CP XVI - Ley de fugas - Rubisco (1º Jurado)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CP XVI - Ley de fugas - Rubisco (1º Jurado)

Mensaje por lucia »

Ley de fugas

La nave estaba casi oscura. Los ventanucos, ubicados a unos seis metros de alto, debían tener los cristales mugrientos. O tal vez los ficus de afuera impedían que entrara la luz. Y aún no habían encendido los potentes focos del techo, por lo que Hipólito supuso que serían las siete o siete y media de la tarde.

Se enjugó el sudor de la frente. Era un octubre más caluroso que de costumbre y la estructura metálica de aquellas naves industriales que ahora conformaban la Prisión de Faifes empeoraba la situación. Y aún quedaban más de treinta minutos de sol. Más de treinta minutos de calor asfixiante.

A su alrededor solo veía seres antropomorfos de mirada perdida que vagaban de un lado a otro esquivando los colchones, que estaban botados por el suelo de forma azarosa. Todos los individuos, sin excepción, parecían transitar entre la muerte en vida y la vida muriente. Resultaba imposible tratar de adivinar sus edades, envejecidos como estaban por el hambre, la debilidad y las enfermedades, así como posiblemente nadie era capaz de adivinar que él tenía veintiocho años.

Aquellas presencias, sin embargo, le proporcionaban un amargo alivio: el de distraerle de los barrotes y las paredes que delimitaban el área por la que podía moverse. La celda estaba abarrotada por unas trescientas personas, todos hombres, mientras que en la contigua, de un tamaño algo inferior, había solo veinte.

Era la celda de los condenados a muerte.

De cuando en cuando, un condenado era sacado de dicha celda y ajusticiado allí mismo, delante de todos los presos, que eran obligados a mirar. A veces eran varios. Y si había familiares entre la población carcelaria, los guardias se aseguraban de que presenciaran el fusilamiento en primera fila.

—Por lo menos aquí no respiramos guano —decía un preso continuamente desde que lo habían internado.

Tenía razón. Aquella era una de las dos naves orientadas al almacenamiento de las manillas de plátanos recién cortadas y listas para ser llevadas al puerto o para su distribución en los mercados de abastos. La tercera, la aludida por el preso, era el almacén de abonos químicos que se transportaban a las fincas.

Pero ya no había plátanos y de guano solo quedaba el que se hubiera derramado en el suelo. Donde antes había estanterías llenas de fruta ahora había celdas improvisadas con barrotes y alambre de espino. Hipólito suponía que las otras dos naves de Faifes también estaban divididas de igual forma y que se cometían exactamente las mismas atrocidades día tras día.

Día tras día.

Un preso que llevaba desde la mañana tosiendo empezó a escupir sangre. Nada más advertirlo otro reo, un agente se acercó a la celda y ordenó que lo sacaran. Tres internados lo asieron por la camisa y lo acercaron a la puerta, donde dos enfermeras ataviadas con mascarillas lo subieron a una camilla y se lo llevaron a duras penas.

Aquello recordó a Hipólito su episodio de tuberculosis, para el que aún tomaba antibióticos, por lo que se fue al otro lado de la celda, pero no pudo evitar que aflorara el recuerdo.

Había sido hacía un mes. Un guardia había escuchado su tos y, más por evitar una epidemia que por piedad, lo había llevado a rastras al sanatorio de la prisión, formado por cuatro camas y un botiquín mal surtido. Hipólito había ocupado la última de las cuatro camas. Los otros tres pacientes tosían con tanta virulencia como él y las enfermeras les aplicaban el tratamiento inicial mientras los guardias les apuntaban con sus rifles.

Intuyó que había agotado su fortuna en aquel lugar cuando se enteró de que, con las cuatro camillas ocupadas, otros once tuberculosos no habían podido ser tratados y habían sido llevados directamente a la fosa común de Cueva Bermeja, en la costa, donde fueron arrojados al mar en sacos llenos de piedras. Según alardeaban los propios guardias, al menos la mitad de los enfermos aún tosían en el momento de lanzarlos por la borda.

Aún se estaba imaginando en su cabeza el ruido de los sacos cayendo al mar cuando sonó la sirena. Todos los encarcelados se detuvieron al unísono y miraron hacia la verja esperando que apareciera un guardia para dar instrucciones de cara a la noche. Un preso se acercó entonces a Hipólito:

—¿Hoy darán las instrucciones para la cena?
—Espero que sí.
—¿Por qué anoche no las dieron? ¿Habrá pasado algo?
—No creo. De cuando en cuando lo hacen.
—Para desmoralizarnos —agregó otro que estaba por detrás de ellos.

Unos minutos después apareció un sargento con un papel mecanografiado. Se detuvo en el centro del pasillo, sacó una pluma, anotó algunas correcciones y comenzó a leer:

—¡Atención! Esta noche se cenará a las siete y cincuenta y dos. Antes, un guardia abrirá las celdas. Nadie puede salir hasta que suene la sirena. En ese momento todos se dirigirán al patio con su plato formando una hilera.
»A la orden del silbato cantarán el Cara al sol.
»Al terminar de cantar se empezará a servir la cena. Cada uno regresará a la celda con el plato lleno y será allí donde coman. Quien pruebe la cena antes de llegar a la celda será sometido a un Consejo de Guerra.
»¡Viva España!
—¡Viva! —gritaron todos al unísono, pero sin entusiasmo.
—¡Arriba España!
—¡Arriba!

La amenaza del Consejo de Guerra no causaban ningún impacto a quienes las habían escuchado a diario durante al menos dos semanas. Tampoco a Hipólito, aunque durante los primeros días de internamiento temía que ese momento fuera igual de terrorífico que la primera vez que lo escuchó. A esas alturas, sin embargo, ya le sonaban como el parte meteorológico.

De todos modos, los presos procuraban obedecerlas.

Tomó su plato de hojalata, del que salieron espantadas una docena de moscas; lo sacudió con la mano para eliminar el moho y un par de lombrices y se preparó para salir. Tardaron más de lo normal en abrir la puerta y, una vez abierta, la sirena tardó una eternidad en sonar.

Cuando por fin se escuchó la alarma, todos los presos salieron en tromba, aunque la fila se organizó de forma ordenada y sin empujones. Fuera, en el patio, se sumaban las colas de las otras naves.

El silbato sonó cuando aún no habían salido todos y en ese momento los presos se detuvieron y comenzaron a cantar el himno falangista. Al mismo tiempo, varios guardias iniciaron una ronda de un extremo al otro de la fila.

—Aquí hay uno que no ha levantado el brazo —anunció un guardia antes de darle un culatazo en la espalda.
—¡A empezar de nuevo! —ordenó un sargento.

Los presos reiniciaron el canto con fastidio. Apenas habían terminado la primera estrofa hubo una nueva interrupción:

—Sargento, aquí hay uno que, en vez de cantar, está vomitando.
—¡A empezar de nuevo! —ordenó otra vez mientras el amonestado recibía una paliza.



Tras concluir el himno al cuarto intento, un guardia ordenó a los presos que se dirigieran hacia el caldero. A pesar de que el hambre estaba presente las veinticuatro horas del día, la cola avanzaba a un ritmo muy lento. Las piernas escuálidas y con los huesos marcados arrastraban los pies, mientras los ojos miraban de forma esquiva a los guardias.

De pronto la fila dejó de avanzar. Algunos presos se pusieron de puntillas para intentar ver qué ocurría allí adelante, pero nadie distinguía nada fuera de lo común.

—¿Y si se ha agotado la cena? —preguntó alguien en susurros.
—Entonces no cenaremos —respondió Hipólito con resignación—. No es la primera vez que pasa.
—¿Y por qué no nos amotinamos?

Este es nuevo, pensó Hipólito.

—Si quieres que te apliquen la ley de fugas... —contestó un tercero.
—¿Y eso qué es?
—Te dejan libre y cuando estás huyendo te consideran un fugitivo y te disparan por la espalda.

Hipólito agradeció que aquella respuesta mantuviera al insurrecto callado; lo último que deseaba era que le cayera una segunda acusación de rebelión. Incluso esbozó media sonrisa al ver al hombre haciendo el gesto de estar disparando con un rifle y al ver la cara descompuesta del insurrecto. De inmediato el corazón se le encogió cuando se descubrió a sí mismo reprochándose qué clase de desalmado podía encontrar un atisbo de humor en aquella escena.

Unos minutos después pudo ver como, cerca del caldero, los guardias arrastraban el cuerpo inerte de un preso fuera de la cola. A continuación la fila volvió a avanzar de forma aún más lenta.

Al llegar al caldero, de ochenta centímetros de ancho y un metro de alto, vio en su interior un líquido de color marrón, con una turbiedad heterogénea y pequeños tropezones de forma indeterminada flotando. El cocinero sirvió dos cucharones a medio llenar y resopló como orden para que volviera a la celda.

«Al menos esta vez no hay una suela de zapato en el caldo», pensó para sus adentros.

Aquel líquido era repugnante, pero era su cena, así que anduvo con cuidado para no derramar ni una gota. Llegó a la celda, se sentó en un colchón y, ante la ausencia de cuchara, sorbió el líquido poco a poco. Tenía un cierto aroma a gallina; también a tripas, quizás de cerdo; y a bubango y a batata, además de una capa aceitosa; todo ello con el sabor avinagrado que impregna la ranciedad.

Terminó de sorber las últimas gotas y se enjugó la boca con la camisa que llevaba desde hacía dos semanas y cuyo color se había oscurecido tanto que para poder ver su blanco original había que mirar dentro del bolsillo.

No pasó mucho tiempo antes de que entrara el último preso y cerraran la celda. Hipólito miró al techo de uralita, comprobó que aún no habían encendido los focos y dedujo que esa noche no habría luz artificial. Y sabía lo que eso significaba. La oscuridad era el momento preferido por los guardias para llevar a cabo las sacas colectivas. A veces vaciaban la celda completa; otras solo sacaban a unos cuantos, en ocasiones seleccionados, en ocasiones al azar.

Qué hacían con ellos era una incógnita. Quizás los ajusticiaban en los alrededores de la prisión. Quizás les aplicaban la ley de fugas, también conocida como «el paseo». Quizás se los llevaban a otra prisión de las que habían construido en la isla. O, en el colmo de la humillación, los obligaban a confeccionar los sacos de arpillera en los que serían arrojados al mar después de inutilizarles las extremidades a balazos.

Hipólito se hacía una idea de cuál era el destino de los sacados. Y también sabía qué iban a hacer con él nada más confirmaran sus simpatías republicanas y los numerosos panfletos izquierdistas que habían salido de las imprentas de su editorial.

Precisamente, la espera de saber que un día iba a ser sacado era lo que peor llevaba. Estaba dispuesto a seguir durmiendo entre chinches, cantando el Cara al sol, yendo a misa dos veces al día y sorbiendo las bazofias que le servían para desayunar y para cenar a cambio de que le confirmaran qué día le tocaba el ajusticiamiento, daba igual que fuera en un día o en un año. Solo el poder dejar de desasosegarse por la incertidumbre hubiera supuesto una mejoría en su estancia.

Otras veces, sin embargo, le aterraba más la idea de salir de allí con vida. Después de todo lo que había visto, había llegado a dudar sobre su propia capacidad para enfrentar la vida tras la prisión sin perder la cordura.

Incertidumbre, se dijo otra vez en silencio, y volvió a la reflexión que tantas veces le había rondado desde su primer encierro. Que la incertidumbre pudiera encoger el corazón más que la muerte de un ser querido solo podía ser resultado de la más profunda de las vilezas humanas. La humanidad, artífice de los más inimaginables prodigios, era además la autora de las peores técnicas de tortura, las que dejan cicatrices purulentas en la mente.



Sonó la sirena otra vez.

—¡Hora de dormir! —gritó una voz ronca.

El mismo grito se repitió dos veces más antes de que la prisión de Faifes quedara sepultada bajo el silencio.

Hipólito se había recostado en el colchón. A los pocos minutos sintió un leve hormigueo en las piernas. Ya se había acostumbrado a la presencia de las chinches en su cuerpo y se habían integrado tanto en su rutina para dormir que ni se molestó en matarlas.

Su somnolencia quedó brevemente interrumpida por las pisadas de unas botas militares. Debían estar haciendo la primera ronda de la noche en busca de presos que no estuvieran durmiendo. A esos también los sacaban.

Dejó de escuchar las botas y su cuerpo empezó a sumirse en el sueño ligero que inunda a quienes han de estar siempre alerta, pero entonces escuchó lo que nunca hubiera querido escuchar.

Su nombre.

Un guardia estaba recitando su nombre. Lo hacía con la facilidad de quien se lo ha aprendido para la ocasión y lo hacía dirigiéndose a su celda.

—¡Hi-pó-li-to Gar-cí-a! —volvió a sonar.

A Hipólito no le respondían las piernas. Intentó ponerse en pie, pero todo lo que consiguió fue caer al suelo y quedarse a gachas.

Escuchó su nombre una vez más. Un soplo frío, seguido de una ola de calor, le nació en el pecho y le recorrió el torso hacia abajo. Solo entonces sus rodillas dejaron de flaquear y consiguió erguirse.

Su cuerpo era un temblor, pero no se percató de ello porque estaba más concentrado en intuir en la oscuridad el camino para no tropezar con ninguno de los presos que dormían. Mientras andaba, pudo escuchar algunos susurros deseándole suerte.

Finalmente alcanzó la puerta y miró al guardia que lo había llamado, pero la oscuridad le impidió distinguir su rostro. El guardia abrió la verja, lo asió del brazo con menos rudeza de la que esperaba y lo empujó en dirección a una puerta trasera.

—Cuando te diga que corras, corre —dijo el guardia.
—¡Venga ya! —protestó en un susurro.
—No me jodas, que lo hago por ti, Polo.

Hipólito se detuvo en seco, a pesar de los intentos del guardia por mantenerlo en movimiento.

—¡Hostia! ¿Paco?
—Sí —contestó mientras volvía a tirar de su brazo.
—Joder, Paco, que somos amigos desde que éramos unos críos, ¿me vas a dar el paseo? ¿Pero por qué?
—Me cago en Dios, que te estoy salvando la vida. —Debió notar la cara de incredulidad de Hipólito—. Esta noche van a vaciar tu celda.
—¿Qué?

El guardia no volvió a hablar. Acompañó a Hipólito hasta la puerta, la abrió con cautela y lo acompañó unos minutos más afuera. Entonces lo empujó.

—¡Corre!

Hipólito aún seguía dudando, pero la incertidumbre y el instinto de supervivencia lo forzaron a correr con todas sus fuerzas. En las plantas de sus pies desnudos se clavaban piedras minúsculas y pequeñas ramitas, pero él seguía corriendo.

—¡Fuga! —oyó gritar.

Aquella voz le estremeció el estómago en un dolor insoportable. Había tenido la traición ante sus ojos y le había pasado desapercibida. Mientras corría se preguntaba qué había hecho en el pasado para que su amigo de la infancia quisiera cobrarse la venganza de aquella manera tan atroz. Por su cabeza desfilaron miles de recuerdos, todos ellos con Paco, en los que no encontraba ningún mal gesto, ninguna mala palabra, ningún motivo.

Y de nuevo se sintió culpable. A las puertas de la muerte no estaba pensando en sus padres, ni en su mujer, ni en el bebé que esperaban. Solo pensaba en Paco; pensaba, por tanto, en sí mismo y en la traición que acababa de sufrir. Se llamó egoísta y cobarde, pero no detuvo la huida. Continuó corriendo por inercia mientras su fe se iba vaciando con cada zancada.

Desconocía la sensación de que una bala ingresara en la carne, pero pronto lo iba a experimentar. Deseó que el primer disparo fuera certero, en la nuca; que percutiera en todo su cerebro y lo dejara inconsciente de inmediato para no sentir más dolor antes de que su sistema nervioso colapsara del todo.

Escuchó la primera detonación, pero no sintió ningún impacto. Le siguieron otras, posiblemente por disparos de diferentes rifles, pero ninguno de ellos le acertó. Sin dejar de correr, viró la cabeza y le pareció distinguir que los guardias disparaban en otra dirección. También creyó ver a Paco mirarlo por última vez antes de reiniciar los disparos hacia donde no había nadie.

Entonces se dio cuenta de que su amigo de la infancia le había salvado la vida, posiblemente arriesgando la suya propia si descubrían el engaño. Sin dejar de correr pensó en sus compañeros de celda, que no llegarían a ver el amanecer. Y pensó una vez más en Paco y en cómo había simulado un paseo para librarle del fusilamiento.

Solo entonces sintió miles de pinchazos en los pies. No solo era el dolor de las heridas en sus pies descalzos; era sobre todo el dolor de la vida que ya se había preparado para escapar y que de pronto se estaba aferrando de nuevo a la carne. Aquel dolor, más intenso que el de las piedras y las ramas, subió por las piernas y se adueñó de todo su cuerpo. Entonces se detuvo, cayó derrumbado junto a un árbol y se aovilló en un profundo sollozo.
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Gavalia
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por Gavalia »

Relato creo que situado en el después de la guerra civil. La narración es buena, a mi parecer con algunos errores, pero fluida.
Encuentro ciertas cacofonias redundantes.
"parecían transitar entre la muerte en vida y la vida muriente." La presente floritura no tiene desperdicio, eso sí, cada uno escribe como le da la gana, pero a mi personalmente no me gusta.
Algún plurar erroneo.
"La amenaza del Consejo de Guerra no -causaban- (causaba) ningún impacto"
De nuevo redundancia en el uso del verbo -ver-
"Incluso esbozó media sonrisa al "ver" al hombre haciendo el gesto de estar disparando con un rifle y al "ver" la cara descompuesta del insurrecto"
Tildes mal situadas en algún "cual y en algún "que" sin ser exclamativas o interrogativas.
Finalmente algún dequeismo
"Desconocía la sensación de que una bala ingresara en la carne"
Creo que suena mejor "Desconocía la sensación de una bala incrustándose en la carne"
Pues eso es todo. El relato me ha gustado por el contexto histórico y la atmósfera carcelaria que transmite la angustia del reo. Quizá no tanto el regodeo en la maldad y eso de matar por matar. Un saludo y suerte.
En paz descanses, amigo.
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Raúl Conesa
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por Raúl Conesa »

Parece que es ley de vida que en todas las ediciones haya al menos un relato sobre la Guerra Civil o la dictadura franquista. En este caso tenemos una cárcel de ésas de te matamos y ni nos molestamos en dejar registro de ello. Nada a destacar en ese sentido, así eran las cosas y creo que el relato lo representa de una forma acertada. Me parece acertado mostrar que los guardias no eran necesariamente autómatas sin capacidad de elección, ya que al menos uno de ellos se la juega para salvar a un viejo conocido.

El relato lo veo correcto, aunque un poco descuidado en la técnica. Más allá de algunos errores señalados por Gavalia, me he fijado también en ciertas oraciones que se alargan bastante, y a las que les habría venido bien una o dos comas adicionales.

Le doy un aprobado holgado. Al autor/a le recomiendo fijarse más en la estructura de las oraciones, y que no se olvide de las comas, que hacen mucho para organizar las oraciones largas.
Era él un pretencioso autorcillo,
palurdo, payasil y muy pillo,
que aunque poco dijera en el foro,
famoso era su piquito de oro.
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pmarsan
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por pmarsan »

Es un relato muy atmosférico, autor/a, con una temática original en lo que respecta al preso que no sabe cuándo lo van a ejecutar. Está muy bien escrito, con una puntuación cuidada en términos generales, y toda la narración transmite esa tensión de no saber por dónde va a salir la cosa. Tal vez el final exige un poco al lector en el sentido de que hay que dar por bueno que el hombre tiene razones para sentirse a salvo, porque a uno le queda la impresión de que todavía le pueden pegar un tiro en cualquier momento. Si hubiera sido yo, creo que habría corrido un ratito más antes de echarme a llorar. ;)

En cualquier caso, la verdad es que me ha gustado. Muchas gracias por compartirlo. Va a ser muy difícil escoger los que entran en los puntos en esta edición, porque de verdad que el nivel está muy alto, pero ojalá que pueda darte algunos. :)
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Megan
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por Megan »

Autor/a, me gustó tu relato.
El ambiente carcelario siempre es complicado, por una de las partes o por la otra. O bien hay motines de los presos, que crean confusión y muerte, o bien hay presos que no hacen más que esperar cuando serán asesinados por los guardias. Es olor a muerte en el sentido que se le busque. No te estoy criticando, solo dando mi opinión sobre este aspecto de la vida que no podemos dejar de lado por lo terrible que es estar en una celda esperando la muerte. Claro que hay que ver qué hizo la persona que espera, al parecer en este caso son presos políticos de izquierda, que odiaban a Franco. Está bien narrado, quizá como dicen los compañeros, alguna frase no está muy bien ordenada o haya problemas en las puntuaciones, pero no te preocupes, no soy quien para darte palo en eso. Como te dije me gustó tu relato y sobre todo que haya aparecido al final alguien que tenía buenos sentimientos de verdad y ayudara a tu protagonista a no seguir en el corredor de la muerte. Los sollozos me llegaron mucho. Muy buen trabajo, supiste tratarlo con mucha inteligencia, te felicito.

Mucha suerte y gracias por compartirlo, :D .
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JotaArkham
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por JotaArkham »

Interesante relato de un tema peliagudo, que a día de hoy aún sigue levantando muchas ampollas. Y es que, aunque pasen las generaciones, los crímenes cometidos tanto por republicanos como sublevados siguen teniendo consecuencias en España. Por ese motivo, cuando empecé a leer lo hice con cierta suspicacia, pero pronto ésta se diluyó gracias a una narración amena, no exenta de humor dentro del tono de patetismo y penuria a la que fue sometida aquella gente. Los personajes están muy bien dibujados y definidos, enseguida te identificas tanto con Hipólito como con Paco, y rezas para que la osadía del carcelero salga bien. El relato construido tiene su introducción, nudo y desenlace (con requiebro final), a pesar de estar contenido en un único espacio, por lo que, por esa parte, chapó.

El problema que le veo es el mismo que te han comentado Raúl y Gavalia, el texto está poco cuidado. Creo que le vendrían bien un par de revisiones. Esto empaña un poco el relato, excelente en todo lo demás.

Enhorabuena y suerte.

PD: Me ha gustado la expresión "colchones botados por el suelo". No me preguntes por qué, hacía mucho tiempo que no la escuchaba o leía :wink:
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Dama Luna
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por Dama Luna »

Pues me ha gustado este también; yo no lo veo tan descuidado, salvo por esos saltos de línea un poco peculiares. Habrá frases largas que podrían haberse acortado, pero eso no es un error salvo si se construyen mal, y no veo que sea el caso. En lo personal, a mí me encanta leer subordinadas y frases que no terminan en la cuarta o quinta palabra. Además el tono empleado se mantiene con coherencia del principio a fin, ni queda artificial ni queda cojo, y hace que el texto fluya a un ritmo muy bien marcado.

El prota... ay, me habría gustado un poco más de profundidad en sus carnes.

El final está muy bien traído; se acelera un tantín la tensión con la duda sobre la traición, lo matarán o no, será un traidor o será un amigo... Que el guardián franquista haya ayudado al rojo a huir deja, además, un bonito mensaje sobre la amistad, y una metáfora sobre la que reflexionar después de haberlo leído.

Vamos, que muy bien todo, mucha suerte!
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Jarg
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por Jarg »

Un relato carcelario de la posguerra.

Autor/a, me ha gustado la historia, creo que has logrado plasmar con mucho acierto el ambiente y la desesperación de las cárceles del momento. La verdad es que no sé cómo eran las cárceles por aquel entonces (tampoco sé bien cómo son ahora), pero tu relato ha logrado sumergirme en ese contexto. Nos hace ver la incertidumbre, o la muerte en vida, en la que está sumido el protagonista. La escena final tiene intensidad, con esos primeros momentos en los que cree que su amigo lo ha traicionado. Lo de hacer que el guardia franquista lo salve es un buen toque, muestra que en algunas personas pesan más los valores que las ideologías, y además aleja de tu relato el maniqueísmo en el que tantos otros caen.

Sobre la forma, la verdad es que coincido con @Dama Luna, habrá alguna cosilla que corregir, pero no lo veo "descuidado". Ningún relato llega perfecto al concurso, lo importante es que se mantenga un nivel de corrección suficiente como para no dificultar la lectura, y en mi opinión este lo cumple de sobra.

Gracias por compartirlo y buena suerte :60:
Yo amo a la humanidad. Es la gente lo que no soporto.
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raumat
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por raumat »

Emotivo relato que nos hace mirar al pasado, la guerra civil española, la vida y la muerte en las cárceles.
Creo que el autor está muy bien documentado y la historia que narra me parece muy creíble. Ese ambiente carcelario lleno de sordidez, podredumbre, enfermedades, torturas, asesinatos... Horroroso.
Y está bien recordar estos temas de vez en cuando, aunque haya pasado ya casi un siglo. Como no sé quién dijo: "Un pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla".
Un tema trascendente, una historia particular interesante, bien escrita también.

Gracias al autor por compartirlo y suerte en el concurso.
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Iliria
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por Iliria »

Me ha gustado este relato, en el que no me he ubicado hasta lo del "Cara al Sol". Tenía claro que era carcelario (disfruto bastante con el género, tanto en literatura como en el cine), pero al principio he llegado a pensar hasta en una cárcel imaginaria... :cunao:

Al grano: transmites muy bien las sensaciones y los detalles (como el del blanco del bolsillo de la camisa) y la incertidumbre y la angustia que acompañan en todo momento al protagonista están muy logradas. Así que puedo decir que es uno de mis favoritos por ahora :D
Estoy de acuerdo con los fallitos que han señalado los compis, pero son fácilmente subsanables.
(Aovilló... este autor/a es de los veteranos por aquí :roll: )

Gracias por participar, y suerte :60:
Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas - Cicerón :101:
-¿Y con wi-fi?
-Mejor.
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rubisco
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por rubisco »

Diantres. Este relato es agobiante y angustioso a partes iguales.

Me ha gustado mucho como has ambientado el lugar, las personas, las relaciones... también me ha parecido terrorífico el comportamiento de los guardias y, la verdad, no sé si hubiera sabido hacerlo con la concisión que consigues con los diálogos cuando cantan el Cara al sol.

También me ha gustado cómo has plasmado la personalidad del protagonista: derrotista, temeroso de no saber cuándo morirá y lleno de culpas por las cosas que la situación le obliga a hacer.

Y lo de la cena... ¡Puaj! Por favor, cuando reveles tu autoría, dime que te lo inventaste. Por favor.

Reconozco que el final sí que me ha dejado un sabor agridulce. Me explico: estaba todo tan encaminado a que el protagonista muriera que al final su salvación me deja como si la historia no hubiera acabado; sin embargo, valoro muy mucho el poso amargo que deja en el prota para consigo y para con su amigo.

Y la frase "No solo era el dolor de las heridas en sus pies descalzos; era sobre todo el dolor de la vida que ya se había preparado para escapar y que de pronto se estaba aferrando de nuevo a la carne" me encantó, literalmente. Ojalá tuviera esa capacidad para crear imágenes como esa y plasmarlas en papel.

¡Mucha suerte!
69
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Isma
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por Isma »

Me ha gustado. Te doy mi aprobación :cunao:. Cuando un relato consigue que olvides que estás leyendo un relato es buena señal.

Me pregunto si el protagonista, editor, no será el mismo que la wikipedia identifica como autor del periódico Léeme, léete que circulaba entre los presos. Imagino que no (no parece que en ese momento tuvieran mucho margen de maniobra).

Me pregunto si el autor será canario. La cárcel estaba en Tenerife y al comienzo del relato se habla de botar algo: un canarismo.

¡Suerte!
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Gavalia
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por Gavalia »

Pues creo que llevas razón en lo del autor, y mira que me fastidia haberlo votado :cunao:
En paz descanses, amigo.
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Sinkim
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por Sinkim »

Un buen relato carcelario y bélico, es una pena que sean dos de los géneros que menos me gustan :lol: :lol: Aún así hay que reconcoer su calidad literaria y la maestría del autor para transmitir los sentimientos del protagonista y del ambiente tan claustrofóbico del campo de prisioneros :D
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

:101:
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Mister_Sogad
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Re: CP XVI - Ley de fugas

Mensaje por Mister_Sogad »

Qué complicado es narrar todo lo que pasa en el interior y en el "exterior" de una persona que ha perdido toda esperanza.

Reconozco que no soy muy amigo de este tipo de temáticas (en plan penurias...) lo que, lamentablemente, hace que a veces haga lecturas más ligeras, o con menos atención, de relatos de este estilo. Pero, en este caso, autor/a, lo que me ha pasado es que he logrado leer el texto de forma menos inmersiva (es algo muy de mi empatía que me sumerja en lo que vive otra persona, en lo bueno y en lo malo), tal vez porque no has narrado con intensidad lo que iba sucediendo, así, se me ha hecho mucho más fácil y, como digo, he logrado leer con mayor atención. Esto, de hecho, ha tenido como consecuencia el que piense que en realidad has hecho un gran esfuerzo por narrar algo tan duro y complicado de modo más..."amigable" para con el lector, lo cuál aplaudo.

Has hecho, además, un buen trabajo de escenificación visual y mental: de un lado recreando los escenarios de modo que sean fácilmente visualizables para el que lee (en mi opinión); y, de otro lado, has invertido con acierto texto para tratar de plasmar el estado mental o psicológico de tu protagonista (incluso también de los que lo rodean). Esto último, la psicología, creo que es el punto fuerte del relato, que si bien presenta una historia simple, sí que logra darle un toque creíble y coherente a lo que va sucediendo. Así pues, creo que has hecho un buen trabajo.

Suerte en el concurso! :60:
Imagen Pon un tigre en tu vida
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