HC - Muerte en el Trans Time Express - David P. (1ºJur)(1ºPop)

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lucia
Cruela de vil
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HC - Muerte en el Trans Time Express - David P. (1ºJur)(1ºPop)

Mensaje por lucia »

Muerte en el Trans Time Express

Los cumulonimbos se asoman a la estación de tren y siembran su petricor: delicadas amenazas que susurran a la nariz y sugieren ponerse a cubierto.
Caen las primeras gotas y golpean el tejadillo del andén advirtiendo a los viajeros. Estos, como un ballet bien coreografiado, retroceden con un agradable movimiento de compás que recuerda una ola retirándose de la playa. La cadencia del repiqueteo aumenta hasta que no se puede distinguir el sonido de las gotas como partículas individuales. El agua satura el tejadillo y resbala abundante por la pendiente hasta el canalón. Su desnivel la dirige hacia el extremo derecho del edificio, donde espera una tubería de desagüe que se aferra a la fachada como un político se aferra a sus mentiras. El agua se precipita y a mitad de camino es desviada hacia una suerte de artilugio hecho con tuberías finas y agujeros que, de manera ingeniosa, reproducen notas musicales a su paso. Estableciendo la raya como unidad de tiempo individual correspondiente a una corchea, la melodía suena así: sol _ sol+ _ _ _ _ mi re do la _ _ _ _ _ sol _ do _ _ _ _ do re mi sol+ _ _ _ _ _ sol _ do… El artilugio está deteriorado y el agua escapa por un orificio que no fue pensado para tal efecto, pero si uno hace el esfuerzo puede terminar la melodía en su cabeza.
El agua alcanza el suelo lejos del punto de canalización y emprende un camino prohibido, desafiando al Hombre y su ánimo de controlarlo todo. Avanza implacable arrastrando hojas secas, insectos muertos, insectos vivos, colillas y un plástico de los que rodean cuellos, de botellas o de animales. Pero hay objetos que no puede arrastrar: Goma. Piel curtida un poco más arriba. Es un zapato. Más arriba, mucho más, una mano se introduce en un bolsillo y sale con un billete de tren. No es un billete cualquiera. Es de color negro, un negro tan profundo que uno puede asomarse a él y perder la noción de la realidad. Unos coruscantes ribetes dorados enmarcan el texto, igual de dorado, igual de coruscante, como galaxias refulgiendo en la nada del cosmos. El hombre que lo sujeta lo mira fijamente, abstraído. Viste traje de tres piezas, corbata y bombín, todo de color beis, camisa blanca y porta un maletín. El tren entra en el andén. Las puertas se abren y los viajeros abandonan la protección del tejadillo a la carrera para amontonarse en las puertas. Se mojan. El hombre del billete especial no se mueve. Continúa mirándolo. Los viajeros han subido y las puertas están despejadas. El hombre levanta la mirada, vuelve a mirar el billete, hace un gesto de reafirmación con la cabeza y camina con determinación. Se detiene en una de las puertas, deposita el maletín en el suelo, arranca una parte del billete y la acerca al tren. Este la fagocita con un breve fulgor, una línea de luz recorre el perímetro de la entrada y, cuando lo completa, el interior del tren cambia, como si se hubiese abierto un portal dimensional. El hombre sube y suspira, mira a ambos lados y decide caminar hacia la izquierda. La decoración es de estilo clásico en terciopelo negro con adornos dorados. Recorre varios vagones hasta que encuentra tres asientos vacíos en un grupo de cuatro. Hay un hombre sentado al lado de la ventanilla. Viste traje de tres piezas, corbata y sombrero bristol, todo de color blanco, y camisa color salmón.
—Perdone, ¿están ocupados? —pregunta el hombre del bombín.
—No —dice el hombre de blanco levantando la mirada. Está leyendo un libro: Realidades.
—¿Le importa? —dice señalando el asiento que está en diagonal con el suyo.
—¡Claro que no! Adelante, siéntese —dice con un gesto de cortesía.
—Me llamo Oscar —dice el hombre de beis alargando la mano—. ¿A cuándo va usted?
—Blas —contesta el hombre de blanco estrechándole la mano—. Me bajo el miércoles.
—Ayer. —El hombre de la ventanilla asiente—. ¿Cuando subirá?
—El próximo miércoles. ¿Me está interrogando?
—Le va a salir por un pico. Le han dicho que solo se puede observar, ¿verdad?
—Conozco las reglas, gracias. Lo que voy a hacer lo vale —dice Blas.
—Siete años es un precio elevado. ¿Un hijo?
—No tengo hijos —dice después de una pausa—. No estoy casado —añade. Su tono de voz denota ciertos matices de melancolía, imperceptibles para el oído común, pero que Oscar reconoce, como el pingüino emperador reconoce la llamada de su pollo en la distancia en una colonia de miles de individuos.
—Seguro que merece la pena —dice después de concederle un minuto de reflexión. Blas asiente agradecido por la intención—. No le interrogo —continúa Oscar—, es que soy investigador privado. Lo hago sin darme cuenta —Blas lo mira con el ceño fruncido—. Preguntar —explica.
—O sea, que es usted detective.
—Prefiero investigador.
—Como quiera —dice volviendo a su lectura.
—Se rumorea que en el tren viaja una persona desde hace varios años —dice Oscar.
—Eso no es posible. No se puede viajar más allá de lo que puedes pagar.
—Explíquese.
—No es complicado, hombre. Si le quedan a usted treinta años de vida, solo podrá viajar treinta días atrás.
—¡Ah! No conocía el detalle. Es razonable. ¿Y cómo saben ellos cuánto tiempo nos queda de vida? —dice haciendo un gesto con la mano para referirse a unos «ellos» indeterminados.
—Supongo que es un talento igual de misterioso que viajar hacia atrás en el tiempo y, después de veinticuatro horas, despertar tantos años después cómo días hemos retrocedido.
—Supongo que sí —dice Oscar encogiéndose de hombros.
Una ola de nerviosismo sacude el tren y llama la atención de ambos. Los pasajeros señalan en una dirección y acuden a ella con recelo.
—Algo pasa —dice Oscar poniéndose en pie y tratando de distinguir algo entre la turba mientras esquiva empujones—. Vayamos a mirar.
—No estoy seguro de querer hacer tal cosa —contesta Blas dubitativo.
—Parece grave —insiste Oscar—. ¡Venga, vayamos! —exclama antes de dar un paso hacia delante y desaparecer en la corriente embravecida en dirección a las respuestas. Blas titubea unos instantes, pero al final decide seguirlo.
Varios vagones más allá una muchedumbre se arremolina en torno a un camarote. Un individuo aporrea la puerta y exige entrar a voz en grito. No obtiene respuesta alguna. Trata de forzarla utilizando su propio hombro como ariete, pero solo consigue lastimarse.
—Déjeme intentarlo —interviene Oscar sacando un estuche de piel enrollado sobre sí mismo. Al desenrollarlo, su contenido arranca murmullos de asombro de la multitud—. ¡Soy investigador privado! ¡Tengo licencia para esto! —explica elevando el tono de voz para asegurarse de que todos lo oyen. Escoge un par de ganzúas y trabaja con la cerradura.
—No conseguirá nada con eso —dice una voz al fondo. Un hombre se abre paso entre el barullo. Viste un uniforme del color de la «nada», como si hubiese un hueco en el espacio donde él está. Una raya de luz dorada rutila en el lateral de cada pierna de arriba abajo. La misma luz dibuja dos columnas de siete botones en el pecho de la chaqueta y perfila los bolsillos, dibuja líneas alrededor de los puños de las mangas y galones en lo hombros. Lleva una gorra tipo quepis cuya forma se adivina bajo los trazos y remates de la luz dorada—. Cuando una puerta se cierra con llave en este tren, solo hay dos formas de abrirla: una de ellas precisa la llave con la que se cerró, la otra precisa al revisor.
—Deme un hacha y le mostraré una tercera —dice Oscar concentrado en la cerradura.
—Créame, no la abriría —dice el revisor.
—Que sean explosivos —dice Oscar hurgando con determinación.
—Tampoco la abriría.
—¿Seguro que con explosivos no?
—¿Los tiene usted?
—No.
—¿Y por qué estamos teniendo esta discusión?
—Por lo que se tienen todas las discusiones: por ver quién tiene razón —dice Oscar incorporándose después de darse por vencido—. ¿Quién es usted?
—¿Mi uniforme de revisor no le da una pista?
—No sea impertinente, le pregunto por su nombre. Yo soy Oscar, investigador privado.
—Pues yo soy el revisor, llámeme así —sentencia este.
—De acuerdo —dice Oscar encogiéndose de hombros—. ¿Puede abrirla? —añade haciendo un gesto con la mano.
—Puedo, pero, ¿por qué debería? Si hay alguien dentro, también debo proteger sus intereses. Quizá no quiera ser molestado. Las cerraduras están para eso, ¿sabe?
—También es mi camarote —dice el hombre que trataba de tirar la puerta abajo con el hombro—. Lleva horas hay dentro y no contesta.
—Estará dormido —dice el revisor.
—Un sueño muy profundo, ¿no le parece? —dice Oscar.
—Podría haberse caído y haberse golpeado la cabeza. Podría estar desangrándose —dice Blas a la espalda de Oscar. Éste se gira y hace un gesto con la cabeza.
—Bien pensado, Blas —le susurra. Vuelve a girarse y se dirige al revisor—. ¿Los intereses de ese hombre incluyen que le salve usted la vida?
—¡Maldita sea! —dice el revisor después de titubear un instante—. ¡Apártese!
Saca una llave dorada del bolsillo derecho del pantalón. Está unida a este con una cadena. La introduce en la cerradura, ésta se ilumina brevemente, la gira tres veces a la izquierda, una vez a la derecha, cuatro veces a la izquierda y la puerta se abre. Hay un hombre sentado. Viste traje oscuro de dos piezas, camisa clara y bufanda colgando del cuello. No se mueve. Un murmullo recorre el pasillo. El revisor le toca en el hombro para llamar su atención, pero no responde. Se agacha para mirarle a los ojos y le da unos cachetes esperando una reacción. Nada.
—Me temo que este hombre está muerto —dice.
—¿Puedo? —pregunta Blas señalando al difunto. El revisor lo mira con desconfianza.
—Es Blas, mi ayudante —dice Oscar. Blas lo fulmina con la mirada, pero la aclaración basta para que el revisor le ceda el sitio.
—Adelante —dice con un movimiento de cortesía—. Todo suyo.
—Gracias —dice Blas. Se acerca al cadáver y lo examina en profundidad durante varios minutos. Luego examina el camarote—. Este hombre tiene peste —afirma.
—Dado su estado, no pretenderá que se lave —dice el revisor.
—¡Está enfermo! —aclara.
—Sin faltar, que solo hacía una observación.
—¡Usted no, él! —dice Blas señalando al fallecido.
—¿Él? Hasta donde yo sé, la muerte no es una enfermedad, sino la consecuencia de una, y no en todos los casos —manifiesta el revisor.
—¡Basta! Lo hace a propósito —dice Blas con firmeza—. Este hombre estaba enfermo. Miren los dedos de sus manos. Están ligeramente más oscuros: inicio de gangrena.
—¿Usted cree? —pregunta Oscar.
—Sí, lo creemos… jefe —le susurra Blas a gritos, si es que tal cosa es posible—. Y en la nariz pasa lo mismo —continúa. Abre un pañuelo manchado de sangre para mostrarlo—. Estaba en su bolsillo: tenía hemorragias en la boca —dice abriéndole los labios para exponer las encías. Hay restos de sangre seca—. Quizá también en la nariz. Esa papelera contiene vómito. Reciente, diría yo —dice señalando a un rincón del camarote. El revisor comprueba la papelera y lo confirma con un gesto de la cabeza—. Tiene los ganglios linfáticos inflamados —dice señalando el cuello—. La bufanda está abierta y los botones de la camisa desabrochados, probablemente tenía calor.
—¿Eso es un síntoma? —pregunta el revisor.
—Fiebre —explica Oscar.
—¡Ah! Claro.
—Este hombre tenía peste. Septicémica, para ser precisos —sentencia Blas.
—Pues ya tenemos la causa de la muerte —dice el revisor.
—En absoluto —dice Blas rotundo—. La enfermedad aún no está en ese estadio.
—¡Explíquese! —dice Oscar contrariado. Blas lo mira con condescendencia—. Para que estos señores lo entiendan —añade. Blas sonríe.
—La enfermedad no ha podido matarlo aún… —reflexiona—. Creo que lo han asesinado.
—¿Asesinado? —exclama Oscar—. Quiero decir… Por supuesto, asesinado.
Creo —recalca Blas.
—¿Está usted seguro de que lo han asesinado? —dice el revisor.
—He dicho creo —insiste—. Ustedes me han oído decir creo, ¿verdad? —dice dirigiéndose a la muchedumbre del pasillo. Nadie le presta atención, la palabra asesinado es muy poderosa cuando cabalga a lomos del runrún. Es hipnótica y seductora, como la mentira en los labios de un orador talentoso—. De acuerdo, me rindo —suspira resignado.
—¡Es imposible! —dice el revisor. Blas lo mira y espera la pregunta—. ¿Cómo ha podido alguien asesinar a este hombre si el camarote estaba cerrado por dentro?
—Sí, eso —dice el otro inquilino desde el pasillo—. Y cuando ha entrado estaba muy vivo.
—Hay dos tipos de asesinos, caballeros —explica Blas con un halo de misterio—. Los buenos… Y los que no necesitan estar, ni en el lugar, ni en el momento del crimen.
—¿Y este a cuál de los dos pertenece? —dice alguien desde la multitud. El murmullo que sucede a la pregunta en cuestión sugiere una duda colectiva.
—Creo que este tren debería llamarse Trans Idiotas Express —le susurra Blas a Oscar.
—¿Por qué? —pregunta el revisor, que ha oído el comentario.
—Me alegra que esté de acuerdo conmigo —dice Blas. El revisor frunce el ceño confundido— ¿Cuál es el protocolo para estos casos?
—¡Oh! Sí. Cuando lleguemos a ayer, este hombre aparecerá en la cama de su casa dentro de tantos años como días haya retrocedido —explica el revisor.
—Muerto, supongo —pregunta Oscar.
—Obviamente.
—¿Se interrumpe su viaje? —pregunta Oscar de nuevo.
—Está muerto, ¿que sentido tiene llevarlo a su destino?
—¿No se investiga su muerte? —pregunta Blas.
—No nos corresponde —dice el revisor con cierta indiferencia.
—¿A quién le corresponde?
—¿A la policía?
—Pero el crimen ha sucedido aquí y ahora. Todos los indicios, todas la pruebas están aquí y están ahora —dice Blas indignado—. Determinarán muerte por peste y no investigarán nada.
—Esto puede pasar —dice el revisor—. A cualquiera —añade señalando a la multitud en el pasillo—. Todos ustedes conocen los riesgos cuando deciden subir a este tren.
—Tiene razón —dice Oscar dirigiéndose a su ayudante.
—De acuerdo —dice Blas rendido a las circunstancias—. ¿Podemos investigar nosotros?
—Por supuesto, investiguen —dice el revisor saliendo del camarote—. Tienen hasta ayer.
—Por favor, quédese —dice Blas—. Vamos a registrar sus pertenencias, es mejor que esté usted presente para dar testimonio. ¿Tienen algún tipo de registro de los viajeros en el tren?
—Lo tenemos —dice sacando un artilugio del bolsillo interior de su chaqueta. A continuación busca el billete del difunto en la chaqueta de este, lo introduce en una ranura del artilugio y una pequeña pantalla se llena de datos—. Se llamaba Viktor Lindberg. Viajaba al jueves de la semana pasada. Subió el lunes que viene. Once días retrocedidos —dice—. Pero hay más —continúa—. Parece que no es su primer viaje. Hace trece años retrocedió un día.
—Viktor Lindberg. ¿De qué me suena a mí ese nombre? —dice Oscar rebuscando en un maletín propiedad del finado.
—Sí, a mí también me suena —dice Blas entregado a la misma tarea, pero en sus ropas.
—¡Eso es! —exclama Oscar con un documento en la mano—. ¡Mire esto!
—BetterLife ¿La farmacéutica? —pregunta Blas observando el logotipo del documento.
—Este hombre es su fundador.
—¿No hubo hace años un caso con ese nombre: BetterLife?
—¿Lo recuerda?
—No todos los detalles, pero sí, vagamente —dice Blas.
—Fue hace doce años. Por aquel entonces yo trabajaba como periodista para una agencia de noticias. El caso fue muy mediático y tuvo repercusión internacional. August Olsson acusó a Viktor Lindberg de robarle la fórmula de la cura para el lupus.
—¿Se la robó? —pregunta Blas.
—No se pudo demostrar. Ambos colaboraban con la Lupus Research Alliance, así que, aunque por separado, los dos trabajaban en esa cura. Pudo encontrarla por sí mismo.
—Tiene usted buena memoria —dice Blas—. ¿Recuerda algo más?
—Recuerdo que Lindberg estuvo desaparecido durante un año antes de fundar BetterLife y comercializar el LupusLife.
—Interesante —reflexiona Blas—. Ganaría una fortuna.
—No. Lindberg comercializaba su fármaco con beneficios suficientes para cubrir gastos de producción y nóminas, y para financiar sus investigaciones, pero no obtenía grandes dividendos. Además aumentaba el margen de rentabilidad en los países de primer mundo para poder bajarlo en los países con menos posibilidades y comercializarlo incluso a pérdidas.
—¡Vaya! Parecía un gran tipo —dice Blas girándose hacia el cadáver—. ¿Algo más?
—Había algo raro —continúa Oscar—. Algo que no terminaba de encajar. La multinacional BioPharma se metió por medio poniendo a disposición de Olsson todos sus recursos. A saber: un interminable ejército de abogados. He visto guerras con ejércitos más reducidos.
—¿Por qué no denunciaron ellos mismos?
—Eso es lo que no cuadraba —dice Oscar escudriñando sus recuerdos—. Iré a buscar mi maletín, puede que en las notas de aquel caso haya más detalles.
—¿Tiene las notas de aquel caso? ¿Después de tantos años?
—Guardo todas mis libretas usadas, nunca sabes cuándo van a ser útiles.
—¿Nunca?
—Quizá. De todas formas nos ayudarán con las fechas.
Oscar sale del camarote y se abre paso por la mermada multitud del pasillo. Muchos han vuelto a sus asientos o a sus camarotes. El revisor espera en la puerta haciendo gala de una paciencia infinita. Cuando Oscar regresa con su maletín, Blas está leyendo una carta.
—¿Es importante? —pregunta.
—Ya lo creo —dice Blas—. Es una carta de Olsson. Se la leeré:

Mi querido amigo Viktor:
Te preguntarás por qué te escribo esta carta. Ha llovido mucho desde que nos vimos por última vez y he de reconocer que te he guardado rencor desde entonces. Todavía me pregunto cómo lo hiciste. Sé que viste la fórmula escrita en mi pizarra, pero es imposible que la memorizases antes de que yo la borrara. Y la discusión posterior… Pero se acabó. Te perdono. Y lo hago porque creo que, después de tantos años, se ha hecho justicia. Te voy a dar una noticia que te gustará y luego te decepcionará: he encontrado la cura para la ELA. Puedo ver el brillo en tus ojos desde aquí, llevas muchos años persiguiendo ese objetivo. Ahora viene la decepción: la he vendido. Ya está hecho, esta vez no podrás hacer nada para arruinar mi acuerdo con BioPharma. Sus abogados acaban de salir de mi despacho. Se lo han llevado todo. Supongo que la probarán, para comprobar que no van a pagar una fortuna por unos garabatos al azar, y cuando vean que es real la guardarán en un cajón y tirarán la llave. En cuanto borre la fórmula de mi pizarra será como si nunca hubiera existido. Ahora tendré el dinero que tú me arrebataste y la vida que siempre he merecido.
P.D.: Por favor, acepta esta bufanda de lana de vicuña en recuerdo de la amistad que una vez nos unió.
Hasta siempre.


—¿Es todo? —pregunta Oscar.
—Sí. Y creo que tengo una teoría —afirma Blas—. Pero antes quiero comprobar algunas fechas en esas notas suyas. Al final sí que van a ser de utilidad. Las tiene, ¿verdad?
—Por supuesto. ¿Qué quiere saber? —dice Oscar alzando una libreta con ostentación.
—¿En que fecha tuvieron esa discusión de la que habla en la carta? ¿Tiene ese dato?
—Deme un minuto —dice escrutando páginas—. El doce de noviembre.
—¿En que fecha hizo Lindberg su primer viaje? —le pregunta Blas al revisor.
—¡Oh! Veamos —dice consultando su artilugio—. Viajó del trece al doce de noviembre.
—¡Coinciden! —dice Oscar.
—Sí. Una cosa más —dice Blas dirigiéndose al revisor de nuevo—. ¿Puede mirar si August Olsson ha viajado alguna vez en este tren? —Oscar lo mira confundido.
—Tiene usted buena intuición —dice el revisor interrogando los datos que arroja su aparato—. Sí que ha viajado. Una vez. Hace una año y tres meses. Retrocedió un día.
—Gracias —dice Blas—. Pues creo que estoy en condiciones de exponer mi teoría.
—Adelante, ilústrenos —dice el revisor.
—Le escuchamos —dice Oscar. La multitud del pasillo se arremolina en torno a la puerta.
—De acuerdo —empieza a decir—. Creo que los hechos sucedieron así: Lindberg y Olsson son amigos y colegas, e investigan, en paralelo, en una cura para el lupus. Olsson la descubre y llega a un acuerdo con BioPharma para vendérsela a cambio de una importante suma de dinero. BioPharma no tiene ninguna intención de desarrollarla, porque el tratamiento de la enfermedad les reporta unos beneficios que, a falta de datos concretos, diré que son superiores. Lindberg se entera de este hecho, quizá porque se lo dijo su amigo, y el doce de noviembre acude a su laboratorio, supongo que para convencerle de que rectifique. Ve la fórmula de la cura escrita en la pizarra, pero Olsson la borra antes de que pueda memorizarla. Discuten y Lindberg se marcha. Al día siguiente adquiere un billete para el Trans Time Express y retrocede un día, va al laboratorio de Olsson con lápiz y papel y anota la fórmula de la pizarra. Paga el precio del viaje y al año funda BetterLife y comercializa el LupusLife. BioPharma le pide explicaciones a Olsson y este denuncia a Lindberg. BioPharma no puede denunciar a Lindberg porque ellos no tienen la fórmula. Ni siquiera conocen su existencia. La denuncia ya sabemos que no llega a ninguna parte y BioPharma rompe el acuerdo con Olsson. Pasan los años y Olsson, por razones que no conocemos, pero que son irrelevantes, hace un viaje en el Trans Time Express. Retrocede un día, así que paga con un año. A los tres meses de pagarlo le manda a Lindberg una carta en la que afirma haber descubierto una cura para la ELA. Quizá con el método Lindberg, ¿quién sabe? Para Lindberg, sorprendentemente, la historia se repite: sabe dónde está la fórmula de la cura para la ELA y, gracias al matasello, también sabe cuándo, así que no duda en pagar los once años que le va a costar el viaje y adquiere un billete para este tren… otra vez. Pero la carta era una añagaza. Olsson nunca ha descubierto la cura para la ELA, sino la forma en que Lindberg le robó la fórmula del Lupus, y durante tres meses planea meticulosamente su venganza, que consiste en un señuelo, convenientemente disfrazado de epístola, que envía a Lindberg junto a un regalo que sabe que, en un alarde de arrogancia, él llevará puesto. —Blas señala la bufanda en el cuello de Lindberg—. Una bufanda que ha llenado de pulgas infectadas con la peste. La peste es mortal si no se trata y Lindberg no tenía forma de hacer tal cosa aquí, por lo tanto, la enfermedad le hubiera matado antes de once años, que era el precio de su viaje… Se quedó sin tiempo para pagarlo.
—¡Brillante! —dice Oscar después de una pausa dramática.
—Gracias —dice Blas.
—Pero no podemos demostrarlo.
—Lo sé.
—A veces ganan los malos —dice Oscar saliendo del camarote con indiferencia.
—¿A veces? —dice Blas acompañándole.
—¿Han terminado? —pregunta el revisor.
—Puede proceder —dice Oscar. Blas lo confirma con un ligero movimiento de la cabeza.
—De acuerdo —dice el revisor cerrando la puerta del camarote—. Usted —dice señalando al otro inquilino—, venga conmigo, le acomodaré en otra parte.
—Ha mencionado usted dos tipos de asesinos —dice Oscar caminando en dirección a los asientos. Blas asiente detrás de él—. ¿Qué hay de los malos asesinos?
—Los malos asesinos, por definición, no existen. Piénselo.
—Bueno…, los malos asesinos son los que no consiguen su objetivo.
—Y, por lo tanto, no pueden ser considerados asesinos.
—¡Claro! Bien visto —dice Oscar sin detenerse—. Parecía más corto cuando hemos ido hacia el otro lado. —El tren parece interminable—. No me ha dicho usted a qué se dedica.
—Creía que era su ayudante.
—Podría serlo.
—¿Yo el suyo? —dice Blas.
—Hemos llegado, entre —dice Oscar cediéndole el paso a Blas—. Podríamos ser socios.
—Socios… —musita. Toma asiento, coge el libro y retoma la lectura sin decir nada más.
—¿Entonces cree usted que lo de la cura para la ELA era solo una ardid? ¿Que no la encontró? —pregunta Oscar.
—¿Olsson? No. Pero quizás otros sí. Puede que, incluso, se haya descubierto varías veces.
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Jarg
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express

Mensaje por Jarg »

Un relato con mucha acción y detalle, lo que tiene mérito en espacio tan limitado. Lo del tren que viaja a través del tiempo se intuía por el título, pero todos los particulares sobre el billete negro y dorado, la forma en que el tren se manifiesta, los interiores, el color del uniforme del revisor, las reglas para viajar atrás en el tiempo. Está todo muy pormenorizado y pintado casi como si fuera una película. Enhorabuena por eso, autor/a. Por otra parte, quizás algunos detalles se podrían haber ahorrado, como el color y piezas de traje de cada pasajero (sobre todo al haber una limitación de espacio).

En la forma está bien y sigue el estilo clásico de las novelas de detectives. Quitando ese "Lleva horas hay dentro" que debería ser "Lleva horas ahí dentro", está escrito con mucha corrección.

La conspiración del crimen no está mal, aunque me ha resultado un tanto rebuscada en algunos detalles. ¿Cómo sabía Olsson que Lindberg caería en la trampa? Después de todo, Lindberg se había enriquecido ya a costa de Olsson, ¿qué más le daba si este lo hacía con la cura de otra enfermedad? Quizás ahorrando un poco de espacio con las descripciones se habría podido desarrollar un poco más esto para entender las motivaciones de Lindberg. Por lo demás bien, y el final, con la asociación entre Oscar y Blas, deja la puerta abierta a una secuela. Gracias por compartirlo y buena suerte, autor/a.

P.D.: Quizás de cara a la antología sería mejor cambiar el nombre de BioPharma por un nombre ficticio, porque hay una multinacional que ya tiene ese nombre y meterla en una conspiración de curas médicas ocultas podría dar lugar a problemas legales.

P.D.2: me has hecho descubrir dos palabras que ignoraba: petricor y coruscante. ¡Gracias! :60:
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express

Mensaje por Raúl Conesa »

Pues mira, el último ha resultado ser el más imaginativo al introducir un elemento de ciencia ficción. Yo también me habría planteado el género, de participar en esta edición, pero había pensado en una nave espacial y un extraterrestre cambiaforma, al estilo de La cosa.

El misterio está bastante bien, aunque en cuestiones de viajes en el tiempo yo esperaba algo más enrevesado. Por otro lado, tampoco es que haya espacio para dar tantas vueltas.

Irá a podio, seguramente.
Era él un pretencioso autorcillo,
palurdo, payasil y muy pillo,
que aunque poco dijera en el foro,
famoso era su piquito de oro.
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Jarg
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express

Mensaje por Jarg »

Releo este relato y me doy cuenta de que mientras que los demás relatos tienen mucha influencia de Agatha Christie, en este se ve influencia de J.K.Rowling, sobre todo por el detalle con que describe ese "universo" del tren y los viajes en el tiempo. Aún no tengo decididos mis votos, pero creo que a este le daré varios puntos.
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Jaillet
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express

Mensaje por Jaillet »

Muy original y visual, el viaje en el tiempo da muchas posibilidades. Ciencia ficción y ciencia asacas metidas en crímenes que saltan entre tiempo y lugar. Tiene una trama muy compleja para lo breve que es, ha quedado muy bien condensado.
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Ginebra
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express

Mensaje por Ginebra »

Muy buen relato, me gusta mucho la entrada. Reconozco que me la he tenido que releer con calma porque me hacía un poco de lío con los personajes y con los viajes; una vez entendido considero que está muy bien pensado y bien narrado, con unos personajes muy curiosos. Me parece una idea genial la que has desarrollado. Mucha suerte! :60:
Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias. Eduardo Galeano


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Iliria
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express

Mensaje por Iliria »

Buen relato, original, que engancha. Funciona a buen ritmo y ese aire de ciencia-ficción con los viajes en el tiempo le dan un plus.
Iba bien hasta que un: "Lleva horas hay dentro" me ha fundido una retina y casi la otra :comp punch:
Me han gustado las pinceladas de crítica que deja entrever la narración. Otro plus.

Gracias por participar, y suerte :hola:
Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas - Cicerón :101:
-¿Y con wi-fi?
-Mejor.
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Jarg
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express

Mensaje por Jarg »

#Este mensaje es de Dorian Cavendish#

Este relato me ha hecho pensar en algo: la tía abuela Fionna tuvo un noviete en su juventud, y al parecer un día salió a comprar tabaco y nunca más volvió... La siguiente vez que supieron de él fue quince años después, así que igual es que se subió a este tren y viajó quince días al pasado. Lo consultaré con Lorna Rae, que seguramente sabrá algo de este asunto.
Yo amo a la humanidad. Es la gente lo que no soporto.
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Sinkim
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express

Mensaje por Sinkim »

Me ha encantado este relato, me gustan mucho las historias de viajes en el tiempo y utilizar una para realizar un asesinato perfecto me parece una idea genial. Además pese a lo complicado de enteder que resulta a primera vista la idea del tren consigues explicarlo de una forma muy clara para que el lector no se pierda en la resolución del caso. Un idea brillante :60:
"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)

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David P. González
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express

Mensaje por David P. González »

Hola, autor :hola:

Me ha gustado tu relato.
Lo que me gusta a mí un viaje en el tiempo y, mira, ni me lo planteé a la hora de barajar ideas. No supe verlo :cunao:
Me ha gustado mucho la introducción, un plano-secuencia que sigue el recorrido del agua hasta que llega al personaje. No sé si le ha pasado a alguien más, pero yo he visto al personaje sacar el billete en plano contrapicado. Muy cinematográfico. Y poco se ha hablado (concretamente nada) de esa melodía que me he molestado en tocar en un teclado, por no morir de curiosidad, y me ha encantado también, aunque era de esperar (no la he visto venir :cunao: ).
El misterio está bastante bien, quizá un poco lioso, por complejo, al menos para mí. Pero me ha gustado.
El personaje del revisor, en mi opinión, está desaprovechado. Es un personajazo, con muchas posibilidades, y apenas lo explotas. No es una queja, sino un lamento.
Enhorabuena, autor :60:
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Megan
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express

Mensaje por Megan »

Un relato muy bien escrito y con un tema súper interesante, que me encanta, los viajes en el tiempo.
Te diré, autor/a, que debí leerlo tres veces para entender la dinámica del asesinato, y la verdad es que está muy bien diseñada, a pesar de que al principio hay un pelín de entrevero.
Me gustó todo en general, lo del entrevero puede ser mío, porque ando muy desconcentrada últimamente.

Gracias por compartirlo y mucha suerte, :D .
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Jarg
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express - David P. (1ºJur)(1ºPop)

Mensaje por Jarg »

Enhorabuena por el doblete, @David P. González, te llevaste votos por mi parte en el 2+1 :) . Un relato muy imaginativo y lleno de detalle (seguramente el más original del concurso), me alegra leer en el hilo de la gala que lo estás extendiendo (ese universo de viajes en el tiempo y personajes en el TransTime da para mucho).
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Megan
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express - David P. (1ºJur)(1ºPop)

Mensaje por Megan »

Muy buen relato, David, cómo nos mentiste sobre tu participación, :D .
Muchas felicidades, merecidos premios, besos, :beso:.
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David P. González
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express - David P. (1ºJur)(1ºPop)

Mensaje por David P. González »

Hola :hola:
Pues sí, mentí como un político :cunao:
Este es mío :mrgreen:
Fue difícil, no voy a dármelas de ingenioso, porque no las tenía todas conmigo. Hubo muchos momentos en los que no sabía cómo resolver los conflictos de argumento y no avanzaba. Al final siempre me asalta ese momento de serendipia en el que lo veo todo claro (siempre hay uno o dos en mis procesos creativos, tengo suerte) y pude completar una trama bastante coherente.
Para mí es importante porque Oscar y Blas son mis dos perros, por eso los describí a ambos con ese detalle, porque uno es blanco con el pechito rosa (más bien tiene poco pelito y se le ve la chicha XD) y el otro es canela con el pechito blanco, este tiene más pelo. Creo que he reflejado la personalidad de ambos bastante bien. Oscar murió en enero y he querido inmortalizarlos así a los dos. Y por eso lo estoy escribiendo con más calma, sin la restricción del espacio, a lo que salga.

Muchas gracias a todos por la participación, en la medida en que esta haya sido :60:
Y gracias a todos por vuestras felicitaciones. ha sido un honor, como siempre, competir con vosotros :60:

Poco tengo que decir sobre vuestros comentarios (agradecerlos, por supuesto), no se han generado muchas dudas, pero Jarg dijo algo que me gustaría aclarar.
La conspiración del crimen no está mal, aunque me ha resultado un tanto rebuscada en algunos detalles. ¿Cómo sabía Olsson que Lindberg caería en la trampa? Después de todo, Lindberg se había enriquecido ya a costa de Olsson, ¿qué más le daba si este lo hacía con la cura de otra enfermedad? Quizás ahorrando un poco de espacio con las descripciones se habría podido desarrollar un poco más esto para entender las motivaciones de Lindberg.
Tienes razón, creo que no está lo suficientemente claro y es algo que he trabajado más en la versión nueva, pero Olsson no se enriquece, la farmacéutica (que ahora se llama PharmaHelzy, gracias por eso) rompe el acuerdo con él. Obviamente no recibe el dinero al entregar la fórmula, hay un proceso de comprobación que lleva tiempo: hay que sintetizarla, ya sea en pastillas, en píldoras o en un compuesto inyectable, y luego hay que hacer pruebas y certificar su eficacia. Eso lleva tiempo. Sí, creo que es el punto más flojo del relato y tenía dudas con eso. Gracias por señalarlo para que pueda hacer hincapié en ello :60:

Y nada más. Solo presentaros a Oscar y Blas:
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Jarg
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Re: HC - Muerte en el Trans Time Express - David P. (1ºJur)(1ºPop)

Mensaje por Jarg »

Me encanta que Oscar y Blas estén basados en personajes reales (y caninos, además). En la foto se les ve cara de curiosos, así que les pega el papel de detectives. Un buen homenaje para Oscar.

¿Lo estás extendiendo como novela o como relato más largo? Como novela tendría su punto, porque podrías profundizar más en la figura del revisor, como ya dijiste, y también meter subtramas de los demás pasajeros del tren.
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