CV2-Nací en agosto - Pulp
Publicado: 11 Jul 2014 09:28
NACÍ EN AGOSTO
Celebrábamos mi cumpleaños. Cumplía 13 años. No recuerdo qué me regalaron mis padres. Ni Ana. Ana siempre acierta con los regalos así que imagino que ese día también supo qué regalarme e imagino cuánto me gustó lo que encontré al desenvolver el papel, al abrir la caja. Nunca sabes qué vas a encontrar dentro: papel, caja, regalo. Papel, caja, regalo.
Hacía mucho calor: agosto es un mal mes para nacer, pero supongo que eso a mis padres no lo tuvieron especialmante en cuenta ya que también Irene nació en agosto. Nos llevamos dos años y diez días. Aunque eso no nos separa, si acaso haya algo que pueda hacerlo. Siempre hemos estado muy unidas, Irene y yo. Bueno, Javier, Irene y yo. Javier es mi primo, era. Es. Era. Javier tiene casi tres años más que yo y uno más que Irene y es nuestro mejor amigo. Es. Era.
A veces no recuerdo ningún detalle de aquel día, a veces lo recuerdo todo, todo: mamá decidió que podíamos hacer la fiesta de mi cumpleaños en el parque. Bocadillos, bebida fría, patatas, ganchitos, por favor Doritos, Doritos, y todos mis amigos. No es que tenga muchos amigos, no es que tuviera muchos amigos, pero vinieron Juan, Esther, Carlos, Miren, María, Ana, por supuesto mi hermana Irene y, por supuesto cómo no podía faltar, Javier.
- ¡Qué guapo - me repetía Ana- qué guapo, nena, que envidia tener un primo tan guapo!
Han pasado ya dos años o solo dos años y sigo temblando al recordar aquel día, aunque ya no necesito mantener la luz encendida para dormir. Hace tres semanas que yo misma la apago. Sin embargo sigo pidiéndole a Irene que venga a mi habitación a dormir.
- ¿Jugamos a escondernos? –dijo Carlos-. Todo el parque, vale todo el parque.
Nos encantaba seguir siendo niños y jugar a escondernos. Éramos niños. Yo aquí, te veo, no me ves, te veo. Y me dio la mano. Ven. Y fui, ¿cómo no ir con él? ¿Dónde nos escondemos? Yo le seguí. Sonriendo, riéndome como una tonta como siempre que estábamos juntos, sintiéndome una princesa, la princesa en el día de su cumpleaños. Vestido azul de hilo. Una niña. Era una niña. Una niña de trece años, una princesita de cuento con vestido azul y con un pastel de chuches esperándome para soplar las velas.
Bajamos corriendo a los lavabos del parque. ¡Qué asco! ¿Aquí? Tranquila. Y yo estaba tranquila.
Una mano en mi boca, y la otra bajo mi vestido, con fuerza, levantando la falda de vuelo.
- Tengo un regalo para ti en este día.
Llevaba braguitas de algodón, hacía apenas dos meses que tenía la regla.
- Mamá, mamá, creo que me ha venido la regla. No se lo digas a nadie, por favor, mamá. ¡Qué vergüenza!
Y mamá sonreía orgullosa respondiendo que no lo diría, que no lo iba a explicar a nadie, ni a tía Isabel, ni a su mejor amiga Laura, a nadie, lo prometo, a nadie, decía. Y yo sabía que no iba a cumplir su promesa, aunque no me importaba, yo también tenía ganas de explicárselo a Ana.
- ¡Ana, Ana, que me ha venido, Ana!
No podía gritar, pensaba en la compresa que llevaba puesta, en su mano separando la braguita verde, la verde. Miedo, asco, miedo, tú no, tú no. Me tiró al suelo, su fuerza me superaba; tú no, tú no; me quitó las braguitas, llevándose la compresa manchada con ellas y entonces se desabrochó los pantalones: noté su pene en mis piernas, sentí su fuerza en mi boca y sus gemidos en mis orejas, tú no, tú no.
- Éste, es tu regalo, disfrútalo.
Lloré, aún lloro. Tenía trece años, tengo quince, han pasado dos años, cientos de años, él sigue siendo menor, tía Isabel y mamá no se hablan, Ana ya no me dice que es guapo, Irene llora cuando recuerda ese día porque no me encontraba y no me encontró. Nadie dijo vernos ni siquiera los que seguían entrando en el lavabo público y seguían oyendo mis gritos ahogados, sus gemidos, los golpes de mis zapatos en el suelo.
Salí tras lavarme la cara y llorar por el sinsentido, no sabía qué hora era, ni cuánto rato había transcurrido: el sol aún estaba alto. No veía nada. Llevaba las braguitas en una mano y la compresa llena de sangre de mujer a la fuerza en la otra.
Celebrábamos mi cumpleaños. Cumplía 13 años. No recuerdo qué me regalaron mis padres. Ni Ana. Ana siempre acierta con los regalos así que imagino que ese día también supo qué regalarme e imagino cuánto me gustó lo que encontré al desenvolver el papel, al abrir la caja. Nunca sabes qué vas a encontrar dentro: papel, caja, regalo. Papel, caja, regalo.
Hacía mucho calor: agosto es un mal mes para nacer, pero supongo que eso a mis padres no lo tuvieron especialmante en cuenta ya que también Irene nació en agosto. Nos llevamos dos años y diez días. Aunque eso no nos separa, si acaso haya algo que pueda hacerlo. Siempre hemos estado muy unidas, Irene y yo. Bueno, Javier, Irene y yo. Javier es mi primo, era. Es. Era. Javier tiene casi tres años más que yo y uno más que Irene y es nuestro mejor amigo. Es. Era.
A veces no recuerdo ningún detalle de aquel día, a veces lo recuerdo todo, todo: mamá decidió que podíamos hacer la fiesta de mi cumpleaños en el parque. Bocadillos, bebida fría, patatas, ganchitos, por favor Doritos, Doritos, y todos mis amigos. No es que tenga muchos amigos, no es que tuviera muchos amigos, pero vinieron Juan, Esther, Carlos, Miren, María, Ana, por supuesto mi hermana Irene y, por supuesto cómo no podía faltar, Javier.
- ¡Qué guapo - me repetía Ana- qué guapo, nena, que envidia tener un primo tan guapo!
Han pasado ya dos años o solo dos años y sigo temblando al recordar aquel día, aunque ya no necesito mantener la luz encendida para dormir. Hace tres semanas que yo misma la apago. Sin embargo sigo pidiéndole a Irene que venga a mi habitación a dormir.
- ¿Jugamos a escondernos? –dijo Carlos-. Todo el parque, vale todo el parque.
Nos encantaba seguir siendo niños y jugar a escondernos. Éramos niños. Yo aquí, te veo, no me ves, te veo. Y me dio la mano. Ven. Y fui, ¿cómo no ir con él? ¿Dónde nos escondemos? Yo le seguí. Sonriendo, riéndome como una tonta como siempre que estábamos juntos, sintiéndome una princesa, la princesa en el día de su cumpleaños. Vestido azul de hilo. Una niña. Era una niña. Una niña de trece años, una princesita de cuento con vestido azul y con un pastel de chuches esperándome para soplar las velas.
Bajamos corriendo a los lavabos del parque. ¡Qué asco! ¿Aquí? Tranquila. Y yo estaba tranquila.
Una mano en mi boca, y la otra bajo mi vestido, con fuerza, levantando la falda de vuelo.
- Tengo un regalo para ti en este día.
Llevaba braguitas de algodón, hacía apenas dos meses que tenía la regla.
- Mamá, mamá, creo que me ha venido la regla. No se lo digas a nadie, por favor, mamá. ¡Qué vergüenza!
Y mamá sonreía orgullosa respondiendo que no lo diría, que no lo iba a explicar a nadie, ni a tía Isabel, ni a su mejor amiga Laura, a nadie, lo prometo, a nadie, decía. Y yo sabía que no iba a cumplir su promesa, aunque no me importaba, yo también tenía ganas de explicárselo a Ana.
- ¡Ana, Ana, que me ha venido, Ana!
No podía gritar, pensaba en la compresa que llevaba puesta, en su mano separando la braguita verde, la verde. Miedo, asco, miedo, tú no, tú no. Me tiró al suelo, su fuerza me superaba; tú no, tú no; me quitó las braguitas, llevándose la compresa manchada con ellas y entonces se desabrochó los pantalones: noté su pene en mis piernas, sentí su fuerza en mi boca y sus gemidos en mis orejas, tú no, tú no.
- Éste, es tu regalo, disfrútalo.
Lloré, aún lloro. Tenía trece años, tengo quince, han pasado dos años, cientos de años, él sigue siendo menor, tía Isabel y mamá no se hablan, Ana ya no me dice que es guapo, Irene llora cuando recuerda ese día porque no me encontraba y no me encontró. Nadie dijo vernos ni siquiera los que seguían entrando en el lavabo público y seguían oyendo mis gritos ahogados, sus gemidos, los golpes de mis zapatos en el suelo.
Salí tras lavarme la cara y llorar por el sinsentido, no sabía qué hora era, ni cuánto rato había transcurrido: el sol aún estaba alto. No veía nada. Llevaba las braguitas en una mano y la compresa llena de sangre de mujer a la fuerza en la otra.