La primera impresión que tuvo Nikolay al llegar a la mansión a las afueras de Polovo fue que aquello era un auténtico castillo. El sol brillaba a través de las almenas decorativas del techo, dibujando una silueta aserrada por encima de la segunda planta. Los ventanales eran altos y brillantes, y sobre la entrada se proyectaba un balcón que sujetaban dos columnas. A mano izquierda había un garaje donde Nikolay dejó su coche, y a la derecha brillaba cual espejo un lago de aguas cristalinas, dorado por el reflejo del bosque en los primeros días de otoño. Nikolay jamás habría imaginado que el mismo río que pasaba junto a Polovo, un pueblo de indigentes y drogadictos, podía pasar primero por semejante lugar. Esa finca bien podría estar en un planeta distinto.
La primera semana transcurrió en absoluta calma: allí sólo estaban cuatro guardias y el servicio. El señor Barinov poseía varias mansiones por todo el país, y por norma general no pasaba más de dos o tres meses en cada una, y sólo cuando las cosas estaban tranquilas con los chechenos, una situación que no se daba desde hacía más de año y medio. Nikolay estaba allí para dirigir a los guardias, con los que compartía rango de bratok, simples soldados a las órdenes de un avtoritet.
No fue hasta la semana siguiente que Nikolay recibió una llamada de Ilia Alexeyev, avtoritet y mano derecha del señor Barinov, que le hizo volver a Moscú. Para sorpresa de Nikolay, Alexeyev no lo convocó en su principal base de operaciones, sino en un piso franco al norte de la ciudad. Al llegar no le recibió nadie. Un hombre le pidió desde dentro una contraseña, y sólo entonces le dejaron entrar, previa comprobación de que nadie le seguía.
Dentro flotaba un denso humo que, al contacto con la luz que pasaba por las persianas medio cerradas, formaba franjas blanquecinas sobre la mesa del salón y el traje gris de Ilia Alexeyev. El avtoritet miraba a través de una persiana, haciéndose hueco con la mano. Nikolay se acercó al otro lado de la mesa y descansó una mano sobre la otra, dejando a la vista su tatuaje de iniciación.
—Ah, Nikolay Garin —dijo Alexeyev, y se apartó de la ventana. Su rostro seguía tan agrio y arrugado como siempre—. ¿Te ha seguido alguien?
—Negativo, avtoritet. He tenido los ojos bien abiertos.
Alexeyev asintió y miró al bratok de la entrada. Hizo entonces un gesto con la cabeza, y éste abandonó el salón.
—Voy a ser muy claro, Garin: estamos en guerra total con los chechenos. Por ahora hemos logrado mantenerlos lejos de aquí, pero a Lukyan le preocupa que su hija pueda quedar atrapada en el fuego cruzado si llegan a Moscú.
Nikolay miró instintivamente a la puerta que había a su derecha.
—¿Está aquí?
Alexeyev asintió.
—Lukyan la deja bajo tu protección hasta que se calmen las cosas. La llevarás contigo a la finca de Polovo.
Debían haberlo planeado desde el principio. ¿Por qué si no enviarlo a pasar allí una semana de brazos cruzados? Querían que él se hiciera al lugar antes de llevar a su protegida.
—Hay algo que no entiendo. ¿Por qué sólo cuatro guardias? Si tan importante es la chica.
—Lo es, no te quepa duda, pero no tenemos tantos hombres como Barayev. Necesitamos a todos los bratoks aquí y en el sur. Por eso es mejor ser sutiles con este asunto. Hemos hecho todo lo posible para que los chechenos no le sigan el rastro hasta Polovo. Tú sólo ya deberías bastar, pero no vamos a tentar tanto a la suerte.
—Entendido. Una última cosa… ¿Algo que deba saber, sobre la chica?
—No menciones a su madre. No le preguntes por el accidente… Y no te la quedes mirando. Es muy sensible con su condición.
—…¿Condición?
Alexeyev entró en la habitación. Nikolay le siguió y se detuvo al ver a la chica sentada en una cama a mano derecha. No sabía qué se había imaginado, pero que la hija de un jefe de la mafia necesitara silla de ruedas no dejaba de llamarle la atención. El trasto se encontraba a su lado. A Nikolay le sorprendía que no fuera una de esas sillas motorizadas, que podían llegar a costar más que su coche. Pero entonces cayó en que su Hyundai i30 no estaba adaptado para ir en silla de ruedas, y entendió que Alexeyev ya lo tenía todo pensado: era una silla lo suficientemente pequeña como para llevarla plegada en su maletero.
La chica miró a Nikolay y frunció el ceño. Había estado llorando: sus ojos azules brillaban como diamantes y dejaban entrever una notable rojez. Avergonzada, la chica bajó la mirada, y su flequillo tapó sus ojos como una cortina de seda negra. Por su rostro debía tener poco menos de veinte años, aunque era muy pequeña y delgada, por lo que Nikolay no sabía qué pensar. Lo único que tenía claro era que la chica era una bomba de nervios.
—Vamos, Valeria —dijo Alexeyev—: es hora de irse.
Al avtoritet hizo un amago de levantar a la chica, pero ésta se revolvió violentamente y lo apartó a manotazos.
—¡Estate quieto, puedo yo sola!
Alexeyev se apartó a regañadientes. Haciendo gala de una agilidad sorprendente, la chica se aupó con los brazos de la silla y se levantó a sí misma a pulso, dejándose caer después en posición. Agarró entonces los aros y echó a rodar hacia la puerta. Nikolay se apartó para evitar que le aplastara el pie. Antes de salir, Nikolay miró a Alexeyev, y ambos se encogieron de hombros en reconocimiento del marrón que le habían encargado al bratok.
Para cuando hubieron vuelto al salón, la chica ya estaba en la entrada del piso, intentando sin éxito quitar los candados, a los que no llegaba al estar demasiado altos, y provocando un alboroto.
—¡Valeria! —le recriminó Alexeyev.
La chica se detuvo y esperó quieta sin dejar de mirar a la puerta. Alexeyev tomó a Nikolay del hombro y lo apartó hacia el fondo del salón. Habló en voz baja, rodeándole el hombro con su mano cubierta de tatuajes carcelarios.
—Garin, Lukyan es como un hermano pequeño para mí. He visto crecer a su hija desde que nació, así que te voy a decir una cosa: si por cualquier motivo le sucediera algo en Polovo, más te valdría desaparecer. ¿Me explico?
A Nikolay no le quedó más opción que asentir. Sólo cabía esperar que hubieran sido tan cuidadosos como decía Alexeyev, o si no pronto se vería en una situación que con toda probabilidad acabaría mal para él, ya fuera a manos de los chechenos o de su propia gente.
Parando una sola vez para repostar, el trayecto hasta Polovo les llevó siete horas. Siete horas de silencio y miradas cruzadas en el retrovisor. Al llegar ya era de noche, y Nikolay llevaba más de catorce horas casi sin comer ni descansar. Apenas se molestó en explicar la situación antes de subir a su habitación, donde cayó fulminado.
A la mañana siguiente, mientras Nikolay desayunaba unas gachas de avena, la cocinera volvió de la segunda planta con una bandeja de plata vacía. Al inquirir al respecto, la cocinera le explicó que Valeria Barinov se negaba a salir de su dormitorio. Nikolay terminó su desayuno y se dispuso a meterse en sus propios asuntos. Que la princesa hiciera lo que ella quisiera: él tenía un trabajo que hacer.
Nikolay esbozó esa mañana un sistema de turnos rotatorios de seis horas. Su nuevo plan consiguió que en todo momento hubiera un guardia en la entrada y al menos uno más patrullando el interior de la mansión. Mientras tanto, los otros dos podían descansar, comer y tener un rato libre para sí mismos. Durante la semana siguiente la vida en la finca transcurrió sin sobresaltos: todo se movía como una máquina bien engrasada, a pesar del trapicheo de turnos que surgió entre los bratoks.
A la segunda semana Nikolay empezó a apiadarse de la chica. Constantemente la veía en la ventana de su habitación con la mirada perdida, como un pajarito con un ala rota en su jaula. Una mañana Nikolay llamó a su puerta. A falta de respuesta, abrió y entró sin más. La chica estaba en su silla de ruedas, mirando otra vez por la ventana. Se dio la vuelta con el ceño fruncido.
—¿Qué haces? Largo de aquí, quiero estar sola.
—Si sigues encerrada aquí, un día de éstos te vas a tirar de cabeza por la ventana, y a mí me van a sacar las tripas como a un siluro. Así que ponte algo caliente: vamos a dar un paseo.
La chica se le quedó mirando, estupefacta. Tardó varios segundos en responder.
—Déjame en paz. Te he dicho que quiero estar s…
—No era una sugerencia —la interrumpió Nikolay—. Tienes un minuto.
Y sin más, cerró la puerta. Mientras la chica se vestía acorde al frío de fuera, Nikolay llamó al ama de llaves. Al rato salió la princesa rodando con unos guantes de cuero, una chaqueta de relleno de plumas y una bufanda azul de diseño. Entre Nikolay y el ama de llaves se las apañaron para bajarla por las escaleras, y finalmente salieron por la puerta principal.
La chica, tozuda como ella sola, no dijo una mísera palabra mientras Nikolay le iba indicando por dónde ir, dando primero una vuelta a la mansión, y rodando después con más cuidado hacia la orilla del lago, que quedaba al final de una pendiente suave. Los tonos dorados del bosque habían dado paso ya a los naranjas y algún que otro rojo, y en cuestión de días las hojas marrones inundarían toda la finca. De momento el otoño seguía ofreciendo una gama de colores agradables, a pesar de las nubes.
Al llegar al lago la chica le dio al freno de su silla y se quedó mirando al agua. Nikolay, que la había estado siguiendo de cerca, continuó hasta quedar a su lado. Así estuvieron unos minutos, contemplando el bosque duplicado en esa superficie que apenas alteraba la corriente.
—¿No te alegras de haber salido?
La chica seguía sin decir nada. Al rato Nikolay empezó a buscar un nuevo rumbo para su paseo forzado. Cuando se disponía a indicarle a la chica la dirección, ésta habló de pronto.
—…Iba a ser bailarina.
Nikolay miró de reojo a la chica, que mantenía la mirada fija en el lago. Al menos ahora hablaba.
—¿Estabas en… en alguna compañía?
—Me habían aceptado en el Bolshoi, con los mejores. Habría entrado hace tres semanas.
—Hhh… Alexeyev mencionó algo de un accidente. ¿Quieres hablar de ello?
—No hay mucho que contar. Mi caballo me tiró al suelo y mi padre le metió una bala en la cabeza. Y ya está.
—Hhh-hh.
La chica miró a Nikolay.
—¿“Hhh-hh”? ¿Es lo único que se te ocurre decir?
—…Has tenido mala suerte.
Los ojos de la chica volvieron a las aguas del lago.
—Dios, ¿dónde os recluta mi padre, en un fumadero de crack? Vais súper serios con vuestros trajes elegantes, pero en el fondo no sois más que una panda de garrulos.
Nikolay resopló y apretó los dientes. La puñetera princesita estaba en las nubes.
—Vamos a dar una vuelta en coche.
—¿Adónde? Estamos en medio de ninguna parte.
—Ya lo verás.
Con la chica en el asiento del copiloto y su silla en el maletero, Nikolay condujo hasta la mitad sur de Polovo, y recorrió lentamente sus calles vacías y grises. Valeria miraba a su alrededor sin mucho interés.
—Tú sí que sabes divertirte…
Nikolay paró junto a un solar cubierto de arbustos y jeringas usadas.
—¿Por qué paras aquí?
Nikolay le mostró a Valeria el tatuaje de su dedo anular: un círculo con un punto en medio.
—¿Sabes qué significa esto?
—Que eres huérfano, ¿no?
—Eso, pero también representa el dicho “confía sólo en ti mismo”. —Señaló la esquina del solar que tenían delante—. Mi madre me tiró a un contenedor que solía estar justo ahí. Me lo contó la directora de mi orfanato.
—¿Por qué me cuentas esto?
—Mira, por ahí hay críos que los únicos adultos que conocen son trabajadores sociales o yonquis, o las dos cosas. No ven más opción que hundirse en la mierda porque les han convencido de que no sirven para nada. Tú eres una chica joven y guapa con tiempo de sobra para estudiar una carrera, y tu padre puede conseguirte cualquier cosa. Tienes opciones. Otras en tu lugar acabarían en una esquina como ésa, ofreciendo mamadas a cambio de un Big Mac. A lo que voy es que no vas a conseguir nada lloriqueando todo el día, pensando en lo que podría haber sido. Yo me alisté el día que cumplí dieciocho. De ahí a Siria. Y de Siria a la organización de tu padre. Podría haberme quedado en este pueblucho chutándome todo el día, y ahora estaría por ahí muerto, tirado en medio de la calle. ¿Me explico?
Valeria se quedó callada. Al rato una sintecho cruzó la carretera empujando un carrito de supermercado lleno de trastos. La chica reaccionó al fin.
—¿Se supone que tengo que apechugar, y ya está? ¿Tengo que superar que a mi madre la reventaran a tiros cuando yo estaba en el hospital? ¿Tengo que aceptar que apenas conozco a mi padre porque está todo el tiempo ocupado, y que me tiene siempre encerrada porque piensa que me van a matar a mí también?
—No tiene que ser ya mismo, pero sí, eso es lo que toca.
La chica se quedó callada de nuevo.
—Una pregunta —dijo Nikolay—: ¿que estarás haciendo dentro de diez años?
—¡Y yo qué sé!
Nikolay metió la primera y le dio la vuelta al coche.
—Bueno, pues ve pensando en ello. Hay que empezar por algún sitio.
La vuelta a la mansión transcurrió en el clásico silencio al que Valeria le había acostumbrado. Al llegar la chica exigió volver a su habitación, pero al caer la noche, cuando Nikolay se preparaba para cenar solo en el salón principal, llegó desde la segunda planta la voz del ama de llaves, que necesitaba ayuda para bajar a Valeria. Nikolay la ayudó y, con dos platos en la mesa, sentados el uno frente al otro, ambos compartieron una velada en la que apenas compartieron unas pocas frases vacías. Cuando llegó la cocinera con dos cortes de bizcocho de manzana, Valeria cogió su cuchara y se dispuso a cortar un pedazo. Se quedó entonces con el cubierto de plata en alto, tan quieta que parecía una estatua, y con los ojos fijos en el bizcocho.
—¿Pasa algo?
Valeria terminó de cortar el pedazo y se acercó la cuchara.
—…De pequeña me gustaba cocinar con mi madre. Quería ser repostera y pasarme el día haciendo pasteles.
—¿Y por qué no hiciste eso?
—A mi madre se le metió en la cabeza que tenía cuerpo de bailarina. Así que nada de dulces, claro.
Valeria se echó a la boca el pedazo de bizcocho y masticó lentamente. Sonrió entonces, aun llorando al mismo tiempo, pues el bocado era a la par dulce y amargo. Al terminar el bizcocho se secó las lágrimas, y siguieron hablando un rato más, ya sin hostilidad. La mansión se iba volviendo más silenciosa a medida que todos menos dos guardias acababan su trabajo y se iban a dormir.
—Antes has dicho que estabas en el ejército. ¿Por eso te llaman “Soldadito”? Se lo he oído a los otros a través de la ventana.
—Me encasquetaron el apodo nada más entrar. No lo elegí yo, aunque tampoco me molesta.
—¿Pero por qué Soldadito? Lo dicen con sarcasmo, como si fuera un insulto.
Nikolay tardó unos segundos en responder.
—…No volví entero de la guerra.
Valeria se le quedó mirando, y ladeó la cabeza. Dejando marchar un suspiro, Nikolay se levantó y alzó su pierna izquierda. Subió entonces la pernera, dejando a la vista un armazón de metal brillante con la forma de una pierna real, como algo sacado de una película futurista. Nikolay volvió a sentarse ante la perpleja mirada de Valeria.
—Bala de ametralladora de 12,7 mm. Ni siquiera me di cuenta al caer al suelo. Creía que había tropezado con algo, pero entonces miré abajo y vi que no estaba… Al salir del hospital me dieron una muleta y una palmadita en la espalda. No tenía derecho a pensión.
—¿Y eso por qué?
—Oficialmente nunca he estado en el ejército. Nada más llegar a Siria me ofrecieron entrar en un pelotón de operaciones clandestinas. Veinticinco hombres, incluyendo un oficial y cuatro suboficiales. Entrar implicaba que te borraban de las bases de datos. Nada de rangos, ni uniformes ni banderas. Así si te identificaba alguien, o si intentabas tirar de la manta, el ejército podía negar cualquier conexión. Estaba bien pagado, lo suficiente para jubilarte después de un año de trabajo. Pero en mi primera operación se fue todo a la mierda y perdí la pierna. Al volver me quedé en la calle.
—Pues esa prótesis tiene pinta de ser muy cara.
—De las más caras. Me la dio tu padre a cambio de trabajar para él.
—…Y ahora estás en deuda. Es muy propio de mi padre.
—Es mejor que ser un sin…
Su teléfono móvil le interrumpió. Nikolay se disculpó y caminó hasta la puerta de cristal del patio trasero. Fuera todo estaba ya a oscuras.
—Garin —dijo Ilia Alexeyev. Sonaba más seco de lo habitual—. Espero que no sea mal momento.
—Negativo, avtoritet.
—Bien. Lo que voy a decirte tiene que quedar entre tú y yo. Necesito que me des tu palabra.
Nikolay se tomó un segundo para pensar. Más secretismo. ¿Qué iba a ser esta vez?
—Le doy mi palabra.
—Tienes que matar a Valeria Barinov.
Nikolay miró como accionado por un resorte el reflejo de Valeria en la puerta de cristal. La chica le estaba mirando. Salió entonces del salón y cerró tras de sí.
—¿Puede repetir?
—Mata a Valeria. No confío en los demás para hacerlo de una forma rápida y limpia.
Sólo confiaba en él para eso, pero ¿y para otras cosas? Había demasiado silencio, incluso para esas horas de la noche. Nikolay observó al otro lado del salón: la puerta principal estaba entreabierta. Un bratok escuchaba al otro lado. Estaban en el ajo. Puede que incluso ya hubieran matado al servicio.
—Es la única forma de acabar con la guerra de Lukyan —continuó Alexeyev—. Cuando mató al hijo de Barayev se llevó por delante cualquier posibilidad de paz. Tengo que tomar el mando, Garin. Es la única forma.
—¿Está hecho?… ¿Ha muerto el señor Barinov?
—…Sí. Termina allí y trae el cuerpo. Lo necesitaré para convencer a Barayev.
¿Cuánto tiempo llevaba planeando eso Alexeyev? ¿La había separado de su padre para poder matarlos con facilidad? Los tres bratoks a cargo de Nikolay entraron por la puerta principal y caminaron hasta Valeria. Ella no terminaba de comprender la gravedad de la situación.
—Así se hará, avtoritet.
Nikolay entró y caminó hasta rodear a la chica. Entre los cuatro bratoks formaron un círculo.
—¿Has hablado con Ilia Alexeyev? —preguntó uno de ellos, que acariciaba nervioso la empuñadura de una pistola silenciada, oculta tras su pierna.
—Sí, está todo hablado. Yo me ocupo.
Nikolay desenfundó su pistola y apuntó a la cabeza de Valeria. Ella se apartó del susto.
—¿Q-qué pasa? ¿Qué haces?
—Tranquila, seré rápido.
Cuatro disparos se sucedieron en una cacofonía ensordecedora. Nikolay cayó de rodillas junto a Valeria, que chillaba y se cubría la cabeza con los brazos. Presionándose el vientre, Nikolay volvió a levantarse y se recostó sobre la mesa. Le pitaban los oídos. Dejó la pistola humeante y abrió su camisa. Valeria contempló la herida de entrada sin entender aún lo sucedido. A su alrededor los tres bratoks rezumaban charcos de sangre.
—Joder… —se lamentó Nikolay, pasando las yemas de sus dedos por el agujero de salida, a unos centímetros a la derecha de su columna vertebral—. Tendría que haber sido más rápido.
—¡Te han dado! —dijo ella, inclinándose hacia Nikolay—. ¡¿Qué está pasando?!
—Alexeyev ha dado un golpe. Ha m… ha matado a tu padre, y me ha ordenado matarte. Quiere entregarte a Khasan Barayev como ofrenda de paz.
Valeria se quedó paralizada, mirando al vacío. Nikolay la tomó del hombro.
—¡Valeria! —Se puso de pie, dejando salir un gruñido de dolor—. No hay tiempo que perder. Alexeyev habrá enviado más hombres. Tenemos que irnos, ¡ya!
Apenas subió Nikolay para coger la chaqueta de Valeria y su cartera. Cuando iban a salir, ella paró de golpe.
—¡Espera! —Nikolay se detuvo y miró atrás—. Mi padre guarda maletines llenos de dinero y documentos en sus propiedades. Aquí hay uno en la cocina.
—¿Qué clase de documentos?
—Falsificaciones, de identidad, pasaportes, de todo, con fotos mías y suyas.
—Vale, nos lo llevamos.
El maletín resultó estar oculto detrás de un falso fondo de la despensa, casi a simple vista. Tras comprobar el contenido, los dos salieron hacia el garaje. Nikolay arrastraba cada vez más la pierna derecha, que perdía fuerza y sensibilidad a un ritmo alarmante. Iba dejando un reguero por el camino. Tenía que ser una arteria.
Al llegar al coche Nikolay le indicó a Valeria que se sentara en la parte de atrás, junto con el maletín. Le costó arrancar y conducir: apenas podía presionar el acelerador. Para salir de la finca primero tenían que pasar por un camino a través del bosque. Nikolay mantuvo las luces apagadas. Ya cerca de la carretera, un coche negro entró en el camino en dirección contraria. Nikolay le dijo a Valeria que se escondiera en el suelo, y encendió las luces.
Ambos coches pararon al cruzarse. El otro conductor era un bratok al que conocía Nikolay, un bocazas llamado Volkov. De copiloto llevaba a un desconocido. Nikolay acercó su pistola a la puerta. Ambos bajaron la ventanilla.
—¿Os envía Alexeyev?
—Eso es —dijo Volkov con una sonrisita—. ¿Habéis terminado el trabajo? ¿Dónde están los demás?
—Se han quedado limpiando. Yo me encargo de llevar el cuerpo a Moscú. Oye, llevo todo el día sin tabaco y tengo siete horas de carretera por delante. ¿Puedes darme un par de pitillos?
Volkov le dijo al otro que abriera la guantera. Sacó entonces una cajetilla medio llena.
—Creía que no fumabas —dijo Volkov, dándose la vuelta.
—Pues no.
Esta vez no les dejó reaccionar. El interior del coche de Volkov quedó pintado de rojo. Los oídos de Nikolay pitaban una vez más, aún peor que antes por culpa del espacio reducido. Salió y abrió la puerta de Volkov. Apagó las luces y, apartando la pierna del fiambre, le dio un pisotón al acelerador mientras giraba el volante. El coche salió del camino y se quedó medio oculto entre unos arbustos. Volvió entonces a su coche y se puso en marcha.
—¿Puedo salir ya?
Nikolay dijo que sí, y la chica escaló de vuelta a su asiento. Las calles de Polovo estaban en silencio. Nikolay bajó la velocidad, ya que le costaba ver la carretera. Su visión se oscurecía más y más cada segundo.
—¿Por qué me estás ayudando? Te han herido por mí. ¿Por qué te arriesgas?
—Gracias a tu padre tengo trabajo y puedo andar. Se lo debo. A Alexeyev le pueden dar por culo.
Siguieron un par de minutos a escasa velocidad.
—¿Adónde vamos? Necesitas un médico.
—Ya me ocuparé de eso. Lo primero es subirte a un autobús. Tienes que desaparecer.
—¿Y tú?
—Te he dicho que ya me ocuparé de eso. Hay médicos que trabajan para la organización.
—…¿Y te ayudarán?
—Basta de preguntas.
Llegaron finalmente a la estación. Sólo había un autobús aparcado. La calle estaba desierta. Apenas funcionaban unas pocas farolas, así que todo estaba prácticamente a oscuras. Nikolay aparcó a la vuelta de la esquina y sacó la silla de ruedas. Le dijo después a Valeria que preguntara a dónde iba ese autobús y cuándo salía. Nikolay volvió a su asiento y dejó la puerta abierta. Ya no sentía la pierna. Casi no veía los colores.
La chica volvió al poco rato y rodó hasta él, que presionaba su herida con la poca fuerza que le quedaba.
—El autobús sale en nueve minutos. Va a Novgorod, con una escala en Demiansk.
—Vale, perfecto. Llévate el maletín. —Sacó su cartera mientras Valeria cogía el maletín de la parte de atrás. La chica hizo un amago de abrirlo—. No, quieta. Nunca lo abras a la vista de otras personas. Coge este dinero y cómprate un pasaje. Baja del autobús durante la escala. Compra ropa nueva y súbete a un taxi que te lleve bien lejos. No dejes de moverte durante un par de días. Así no podrán seguirte el rastro. ¿Me has entendido?
Valeria asintió. Nikolay le dio los billetes con una mano temblorosa y manchada de sangre.
—Venga, vete.
—…Ven conmigo —dijo ella con un brillo en los ojos.
Nikolay negó lentamente. No tenía sentido ocultar lo obvio.
—Yo no voy a ninguna parte… Márchate, vamos. Vas a perder el autobús.
Valeria dudaba sobre qué hacer. Las lágrimas caían por sus mejillas. Finalmente dio un impulso hacia atrás con la silla, y entonces se detuvo como si fuera a decir algo; pero no dijo nada, sólo giró su silla de ruedas y echó a rodar. Al llegar a la esquina paró y le miró una vez más.
—…Gracias.
Él no fue capaz de responder. Lacio sobre el asiento, observó a Valeria doblar la esquina en el espejo retrovisor. Aún logró mantenerse despierto unos minutos más, hasta que oyó el encendido del motor. Quería estar seguro. Sacando energía de donde no quedaba nada, Nikolay salió del coche y se encaramó a la pared de la estación, apoyándose en ella hasta caer de rodillas en la esquina. Se asomó intentando no caer de cara al suelo. Valeria estaba sentada en la parte de atrás del autobús. No dejó de mirar a Nikolay mientras se alejaba y desaparecía en la distancia cada vez más oscura e incolora de su visión.
Nikolay se dejó caer, sentado en un charco de su propia sangre, y sonrió. Había vuelto al lugar del que nunca llegó a salir del todo. Un cuerpo más en las calles de Polovo.