“En mi fin está mi principio”.
Agatha Christie.
1.
De pie en la habitación, Jane miraba la escena con lágrimas en los ojos. El fuego que quemaba a sus padres, víctimas del Covid-19 en Londres, fue demasiado para ella. Cerró los ojos y los abrió frente al fuego de la chimenea del salón en su rústica casa. Esas llamas le daban calor y tranquilidad. Dada su introversión, gustaba de la soledad, de estar lejos de la gente, lo que le concedía una hermosa sensación de paz. Por otra parte, ese fue uno más de los motivos por los que había decidido escapar de su ciudad natal ante la pandemia que avanzaba a un ritmo vertiginoso por todo el país y refugiarse en el pequeño pueblo escocés que ahora llamaba hogar. Era como vivir en otro mundo. Pero no duró mucho su sosiego, los golpes en la puerta la sacaron de su ensoñación.
Cuando abrió, se encontró con la señora McGregor, a quien conoció en el pueblo cuando iba de compras. Ella vivía a más de doscientos kilómetros de allí, pero se movía rápidamente por toda la comarca convertida en una visión color verde traslúcida. La hizo pasar y, tras sentarse, la mujer explicó a la joven, no sin cierto tono de inseguridad:
–Mi querida Jane, cada vez que nos vemos en el pueblo observo que compras lienzos y pinturas al óleo, por lo que me tomé el atrevimiento de venir para pedirte algo muy delicado.
– ¿De qué se trata?
–Bueno, es que tengo aquí –y extendió su transparente mano verde– la última foto de mi adorado hermano Jimmy y quisiera que lo pintaras para colgarlo en el salón de mi casa.
Jane observó una foto muy deslucida, en blanco y negro, donde se veía a un joven muy bien parecido, vestido de soldado, con un gran habano en su mano izquierda.
– ¿Es su última foto? Quiere decir que…
– Murió al mes exacto de haberse sacado esta foto, en el año 1944. Servía en un batallón de Italia antes de que se pasaran al otro bando. Fue cuando invadieron París, en la batalla de los Alpes.
– Lo siento mucho. No tengo problema en hacerle este retrato, ¿lo quiere tal cual está en la foto? Me refiero, ¿en blanco y negro?
– Preferiría que le dieras color tal como lo vi en vida por última vez. Las fotos eran muy tristes en esos tiempos, no reflejaban las tonalidades tan bonitas de la realidad. ¿Sabes una cosa?. Lamentablemente fue enterrado en un cementerio italiano en París y no pude traérmelo, allí quedó tan solo…
La joven estaba absorta mirando la foto y había dejado de escuchar a su invitada, mientras veía fumar al soldado y cómo el humo de su habano inundaba la habitación.
–Bueno, querida mía, lo dejo en tus manos. Me llamas cuando tengas la pintura. Sé que te quedará muy bien, eres buena, muy buena.
Antes de que Jane abriera la puerta, la señora McGregor ya se había ido.
Su apreciación le pareció muy extraña porque la buena señora nunca había visto un cuadro de su colección.
2.
La foto la había obsesionado. Qué guapo era el joven. Después de mirarla por un largo rato, en tanto apartaba el humo del habano que parecía no tener fin, fue a su estudio y colocó un lienzo en blanco en el atril. Al ser una pintora con bastante talento, no le llevó mucho tiempo darle la forma general al retrato. La demora fue en los pequeños detalles e imaginar los colores que tenía y que lo rodeaban. Las horas fueron pasando y ella siguió pintando. Su padre siempre había sido crítico con su arte, se plantó a su lado y le dijo que iba muy deprisa, que las obras debían reposar entre una etapa y otra, pero ella le dijo que deseaba ver el cuadro terminado. El hombre lo entendió y se lo contó a su esposa, que estaba en el patio mirando el cielo cubierto de hermosas y titilantes estrellas.
Cuando comenzaban a verse las luces de los primeros rayos de sol en el horizonte, detrás de las montañas, Jane dio la última pincelada. Estaba muy satisfecha, había quedado perfecto. Cansada, se fue a dormir. En sus sueños pasaba de estar en medio de un tiroteo entre dos ejércitos en algún lugar del mundo, a estar apartando de su cara el humo del habano que fumaba el soldado. No obstante, eso no era un sueño, lo estaba oliendo en ese preciso momento, por lo que se levantó y fue al estudio. Observó que el lienzo estaba en blanco, al mismo tiempo que sintió que le respiraban en la nuca. Al darse vuelta, el joven soldado estaba mirándola con una sonrisa cómplice.
Ella le devolvió la mirada y sonrió.
– Bueno, al parecer pudiste salir del lienzo. No te voy a preguntar cómo lo hiciste, pero te ves muy bien. Aunque no recuerdo haberte dibujado esa sonrisa.
El joven exhaló una gran bocanada de humo y, riendo, dijo con un acento entre inglés e italiano:
– Pues, cuando te fuiste a dormir, antes de apagar la luz, aproveché el momento y yo mismo me hice la sonrisa; no quería parecer tan serio en un cuadro para mi querida hermana.
La chica rio. Además, contempló cuán apuesta había sido en vida esa presencia que tenía ante sí.
– ¿Te quedaste sin voz? ¿Me vas a invitar a desayunar o tendré que hacerme el café y las tostadas yo mismo?
– Ven conmigo, vamos a desayunar y me cuentas tus vivencias en la guerra.
Conversaron por horas, contándose sus vidas. Finalmente, Jane escuchó con tristeza cómo el joven había muerto en una emboscada que le tendieron los franceses.
– Estás decepcionado, se nota en tu voz cuando hablas.
– En cierto modo lo estoy, porque me alisté para defender a quienes, a mi entender, eran los buenos. Pero los nazis no eran personas para nada honorables. El propio Führer era un verdadero asesino, quiso destruir París y no puedes imaginarte con qué petulancia daba las órdenes.
– Claro que lo sé, he leído muchos libros de historia. ¿Estás al tanto de cómo terminó todo?
– Sí, me he enterado por camaradas que murieron al final de la guerra y fueron enterrados junto a muchos de nosotros. En las noches nos reuníamos y nos contaban cómo finalizó. La verdad es que me alegro que los aliados hayan podido vencer a esos malditos alemanes.
Jane miró la hora. Ya eran las cinco de la tarde, debía salir a hacer las compras al pueblo. Jimmy lo aceptó con pena. No se lo había dicho, pero cuando estaba en las trincheras y lograba dormir, soñaba que conocía a una chica de un país lejano.
Cuando la joven volvió, no vio al soldado mirando fascinado la televisión, tampoco había olor a tabaco. Supuso que estaría afuera, observando las estrellas. Al no encontrarlo allí, recorrió toda la casa hasta entrar en el estudio. La tristeza la invadió, pues el joven había vuelto al lienzo y su rostro sonriente se había transformado en uno melancólico. Se quedó allí, parada, esperando que volviera su sonrisa, pero fue en vano, nada cambiaba en aquel rostro.
Muy apenada, recogió y lavó la vajilla y, tras volver al estudio y ver que todo seguía igual, se fue a la cama. Le costó mucho conciliar el sueño, no dejaba de pensar en el horror que había pasado ese joven en una guerra infame, y lo decepcionado que había salido de ella.
3.
Al día siguiente, entre sueños, volvió a sentir el olor a tabaco. Saltó de la cama y corrió al estudio. Él estaba allí, igual que el día anterior, con una gran sonrisa en su rostro.
– Buenos días, Jane, pensé que ibas a dormir todo el día.
– Pero, ¿por qué no me despertaste, Jimmy?
– Pequeña mía, no me es posible salir de esta habitación, solo tú puedes sacarme de aquí.
Y de esa forma, el joven vivía de día y al anochecer volvía a su lienzo. Dependiendo de lo que habían conversado durante la jornada, su rostro adquiría facciones distintas. Alegres, si las charlas habían sido sobre sucesos amenos, o tristes, si habían versado sobre tópicos desagradables. Al comienzo, Jane estaba tan contenta de tenerlo todo el día y pasarlo tan bien con él, que no pensaba en nada, su mente estaba en blanco, al igual que el atril de su estudio, solo ocupada por ese encantador joven.
Como era lógico, pasados los días, la señora McGregor llamó para saber cómo iba el retrato. Jane no quería perder lo que había encontrado y, muy a pesar suyo, mintió:
– ¡Oh, señora McGregor! Tengo que confesar que me está costando un poco, dado que la foto está muy maltrecha, y debo decirle que nunca había pasado una foto en blanco y negro a color.
Supongo que me va a llevar unos días más. Ya le avisaré cuando esté acabado.
El joven estaba de pie cerca de la chimenea y escuchó la excusa de Jane.
– Sabes que en algún momento todo esto se va a terminar. Quisiera que no sucediera nunca, porque eres la chica de mis sueños, incluso cuando estaba metido hasta las narices en las trincheras llenas de barro fantaseaba contigo.
Jane no pudo contener las lágrimas; estaba claro que, si el lienzo se iba, lo perdería. Mirándolo intensamente, con todo el amor reflejado en su rostro, por primera vez, se acercó al joven e intentó besarlo. Pensaba que, como en las películas de princesas, un beso haría el milagro. Mas no fue así, el beso se perdió en el aire y un intento de estrecharlo entre sus brazos hizo que estos se unieran sobre su propio cuerpo.
– Lo siento tanto, amada mía, pero si bien parezco corpóreo, no lo soy. La solidez de mi cuerpo se deshizo en aquel espantoso ataúd.
– Entiendo, es que creí que…, podríamos…
– Si hubiéramos podido, ¿crees que yo me quedaría tan tranquilo? No te imaginas cuánto desearía tocar tu cabello, acariciar tus mejillas, besarte, hacerte el amor. Pero soy solo una sombra, un efímero recuerdo de lo que fui. A pesar de todo, quiero que sepas que te amo, Jane, que eres la chica más encantadora y dulce que he conocido y que mi alma es tuya.
A Jane ya no le importaba nada, solo estar con él para siempre.
4.
Una tarde que fue al pueblo de compras, obtuvo información sobre una mujer que, según se decía, se dedicaba al ocultismo o algo por el estilo. Pero a Jane no le importaba lo que hiciera, mientras pudiera ayudarla a encontrar una solución para su problema.
La señora Kemp vivía en una casucha destartalada en los suburbios del pueblo. Sin embargo, al entrar en ella, se transformó en un bellísimo palacio, tan hermoso como el de Balmoral. Tras sentarse en un lujoso sillón frente a su anfitriona, que la alentó a contarle su problema, Jane comenzó a hablar entre amargos sollozos.
– Pues tienes un problema muy grave, jovencita. El amor es algo maravilloso, lo más importante que tiene el ser humano, el poder amar sin límites y sobre todo si es correspondido.
– Veo que usted me entiende. ¿Qué puedo hacer? No importa lo que sea, lo haré.
– A ver, tú te das cuenta de que para que estén juntos, ¿el sacrificio será únicamente tuyo?
– Sí, me doy cuenta…
– Él está muerto desde hace cerca de ochenta años, más la edad que tenía en ese momento. Apenas lo conociste hace un mes y ni siquiera te acarició o te tomó de la mano.
– Es que no podemos, él parece corpóreo, pero en realidad es una aparición.
– Y tú darías la vida por un hombre que falleció hace muchísimo tiempo, que no pudiste conocer en su intimidad porque se trata de un fantasma. Puedo decirte lo que va a pasar, y estoy segura de no equivocarme: la hermana irá a buscar el cuadro y todo se acabará, Jane.
– Pero es justamente eso lo que no quiero que pase.
– Lo siento mucho, chiquilla hermosa, pero la vida tiene estos encuentros entre vivos y muertos. El muerto ya no tiene nada que hacer, pero si el que está vivo se obsesiona con el otro… Todo puede terminar de la peor forma para el último. Lamento no poder ayudarte, no estoy de acuerdo en esa confusión de mundos.
Finalizado el día, Jane salió al patio, se sentó en una mecedora y allí permaneció toda la noche…
5.
Al oler el humo del tabaco por la mañana, entró a la casa y llevó a Jimmy a desayunar.
– ¿Pasa algo, querida?
– No pasa nada, ¿qué podría pasar? – contestó Jane, con el pecho encogido por el dolor.
Él la miró intrigado.
– He llevado la cuenta de cada amanecer y cada atardecer.
Jane le dirigió una amarga sonrisa, nunca vista en su rostro.
– Yo solo quiero…
– Dar tu vida para estar a mi lado. ¿Recuerdas en qué año te dijo mi hermana que morí?
– Sí.
– Tenía veinticinco años, y al mes exacto de la foto que mi hermana te dio, morí en aquella batalla. Ahora dime, ¿tienes claro que hoy hace un mes que estoy aquí?, significa que va a suceder un cambio, amada mía.
Fueron al estudio, donde estaba el lienzo en blanco que habitaba por las noches, y Jane dijo con la voz quebrada por el dolor:
– Ve al cuadro, Jimmy, lo envolveré y se lo llevaré mañana a tu hermana.
Una vez que él estaba en el cuadro, Jane se dispuso a embalarlo, pero al contemplar una vez más el rostro del joven, con lágrimas en los ojos, decidió intentar darle un beso. Cuando sus labios rozaron los de Jimmy, que estaban pintados sobre el lienzo, ocurrió algo distinto que en la otra ocasión: sintió que una fuerza inexplicable la atraía hacia el interior del cuadro. Acercó sus dedos temblorosos hacia la mejilla del chico y, muy sorprendida, vio cómo su mano atravesaba el lienzo. No sintió ningún dolor, solo una especie de hormigueo. Su corazón se aceleraba y renació su esperanza. Acercó más el cuerpo, apoyó la frente sobre el cuadro, contuvo el aliento y avanzó...
Al día siguiente, la señora McGregor estaba ansiosa esperando a Jane. La chica era muy responsable, pero había pasado más de una hora de la fijada y ni siquiera atendía el teléfono. La mujer se extrañó mucho y comenzó a temer que le hubiera ocurrido algo. Después de esperar toda la mañana, decidió ir en busca de Jane y su cuadro. Llegó a su casa y nadie respondía a sus llamadas. Finalmente, embargada por un funesto presentimiento, entró atravesando la puerta y se asomó a las habitaciones. Cuando llegó a la del estudio, contempló algo inaudito: el cuerpo de Jane estaba tendido en el suelo, ante el caballete de pintura. Una sonrisa de felicidad iluminaba su pálido rostro, la misma sonrisa que tenía en el lienzo, donde ambos jóvenes tomados de la mano se miraban a los ojos.