CV2-La mejor forma de morir - Ororo
Publicado: 11 Jul 2014 09:27
LA MEJOR FORMA DE MORIR
La mejor forma de morir en verano es entre sus brazos, donde el tiempo aúlla, cuando el mundo para. Y, en ese instante, no poder respirar, sentir que todo acaba, pensar en nada. Porque todo termina en el final de sus dedos, saldando deudas antiguas y miradas de hiel.
El cuerpo paralizado pese a la urgencia; los sentidos confundidos y azorados. Oler el miedo, ver que sí, querer que no. Porque cuando eso concluya, y sabes que en algún momento lo hará, no quedará más que el recuerdo distorsionado de un aroma fuerte y profundo, el rumor entre las piernas, unas marcas en la piel.
Tener el mundo a tus pies, que son los suyos; dominar la situación como nunca antes, creerte fuerte, desde lo alto. La certeza de libertad absoluta pese al influjo de su respiración y la presión de sus dedos, a pesar de la melodía que susurran sus labios de sirena ausente. Tener el mundo, que no es otro que el que tus piernas aferran, el que dura un segundo y luego desaparece.
La seguridad de que todo tiempo presente es mejor, de que el futuro no es incierto por mucho que digan. Porque, cuando todo acabe y la presión se diluya, la realidad volverá. No despiadada ni disfrazada de dulzura, tampoco con los colmillos afilados. Simplemente volverá a cubrirte los hombros con su manto cálido y delicado. Te tomará de la mano y, paseando por la arena, la sentirás de nuevo con los pies descalzos.
Y caminar cuesta, el calor cómo no va a abrasar, los sentidos adormecidos no están dispuestos a aflorar. Amablemente, con dulzura y una calma cotidiana y serena, la vida volverá a ser lo que era. Una sucesión, ni siquiera un cúmulo. Una balsa en un lago de aguas cristalinas, briznas de hierba fresca meciéndose al unísono, heliotropos sin ninguna opción. No está mal, pensarás de nuevo, pero querrás que se lance una piedra y ondee el agua, que alguien voltee la balsa, un trasquilón en el flequillo.
Puede que en la superficie del agua asome el rudo lomo de un caimán que nadie más ve. Quizá inerte, pero ahí está. ¿Y… aprecias un sutil gesto? ¿Un guiño? Un leve movimiento hace que se deslice suavemente sin romper el agua. Sibilino, sólo quiere que adviertas su presencia.
Saltas al vacío y te sumerges. Son aguas pantanosas y la profusa vegetación del fondo enreda tus piernas. Te sorprendes de poder respirar bajo el agua y las corrientes frías te hacen estremecer. El peligro se transforma en algo conocido que habías olvidado. Disfrutas. Porque justo después, ahora después, las sábanas revueltas se enredarán en tu pelo y una trenza interminable de aromas almizclados te atará al día que continúa, que todavía no ha terminado. Y detrás de este, llegarán otros.
Será entonces cuando eches de menos las turbulencias, los nervios en el estómago y, las mariposas, para los poetas. Añorarás la falta de aire que tanto te da la vida, la claustrofobia del enredo, el sudor de telaraña. Pero podrás seguir con normalidad, qué duda cabe si la vida te trata bien. Se trata de un juego ineludible, un divertimento que converge de forma natural, casi automática, con la voluntad perdida.
Saberte en un aprieto, un callejón sin salida; todas las alarmas sonando y tú, tú a la deriva. No hace falta que te tapes los oídos, porque ahora escuchas lo que quieres. Nada de vendas en los ojos, porque no hay espacio para más que su mirada. Tan limpia, inocente como nunca, indefensa y suplicante. Así te gusta verlo. Así te gusta matarlo.
La mejor forma de morir en verano es entre sus brazos, donde el tiempo aúlla, cuando el mundo para. Y, en ese instante, no poder respirar, sentir que todo acaba, pensar en nada. Porque todo termina en el final de sus dedos, saldando deudas antiguas y miradas de hiel.
El cuerpo paralizado pese a la urgencia; los sentidos confundidos y azorados. Oler el miedo, ver que sí, querer que no. Porque cuando eso concluya, y sabes que en algún momento lo hará, no quedará más que el recuerdo distorsionado de un aroma fuerte y profundo, el rumor entre las piernas, unas marcas en la piel.
Tener el mundo a tus pies, que son los suyos; dominar la situación como nunca antes, creerte fuerte, desde lo alto. La certeza de libertad absoluta pese al influjo de su respiración y la presión de sus dedos, a pesar de la melodía que susurran sus labios de sirena ausente. Tener el mundo, que no es otro que el que tus piernas aferran, el que dura un segundo y luego desaparece.
La seguridad de que todo tiempo presente es mejor, de que el futuro no es incierto por mucho que digan. Porque, cuando todo acabe y la presión se diluya, la realidad volverá. No despiadada ni disfrazada de dulzura, tampoco con los colmillos afilados. Simplemente volverá a cubrirte los hombros con su manto cálido y delicado. Te tomará de la mano y, paseando por la arena, la sentirás de nuevo con los pies descalzos.
Y caminar cuesta, el calor cómo no va a abrasar, los sentidos adormecidos no están dispuestos a aflorar. Amablemente, con dulzura y una calma cotidiana y serena, la vida volverá a ser lo que era. Una sucesión, ni siquiera un cúmulo. Una balsa en un lago de aguas cristalinas, briznas de hierba fresca meciéndose al unísono, heliotropos sin ninguna opción. No está mal, pensarás de nuevo, pero querrás que se lance una piedra y ondee el agua, que alguien voltee la balsa, un trasquilón en el flequillo.
Puede que en la superficie del agua asome el rudo lomo de un caimán que nadie más ve. Quizá inerte, pero ahí está. ¿Y… aprecias un sutil gesto? ¿Un guiño? Un leve movimiento hace que se deslice suavemente sin romper el agua. Sibilino, sólo quiere que adviertas su presencia.
Saltas al vacío y te sumerges. Son aguas pantanosas y la profusa vegetación del fondo enreda tus piernas. Te sorprendes de poder respirar bajo el agua y las corrientes frías te hacen estremecer. El peligro se transforma en algo conocido que habías olvidado. Disfrutas. Porque justo después, ahora después, las sábanas revueltas se enredarán en tu pelo y una trenza interminable de aromas almizclados te atará al día que continúa, que todavía no ha terminado. Y detrás de este, llegarán otros.
Será entonces cuando eches de menos las turbulencias, los nervios en el estómago y, las mariposas, para los poetas. Añorarás la falta de aire que tanto te da la vida, la claustrofobia del enredo, el sudor de telaraña. Pero podrás seguir con normalidad, qué duda cabe si la vida te trata bien. Se trata de un juego ineludible, un divertimento que converge de forma natural, casi automática, con la voluntad perdida.
Saberte en un aprieto, un callejón sin salida; todas las alarmas sonando y tú, tú a la deriva. No hace falta que te tapes los oídos, porque ahora escuchas lo que quieres. Nada de vendas en los ojos, porque no hay espacio para más que su mirada. Tan limpia, inocente como nunca, indefensa y suplicante. Así te gusta verlo. Así te gusta matarlo.