Queridos padre y madre,
Acabo de llegar al campamento, y no quepo en mí de la emoción. Ahora mismo estoy en mi tienda de campaña, sentado en un camastro. Hay un fuego junto a la tienda, es tarde y está oscureciendo. Los compañeros de la sección van y vienen, parando a calentarse las manos y conversar entre ellos. La situación aquí es tranquila, pero dicen que entraremos en combate dentro de poco. Espero dar la talla cuando llegue el momento.
Mi sección está desplegada cerca de Ypres, en la frontera con Francia. El campamento se encuentra en los límites de un bosque. El clima belga es algo lluvioso, pero la naturaleza alegra la vista. Debo admitir, no obstante, que las vistas difieren según donde mire uno. Las zonas afectadas por el fuego de artillería, entre nuestras posiciones y las francesas, no son nada agradables, pero no voy a dejar que eso me hunda el ánimo. Ardo en ansias por servir al Káiser y al imperio, y por hacer que ambos se sientan orgullosos de mí.
La 6ª División está formada por bávaros, así que no es de extrañar que muchos sean muniqueses, lo que no quita que me haya llevado una grata sorpresa. ¿A que no imaginan a quién me he encontrado? ¡Es Lars, el hijo de los Edelstein! En efecto, Edelstein, la familia judía al final de la calle. Hay que ver qué cosas tiene la vida. Yo siempre he creído a Lars un mequetrefe, pero ha sido verle y estrecharle la mano. Ahora mismo está ahí fuera, junto al fuego. Espero poder tolerar esa sonrisita tan impertinente que luce día y noche, porque compartimos la tienda, y me parece que vamos a pasar mucho tiempo en compañía el uno del otro.
Me despido de ambos, y sepan que les tengo en mis pensamientos y mis oraciones.
Siempre suyo,
F. Kiegler
30 de octubre de 1914
Mi más querido Friedrich,
Siento que nuestra casa está vacía desde que te marchaste. Hay mucho silencio, y no sé si es porque tú eras el causante de todo el ruido en nuestra vida o porque el desánimo no invita a la conversación. Por suerte tu padre lo lleva mejor que yo. Siempre habla con los vecinos de lo orgulloso que está de su hijo, un auténtico bávaro de los pies a la cabeza, en sus propias palabras.
Mischa te echa muchísimo de menos. Cada vez que alguien llama a la puerta se vuelve loca pensando que eres tú. He dejado abierta tu habitación para que pueda entrar y salir cuando le apetezca, ya que los primeros días no dejaba de arañar la puerta. Todas las noches se sube a tu cama para dormir en el mismo sitio de siempre.
El vecindario ha cambiado enormemente estos últimos meses. Ya apenas hay jóvenes en la calle, y en el mercado las mujeres no son tan dicharacheras como antes. Nadie habla de otra cosa que no sea la guerra, y cada día cuesta más encontrar productos básicos. Los periódicos dicen que es por un bloqueo del enemigo. Espero que no dure mucho. Aquí todos están nerviosos por lo que pueda pasar.
Esta mañana me he encontrado con la señora Edelstein, y qué lástima me ha dado. Está muy preocupada por su hijo Lars, y temo que me ha contagiado su preocupación. Por favor, tened mucho cuidado los dos. Tu padre y yo anhelamos tu pronto regreso, y que podamos dejar todo esto en el recuerdo. Besos y abrazos de ambos.
Con todo mi amor,
Tu madre.
15 de noviembre de 1914
P.D. Junto a esta carta envío un paquete con galletas y chocolate. Espero que los disfrutes, amor mío.
Queridos padre y madre,
Imagino que estarán al tanto de lo que sucede en Ypres; les ruego no se preocupen por mí. Estoy bien, mi sección apenas ha sufrido bajas. Hace tres días Lars Edelstein sufrió un corte por un pedazo de metralla, justo debajo del ojo derecho, pero por suerte no fue grave. Él se lo toma con buen humor: dice que tiene la cara demasiado dura para morir de esa forma. Desgraciadamente otras secciones no han compartido nuestra suerte. Temo que muchas madres bávaras van a recibir notificaciones durante los próximos días y semanas.
El Káiser nos ha apartado de primera línea como parte de una serie de retiradas y asaltos; en teoría somos nosotros los que presionamos a franceses e ingleses, pero la mayor parte del tiempo estamos de brazos cruzados. Jamás imaginé que la guerra fuera así. Creía que habíamos venido a enfrentarnos al enemigo, no a interpretar una ridícula danza en el barro.
Y qué decir del barro, salvo que está en todas partes. Los cráteres se llenan de agua en cuestión de minutos, y son tan profundos que uno podría ahogarse en ellos. Aquí el hombre se ha convertido en topo. Todo concepto de higiene ha desaparecido. Ninguna persona decente debería conocer los olores que flotan en las trincheras. Por suerte vamos rotando entre primera línea y trabajos de apoyo en retaguardia, si no perderíamos la cabeza.
Querría decir que al menos la naturaleza es agradable, pero ya no queda nada. La artillería la ha arrancado de raíz y la ha sustituido por arbustos de alambre de espino. La lluvia es constante, el frío penetra en los huesos, y por la mañana la niebla es tan densa que si los franceses asaltaran nuestra trinchera no nos daríamos cuenta hasta que nos atravesaran con sus bayonetas.
Echo de menos Múnich, los paseos por el parque, Mischa dormida a mis pies… Todo parece tan lejano. Háblenme de casa, se lo ruego.
Siempre suyo,
F. Kiegler
29 de noviembre de 1914
P.D. Recibí con mucha ilusión su primer paquete. Por favor, envíen calcetines.
Mi más querido Friedrich,
Tu padre y yo te enviamos todo nuestro apoyo y nuestras plegarias. Lo que nos cuentas es terrible, pero sé que tú puedes aguantarlo. Ánimo, mi amor.
Hay tantas cosas que podría contarte. La vida en Múnich es cada vez más caótica, es como si el mundo entero se hubiera vuelto loco. Tengo que buscar por todas partes para encontrar ingredientes, y aunque lo siento en el fondo de mi corazón, no nos será posible enviarte más comida. En cuanto a los calcetines no te preocupes: junto a esta carta envío todos los que dejaste en casa, y te he tejido otro par nuevo.
Este bloqueo está siendo una auténtica catástrofe. Dicen que el gobierno va a repartir comida en las ciudades. Si es así puede que aún haya esperanza, pero si no llega temo que la única opción será marcharse. Éste es mi hogar, y sabe el Señor que puedo dejarlo atrás, pero no podría soportar que se perdiera alguna carta tuya durante la mudanza.
Ha sido horrible ver cómo los periódicos se llenan con los obituarios de chicos muniqueses. Hace poco en la fábrica de bicicletas un compañero de tu padre recibió el comunicado de defunción de su hijo, y desde entonces no es el mismo. No habla de ello, pero todos los días le veo entrar en nuestro dormitorio con la lista oficial de bajas. Está tenso y serio todo el tiempo. Le he dicho varias veces que te escriba algo, que le ayudaría hablar contigo directamente, pero dice que no le pasa nada y que deje de incordiarle. Ya no sé cómo hablar con él.
Ingrid Edelstein y yo nos hemos hecho buenas amigas. Su marido siempre está ocupado en el hospital, y desde que se marcharon sus hijos no tiene nadie en casa que le haga compañía. La visito todas las tardes para tomar café y charlar. Cuando supo de la herida de Lars por poco no corrió hasta Bélgica para llevárselo a rastras. Su hermano pequeño, Gustav, está a punto de terminar la instrucción militar, y pronto lo enviarán al frente. La pobre está desesperada. Intento convencerla de que todo saldrá bien, pero es difícil mantener una buena actitud cuando a una le faltan las fuerzas para sonreír.
Mischa se niega a salir de tu habitación. Dos veces hemos probado a sacarla y cerrar la puerta, pero empezó a arañarla y a ladrar muy fuerte. Convencí a tu padre de apiadarse de ella y ahorrarnos el jaleo. Sé que suena ridículo, pero paso mucho tiempo sentada junto a ella en tu cama. Creo que es la única que me entiende, la única a la que puedo hablar con franqueza.
Espero que te vaya bien en el frente, y que no dejes de escribirnos.
Con todo mi amor,
Tu madre.
11 de diciembre de 1914
Queridos padre y madre,
Tras las insistentes quejas de las últimas semanas, ayer llegaron por fin abrigos con los que aguantar este invierno que, siendo aún joven, ya lo ha cubierto todo de nieve. Y el abrigo no es la única buena noticia: en mi mano hay un vaso lleno de whiskey, estoy sentado al nivel del suelo, no por debajo, y no temo por mi vida. Sé que suena extraño, pero hoy es un día verdaderamente extraño.
El whiskey lo he conseguido del enemigo. Nada extraño en eso, pensarán, pero ahí está la clave de todo: no es botín de guerra, sino el resultado de un intercambio voluntario. En efecto: he comprado el whiskey a un inglés. Ahora mismo están al otro lado de la tierra de nadie, andando libremente a la vista de nuestros hombres; y los nuestros hacen lo mismo. ¿Saben qué es aún más extraño? Me dicen que ha habido un partido de fútbol entre nosotros y ellos, pero no aquí, sino en otro tramo de trincheras. Hemos ganado 3 a 2.
Por si no terminan de vislumbrar la imagen que intento dibujar con mis palabras, les diré que hoy es navidad. Permítanme que les cuente cómo ha empezado.
Esta mañana estaba en nuestra trinchera, esperando un día como cualquier otro, y algo en mi cabeza debió averiarse. Escuchaba cantar villancicos a unos compañeros, y sin motivo aparente grité “¡Feliz navidad, ingleses!”. De verdad que no sé por qué lo hice. Me sentí ridículo al ver que todos me miraban, pero entonces un inglés gritó “¡Feliz navidad, alemanes!”, y qué cosas tiene la vida, todos empezamos a felicitar la navidad a gritos, desde un lado y desde el otro. No pasó mucho hasta que uno de los nuestros se asomó, y entonces se asomó uno de ellos, y el resto es historia. Ahora tengo una botella de whiskey, y un teniente inglés, Thomas Gillies, tiene la colección de botones que había estado acumulando desde que llegué a Bélgica.
Así que aquí estoy, sentado en frente de nuestra trinchera, viendo a los hombres pasear y conversar, y disfrutando del whiskey y del calor de unos calcetines secos. Llevamos ya unas horas así, sin matarnos, y creo que esto es lo más parecido que conoceremos a la paz durante mucho, mucho tiempo. La nieve lo cubre todo, y es un regalo para los ojos, pero la muerte sigue presente ahí abajo. Tan seguro como que la nieve se derretirá, la guerra seguirá su curso. Volveremos a la trinchera, y ya no habrá más intercambios, y los ingleses serán una vez más rostros sin nombre. Puede que mañana mate a Thomas Gillies, o puede que él me mate a mí; ahora mismo lo único que importa es que somos seres humanos, y que ni siquiera esta guerra puede arrebatarnos eso.
Les parecerá insignificante, habiendo hoy tanta oscuridad en el mundo, pero les deseo una feliz navidad a ambos. Denle un abrazo a Mischa de mi parte.
Siempre suyo,
F. Kiegler
25 de diciembre de 1914
Mi más querido Friedrich,
Me alegra saber que estás bien y que pasaste una navidad agradable.
Perdóname por tardar tanto en escribir, pero he estado muy ocupada. Tu padre cayó enfermo a finales de diciembre. Tiene neumonía y no puede salir de la cama. Entre cuidar de él, hacer cola para el reparto de comida y ocuparme de las tareas del hogar no me queda tiempo para nada. Llevo casi dos semanas sin visitar a Ingrid Edelstein. En días como éstos es cuando una desearía haberse casado más joven, así no estaría tan agotada.
¡Ay, amor mío, quiera el Señor que acabe pronto esta guerra!
Con todo mi amor,
Tu madre.
16 de enero de 1915
Queridos padre y madre,
Le deseo a padre una pronta recuperación, y que todo vuelva a su cauce habitual en nuestro hogar. Ojalá estuviera allí con ustedes. Aunque, siendo sincero, ojalá estuviera en cualquier otro lugar.
Anoche formé parte de un pelotón que debía levantar una verja de alambre entre nosotros y el enemigo. Habíamos tomado esta trinchera por la tarde, y era necesario evitar que los ingleses la recuperaran. Alguien nos oyó clavar los postes en el suelo. Disparó una pistola de bengalas al aire mientras alertaba al resto. Sobra decir que abrieron fuego sobre nosotros con fusiles y ametralladoras. De los catorce hombres que formaban el pelotón sólo volvimos cinco.
No sé qué hacemos aquí. Me prometieron gloria, pero todos los días veo los cuerpos de hombres a los que no podemos recuperar sin morir en el intento. Están ahí, a unos metros de mí. Uno de ellos seguía vivo cuando el resto llegamos a la trinchera. Se llamaba Erik Müller. Gimoteaba como un perro apaleado, y durante más de media hora no hicimos nada mientras se desangraba por sus heridas. ¿Dónde está su gloria? ¿Y dónde la del resto? Han muerto por el Káiser y la patria, y su recompensa es pudrirse en el gélido barro de un país que jamás pisaron antes de esta guerra.
Hay algo que deseo decirles desde que llegué aquí, algo impropio de un buen soldado y que me ha callado porque temía que padre se avergonzara de mí; pero ya no me importa. He participado en numerosos asaltos desde que llegué, ¡y jamás he pasado tanto miedo! Sí, miedo, esa palabra prohibida, ese sentimiento que ningún hombre del Káiser puede conocer. Todos esos eslóganes del valor alemán y la frialdad ante el peligro no son más que patrañas que enarbolan los periódicos para ganarse el corazón de chicos incautos.
¿Y saben qué? Me he dado cuenta de una cosa: durante un asalto hay dos miedos distintos. El primero es visceral. Es el miedo por lo que pueda pasar. Es lo que sientes cuando corres a través de la tierra de nadie y el suelo explota a tu alrededor y ves caer a tus compañeros, aguantando la respiración y rezando por no ser el siguiente. El segundo miedo aparece en la trinchera enemiga, y es aún peor. Es un miedo distinto, lo sientes en el corazón y se queda contigo al terminar la batalla. Es el miedo por lo que sabes que tienes que hacer. Ayer maté a dos hombres en esta misma trinchera. No sé cómo se llamaban, pero sé que nunca volverán a ver a sus familias.
Padre, madre, no quiero luchar.
Friedrich
27 de enero 1915
Mi más querido Friedrich,
Ha sucedido algo terrible, amor mío. Tu padre murió esta pasada noche mientras dormía. No sé cómo ha podido suceder, o qué hemos hecho para merecer esto. Había mejorado estos últimos días, yo creía que iba a levantarse en cualquier momento, pero no respiraba al llevarle el desayuno esta mañana. He ido de inmediato a casa de los Edelstein, pero Joseph no ha podido hacer nada.
Ingrid y Joseph se están ocupando de todo, y yo no puedo más que estar aquí sentada junto a Mischa, viendo pasar el tiempo. Me falta el aire. ¿Por qué ha pasado esto? No era suficiente el tormento de imaginar lo que pueda pasarte, ahora también tengo que sufrir este golpe. ¿Qué va a ser de nosotros sin tu padre? Helmut podía ser distante, pero era un buen hombre y un buen cristiano.
Vuelve a casa, Friedrich, te lo suplico. Haz cualquier cosa, no me importa el qué, pero vuelve conmigo.
Con todo mi amor,
Tu madre
2 de febrero de 1915
Estimado señor Kiegler,
Es con gran pesar que le informo del fallecimiento de:
(N.º) 2306 (Rango) Soldado de infantería
(Nombre) Friedrich Kiegler
(Regimiento) 16
que tuvo lugar en los campos de Bélgica
en la fecha 30 de enero de 1915.
La naturaleza del incidente fue muerte en combate.
Por orden del Mando Supremo del Ejército le transmito el más sentido pésame de su majestad imperial el káiser Guillermo II de Alemania. Debo también expresar el profundo pesar de la Jefatura del 4º Ejército por el fallecimiento de este soldado en servicio a la patria.
Las informaciones relativas a su lugar de entierro y sus efectos personales le serán comunicadas a su debido tiempo. Encontrará más información en la carta adjunta.
Su obediente servidor,
Teniente coronel W. Ulhmann
7 de febrero de 1915
Estimados señor y señora Kiegler,
Mi nombre es Lars y soy hijo de Joseph e Ingrid Edelstein, a los que tengo entendido que conocen y les son cercanos. Les escribo esta carta porque Friedrich era buen amigo mío, y porque he visto comunicados de defunción y sé que no esclarecen nada en lo relativo a la muerte de los soldados. Creo que merecen saber cómo sucedió.
Friedrich murió la mañana del día 30 de enero durante la toma de una trinchera. Yo estuve junto a él durante el asalto inicial y también durante la captura. Friedrich me salvó de un soldado inglés que intentaba apuñalarme con un cuchillo. Por desgracia otro enemigo le disparó tras apartar él a mi agresor. Friedrich sufrió una herida grave en el pecho y murió a los pocos segundos. Fue enterrado junto a otros cerca de las ruinas de una vieja capilla, a una hora a pie al noreste de Ypres.
Sé que nada podrá consolar la pérdida de su hijo, pero espero que al menos puedan sentirse orgullosos sabiendo que lo último que hizo fue salvar la vida de otra persona. Si estoy vivo es gracias él. Quiero que sepan que no voy a olvidarlo, y que me tendrán siempre a su disposición.
Me he decidido a escribirles al llegar esta mañana una carta para Friedrich. El mensajero me la entregó por las prisas creyendo que él seguía vivo. La señora Kiegler figura como remitente. Se la devuelvo para que puedan conservarla, ya que intendencia se llevó sus enseres, y no creo apropiado deshacerme de ella. Estas cartas eran muy preciadas para Friedrich, y puedo imaginar que también lo son para ustedes y para el recuerdo de su hijo.
Les deseo a ambos lo mejor, y espero que el tiempo alivie su dolor.
Con mi más sincero pésame,
Lars Edelstein
13 de febrero de 1915