CP XVI - Las brumas de Sekigahara - Adrianhyde
Publicado: 22 Abr 2021 21:04
Las brumas de Sekigahara
«El triunfo o el fracaso no son más que manifestaciones de la naturaleza. El bien y el mal, por el contrario, son valores humanos».
Un campo de muerte que ni los cuervos se atreven a sobrevolar, donde nada volverá a crecer ni a florecer, pues la sangre, nuestra sangre y la de los enemigos, ha impregnado su belleza.
Millares de hombres valientes yacen a mis pies. No tardaré en unirme a ellos, pues a mí también me ha sido reservado el mayor de los honores: morir en la eternidad. La sangre de Sekigahara nunca se olvidará mientras quede hombre de honor en pie.
Mi padre cabalgó con Nobunaga y yo serví con devoción a Hideyoshi, padre de Hideyori , actual Shogun y líder de los Toyotomi, por mucho que ese traidor y avaricioso de Tokugawa diga lo contrario. Me repugna el mero hecho de recordar su nombre.
¿Seguirá el gran Ishida Mitsunari con vida? No creo que por mucho tiempo, pues todos sabemos lo que el obeso de Mikawa hace a aquellos se le oponen. Vil traidor, escupo sobre tus ancestros. Juraste proteger y aconsejar al hijo de tu amigo y señor y cuando este hubo muerto no dudaste en olvidar tu juramento, ¿cómo puedes tener tantos seguidores cuando parece que le tienes miedo al combate?
Aun así, mi herido y ya caduco corazón late con la poca emoción que le queda. De las batallas en las que he combatido, de todas las que he leído, esta sin duda ha sido la más grandiosa. Todos los grandes samuráis de esta indomable tierra donde se cultiva el honor han sido partícipes.
Aunque de líder cobarde, los amigos y fieles a Tokugawa han mostrado lo que significa la palabra samurái porque, tal vez no estuviesen de acuerdo con sus principios, pero han seguido sin dudar la llamada del honor en estos tres días sangrientos.
He visto a los diablos rojos de Li Naomasa, jinetes que hacen honor a su nombre, abalanzarse contra nosotros, sorprendidos cuando la niebla que el primer día arropaba el terreno se disipó y ambos ejércitos nos vimos a escasos metros...Diecisiete mil de los nuestros cayeron ese día entre la furia de Naomasa y los arcabuces, armas creadas por los monstruos occidentales, carentes de honor.
Honda Tadakatsu, gigante samurái, ha vuelto a hacer honor a su leyenda, pues ha vuelto a retornar sin heridas de esta carnicería. Nuestros hombres sintieron pavor al contemplar los cuernos de ciervo sobre su yelmo y la lanza de libélula que siempre porta.
Nuestro ejército tenía más hombres como estos, grandes líderes y héroes. El sabio Mori Terumoto, consejero indispensable de nuestro leal líder: Ishida Mitsunari, portador del honor y del espíritu del samurái.
Y aun así perdimos, pues a pesar de la gloria de esta batalla, todo ha cambiado con los arcabuces del traidor de Mikawa y los cañones de nuestro Ishida. ¿Quién sabe qué habría pasado si hubiésemos combatido como nuestros ancestros y los dioses?
La suerte, ramera de primera calidad, nos fue adversa, de grandes infortunios se llenó nuestro bando.
El sabio anciano del noble y antiguo clan Shimazu, Yoshishiro y sus temibles hombres de Kyushu se negaron a combatir y con gran motivo, pues un inútil mensajero tuvo el deshonor de cometer la mayor de las afrentas no solo ante un señor de la guerra, sino también ante un anciano guerrero: no arrodillarse, ni siquiera desmontó del caballo.
¿¡Que habría sido de nuestros enemigos si estos isleños hubiesen combatido!? Aun sin querer combatir lograron la mayor de las hazañas. Li Naomasa se lanzó contra ellos y el gran anciano tomó en escasos segundos una decisión que obligó en batirse en retirada a los diablos rojos y a un Naomasa herido por Toyohisa, joven samurái que participó en pocas batallas, sobrino del anciano, murió cuando el solo cabalgó contra los diablos rojos para conseguir la cabeza de su líder. ¡Divina juventud con su ciega ira y valentía! No importaba cuentas espadas y disparos lo alcanzasen, no se detuvo hasta que logró llegar a su adversario y herirlo de gravedad con su katana de un solo golpe, haciendo honor a lo que dicen en Satsuma: «No es necesaria una segunda estocada».
Cayó también nuestro gran Shima Sakon cuando él y sus hombres cubrieron a Mitsunari en la retirada. Incluso ha muerto el legendario maestro de lanza Ankokuji Ekei, al que le vi ensartar a cuatro enemigos en un solo movimiento.
Para más desgracia, nuestro héroe Ukita Hidei, que se batió con Tadakatsu, fue hecho prisionero, pues el propio guerrero de la cornamenta de ciervo, sabedor de su honor y viendo como había combatido, decidió perdonarle la vida.
Y ese repugnante traidor de Hideaki, que prefirió salvar la vida antes de honrar a su señor. Cobarde, ¿Acaso no sabe que todo samurái valeroso no piensa en la victoria o en la derrota? Simplemente combate denodadamente hasta la muerte, pues solo así alcanzamos nuestro destino.
Así perdimos y yo sigo caminando, buscando a un enemigo al que matar o que mate a mí, sin embargo, no dejo de pensar en mi esposa y en mis hijos, pues un samurái nunca debe alejarse de aquellos a los que se debe espiritualmente. Espero que Kumiko no me llore mucho, y que mis dos pequeños sigan mis pasos. Se conviertan en samuráis, que sirvan con fidelidad a aquel que decidan y que tengan una muerte tan honorable como la mía, aunque temo que con la llegada de Tokugawa al poder la era del samurái empiece a quebrarse.
Espero que mi nuevo gran amigo, Musashi, hombre extraño que combate con katanas de madera, siga vivo, pues me juró por sus ancestros que si yo moría él le daría la noticia a mi amada y cuidaría de mis hijos.
Veo algo... alguien, en la lejanía de esta tierra sangrienta, Kumiko... lleva cogidos de cada mano a Takeshi y a Kakashi. Sonríen.
Siento como me desvanezco, en mil pétalos de cerezo.
«El triunfo o el fracaso no son más que manifestaciones de la naturaleza. El bien y el mal, por el contrario, son valores humanos».
Un campo de muerte que ni los cuervos se atreven a sobrevolar, donde nada volverá a crecer ni a florecer, pues la sangre, nuestra sangre y la de los enemigos, ha impregnado su belleza.
Millares de hombres valientes yacen a mis pies. No tardaré en unirme a ellos, pues a mí también me ha sido reservado el mayor de los honores: morir en la eternidad. La sangre de Sekigahara nunca se olvidará mientras quede hombre de honor en pie.
Mi padre cabalgó con Nobunaga y yo serví con devoción a Hideyoshi, padre de Hideyori , actual Shogun y líder de los Toyotomi, por mucho que ese traidor y avaricioso de Tokugawa diga lo contrario. Me repugna el mero hecho de recordar su nombre.
¿Seguirá el gran Ishida Mitsunari con vida? No creo que por mucho tiempo, pues todos sabemos lo que el obeso de Mikawa hace a aquellos se le oponen. Vil traidor, escupo sobre tus ancestros. Juraste proteger y aconsejar al hijo de tu amigo y señor y cuando este hubo muerto no dudaste en olvidar tu juramento, ¿cómo puedes tener tantos seguidores cuando parece que le tienes miedo al combate?
Aun así, mi herido y ya caduco corazón late con la poca emoción que le queda. De las batallas en las que he combatido, de todas las que he leído, esta sin duda ha sido la más grandiosa. Todos los grandes samuráis de esta indomable tierra donde se cultiva el honor han sido partícipes.
Aunque de líder cobarde, los amigos y fieles a Tokugawa han mostrado lo que significa la palabra samurái porque, tal vez no estuviesen de acuerdo con sus principios, pero han seguido sin dudar la llamada del honor en estos tres días sangrientos.
He visto a los diablos rojos de Li Naomasa, jinetes que hacen honor a su nombre, abalanzarse contra nosotros, sorprendidos cuando la niebla que el primer día arropaba el terreno se disipó y ambos ejércitos nos vimos a escasos metros...Diecisiete mil de los nuestros cayeron ese día entre la furia de Naomasa y los arcabuces, armas creadas por los monstruos occidentales, carentes de honor.
Honda Tadakatsu, gigante samurái, ha vuelto a hacer honor a su leyenda, pues ha vuelto a retornar sin heridas de esta carnicería. Nuestros hombres sintieron pavor al contemplar los cuernos de ciervo sobre su yelmo y la lanza de libélula que siempre porta.
Nuestro ejército tenía más hombres como estos, grandes líderes y héroes. El sabio Mori Terumoto, consejero indispensable de nuestro leal líder: Ishida Mitsunari, portador del honor y del espíritu del samurái.
Y aun así perdimos, pues a pesar de la gloria de esta batalla, todo ha cambiado con los arcabuces del traidor de Mikawa y los cañones de nuestro Ishida. ¿Quién sabe qué habría pasado si hubiésemos combatido como nuestros ancestros y los dioses?
La suerte, ramera de primera calidad, nos fue adversa, de grandes infortunios se llenó nuestro bando.
El sabio anciano del noble y antiguo clan Shimazu, Yoshishiro y sus temibles hombres de Kyushu se negaron a combatir y con gran motivo, pues un inútil mensajero tuvo el deshonor de cometer la mayor de las afrentas no solo ante un señor de la guerra, sino también ante un anciano guerrero: no arrodillarse, ni siquiera desmontó del caballo.
¿¡Que habría sido de nuestros enemigos si estos isleños hubiesen combatido!? Aun sin querer combatir lograron la mayor de las hazañas. Li Naomasa se lanzó contra ellos y el gran anciano tomó en escasos segundos una decisión que obligó en batirse en retirada a los diablos rojos y a un Naomasa herido por Toyohisa, joven samurái que participó en pocas batallas, sobrino del anciano, murió cuando el solo cabalgó contra los diablos rojos para conseguir la cabeza de su líder. ¡Divina juventud con su ciega ira y valentía! No importaba cuentas espadas y disparos lo alcanzasen, no se detuvo hasta que logró llegar a su adversario y herirlo de gravedad con su katana de un solo golpe, haciendo honor a lo que dicen en Satsuma: «No es necesaria una segunda estocada».
Cayó también nuestro gran Shima Sakon cuando él y sus hombres cubrieron a Mitsunari en la retirada. Incluso ha muerto el legendario maestro de lanza Ankokuji Ekei, al que le vi ensartar a cuatro enemigos en un solo movimiento.
Para más desgracia, nuestro héroe Ukita Hidei, que se batió con Tadakatsu, fue hecho prisionero, pues el propio guerrero de la cornamenta de ciervo, sabedor de su honor y viendo como había combatido, decidió perdonarle la vida.
Y ese repugnante traidor de Hideaki, que prefirió salvar la vida antes de honrar a su señor. Cobarde, ¿Acaso no sabe que todo samurái valeroso no piensa en la victoria o en la derrota? Simplemente combate denodadamente hasta la muerte, pues solo así alcanzamos nuestro destino.
Así perdimos y yo sigo caminando, buscando a un enemigo al que matar o que mate a mí, sin embargo, no dejo de pensar en mi esposa y en mis hijos, pues un samurái nunca debe alejarse de aquellos a los que se debe espiritualmente. Espero que Kumiko no me llore mucho, y que mis dos pequeños sigan mis pasos. Se conviertan en samuráis, que sirvan con fidelidad a aquel que decidan y que tengan una muerte tan honorable como la mía, aunque temo que con la llegada de Tokugawa al poder la era del samurái empiece a quebrarse.
Espero que mi nuevo gran amigo, Musashi, hombre extraño que combate con katanas de madera, siga vivo, pues me juró por sus ancestros que si yo moría él le daría la noticia a mi amada y cuidaría de mis hijos.
Veo algo... alguien, en la lejanía de esta tierra sangrienta, Kumiko... lleva cogidos de cada mano a Takeshi y a Kakashi. Sonríen.
Siento como me desvanezco, en mil pétalos de cerezo.