CPXVIII - El nacimiento de un país - Berlín (2º Jur) (3º Pop)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
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CPXVIII - El nacimiento de un país - Berlín (2º Jur) (3º Pop)

Mensaje por lucia »

El nacimiento de un país


«Cuanto más reflexiono, más convincente se me antoja mi razonamiento. Entonces, con las debidas precauciones podría...»
—Querido...
—Dime, madre.
—Hace rato que te observo y es como si no estuvieras. No me cuentas nada.
«Ah, eso es porque ando en medio de las más nebulosas cavilaciones. ¿Pero cómo hacerte partícipe de estas horrendas visiones mías? No las comprenderías».
—Perdona, estaba distraído. ¿Necesitas algo?¿Quieres que avive un poco el fuego?¿Te traigo tu chal?
—Gracias, pero no hace falta. Anda, ven a sentarte aquí a mi lado, bajo la manta. No tardará en llover.
«Sentarme a tu lado como un cautivo, cuando lo que deseo es tomar el abrigo, el cuaderno de notas y salir a pasear bajo la ponzoñosa bóveda de esta tarde negra, sin rumbo, aspirando con fruición la maldad eléctrica del viento. Escapar, sí, escapar, para ver si se va del todo este regusto a fracaso. Ah, pero tú te enfadarías si por fin me atreviera a hacerlo y luego me mirarías con los ojos llenos de ese amor infinito que juras profesarme, ese amor ciclópeo, no exento, para qué engañarnos, de unas largas y afiladas garras invisibles».
—La lluvia. Sí, supongo que es reconfortante verla a través de la ventana.
—No hace tarde para excursiones, querido. Así que si pensabas en una de esas escapadas tuyas, ya puedes sacártelo de la cabeza.
«Lo mismo que un gusano horadando el corazón de una manzana. Así es como entra ella en mi cerebro».
—Pero, madre, a veces me tratas como si fuera un enfermo, o un crío, o una mujer. Bien es cierto que la tarde no es la más idónea para un paseo campestre, pero en el caso de que comenzara a llover te prometo regresar raudo. Ya sabes que estas excursiones son solo parte de la documentación que necesito para...
—Sí, sí, lo sé, para esos relatos tuyos demoníacos, llenos de mundos extraños y rojos, poblados por seres locos y horripilantes, que suelen nadar o arrastrarse más que andar, dicho sea de paso. Me da igual que seas un hombre hecho y derecho. Me da igual porque, aún siéndolo, sigo siendo tu madre, la que te cuida cuando te pones enfermo, que suele ser ciertamente muy a menudo. Dime, Howye, ¿acaso ves a alguien más por aquí? ¿A tu padre, acaso? ¿A tu abuelo? No puedo obligarte, querido, pero te ruego encarecidamente que deseches la idea de una excursión a estas horas tardías y en medio de este clima tan desapacible. Claro que podrías hacerlo, si quisieras, y yo no podría impedirlo dado que eres mayor de edad, pero sería una decisión que me entristecería sobremanera y con este estado de salud mío, tan precario...
—Claro, madre, no se hable más.
«¿Pero cómo contemplar desde esta ventana festoneada de coquetos visillos la carretera infinita, el sendero burlón y ondeante que me llevaría hasta donde necesito ir? A la casa, a esa casa medio derruida que es casi un esqueleto».
—Además, y ya sabes que odio repetirme, la última vez regresaste empapado y estuviste una semana en la cama, jovencito. Parece mentira que lo hayas olvidado. Pero dejemos el asunto que ahora mismo voy a preparar un rico té para los dos.
«¡Olvidarlo!¿Cómo olvidar la fiebre elevada? Los temblores, el castañeteo de los dientes, la oscuridad malsana, el olor agrio, casi picante del sudor, el amargor en la boca a consecuencia de los remedios del médico. ¿Cómo olvidar el alegre crepitar de los troncos ardiendo en la chimenea, el agradable olor de la resina, mientras fuera solo se oía el aullido melancólico del viento? A un lado de la cama tú, madre, con mi mano temblorosa entre las tuyas, y alrededor nuestro... ellos. A veces me pregunto: ¿Cómo no los viste mientras me arropabas? O mientras paliabas el ardor de mi frente mediante esas compresas empapadas en agua fría. ¡Cómo no verlos, si estaban allí! De pie, silentes y oscuros, custodiando mi lecho, vigilando mi respiración entrecortada, o colgados del techo con sus repugnantes y gelatinosas ventosas, ocres, correosos, tentaculares, exhibiendo la largura obscena de sus lenguas reptilianas. O bajo la cama, boqueando, espasmódicos y plateados, suplicándole a mi yo creador y moribundo que los devolviese al río para bajar y bajar y bajar, hasta donde ya no hay nada, solo oscuridad y lamentos. Esos días febriles, ¿cómo no recordarlos? En mi cuarto austero, en mi lecho vestido con sábanas impolutas con mi nombre bordado en la almohada y en el embozo, cual posible remitente a un lugar que no conozco pero adivino, si mis pesadillas no me engañan. Mi cuarto, sí, mi castillo helado y silencioso, decorado en su interior con grandes flores dibujadas, enormes y desquiciadas flores rojas con las bocas muy abiertas».
—Querido mío...
«Ah, sí, el té. Pobrecilla. Es cierto que hace días que no está bien. La vesícula, dijo el doctor la última vez».
—Dime, madre...
«La lluvia golpea ya con fuerza los cristales. Dentro de un rato olerá a tierra mojada, a barro. Olerá a podredumbre en los pantanos, en los humedales de la vieja Arkham».
—El caso es que... esos relatos tuyos... tal vez si cambiaras...
«¡Ah, pero mira esos ojos angustiados! Me obligarás a sonreír. Estás buscando las palabras correctas. Pobre, no te das cuenta de que ya las has dicho a lo largo de estos años. Y todas, aun no queriendo, han hecho el daño de una bala certera. Ya lo sé, madre, soy extraño, solitario y feo, tan feo que los niños se van a reír de mí en la escuela y las chicas, con el tiempo, me romperán el corazón, porque todas son iguales, unas arpías. Y, sí, sí, lo sé, tampoco ellos son mejores que ellas, son distintos a nosotros, inferiores, no me aportarán nada, por eso lo mejor es no socializar con gente extraña, o de distinto color. Sobre todo con los de distinto color, esos leprosos oscuros. Oh, no sufras, no me he olvidado de los tics, ni de ese gran defecto mandibular. Pero tú me adoras, soy la razón de tu existencia, “tu rayito de sol”, nadie en el mundo me va a querer más que tú, aunque sea feo, porque de mi defectuosa forma no tengo yo la culpa, como no la tienen las criaturas que salen de mi pluma. Madre. Madre. También yo te adoro, pese a todo».
—Perdón..., ¿decías?
—Nada, en realidad no era importante. ¡Oh, vaya, observa qué manera de llover, querido!
«Sí, qué manera de llover, pero yo necesito con toda mi alma regresar a esa casa. La descubrí durante uno de esos largos y temerarios vagabundeos que tanto odias. Tú te hallabas fuera, realizando alguna compra o visitando alguna vieja amiga de cuando no eras una aristócrata venida a menos. Era bien entrada la tarde y al llegar arriba comenzó a llover, como ahora. Podría haberme adentrado en la casa para cobijarme del aguacero, y haber buscado una esquina seca dentro, donde no llegaran las corrientes de aire ni la lluvia. Pero no tardaría en oscurecer. Oh, madre, no sabes cuánto deseaba pasar la noche allí con la mejilla apoyada en la vasta pared, compartiendo, como un amante inesperado, su aliento a eternidad y derrumbe. No sabes cuánto deseaba ver la ensangrentada luna enmarcada en medio de aquellos cristales rotos, en el caso de que la lluvia hubiera amainado durante la madrugada. Si no hubiera estado tan preocupado por ti, por tu más que probable desesperación, me habría quedado hasta la salida del sol, para ver qué cara ofrece la muerte por la mañana. Por eso llegué tan empapado».
—De nuevo estás muy lejos, querido. Me pregunto qué podría hacer esta pobre madre tuya para que le dedicaras un poco más de atención.
«¿Más?»
—En cambio, cuando eras pequeño...
«Cuando era pequeño me vestías como una niña porque siempre deseaste una...»
—Advierto, madre, que estás a punto de sonrojarme con alguno de esos recuerdos ridículamente melosos a los que tanto te gusta retroceder.
—¡Oh, calla, querido y déjame continuar! Cuando eras pequeño, prosigo, te encantaba apoyar la cabeza sobre mi regazo y cerrar los ojos. Entonces llevabas el pelo largo y ensortijado, como dictaba la moda. Yo lo acariciaba mientras tú te abandonabas al sueño.
«Madre. Madre. Sé lo que pretendes y no quiero hacerte sufrir. Bien, suspiraré teatralmente, cerraré los ojos y haré como que dormito. Tú te inclinarás sobre mí a besarme en la frente y me echarás por encima esa vieja manta de cuadros llena de zurrapas que tanto te gusta. Oiré luego el alegre entrechocar de las agujas de tejer que denotarán tu sosiego al tenerme aquí, protegido y a salvo. Aunque esté a punto de escapar con la mente, de abandonar aquí esta reprochable carcasa mía. Mira cómo duermo, madre, mientras vislumbro el camino terroso y amarillo que me lleva hasta el valle al que he bautizado como Miskatonic, cerca de la tenebrosa Arkham y justo al pie de las colinas grises, atravesado todo él por un río caudaloso y profundo al que he llamado del mismo modo que el valle. A partir de ahí se borra el sendero y la escalada se torna dificultosa. A unas dos horas de subida se abre una especie de explanada estrecha y circular, pelada de vegetación, desde la que se puede contemplar la ventosa cima y allí, coronando todo ese esfuerzo, está ella, de nuevo, alta, estrecha y rota, boquiabierta y asombrada. La casa, madre, su sola visión te resultaría espeluznante. Ahí está, desvencijada por los vientos de la montaña, por la infame e insaciable lengua del Atlántico, envuelta por las abominables ramas de un gigantesco árbol muerto, cuyas ramas, en un malvado intento de posesión, la envuelve como si de un desvalido capullo se tratara.
Tus agujas siguen entrechocándose veloces, en un duelo dichoso. Me acaricias la frente, delineas el hacha de mi boca mientras yo cruzo el dintel. Una legión de murciélagos sale espantada de debajo de las escaleras que suben hasta el piso superior. Faltan peldaños y las barandillas, tal vez bruñidas y brillantes en tiempos arcanos, ahora lucen descascarilladas y astillosas. Las paredes del piso de arriba se hallan medio derrumbadas. Posiblemente por algún inesperado temblor de tierra. Porque la tierra, madre, a veces tiembla, con un estremecimiento que viene de lo más hondo de su alma, su alma, ese lugar oscuro que palpita con los dientes apretados.
Estoy exhausto.
Necesito tomar asiento pero no veo silla, sillón o escabel en el que reposar un instante. El rugido de los truenos rebota en las paredes desnudas. ¿Hay alguien en la casa? Pregunto yo, pregunta el eco. Se oye de pronto un arrastrar de pies y aparece un viejo harapiento, desdentado como la casa, que me da la bienvenida y me ruega que le siga a otra estancia. Parece solícito, pese a que su manera de comportarse es bastante zafia destapando de ese modo su incultura o su baja ralea. Tal vez no sea el dueño. Pero hace frío, y a pesar de que la casa está totalmente en ruinas, en la nueva estancia arde un leño en el hogar y junto al fuego hay un sillón destartalado, y detrás del sillón se adivina la silueta oscura de una estantería repleta de libros. El viejo me insta a tomar asiento y antes de que yo lo haga espanta a una rata, que chilla al saltar.
Estoy tan cansado que me encojo de hombros y al calor del fuego los ojos se me cierran, pero, antes de dormirme, el viejo me habla de un libro y de un grabado que hay entre sus páginas. Confiesa, salivoso, que es su mayor tesoro y me anuncia, con orgullo, que no partiré sin verlo. Inexplicablemente la boca le huele a sangre fresca, pero yo, no sé por qué, no siento preocupación ni repugnancia, solo un blando cansancio que me afloja los músculos y así, vencido, caigo en un mundo oscuro. Es, en mitad de la caída, cuando veo ese libro. Se trata de un volumen grande, polvoriento, pero majestuoso. Tiene un grabado en rojo en el pecho de la portada donde puede leerse:«Regnum Congo» con finas letras de oro. Y yo sigo cayendo, pero, de manera ridícula, mientras me precipito voy pasando las páginas de ese libro y no me espanta lo que veo, aunque lo que veo no es otra cosa que...»
—¡Howard!
«...no es otra cosa que una especie de manual de despiece...»
—¡Despierta, querido!¡Vamos!
«...entonces me fijo mejor en el grabado y de pronto vuelvo a estar cómodamente sentado en el sillón del viejo...»
—¡No pretenderás asustar a tu pobre madre enferma!
«...pero de pronto una gota espesa proveniente del desvencijado techo victoriano se estrella sobre mi cabeza. La toco y... ¡Es sangre! Entonces alzo los ojos y...»
—¡Por el amor de Dios, querido, despierta de una vez!
«Oh, madre, madre..., ¿por qué lo has hecho?¿Por qué me has despertado?»
—¡Oh,vaya, jovencito! Por fin has regresado al aburrido mundo de los vivos. Ahora toma mi pañuelo y enjuga esas babas de tu mentón mientras te preparo una bebida reconstituyente. Debes haberte enfriado de nuevo, porque delirabas en voz alta con esos abominables mundos tuyos.
«Esos abominables mundos que son los míos. En fin, ahora tendré que rezarle a mis dioses particulares, esos que no están muertos pese a yacer eternamente, para que no hayas olvidado ni un nombre, ni una localización, ni una descripción, ni un grito agónico, ni una amenaza. En definitiva: ni una sola palabra de mis aparentes e inconexos delirios, madre».
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Gavalia
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Re: El nacimiento de un país

Mensaje por Gavalia »

Madre mía los efectos que causa andar bajo la lluvia. Redoble del inolvidable maestro de los relatos cortos. Un relato oscuro, triste, desesperado, de un hombre con una depresión de muy señor mío, producida por una vida opaca por sus propias circunstancias y defectos, bien regados por la figura de su madre. Ay, esas madres que nos malcrían. Todo recuerda a Poe y sus mundos oscuros de monstruos imaginarios que le acosan y no le dejan levantar cabeza. Odia a su madre de la misma forma que la ama,  asunto que hace mella en el protagonista, pues no tiene el valor de tomar las riendas de su vida, aferrándose a un mundo tan onírico como absurdo.
La prosa es buena y esa forma de integrar diálogos con pensamientos está bastante conseguida. Lo del título parece cogido con alfileres, pero acorde con el ambiente de oscuridad que flota en el global del trabajo. Personalmente, Lover y sus mundos absurdos me caen como una cena indigesta, que lo sepas. Parece que la originalidad está sobrevalorada, nada nuevo bajo el sol.

Saludos.
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
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raumat
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Re: El nacimiento de un país

Mensaje por raumat »

Interesante recreación en torno a la figura de Lovecraft.
Técnicamente muy bien escrito. Buena prosa.

Es uno de los pocos relatos en este concurso en el que no muere (o casi muere) algún personaje.
Supongo que el hecho de meter en un relato la muerte (o peligro de muerte) de algún personaje, le da al cuento un puntillo más de tensión, emoción y esas cosas. En este concurso, de los 10 para comentar, en 7 hay muerte o peligro de ella. Sólo 3 os escapáis sin querer matar a nadie. :lol:

Pero bueno, en este caso, aun sin muertes, el relato es estupendo. :chino:
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Estrella de mar
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Re: El nacimiento de un país

Mensaje por Estrella de mar »

#Este comentario es del divino Paul#

Yo es que soy más de Styron que de Lovecraft.

Excelente radiografía del torturado Howye. Muy bien dibujados los dos personajes. A mí me dejan igual esos mundos horripilantes, pero he disfrutado mucho con la forma de narrar. Hay maestría a mansalva.

Esa madre intensita es la que me ha provocado el mayor espanto. Solo ha hecho falta imaginármela con una zapatilla en la mano. Si Napoleón hubiera tenido en su ejército a este tipo de madres, estoy seguro que no habría perdido Waterloo, colega.
Por un cachito de la mar de Cai les cambio el cielo que han prometío.
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Oliverso
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Re: El nacimiento de un país

Mensaje por Oliverso »

Un precioso reflejo, ¿o debería decir "Un reflejo cargado de espanto"? Acertado, es Lovecraft, se nota y se siente en cada linea. Aquí hay dos cosas que cuando se juntan brota la ambrosía: Talento y cariño. Amor hay que tener para escribir así sobre el eterno soñador... O eso pienso yo, aunque podría equivocarme y ser obra de un aventajado prestidigitador. Leerte es un gustazo para cualquier fanático del maestro, que con sus luces y sombras... Sobretodo sombras saturadas... Fundó una nación de errantes perdidos entre una realidad ominosa y un ciclo infinito de sueños... Eso, o te gustó mucho Lovecraft Country :shock:

Una pequeña acotación que supongo es evidente pero igual la suelto. Aleluya que sea un relato. A mi Lovecraft me gusta, pero imaginar un texto más largo, ¡o incluso una novela! viajando a cuestas con esta alma torturada, me darían ganas de echarme al río pa' buscar R'lyeh. Eso sí sería horror cósmico y lo demás son juegos de niños.
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Tolomew Dewhust
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Re: El nacimiento de un país

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Lo he leído varias veces y, la verdad es que..., me gusta mucho, :08:.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Megan
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Re: CPXVIII - El nacimiento de un país

Mensaje por Megan »

Muy buen relato. Pobre Howard, cuánto deseo de moverse entre sus monstruos, pero solo puede hacerlo entre uno: su madre. El deseo irrefrenable de volver a ver los murciélagos que emergen del sótano, los tentáculos con los que cuelgan del techo, los horrendos plateados debajo de la cama, cuando la fiebre lo colmó de sus horripilantes creaciones. Pero su madre puede más que todos ellos juntos. Y de querer sentir el horrible ulular del viento en la casa abandonada, debe escuchar el tintineo de las agujas de tejer de su madre sobre su cabeza.
Muy buena la narración y los cambios de su conversación con la madre hacia sus pensamientos sobre la casa que hubiera gustado disfrutar en medio de la tormenta, sentado en el desvencijado sillón del viejo junto a la chimenea rodeado de libros.
Es un autor que me gusta mucho, disfruté del argumento y de sus pensamientos, que no creo que estén muy lejos de la realidad.
Lo único que no me cierra es el nombre del relato.

Mucha suerte y gracias por compartirlo, :D .
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Snorry
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Re: CPXVIII - El nacimiento de un país

Mensaje por Snorry »

Es un excelente relato. El fragmento donde Lover delira febrilmente es una delicia. Enhorabuena al autor/a.
Pero, y es una cuestión subjetiva, los diálogos son nuestra kriptonita, especialmente en textos tan breves. Los encuentro demasiado explicativos, y hay alguna cacofonía (nimiedades que se corrigen en un tris).
Yo me pregunto qué texto demoledor sería este si tuviera una unidad de estilo, si todo estuviera agrupado en el monólogo interior del de la quijada de rumiante. Ah, pido perdón por este capricho.
Es un excelente relato. Enhorabuena
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Tolomew Dewhust
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Re: El nacimiento de un país

Mensaje por Tolomew Dewhust »

raumat escribió:Es uno de los pocos relatos en este concurso en el que no muere (o casi muere) algún personaje.
Bueno, esto..., al anciano le huele la boca a sangre fresca. Igual es suya, pero me da que no, :dragon:. Y el mismo señor le entrega al prota un..., un..., ¡manual de despiece!. Vale que no hay ningún crimen en directo, pero la muerte sobrevuela toooodo el texto.

Y la madre está a puntito de caramelo para reunirse con la Parca, :cunao:.
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Tolomew Dewhust
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Re: CPXVIII - El nacimiento de un país

Mensaje por Tolomew Dewhust »

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Re: CPXVIII - El nacimiento de un país

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Nada, lo he leído muchísimas veces buscándole el fallo, para luego venir aquí y decir que este relato es peor que el mío..., pero no lo he encontrado. Está fantásticamente escrito, nos narra una historia (para mí) muy interesante y lo hace enredando diálogo y reflexiones, :chino:.

No conocía los traumas de este señor pero el relato me ha picado la curiosidad. He indagado sobre L. en la wiki y ya tengo en la cesta de amazon el "Providence" de Alan Moore..., :qtedoy:.
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Estrella de mar
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Re: CPXVIII - El nacimiento de un país

Mensaje por Estrella de mar »

Megan escribió: 30 Abr 2023 23:11 Pobre Howard, cuánto deseo de moverse entre sus monstruos, pero solo puede hacerlo entre uno: su madre.
#Este comentario es del divino Paul#

:meparto: :meparto: :meparto:
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Re: CPXVIII - El nacimiento de un país

Mensaje por Jarg »

No he leído nada de Lovecraft, pero sí que conocía detalles de su biografía, sobre todo de la opresiva madre y del clasismo y racismo que le inculcó.

El relato es excelente. Cada palabra está bien puesta, contada, cuidada y mimada para crear esa atmósfera claustrofóbica y onírica al mismo tiempo. Como ya he dicho, no conozco su obra directamente, así que es posible que se me haya escapado alguna referencia, pero eso no ha impedido que disfrutara del relato. Es un escrito denso, pero no pesado.

Y en cuanto a la forma, nada que decir salvo que es magistral. Me ha gustado sobre todo el aspecto de la puntuación (algo en lo que soy muy tiquismiquis), que está también usada que el relato se lee solo. Y lo de usar las comillas de codo en primer nivel y las comillas dobles en segundo nivel, perfecto :eusa_clap: :marie_bow: :marie_bow:

Gracias por compartirlo, autor/a. No te deseo buena suerte porque no la necesitas ;)
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Re: CPXVIII - El nacimiento de un país

Mensaje por Ginebra »

uf!, qué oscuro y opresivo, pobre Howard! :shock: desde luego, la figura de la madre da mucho yuyu... yo tampoco he leído a Lovecraft, no me llama el género, pero reconozco que el texto es de 10. Está muy bien escrito enlazando reflexiones con diálogos, se muestra perfectamente lo que busca el protagonista, o lo que le gustaría, y sus delirios. Como Megan, lo único que no acabo de ver es el título, supongo que te refieres al mundo que ha creado él en su mente, ya dirás! :mrgreen: Enhorabuena y gracias por compartir :60:
Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias. Eduardo Galeano


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Megan
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Re: CPXVIII - El nacimiento de un país

Mensaje por Megan »

Leído otra vez.
Mucha suerte, :60: .
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