara. Miró a su izquierda y vio en el suelo los dos documentos pendientes de leer. Aún con una punzada en la rabadilla se acercó gateando y los tomó. Ambos tenían la misma fecha en el matasellos, así que no le quedó más remedio que leer uno de ellos al azar.

Era una carta firmada por un buen número de científicos y en la que el químico Ernest Lawrence, su más directo colaborador, parecía erigirse en portavoz. El texto, de cuatro páginas grapadas, aludía a unos imprecisos deberes morales y a un cargo de conciencia del que Oppenheimer no se sentía partícipe. Pero le llamó la atención uno de los párrafos:

«Si acaso todo lo anterior no fuera un argumento con suficiente peso, apelo a lo que me queda, que es nuestra amistad. La relación que hemos ido forjando durante estos años al calor de los trabajos en el Proyecto Manhattan basta para que nos conozcamos. Querido Robert: tú, yo y los demás científicos sabemos que ni eres la clase de persona que lanzaría la bomba ni quieres que esa idea te persiga el resto de tu vida.»

No siguió leyendo. Arrugó el documento en su mano y lo lanzó con rabia contra la pared, fantaseando con que esa bola de papel fuera en realidad la cabeza de Lawrence.

—¿Chantajes emocionales? ¿A eso has tenido que recurrir, Ernest? —bramó entre otras frases ininteligibles—. ¡Pues muchas gracias! Me has disipado las pocas dudas que me quedaban.

Miró una vez más la carta arrugada en el suelo, se imaginó un gran charco de sangre manando de su hipotético cuello y sonrió. Se llevó una mano a la espalda para masajearse la zona dolorida y tomó el otro documento.

Era otra carta, esta vez con el General Leslie R. Groves, director del proyecto Manhattan, como remitente. Al leerla, descubrió que su contenido era tan escueto como conciso:

«Sr. Oppenheimer:

He sido informado de que una parte de los científicos del Proyecto están dispuestos a boicotear el lanzamiento de la bomba sobre la población. Haga lo que esté en su mano para detener cualquiera de esos intentos. Es una orden.

Atentamente.

General Groves.
»

Aquella misiva también voló, echa una bola de papel aún más arrugada que la otra, y chocó con la primera antes de tocar el suelo.

—¿Acaso no confías en mí, Groves? —gritó a gatas mientras miraba al pasillo—. ¿Por qué demonios te pareció buena idea gastar papel y aporrear tu máquina de escribir para darme una orden tan obvia?

Ya se estaba poniendo en pie cuando se percató de que había varios militares y científicos asomados, mirándole desde el corredor. Oppenheimer carraspeó, tomó su sombrero y, antes de ponérselo, se enjugó con la manga dos gotas de sudor que habían empezado a caer por su frente.

—¡Dejen paso, malditos mirones! Algunos tenemos que trabajar —dijo mientras salía de su despacho a toda prisa.

Al salir del barracón se abrió el botón superior de la camisa, volvió a enjugarse el sudor de la frente y se dirigió a su Oldsmobile 70 de 1941.

Veinte minutos después estaba en la sala de observación del laboratorio de ensayos. Dentro, dos operarios colocaban una semiesfera metálica encima de otra, como si armaran un balón, que ocultaba dentro una pelota más pequeña de color plomizo. Tras el cristal, Oppenheimer miraba con atención sin perder detalle. Su respiración se aceleró, sus ojos se humedecieron y sus pómulos se tensaron, tal como hicieron la primera vez que fue testigo de esta operación.

A su derecha, un científico vigilaba un panel lleno de indicadores de agujas. Sin dejar de observar a los operarios, se acercó a él.

—¿Qué criticidad estamos buscando con este experimento?
—Ocho kilogramos. Es plutonio —contestó el científico, para justificar el valor tan bajo.

Oppenheimer no estaba impresionado. Sabía que los modelos teóricos preveían que la criticidad del plutonio pudiera bajar de los seis kilogramos, aunque ocho ya era un valor aceptable en la práctica.

—Ocho kilogramos estaría bien. ¿Han conseguido que el sistema de implosión funcione de forma sincronizada?

No contestó. En ese una de las agujas se había desplazado hacia el extremo derecho y golpeaba enloquecida el final del indicador. Oppenheimer comprobó, complacido, como el científico había aporreado el botón de emergencia, haciendo sonar una alarma en el laboratorio, tal como marcaba el protocolo. Al instante, los dos operarios separaron con violencia las dos semiesferas y salieron corriendo del lugar.

El científico miró a Oppenheimer. Tenía los ojos fuera de sus órbitas y respiraba entrecortadamente.

—Es… es la tercera vez hoy —dijo con un hilo de voz.

Oppenheimer, aún con el gesto imperturbable, se fijó en que la aguja había regresado al cero, y oprimió el botón para detener la alarma, mientras el científico se tiraba del cuello de la camisa.

—¡Robert! Al fin te encuentro. —La voz alteró a Oppenheimer, que se tensó al percatarse de que se trataba de Lawrence—. En Cálculos me han dicho que podía encontrarte aquí. ¿Has leído la carta?
—Sí —contestó, lacónico, sin mirarlo. Fue a retomar la conversación con el científico, pero se detuvo al notar que la mano de Lawrence se había posado en su brazo derecho.
—Y no piensas hacer nada, ¿verdad?

Oppenheimer miró a Lawrence por encima del hombro.

—Ernest, ya sabes que no tenemos otra alternativa.
—¿No tenemos otra alternativa? ¿No hay alternativa a matar a cien mil, doscientos mil inocentes?

Previendo que la conversación podría ser larga, se volteó y miró a Lawrence a la cara.

—No.
—¡Demonios, Robert! —gritó—. ¡Podemos lanzarla en cualquier campo deshabitado!
—Y jamás conoceremos las consecuencias —dijo elevando el tono, mientras agitaba sus brazos. A continuación añadió—: Tarde o temprano otros países también tendrán la bomba. Si sufrimos un ataque necesitamos conocer de antemano sus secuelas.

Lawrence lo miró con detenimiento y asintió con ironía.

—Mira, Robert. El General Groves cree que, detonando la bomba en un descampado, los japoneses llevarían allí a todos sus prisioneros de guerra. ¿Y sabes qué? Me parece una estupidez absoluta, pero al menos no tiene la intención de usar a los japoneses como ratas de laboratorio.

Oppenheimer guardó silencio por un instante, durante el cual encendió la pipa. Dio un par de caladas lentas y dijo:

—Vamos a dejar las cosas claras, y procura no interrumpirme. Ahora mismo tienes dos opciones, que son las mismas que he tenido yo: puedes creerte todo lo que te digan los militares o puedes convencerte de una maldita vez de que esas ratas han estado mintiendo todo el tiempo. Por supuesto, en ambos casos vas a tener que salvar tu culo, como he hecho yo. Esa gente está absolutamente decidida a detonar la bomba sobre la población civil, y ya te digo yo que cualquier intento por boicotearlo supondrá, como mínimo, un Consejo de Guerra. Así que, o estás de acuerdo, o estás de acuerdo. No hay otra.
»Eso significa que, ya que la bomba va a ser detonada, sería un desperdicio perder la oportunidad de investigar las consecuencias biológicas de la explosión. Somos científicos, ¿no? ¿Qué hace un científico, si no es investigar? Escribir cartas para intentar subvertir la voluntad de las Fuerzas Armadas en tiempos de guerra está muy lejos del cometido de un científico.

Oppenheimer echó a andar, esquivó a Lawrence fingiendo que le daba un codazo y abrió la puerta. Justo antes de abandonar la estancia se volteó y volvió a hablar:

—Por cierto. Hablando de cartas: quiero que sepas que yo no busco tener la conciencia tranquila cuando termine el Proyecto, sino cuando me muera. Solo entonces podré mirar atrás y sabré que hice lo correcto.

Lawrence permaneció en silencio por un instante. Su habitual gesto inerte se había convertido en una mueca amarga y sus ojos se habían achinado, como si eso le diera más acritud a su siguiente reproche:

—¿En qué te has convertido, Robert? —dijo, negando con la cabeza.

Oppenheimer no contestó. Esbozó una sonrisa como respuesta y salió del laboratorio.
***
A pesar de las gafas protectoras, Robert desvió la mirada y cerró los ojos cuando el resplandor invadió todo su campo visual, pero se forzó a mirar de nuevo. Se asombró al comprobar que las montañas circundantes se habían iluminado más que por el día durante unos segundos. A continuación el brillo se fundió sobre el fondo, ahora nocturno por el contraste lumínico, y un hongo de fuego se empezó a abrir paso hacia el cielo, en cuyo sombrero las nubes parecían brotar y reintegrarse en el estipe de forma indefinida, como si fuera una fuente de polvo ardiente.

Un silencio sepulcral invadió la trinchera, hasta el punto de que ni siquiera podía escuchar su respiración ni la de sus compañeros. Por un instante se sintió incluso ingrávido y fue entonces cuando un trueno impactó en sus oídos, acompañado de una turbonada que hizo volar varios sombreros, incluido el suyo.

En ese momento rompió a reír nerviosamente, haciendo un esfuerzo considerable por mantener la boca cerrada para evitar que el polvo arrastrado por la onda expansiva entrara en su boca.

Sus compañeros de trinchera se agazaparon, pero él se mantuvo erguido, con las manos en los oídos, observando aquella nube que alcanzaba ya varios kilómetros de alto. De pronto vino a su mente un verso del Bhagavad-gītā hindú: «Si el esplendor de un millar de soles brillasen al unísono en el cielo, sería como el esplendor de la creación...». Su cara esbozó una sonrisa mientras recibía los últimos impactos de miles de granos de arena desértica.

Con el aire ya en calma se destapó los oídos. De pronto escuchó un lamento. Miró a su alrededor, pero todos los demás asistentes charlaban animadamente entre sí. Escuchó más lamentos, uno detrás de otro, casi seguidos. Podía distinguir voces de hombres, de mujeres y de niños, y entonces se dio cuenta de que provenían del lugar de la explosión. De inmediato, otro verso del Bhagavad-gītā invadió su cabeza: «Ahora me he convertido en La Muerte, Destructora de Mundos».

Se miró las manos y las descubrió llenas de sangre. Por impulso se las frotó contra la ropa, pero no dejaron ninguna mancha. La sangre seguía adherida a su piel. Y no se iba.

Unos minutos después, y con el hongo, teñido de colores entre ceniza y antracita, erigido en el horizonte, Oppenheimer vio a Lawrence acercarse. Pensó que iba a pasar de largo, pero, para su disgusto, se detuvo a hablar con él.

—Robert, ya tenemos lo que necesitábamos. La bomba funciona. Hemos grabado la explosión y podemos difundirlo cuando queramos. No hace falta lanzar la bomba sobre la población civil.
—¿Otra vez con eso, Edward? Sabes perfectamente que eso no depende de mí.
—Pero, al menos, puedes firmar la carta. ¡Que eres el puto Oppenheimer! ¡Si a alguien harían caso es a ti! Vente a mi oficina y discutimos si quieres que cambiemos alguna frase.
—Olvídalo. No voy a firmar nada —contestó mientras agitaba su mano de forma desdeñosa.

Lawrence bufó ruidosamente y puso los brazos en jarra.

—¡No puedo creerme que seas tan terco!

Oppenheimer se puso de perfil y volvió a mirar hacia el hongo.

—Y yo no puedo creerme que estés dispuesto a que todo este esfuerzo que hemos realizado vaya a quedar en nada.
—¿En nada? ¿Tú has visto lo mismo que todos los demás? —protestó Lawrence señalando la nube radiactiva.

Oppenheimer se había girado de nuevo y observaba a Lawrence en silencio, pero su mirada estaba en una dimensión desconocida. En sus ojos, abiertos como platos, se podía ver que sus pupilas estaban ligeramente dilatadas y emitían un brillo vidrioso.

Lawrence chascó la lengua, dejó caer los brazos y lo miró con el ceño fruncido y la mandíbula llena de tensión.

—Esa mirada. Esa mirada no es tuya. Tú ya no eres Robert —dijo, con amargura, antes de irse.

Oppenheimer tragó saliva y se miró de nuevo las manos. Ya no había sangre. Ahora las palmas eran de un color blanco inmaculado, casi brillante, hasta el punto de que tuvo que entornar los ojos para no sentirse deslumbrado.

«Cierto, ya no soy Robert», contestó para sus adentros, «ahora soy el Destructor de Mundos.»
De tus decisiones dependerá tu destino.


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Gavalia
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por Gavalia »

Me ha gustado mucho la dramatización del personaje protagonista de esta buena historia. El autor se ha documentado perfectamente del tema a tratar, tanto en la terminología en términos de ciencia como sobre la personalidad del científico, salvando aspectos novelísticos, licencia del autor, claro. La disyuntiva moral, siempre presente en el contexto de la historia, humaniza el relato y lo hace cercano. El endiosamiento de unos, el miedo de otros, la precaución de muchos, todo está reflejado en la historia. Me parece bien redactado, poco me ha chirriado, quizá alguna que otra obviedad como que el científico ayudante le diga al mismo Oppenheimer que se trata de plutonio, noticias frescas... bajó el hielo. Alguna coma díscola por su falta de presencia o lo contrario y algún párrafo, quizá mal construido para su mejor entendimiento como el que habla de los japoneses y poco más. A mi criterio un trabajo más que correcto.
Un saludo y suerte.
En paz descanses, amigo.
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pmarsan
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por pmarsan »

Este es el primero que leo. Me ha parecido bastante bueno. Si todos son así, va a ser difícil puntuar.

Voy a intentar comentar los relatos con una pequeña plantilla, con puntos fuertes y puntos menos fuertes, a ver qué tal se me da. Por supuesto, lejos de mí dar lecciones a nadie. Lo que identifico como “puntos menos fuertes” no son más que ideas que se me han ocurrido y que, quizá, podrían mejorar el producto final. Si al autor le sirven, estupendo; si no, siéntase muy libre de ignorarlos. :D

Puntos fuertes: El argumento me ha interesado mucho. Creo, autor/a, que has hecho un trabajo estupendo a la hora de meterte en la mente de uno de los principales responsables de la matanza más grande de la historia, y de plantearnos los dilemas que él posiblemente se planteó. No sé qué habría hecho yo en su lugar, ni si habría aceptado las justificaciones que tu Oppenheimer acepta, pero tu relato me ha hecho reflexionar un poco al respecto. Eso está muy bien. :wink:

[Nota del comentarista: algún día alguien tendrá que revisar eso de que los aliados eran “los buenos”: yo creo que eran igual de malos que los otros, con la diferencia de que ganaron y, por tanto, escribieron las crónicas. En fin, que me voy del tema…]

Puntos menos fuertes: Si bien lo he leído del tirón, se me ha hecho un poco denso en algunos momentos. Quizá intercalar alguna frase un poco más corta entre las sucesiones de frases largas ayudaría al ritmo, pero no estoy seguro. Es cuestión de probar, a ver si haciéndolo te gusta cómo queda. Por otra parte, no soy muy partidario de meter varias escenas en un relato corto. Como autor, ya cuesta crear una ambientación adecuada (por ejemplo, la de la habitación en penumbra del principio, que está muy bien), como para tener que crear una segunda y una tercera solo unos pocos párrafos después. Lo mismo me pasa cuando asumo el rol de lector y siento que me van sacando y metiendo en escenas sin darme tiempo a ambientarme. No sé, creo que los relatos fluyen mejor sin saltos, pero supongo que es una simple cuestión de gustos. :)

En fin, que muchas gracias por compartirlo. Para mí, es por lo menos un notable alto. :hola:
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Raúl Conesa
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por Raúl Conesa »

Me ha gustado, no tanto por la historia que cuenta, sino por entrar en la mente de un personaje en uno de los momentos más terroríficos de la historia de la humanidad; y viendo que ha creado algo terrible, Oppenheimer lo acepta como una inevitabilidad, y al hacerlo se centra en su valor científico y no en sus implicaciones éticas. Es una visión curiosa de este suceso histórico.
Era él un pretencioso autorcillo,
palurdo, payasil y muy pillo,
que aunque poco dijera en el foro,
famoso era su piquito de oro.
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Megan
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por Megan »

Autor/a, qué genial tu relato.
El tema, tan tremendo, lo has descripto de una forma impecable.
Los diálogos son estupendos, los nervios de uno y la tranquilidad del otro parecen meterse en la piel del lector.
La narración es buenísima y no me faltó ni sobró una palabra, eso es soberbio.
Te felicito por tu creación, basada en una realidad brutal, de la que te documentaste con mucho esmero.

Muchas gracias por compartirlo y suerte, :D .
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Isma
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por Isma »

Me ha gustado mucho. ¡Qué nivelazo el del concurso! Muchas felicidades a todos.

Me ha gustado el enfoque: cómo afrontaba Oppenheimer el impacto de su trabajo. Ha sido espectacular, creo que le has dedicado atención y te has puesto en su piel, aunque su decisión resultara cuestionable, has conseguido que nos creamos tu hipótesis sobre lo que le pasaba por la cabeza.

[Batalla de abuelito]
Yo he estado en el Parque de la Paz en Hiroshima y pasé un muy mal rato. Es insoportable imaginar lo que ocurrió allí. La ciudad es alegre y activa, el parque tranquilo y limpio. Entre todo ello asoma la ruinosa cúpula de la bomba y a sus pies el río; un poco más allá, el monumento a la paz de los niños. La llama que siempre arde, las grullas, los recuerdos de todas partes del mundo. Y al fondo, el museo, que no tuve la entereza de recorrer por completo.
[/Batalla de abuelito]

Algunas cosas se pueden mejorar:
despoblada o probarse con la población civil.
Muchos pos por ahí, la frase es cacofónica.
Oppenheimer entró en el barracón donde se ubicaba su oficina. Taconeó con decisión para deshacerse de la arena acumulada en las suelas de sus zapatos y se dirigió a su oficina.
Y muchas oficinas por ahí.

¡Suerte!
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Adrianhyde
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por Adrianhyde »

Muy interesante este relato sobre un personaje histórico singular del que se han vertido muchos rumores que tiñen su aura de cierto romanticismo.
Vivimos como soñamos, solos-Joseph Conrad.
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Fernweh
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por Fernweh »

¡Hola, autor/a!

¡Otro relato que me ha gustado mucho! :alegria:

Me ha parecido muy interesante que nos introdujeras en la mente de Oppenheimer , en como sus dilemas morales se van disipando mientras gana terreno la idea de que todo es por el bien de la ciencia y la mirada, antes humana se transforma en la del "destructor de mundos" .

La lectura me ha parecido muy fluida, amena, y creo que tienes una gran capacidad de contar historias captando la retención del lector, con un lenguaje cercano, sencillo, pero no carente de maestría.
¡Enhorabuena!
¡Gracias por compartirlo y suerte! :60:
«El futuro es más ligero que el pasado, y los sueños pesan menos que la experiencia porque la vida no vivida es más leve, tan leve.»
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Isma
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por Isma »

Aunque me gusta mucho como está escrito, pienso que los relatos que se basan en hechos modernos o casi contemporáneos resultan más fáciles de construir. Me refiero a que es una ventaja con respecto a los que tienen que volver a explicar al lector muchas de las cosas de su época. No desmerece el texto, claro está, pero cuando me asombran con una época alejada lo valoro mucho...
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por Jarg »

Buen relato, autor/a, nos has metido en la mente de Oppenheimer y nos has mostrado sus reflexiones morales alrededor de la bomba atómica.

En la parte argumental, lo has clavado. Me gusta la estructura del relato, la forma en que nos muestras los pensamientos del físico, la forma en que se aferra a la ciencia para justificarlo... En la conversación con Lawrence se ve que no es que no le importen esas vidas, es que sabe que se perderán con o sin su colaboración. Me ha encantado cómo has perfilado su carácter, y la reflexión del Destructor de Mundos más aún. Enhorabuena por eso.

En lo formal, también muy bien, con alguna comilla o tilde que colocar, pero nada por lo que haga falta enarcar una ceja. De verdad, me ha encantado cómo lo has planteado. El estilo es perfecto, claro pero sin ser demasiado explicativo. Me quedan aún tres por leer, pero seguramente te caerá algún punto por mi parte. Gracias por compartirlo y enhorabuena :60:
Yo amo a la humanidad. Es la gente lo que no soporto.
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por rubisco »

Un relato histórico nunca es fácil, pero este relato hace que parezca hasta sencillo.

Manejas muy bien la narración. Juegas con frases largas que describen, de forma pausada pero sin cansar, con diálogos que no usan ni una palabra de más. Se ve que te gusta moverte entre escenas calmadas y escenas dinámicas.

Hay dos partes que me gustan especialmente: el principio, que parece casi cinematográfico y en el que solo me falta oler el humo del tabaco, y la explosión. Mira que me parece imposible describir con palabras la forma en que asciende una nube de hongo y tú, sin embargo, lo consigues con una facilidad pasmosa.

Pero por si fuera poco, además juegas con la parte psicológica del relato, que es la más importante, y me la he creído completamentec. Desconozco si la historia de Oppenheimer transcurre tal cual la cuentas; imagino que no, que has tirado de ficción, y eso me parece meritorio.

Por ponerle algún pero, quizás te hubieras ahorrado algún detalle innecesario, como mencionar el modelo de coche. ¿Será que querías contextualizar? Pos vale, pero me parece que hay maneras mejores de hacerlo. (De hecho ya habías contextualizado lo suficiente.)

Te llevarás puntos por mi parte. No sé si los 5, pero eres serio candidato al 3.

Gracias por compartirlo :60: .
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Iliria
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por Iliria »

Creo que este es un relato muy visual, con un dinamismo muy cinematográfico. Estoy de acuerdo con lo que plantea la mayoría de los compañeros: has presentado muy bien el dilema moral del protagonista.
A nivel formal, pocas pegas hay que ponerle, salvo alguna faltita de ortografía sin importancia.

Gracias por participar y suerte :60:
Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas - Cicerón :101:
-¿Y con wi-fi?
-Mejor.
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Sinkim
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Re: CN9 - El destructor de mundos

Mensaje por Sinkim »

Me ha gustado bastante este relato, no tanto por la historia que ya la conocía, sino por la forma en que está escrito y en lo cinematográfico que me ha parecido. Por momentos lo estaba imaginando como si fuera alguna película tipo "Descifrando Enigma" o similar :D :D
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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rubisco
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Re: CN9 - El destructor de mundos - Rubisco

Mensaje por rubisco »

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rubisco
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Re: CN9 - El destructor de mundos - Rubisco

Mensaje por rubisco »

Hay historias que te llegan de la nada, pero esta no fue una de ellas.

Desde que la temática histórica tomó la delantera en las encuestas me empezó a rondar en la cabeza el nombre de Marie Curie. También, en un par de tardes, salió a relucir el de Ernest Hemingway, pero la doble premio Nobel eclipsó por completo al genial escritor. Me parecía un personaje fascinante para escribir un relato histórico, pero me faltaba justamente algo que relatar. Quise buscar algún elemento que me enganchara pero no apareció, así que acabé desistiendo.

Será por el carácter impredecible de las partículas subatómicas, pero el caso es que (re)leyendo sobre el Proyecto Manhattan (re)descubrí este pasaje descrito por Robert Oppenheimer:
[Oppenheimer] recordó que, mientras presenciaba la explosión, pensó en un verso de un texto hindú, el Bhagavad-Guitá:

Si el esplendor de un millar de soles brillasen al unísono en el cielo, sería como el esplendor de la creación…

Sin embargo, otro verso que recordó se le atascó en la mente:

"Ahora me he convertido en La Muerte, Destructora de Mundos."
Y de inmediato mi mente empezó a maquinar contra mi voluntad.

Cuando menos me lo esperaba me encontré escribiendo la escena de la explosión en el móvil, y al ver que parecía funcionar bien me lancé al resto del relato en el ordenador, pero no quedé conforme con el resultado. El inicio se parecía mucho al de “MI4: misión disolución” y ese dinamismo no parecía casar con alguien amedrentado por dilemas morales, de modo que otra vez dejé el texto aparcado.

Finalmente, de pronto me vino la palabra “volutas”, de ahí pensé en la pipa de Oppenheimer y entonces mi mente construyó la escena del principio. Y así quedó listo para la revisión.

Y la revisión fue ardua. Lo que más me costó fue dar credibilidad a los dilemas morales; que no pareciera un deux ex machina que iba plantando dilemas por donde el protagonista caminaba, sino que fuera una verdadera acumulación de motivos, todos ellos válidos, que acababan acumulándose en la mente de Oppenheimer. Curiosamente encontré la respuesta en el método científico.

El estilo cinematográfico del relato no es intencional; fue tomando esa forma casi por iniciativa propia, pero creo que le viene genial tanto por la época como por el carácter tecnológico del tema (y del cine).

(De hecho, el relato me lo imagino en blanco y negro en todo momento.)

Y esa es la historia.
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